lunes, 28 de julio de 2008

¿Sirve para algo la fe en el siglo XXI?

El progreso no invalida la fe

En este siglo de teléfonos móviles, internet, computadores conectados a la Red desde aproximadamente cualquier punto geográfico del planeta, de aviones supersónicos; cine en casa, automóviles que prácticamente vuelan; de edificios que no solo “rascan” los cielos, sino que además son lujosas mansiones en el aire; de palacetes y castillos de hada; de artefactos electrodomésticos que preparan alimentos en segundos; de cyborgs, robots e inteligencia artificial; de satélites interestelares que informan lo mínimo ocurrido en el espacio; de telescopios que permiten descubrir “nuevas” galaxias, otros planetas y planetoides; de cohetes y transbordadores que permiten permanecer muchos días en el espacio; de vehículos de transporte público cada día más veloces y eficaces; de medios de comunicación social que cubren hasta el punto más recóndito del planeta e informan en cuestión de minutos; de alimentos y bebidas instantáneos; de transplante de casi cualquier órgano, implante de prótesis inimaginables; de cirugías que corrigen poco más o menos cualquier inconveniente físico; de operaciones que hace solo unos años eran soñadas o vistas únicamente en películas de ciencia-ficción; de genios de la literatura con absoluta facilidad para trasladarnos al realismo mágico; de virtuosos y fenómenos de la música, el canto y la poesía, de la pintura, biología, física, matemáticas, cibernética, astronomía, cinematografía; de genios de la comicidad con la gracia natural más que suficiente para hacernos desternillar; de la invención de métodos y dietas para vivir más y mejor; de medicamentos que posibilitan el mejor funcionamiento de genitales, capaces de elevarnos la libido a las nubes prácticamente a cualquier edad; de completar la lectura del genoma humano, del descubrimiento de la estructura helicoidal del ADN; de la creación de cromosomas y genomas sintéticos que pudieran conducir a la creación de la primera nueva forma de vida artificial en el planeta; de la investigación y utilización de células madre sin destruir embriones; de la clonación de animales y posiblemente seres humanos; de nacimientos de bebés probeta; del descubrimiento del origen del universo surgido de una gran explosión; de sondeos inimaginables en el cosmos y en las profundidades de mares y océanos.
En fin, del siglo en que además del legado del glorioso siglo XX esperamos sembrar y cosechar nuestros logros como sería habitar nuevos planetas, descubrir nuevas leyes de la naturaleza para contrarrestar su furia, reparar nuestra deteriorada capa de ozono y parar de calentar el planeta, erradicar las enfermedades y alcanzar la soñada inmortalidad, eliminar la injusticia, los conflictos bélicos, el hambre, la pobreza y lograr más asombrosos inventos, ¿será necesaria la fe? Muchos tienen cuchillo de palo en casa de herrero.
Si nos dejamos abrumar (más de lo que estamos) por lo logrado y lo que alcancemos, concluiremos sin lugar a dudas que no necesitamos fe. ¿Para qué fe si lo “tenemos todo”? ¿Para qué fe en este siglo de luces, en el cual hemos conquistado lo inimaginable? Antes de responder esas preguntas, llama la atención que a pesar de tantos descubrimientos, avances e inventos, nos comunicamos menos, nos entendemos poco y nos sentimos peor. Como periodista y observador de la conducta humana, me he percatado que muchas veces la comunicación brilla por su ausencia en la familia cercana, en los medios de comunicación social y entre los comunicadores y periodistas. Esto es, somos “luz en la calle y oscuridad en casa”. Muchos tienen cuchillo de palo en casa de herrero.
La respuesta de por qué necesitamos fe estriba en la innegable realidad de que además de seres con alma y cuerpo tenemos un espíritu sediento no de dinero, poder y sexo (las tres cosas que en general más motivan al humano), sino de aquello que sacie hambres de afecto, cure nuestro Niño interior y sane nuestros sentimientos de abandono y miedos al rechazo, con el objeto de hallarle sentido a la vida que a veces se nos convierte en la cruz más pesada del planeta. ¿Para qué dinero, poder y sexo si sentimos que nadie nos quiere, nuestro Niño interior vive deprimido, con miedos irracionales, vacíos, soledad, sentimientos de abandono y de culpa y un sinsentido en la vida? Se nos ha olvidado que la felicidad del ser humano no la determinan los bienes que posee, y que “no solo de pan vivirá del hombre”. Pregunto: Si todas esas cosas materiales importantes, pero innecesarias para llenarnos, satisficieran la vida, ¿muchos de los que las tienen vivieran vacíos y sin sentido? Pienso que no. (En el ensayo ¿Por qué estoy tan vacío? desarrollo el tema)
Incontables personajes ricos y famosos se han atrevido a declarar en público que aunque el dinero y la fama les ha ayudado a escalar un lugar en la sociedad ello no ha contribuido a llenar su vida como ellos creían antes de ser ricos y famosos. El cómico canadiense Jim Carrey dijo hace un tiempo: “Creo que todos deberían volverse ricos y famosos, y hacer lo que siempre han soñado. Así verían que eso no soluciona nada”. Muchos dirán: “¡así es!”.
No es que el dinero no solucione las necesidades existenciales: pan, agua, vivienda, vestido, calzado. Con dinero se puede adquirir casi todo lo material. Esa verdad está contenida en el pensamiento: “El dinero no compra la felicidad, pero ayuda a financiarla”. Ayuda a financiar lo que puede comprarse, pero no resuelve necesidades emocionales, sicológicas y espirituales.
Si lo material llenara vacíos espirituales, saciara hambres de afecto y resolviera problemas existenciales, ¿por qué muchas gentes en los países con elevadísimo producto interno bruto (PIB) per cápita y/o mayor calidad de vida recurren al suicidio y a la droga social llamada alcohol? ¿Por qué la demanda de drogas ilícitas aumenta cada año en las sociedades más ricas y opulentas? ¿Por qué se suicida la niñez y juventud en aquellos países? Porque la vida del ser humano no consiste en los muchos bienes y riquezas que posea. No somos solo mente y cuerpo como creen muchos. También tenemos un alma y un espíritu que se sacian solamente con cariño, amor e ingredientes espirituales. En ninguna manera hablo de religión. De ello nos daremos cuenta más adelante.
Sin ánimo de desmeritar a otros profesionales, considero que desde que el ser humano cayó en pecado allá en el Edén hay tres profesionales indispensables para que la vida sea más llevadera, sin importar que vivamos en castillos o chozas. Los mencionaré en orden de importancia aunque por lo general no sean vistos así por la cantidad de enfermedades que azotan a la humanidad y el daño que unos humanos causan a otros: a) pastor cristiano de almas; b) sicólogo; c) médico. (Si los dos últimos profesionales son también cristianos nacidos de nuevo y con temor de Dios, las cosas se facilitan a los pacientes)
La preponderancia de ellos consiste en que cubren las tres dimensiones del ser humano: espíritu, alma y cuerpo. Más adelante consideraremos por qué el ministro cristiano es más efectivo que otros religiosos para tratar cuestiones del espíritu. Espero que esto no eleve el ego de nadie; ni ninguno se sienta “excluido” o disminuido. Mis consideraciones se ciñen estrictamente a los tres tipos de salud que necesitamos como seres tripartitos: salud espiritual, salud mental-emocional y salud corporal.
Analicemos la relevancia de estos profesionales de menor a mayor, que por lo general es así como lo percibimos y prestamos atención: casi todos reconocemos la importancia del medicamento o la droga lícita en el cuerpo, más cuando estamos enfermos o accidentados y no podemos valernos por nosotros mismos. Pero pocos ven la utilidad de la salud mental y emocional, que facilita un mejor desenvolvimiento a la persona como ser humano indivisible, esto es, sin estar escindido por problemas y conflictos anímicos y/o sicológicos. Por otro lado, son menos los que aceptan y entienden que la salud física, mental y emocional está condicionada a la salud espiritual. Un espíritu enfermo rompe la coordinación y armonía del ser humano, dando origen a vacíos existenciales, emociones y culpas sin aparente razón de ser. ¿Cuándo comprenderemos que no somos solo mente y cuerpo? ¿O que no somos materia solamente? Siguiendo el pensamiento platónico, expresaríamos: Médicos y sicólogos, si se contentan con buscar la salud para el cuerpo y el alma sin preocuparse por el espíritu, jamás le darán salud completa a la persona. Es obvio que estos profesionales están limitados por el mismo propósito de su profesión. Lo imperdonable es que reduzcan la salud humana a su área de trabajo.
En la antigüedad, los terapeutas tenían tres roles infaltables para ayudar y sanar integralmente a las gentes: eran sacerdotes, filósofos y místicos, entendidos en la esencia espiritual del ser humano; eran sicólogos que conocían de la mente y los pensamientos. Y eran también médicos clínicos, sabedores de anatomía y patología.
Por otra parte, muchos en el siglo XXI están convencidos de que la Biblia está desfasada porque contiene verdades de la época medieval, y hoy las ciencias naturales han desplazado a la ciencia teológica y la religión de entre las cosas más importantes en la vida del ser humano posmoderno. Según ellos, el hecho de que las ciencias naturales y la tecnología tengan hoy gran prominencia es sinónimo de que los preceptos bíblicos están obsoletos y deben necesariamente ser reescritos. Y vivimos, como sostiene el Papa Benedicto XVI, imbuidos por “modas ideológicas”. (La mayor parte de esas “modas ideológicas” son refritos filosóficos, presentados ahora con un nuevo barniz de seudo intelectualismo denominado cientificismo. Lo nocivo no está tanto en que sean de vieja data, sino en su caducidad. “Nada hay nuevo debajo del Sol”, escribió Salomón en Eclesiastés 1: 9)
Cierto es que las verdades bíblicas y muchas verdades seculares conocidas hoy datan de la época medieval y más allá, y que la fe ha pasado del plano general al particular, mas ello no significa desgaste ni pérdida de preeminencia de la ciencia teológica y de la fe en la vida del ser humano, sino que el hombre y la mujer posmodernos creen ser autosuficientes por el conocimiento que manejan y conocen de las ciencias naturales y tecnología. Además de las gafas racionalistas, relativistas, fatalistas y cientificistas con que suelen mirar la vida. Vivimos, como también señala Ratzinger, “la dictadura del relativismo”, que “no reconoce nada como definitivo y deja solo al propio yo con sus deseos”. Ante la verdad, la actitud del creyente relativista se reduce única y exclusivamente al campo de las ciencias naturales. Para él, la ciencia natural es infalible y la madre de toda verdad, ignorando que ciencia no solo se hace en un laboratorio físico, sino incluso en teología y apologética estudiando o investigando las evidencias de la vida, muerte y resurrección corporal del Señor Jesucristo; y los millones de testimonios de vidas transformadas por ese resucitado Cristo histórico. Aun cuando los hechos del Evangelio no puedan ser repetidos ante quien los ponga en duda. (Cualquier hecho histórico es único e irrepetible. Por consiguiente, tratar los sucesos históricos, incluidos los milagros, con el mismo concepto de probabilidad que el científico -naturalista- usa al formular leyes, es ignorar la diferencia fundamental entre dos temas distintos)
Por otra parte, desde hace años se ha estado hablando de la separación del Estado de cualquier confesión religiosa y de la educación laica (resulta sospechoso que quienes así se expresan nada dicen de la separación del Estado de ideologías filosóficas ateas y cientificismo). No habría nada malo si habláramos de un laicismo sano que separa la religión (incluida la religión llamada evolución y cualquier otra creencia seudocientífica) o creencias de todo tipo de la educación, el Estado y la política. Empero, lo que se pretende en realidad es excluir a Dios de la educación, el Estado y la política para entronizar una visión de la vida en la cual no hay lugar para Dios y seguir enseñando que somos producto de una ciega selección natural. En breves palabras, que los creyentes evolucionistas tienen ancestros simiescos.
Tales creencias llevan a muchos políticos y gobernantes, sin temor de Dios, a comprometerse con ciertas minorías para ganar votos, permitiendo exclusivamente la enseñanza de la hipótesis de la evolución en colegios y universidades; coquetear también con quienes promueven el casamiento de personas del mismo sexo; patrocinar la legalización del aborto (irresponsable) y las drogas; apoyar económicamente la destrucción de embriones y cualquier otra aberración con tal de ganar popularidad y ¡votos!
La médula de la creencia de la persona sin Dios y sin ley suele ser: “Dios no existe. Las divinidades son ilusorias. No hay por qué temer a ningún Dios ni guardar normas y preceptos de un Dios inexistente”. Asimismo, “Seamos naciones del primer mundo; libres de supersticiones religiosas”. Por tanto, ¿qué podemos esperar de gobernantes, autoridades, profesionales y sociedades con tal panorámica de vida? ¡Puedes esperar cualquier demencia! ¡Pues no hay a quien rendirle cuentas y todo vale! Situación parecida es presentada por Salomón en Eclesiastés y por Dostoievski en Los hermanos Karamazov.
Ni el fanatismo religioso es sano ni tampoco lo es el fanatismo racionalista y materialista ateo que proponen los que creen que el humano es simplemente un animal en evolución o una máquina construida por genes. No se trata de “quítate tú para ponerme yo”, sino de guardar un equilibrio entre los extremos de la credulidad de la Edad Media y la incredulidad de la Edad Moderna. La nostalgia por los tiempos medievales está tanto en los fanáticos religiosos como en los fanáticos racionalistas y cientificistas. Todo con tal de someter al otro, obteniendo y reteniendo el poder sobre las conciencias de los demás. ¿Te has dado cuenta que crédulo suele ser el humano en aquello que le conviene creer? ¿Y qué incrédulo es en lo que no le conviene creer? Cuando uno lee e investiga con honestidad, se da cuenta del radicalismo, dogmatismo e intolerancia de los que aseveran estar contra esos males.
Algunos se vanaglorian de no tener religión y de ser ateos, creyendo que ello es ícono de posmodernismo e intelectualidad. Sin percatarse que han hecho del escepticismo, agnosticismo y ateísmo su religión; anidando sus propias creencias. Sería interesante investigar qué o quién es el dios de su religión. (Hay quienes ven a Darwin como un dios) Este tipo de fanatismo no se circunscribe a lo que comúnmente es conocido como religión, pero su dogmatismo, absolutismo y radicalismo hacen tanto daño o peor que el fanatismo convencional. De igual manera, escépticos, agnósticos y ateos han erigido nicho a su inflado ego y prejuicios antirreligiosos. El dios de ellos no es el Dios personal de la Biblia, sino su ensoberbecido ego y relativista manera de concebir la vida. Como buenos reduccionistas (léase extremistas) ven e interpretan la vida a través del conducto de su “ciencia”; de su especialismo. Escribo ciencia entre comillas porque el verdadero espíritu científico no es excluyente y miope ante el conocimiento cualquiera que sea, y el genuino hombre de ciencia no mantiene una actitud arrogante ante la verdad de los hechos, sino que es respetuoso y humilde. No suprime los hechos antes de examinarlos ni desmerita lo que intrínsecamente tiene valor científico, aunque no cuadre con sus ideas preconcebidas y enseñanzas cientificistas. Tampoco esgrime supuestos y creencias con tal de no investigar lo ajeno a su pensamiento. No olvidemos algo muy importante, el genuino científico es un honesto intelectual. No pasa por alto los hechos que refutan su posición existencial filosófica o cientificista.
Como dijera en la radio durante más de doce años, si el resucitado Cristo histórico fuera una religión, yo lo hubiese dejado desde hace muchos años, puesto que me considero un tipo práctico que ve la utilidad o no de las cosas, sin caer en los extremos del utilitarismo. Si algo beneficia mi ser, no me importa si es religioso o no. Para mí lo de gran valía es que redunde en mi crecimiento y madurez espiritual y sicoemocional.
Ahora, sé que como yo mucha gente se siente bien y está convencida de lo que cree. Eso lo respeto, y admiro más si la persona ha investigado juiciosa, honesta y desapasionadamente a fin de convertir sus creencias en convicciones, en cuanto sea posible. (Más adelante veremos la crucial diferencia entre creencia y convicción) Baste manifestar que puedo ser sincero en lo que creo, pero estar sinceramente engañado. Tener un ego (intelecto) enajenado y un yo (sentimientos, emociones) sometido o aplanado. Ser sincero en lo que creo no cambia los resultados que al final obtendré de mi franca equivocación. Alguien pensará: “...tú puedes ser el equivocado”. A ello respondo que la religión cristiana es la única en la cual el creyente tiene una relación con un Ser viviente (Jesús resucitado), no solo con mandatos y dogmas como ocurre en las otras religiones. Además, en el momento en que la fe falta, la religión falla, el conocimiento no satisface y se derrumba la teología, el amor por Cristo es lo único que puede ayudarme a cruzar el valle de lágrimas porque Él me sostiene o lleva cargado. Todo lo demás puede fallar, pero si de veras he nacido de nuevo por acción del Espíritu Santo mi amor por Él trascenderá los límites del sufrimiento y de la muerte. No hablo filosofía ni de simple dogma o verdad teologal; se trata de una realidad histórico-empírica que ocurre en tiempo y espacio reales que los cientificistas tienen en poco por no cuadrar con su “ciencia” o método de investigación naturalista.
En pocas palabras, el fanático racionalista y el cientificista están habituados a entender y explicar casi todos los enunciados de las ciencias convencionales. Al no ocurrir lo mismo con los hechos narrados por el Evangelio y toda la Biblia, se frustra y siente impotente y disminuido, optando por lo más cómodo: rechazar a Dios, a Jesús y lo sobrenatural.
Digámoslo de una vez: el cristiano bíblico no vive de mera creencia, sino de convicción, hija de la experiencia. En rigor, cualquier tipo de creencia no está necesariamente fundada en realidades como muchos piensan, y creencias hay incluso en las ciencias naturales; en efecto, la mayoría de creencias de cualquier religión, filosofía y ciencia convencional son nada más eso... creencias. Cosas imaginadas, supersticiones, suposiciones, paradigmas, deseos de que lo que se cree sea verdad. Mas en el cristianismo bíblico los cristianos no vivimos de solo creencias, sino, ante todo, de convicciones, surgidas de una relación transformadora con el resucitado Cristo histórico que nos cambió la vida y aún continúa haciéndolo. Eso -aunque subjetivo- es irrefutable, predecible, replicable, cuantificable y demostrable aquí, en la China o en cualquier otro planeta, como digo en El origen del sufrimiento...
Los nacidos de nuevo sabemos -no solo creemos- que Jesús de Nazaret es Quien dice ser en la Biblia por las incontables manifestaciones de su amor y poder en nuestra vida. Ya lo manifestamos, el cristianismo bíblico es una religión histórica y empírica que descansa sobre hechos históricos ocurridos en tiempo y espacio reales, no en suposiciones, creencias, símbolos, supersticiones, mitos, leyendas. Asimismo, la fe del cristiano está cimentada en hechos empíricos (experiencias) que casi a diario tiene con ese Jesús que murió pero que también resucitó y todavía en el siglo XXI cambia vidas, pues su “negocio” es transformar vidas para el bien de la persona y de los que afecte con su testimonio.
Supongamos que al final de los tiempos (“si es que hay algún final de los tiempos”, dirá el incrédulo) o de nuestra vida descubrimos que la fe en Jesucristo y en la Biblia era falsa; una religión más inventada por personas desesperadas por encontrar salida a sus frustraciones y terreno fértil para sus esperanzas. Si se diera, los cristianos no hemos perdido nada. Pero, ¿qué sucederá si al “final de los tiempos” (así llama la Biblia la segunda venida de Cristo en San Mateo 24: 3. El apóstol Pedro la define como “Día del Señor” en 2da San Pedro 3: 10. San Juan en Apocalipsis 20: 11-15 la describe como “el juicio ante el gran Trono Blanco”) comprobamos que Jesucristo es Dios hecho Hombre y el único Camino al cielo y que los 66 libros que forman la Biblia es su eterna Palabra? Pregunto: ¿dónde irán a parar los que niegan y rechazan esas verdades? Estarán en serios problemas. (Desde este lado de la problemática es cómodo decir: “correré el riesgo” o “no hay ningún final de nada, pues el mundo acaba para el que muere”. Yo diría que correr tal riesgo por mucho tiempo es insensatez ya que está en juego mi destino eterno)
Antes de que se piense que dudo del Señor Jesús y de mi fe en Él, aclaro que no tengo duda alguna al respecto; pongo el ejemplo para que veamos que el creyente en Cristo está en mejor posición existencial que cualquier otro ser humano, mas ello no debe ser motivo de arrogancia y sectarismo, sino de tener amor y misericordia de aquel que todavía no ha tenido una experiencia transformadora con el histórico Cristo resucitado. “Dios es amor”, asevera san Juan en 1ra San Juan 4: 16. “Si no tengo amor, nada soy, y si lo que hago lo hago sin amor, de nada me sirve”, escribe san Pablo (1ra Corintios 13: 2, 3)


¿Qué es fe?


