lunes, 2 de marzo de 2009

El origen del sufrimiento... (Segunda Parte)

Incrédulos y escépticos ante la fe

Creo que todos por naturaleza somos incrédulos y escépticos, o por lo menos tenemos rasgos de incrédulos y escépticos. Condicionamos al Creador del universo y la vida al considerar nuestras limitaciones espirituales, emocionales, sicológicas, intelectuales, físicas y financieras. Al estar mi mente predispuesta por mis limitaciones, automáticamente traslada sus incapacidades a Dios, quien por ser el Creador del universo, la vida y las leyes físicas está sobre toda ley natural. Pero la mente natural no puede entender a ese Dios infinito, y aunque no queramos ser incrédulos y seamos nacidos de nuevo, es propensa a rechazar lo sobrenatural. (Es algo muy inconsciente en los cristianos; en los incrédulos es consciente y hasta premeditado) Por consiguiente, la mente no puede entender que un milagro pueda estar por encima de un principio natural como la enfermedad, por ejemplo. ¿Puede Dios curar un tumor maligno? ¿Puede la oración de fe desaparecer una metástasis? ¡Puede Dios sanar el VIH-sida? “¡Imposible!”, contesta la mente natural. Esa mentalidad de la cual habla san Pablo en 1ra Corintios 2: 14 cuando escribe: “[...] El hombre natural [gr. psuquikos] no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender porque se han de discernir espiritualmente”. (Cierto es que no todos por los cuales oramos son sanados, pero hay un número considerable de casos de sanidad sin la intervención natural del medicamento, quimioterapia, cirugía, efecto placebo... ¿Por qué se sanan unos y otros no? No sé; tal vez por lo que manifestara sobre la falta de fe)
¿Cuál crees tú es la primera reacción del humano cuando Dios anuncia un milagro? “¡Eso es imposible!”, es la típica respuesta. “¿Cómo puedo quedar encinta si no he tenido relaciones íntimas con ningún varón?”, preguntó María al ángel que le anunciaba el nacimiento virginal de Jesús. La respuesta inmediata del mensajero de Dios fue: “Ninguna cosa [Lit. palabra] será imposible para Dios”, pues “lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”. (San Lucas 1: 34; 18: 27)
María fue la primera en no creer que un nacimiento virginal fuera posible. Considero que esta santa mujer pensó que el ángel le hablaba en jerigonza. Cuando lo creyó, vio y experimentó el milagro: Jesús. Ojo, Dios no le pidió a María ni nos exige a nosotros cometer suicidio intelectual al no entender el nacimiento virginal de Jesús. Pero requirió de ella y pide de nosotros confianza en que Dios hacía y hace lo correcto aunque ella ni nosotros lo entendamos. Dios, los milagros y lo sobrenatural no dependen de nuestra capacidad para entender ni credulidad o incredulidad para existir o hacerse efectivos. Si la razón y los sentidos son poco confiables ante muchas verdades cotidianas del mundo secular y material, ¡cuánto menos lo serán para intentar “entender” y “explicar” al infinito Dios creador del universo y la vida! En realidad, sería soberbia de mi parte pretender meter al Infinito Dios en mi cerebro, en el laboratorio o en el tubo de ensayo.
En esto consiste la piedra en que tropiezan el fanático racionalista y el cientificista: “como las narraciones de la Biblia no caben en mi masa encefálica ni cuadran con el método científico [naturalista] y yo no las entiendo ni puedo explicar, son falsas y no tienen ningún valor histórico”. Dios no pide que nos suicidemos mentalmente; solo requiere que investiguemos con honestidad intelectual, y al hallar la verdad aceptemos tales hechos y le demos la oportunidad a Jesús resucitado revelarse a nuestras vidas. Si así lo hago, personalmente me convenceré que la Biblia tiene razón y que las ciencias humanas no pueden encajonar al Dios del universo y la vida.