En primer lugar, veamos en cuántas ocasiones está registrada la palabra fe en las sagradas Escrituras judeocristianas. El vocablo fe aparece trescientas dieciocho (318) veces en los 66 libros de la Biblia. Solo en tres (3) ocasiones, en el Antiguo Testamento. Trescientas quince (315) veces, en el Nuevo. Pero en el Antiguo Pacto (Antiguo Testamento) hallamos otras voces sinónimas de la palabra fe.
Ahora consideremos la diferencia entre fe y religión, puesto que una cosa es fe y otra es religión. El término fe en los evangelios viene del griego pistis, que en primer lugar significa persuasión, convicción (no mera creencia) fundamentada en el sentido del oído. “La fe [pistis] viene del oír [gr. akouo]; y el oír el mensaje de la palabra de Dios [o de Cristo]”. (Romanos 10: 17) Esto es, la fe viene a mi vida por oír el Evangelio de Jesús; la Palabra de Dios. (Es obvio que desde que fue escrito el Nuevo Testamento la fe también viene a mí y mi espíritu se alimenta por leer [gr. anaginosko] yo la Palabra de Dios) La fe no viene por lo que veo, puesto que la vida cristiana no se cimienta en el sentido de la vista, sino en la fe que viene por medio del oír (y leer) los hechos reales del Evangelio. (2da Corintios 5: 7) Claro, luego de convertido, los milagros y prodigios que vea o haga Dios por medio de mí u otro cristiano aumentan mi fe. La fortalecen.
Vez tras vez vemos en los evangelios que los enfermos buscan a Jesús por haber oído los testimonios de los que habían sido sanados por Él o de los que le habían visto obrar milagros y prodigios. “Cuando oyó hablar de Jesús”, la mujer de flujo de sangre “se acercó por detrás entre la multitud y tocó el manto” de Jesús. (San Marcos 5: 27) Por el sinnúmero de testimonios oídos, esta mujer estaba convencida de que con tan solo tocar el manto de Jesús sería sanada. Lo logró pues su enfermedad desapareció apenas tocó el borde del manto de Jesús con fe.
Al oír el ciego Bartimeo que Jesús pasaba por el camino donde él estaba mendigando, “comenzó a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí”. (San Marcos 10: 46-48) Él también tenía la convicción de que si Jesús había sanado a muchos otros podía hacerlo por él. No se equivocó.
“Mientras [Jesús y Sus seguidores] recorrían toda la tierra de alrededor, comenzaron a traer de todas partes enfermos en camillas a donde oían que estaba [Jesús]. Y dondequiera que entraba, ya fuera en aldeas, en ciudades o en campos, ponían en las calles a los que estaban enfermos y le rogaban que los dejara tocar siquiera el borde de su manto; y todos los que lo tocaban quedaban sanos”. (San Marcos 6. 55, 56)
Como vemos, Jesús era famoso por los múltiples milagros que hacía. El Señor Jesús no buscaba la fama como solemos hacer nosotros. A Él la fama lo seguía por lo grande que era, por Su personalidad y amor al prójimo. Era muy difícil que entrara a algún lugar y pasara inadvertido. (San Marcos 7: 24) Y la fe de mucha gente nacía y se desarrollaba por oír los testimonios y anécdotas de aquellos sanados por Jesús y relacionados con Él. .
En cuanto a los curados por tocar el borde del mando del Señor Jesús, debo señalar que en el libro de Los Hechos de los Apóstoles vemos que “Dios hacía milagros extraordinarios por manos de Pablo, de tal manera que aun aplicaban a los enfermos los paños o delantales que habían estado en contacto con su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían”. (Hechos 19: 11, 12)
Aun cuando Hechos 5: 15 insinúa que la sombra de Pedro sanaba, el peligro de los milagros y prodigios hechos a través de paños, delantales, el borde del manto y la sombra es que se prestan para que estafadores engañen a los incautos con el lucrativo negocio de vender trapitos, flores, arena, piedras, agua y otros artículos que supuestamente hacen milagros o son traídos de tierra santa; cayendo en fetichismo, adulterando el Evangelio neotestamentario y olvidando que quien sana es Dios.
Sigamos con el análisis de la fe. En el Nuevo Pacto (Evangelio), el término fe se utiliza siempre relacionado con fe en Dios (Padre), en Jesús (Hijo) o en lo connotado con ellos, nunca con otras personas, personajes bíblicos o lo que tenga que ver con estos. La adulteración del vocablo fe surge después con la aparición de herejes, apostatas y anatemas, expandiéndose mucho más tarde con la proclamación del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, que más que bendición fue maldición para la Iglesia, pues a partir de ese momento todo era “fe”, todos eran “cristianos” y se introdujo mucho paganismo en el Cuerpo de creyentes nacidos de nuevo por acción del Espíritu Santo. Hoy, palabras bíblicas con profundo y sustancial contenido evangélico (del Evangelio) como nuevo nacimiento, conversión, bautismo, justificación... no significan nada para los miembros de ciertas iglesias autodenominadas cristianas. Su esencia evangélica se ha diluido entre tradiciones que colisionan contra el Evangelio y mandamientos de hombres contrarios al espíritu de los mandatos del resucitado Cristo histórico. Además, la Iglesia o Cuerpo de cristianos siempre ha crecido en la persecución; la comodidad y el poder le han sido fatales. Nunca los cristianos hemos sido mayoría. Como tampoco lo han sido escépticos, agnósticos y ateos.
La expresión fe, según el diccionario bíblico de W. E. Vine, se usa en el Nuevo Testamento como (a) Confianza, p. e., en Romanos 3: 25; 1ra Corintios 2: 5; 15: 14, 17; 2da Corintios 1: 24; Gálatas 3: 23; (b) fiabilidad o fidelidad, p. e., en San Mateo 23: 23; Gálatas 5: 22; Tito 2: 10; (c) por metonimia o “aquello que es creído, el contenido de la fe”, p. e., en Hechos 6: 7; 14: 22; (ch) como una base para la fe, una certeza o convicción, p. e., en Hechos 17: 31; y (d) una prueba o “prenda de fidelidad”, “la fe empeñada”, p. e., en 1ra Timoteo 5: 12. (1) (Usado con permiso)
El vocablo religión viene de dos términos griegos, a saber: threskeia y deisidaimonia. El primero está relacionado con el aspecto externo de la persona; es lo más visible en el religioso. Y el otro denota, primero, “temor a los dioses” o a la divinidad pagana o demonios. Nótese el paganismo presente en la definición deisidaimonia y en la misma palabra. Cabe expresar que la Biblia enseña que quien adora, invoca u ofrece sacrificio o culto a otro (a) -camuflado de veneración- que no sea Dios o su Hijo Cristo Jesús, lo hace a los demonios. (Levítico 17: 7; Deuteronomio 32: 17; 2do Crónicas 11: 15; Salmos 106: 37; 1ra Corintios 10: 20) (Basado en esta revolucionaria verdad es claro notar la existencia de muchísimo paganismo y culto a Lucifer y sus demonios en algunas religiones autodenominadas cristianas. Lo más triste es que sus líderes religiosos no se atrevan a predicar la verdad a sus ovejas o feligreses por miedo a la excomunión y/o persecución. Y otros líderes religiosos o pensadores seculares no tienen el amor, tacto y sabiduría suficientes para decir las cosas de manera correcta. Las polarizaciones son dañinas)
El término religioso tiene tres acepciones en el griego koiné del Nuevo Testamento: deisidaimon, threskos y eulabes. La primera acepción (de la misma raíz de la ya nombrada deisidaimonia) significa supersticioso. Concepción que tienen algunos del humano religioso y que cuenta con su tinte de verdad; mas en modo alguno denota que todos los religiosos sean supersticiosos o que el cristianismo esté asentado en supersticiones. La primera premisa no hace cierta la conclusión si la segunda premisa es falsa. “Superstición” llama el ignorante a su ignorancia. Y la ignorancia es insolente. Supersticioso también es aquel que da extremado valor a las ciencias naturales, convirtiéndolas en su fetiche.
La segunda definición tiene que ver con el aspecto externo del servicio a Dios, y está conectada con el vocablo threskeia ya examinado. El tercero, quiere decir piadoso (eusebeia), devoto a Dios. (2)
Por último, la expresión religión está relacionada con el término religar, que en latín es religare, y significa volver a atar, unir. Intenta reunir con Dios. Del intento al hecho hay mucho trecho. Es decir, que intente “reunir” con Dios a que lo logre, son dos cosas muy distintas. Más adelante analizaremos que ninguna religión -incluida la cristiana- puede “reunirnos” con Dios; esa labor es exclusiva del Señor Jesucristo, Dios hecho Hombre. Y el Señor Jesús llega a nuestras vidas por medio del Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad. En otros términos, al resucitado Cristo histórico nos lleva únicamente el Espíritu Santo. (San Juan 14: 23, 26; 16: 7, 13-15)
Temo que algunos sujetos están tan prejuiciados en cuanto a Dios, Jesús, la Biblia y la fe que tienen la creencia “progresista” de que “fe significa no querer saber la verdad”, como aseguraba Nietzsche. Tampoco fe es “la gran excusa para evadir la necesidad de pensar y juzgar las pruebas”, como asegura Richard Dawkins. En Root of All Evil (Raíz de todo mal), Dawkins arremete nuevamente contra la fe y afirma que “fe es aceptar una idea sin dudar; sin pensar y sin cuestionarla”. ¿De dónde carrizo sacó Dawkins semejante absurdo? El editor escéptico Michael Shermer se mofa de la fe y asevera que “el punto de la fe es creer sin importar la evidencia, lo cual es la antítesis de la ciencia”.
El filósofo ateo Richard Robinson cree que “la fe cristiana no es solo creer que hay un dios. Es creer que hay un dios, sin importar cuál sea la evidencia de la pregunta. ‘Tenga fe’, en el sentido cristiano significa: ‘Crea que hay un Dios sin hacer caso de la evidencia’”.
Existe una constante en la mayoría de los críticos de la fe: ignoran que la “fe ciega” es ajena a la Biblia en general y al Nuevo Testamento en particular. Una de tres: o Robinson ignora los descubrimientos más recientes en cosmología, astronomía, astrofísica y otras ciencias naturales que apuntan a la existencia del Creador en el origen del universo; es omnisciente o es un mamagallista que nos está tomando el pelo. La presunción y soberbia de Robinson en cuanto a la supuesta inexistencia de Dios es reprochable, pues carece de base científica, histórica y empírica. Recuérdese que John W. Montgomery afirma que quien haga este tipo de afirmaciones a estas alturas de las ciencias naturales y de la física de Einstein es filosófica y científicamente irresponsable.
Alguien más intentó definir fe y esto es lo que cree: “La fe [se nutre] de esperanzas e hipotéticas revelaciones”. ¡Se nota que no entiende o ignora lo que es fe! La verdadera fe no se nutre ni de esperanzas ni de supuestas revelaciones. El autor de la cita confunde fe con esperanza, y su presunción le engaña diciéndole que las revelaciones y los hechos ocurridos en tiempo y espacio reales -sobre los cuales transita la fe bíblica- son “hipotéticos”. Ya he dicho que para hacer afirmaciones tan radicales y dogmáticas toca ser una de dos cosas: omnisapiente o un majadero. El racionalismo y cientificismo empleados por los personajes citados no son ciencias, son adulteraciones de las disciplinas que dicen representar. Dichas definiciones son un insulto a la fe del cristiano y un atropello a la inteligencia de las gentes que algo conocen de fe aunque no sean nacidos de nuevo.
Por el respeto que merecen los excelentes filósofos, científicos naturalistas y editores, creo que quien no quería saber la verdad en cuanto a Dios era el filósofo alemán. Quien no quiere pensar y ver más allá de sus narices ni examinar las pruebas contra el mito evolución es Dawkins, pues tiene fe ciega en la creencia evolución, que contiene poca ciencia, pero sí grandes dosis de filosofía. Desgraciadamente, debo reconocer que la segunda definición de Dawkins es lo que muchos -incrédulos y creyentes- entienden por “fe”.
Las definiciones “fe” dadas por Shermer y Robinson encajan perfectamente en los campos evolutivos, pues -como dicen muchos científicos naturalistas- los evolucionistas creen en el mito aun con muchas evidencias en contra; asimismo, la evolución sí es la antítesis de las ciencias naturales. Es “ni más ni menos el mayor mito cognitivo” de los tiempos modernos, asegura el genetista Michael Denton en Evolución: una teoría en crisis.
Quien se nutre de esperanzas y supuestas revelaciones de sus verdades es aquel que cree entenderlo y explicarlo todo y aspira poder aplicar racionalismo y cientificismo a cualquier conjunto de verdad. Y cuando no lo logra se frustra y siente disminuido, porque su minúsculo cerebro no puede entender ni explicar lo que es imposible que quepa en su cabeza y en el laboratorio.
A. Lunn en una jocosa parodia escribió sobre la fe ciega de los evolucionistas: “Es, pues, la fe la sustancia de los fósiles que se esperan, la demostración de los eslabones que no se ven”, porque no existe ni lo uno ni lo otro.
El caso de Nietzsche es comprensible (pero no justificable para un adulto), puesto que un niño abandonado afectivamente, reprimido, descalificado y abusado crece con la idea de que Dios es un padre tirano que disfruta hacer sufrir a sus hijos. El filósofo fue criado en severa religiosidad y a los cuatro años perdió a su padre. En semejantes circunstancias cualquiera se vuelve ateo. No se justifica, repito, pero influye mucho. (Alguien ha escrito que debemos volver al pensamiento de Nietzsche. Rescatando lo poco bueno que pueda tener el pensamiento del filósofo germano, ¡Dios nos libre de su relativismo, ceguera espiritual en cuanto al cristianismo; pesimismo, radicalismo, resentimiento, amargura y demencia!)
“Dios ha muerto”, escribió Nietzsche en Así habló Zaratustra (1883), evocando al personaje persa del siglo VI a. C. Léase bien: es usual que detrás de teorías, filosofías e ideologías y creencias escépticas, agnósticas, ateas y anárquicas haya un humano con una infancia, niñez o adolescencia atribulada. (Es ingenuo esperar que alguien tenga la suficiente honestidad para reconocerlo) En efecto, estudios pertinentes han revelado que la mayor parte de ateos más famosos del pasado y el presente (Bertrand Russell, Sartre, Nietzsche, Camus, Freud, Madalyn Murray O’Hair, Marx, Richard Dawkins...) tuvieron mala relación con sus figuras parentales; esto es, relaciones tensas y conflictivas con sus padres. O sus papás escépticos, agnósticos o ateos les envenenaron el juicio contra Dios, la fe, la Biblia y Jesús. ¿Hasta cuándo van a seguir negándolo los ateos modernos? Es raro que tales personajes admitan su esclavitud a los resentimientos, prejuicios, supuestos y dogmas de sus viejos incrédulos y maldicientes.
Aunque el ambiente del niño no determina sus acciones, sí le afecta en gran manera. Algunos biógrafos de Darwin creen que duró veinte años en publicar su teoría de la evolución por temor a su generación religiosa pero sobre todo a su padre, un médico religioso. Finalmente se impuso, consideran los biógrafos, el resentimiento entremezclado con admiración que sentía Darwin por su padre. Por obtener el poder, diría la sicología. Por lo visto, había un conflicto de voluntades entre Darwin y su padre, como suele haber entre padres sobreprotectores y dominantes y sus hijos.
Pues bien, Dios no está muerto ni fe es lo que señalan el filósofo, el biólogo, el comunicador y otros. Ello podrá ser cualquier cosa, menos fe. Fe no es cometer suicidio intelectual. Fe no es dejar de pensar yo. Eso no es fe, sino tontería, fanatismo. (Debo aclarar que habrá cuestiones que no entenderé por la finitud de la razón y la infinitud de Dios; y tocará aceptarlas no con fe ciega [la fe bíblica nunca es ciega; la “fe” en la teoría de la evolución sí es ciega e irracional], sino porque tengo la convicción -certeza- de que Dios no miente y sabe lo que hace; tal cual hizo María ante el anuncio del nacimiento virginal de Jesús. Ojo, si rechazo algo so pretexto de que “no lo entiendo”, “es inexplicable” o es “metafísica pura” es tan insensato como aceptarlo todo sin usar el cerebro) Fe no es un salto al vacío y sin paracaídas.
Bueno, después de todo, ¿qué dice la Biblia que es fe? Te aseguro que no señala los disparates antes citados y otros que pululan por ahí. Según la traducción Reina-Valera, 1960, tal vez la traducción más popular en español, Fe es “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. (Hebreos 11: 1) No perdamos de vista que la fe bíblica gira en torno a la certeza y la convicción en hechos ocurridos en un espacio y tiempo reales.
Permíteme compartir contigo lo que expresa literalmente ese pasaje en el original griego, tal como aparece en el Nuevo Testamento Interlineal griego-español, de Francisco La Cueva, Editorial Clie: “Y es (la) fe, de lo que se espera base segura, de realidades prueba convincente que no se ven”.
Ello significa que la fe es base inamovible de lo que espero por ser real; la fe también es la prueba convincente (convicción) de las cosas que no veo con los ojos físicos, mas existen. La fe, amigo, descansa y se alimenta de hechos comprobables -no de “esperanzas e hipotéticas revelaciones”-, y las evidencias están a disposición de quien tenga dudas honestas, no supuestos, prejuicios y resentimientos. Esos hechos no admiten probabilidades de que sean o no sean porque son. Pueden ser cuestionados pero jamás rebatidos; son irrefutables. No hay argumento, palabrería, alharaca, racionalismo, cientificismo ni filosofía suficientes para rebatir los hechos reales que narra la Biblia. No digo que no se investiguen. Hablo de su irrebatibilidad. Dejemos algo claro: quien haga declaraciones presuntuosas sobre la supuesta refutación de los hechos del Evangelio -tal cual aparecen en el Nuevo Testamento- y las conversiones al resucitado Cristo histórico, simple y llanamente está soñando. La vida es sueño porque “soñar no cuesta nada”, escribió Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) en su famosa obra de teatro. Y, “si no te quieres caer, ten cuidado en qué lugar de la cama te duermes, mi pequeño Saltamontes, porque te puedes caer”, diría el maestro al discípulo.
La traducción Reina-Valera Actualizada, 1989, de la Editorial Mundo Hispano, traduce Hebreos 11: 1 de la siguiente manera: “Fe es la constancia de las cosas que se esperan y la comprobación de los hechos que no se ven”. Nótese la certeza o realidad alrededor de la cual gira la fe. La fe de la cual habla la Biblia y el cristianismo está fundada en hechos reales.
Dios habla hoy, popular por su claro lenguaje, traducción de las Sociedades Bíblicas Unidas, traduce Hebreos 11: 1 de este modo: “Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos”. La “plena seguridad” es debida a que sé que recibiré lo que pedí. Más, ya lo he recibido pues lo solicitado es real, no mero deseo o fantasía mía.
La Nueva Versión Internacional (NVI), de la Sociedad Bíblica internacional, traduce que “la fe es tener la seguridad de lo que esperamos y la certeza de lo que no vemos”. Conforme a esta traducción, fe es la certidumbre de lo que aguardamos y de lo que no podemos ver.
Aunque no es una traducción, la paráfrasis Biblia al Día, de la Living Bibles International, dice: “¿Qué es fe? Fe es la plena certeza de que lo que esperamos ha de llegar. Es el convencimiento absoluto de que hemos de alcanzar lo que ni siquiera vislumbramos”.
Aun una traducción amañada como la de los Testigos de Jehová “traduce” en su Traducción del Nuevo Mundo de las Sagradas Escrituras, de Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc., and International Bible Students Association Brooklyn, New York, U. S. A., de la siguiente manera: “Fe es la expectativa segura de cosas esperadas, la demostración evidente de realidades aunque no se contemplan”.
En mi opinión, la Biblia Nácar-Colunga es la mejor entre las versiones católicas, y traduce Hebreos 11: 1 de esta manera: “Ahora bien: es la fe la garantía de lo que se espera, la prueba de las cosas que no se ven”. La fe, conforme a esta traducción, es seguridad de lo que espero y la evidencia de lo invisible.
Otra versión católica es la Biblia Latinoamérica, y traduce: “La fe es aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver”. Me aferro a lo que espero por tener la seguridad de su realidad.
La Biblia de Jerusalén, traducción católica, de Desclée de Brouwer, S. A., traduce Hebreos 11: 1: “La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven”. Fe es garantía al cien por ciento de que lo que espero ya es mío; pues aunque no lo vea es real.
El Nuevo Testamento de Ediciones Paulinas de la Editorial Verbo Divino, otra versión católica, traduce de la siguiente manera: “La fe es la manera de tener lo que esperamos, el medio para conocer lo que no vemos”.
Quizá la más famosa y popular de las traducciones en lengua inglesa sea la King James, de The National Publishing Company Philadelphia, PA., y traduce Hebreos 11: 1: “[…] Faith is the substance of things hoped for, the evidence of things not seen”. En español sería: “Fe es la sustancia de cosas que se esperan, la evidencia de cosas que no se ven”.
Otra traducción en inglés es la New International Version, de la Holman Bible Publishers, que traduce: “[…] Faith is being sure of what we hope for and certain of what we do not see”. En nuestra lengua es: “Fe es estar seguro de lo que se espera y la certeza de lo que no vemos”.
El New American Standard New Testament, también de Holman Bible Publishers, traduce: “[…] Faith is the assurance of things hoped for, the conviction of things not seen”. En nuestro idioma sería: “Fe es la seguridad de cosas que se esperan, la convicción de cosas que no se ven”.
Por otra parte, para Srîla Prabhupâda, fundador del movimiento Krisna, la fe es de tres tipos; manifestados en el plano de la bondad, de la pasión y de la ignorancia. Y lo que determina la naturaleza y posición de la persona (“entidad viviente”) en una de estas modalidades es la relación que tenga con un “maestro espiritual genuino” y si pone en práctica las enseñanzas del Bhagavad-gîtâ (libro sagrado Krisna) y lo aprendido del maestro. Temo que no pocos cristianos han fundado su fe en la pasión del momento o en lo emotivo, olvidando la misericordia; mientras que escépticos, agnósticos y ateos han hecho lo propio en la ignorancia.
Pues bien, cualquier traducción fiel a los originales que leamos de la Biblia, sin importar el idioma ni la corriente religiosa, dice lo mismo con otras palabras, tal cual traduce la Biblia Reina-Valera, 1977, de la editorial Clie, que he utilizado desde 1979: “[...] Fe es la firme seguridad [base de sustentación] de las realidades que se esperan, la prueba convincente de lo que no se ve”.
¿De dónde rayos se originó el desatino de que la fe es ciega? ¿Que es un suicidio intelectual? ¿O que “[se nutre] de esperanzas e hipotéticas revelaciones”? Una de dos: lo inventó un cristiano que malinterpretó la definición de fe por desconocer las Escrituras, o es una mofa de un incrédulo a la fe de los cristianos. Pienso que los dos bandos son responsables de tal tergiversación de término. William James lo dijo muy bien: “No hay mayor mentira que la verdad mal entendida”.
El pensamiento Krisna cree que “la fe ciega en una determinada modalidad de la naturaleza no puede ayudar a una persona a elevarse hasta la etapa de la perfección. Uno tiene que considerar las cosas cuidadosamente, con inteligencia, en compañía de un maestro espiritual genuino. De ese modo, uno puede cambiar su posición e ir a una modalidad superior de la naturaleza”. (3) (Las cursivas son añadidas) ¿Qué tal? Coincido bastante con esa declaración. Difiero en lo que ellos llaman “un maestro espiritual genuino”, pues para una guía espiritual completa no hay como el cristiano nacido de nuevo discipulado y comprometido con Jesús y Su Iglesia.
La fe tal cual aparece en el Nuevo Testamento no es ciega ni un suicidio intelectual ni está fundada sobre suposiciones o deseos mentales. La fe es pragmática y muy consciente de lo que cree, pues sabe (por saber tiene la convicción) que lo que espera es real, aunque no lo vea. Es cierto que la fe trasciende la razón, mas no van contra ella. Una cosa es que traspase los límites del razonamiento humano y otra muy diferente es que vaya contra él.
Decía que una fe verdadera -la fe bíblica- siempre está consciente de lo que cree. Dios no nos pide ser kamikazes intelectuales ni que cometamos harakiri. (Para nuestro ejemplo, sería destortillarse la mente, en lugar del vientre) Por ser seres finitos y con muchas limitaciones, habrá cosas que no entendamos de un Dios infinito y es normal que venga la duda, pero Dios nos demanda que confiemos en Él; no que cometamos suicidio intelectual. Jesús expresa: “Conocerás la verdad [no dijo “ignorarás”] y la verdad te hará libre. “Si ignoras la verdad del Evangelio, seguirás siendo esclavo”, asevera Jesús. Cuando me convertí a Jesús no me lavaron el cerebro ni dejé de pensar Al contrario, mi espíritu revivió, mi alma fue vigorizada, mi entendimiento se despejó y mi rostro fue hermoseado con el gozo de la salvación.
En el plano natural, conocer la verdad contribuye a la libertad mental y emocional. En el pasado el conocimiento de la verdad libertó a las naciones, a los negros, al indígena y otras razas. Mas en el ámbito espiritual -del cual habla Jesús en el pasaje citado- la verdad espiritual nos hace libres de cadenas espirituales y emocionales.
La fe y el conocimiento de los creyentes cofundadores de la Iglesia (apóstoles y demás discípulos) estaban sustentados por lo que vieron, oyeron, tocaron y experimentaron al convivir con el resucitado Cristo histórico tres años y medio. Israel había sido conquistado por Roma. Los judíos -incluyendo a los discípulos y apóstoles de Jesús- veían cómo era hollado su pueblo. Y lo que más querían y esperaban de Jesús era que Él fuera el Mesías que libertara a su pueblo del yugo romano. Tan profundo era el deseo, que poco antes de ascender Jesús al Cielo, después de resucitar, le preguntaron: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”. (Hechos 1:6)
De algo estoy segurísimo por conocer algo de la conducta humana; si los seguidores de Jesús no hubieran visto milagros y prodigios portentosos e irrefutables realizados por Jesús durante el tiempo que estuvo con ellos, ni lo hubiesen visto vivo y tocado durante cuarenta días después de resucitar, ninguno hubiera estado dispuesto a desafiar a los líderes religiosos de su pueblo ni al Imperio romano, hasta el punto de morir por Jesús. (Judas, a pesar de lo que digan ciertos “expertos” que aseguran fue malinterpretado, es el prototipo del sujeto que no cree a pesar de lo que ve [por deshonestidad intelectual]; que teme examinarlo a conciencia por condicionamiento y retorcidos intereses que pueden más que los hechos acordes con la verdad, pues también él vio y experimentó milagros y maravillas procedentes de las manos de Jesús)
Si leemos detenidamente las epístolas de los apóstoles, nos damos cuenta que usan constantemente términos como “sabemos”, “conocemos”. En el griego neotestamentario, los vocablos utilizados por ellos son: ginosko, epiginosko, oida, etc., que denotan un conocimiento empírico nacido de una relación o revelación personal del resucitado Cristo histórico a personas que vieron, tocaron y comieron con el Hijo de Dios a lo largo de los 40 días en los cuales se les presento vivo “con muchas pruebas indubitables”, como escribe san Lucas. En otras palabras, la fe que vino a los apóstoles al oír la predicación del Evangelio (inédito aún) y las enseñanzas de Jesús por boca del mismo Cristo cambiaron al conocimiento personal de que Jesús es el Hijo de Dios encarnado. A ello se debe que los escritores del Nuevo Testamento hablen con tanta propiedad sobre Cristo y Su obra en la cruz romana.
En una de las primeras apariciones del Cristo resucitado en un cuerpo de carne y hueso glorificado (no me preguntes cómo es un cuerpo de carne y hueso glorificado, pues no lo sé. Solo sé que es tangible y atraviesa paredes. No cometeré la estupidez de negarlo y decir que no es posible por no entenderlo y porque “viola” leyes físicas. Además, expresamos que no vivimos en la física de los absolutos de Newton, y el universo está abierto a todas las posibilidades. ¡Qué bueno que Dios no sea humano!), Tomás no estaba con los apóstoles, y ellos le dijeron: “Hemos visto al Señor”. Él respondió: “Si no veo en sus manos [muñecas] la señal de los clavos, y meto mi dedo en su costado, no creeré de ningún modo”. Me alegro de que esto sucediera porque muchos nos identificamos con Tomás al pedir evidencias reales para sustentar nuestras convicciones y no tener meras creencias. Y Jesús nos responde, como le dijo a Tomás ocho días después de su veredicto de escepticismo e incredulidad: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos [muñecas]; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Y entonces Tomás respondió y le dijo: ‘¡Señor mío, y Dios mío!’. Jesús le dijo: ‘Porque me has visto Tomás, has creído; bienaventurados lo que no vieron, y creyeron’”. ( San Juan 20: 24-29)
Ahora bien, después de los apóstoles y discípulos todos los cristianos hemos recibido por medio del oído (de ahí viene el vocablo “fe”, dice san Pablo) y la vista (a través de la lectura del Evangelio) lo que ellos ayer y las escrituras del Nuevo Testamento hoy testifican de Jesús. Es cierto, solo ellos vieron y tocaron a Jesús, antes, durante y después de resucitar.
En tiempos modernos, casi nadie ha tenido semejante privilegio. (Sé de hermanos en la fe que testifican haber visto a Jesús: lo creo) A lo que quiero llegar es que la fe hoy en el Cristo resucitado y triunfante sobre la cruz romana es sustentada por esos hechos que vivieron los apóstoles y más de quinientos hermanos a los cuales se les apareció el Señor Jesucristo vivo después de resucitar. Ellos vieron y creyeron. Nosotros no hemos visto nada, pero hemos creído gracias a la fe que vino a nuestra vida al oír y leer la Palabra del Señor. De las palabras de Jesús a Tomás se desprende que nosotros somos más bienaventurados que los apóstoles, incluido Tomas, pues ellos para creer tuvieron que ver. Y nosotros hemos creído en el resucitado Cristo histórico sin haberlo visto. Eso es fe. Y a medida que nos relacionamos más y mejor con el Señor Jesús (oyendo y leyendo Su Palabra) nuestra fe crece, se robustece y madura, hasta transformarse en una gloriosa convicción y estilo de vida. ¿Quién nos separará del amor de Dios que es en Cristo Jesús, nuestro Señor y Salvador? ¡Nada ni nadie!
Los hechos presenciados por los apóstoles no son invenciones de ellos ni de los quinientos testigos oculares ni son supuestas revelaciones ni ellos eran tan ignorantes que malinterpretaron a Jesús. Nadie está dispuesto a dar su vida por una mentira, mas sí ofrendamos la vida -como hicieron ellos- por algo que creemos o sabemos que es verdad. Entiéndase bien, los autores del Evangelio y otros escritores religiosos registran que luego de ver a Jesús resucitado y haber compartido con Él a lo largo de 40 días los discípulos y apóstoles de Jesús dieron su vida por lo que habían oído, visto, tocado y vivido con el Hijo de Dios. Por esas experiencias de vida junto a Cristo Jesús sus apóstoles y discípulos sabían que Él era y es el Camino, la Verdad y la Vida. (¿Quién no?) Los que aseguran hoy que esos hechos ocurridos en tiempo y espacio reales son fábulas, leyendas, mitología y tergiversación por parte de los testigos oculares son los filósofos, eruditos y teólogos modernos (muchos con máscara y bata de científicos) que no han visto nada, viven a miles de kilómetros de distancia de los lugares de los hechos y a más de dos mil años de lo acaecido, y no investigan con honestidad intelectual. ¡Qué cómodo resulta negar o rechazar algo antes de investigarlo con seriedad! ¿Es eso científico? ¿Es ser fiel a la Historia? ¿Es ese un erudito a carta cabal? ¿O serán deseos de protagonismo y amor a Mamón? Bien dice san Pablo que Dios ha convertido la sabiduría del mundo en necedad. Muchos de los oponentes del Evangelio no son ni historiadores ni científicos, son majaderos resentidos que buscan fama y dinero usando a Jesús y al Evangelio como caballitos de batalla. De lo contrario, morirían en el más oscuro anonimato. Por otro lado, ciertos eruditos y teólogos solo aman la gloria del mundo y no se atreven a pagar el precio de seguir al Señor Jesús.
San Juan, uno de los apóstoles que vio, tocó y vivió con Jesús tres años y medio escribió: “[...] Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos [...] eso les anunciamos también [...] Porque la vida fue manifestada y la hemos visto [...]”. (1ra. San Juan 1: 1-3) Algunos “expertos” y sabiondos creen que los discípulos de Jesús eran tan ignorantes que no supieron transmitir lo vivido, o transmitieron la verdad como la entendieron, tratando hacernos creer que tener pocos estudios es sinónimo de estupidez. Ignoran que entre los seguidores de Jesús había gente muy intelectual capaz de elevarse a alturas teológicas y sumergirse en honduras filosóficas. Sócrates dijo que “la verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia”.
Me gusta en demasía San Marcos 11: 23, 24 porque allí ilustra y explica Jesús qué es fe. Afirma el Maestro: “En verdad les digo que cualquiera que le diga a este monte: ‘Quítate de ahí y arrójate al mar’; y no dude en su corazón, sino que crea que lo que está hablando sucede, lo tendrá [literal: será para él] Por eso les digo que todo cuanto rueguen y pidan, crean que lo están recibiendo [Literal: recibieron] y lo tendrán” [Literal: será para ustedes]. Fe es creer sin duda alguna que lo que estoy pidiendo sucederá apenas termine de decirlo; más, que empieza a suceder y ya es mío antes de que termine de orar. Fe es creer que lo que estoy rogando y pidiendo a Dios lo estoy recibiendo en ese preciso momento. Eso pensaba la mujer que tocó el borde del manto del Señor. “Si toco tan solo su manto, seré sana” (San Marcos 5: 28) Lo tocó, y fue sanada de una vez. (Versículo 29)
San Marcos 11: 23, 24 y el 5: 28 hablan de una acción (creer por estar convencido; saber por experiencias en oraciones contestadas o por testimonios de otros cristianos) seguida de una reacción inmediata (recibir). Causa y efecto instantáneo. Es decir, es de puro dinamismo. Pero la incredulidad centra su atención en las palabras mal entendidas “y lo tendrá”. Pensamos que la fe actúa en el futuro. ¡No! La fe opera en el presente activo: “crean que lo están recibiendo”, y si lo creo, lo tendré de una vez, aunque para mí se manifieste después, pero ya en el cielo ha sido dado, ejecutado, desatado. (San Mateo 18: 18)
El hijo de un noble estaba enfermo en Capernaúm. Este hombre oyó hablar de Jesús y de los milagros que hacía. Fue a Él y le rogaba que fuese a su casa y sanase a su hijo, porque estaba a punto de morir. Jesús le dijo que su hijo vivía, y el hombre se fue a su casa creyendo la palabra de Jesús. Cuando llegaba, sus siervos fueron a recibirle y le dieron la noticia de que su hijo vivía. Él preguntó a qué hora había comenzado a mejorar. Y le dijeron que a la 1 de la tarde, y recordó que esa era la hora en la cual Jesús le había dicho que su hijo vivía. Al ver la sanidad de su hijo, creyó en Jesús él y toda su familia. (San Juan 4: 43-54)
El ángel le dijo a Daniel: “Desde el día que dispusiste tu corazón a entender y humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras [...]”. (Daniel 10: 12) “Dios llama las cosas que no son [no existen para mí] como si fuesen”. (Romanos 4: 17) “Todo es posible para el que cree”. (San Marcos 9: 23) Si creo, todo es posible. Al referirse a la palanca, Arquímedes dijo: “Dame un punto de apoyo y moveré al mundo”. Jesús, al hablar de fe, asegura: “Cree, y todo te será posible”, pues “la fe mueve montañas”.
Ahora bien, he oído a algunos afirmar que hay milagros progresivos, esto es, hechos sobrenaturales salidos del Dedo de Dios que empiezan hoy y se concretan horas o días después. No sé de dónde sacaron tal doctrina, pero al repasar las sanidades hechas por Jesús encontré que los milagros del resucitado Cristo histórico siempre ocurren en el aquí y en el ahora, en mis 24 horas. “En aquella misma hora”, escriben los evangelistas en repetidas ocasiones al hablar de los milagros del Señor Jesús. Pues bien, esos milagros ocurrían de una vez, no días después de la intervención del Maestro. (No olvidemos que hay quienes cometen el error de hacer doctrina de sus experiencias)