Espero que mis amigos católicos no me malinterpreten y no aseguren que digo que María no creyó en el nacimiento virginal de Jesús (y sigan leyendo a pesar de algunas verdades bíblicas escritas aquí). De lo que se trata es que su primera reacción fue la clásica reacción de todos nosotros: dudar. María tuvo fijación en la barrera de la ley natural. Quedó profundamente sorprendida por las palabras del ángel. Pero, aunque no las entendió, sometió su voluntad y su razón falible y finita a la voluntad de Dios. Alguien ha dicho que el conocimiento humano tiene que ser entendido para ser creído (expresamos que muchos científicos y seudocientíficos naturalistas aceptan postulados de las ciencias naturales aunque no los entiendan del todo, mas por prejuicios religiosos rechazan a priori todo lo que les huela a religión. Al rechazar la Biblia, estos señores llaman a Dios mentiroso, puesto que sin investigar con honestidad intelectual aseguran que la Biblia no es la Palabra de Dios ni una revelación divina al ser humano. Son atrevidos y majaderos), mas el conocimiento o hechos divinos tienen que ser creídos para ser entendidos. Ya observamos que por la finitud de mi mente y la infinitud de Dios es imposible entenderlo todo por muy espiritual, inteligente, entendido o estudioso que yo sea. Y aceptar y creer lo que Dios anuncia o revela no implica suicidio intelectual, sino confianza (convicción) que lo que dice o hace Dios es cierto y es perfecto. ¿Por qué crees que Jesús enseña que si no nacemos de nuevo y no somos como los niños pequeños no podremos ni siquiera ver el Reino de Dios? (San Juan 3: 3) ¡Porque el niño pequeño cree y acepta lo que dicen sus padres! Dios mío, ayúdame a ser como un pequeño niño.
Si a un varón le dijeran hoy que su esposa está encinta, a sabiendas que él es estéril, concluirá de inmediato que ella le ha sido infiel. Lo último que pensará es que Dios respondió su oración de fe de querer tener un hijo. A veces pedimos algo a Dios y cuando lo recibimos somos los primeros en sorprendernos de que Dios nos haya respondido. ¡Somos incrédulos por naturaleza! La Iglesia primitiva oraba por la liberación de Pedro de manos de Herodes, y cuando Pedro sale de la cárcel por intervención de un ángel la Iglesia es la primera en no creer que es Pedro quien llama a la puerta. “Debe ser su espíritu”, decían creyéndolo muerto. (Hechos 12: 13-16) ¿Qué te parece? ¿Creemos o no creemos? No pocas veces somos creyentes incrédulos. ¡Qué contradictorios somos!
Notemos algo, el único evangelio que registra el pasaje completo del nacimiento virginal de Jesús fue escrito por el médico Lucas, científico e historiador que al igual que Teófilo, a quien remitía la carta, era griego convertido al cristianismo, y al cual advertía haber investigado todo a conciencia. La conclusión de Lucas luego de ordenar “las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas [...]” y “[...] después de haber investigado todo con esmero desde su origen”, es que Jesús tuvo un nacimiento sobrenatural, pues nació de una virgen. (San Lucas 1: 1, 3)
Hagamos un paréntesis: El hecho de que Lucas haya sido médico no lo convirtió automáticamente en científico. Ese es el error de quien considera que todo lo que cree, piensa y hace es ciencia porque estudió una ciencia equis o su credo lo escribe o dice un “experto”. Una cosa es conocer herramientas para investigar y hallar una verdad equis y otra muy distinta es que sus afirmaciones o creencias sean ciencia porque investiga con honestidad intelectual. “El hábito no hace al monje” ni la bata blanca hace al científico naturalista. Cierro el paréntesis.
Tal vez alguien arguya que la medicina y ciencia cultivadas por Lucas no tienen gran credibilidad hoy porque en el siglo I no estaban tan avanzadas como en el siglo XXI. Ello es indiscutible. Empero, Lucas aventaja a muchos autoproclamados científicos, historiadores, expertos y doctos en que la actitud de Lucas era buscar la verdad hasta encontrarla; no escamotearla (era un honesto intelectual) ni dejarse llevar por resentimientos y despersonalizarse en paradigmas y argumentos de filósofos trasnochados; ni suprimir los hechos que chocan contra su verdad, supuestos, racionalismo y cientificismo. (¡Qué fácil es ser deshonesto intelectual por soberbia y otros factores!)
Ahora bien, tanto ayer como hoy sabemos que humanamente es imposible que una mujer conciba sin la intervención directa o indirecta del espermatozoide del varón. También sabemos que hay madres sustitutas o vientres de alquiler y otros avances. Pero resulta que Dios no es humano; es sobrehumano, vive en lo sobrenatural, mas interviene en lo natural, responde y hace milagros, hechos sobre-naturales. Un hecho sobrenatural está sobre, por encima, de las leyes naturales. Si no lo creo, es mi problema y decisión, pero ello no invalida la realidad de que Dios hace milagros, interviene en la vida de las personas y si tiene que pasar por arriba de las leyes humanas y naturales, lo hace. Si Dios no pudiera moverse por encima de las leyes que creó, ¿qué clase de Dios sería ese? No fuera Dios, sino una invención de los seres humanos, tal como piensan algunos.
En una reciente lectura y estudio de la Biblia, empecé a entender mejor lo ocurrido allá en el siglo I D. C. cuando el ángel Gabriel fue enviado por Dios a María. Ante la inquietud de María de cómo iba a quedar embarazada si aún no conocía varón, Gabriel le responde: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual el santo ser [engendrado] será llamado Hijo de Dios”. (San Lucas 1: 35)
Los judíos piadosos como María sabían que la Shekiná de Dios se había manifestado muchas veces en forma de nube al posarse sobre el Tabernáculo o sobre los siervos de Dios. La nube de Dios también guió al pueblo de Israel en el desierto y los protegió del ejército egipcio. Cada vez que la Shekiná del Altísimo se presentaba había manifestación del poder ilimitado de Dios. Ese mismo poder estuvo en acción al crear el universo, la Tierra y la vida. Ahora ese mismo Espíritu de poder descendería sobre esta sierva del Señor en ese pueblito insignificante de Nazaret y se posaría sobre ella, y el poder [gr. dunamis] del Altísimo la cubriría con Su sombra para engendrar [gr. gennao] en ella un Santo ser que sería llamado Hijo de Dios y podía salvar y librar al mundo de sus pecados. El razonamiento lógico debe ser: si ese poder inmensurable fue capaz de crear el cosmos y la vida, ¿le sería difícil engendrar a un ser en el vientre de una virgen sin usar los elementos naturales esperma y óvulo? ¡De ninguna manera! La impotencia no está en el omnipotente Dios creador y sustentador de la vida, sino en la mente finita del ser humano para entender los actos del Creador. Los límites no los tiene ese Dios creador; están en las ciencias naturales que no ha podido ni podrá crear vida humana sin el esperma y el óvulo.
No faltarán aquellos que se salgan por la tangente y digan -creyendo librarse de la dificultad- que “Dios no existe” y no creen en divinidades ni en nada por el estilo. A ese grupo minoritario y desconectado de los más recientes descubrimientos en cosmología, astronomía, astrofísica y de la física de la relatividad de Einstein -en la cual el universo está abierto a todas las posibilidades- y de la necesidad más urgente del ser humano -como es la espiritual- es bueno recordarle tener cuidado puesto que ser ateo consecuente es terriblemente peligroso para la salud sicológica y emocional (ni hablar de otras consecuencias en el espíritu, que también ellos niegan) como ya expresamos y consideraremos en este mismo capítulo.
Prosigamos: el padre de un muchacho endemoniado por un espíritu de mudez, al cual los discípulos de Jesús no pudieron sanar y liberar por su incredulidad (falta de fe), le dijo al Maestro: ‘“Si tú puedes hacer algo [por mi hijo], muévete a compasión por nosotros y ayúdanos’. Jesús le respondió: ‘Si puedes creer, todo es posible para el que cree’. Al instante, el padre del muchacho dijo a gritos: ‘Creo; ven en auxilio de mi poca fe’”. (San Marcos 9: 22-24) Eso debo pedir a Jesús: Señor, tengo poca fe, por favor, aumenta mi fe.