San Marcos 7: 31-35; San Lucas 17: 14 y San Juan 9: 6, 7 no hablan de milagros progresivos, sino de cambio de metodología. Jesús hace las cosas diferentes en dichos casos. El hecho es que aunque Hebreos 13: 8 diga que “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos” no significa en lo absoluto que el Señor no cambie de método en algunas ocasiones. Eso lo supo muy bien el profeta Elías.
Únicamente en San Marcos 8: 22-26 se narra que Jesús realizó un milagro progresivo al tocar a un ciego y preguntarle si veía, a lo que responde: “Veo los hombres como árboles, pero veo que andan”. Luego Jesús coloca sus manos otra vez sobre el ciego, “y le hizo que mirara; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos”.
La sanación de Naamán, general sirio, pudiera ser interpretada como progresiva. Pero el versículo no revela si fue progresiva o no. Solo dice que Naamán fue curado después de zambullirse siete veces en el río Jordán. (2do Reyes 5) Es incorrecto hacer doctrina de un solo versículo, de una tradición o mandamientos de hombres. (San Marcos 7: 6-8) Toda enseñanza (gr. dogma) o doctrina deberá contar con varios versículos y pasajes que la respalden para alcanzar tal nivel. No creo que San Marcos 8: 22-26 sea suficiente para enseñar sobre sanidad progresiva. Pero tampoco caeré en la trampa de ser dogmático y presuntuoso señalando que no se dé. Solo hago notar que no he hallado otros pasajes que la apoyen.
Sigamos con otro ejemplo de fe bíblica: Jesucristo está frente a la tumba de su amigo Lázaro, y antes de resucitarlo ora no como lo haríamos nosotros, sino de la siguiente manera: “Padre, gracias te doy por haberme oído [pasado]. Yo sabía [pasado] que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado. Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! [Ojo, Jesús no dijo: “¡Lázaro, resucita!”. Dijo: “¡Lázaro, ven fuera!”. Mientras Jesús oraba, Lázaro era resucitado por la oración de fe de Jesús. Cuando Jesús ordenó “¡Lázaro, ven fuera!”, ya Lázaro estaba resucitado] Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario”. (San Juan 11: 41, 42)
¿Por qué dijo Jesús “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes”? Y no manifestó “¿Padre, te pido que me ayudes a resucitar a Lázaro?”. Sí, es cierto que Jesús tiene una posición exclusiva en la relación con el Padre; nota que no expresó lo que tú o yo diríamos: “Padre, te pido que me uses para resucitar a Lázaro”, o “Padre, por favor, resucita a Lázaro”. No, ya Jesús lo ve y lo da como un hecho. ¡Ve a Lázaro resucitado! Posible es que mientras Jesús oraba ya Lázaro, como digo arriba entre corchetes, era resucitado. Jesús sabe; ve que su oración ya ha sido contestada. Lo ve como un hecho. ¡Eso es fe! Los ojos de la fe (no un capricho o autoengaño) permiten ver lo invisible o inmaterial. (Hebreos 11: 27) Esperar que Dios resucite a Lázaro (futuro) no es fe, sino esperanza. Creer que Dios puede contestar la oración que estoy haciendo no es fe, sino esperanza. La fe en la oración obra sobre la convicción y la certeza, no sobre una suposición, capricho o autoengaño. Marta, la hermana de Lázaro, dijo: “Ya sé que [Lázaro] resucitará [futuro] en la resurrección, en el último día”. (Versículo 24) Ella afirmó la certeza de que su hermano resucitaría en el futuro, no en el presente; en ese mismo momento. Eso no es fe, sino esperanza.
El problema humano es que en lugar de ver a Dios y lo que puede hacer por ser infinito y todopoderoso ve el obstáculo que está delante. Cuando aprenda a ver a Dios en vez de las aguas y las “inmutables” leyes físicas, podré mover montañas y caminar sobre las aguas como lo hizo Simón Pedro mientras mantuvo su mirada en Jesús. Empezó a hundirse en el momento en que quitó los ojos de Jesús y miró las grandes olas y percibió el viento. (San Mateo 14: 29, 30) Nos cuesta creer que Dios esté sobre las leyes de la naturaleza por la fijación en tales leyes, obstáculos y dificultades; por el panteísmo de creer que Dios y las leyes naturales son la misma cosa o por el racionalismo y cientificismo que nos carcomen.
Tal vez alguien piense que hablar de que Jesús tuviera fe es una herejía o perogrullada por ser Jesús Dios hecho Hombre. Veamos, pues, a ciertos personajes bíblicos que hicieron uso de la herramienta fe: Abraham es llamado “padre de la fe” precisamente porque creyó la promesa divina de darle un hijo aun cuando su cuerpo y el de Sara su esposa naturalmente no fueran capaces de engendrar y concebir. Esto es, Abraham creyó aunque humanamente (¡qué bien que Dios no es humano!) era imposible que él y su mujer tuvieran un hijo. Cuando lo tuvieron, Abraham, creo yo, no dudó en obedecer a Dios tras la extraña orden de ofrecerlo en holocausto, pues su fe estaba más robustecida. (El incrédulo y el sabiondo ignoran que la fe del cristiano se fortalece a medida que su vida espiritual crece a la estatura del Varón perfecto Jesucristo. Sus credos pasan del estadio teórico al práctico. De la simple creencia, a la convicción. Eso solo ocurre en la relación con el Cristo resucitado que ofrece el cristianismo bíblico)
El profeta Elías, siendo un hombre con sentimientos y emociones semejantes a los nuestros, tuvo fe en Dios y creyó que Dios lo respaldaría y no sería avergonzado ante los profetas del ídolo Baal. Por ello se atrevió a convocar al pueblo de Israel y desafiar al rey Acab y a sus idólatras profetas. De tal magnitud era la fe de Elías, que provocó la intervención de Dios al hacer descender fuego del cielo que consumiera la ofrenda preparada por el profeta con el objeto de demostrar que el Dios de la Biblia era (y sigue siendo) el único Dios verdadero. (1ro Reyes 18: 20-40) Con esa misma fe, Elías pidió que no lloviera por tres años y medio; y que luego de pasado ese tiempo cayera la lluvia. Todo sucedió como lo creyó y pidió el profeta. (1ro Reyes 18: 41-46)
Moisés en el desierto, luego de sacar a su pueblo de Egipto donde había sido esclavo por 430 años, se mantuvo como “viendo al Invisible” al ser testigo de los múltiples y portentosos hechos que Dios realizó hasta introducirlos en la tierra que “fluye leche y miel”. Si alguien vio cómo Dios suspendía, violaba o trascendía (como quieras llamarlo) leyes físicas para socorrer a Israel, fue el legislador Moisés. Tal era el trato de Dios con este prohombre que las Escrituras dicen que Dios le hablaba “cara a cara” y le permitió ver las “espaldas de Dios”. Desde luego, esto es simbólico puesto que Dios es Espíritu y los espíritus no se ven, y si fuera posible ver a Dios, ningún ser humano puede ver al Soberano y seguir viviendo, mas Dios tenía un trato especial con Moisés. No por la linda cara del líder hebreo, sino por su fe en el Dios de la Biblia.
Muchos confunden fe (gr. pistis) con esperanza (gr. elpizo). La fe obra en la certeza, en la firme persuasión y convicción; en lo real. Sobre hechos. Actúa de una vez. Mientras que la esperanza, cuando no la tenemos puesta en Dios, no se mueve necesariamente en lo real, sino en las probabilidades; en lo que espero (confío) que sea y ocurra. Es decir, puede que sea o no sea, que venga o no venga. Dios sin lugar a dudas actúa en medio de la fe, pues “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11: 6), pero no es seguro que esté detrás de la esperanza; salvo que la esperanza sea bíblica; esto es, esté cimentada o sustentada en lo que Dios ha prometido en su Palabra la Biblia. En ese caso es bendita esperanza.
La fe proviene de Dios porque es uno de los elementos componentes del Fruto del Espíritu Santo. (Gálatas 5: 22) (La fe no es un “don” como creen muchos porque su iglesia así lo enseña. La fe es uno de los ingredientes de lo que la Biblia llama “Fruto del Espíritu” Santo) La esperanza (esperar, confiar), si no está fundada en las promesas de Dios, es del ser humano. Cuando la esperanza tiene como fundamento la Biblia está acompañada por la fe (Romanos 4: 18), y es de Dios. Si tengo fe, no necesito necesariamente esperanza, puesto que creo y punto. Pero si tengo esperanza, necesito fe porque el que confía debe creer en Quien confió. Para interactuar con Dios necesito fe. Para transaccionar con los seres humanos preciso más esperanza que fe, aunque hay un camino “por excelencia”. Ojo, no digo que no necesite fe, sino que preciso más esperanza. En otras palabras, en el mundo espiritual o sobrenatural necesito más fe que esperanza. En el mundo material o natural preciso más esperanza (confianza) que fe. ¿Por qué se da esto? Porque la fe solo proviene de Dios, mientras que la esperanza puede ser de Dios o del humano. La fe nunca llega tarde, y siempre viene; la esperanza a veces demora, o no llega, y “es tormento del corazón” cuando tarda. (Proverbios 13: 12) “Por la fe [Moisés] abandonó Egipto, no temiendo la cólera del rey; porque se mantuvo firme, como viendo al Invisible”. (Hebreos 11: 27)
Manifestamos que la fe hace posible ver lo invisible. Materializa lo inmaterial. Provee la base segura de las cosas que aún no veo pero existen. Que yo no lo crea es mi problema de incredulidad, pero ello no anula la verdad de que la fe permite ver lo que los ojos naturales no pueden ver. El profeta Eliseo rogó a Dios que abriera los ojos de su criado para que viera que eran más los que estaban con ellos que los enemigos que habían sitiado la ciudad. “Entonces el Señor abrió los ojos del criado, y este vio que el monte estaba lleno de gente [ángeles, seres espirituales] de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo. (2do Reyes 6: 16, 17)
Examinamos que fe tampoco es un salto al vacío, sino pasos firmes y seguros sobre hechos históricos comprobables de que Jesús, el Hijo de Dios, nació de una virgen, vivió entre nosotros, murió, resucitó al tercer día y culminó su magna obra espiritual. Pudiéramos abonar a la definición de fe antes señalada que fe es un salto al vacío con un excelente y perfecto paracaídas desde un avión trimotor (diseñado, fabricado y piloteado por el Padre, Hijo y Espíritu Santo) en perfectas condiciones mecánicas y suficiente combustible. El paracaídas son los irrefutables hechos de que Jesús nació de una virgen, vivió, murió, fue sepultado y resucitó corporalmente al tercer día. Las ciencias naturales y sociales se basan en hechos reales. Pero no todo lo que cree, dice o postula el científico naturalista es ciencia, como equivocadamente se cree. La fe bíblica también está establecida sobre actos; hechos que el fanático racionalista y el cientificista aseguran son difíciles de probar. Difíciles, pero posibles de demostrar. Hemos aseverado que los hechos (actos) pueden ser cuestionados e investigados pero son irrebatibles.
Digamos esto otra vez: así como es posible repetir experimentos en ciencias naturales, la eficacia y beneficio de los hechos narrados por los evangelistas pueden ser retrotraídos y aprovechados por aquel que crea y confíe en lo que hizo Jesús en la cruz de palo. “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta”, dice Jesús. (San Juan 7: 17) En otras palabras, quien quiera saber si Jesús es lo que afirma ser debe venir a Él para descubrir personalmente si lo que asegura sobre Él es cierto o falso. La cuestión es que muchos críticos saben que el mensaje de Cristo es demandante y por ello no están dispuestos a investigar con honestidad intelectual, pero sí a criticar lo que apenas conocen de oídas o someramente. Insisto, la fe en Cristo sí ofrece resultados cuantificables, predecibles y replicables. Pero escépticos, agnósticos y ateos -sin vivenciar nada y sin darle la oportunidad al Cristo resucitado en la vida de ellos- escriben y hablan de lo que ignoran. ¡Qué simplista es rechazar algo sin investigarlo a cabalidad y con honestidad intelectual! ¡Y qué deshonesto es rechazar lo que sé que es cierto, debido a que no cuadra con mis intereses y emociones o porque me enseñaron lo contrario en la universidad! Mi asesor de tesis de periodismo aseveraba: “El periodismo es una cosa en las aulas de clases, pero otra muy distinta en la calle”.
Retomemos la definición de fe dada por Hebreos 11: 1: “Fe es la firme seguridad [certeza; base de sustentación] de las realidades que se esperan, la prueba convincente [convicción, certeza] de lo que no se ve”. En primer lugar, notemos que la fe gira alrededor de dos palabras clave: certeza o “firme seguridad” y convicción o “prueba convincente”. ¡Más claro no puede cantar el gallo!
Matthew Henry en su afamado Comentario afirma que “la fe y la esperanza van juntas” y “las mismas cosas que son objeto de nuestra esperanza son el objeto de nuestra fe”. (4) Cierto, pues ello es dado en el cristiano. Sin embargo, vimos que si tengo fe no necesariamente necesito esperanza, pues creo y listo. La fe actúa en el presente, no en el futuro. La fe del futuro la necesitaré en el futuro. Sin embargo, hoy debo tener fe para creer y saber que mi futuro con Cristo está asegurado. (San Juan 14: 2, 3) La fe es activa en el presente porque en el pasado se llevó a cabo el hecho o se dijo la palabra que necesito hoy para obtener óptimos resultados. O sea, los efectos reales de mi oración de fe hoy son el fruto de lo que ya hizo y prometió Jesús cuando anduvo entre nosotros como el hijo del Hombre. “Simón [Pedro] le respondió [a Jesús] diciendo: “Maestro, toda la noche hemos estado trabajando y nada hemos pescado; pero en tu palabra [Lit. “sobre tu palabra”] echaré la red”. (San Lucas 5: 5b)
Más aún, fe es la firme seguridad o la convicción que tengo de las realidades que espero después de mi oración, o mientras la hago. Dicho de otro modo, estoy convencido o sé que van a suceder como lo estoy pidiendo, no aquellas que espero o me parece que van a suceder. Considero que muchas veces no recibo lo que pido porque no estoy convencido o no sé si Dios me ha respondido (presente activo), sino que espero (futuro) que Dios me conteste la oración. Eso no es fe, sino esperanza. Creo que Dios lo puede hacer y espero que lo haga, pero no estoy convencido o no sé si Dios lo está haciendo tal como estoy pidiendo. Desde luego, Dios no está obligado a responder mis oraciones como yo quiero. Pero si oro por una necesidad real, no por capricho, creo que Dios responderá esa oración hecha en el Nombre del Señor Jesús.
En los evangelios y en el libro de Los Hechos de los Apóstoles leo que todos los enfermos eran sanados en ese mismo instante. ¿Por qué hoy no pasa lo mismo? ¡Claro, Dios es soberano! Pero así como hoy es soberano, ayer también lo era. Pero ayer todos se sanaban, hoy no. ¿Sabes que creo? Pienso que los que oramos por los enfermos hoy no creemos, no estamos convencidos (no sabemos) de que Dios los quiere sanar a todos. (¡Qué hermoso sería que mi relación con el Señor Jesús fuese tan estrecha que yo supiera cuando Dios quiere sanarlos a todos! Pero eso no pasa. Todavía hay áreas de mi vida por entregarle al Señor. Falta más entrega y crecimiento espiritual) Nuestra fe está limitada. Y la fe limitada limita a Dios, “corta” su mano. Jesús reprochó en varias ocasiones a sus discípulos no su falta de fe (incredulidad), sino por la poca fe que tenían. A Pedro le dijo cuando se hundía en el mar: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”. (San Mateo 14: 31)
¡Cuidado! No confundamos fe con conocimiento, aunque la fe al principio va precedida por un conocimiento embrionario por oír la Palabra de Dios, y luego de conocer a Dios, Jesús y la Biblia. Dicho de otro modo, para que haya fe en Dios es infaltable un conocimiento incipiente de Su Palabra, primero, y de Él después de nacer nosotros de nuevo. Si creemos en Dios al oír Su Palabra, eso es fe. Si creemos lo que revela la Biblia en cuanto a ese Dios, ello es fe. Si nos convertimos a Jesús y confiamos en Sus palabras a pesar de las voces distorsionadas del Seminario de Jesús y de los incrédulos, eso es fe. Todo ello es fe; mas no creemos porque se nos calentó la cabeza para creer o necesitamos una muleta para vivir, sino porque hay un sinnúmero de evidencias reales y contundentes que demuestran la existencia de Dios, la divinidad de Cristo y la confiabilidad de la Biblia. Sin embargo, si veo lo que Dios me pide que crea, ya no es fe sino conocimiento. Si Jesús decidiera aparecérseme, ya no sería fe sino conocimiento de Él surgido de una revelación directa y personal.
Espero no haber dado la impresión -como creen algunos- de que fe es saber que algo es verdad sin lugar a duda, y que debemos intentar probar tal fe mediante la evidencia empírica. Pienso que hay cuestiones demostrables, puesto que la vida cristiana es una relación real con un Jesús real. Pero por su propia naturaleza de fe (la fe llega esencialmente por medio del oído) y que no vivimos por los demás sentidos (vista, paladar, tacto, olfato), otros elementos quedarán en el campo de mi experiencia íntima con el resucitado Cristo histórico. Bienaventurado aquel que pueda demostrar toda su fe por medio de la experiencia. Mas esa no es la regla sino la excepción.
Nota que casi todo lo tratado hasta es sobre la fe en la oración. En la cotidianidad de la vida, es normal que de vez en cuando venga la duda. Quien diga que vivir una vida de fe es ausencia de duda tiene un enfoque distorsionado de la fe, porque vivir la vida caminando sobre la fe no significa ausencia de duda, sino creer y caminar a pesar de esa duda que de vez en cuando nos da sus zarpazos. No olvidemos que la certeza absoluta no existe en ningún campo del conocimiento humano. Debemos investigar a conciencia, analizar los argumentos para ver cuáles se ajustan más y mejor a los hechos; pero, sobre todo, bogar mar adentro con nuestro Dios y Salvador Jesucristo a fin de conocerlo mejor. Señor, pon en mí el querer y el hacer de conocerte más, porque conocerte es amarte.