Por ser un don espiritual la fe tiene procedencia divina. El ser humano no produce fe; ninguna religión provee fe; nadie puede impartirme su fe. No obstante, pienso que por ser criaturas de Dios nacemos con un tipo de fe natural incipiente, capaz de desarrollarse y madurar al oír o leer la Palabra de Dios. Si así no fuera, ¿de dónde surge la fe que hace posible que creamos y aceptemos a Jesús como Señor y Salvador? Conforme a la Biblia, en una relación con el Dios creador del universo y la vida esa pequeña fe natural se incrementa y agiganta a medida que crezco a la estatura del Varón perfecto Jesucristo. Al nacer de nuevo, el Espíritu Santo empieza a renovar mi mente (sin lavarme el cerebro) para que la vida me sea transformada. (2da Corintios 5: 17; Romanos 12: 2)
Dios no demanda “fe ciega”; eso no existe en la Biblia. Jamás he oído esa frase en ninguna iglesia de los países visitados. Pero sí entre gente que no conoce a Jesús. Dios quiere que seamos conscientes de lo que creemos y cómo actuamos en nuestra relación con Él. En el Cielo, ningún ángel fue obligado a someterse a Dios. En el Edén, Adán y Eva no fueron constreñidos a obedecer a Dios. En medio del desierto, Dios le dijo a Israel: He puesto delante de ti la vida y la muerte. Escoge tú. Al escoger a los Doce, Jesús nunca presionó a sus seguidores a seguirlo, a creer en Él o a traicionarlo. (De ahí la patraña del mal llamado Evangelio de Judas) En la Iglesia, nadie está forzado a creer y cometer suicidio mental. Cualquier otra cosa que llamemos fe no es tal si nos pide “fe” ciega. Tampoco es fe lo que no tenga a Cristo Jesús -Dios hecho Hombre- en el corazón de sus convicciones. (Existen religiones autodenominan cristianas, pero no aceptan ni creen que el Señor Jesucristo es igual al Padre, como enseña el Nuevo Testamento y analizaremos en el capítulo 11. Algunos, como Miguel Servet, rechazan la Trinidad; y otros no tienen una Trinidad sino una Cuatrinidad al colocar a un santo o santa al lado de las Tres divinas Personas: Padre, Hijo, Espíritu Santo)
Por último, el verbo creer (gr. pisteuo) en el Nuevo Testamento significa ser persuadido de, estar convencido de, apoyarse en. No es creer o confiar en una creencia, enseñanza (gr. dogma) o filosofía, o en un libro o tradición por el simple hecho de creer. Tampoco es poner mi confianza en algo irreal, o en alguien ya muerto como sucede en religiones y filosofías. No obstante, insisto, otras enseñanzas y filosofías que no son cristianas tienen ciertas cuestiones interesantes que enseñar a los cristianos.
A nosotros nos toca examinarlo todo, desechar lo que esté en pugna con el Evangelio y retener lo bueno. (1ra Tesalonicenses 5: 21) No hacerlo así es ser estrechos de mente. Por su parte, el cristianismo, como toda verdad absoluta, es exclusivo y enfatiza que fe es apoyarse en hechos verdaderos ocurridos en la vida de una persona real llamada Jesucristo.
La fe es buena porque a través de ella vas a Jesús, pero quien salva es el resucitado Cristo histórico, no la fe. Si ni siquiera la fe que nos conduce a Jesús salva, ¿qué podemos decir de la religión cristiana? ¿Salva? Entiéndase bien, la religión, ninguna iglesia cristiana ni dogma alguno salvan. Quien salva es el resucitado Cristo histórico. (Sugiero seguir leyendo a quien piense que no necesitamos ser salvados de nada. Si ha llegado hasta este punto sin saltarse nada y con honestidad intelectual, le aseguro que va por buen camino. Si continúa así, le auguro que antes de que acabe de leer toda la obra hallará la verdad espiritual de la cual este libro es portador: Jesús vive y cambia vidas en el siglo XXI y en cualquier otro siglo)
Quizá alguien argumente: “Pero, ‘el justo por su [la] fe vivirá’”. (Habacuc 2: 4; Romanos 1: 17) Cierto. Mas, vivirá no por la fe en sí misma, sino por colocar esa fe en la Persona correcta: Jesús. Porque el que salva es Jesús, no la fe ni el bautismo ni otro sacramento ni ningún mandamiento de hombres. Ojo, no insinúo que el bautismo bíblico (inmersión de todo el cuerpo en el agua en la edad adulta) sea mandamiento de hombres. (Véase San Mateo 3: 16; 28: 19, 20; San Marcos 1: 10; San Lucas 3: 21; Hechos 2: 38; 2: 41; 8: 12, 36-38; 18: 8; Romanos 6: 3, 4) Pues es un mandato del mismísimo Jesús. Digo que tampoco ese ni otro bautizo salva al ser humano. (Tampoco salvan las obras, pero el nacido de nuevo producirá o dará buenos frutos como consecuencia de su relación con Jesús) La fe es el vehículo, el medio, para llegar a Jesús, que salva. Pero al creer de corazón nacemos de nuevo y obedecemos el mandato de Jesús de bautizarnos. A mí me bautizaron a inicios de los ochenta, aunque me convertí en 1979. Sí, estoy consciente de que debí bautizarme apenas creí y nací de nuevo, pero por desconocimiento y falta de discipulado se dio así.