Incrédulos y escépticos

Creo que todos por naturaleza somos incrédulos y escépticos, o por lo menos tenemos rasgos de incrédulos y escépticos. Condicionamos al Creador del universo y la vida al considerar nuestras limitaciones espirituales, emocionales, sicológicas, intelectuales, físicas y financieras. Al estar mi mente predispuesta por mis limitaciones, automáticamente traslada sus incapacidades a Dios, quien por ser el Creador del universo, la vida y las leyes físicas está sobre toda ley natural. Pero la mente natural no puede entender a ese Dios infinito, y aunque no queramos ser incrédulos y hayamos nacido de nuevo por la acción del Espíritu de Dios, es propensa a rechazar lo sobrenatural. (Es algo muy inconsciente en los cristianos; en los incrédulos es consciente y hasta premeditado) Por consiguiente, la mente no puede entender que un milagro pueda estar por encima de un principio natural como la enfermedad, por ejemplo. ¿Puede Dios curar un tumor maligno? ¿Puede la oración de fe desaparecer una metástasis? ¡Puede Dios sanar el vih-sida? “¡Imposible!”, contesta la mente natural. Esa es la mentalidad de la cual habla san Pablo en 1ra Corintios 2: 14 cuando escribe: “[...] El hombre natural [gr. psuquikos] no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender porque se han de discernir espiritualmente”. (Cierto es que no todos por los cuales oramos son sanados, pero hay un número considerable de casos de sanidad sin la intervención natural del medicamento, quimioterapia, cirugía, efecto placebo... ¿Por qué se sanan unos y otros no? No sé; tal vez por lo que manifestara sobre la falta de fe)
¿Cuál crees tú que es la primera reacción del humano cuando Dios anuncia un milagro? “¡Eso es imposible!”, es la típica respuesta. “¿Cómo puedo quedar encinta si no he tenido relaciones íntimas con ningún varón?”, preguntó María al ángel que le anunciaba el nacimiento virginal de Jesús. La respuesta inmediata del mensajero de Dios fue: “Ninguna cosa [Lit. palabra] será imposible para Dios”, pues “lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”. (San Lucas 1: 34; 18: 27)
Nuestra hermana María fue la primera en no creer que un nacimiento virginal fuera posible. Considero que esta santa mujer pensó que el ángel le hablaba en jerigonza. Cuando lo creyó, vio y experimentó el milagro: Jesús. Ojo, Dios no le pidió a María ni nos exige a nosotros cometer suicidio intelectual al no entender el nacimiento virginal de Jesús. Pero requirió de ella y pide de nosotros confianza en que Dios hacía y hace lo correcto aunque ella ni nosotros lo entendamos. Dios, los milagros y lo sobrenatural no dependen de nuestra capacidad para entender ni de nuestra “ciencia”. Tampoco mi credulidad o incredulidad es necesaria para la existencia de Dios ni la efectividad de los milagros. Si la razón y los sentidos son poco confiables ante muchas verdades cotidianas del mundo secular y material, ¡cuánto menos lo serán para intentar “entender” y “explicar” al infinito Dios creador del universo y la vida! En realidad, sería soberbia de mi parte pretender meter al Infinito Dios en mi cerebro, en el laboratorio o en el tubo de ensayo.
Ahí está la piedra en que tropiezan el fanático racionalista y el cientificista: “como las narraciones de la Biblia no caben en mi masa encefálica ni cuadran con el método científico [naturalista ni con lo aprendido en la universidad] y yo no las entiendo ni puedo explicar, son falsas y no tienen ningún valor histórico”. Dios no pide que nos suicidemos mentalmente; solo requiere que investiguemos con honestidad intelectual, y al hallar la verdad aceptemos tales hechos y le demos la oportunidad a Jesús resucitado revelarse a nuestras vidas. Si así lo hago, personalmente me convenceré que la Biblia tiene razón y que las ciencias humanas no pueden encajonar al Dios del universo y la vida. Natanael y los hombres a los cuales les habló la mujer samaritana son clásicos ejemplos de los que dudan pero vienen a Jesús. ( San Juan 1: 45-49; 4: 39-42)
Espero que los católicos no me malinterpreten y no aseguren que digo que María no creyó en el nacimiento virginal de Jesús (y sigan leyendo a pesar de algunas verdades bíblicas escritas aquí). De lo que se trata es que su primera reacción fue la clásica reacción de todos nosotros: la duda. El gran interrogante. María tuvo fijación en la barrera de la ley natural. Quedó profundamente sorprendida por las palabras del ángel. Pero, aunque no las entendió, sometió su voluntad y su razón falible y finita a la voluntad de Dios. Alguien ha dicho que el conocimiento humano tiene que ser entendido para ser creído (expresamos que muchos científicos y seudocientíficos naturalistas aceptan postulados de las ciencias naturales aunque no los entiendan del todo, mas por prejuicios religiosos rechazan a priori todo lo que les huela a religión. Al rechazar la Biblia, estos señores llaman a Dios mentiroso, puesto que sin investigar con honestidad intelectual aseguran que la Biblia no es la Palabra de Dios ni una revelación divina al ser humano. Son atrevidos, irrespetuosos y majaderos), mas el conocimiento o hechos divinos tienen que ser creídos para ser entendidos. Ya observamos que por la finitud de mi mente y la infinitud de Dios es imposible entenderlo todo por muy espiritual, inteligente, entendido o estudioso que yo sea. Y aceptar y creer lo que Dios anuncia o revela no implica suicidio intelectual, sino confianza (convicción) que lo que dice o hace Dios es cierto y es perfecto. ¿Por qué crees que Jesús enseña que si no nacemos de nuevo y no somos como los niños pequeños no podremos ni siquiera ver el Reino de Dios? (San Juan 3: 3) ¡Porque el niño pequeño cree y acepta lo que dicen sus padres! Dios mío, ayúdame a ser como un pequeño niño.
Si a un varón le dijeran hoy que su esposa está encinta, a sabiendas que él es estéril, concluirá de inmediato que ella le ha sido infiel. Lo último que pensará es que Dios respondió su oración de fe de querer tener un hijo. A veces pedimos algo a Dios y cuando lo recibimos somos los primeros en sorprendernos de que Dios nos haya respondido. ¡Somos incrédulos por naturaleza! La Iglesia primitiva oraba por la liberación de Pedro de manos de Herodes, y cuando Pedro sale de la cárcel por intervención de un ángel la Iglesia es la primera en no creer que es Pedro quien llama a la puerta. “Debe ser su espíritu”, decían creyéndolo muerto. (Hechos 12: 13-16) ¿Qué te parece? ¿Creemos o no creemos? No pocas veces somos creyentes incrédulos. ¡Qué contradictorios somos!
Notemos algo, el único evangelio que registra el pasaje completo del nacimiento virginal de Jesús fue escrito por el médico Lucas, científico e historiador que al igual que Teófilo, a quien remitía la carta, era griego convertido al cristianismo, y al cual advertía haber investigado todo a conciencia. (Algo que se niegan a hacer los críticos de hoy) La conclusión de Lucas luego de ordenar “las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas [...]” y “[...] después de haber investigado todo con esmero desde su origen”, es que Jesús tuvo un nacimiento sobrenatural, pues nació de una virgen. (San Lucas 1: 1, 3)
Hagamos un paréntesis: El hecho de que Lucas haya sido médico no lo convirtió automáticamente en científico. Ese es el error de quien considera que todo lo que cree, piensa y hace es ciencia porque estudió una ciencia equis o su credo lo escribe o dice un “experto”. Una cosa es conocer herramientas para investigar y hallar una verdad equis y otra muy distinta es que sus afirmaciones o creencias sean ciencia porque investiga con honestidad intelectual. “El hábito no hace al monje” ni la bata blanca hace al científico convencional. Cierro el paréntesis.
Quizá alguien arguya que la medicina y ciencia cultivadas por Lucas no tienen gran credibilidad hoy porque en el siglo I no estaban tan avanzadas como en el siglo XXI. Ello es indiscutible. Empero, Lucas aventaja a muchos autoproclamados científicos, historiadores, expertos y doctos en que la actitud de Lucas era buscar la verdad hasta encontrarla; no escamotearla (era un honesto intelectual) ni despersonalizarse en paradigmas y argumentos de filósofos y personajes trasnochados y ebrios de odio y resentimiento contra la cristiandad y todo tipo de creencia religiosa; ni suprimía los hechos que chocan contra su verdad, supuestos, racionalismo y cientificismo. (¡Qué fácil es ser deshonesto intelectual por soberbia y otros factores!)
Ahora bien, tanto ayer como hoy sabemos que humanamente es imposible que una mujer conciba sin la intervención directa o indirecta del espermatozoide del varón. También sabemos que hay madres sustitutas o vientres de alquiler y otros avances. Pero resulta que Dios no es humano; es sobrehumano, vive en lo sobrenatural, mas interviene en lo natural, responde y hace milagros, hechos sobre-naturales. Un hecho sobrenatural está sobre, por encima, de las leyes naturales. Si no lo creo, es mi problema y decisión, pero ello no invalida la realidad de que Dios hace milagros, interviene en la vida de las personas y si tiene que pasar por arriba de las leyes humanas y naturales, lo hace. Si Dios no pudiera moverse por encima de las leyes que creó, ¿qué clase de Dios sería ese? No fuera Dios, sino una invención de los seres humanos, tal como piensan algunos.
En una reciente lectura y estudio de la Biblia, empecé a entender mejor lo ocurrido allá en el siglo I cuando el ángel Gabriel fue enviado por Dios a María. Ante la inquietud de María de cómo iba a quedar embarazada si aún no conocía varón, Gabriel le responde: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual el santo ser [engendrado] será llamado Hijo de Dios”. (San Lucas 1: 35) Los judíos piadosos como María sabían que la Shekiná de Dios se había manifestado muchas veces en forma de nube al posarse sobre el Tabernáculo o sobre los siervos de Dios. La nube de Dios también guió al pueblo de Israel en el desierto y los protegió del ejército egipcio. Cada vez que la Shekiná del Altísimo se presentaba había manifestación del poder ilimitado de Dios. Ese mismo poder estuvo en acción al crear el universo, la Tierra y la vida. Ahora ese mismo Espíritu de poder descendería sobre esta sierva del Señor en ese pueblito insignificante de Nazaret y se posaría sobre ella, y el poder [gr. dunamis] del Altísimo la cubriría con Su sombra para engendrar [gr. gennao] en ella un Santo ser que sería llamado Hijo de Dios y podía salvar y librar al mundo de sus pecados. El razonamiento lógico debe ser: si ese poder inmensurable fue capaz de crear el cosmos y la vida, ¿le sería difícil engendrar a un ser en el vientre de una virgen sin usar los elementos naturales esperma y un ovario? ¡De ninguna manera! La impotencia no está en el omnipotente Dios creador y sustentador de la vida, sino en la mente finita del ser humano para entender los actos del Creador. Los límites no los tiene ese Dios creador; están en las ciencias naturales que no ha podido ni podrá crear vida humana sin el esperma y el ovario.
No faltarán aquellos que se salgan por la tangente y digan -creyendo librarse de la dificultad- que “Dios no existe” y no creen en divinidades ni en nada por el estilo. A ese grupo minoritario y desconectado de los más recientes descubrimientos en astrofísica, cosmología, de la física de la relatividad general de Einstein -en la cual el universo está abierto a todas las posibilidades- y de la necesidad más urgente del ser humano -como es la espiritual- es bueno recordarle tener cuidado puesto que ser ateo consecuente es terriblemente peligroso para la salud sicológica y emocional (ni hablar de otras consecuencias en el espíritu, que también ellos niegan) como ya expresamos y consideraremos en este mismo capítulo.
Prosigamos: el padre de un muchacho endemoniado por un espíritu de mudez, al cual los discípulos de Jesús no pudieron sanar y liberar por su incredulidad (falta de fe), le dijo al Maestro: ‘“Si tú puedes hacer algo [por mi hijo], muévete a compasión por nosotros y ayúdanos’. Jesús le respondió: ‘Si puedes creer, todo es posible para el que cree’. Al instante, el padre del muchacho dijo a gritos: ‘Creo; ven en auxilio de mi poca fe’”. (San Marcos 9: 22-24) Eso debo pedir a Jesús: Señor, tengo poca fe, por favor, aumenta mi fe.
Por ser un don espiritual la fe tiene procedencia divina. El ser humano no produce fe; ninguna religión provee fe; nadie puede impartirme su fe. No obstante, pienso que por ser criaturas de Dios nacemos con un tipo de fe natural embrionaria, capaz de desarrollarse y madurar al oír o leer la Palabra de Dios. Si así no fuera, ¿de dónde surge la fe que hace posible que creamos y aceptemos a Jesús como Señor y Salvador? Conforme a la Biblia, en una relación con el Dios creador del universo y la vida esa pequeña fe natural se incrementa y agiganta a medida que crezco a la estatura del Varón perfecto Jesucristo. Al nacer de nuevo, el Espíritu Santo empieza a renovar mi mente (sin lavarme el cerebro) para que la vida me sea transformada. (2da Corintios 5: 17; Romanos 12: 2)
Dios no demanda “fe ciega”; eso no existe en la Biblia. Jamás he oído esa frase en ninguna iglesia de los países visitados. Pero sí entre gente que no conoce a Jesús. Dios quiere que seamos conscientes de lo que creemos y cómo actuamos en nuestra relación con Él. En el Cielo, ningún ángel fue obligado a someterse a Dios. En el Edén, Adán y Eva no fueron constreñidos a obedecer a Dios. En medio del desierto, Dios le dijo a Israel: He puesto delante de ti la vida y la muerte. Escoge tú. Al escoger a los Doce, Jesús nunca presionó a sus seguidores a seguirlo, a creer en Él o a traicionarlo. (De ahí la patraña del mal llamado Evangelio de Judas) En la Iglesia, nadie está forzado a creer y cometer suicidio mental. Cualquier otra cosa que llamemos fe no es tal si nos pide “fe” ciega. Tampoco es fe lo que no tenga a Cristo Jesús -Dios hecho Hombre- en el corazón de sus convicciones. (Existen religiones autodenominan cristianas, pero no aceptan ni creen que el Señor Jesucristo es igual al Padre, como enseña el Nuevo Testamento y analizaremos en el capítulo 11. Algunos, como Miguel Servet, rechazan la Trinidad; y otros no tienen una Trinidad sino una Cuatrinidad al colocar a otra u otro al lado de las Tres divinas Personas: Padre, Hijo, Espíritu Santo)
Por último, el verbo creer (gr. pisteuo) en el Nuevo Testamento significa ser persuadido de, estar convencido de, apoyarse en. No es creer o confiar en una creencia, enseñanza (gr. dogma) o filosofía, o en un libro o tradición por el simple hecho de creer. Tampoco es poner mi confianza en algo irreal, o en alguien ya muerto como sucede en religiones y filosofías. No obstante, insisto, otras enseñanzas y filosofías que no son cristianas tienen ciertas cuestiones interesantes que enseñar a los cristianos.
A nosotros nos toca examinarlo todo, desechar lo que esté en pugna con el Evangelio y retener lo bueno. (1ra Tesalonicenses 5: 21) No actuar así es ignorancia o ser estrechos de mente. Por su parte, el cristianismo, como toda verdad absoluta, es exclusivo y enfatiza que fe es apoyarse en hechos verdaderos ocurridos en la vida de una persona real llamada Jesucristo.
La fe es buena porque a través de ella vas a Jesús, pero quien salva es el resucitado Cristo histórico, no la fe. Si ni siquiera la fe que nos conduce a Jesús salva, ¿qué podemos decir de la religión cristiana? ¿Salva? Entiéndase bien, la religión, ninguna iglesia cristiana ni dogma alguno salvan. Quien salva es el resucitado Cristo histórico. (Sugiero seguir leyendo a quien piense que no necesitamos ser salvados de nada. Si ha llegado hasta este punto sin saltarse nada y con honestidad intelectual, le aseguro que va por buen camino. Si continúa así, le auguro que antes de que acabe de leer toda la obra hallará la verdad espiritual de la cual este libro es portador: Jesús vive y cambia vidas en el siglo XXI y en cualquier otro siglo)
Quizá alguien argumente: “Pero, ‘el justo por su [la] fe vivirá’”. (Habacuc 2: 4; Romanos 1: 17) Cierto. Mas, vivirá no por la fe en sí misma, sino por colocar esa fe en la Persona correcta: Jesús. Porque el que salva es Jesús, no la fe ni el bautismo ni otro sacramento ni ningún mandamiento de hombres. Ojo, no insinúo que el bautismo bíblico (inmersión de todo el cuerpo en el agua en la edad adulta) sea mandamiento de hombres. (Véase San Mateo 3: 16; 28: 19, 20; San Marcos 1: 10; San Lucas 3: 21; Hechos 2: 38; 2: 41; 8: 12, 36-38; 18: 8; Romanos 6: 3, 4) Pues es un mandato del mismísimo Jesús que nos bauticemos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.(San Mateo 28: 19) Digo que tampoco ese ni otro bautizo salva al ser humano. (Tampoco salvan las obras, pero el nacido de nuevo producirá o dará buenos frutos como consecuencia de su relación con Jesús) La fe es el vehículo, el medio, para llegar a Jesús, que salva. Pero al creer de corazón nacemos de nuevo y obedecemos el mandato de Jesús de bautizarnos. A mí me bautizaron a inicios de los ochenta, aunque me convertí en 1979. Sí, estoy consciente de que debí bautizarme apenas creí y nací de nuevo, pero por desconocimiento y falta de discipulado se dio así.
Ahora bien, hay fe verdadera -impartida por el Espíritu de Jesús- y falsa fe inventada por los hombres. Algunos no entienden qué es fe y consideran que no importa dónde pongas tu “fe” con tal que creas en lo que sea. Otros como el Seminario de Jesús y demás creen erróneamente que hay gran diferencia entre el Cristo de la historia y el Cristo de la fe. Según ellos, el Cristo histórico era un hombre sabio, humilde, ingenioso que nunca alegó ser el Hijo de Dios; mientras que el Cristo de la fe ha surgido de unas cuantas ideas de bienestar a fin de que las personas vivan mejor, pero que a final de cuentas están basadas en falsas esperanzas. Creen, además, que la investigación histórica no puede en lo absoluto descubrir al Jesús de la fe porque tal Jesús no tiene asidero histórico. La presunción de estos señores es sobremanera disparatada puesto que la verdad teológica está arraigada en la historia y corroborada por nuestra experiencia con el resucitado Cristo histórico, no en añadidos legendarios y mitológicos. Los miembros del Seminario de Jesús aseveran saber más que todos los eruditos juntos y ser capaces de discriminar entre las palabras del resucitado Jesús y poder entresacar solo el 20 por ciento como genuinas. Empero, si analizamos sus propuestas caemos en cuenta de sus supuestos y criterios cargados, echando por tierra su hipotética imparcialidad y objetividad en la búsqueda de la verdad en cuanto a la vida del Señor Jesucristo.

El problema no está en la fe


Ya vimos que mucho del problema está en que mis limitaciones me predisponen ante lo que esté por encima de lo común y corriente, lo que esté contra las leyes de la naturaleza. Veámoslo así: un mal hábito cuesta un mundo romperlo porque se arraiga en nuestra personalidad. Por ello algunos no creen en la efectividad de la superación personal para desarraigar defectos caracterológicos. Pues bien, en nuestra naturaleza no está creer en lo sobrenatural, lo intangible, sino aceptar solo aquello que podemos ver, tocar y percibir con los sentidos. (La sensualidad impera en todos los ámbitos y profesiones de los seres que habitamos este planeta. “Si no es perceptible con los sentidos, no es ciencia”, gritan fanáticos racionalistas y cientificistas creyentes del sensualismo.)
El inconveniente no está en la Biblia ni en los hechos históricos que narra, pues pueden ser comprobados por medio de la prueba histórica legal. Tampoco estriba en la fe depositada en Jesús, que es intelectualmente aceptable por no ser ciega, sino en lo que el ego quiere o no aceptar y creer, o en lo que la naturaleza incrédula me permite creer. De inmediato debo advertir no usar la incredulidad innata como excusa para prejuicios y escepticismo tan elevados que ninguna prueba puede convencerle, puesto que si investigo con honestidad intelectual y pido ayuda a Dios, puedo empezar a ver la verdad, y todo es posible al que cree. (Ya observamos que algunos están prejuiciados con la palabra creer; para ellos creer lo que revela la Biblia significa cometer suicidio intelectual, pues siguen empeñados en aplicar el método de las ciencias naturales a la verdad bíblica que debe ser analizada con los cánones de la prueba histórica legal)
En numerosas ocasiones el problema está en el corazón. En términos conductuales, el conflicto anida en el aparato sicológico. “Lo que me preocupa de la Biblia no es lo que no entiendo, sino lo que puedo entender”, dijo Mark Twain. ¿Qué te parece? Por lo menos debe reconocerse la honestidad del escritor. Algo que brilla por su ausencia en muchos intelectuales y hombres de ciencias naturales. Obvio, me preocupa eso que entiendo de la Biblia porque es un espejo donde me veo tal como soy. Y no me gusta lo que veo. Bertrand Russell tampoco quiso ver al Cristo de los evangelios. Escribió no preocuparse por la historicidad de Cristo, pues le parecía “dudosa”. “Me ocupo de Cristo tal como aparece en los Evangelios, aceptando la narración como es [...]”. Pero, claro está, dándole su muy amañada interpretación para que el Evangelio diga lo que Russell quiere que diga. (En Por qué no soy cristiano, Russell revela su desconocimiento del Evangelio contenido en el Nuevo Testamento; además, deja ver sus prejuicios religiosos, extremismo, rencor y odio hacia las creencias religiosas y en particular hacia la cristiandad. Sería saludable leer una imparcial biografía de Russell y otros escépticos, agnósticos y ateos con el fin de descubrir qué pudo haber pasado en su infancia, adolescencia o adultez que los arrastra a ser tan intolerantes con las creencias, religiones y el cristianismo institucional. Si lo que Russell y otros llaman “religión cristiana” o “moral de Cristo” fuera el Evangelio bíblico, yo tampoco fuera cristiano)
Hace muchos años un ateo en Londres manifestaba que lo que más le quitaba el sueño era que la Biblia fuera verdad y Jesús viniera otra vez. ¿Ves? La Biblia es un espejo donde el ego retorcido se ve proyectado sin máscaras, y porque la luz del Cristo de los evangelios alumbra los secretos más oscuros de la vida. Esos que avergüenzan y a veces llevan a no soportarnos. Los griegos creían que el mundo era un gran escenario donde los actores somos nosotros. Cada uno con sus máscaras o caretas por temor a ser genuinos para que no nos rechacen o abandonen. (¡Cuidado! La sinceridad no da ocasión al irrespeto, grosería, patanería ni a la insensatez al hablar o comunicarnos con los demás. La virtud sinceridad va acompañada de la virtud cardinal templanza para conducirnos, hablar o escribir) Eso es miedo a ser yo; en primer lugar, porque no me acepto como soy; segundo, por miedos y baja autoestima. En una frase, miedo a la vida. (Llama la atención la cantidad de deportes extremos existentes hoy. ¿Cuántas ganas de morir o miedo a vivir hay inconscientemente en sus practicantes? Temo que muchos son suicidas en potencia)
Abundantes partes médicos, investigaciones naturalistas y experiencias sobrenaturales revelan innumerables casos de curación mediante la fe. Pero el cientificista y el fanático racionalista intentan viciar los milagros y la sanidad sobrenatural sin haber investigado nada porque tales hechos no embonan en sus creencias y paradigmas ni en su “ciencia” y “poderosa” razón. Y, naturalmente, objetarán los milagros y sanidad divina pues ellos son “científicos”, no fanáticos religiosos. (Toda esa hueca verbosidad es excusa para justificar una o más razones: vida inmoral, megalomanía, deshonestidad intelectual, o simple y llanamente es incredulidad y estupidez disfrazadas de intelectualismo)
Tendría yo unos nueve o diez años de convertido a Jesús cuando los jóvenes de la iglesia y líderes de jóvenes nos trasladamos a un pueblito distante de la ciudad. Recuerdo que habíamos pasado un buen tiempo de oración, alabanza y adoración al resucitado Cristo histórico bajo un precioso cielo estrellado de verano; ya en casa, observé a un joven que nunca supe si era familiar o amigo de la anfitriona; la cuestión es que, según me enteré, no podía caminar sin el bastón que usan los discapacitados de las extremidades inferiores. En un arranque de fe, le pregunté al joven delante de los jóvenes del grupo si creía que Jesús le podía sanar, hacer un milagro en él; a lo que respondió “sí” (claro, la presencia del grupo debe haber influido en su “sí”, mas no en su fe, si acaso la tuviera para recibir un milagro). Sin pensarlo dos veces le pedí que caminara hacia mí (si lo hubiese pensado, estoy seguro de que mi naturaleza incrédula me hubiera gritado: “¡estás loco; no lo hagas; se va a caer!”), y mientras lo hacía le quité el aparato con el que caminaba; el muchacho, ante el asombro de los jóvenes que me acompañaban y estaban alerta ante una “posible” caída, empezó a caminar y a andar recto sin el dichoso bastón. ¿Condicionamiento? ¿Sugestioné al chico? ¿Hubo histeria colectiva? No creo haber sugestionado al joven pues pocas fueron las palabras cruzadas con él; además, ni imaginaba que le quitaría el bastón; lo que sí sé es que lo sentido en ese momento pocas veces lo he vuelto a experimentar. Me invadió algo extraordinario e inexplicable, como quien tiene poder. Jesús sintió que había salido poder de Él cuando la mujer con fe tocó su manto y sanó. (San Marcos 5: 25-30)
En cuanto a una posible histeria colectiva, entre los presentes no había fe sino incredulidad. Aun cuando la histeria colectiva -por la sugestión sicológica subyacente en ella- condiciona al sujeto, no sana enfermedades límites como un cáncer o cualquier otra afección terminal ni produce milagros ni fenómenos sobrenaturales. Esto es, con todo y que la sugestión particular o colectiva es capaz de lograr ciertas curaciones casi como lo hace un placebo, no sana enfermedades mortales ni hace milagros ni fenómenos sobrenaturales propiamente dichos. Más, me atrevo a asegurar que la sugestión y el efecto placebo únicamente curan achaques sicosomáticos, es decir, enfermedades existentes solo en la mente de la persona. (Veremos que se calculan entre el setenta a ochenta por ciento las enfermedades de tipo sicosomático y que el efecto placebo -debido a las creencias de las gentes- es mucho más eficaz de lo que cree y reconoce la mayoría de médicos) Y provocan trastornos de la visión, mas nunca realizan hechos sobrenaturales o milagros. Léase bien, las enfermedades mortales solamente las cura Dios si así lo decide. Y un fenómeno sobrenatural o milagro no es una alucinación ni una hipnosis. Si no lo acepto por cientificista o fanático racionalista, es mi decisión y problema, pero de ahí a aseverar con radicalismo y dogmatismo que la sanidad divina y los milagros son imposibles e indemostrables, y que los fenómenos sobrenaturales no ocurren, es insolencia de una mente ignorante y reduccionista. Quien crea que en cultos cristianos solo hay elementos emotivos sin un genuino mover del resucitado Cristo histórico, su desconocimiento de causa le ha polarizado y habla de cosas que desconoce.
Al mirar retrospectivamente lo ocurrido en las afueras de la ciudad hace tantos años, me doy cuenta de que la mayoría -si no todos los jóvenes de la iglesia- no creía que Jesús podía hacer caminar a ese joven sin bastón. Días después en la iglesia, una líder de jóvenes me hizo un comentario que dejaba entrever su asombro ante lo acontecido. ¿Ves? Los mismos creyentes no podían creer lo que veían. Y considero que, después de tantos años, si me tocara vivir la misma experiencia, de pronto no tenga la misma fe. Dios lo sabe. Jesús hizo el milagro en el joven, y aún hoy hace milagros y maravillas, mas ello es insuficiente para quien ya está condicionado por su propia naturaleza, por supuestos, creencias naturalistas y oscuros movimientos del alma a no creer lo sobrenatural, aunque lo vea frente a sus ojos. (San Lucas 16: 31) No olvidemos que el humano cree lo que está predispuesto a creer, salvo que toque fondo, se le rompa la soga o su corazón sea tocado y cambiado por el resucitado Cristo histórico.
Jesús hizo muchos milagros y resucitó. Ten por cierto que si los evangelistas hubiesen inventado lo que narran los evangelios, la obra del Nobel de literatura 1982, Gabriel García Márquez, Cien años de soledad (1967) -obra cumbre del realismo mágico, y considerada en febrero de 2007 como una de las mejores veinte novelas en la historia de la literatura universal- les quedara chiquita por la espectacular “imaginación” registrada en ellos. No existiría ningún escritor que los superara por muy imaginativo y creativo que fuera. Bien ha dicho alguien que “si el Jesús de la Biblia no fuera real, [yo] hubiera necesitado adorar a quien lo inventó”.
Los discípulos y apóstoles han transmitido lo que presenciaron o consultaron de fuentes de primera mano. Juan aseguró (San Juan 20: 30; 21: 25) que no escribió sobre todas las “señales” hechas por Jesús porque eran muchas. (Como toda herejía, de ese versículo de San Juan se agarran los gnósticos para expresar que hay muchas “verdades” sobre Jesús escondidas aviesamente por la Iglesia cristiana. Nada más falso) No obstante, algunos intelectuales e intelectualoides del siglo XXI no quieren creer ni aceptar lo que discípulos y apóstoles vieron, vivieron y tocaron. Te aseguro que si Jesús hiciera hoy lo mismo delante de los ojos de muchos incrédulos pocos le creerían. Entonces, ¿dónde está el problema? ¿En Jesús, en los milagros, en la Biblia, en Dios, en los tiempos o en los incrédulos? Por cierto que en ellos, los incrédulos posmodernos.