Ahora bien, hay fe verdadera -impartida por el Espíritu de Jesús- y falsa fe inventada por los hombres. Algunos no entienden qué es fe y consideran que no importa dónde pongas tu “fe” con tal que creas en lo que sea. Otros como el Seminario de Jesús y demás creen erróneamente que hay gran diferencia entre el Cristo de la historia y el Cristo de la fe. Según ellos, el Cristo histórico era un hombre sabio, humilde, ingenioso y nunca alegó ser el Hijo de Dios, mientras que el Cristo de la fe ha surgido de unas cuantas ideas de bienestar a fin de que las personas vivan mejor, pero que a final de cuentas están basadas en falsas esperanzas. Creen, además, que la investigación histórica no puede en lo absoluto descubrir al Jesús de la fe porque tal Jesús no tiene asidero histórico. La presunción de estos señores es sobremanera disparatada puesto que la verdad teológica está arraigada en la historia y corroborada por nuestra experiencia con el resucitado Cristo histórico, no en añadidos legendarios y mitológicos. Los miembros del Seminario de Jesús aseveran saber más que todos los eruditos juntos y ser capaces de discriminar entre las palabras del resucitado Jesús y poder entresacar solo el 20 por ciento como genuinas. Empero, si analizamos sus propuestas caemos en cuenta de sus supuestos y criterios cargados, echando por tierra su hipotética imparcialidad y objetividad en la búsqueda de la verdad en cuanto a la vida del Señor Jesucristo.

El problema no está en la fe

Ya vimos que mucho del problema está en que mis limitaciones me predisponen ante lo que esté por encima de lo común y corriente, lo que vaya contra las leyes de la naturaleza. Veámoslo así: un mal hábito cuesta un mundo romperlo porque se arraiga en nuestra personalidad. Por ello algunos no creen en la efectividad de la superación personal para desarraigar defectos caracterológicos. Pues bien, en nuestra naturaleza no está creer en lo sobrenatural, lo intangible, sino aceptar solo aquello que podemos ver, tocar y percibir con los sentidos. (La sensualidad impera en todos los ámbitos y profesiones de los seres que habitamos este planeta. “Si no es perceptible con los sentidos, no es ciencia”, gritan fanáticos racionalistas y cientificistas creyentes del sensualismo.)
El inconveniente no está en la Biblia ni en los hechos históricos que narra, pues pueden ser comprobados por medio de la prueba histórica legal. Tampoco estriba en la fe en Jesús, que es intelectualmente aceptable por no ser ciega, sino en lo que el ego quiere o no aceptar y creer, o en lo que la naturaleza incrédula me permite creer. De inmediato debo advertir no usar la incredulidad innata como excusa para prejuicios y escepticismo tan elevados que ninguna prueba puede convencerle, puesto que si investigo con honestidad intelectual y pido ayuda a Dios, puedo empezar a ver la verdad, y todo es posible al que cree. (Ya observamos que algunos están prejuiciados con la palabra creer; para ellos creer lo que revela la Biblia significa cometer suicidio intelectual, pues siguen empeñados en aplicar el método científico de las ciencias naturales a la verdad bíblica que debe ser analizada con los cánones de la prueba histórica legal)
En numerosas ocasiones el problema está en el corazón. En términos conductuales, el conflicto anida en el aparato sicológico. “Lo que me preocupa de la Biblia no es lo que no entiendo, sino lo que puedo entender”, dijo Mark Twain. ¿Qué te parece? Por lo menos debe reconocerse la honestidad del escritor. Algo que brilla por su ausencia en muchos intelectuales y hombres de ciencias naturales. Obvio, me preocupa eso que entiendo de la Biblia porque es un espejo donde me veo tal como soy. Y no me gusta lo que veo. Bertrand Russell tampoco quiso ver al Cristo de los evangelios. Escribió no preocuparse por la historicidad de Cristo, pues le parecía “dudosa”. “Me ocupo de Cristo tal como aparece en los Evangelios, aceptando la narración como es [...]”. Pero, claro está, dándole su muy amañada interpretación para que el Evangelio diga lo que Russell quiere que diga. (En Por qué no soy cristiano, Russell revela su desconocimiento del Evangelio contenido en el Nuevo Testamento; además, deja ver sus prejuicios religiosos, extremismo, rencor y odio hacia las creencias religiosas y en particular hacia la cristiandad. Sería saludable leer una imparcial biografía de Russell y otros escépticos, agnósticos y ateos con el fin de descubrir qué pudo haber pasado en su infancia, adolescencia o adultez que los arrastra a ser tan intolerantes con las creencias, religiones y el cristianismo institucional. Si lo que Russell y otros llaman “religión cristiana” o “moral de Cristo” fuera el Evangelio bíblico, yo tampoco fuera cristiano)
Hace muchos años un ateo en Londres manifestaba que lo que más le quitaba el sueño era que la Biblia fuera verdad y Jesús viniera otra vez. ¿Ves? La Biblia es un espejo donde el ego retorcido se ve proyectado sin máscaras, y porque la luz del Cristo de los evangelios alumbra los secretos más oscuros de la vida. Esos que avergüenzan y a veces llevan a no soportarnos. Los griegos creían que el mundo era un gran escenario donde los actores somos nosotros. Cada uno con sus máscaras o caretas por temor a ser genuinos para que no nos rechacen o abandonen. (¡Cuidado! La sinceridad no da ocasión al irrespeto, grosería, patanería ni a la insensatez al hablar o comunicarnos con los demás. La virtud sinceridad va acompañada de la virtud sensatez para conducirnos, hablar o escribir) Eso es miedo a ser yo; en primer lugar, porque no me acepto como soy; segundo, por miedos y baja autoestima. En una frase, miedo a la vida. (Llama la atención la cantidad de deportes extremos existentes hoy. ¿Cuántas ganas de morir o miedo a vivir hay inconscientemente en sus practicantes? Temo que muchos son suicidas en potencia)
Abundantes partes médicos, reportes científicos y experiencias sobrenaturales revelan innumerables casos de curación mediante la fe. Pero el cientificista y el fanático racionalista intentan viciar los milagros y la sanidad sobrenatural sin haber investigado nada porque tales hechos no embonan en sus creencias y paradigmas ni en su “ciencia” y “poderosa” razón. Y, naturalmente, objetarán los milagros y sanidad divina pues ellos son “científicos”, no fanáticos religiosos. (Toda esa hueca verbosidad es excusa para justificar una o más razones: vida inmoral, megalomanía, deshonestidad intelectual, o simple y llanamente es incredulidad disfrazada de intelectualismo)
Tendría yo unos nueve o diez años de convertido a Jesús cuando los jóvenes de la iglesia y líderes de jóvenes nos trasladamos a un pueblito distante de la ciudad. Recuerdo que habíamos pasado un buen tiempo de oración, alabanza y adoración al resucitado Cristo histórico bajo un precioso cielo estrellado de verano; ya en casa, observé a un joven que nunca supe si era familiar o amigo de la anfitriona; la cuestión es que, según me enteré, no podía caminar sin el bastón que usan los discapacitados de las extremidades inferiores. En un arranque de fe, le pregunté al joven delante de los jóvenes del grupo si creía que Jesús le podía sanar, hacer un milagro en él; a lo que respondió “sí” (claro, la presencia del grupo debe haber influido en su “sí”, mas no en su fe, si acaso la tuviera para recibir un milagro). Sin pensarlo dos veces le pedí que caminara hacia mí (si lo hubiese pensado, estoy seguro de que mi naturaleza incrédula me hubiera gritado: “¡estás loco; no lo hagas; se va a caer!”), y mientras lo hacía le quité el aparato con el que caminaba; el muchacho, ante el asombro de los jóvenes que me acompañaban y estaban alerta ante una “posible” caída, empezó a caminar y a andar recto sin el dichoso bastón. ¿Condicionamiento? ¿Sugestioné al chico? ¿Hubo histeria colectiva? No creo haber sugestionado al joven pues pocas fueron las palabras cruzadas con él; además, ni imaginaba que le quitaría el bastón; lo que sí sé es que lo sentido en ese momento pocas veces lo he vuelto a experimentar. Me invadió algo extraordinario e inexplicable, como quien tiene poder. Jesús sintió que había salido poder de Él cuando la mujer con fe tocó su manto y sanó. (San Marcos 5: 25-30)