Los niños y la fe

Cada vez que leo y analizo la Biblia con mis menores hijos, les pregunto si creen lo que leemos; la respuesta es sí. Estoy seguro de que ese “sí” no es para agradarme o por temor a llevarme la contraria. A mis hijos he dado libertad de expresar con respeto su desacuerdo conmigo. (Hace un par de años íbamos ellos y yo en un ascensor, y formaron tal desorden que, luego de varios llamados de atención caídos en oídos sordos, me exasperé y grité a mis hijos. Después de la agresión en forma de grito, Jonatán Eliseo -uno de los mellizos- dijo en broma y en serio: “¡Qué carácter!”. Los cuatro soltamos la risa)
A raíz del desarrollo de esta obra he pedido a mis hijos sus opiniones sobre lo que les comparto de la Biblia a fin de ver qué responden. Pero me pongo en el lugar de alguien que no cree en la inspiración (gr. theopneustos) sobrenatural de la Biblia; y, para mi sorpresa, mis hijos responden con tal certeza y firmeza que traen a memoria lo que enseña Jesús en cuanto a los niños: “Si no se vuelven y se hacen como los niños, de ningún modo entrarán en el reino de los cielos”. (San Mateo 18: 3) Jesús sabe que los niños al creer algo creen y punto. Los niños pequeños tienen fe. Considero que el tipo de fe innata del cual hemos hablado lo tiene el niño en su máxima expresión. Y si sus padres son cristianos y la saben cultivar, dándole el buen ejemplo en palabra y conducta, ese niño puede ser un gigante espiritual mañana. Desde hace unos años he visto y oído niños predicadores que Dios usa con poder para trazar su Palabra y sanar a los enfermos.
Si quieres conocer la verdad, pregúntasela a un niño pequeño. Casi nunca inventa aunque maximice o malinterprete las cosas por su nivel de cognición y absolutismo con que ve la vida. (Algunos niños aprenden a manipular de sus padres y la televisión) Los pequeños no argumentan, no cuestionan ni le buscan la quinta pata al gato. Creen y punto. ¡Son humildes! Son ingenuos, pero no tontos ni nada parecido; tampoco tienen la cabeza cuadrada por prejuicios y el entendimiento enturbiado por el ego, como los sabihondos e inventores de la sabiduría del siglo XXI. (Padre, ojo con lo que manifieste tu hijo. Créele lo que te diga. Cuida que nadie le dañe en ningún sentido)
Precisamente porque un pequeño no tiene malicia cree lo que le digas. La inocencia y credulidad del niño -incorporadas por el Creador- parten del principio de presunción de inocencia aplicado de tal manera que mientras no se demuestre lo contrario, es cierto cuanto le digas a un niño pequeño. Mientras que -por enredos mentales, criterios cargados y emociones encontradas- para escépticos, agnósticos y ateos las narraciones históricas bíblicas son falsas hasta que no demuestren su validez. Peor aun, ya ellos han decidido que nada de lo registrado en la Biblia es cierto. Con tales premisas por delante ninguna evidencia por contundente que sea será suficiente para derribar prejuicios, presuposiciones, creencias, supuestos y paradigmas, pues una mente predispuesta es prácticamente imposible de penetrar con la luz de la verdad religiosa o no. Recordemos que Einstein decía que “es más fácil destruir un átomo que un prejuicio”. Antes de investigar, ya el incrédulo ha descartado la Biblia porque según él su razonamiento es suficientemente apto e infalible para discriminar entre la verdad y la mentira. Ese chiste está bueno. ¿Me puedo reír?
En pocas palabras, el sujeto en cuestión percibe la vida a través de los binóculos de su razonamiento y llega a la verdad por medio del conducto de su ciencia y creencias. Para él, la razón, el laboratorio, el tubo de ensayo, el telescopio, el microscopio y un poco de imaginación (ciencia-ficción) son capaces de penetrar toda propuesta o enunciado y descubrir el engaño y las fuerzas subyacentes en ella. Tan necio es el crédulo por no discriminar lo falso de lo cierto, como lo es el incrédulo que rechaza todo por creer que la verdad deberá ser entendida por el poder de la razón y el cientificismo para ser verdad. O por dejarse envolver por la falsa premisa de los laboratorios de que ninguna hipótesis o teoría que conduzca a Dios y a lo sobrenatural es científica. Reitero, si la inteligencia y la percepción humanas son poco fiables para conocer realidades humanas, y el método de las ciencias naturales no es funcional para valorar toda verdad terrenal, ¿cuánto no serán de inútiles los esfuerzos por conocer verdades que trascienden la mente y el laboratorio? No tomar esto en cuenta es pecar de ingenuo. Ojo, la fe trasciende la mente, pero no va contra ella. Que un hecho real narrado por la Biblia no pueda ser captado por la mente humana no significa que sea irracional o no haya ocurrido. Insensato es querer entender hechos espirituales con una mentalidad carnal, pues las cosas espirituales deben ser entendidas espiritualmente, acomodando lo espiritual a lo espiritual. (1ra Corintios 2: 13, 14) Además de que el inconveniente no está en el hecho registrado por la Biblia, sino en mi finitud incapaz de entender a un Dios infinito.
No olvidemos que la fe nunca es un acto suicida, pues la fe de la cual habla la Biblia no es ciega, sino muy consciente de lo que cree. Pero reconoce sus limitaciones y no pretende encasillar al objeto de su fe: Jesús, quien es Dios encarnado.
Los niños saben y entienden más de lo que imaginamos. Jesús y muchos pensadores aseguran que los niños “son maestros” de los adultos. ¡Los que tenemos hijos pequeños deberíamos saberlo!
En una película vista hace un tiempo, había una escena donde papá pedía a su pequeño hijo lanzarse de un edificio en llamas, pues él lo apañaría abajo. Si mi padre con una especie de red me pidiera tal cosa a esta edad, lo pensaría más de dos veces. Cavilaría sobre mi peso y la resistencia de la red, la dirección del viento, el golpe de mi cuerpo y la malla al caer desde esa altura por la acción de la gravedad; en que si mi padre me dice la verdad en cuanto a la resistencia de la red para no golpearme, en la dureza del suelo en el cual de pronto caería; en fin, creo que miraría primero si puedo bajar todavía por las incendiadas escaleras. Pero el niño de la película se lanzó sin más reparos que la fe puesta en su padre. ¿Tenía fe natural? Sea lo que fuese, tenía más fe que muchos. Ese pequeño estaba convencido de que papá no lo iba dejar caer al suelo. Ese es un niño con fe en su padre, y ese otro soy yo el adulto incrédulo y con más mañas que un gato. (Cabe resaltar que a medida que el niño crece más miedos descubre y tiene. Las razones son varias, pero no las abordaremos aquí. Nuevamente me parece oír a Jesús expresar: “Si no te haces como los niños, no puedes entrar al reino de los cielos”.) El que creyendo ser sabio, se hace necio. ¿Por qué será que el necio cuando no quiere aceptar los hechos ocurridos en tiempo y espacio reales suele presentar argumentos abundantes en contenido pero huérfanos de sensatez? Más pesa y vale un gramo de sensatez que una tonelada de necedad, estimado Trueno.
En uno de esos recorridos evangelizadores hechos por Jesús, de pronto se detuvo y “se regocijó en el Espíritu Santo, y dijo: ‘Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la Tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios y entendidos, y las has revelado a niños. Sí, Padre, porque así fue de tu agrado. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar’. Y volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: ‘Bienaventurados los ojos que ven lo que ustedes ven; porque les digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron’”. (San Lucas 10: 21-24)
¿Por qué oculta Dios cosas a los sabios y entendidos y las revela a los niños? Lo hace por la actitud de incredulidad de los primeros, y de fe de los niños. La actitud del sabio y entendido en cosas del mundo es de sabelotodo, autosuficiencia, incredulidad, soberbia. La del niño, de alguien que no sabe, quiere aprender, creer lo que se le dice, humildad. No prometamos a un niño si no tenemos intenciones de cumplir. No digas nada que no sea cierto a un niño, pues cuando te descubra no te creerá más y le harás perder su confianza en lo que dices.
¿De qué niños habla Jesús aquí? Habla de la disposición de corazón que tuvieron sus discípulos al creerle y seguirlo. Jesús los compara con niños y expresa que son bienaventurados porque le creyeron. Al creerle, Él estaba en libertad de revelarles al Padre y darse a conocer como lo que es: el Hijo de Dios. En ese principio de humildad que lleva a reconocer mi ignorancia e insuficiencia, de querer saber para aprender y de fe para creer lo que se expresa se basan las Buenas Noticias del Evangelio de Cristo. La soberbia y autosuficiencia son enemigas del Señor Jesús. Cuando bajamos la guardia de la arrogancia y la presunción de que lo sabemos todo, Jesús se nos revela. “El hombre natural [sin Cristo] no capta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él [actitud] son locura, y no las puede conocer [Jesús no se las revela], porque se han de discernir espiritualmente”. (1ra Corintios 2: 14) Dejemos, pues, que nuestro Niño interior crezca y madure en la fe que Jesús quiere proporcionarnos. Dios mío, ayúdame a ser humilde como los niños para que Jesús se me revele como Tú quieres.
Debo ser como un niño si quiero entrar al reino de Dios. Algunos se creen tan sabios y entendidos que las verdades sencillas de Dios les parecen locura, tontería, nocivas o “perversas”. Y por tener esa clase de enredo en la cabeza pierden las bendiciones que Dios tiene para ellos aquí en la Tierra y en el cielo que ahora desprecian. “Agradó a Dios salvar a los creyentes por medio de la locura de la predicación” del Evangelio, escribió Pablo, el intelectual de los apóstoles de Jesús. (1ra Corintios 1: 21) ¿Un Cristo clavado en una cruz para salvarme? ¡Eso es una locura! Bendita locura que llena mis vacíos existenciales, me salva y transforma.
Cuatro son las razones por las cuales una persona no viene al resucitado Cristo histórico: 1) Ignorancia (a veces autoimpuesta) de quién es Jesús y de su poder para transformar vidas; 2) Soberbia por creer que es autosuficiente o se las sabe todas; 3) Inmoralidad por estar enredado en conductas que chocan con las buenas costumbres y la moral bíblica; 4) Deshonestidad intelectual que pasa por alto verdades que chocan contra sus verdades, creencias o supuestos.
Algo llama mi atención: Pablo es considerado uno de los diez hombres más sabios de la humanidad. Ese superdotado asevera: “No me avergüenzo del evangelio, porque es poder [dinamita] de Dios para salvación a todo aquel que cree...”. (Romanos 1:16) ¿Qué le pasó a Saulo de Tarso en el camino a Damasco para que su vida cambiara de una manera tan radical? Algo extraordinario y sobrenatural tiene que haberle ocurrido.





Nosotros y la fe


Ahora bien, reconozco que la Biblia no goza de la confianza de hace muchos años debido en parte al gran avance naturalista y tecnológico que nos ha condicionado a la sensualidad de realidades concretas y comprobables a través de los sentidos (por enésima vez acoto que, sin caer en sensualismo, la obra de Cristo en la cruz de palo también puede ser experimentada; solo basta venir con fe a Él y pedírselo), convirtiéndonos en seres sensuales, escépticos e incrédulos en cuanto a las evidencias históricas, contundentes e imperecederas proclamadas por la Biblia, pero imposible comprobarse a través del método de las ciencias naturales, porque es inoperante para probar verdades que deben demostrarse mediante la prueba histórica legal y un encuentro personal con el resucitado Cristo histórico. Vimos el ejemplo de mi asistencia al gimnasio esta mañana.
Y, como verdades inmateriales, las narraciones bíblicas suenan abstractas, remotas y desfasadas en un mundo programado y acostumbrado a que se le hable en términos materialistas y sensuales; y que duda hasta del fluido eléctrico, del viento y del amor porque no los ve. Vivimos en sociedades incrédulas que lo ven todo en función de los sentidos. Gentes incrédulas cuando no les conviene creer. Pero crédulas cuando es de su conveniencia abrazar creencias naturalistas, sociales, filosóficas... No tienen fe de la que hemos hablado. El ser humano posmoderno cree ser autosuficiente y rechaza valores absolutos universales bíblicos de hace más de tres mil años por confundir el conocimiento, que es progresivo, con la verdad, que es eterna.
En tiempos de contradicciones e ironías, muchos que en el siglo XXI no creen en la Biblia y se burlan de los milagros no salen de casa sin antes consultar el horóscopo, leer el periódico o la literatura con la cual se identifican para sentirse apoyados en sus retorcidos pensamientos y luego envalentonarse contra Dios, pelearse con la vida y condenar a los cristianos y vomitar sobre sus convicciones y creencias. (Hay personas que todo les hiede, pues “todo el mundo está mal, menos yo”. Son de la posición existencial: “Yo estoy bien, tú está mal”)
Otros ponen su confianza en los movimientos de los astros y en lo que aparece en diarios, revistas “especializadas” (tan avezadas son que hasta un burro las engaña con avances seudocientíficos) o “revela” alguna “autoridad” del conocimiento humano; mas no creen lo que comunica Dios en su Palabra. ¿Cosas no? Desde luego, cada uno es libre de creer y creerle a quien desee. Empero, es extremarse acoger a pie juntillas lo que aseveran hombres resentidos y medios falibles con grandes intereses económicos. El profeta Jeremías asegura que es reprensible el humano que deja de confiar en Dios para apoyarse en el brazo de carne y poder de otro humano, cuyo aliento va a la tierra y fenece. (Jeremías 17: 5; Salmos 146: 3, 4)
Examinamos que no se trata de ser crédulos y creer en pajaritas preñadas, sino aceptar y creer cuando toca creer. En el momento en que todas las evidencias así lo confirman a fin de ser honestos intelectuales. Pero todo hay que examinarlo: lo bueno se retiene y lo malo se desecha, tal afirma san Pablo en 1ra Tesalonicenses 5: 21. La Biblia manifiesta también que “el simple todo lo cree, mas el avisado mira bien sus pasos”. (Proverbios 14: 15) El peligro consiste en desechar lo excelente y provechoso basados en prejuicios y orgullos, o en aceptar lo falso y medias verdades por falta de criterio propio. Es difícil mantener un equilibrio, mas no es imposible; tal planteamiento lo hago en El intrincado punto medio… Probablemente algunos cuestionen: “¿Cómo es posible que en el siglo XXI algunos sigan creyendo en un libro tan anticuado y obsoleto como la Biblia?”. Para empezar, la Biblia no está obsoleta. Si la verdad ocurrida en tiempo y espacio reales estuviese supeditada al tiempo para seguir siendo verdad, no habría verdad válida más allá de nuestros escasos 60 u 80 años que pocos seres mortales suelen vivir. La falacia de que la Biblia está obsoleta es una creencia prejuiciosa porque rechaza las verdades bíblicas sin antes examinarlas de manera responsable y con honestidad intelectual. El promedio de los seres humanos hoy día considera la Biblia un libro más de historia saturado de leyendas y prohibiciones y escrito por hombres falibles; y, por tanto, lleno de verdades relativas, porque “todo es relativo”. Es innegable que existe tal rechazo a la Palabra de Dios, pero nos roba la gran riqueza y ayuda espiritual presentes en ella. Solo basta examinar esas verdades con seriedad para darnos cuenta de la riqueza espiritual existente en las escrituras judeocristianas. Casi a diario me topo con personas con muchas dudas, pero prefieren la zona cómoda de la dubitación y escepticismo en lugar de tomar el tiempo para investigar y absolver tales dudas.
Por otro lado, intelectualoides y cientificistas sienten que la Biblia afrenta su intelecto (ego) al ver cómo un libro antiquísimo y religioso hace declaraciones desafiantes -y comprobables científicamente a través de la prueba histórica legal y convirtiéndose al Señor Jesús- acerca del origen del universo y la vida. Lo que algunos ignoran o quieren pasar por alto es que no pocas de las afirmaciones en cuestión han sido ya confirmadas, y las conversiones pueden también ser probadas. Por tanto, el obeso ego de estos señores se siente ofendido por el llamado a la humildad y sumisión de la Biblia ante la sobrecogedora revelación de Dios en el universo y la vida. (Génesis 1 y 2; Job 38 al 41; Salmos 19: 1-6; 33: 6; 136 y 148; Romanos 1: 18-32)
Bien lo escribe el astrofísico Hugh Ross, “ninguna sociedad ha visto tanta evidencia de Dios como la nuestra. Pero también ninguna otra sociedad ha tenido acceso a tanto conocimiento, investigación y tecnología. Estas son cosas que los seres humanos tienden a atribuirse a ellos mismos, especialmente aquellos que se consideran los amos del conocimiento [e inventores de la sabiduría], la investigación y la tecnología”. (5) Las palabras de Ross retrotraen las declaraciones de Feyerabend al hablar de la tiranía de las ciencias naturales y de que los creyentes y defensores de tales ciencias suelen juzgarlas superiores sin investigar adecuadamente otros campos del saber humano.
Por otra parte, el maltrato infantil al cual fueron sometidos algunos por padres cristianos confesos -más que cristianos eran tiranos, fanáticos y legalistas religiosos- provoca que hoy mucha gente esté amargada y resentida con Jesús, la Biblia y la fe. También el mal testimonio de muchos creyentes en Cristo ha causado que quienes conviven con nosotros y nos encontramos a diario no crean ni acepten al Jesús que profesamos creer. Al ver a su pueblo sometido y hollado por los que decían ser cristianos, Gandhi decía creer en Cristo, pero no en los cristianos. Por supuesto, habrá gentes que no creerán aunque Jesús se levante de nuevo de los muertos frente a ellos y estén rodeados de excelentes cristianos. Ya están condicionados a rechazar todo lo que suene a Jesús, Biblia, fe. O, como suelen decir, “religión”. Presuponen y creen que el cristianismo es sinónimo de oscurantismo, fanatismo, superstición. Ya lo vimos, hay los que colocan sus estándares de prueba tan elevados que ninguna evidencia les satisface por muy contundente que sea. En realidad, no quieren creer ni aceptar los hechos del Evangelio. No creen por falta de evidencias, sino que no creen y rechazan los hechos a pesar de las evidencias. Ante una mente así nada es suficiente, porque “ningún camino que conduzca a Dios y lo sobrenatural es científico”, recitan como papagayos.
Debo señalar algo más sobre el maltrato infantil: maltrato o abuso infantil no es solo hacer trabajar a un niño, pegarle alocadamente o violarle carnalmente, sino que el abuso además puede ser emocional y sicológico. Por ende, no solo algunos creyentes en Dios y ciertos cristianos maltratan o abusan de sus hijos infundiéndoles terror con doctrinas malinterpretadas. También lo hacen los padres escépticos, agnósticos y ateos recalcitrantes al adoctrinarles y envenenarles con dogmas, creencias e ideas absolutitas sobre la supuesta inexistencia de Dios y la hipotética irrealidad de los milagros y lo sobrenatural. Este asunto es tratado más a fondo en el capítulo 8 y en el ensayo ¡Paremos ya la maldad contra los niños!
Pues bien, basados en mi experiencia de vida, en los millones de vivencias cristianas y en la prueba histórica legal para demostrar que esas evidencias históricas, científicas y testimoniales son lo suficientemente contundentes y demandantes de un veredicto me atrevo a utilizar la Biblia como fuente para analizar el origen del sufrimiento que golpea impíamente a la raza humana.