En cuanto a una posible histeria colectiva, entre los presentes no había fe sino incredulidad. Aun cuando la histeria colectiva -por la sugestión sicológica subyacente en ella- condiciona al sujeto, no sana enfermedades límites como un cáncer o cualquier otra afección terminal ni produce milagros ni fenómenos sobrenaturales. Esto es, con todo y que la sugestión particular o colectiva es capaz de lograr ciertas curaciones casi como lo hace un placebo, no sana enfermedades mortales ni hace milagros ni fenómenos sobrenaturales propiamente dichos. Más, me atrevo a asegurar que la sugestión y el efecto placebo únicamente curan achaques sicosomáticos, es decir, enfermedades existentes solo en la mente de la persona. (Veremos que se calculan entre el setenta a ochenta por ciento las enfermedades de tipo sicosomático y que el efecto placebo -debido a las creencias de las gentes- es mucho más eficaz de lo que cree y reconoce la mayor parte de médicos) Y provocan trastornos de la visión, mas nunca realizan hechos sobrenaturales o milagros. Léase bien, las enfermedades mortales solamente las cura Dios si así lo decide. Y un fenómeno sobrenatural o milagro no es una alucinación ni hipnosis. Si no lo acepto por cientificista o fanático racionalista, es mi decisión y problema, pero de ahí a aseverar con radicalismo que la sanidad divina y los milagros son imposibles e indemostrables, y que los fenómenos sobrenaturales no ocurren, es insolencia de una mente ignorante y reduccionista. Quien crea que en cultos cristianos solo hay elementos emotivos sin un genuino mover del resucitado Cristo histórico, su desconocimiento de causa le ha polarizado y habla de cosas que desconoce.
Al mirar retrospectivamente lo ocurrido en las afueras de la ciudad hace tantos años, me doy cuenta de que la mayoría -si no todos los jóvenes de la iglesia- no creía que Jesús podía hacer caminar a ese joven sin bastón. Días después en la iglesia, una líder de jóvenes me hizo un comentario que dejaba entrever su asombro ante lo acontecido. ¿Ves? Los mismos creyentes no podían creer lo que veían. Y considero que, después de tantos años, si me tocara vivir la misma experiencia, de pronto no tenga la misma fe. Dios lo sabe. Jesús hizo el milagro en el joven, y aún hoy hace milagros y maravillas, mas ello es insuficiente para quien ya está condicionado por su propia naturaleza, por supuestos, creencias naturalistas y oscuros movimientos del alma a no creer lo sobrenatural, aunque lo vea frente a sus ojos. (San Lucas 16: 31) No olvidemos que el humano cree lo que está predispuesto a creer, salvo que toque fondo, se le rompa la soga o su corazón sea tocado y cambiado por el resucitado Cristo histórico.
Jesús hizo muchos milagros y resucitó. Ten por cierto que si los evangelistas hubiesen inventado lo que narran los evangelios, la obra de Gabriel García Márquez Cien años de soledad (1967) -obra cumbre del realismo mágico, y considerada en febrero de 2007 como una de las mejores veinte novelas en la historia de la literatura universal- les quedara chiquita por la espectacular “imaginación” registrada en ellos. No existiría ningún escritor que los superara por muy imaginativo y creativo que fuera. Bien ha dicho alguien que “si el Jesús de la Biblia no fuera real, [yo] hubiera necesitado adorar a quien lo inventó”.
Los discípulos y apóstoles han transmitido lo que presenciaron o consultaron de fuentes de primera mano. Juan aseguró (San Juan 20: 30; 21: 25) que no escribió sobre todas las “señales” hechas por Jesús porque eran muchas. (Como toda herejía, de ese versículo de San Juan se agarran los gnósticos para expresar que hay muchas “verdades” sobre Jesús escondidas aviesamente por la Iglesia cristiana. Nada más falso) No obstante, algunos intelectuales e intelectualoides del siglo XXI no quieren creer ni aceptar lo que discípulos y apóstoles vieron, vivieron y tocaron. Te aseguro que si Jesús hiciera hoy lo mismo delante de los ojos de muchos incrédulos pocos le creerían. Entonces, ¿dónde está el problema? ¿En Jesús, en los milagros, en la Biblia, en Dios, en los tiempos o en los incrédulos? Por cierto que en ellos, los incrédulos posmodernos.