Necesidad del ser humano
de creer en Dios

Llama la atención que a pesar de tantas teorías e hipótesis en cuanto al origen del universo y la vida y de la proliferación de libros y escritos escépticos, agnósticos y ateos que bombardean a los cristianos y hacen mofa de sus creencias y convicciones y trasbocan sobre todo aquel que cree en Dios, el común de los seres mortales racionales confesamos creer en el Ser supremo, y no pocos aceptamos ser creación del Dios de la Biblia. (Para frustración e ira de ateos humanistas, su diagnóstico de que a estas alturas la mayoría seríamos ateos racionalistas, como “parte del progreso”, no se ha cumplido. Ni se cumplirá. Te pronostico algo basado en lo que veremos en esta sección, mientras la Iglesia del Señor Jesús esté en la Tierra nunca las mayorías serán agnósticas ni ateas)
¿Qué provoca que el ser humano sienta y tenga la urgente necesidad de creer y adorar un Ser superior a él? ¿Qué produce en nosotros sed y hambre de creer en Dios? El espíritu humano que Dios puso en cada uno de nosotros nos crea esa necesidad espiritual de creer en Alguien (Dios) omnipotente y omnisciente fuera de nosotros. Existe la noción de que creemos en Dios porque así nos lo enseñaron cuando éramos niños o por el inconsciente colectivo de Carl G. Jung (1875-1961). Claro, eso abona el terreno fértil que tenemos de creer en Dios. No obstante, los humanos creemos en Dios no solo por el inconsciente colectivo o porque nos lo inculcaron. (Viktor E. Frankl sostiene que todos tenemos un inconsciente espiritual) Esa es una de las funciones del espíritu humano que Dios nos dio, y no debe confundirse con el Espíritu de Dios. Dios no vive en sus criaturas (animismo) ni el universo es Dios (panteísmo). Él principia a vivir en una persona por un acto voluntario del ser humano (Romanos 10: 9, 10), que es el único con ese privilegio; ni siquiera los ángeles tienen esa grandísima bendición. ¿El Todopoderoso viviendo en mi vida? ¡Así es! “¿No saben ustedes que su cuerpo es santuario del Espíritu Santo, el cual está en ustedes, el cual tienen de Dios y que no se pertenecen a sí mismos?”. “¿O piensan ustedes que la Escritura [Génesis 6: 5] dice en vano: ‘El Espíritu [Santo] que él ha hecho habitar en nosotros nos anhela celosamente?”. (1ra Corintios 6: 19; Santiago 4: 5)
Dios no es producto de neurosis y deseos del humano de creer en algo o en alguien, sino que Él incorporó en nosotros un espíritu que nos hace conscientes de Su existencia, y colocó en nosotros la semilla de la necesidad de creer en Él. (Tal vez alguien acuse a Dios de narcisista. El narcisismo es bueno si está equilibrado. Ten por seguro que Dios es perfecto) Por el espíritu humano que nos dio creemos en Él independientemente de donde hayamos nacido o crecido.
La tenaz (y perdida) lucha del ateo es que su espíritu sabe (no solo cree) que Dios existe. Pero el ego (intelecto, parte del alma que nos da conciencia de nosotros, negada por el ateo) alienado, al ser obligado a creer que “Dios no existe”, lo niega muy a pesar de la voz de protesta del espíritu. En otras palabras, el ateo sabe intuitivamente de la existencia de Dios por la conciencia del espíritu, mas lo niega verbalmente con la razón del alma. (¡Qué terrible escisión del ser y qué desgaste de energía tan horrible negar lo que sabes que es real!) Y, contra los deseos del ateo, el raciocinio siempre lleva las de perder, salvo que la conciencia esté cauterizada.
A ello se debe que el ateísmo consecuente lleve a perder el juicio; y que los ateos consecuentes sean muy pocos. Un ejemplo puede ayudar a entenderlo mejor. El barco se hundía, y todos los pasajeros empezaron a invocar a Dios. De pronto alguien preguntó: “Oigan, ¿dónde está Trueno, el ateo?”. Y empezaron a buscarlo. Lo encontraron arrodillado en su camarote, bañado en lágrimas y orando: “Dios mío, no permitas que me ahogue; no quiero morir...”. Los pasajeros le preguntaron desconcertados: “Oye, ¿acaso tú no eres ateo? Trueno respondió: “Sí, lo soy, pero en tierra”. Ahora sabes quién es Trueno. Trueno es el ateo recalcitrante y proselitista que intenta convencerse en su espíritu y también a nosotros que Dios “no” existe.
A los pocos que aseguran no creer en Dios (hemos visto que en realidad todos creemos) sería bueno aplicarles la prueba del Polígrafo y preguntarles si creen o no en Dios. ¡Te aseguro que el Detector de Mentiras confirmaría lo ya sabido! Claro que creen en Dios, pero lo niegan o quieren engañarse y convencer a otros que ellos no creen.
En la película Alive (¡Viven!) -basada en el libro homónimo de Piers Paul Read que narra un hecho de la vida real llamado por muchos “El milagro de los Andes”- hay una escena de un joven negándose a rezar porque afirma ser agnóstico. De repente oyen un ruido que parece ser otra avalancha; la reacción del agnóstico es rezar por si acaso son reales sus temores. No cuesta nada decir ser agnóstico o ateo cuando todo está bien en tierra, tengo cuentas en los bancos, una excelente posición social, una profesión prometedora, nadie enfermo en la familia cercana y gozo de buena salud corporal. La puerca tuerce el rabo al estar en el límite de mis fuerzas y recursos y me siento impotente y reducido. Una terrible enfermedad toca mi cuerpo o estoy en medio del fuego cruzado de un hijo postrado en cama. Solo ahí sabremos quién soy, qué creo y cuáles son mis convicciones. Bien lo dijo Bacon: “El ateísmo aparece más bien en los labios que en el corazón del hombre”.
Con hechos reales de la infrahumana experiencia de millones de infortunados seres humanos se ha demostrado que en los momentos más extremos y en el túnel más tenebroso y macabro la mayor parte de los humanos mira hacia arriba y hace una pequeña oración salida de lo más profundo del ser. Tal vez la mayoría no sepa orar, pero el fervor con que hace tal súplica emerge de un alma necesitada y con ansias de ser rescatada y puesta a salvo. Negar nuestra inherente religiosidad es querer tapar el Sol con un dedo. Intentar extirpar tal inclinación de creer en Dios al humano es dar golpes al aire. Que unos pocos opten por fetiches y otras formas de religiosidad “moderna”, “progresista” y más “científica” no desvirtúa la verdad de que: somos seres religiosos y morales. Con la imperiosa necesidad de creer en algo o en alguien... En Dios, creador del universo y la vida. Nuestro Creador.
El filósofo Peter John Kreeft afirma sobre el ateísmo y el teísmo:

El ateísmo es de mal gusto en las personas porque dice fatuamente que a través de la historia nueve de cada diez personas se han equivocado referente a Dios y han llevado una mentira en su mismo corazón.
Kreeft argumenta: ¿Cómo es posible que más del noventa por ciento de todos los seres humanos, que han vivido en muchas circunstancias más dolorosas que nosotros, pueden creer en Dios? La evidencia objetiva, con solo ver el balance de placeres y sufrimientos en el mundo, parece que no justifica la creencia en un Dios absolutamente bueno. No obstante, esto ha sido la creencia casi universal.
¿Están todos locos? Bueno, supongo que uno puede creer eso si es un poco exclusivista. Pero quizá, como León Tolstoy, tenemos que aprender de los campesinos. En su autobiografía, lucha con el problema de la maldad. Vio que la vida tenía más sufrimiento que placeres y más maldad que bondad, y que por tanto al parecer no tenía significado. Se sintió tan desesperado que estuvo tentado a suicidarse. Dijo que no sabía cómo podría soportarlo.
Desde luego, después dijo: ‘Espere un minuto. La mayoría de las personas lo hacen. Lo soportan. La mayoría de las personas tiene una vida que es más difícil que la mía y, sin embargo, la encuentran maravillosa. ¿Cómo lo logran? No con explicaciones, sino con fe’. [Dios es infinito y por ende inexplicable. Toca creer y creerle] Lo aprendió de los campesinos y encontró la fe y la esperanza.
Así es que -agrega Kreeft- el ateísmo trata a la gente en una forma baja [la desvalora creyéndola animal]. También le roba el sentido de la muerte, y si esta no lo tuviera, ¿cómo al fin y al cabo la vida tendría sentido? El ateísmo degrada todo lo que toca, mire el resultado del comunismo, la forma más poderosa del ateísmo en el mundo.
Y al final, cuando el ateo muere y se enfrenta a Dios en lugar de la nada que predijo, reconocerá que el ateísmo era una respuesta barata porque negaba lo único que tiene valor: el Dios de valor infinito. (6) (Las negritas son mías)

Tanto el ateo del barco como el agnóstico del mencionado filme acerca del avión siniestrado en la cordillera de los Andes el 13 de octubre de 1972, no eran consecuentes con lo que profesaban ser. Norman L. Geisler señala que al ser consecuente o puro en su ateísmo -tratar de vivir sin Dios-, el ateo es propenso a cometer suicidio o enloquecer. Los inconsecuentes con su ateísmo (esos que se jactan de que la religión no les quitan el sueño) viven bajo la sombra de un fetiche, de una ética, filosofía, estética, profesión o fundación humanista y social, aunque niegan la sombra en cuestión. Lo que no saben escépticos, agnósticos y ateos es que la mayor parte de valores morales, principios, derechos humanos, estéticas y éticas del mundo civilizado de Occidente tienen sus raíces en el cristianismo, que a su vez parte de principios mosaicos, de los cuales surgen los Diez Mandamientos, que algunos aseguran hay que rescribir sin saber de lo que hablan.
En general, los ateos se autoproclaman escépticos, librepensadores o agnósticos. Debido, hasta cierto punto, por la dificultad en sostener una creencia atea. Con todo, los más fanáticos e irracionales persisten en negar a Dios. Uno empecinado en negar a Dios y hacer proselitismo ateo es Richard Dawkins. Este creyente del mito evolutivo asegura ser un ateo “intelectualmente satisfecho”. ¿Será verdad que hay ateos “intelectualmente satisfechos”? Hemos visto que eso es cuento.
Analicemos: ya hemos observado que si no tengo un ego (intelecto) enajenado y soy intelectualmente honesto y además conozco las evidencias reales contra la creencia en la teoría de la evolución y todo tipo de idea y creencia atea, llegaré a la conclusión de que Alguien estuvo y está detrás de la creación del universo y la vida. Por el contrario, si he alineado mi intelecto o cometido suicidio mental y soy deshonesto intelectualmente, pasaré por alto las más claras evidencias y veré solo lo que quiero ver. En pocas palabras, no se puede ser un ateo “intelectualmente satisfecho” teniendo conocimiento de otras áreas del saber humano y siendo intelectualmente honesto. Quien busca la verdad sobre Jesús la hallará. Pero resulta que esa verdad demanda cambio de mentalidad y de conducta, y es ahí donde tropiezan quienes no quieren creer, dudan o niegan a Jesús. ¡No quieren compromiso con Jesús y su canon moral! No olvidemos, de igual manera, que quien espera encontrar (o ver) lo que quiere encontrar (o ver), hallará (o verá) solo lo que quiere encontrar (o ver), y pasará por alto lo que esté contra sus presuposiciones y creencias. “No hay peor ciego que el que no quiere ver”, expresa el viejo adagio.
En su obra ¿La desilusión de Dawkins? (Dawkin’s Delusion?), Alister McGrath, biofísico molecular, afirma que una prueba más de que Dawkins no es un representante del pensamiento científico es el hecho de que en 2006, año en que apareció su libro El espejismo de Dios (The God Delusion), tres renombrados científicos publicaron obras que retoman la teoría del Big Bang, que admite un espacio para una mente superdotada en el universo. Esos hombres de ciencias y sus obras son: el astrónomo Owen Gingerich, que sacó a la luz pública God’s Universe; el genetista Francis Collins, escribió The Language of God; y el físico Paul Davies publicó The Goldilocks Enigma. “Dawkins se ve forzado -concluye McGrath- a luchar contra el hecho altamente contradictorio de que su opinión [creencia] de que las ciencias naturales son una autopista intelectual hacia el ateísmo es rechazada por la mayoría de los científicos, independientemente de sus puntos de vista religiosos”. Solo los ilusos le creen a Dawkins.
Dicho de otro modo, cuando de cuestiones religiosas se trata, Dawkins y otros hipercríticos del cristianismo no son científicos, imparciales ni objetivos. Tampoco es cierto -como cree Dawkins- que el mundo sería un lugar mejor si la religión se extinguiera, ni su cientificismo posibilita la explicación del misterio del universo y la vida, por las masacres cometidas en regímenes ateístas y por los límites propios de las ciencias naturales reconocidas por Peter B. Medawar (1915-1987), coganador del Nobel de fisiología o medicina en 1960, en su obra Los límites de la ciencia (The Limits of Science).
El otrora ateo Sartre (1905-1980) expresó que el ateísmo es “cruel”; el buscador de sentido Camus (1913-1960) lo calificó “terrible”; Nietzsche (1844-1900), que lo etiquetó “enloquecedor”, murió demente. Pascal (1623-1662) sostiene que “el ateísmo es una enfermedad”. (Epidemia con la cual desean contagiar los ateos proselitistas a los creyentes en Dios y a los cristianos) Insania mortal, reitero, si la persona es consecuente con el ateísmo. En realidad, el ateísmo es una creencia irracional y anticientífica; sin pies ni cabeza. Otro científico naturalista, el físico Lord Kelvin, expresa que “a nuestro alrededor hay pruebas increíblemente abrumadoras de un [real] diseño inteligente y benevolente... la idea atea es tan absurda que no puedo expresarla con palabras”.
Casi al final de sus días, Sartre dio estas declaraciones al diario Le Nouvel Observateur: “No me percibo a mí mismo como producto del azar, como una mota de polvo en el universo, sino como alguien que ha sido esperado, preparado, prefigurado. En resumen, como un ser que solo un Creador pudo colocar aquí; y esta idea creadora hace referencia a Dios”. (El énfasis es mío)
En su poema tardío El lamento de Ariadna, Nietzsche el ateo escribe, entre tras cosas: “[...] ¡Oh, vuelve/ Mi Dios desconocido, mi dolor!/ ¡Mi última felicidad!/ [...]”. Parece ser que el filósofo en medio de su dolor y vaciedad pide a Dios, que tanto se ha esforzado en negar, que vuelva e imparta la felicidad buscada en otros lados sin éxito alguno.
Cuarenta años después de la trágica muerte de Camus, el pastor metodista Howard Mumma reveló en El existencialista hastiado: conversaciones con Albert Camus (Editorial Voz de Papel) que este le confesó: “Soy un hombre desilusionado y exhausto. He perdido la fe, he perdido la esperanza (...). Es imposible vivir una vida sin sentido.” “[...] Amigo mío, ¡voy a seguir luchando por alcanzar la fe”. En otra parte del mencionado libro, Camus le confiesa a su amigo y confidente:

Sí, Howard, eso es totalmente correcto. La razón por la cual yo estoy viniendo a la Iglesia es porque estoy buscando. Me encuentro en algo que es casi como un peregrinaje; buscando algo que llene el vacío que siento, y que nadie más conoce. Ciertamente, el público y los lectores de mis novelas, aunque ven ese vacío, no encuentran las respuestas en lo que están leyendo. En el fondo tiene usted razón: estoy buscando algo que el mundo no me está dando. (…) Desde que estoy viniendo a la iglesia, he estado pensando mucho sobre la idea de una trascendencia, algo totalmente distinto de este mundo. Es algo de lo que no se oye hablar mucho hoy día. (7) (El énfasis es mío)

No sería extraño que haya quienes aseveren que el encuentro del autor de La Peste (1947) con el reverendo Mumma es una patraña, tal cual expresan quienes aspiran “rescatar” a Darwin de los caminos de la introspección, contrición y de vuelta a beber en las fuentes de la verdad pura de la Biblia para encontrarle sentido a su vida.
En una entrevista concedida al periodista Lee Strobel, el ex pastor Charles Templeton, después agnóstico y autor del libro Despedida a Dios: Mi razón para rechazar la fe cristiana (Farewell to God: My Reason for Rejecting the Christian Faith), rompe en llanto al preguntarle Strobel sobre el atractivo de la personalidad de Jesús. Templeton no pudo contener las lágrimas al hablar en cuanto al Ser más excelso que ha pisado la Tierra y aun hoy continúa con los brazos abiertos a pesar de nuestras dudas, supuestos, incredulidad, resentimientos y pecados.
Al envejecer, el agnóstico Kant reconoció que Dios, la libertad y la inmortalidad del alma -postulados que rechazó siendo joven por considerarlos sin sentido para la “razón pura”- eran en realidad principios de la “razón práctica”; y, por ello, infaltables en la vida del ser humano. En el capítulo anterior hemos analizado las que se creen palabras de Darwin poco antes de morir y su sorpresa en cuanto a cómo sus inquietudes y dudas juveniles fueron acogidas como una religión. En fin, muchos son los casos de escépticos, agnósticos y ateos vueltos de sus tortuosos caminos para mirar dentro de sí y hacer correcciones al grueso de su pensamiento y a su vida por el torturante vacío existencial y el sinsentido.
Los hipercríticos ateos han objetado, pretendido remplazar y echar por tierra los absolutos de la teología cristiana, aprovechando la decadencia del cristianismo (debo admitir que la Iglesia de Jesús ha bajado la guardia y las cosas no se han hecho precisamente como ha enseñado el resucitado Cristo histórico), pero con sus propuestas filosóficas y al final de su paso por la vida han vuelto su mirada a lo que (Francis) George Steiner ha llamado “nostalgia del absoluto”. Aun cuando Steiner hace alusión a Marx (con una promesa de redención del proletariado), Freud (un tipo de reconciliación con la muerte) y Claude Lévi-Strauss (con una suerte de fin del mundo causado por la maldad humana), ello es visible en los postulados de muchos más filósofos y pensadores contemporáneos y de siglos pasados. Lo coincidente y curioso de los autores analizados por Steiner es que los tres son de origen judío.
Ahora bien, ¿tenía razón José Ingenieros al hablar que en la “bancarrota de los ingenios” decae la genialidad al punto de que cuando viejos negamos y contrariamos declaraciones esbozadas en la edad más fructífera y libre del ser humano como es la juventud? No comulgo del todo con su tesis. Y es una estupidez llamar “brutal” la confesión de faltas en la vejez, pues la vida es una escuela abridora de ojos; maestra y sensibilizadora de la realidad del espíritu que por lo general se niega, pasa por alto o se intenta enmudecer. La juventud es la etapa más fructífera; pero también de inquietud y adrenalina; donde crees ser dueño y centro del mundo. Si hay presentes fuertes rasgos narcisistas -en general, entre más genial es una persona más narcisista y melancólica es- estaremos convencidos de que el mundo entero debe rendirnos pleitesía, como los súbditos al rey. En contraste, la vejez es el estadio de quietud y observación retrospectiva, mas también de introspección. Ahí muchos ojos y entendimientos son abiertos para darse cuenta de que han pasado la vida sofocando una necesidad presente pero que por años de emociones y rebeldías propias de juventud no preocuparon ni quitaron el sueño. ¿Será dañino mirar hacia adentro cuando las fuerzas desaparecen y todo invita a la contemplación interna y a reflexionar qué has hecho con tu vida? Mirar internamente es saludable si lo hago con honestidad intelectual para hacer cambios en beneficios del ser, no para autoflagelación.
Igual que Viktor E. Frankl, el siquiatra italiano Roberto Assagioli piensa que las crisis son necesarias por ser preparaciones positivas para el progreso de la persona. Hacen surgir a la superficie debilidades temperamentales y/o defectos de carácter que deben ser examinados, cambiados o encauzados a fin de que el ser humano crezca y madure. (8) No solo eso, sabemos también que las catarsis y confesiones son maravillosas curadoras del alma.
Acerca de las crisis, san Pablo lo expresa de la siguiente manera: “[...] Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza; y la esperanza no avergüenza [...]”. (Romanos 5: 3-5)
La traducción católica La Biblia Latinoamérica traduce: “[...] Sabiendo que la prueba ejercita la paciencia, que la paciencia nos hace madurar y que la madurez aviva la esperanza, la cual no quedará frustrada [...].
El consejo del sabio Salomón es: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengas los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: ‘no tengo en ellos contentamiento’”. (Eclesiastés 12: 1)
Decíamos que mi espíritu me hace consciente de Dios y del mundo espiritual; el alma me da conciencia de mí. Descartes decía: “Pienso, luego existo”. (La conciencia anímica es piedra de tropiezo para los creyentes del fisicalismo, pues son incapaces de explicar cómo se puede obtener conciencia de la nada, que es la creencia manejada por ellos. ¿Qué tal si se enteraran de que también tenemos conciencia espiritual? ¡Les daría un faracho!) Claro, existo primero, pero pensar me hace consciente de que existo. El cuerpo da conciencia del mundo material. El espíritu humano nos relaciona con la creación espiritual y hace conscientes de la existencia de Dios. Ese espíritu humano está formado por la conciencia, intuición y la comunión con Dios. La conciencia nos provee la certidumbre de la existencia de Dios, creador de todas las cosas, “y discierne; distingue lo bueno y lo malo. Sin embargo, no lo hace por medio de la influencia del conocimiento almacenado en la mente, sino con un espontáneo juicio directo”, afirma Watchman Nee, y agrega: la intuición es la parte “sensitiva del espíritu humano [...] La intuición conlleva una sensibilidad directa independiente de cualquier influencia exterior. Ese conocimiento que nos llega sin ninguna ayuda del pensamiento, la emoción o la voluntad es intuitivo. ‘Sabemos’ por medio de nuestra intuición, y nuestra mente nos ayuda a comprender”. (9) La comunión nos permite comunicarnos con Dios. Con ella adoramos a Dios que es Espíritu. (San Juan 4: 24)
Conforme a la enseñanza de la Biblia en el Nuevo Testamento, Dios se comunica con el ser humano exclusivamente a través de su espíritu. Es decir, la comunicación es de Espíritu de Dios a espíritu humano. (Romanos 8: 16; 1ra Corintios 2: 10-12; 6: 17; San Juan 4: 24) Dios no se comunica con el humano mediante otro órgano por dos razones fundamentales: 1) Dios es Espíritu -aunque Él también tiene las características del alma- voluntad, mente, emociones. 2) Ningún otro órgano es más confiable que el espíritu humano para actividades espirituales. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién podrá conocerlo? (Jeremías 17: 9) ¿Cómo puede Dios comunicarse con nosotros mediante nuestro corazón, siendo el corazón tan engañoso, perverso y voluble?
El alma (psuque) nos hace conscientes de nosotros mismos, y la forman la mente, voluntad y emociones. Ella es la conciencia de la cual habla la sicología, que no debe confundirse con la conciencia del espíritu (pneuma), y nos hace conscientes de la existencia de Dios. A la mente, voluntad y emociones se ciñe el sicoanálisis freudiano, la sicología individual adleriana, la sicología analítica junguiana, la bioenergética loweniana, la logoterapia frankliana y otras escuelas que intentan descifrar y estudiar la conducta humana. Intentan descifrar porque el humano es complejo. Somos complicados. Nadie tiene la clave para decodificarlo, aunque, si le estudiamos a conciencia, podremos predecir ciertas conductas y reacciones. Aun cuando hemos descifrado el genoma humano, nadie tiene la última palabra sobre la conducta y reacciones de las gentes. Mediante el sicoanálisis, Freud y otros estudiosos de la conducta humana nos acercaron a la cima del complicado ser que es el humano, y nos permitieron mirar dentro de esa amenazante vorágine, pero todavía quedan muchas cosas por explicar y resolver.
Pues bien, el ser humano no es solo alma (gr. psuque. Lat. anima), sino también espíritu (pneuma). ¿Quién sabe a ciencia cierta qué fuerzas se mueven en el espíritu? O, más sencillo aún: ¿Qué hay en el inconsciente de una persona? Dado que desde sus inicios la sicología y siquiatría estudian la sique (alma) humana, el espíritu humano no es de interés para el común de los estudiosos de la conducta humana, salvo con algunas honrosas excepciones. Amén de que muchas veces se confunde lo espiritual (pneumatikos) con lo anímico (psuquikos).
De acuerdo a Aristóteles (384-322 a. C.), hay alma vegetativa, alma animal y alma racional. (Hoy se habla de cerebro vegetativo, cerebro de vida y cerebro reptil como partes del núcleo del alma) El alma vegetativa -según el filósofo griego- está presente en las plantas, animales y humanos, y permite a los seres humanos las actividades vitales más básicas como la reproducción, el crecimiento y la nutrición. El alma animal es la percepción sensorial, deseos y autolocomoción. El alma racional nos faculta el pensamiento y voluntad. En la teoría aristotélica hay ciertos elementos parecidos con mi teoría del alma, teniendo en cuenta que no somos animales racionales, sino seres únicos e irrepetibles.
Antes de Aristóteles, Sócrates (470- 399 a. C.) había descrito el alma no en término místicos, sino como “aquello en virtud de lo cual se nos califica de sabio o de loco, bueno o malo”. Sócrates consideraba el alma como una combinación de la inteligencia y el carácter del sujeto. Y Platón (427-347 a. C.) hablaba del alma como “la sede de la inteligencia, la voluntad y la sensibilidad”. Es admirable cómo Sócrates, Platón, Aristóteles et al tuvieron la capacidad e inteligencia para discernir y estar claros en temas que el común de los mortales ignoraba. Conceptos que ampliaron y completaron en los siglos XIX y XX escritores cristianos como Andrew Murray ((1828-1917), Jesse Pen-Lewis (1861-1927) y Nee To-sheng (Watchman Nee) (1903-1972), entre otros, al ahondar en la trinidad del humano.
Hasta hace un tiempo sabía yo que somos conscientes de la existencia de Dios por el espíritu humano que forma parte del ser nuestro; pero, según una investigación aparecida en la revista Selecciones Reader’s Digest (febrero 2002), hasta el cerebro (parte física de la mente = gr. nous, pero no son la misma cosa) está dotado de ciertos circuitos que le facultan para experimentar y estar consciente de la realidad de Dios. ¿Qué tal? Creo que Dios nos ha hecho de tal manera que en cordura, libres de orgullos y prejuicios y siendo honestos intelectuales no podemos negar Su imagen y semejanza en nosotros. Tenemos sus huellas por todas partes. El hombre y la mujer en su tridimensionalidad (espíritu, alma y cuerpo) reflejan la trinidad de Dios: Padre, Hijo, Espíritu Santo.
El salmista, en un ímpetu de inspiración escribió: “Yo dije: ‘ustedes dioses [jueces] son, y todos ustedes hijos del Altísimo”’. (Salmos 82: 6) No es que seamos dioses o semidioses, sino que al juzgar el juez la causa del pobre y el necesitado hace el papel de un dios. San Pablo instruye que los cristianos juzgarán al mundo y a los ángeles. (1ra Corintios 6: 2, 3) Ya señalamos que tener el espíritu humano dado por Dios al crear a Adán no significa de ningún modo tener a Dios dentro ni que seamos una especie de diosito. Ni el Antiguo Testamento ni el Nuevo -compuesto por los 66 libros aprobados por el Canon de las Escrituras- enseñan que tengamos a Dios en nosotros. Ello depende de una decisión personal que hagamos por Cristo. Ese tema lo toco a fondo en el ensayo Qué es ser cristiano.

[Cristo] estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de él; pero el mundo no le conoció. Vino a lo que era suyo, y los suyos no le recibieron. Pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad [derecho, autoridad] de ser hechos hijos de Dios; los cuales no han sido engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación. (San Juan 1: 10-13; Romanos 10: 9, 10).

Por su parte, Jeffrey Kluger, en su obra Is God In Our Genes?, pregunta si está Dios en nuestros genes. Dios no está en nuestros genes, pero Su obra sí está presente en ellos. Dean H. Hamer en The God gene: How faith is Hardwired is into our genes (El gen de Dios...) cree que hay un “gen de Dios” en nosotros, y afirma que existe un gen responsable de la espiritualidad del ser humano. Pero aclara que ello no significa que haya un gen que produzca que la gente crea en Dios, sino que el gen en cuestión nos predispone a ser espirituales; querer alcanzar cosas inmateriales y buscar ser mejores. ¿Qué te parece? ¿Será que ello nos recuerda las confesiones arriba mencionadas de Camus? ¿O las inquietantes afirmaciones de Sartre y otros intelectuales?
Tal vez el gen del que habla Hamer no nos lleve a creer en Dios, mas basta que nos incline a buscar lo trascendental. A no estar enraizados en lo terrenal. Si lo natural (gen) no nos hace creyentes en Dios, ello sí es posible gracias a la dimensión sobrenatural (espíritu) que Dios nos dio.
Otro hombre de ciencia que asevera hay una base racional para creer en la existencia de un Creador y que los descubrimientos científicos “acercan al hombre a Dios” es Francis Collins, quien dirigió con J. Craig Venter el Proyecto Genoma, que permitió la lectura del genoma humano.
Collins en sus años de estudiante de medicina se definía ateo, mas al comprobar la fuerza y el coraje que daba la fe a sus pacientes más críticos quedó vivamente impresionado, y buscó respuesta a sus inquietudes, hallándola en el libro Mere Christianity (Cristianismo y nada más), de C. S. Lewis, otro que se catalogaba ateo. (Quien de veras tenga dudas intelectuales en cuanto a Dios, la Biblia y Jesús hallará las respuestas si realiza su búsqueda con honestidad intelectual. Así lo revelan millones de testimonios, entre ellos, quien escribe. Pero, señalamos, la mayor parte de escépticos, agnósticos y ateos son deshonestos intelectuales o no les interesan los temas “religiosos”. Sus supuestas dudas son justificación para vivir desordenadamente, o su soberbia y resentimiento y sed de protagonismo pueden más que la verdad del Evangelio)
Andrew B. Newberg, pionero en neuroteología, sostiene en su libro Por qué creemos lo que creemos (Why We Believe What We Believe) que el cerebro tiene un sistema subyacente encargado de gobernar nuestras creencias espirituales, sociales e individuales. Este sistema de creencias no solo moldea nuestra moral y ética, sino que también pude sanarnos el cuerpo y la mente y engrandecer y profundizar nuestras relaciones espirituales con otros. Sin embargo, tal sistema también puede ser utilizado para manipular y controlar porque nacemos con la tendencia biológica de imponer nuestras creencias a otros. (10)
Algunos echan mano del pansiquismo (cree que “la materia no es solo algo físicamente inerte, sino que también contiene estados proto-mentales”), del monismo reduccionista (o materialismo monista) (cree que hay una sola especie de sustancia, o de realidad, independientemente del número de realidades que haya; son monistas los que creen que aunque haya muchas cosas, todas son materiales) y del fisicalismo (cree que los procesos síquicos pueden reducirse a procesos físicos; y también que los procesos síquicos pueden explicarse en términos de procesos físicos) con la presunción de “explicar” la mente; “rebatir” la “hipotética” alma y la conciencia y “demostrar” que el ser humano se reduce meramente a lo físico. Tales creencias no son nuevas; son refritos de corrientes filosóficas retomadas por los naturalistas y materialistas ateos para intentar quitar a Dios del escenario del origen del universo y la vida. ¡Adorada sea la materia!
Ahora bien, la Biblia no enseña que seamos dioses, pero tampoco que somos un “mono desnudo” ni un “toro paleolítico”. El Libro de Dios para el hombre y la mujer siempre guarda el equilibrio que a nosotros nos cuesta hallar y mantener. Vimos que el espíritu que tenemos los humanos nos hace conscientes y sensibles a Dios y de los movimientos del mundo espiritual. El espíritu humano nos produce hambre y sed espirituales de creer en Dios. Todos sentimos esa necesidad apremiante. Unos más que otros, pero la sentimos. Cuando una persona incursiona en el mundo espiritual ya sea convirtiéndose a Jesús o mediante la entrega y consagración a una creencia religiosa o filosófica, o por medio de las “ciencias” ocultas, que introducen al reino de las tinieblas del diablo, se hace más consciente y sensible al mundo espiritual. Pero, por supuesto, de los tres grupos el cristiano bíblico experimenta más y mejor las energías espirituales positivas que Dios le transmite desde su Espíritu al espíritu humano, porque su espíritu ha sido vivificado por medio de la fe que depositó en Jesús, quien es el Rey de un reino de paz, amor y libertad. (Efesios 2: 1; San Juan 18: 36)
Que una persona esté obstinada en negar a Dios no significa en manera alguna que no crea en Dios. La experiencia revela que generalmente el sujeto niega a Dios porque achaca al Creador algo traumático que pasó en su vida o en alguien a quien admiraba y/o amaba. Al no entender por qué sucedió tal infortunio, cree que Dios es culpable, pues piensa que “si Dios existiera, lo hubiese impedido”. No lo evitó porque “Dios no existe”. “En el remoto caso de que existiera, saber que existe es tan improbable como si no existiera”. Conforme a esas circulares e irracionales creencias, “Dios es la creación fantasiosa y perniciosa de seres supersticiosos abrumados por problemas”. “Inventado, además, por los grandes poderes económicos del Norte [Estados Unidos] para someter a nuestros subdesarrollados pueblos”. Alguien debiera hacerles entender a estos filósofos que por monotemáticos y debido a sus argumentos en círculo son tan predecibles que sus ideas ni convencen ni conmueven a casi nadie; los únicos que se “deleitan” en su pozo de aguas estancadas son las minorías que se ven proyectadas en el pensamiento de los primeros. Por impartir tanta hiel dejan entrever que tuvieron una niñez y/o adolescencia desventurada. Si fuera el caso, sin justificar tanta amargura transmitida al escribir y/o hablar, de corazón les recomendaríamos ir a un pastor de almas y a un especialista de la conducta para comenzar a sanar.
Pues bien, el escéptico, agnóstico y ateo inventan toda esta burbuja sicótica para irrespetar, rechazar y escarnecer a Dios y las convicciones y creencias de los creyentes. (Ya lo manifesté: quienes niegan a Dios y lo sobrenatural abusan de la libertad que hay en países occidentales en los cuales las mayorías son creyentes en Dios. ¿Tendríamos los cristianos y demás creyentes tal libertad en un país escéptico, agnóstico y ateo? La historia enseña que los regímenes ateos han perseguido, torturado y asesinado a los cristianos, e impuesto su ateísmo a los teístas. Reitero, ¿somos los cristianos intolerantes por responder los irrespetos a nuestra fe en Cristo? ¿O no será más bien que quienes nos irrespetan son los verdaderos intolerantes por no aceptar que pensamos y actuamos diferente? Créeme que la intolerancia está en otro lado y otros son los intolerantes)
El incrédulo no puede o no quiere ver que Dios no es generador del mal ni tampoco lo impide. Si lo evita, es en su total soberanía que casi nunca podemos entender con esta mente finita. Dios es infinito, por ende, no podemos entender con mente limitada. Si pudiera meter a Dios en mi mente o en un laboratorio, no fuera Dios, sino un ídolo creado por la mano del humano. En su narcisismo, el ser humano atribuye la “creación” de Dios a su inteligencia. Bien lo señaló Pascal: “Una unidad al unirse a lo infinito nada le añade, ni tampoco se prolonga la longitud infinita por añadírsele un metro. Lo finito se aniquila en la presencia de Dios y se reduce a cero absoluto. Así es nuestro intelecto delante de Dios”.
Suficientes evidencias históricas y vivencias personales dan fe de que el humano es religioso por naturaleza a pesar de su también natural incredulidad, ya escrutada. Los estériles intentos de revoluciones como la francesa, norcoreana, china, soviética, cubana y demás por desarraigar la religiosidad de sus pueblos ha sido una crónica de un fracaso anunciado. Dichas revoluciones desaparecieron o están condenadas a colapsar, mas la religiosidad de las gentes se ha robustecido, reverdecido y florecido. La historia permite ver que la Iglesia siempre ha crecido gracias a la persecución y que el confort le ha sido un mortal sedante. No ignoro la ola de secularismo, sensualismo, hedonismo, laicismo, materialismo y mundanalidad en Europa, Estados Unidos y otros países desarrollados y en desarrollo. Mas el hombre y la mujer seguirán siendo seres religiosos y morales per se.
Hace un tiempo tuvimos en casa la oportunidad de conocer de cerca a una ciudadana de la desaparecida Unión Soviética. Quedé sorprendido por su religiosidad y de cuánto tenía presente a Dios en todo lo que hacía. En verdad, era más religiosa que yo. De igual manera he tenido el privilegio de tratar a personas salidas de regímenes totalitarios y ateos o todavía residentes en esos países, y he notado como se persignan e invocan a Dios antes de tomar decisión alguna. ¿Qué ha pasado para que esos sistemas represivos y ateos no hayan logrado extirpar la religiosidad en la mayoría de sus ciudadanos?
Mario Vargas Llosa en Europa laica y creyente sostiene que “no se puede erradicar a Dios del corazón de todos los hombres [yo diría de ninguno, aunque algunos quieran desarraigar la creencia en Dios de su espíritu y cerebro]; muchos de ellos, acaso la mayoría, lo necesitan para no sentirse extraviados y desesperados en un universo donde siempre habrá preguntas sin respuestas”, no porque Dios no responda, no exista ni esté ocupado o muerto, sino por mi finitud de entenderlo todo. (11) (Las negritas son mías)
La historia bíblica y secular sobre la religiosidad humana enseña que el ser humano siempre ha creído en un poder superior a él: llámese Dios, Sol, Luna, estrellas, naturaleza, ríos, mares. Sin embargo, conforme a las enseñanzas de la Biblia, el hombre fue creado monoteísta y así actuó hasta bien entrada la historia. Con la caída en pecado y sus diversas ramificaciones, se pervirtió el monoteísmo y surgieron los ídolos mudos e inútiles, que “tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen; manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; no tiene voz su garganta. Semejantes a ellos serán los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos”. (Salmos 115: 5-8)
Si hay un pecado aborrecible por Dios, es la idolatría porque pone los ídolos al lado o en el lugar del único Dios existente. De hecho, el primer mandamiento de los famosos Diez Mandamientos amonesta: “No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas, ni les darás culto...”. (Éxodo 20: 3-5ª) Jesús reafirmó ese primer mandamiento con las siguientes palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente [notemos que no es fe ciega, sino muy consciente de lo que cree]. Este es el primero y gran mandamiento”. (San Mateo 22: 39) Ahora, podemos ser idólatras sin ser religiosos. ¿Cómo así? Cuando colocamos a alguien o algo por encima de Dios o a su lado en nuestro corazón nos convertimos en idólatras. ¿Habrá algo en mi corazón que usurpe el lugar de Dios? ¿Habrá alguien más a quien le rinda yo adoración (enmascarada) de veneración? Si la honesta respuesta es “sí”, soy un idólatra e infrinjo el primer mandamiento de Dios.
Por complacer a mis pequeños hijos, fui a ver con ellos La guerra de las galaxias, Episodio III. Además de la violencia extrema presente también en programas televisivos, juegos de video y películas “para” niños, noté que no se menciona al Creador con la palabra “Dios”. Pero sí se habla de “Mega Fuerza” y de “la Fuerza te acompañe”. ¿De quién crees tú que hablan? Quien no lo vea quiere ver lo que le conviene o su predisposición.
Mientras el ser humano siga siendo humano (siempre lo será, nunca se convertirá en dios ni en semidiós), será mortal, tendrá necesidades espirituales, afectivas, emocionales y conductuales, y necesitará a Dios, a pastores de almas cristianos, especialistas de la conducta humana y la medicina. No admitirlo y querer vivir de espaldas a esa verdad no es vivir, sino sobrevivir. Vivir es trascender, sobrevivir es vivir por debajo de mí mismo y las circunstancias.
Ahora bien, ¿son el espíritu y el alma temas sin alguna importancia por ser invenciones de la religión cristiana? Ya hemos expresado que para ser tan dogmático y hacer ese tipo de señalamiento he de ser una de dos: omnisciente o un necio. Insisto por enésima vez, variables como el diablo, los demonios, el sufrimiento, el espíritu, el alma, el nuevo nacimiento, los milagros... no pueden ser metidas en un tubo de ensayo ni debajo del microscopio ni en una mente finita y poco fiable como la humana. Quien lo haga -pretendiendo hallar la verdad de esa manera- es un ingenuo, y quien crea las tonteras por él “descubiertas”, es igual de mentecato.
En el capítulo 1 expresé que el científico con criterios cargados al investigar espera que lo que cree suceda, pasando por alto los hechos más evidentes, y siendo embobado por prejuicios y formulismos. Más, como todos los supuestos, una presuposición “científica” plantea la posibilidad de convertirse en una predicción que se cumple, pues al suponer el investigador que algo es verdad, inconscientemente se demuestra a sí mismo que lo es. Todo lo deduce a la luz de su presuposición y actúa de acuerdo a ello. El paso siguiente es que sus acciones producen el resultado que el científico había anticipado y confirma su creencia en el supuesto.
Eso ha ocurrido cada vez que el escéptico, agnóstico o ateo ha emprendido una investigación con intenciones no de encontrar la verdad, sino para apoyar sus ideas preconcebidas. La conclusión es obvia: se reafirma su creencia en la presuposición o presupuesto.
Algunos de los estribillos más utilizados por los incrédulos son: ¡Dios está muerto! ¡Dios no existe! ¡El alma es una fantasía! ¡Los milagros no ocurren!
Cierro esta sección y capítulo con estas palabras de Salomón: “La conclusión de todo el discurso oído [leído] es esta: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre [y la mujer]”. (Eclesiastés 12: 13)
















(1) Diccionario Expositivo de Palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento Exhaustivo, p. 374. Editorial Caribe, Colombia, 1999.
(2) Ibíd., pp. 765, 662.
(3) A. C. Bhaktivedanta Swami Prabhupâda. El Bahgavad-Gitâ: Tal como es, Editorial Bhaktivedanta Book Trust International, pp. 722, 723. India, 1984.
(4) Matthew Henry's Complete Commentary on the Whole Bible, consultado en la Red: http://www.gregwolf.com/MHC00000.HTM
(5) Hugh Ross. El Creador y el cosmos, pp. 116, 117, Editorial Mundo Hispano, Estados Unidos, 1999.
(6) Lee Strobel, El caso de la fe, p. 39. Editorial Vida, Estados Unidos, 2001.
(7) Consultado en la Red en www.vozdepapel.info/catalog/prensa.php?prensa=32&pagina=0
(8) Stanislav y Christina Grof, editores, El poder curativo de las crisis, p. 67. Editorial Kairós, Barcelona, 1998.
(9) El hombre espiritual, Tomo I, p. 34. Editorial Clie, Barcelona, 1988.
(10) Consultado en la Red en http://www.andrewnewberg.com/
(11) (a) Diario La Prensa, suplemento Mosaico, edición 93, año 2, p. 13, Panamá, 18 de julio de 2004. (b) Diario El País, Opinión, 11-07-2004, España, consultado en la Red.