Los niños y la fe

Cada vez que leo y analizo la Biblia con mis menores hijos, les pregunto si creen lo que leemos; la respuesta es sí. Estoy seguro de que ese “sí” no es para agradarme o por temor a llevarme la contraria. A mis hijos he dado libertad de expresar con respeto su desacuerdo conmigo. (Hace un par de años íbamos ellos y yo en un ascensor, y formaron tal desorden que, luego de varios llamados de atención caídos en oídos sordos, me exasperé y grité a mis hijos. Después de la agresión en forma de grito, Jonatán Eliseo -uno de los mellizos- dijo en broma y en serio: “¡Qué carácter!”. Los cuatro soltamos la risa)
A raíz del desarrollo de esta obra he pedido a mis hijos sus opiniones sobre lo que les comparto de la Biblia a fin de ver qué responden. Pero me pongo en el lugar de alguien que no cree en la inspiración (gr. theopneustos) sobrenatural de la Biblia; y, para mi sorpresa, mis hijos responden con tal certeza y firmeza que traen a memoria lo que enseña Jesús en cuanto a los niños: “Si no se vuelven y se hacen como los niños, de ningún modo entrarán en el reino de los cielos”. (San Mateo 18: 3) Jesús sabe que los niños al creer algo creen y punto. Los niños pequeños tienen fe. Considero que el tipo de fe innata del cual hemos hablado lo tiene el niño en su máxima expresión. Y si sus padres son cristianos y la saben cultivar, dándole el buen ejemplo en palabra y conducta, ese niño puede ser un gigante espiritual mañana. Desde hace unos años he visto y oído niños predicadores que Dios usa con poder para trazar su Palabra y sanar a los enfermos.
Si quieres conocer la verdad, pregúntasela a un niño pequeño. Casi nunca inventa aunque maximice o malinterprete las cosas por su nivel de cognición y absolutismo con que ve la vida. (Algunos niños aprenden a manipular de sus padres y la televisión) Los pequeños no argumentan, no cuestionan ni le buscan la quinta pata al gato. Creen y punto. ¡Son humildes! Son ingenuos, pero no tontos ni nada parecido; tampoco tienen la cabeza cuadrada por prejuicios y el entendimiento enturbiado por el ego, como los sabihondos e inventores de la sabiduría del siglo XXI. (Padre, ojo con lo que manifieste tu hijo. Créele lo que te diga. Cuida que nadie le dañe en ningún sentido)
Precisamente porque un pequeño no tiene malicia cree lo que le digas. La inocencia y credulidad del niño -incorporadas por el Creador- parten del principio de presunción de inocencia aplicado de tal manera que mientras no se demuestre lo contrario, es cierto cuanto le digas a un niño pequeño. Mientras que -por enredos mentales, criterios cargados y emociones encontradas- para escépticos, agnósticos y ateos las narraciones históricas bíblicas son falsas hasta que no demuestren su validez. Peor aun, ya ellos han decidido que nada de lo registrado en la Biblia es cierto. Con tales premisas por delante ninguna evidencia por contundente que sea será suficiente para derribar prejuicios, presuposiciones, creencias, supuestos y paradigmas, pues una mente predispuesta es prácticamente imposible de penetrar con la luz de la verdad religiosa o no. Antes de investigar, ya el incrédulo ha descartado la Biblia porque según él su razonamiento es suficientemente apto e infalible para discriminar entre la verdad y la mentira. Ese chiste está bueno. ¿Me puedo reír?
En pocas palabras, el sujeto en cuestión percibe la vida a través de los binóculos de su razonamiento y llega a la verdad por medio del conducto de su ciencia y creencias. Para él, la razón, el laboratorio, el tubo de ensayo, el telescopio, el microscopio y un poco de imaginación (ciencia-ficción) son capaces de penetrar toda propuesta o enunciado y descubrir el engaño y las fuerzas subyacentes en ella. Tan necio es el crédulo por no discriminar lo falso de lo cierto, como lo es el incrédulo que rechaza todo por creer que la verdad deberá ser entendida por el poder de la razón y el cientificismo para ser verdad. O por dejarse envolver por la falsa premisa de los laboratorios de que ninguna hipótesis o teoría que conduzca a Dios y a lo sobrenatural es científica. Reitero, si la inteligencia y la percepción humanas son poco fiables para conocer realidades humanas, y el método científico de las ciencias naturales no es funcional para valorar toda verdad terrenal, ¿cuánto no serán de inútiles los esfuerzos por conocer verdades que trascienden la mente y el laboratorio? No tomar esto en cuenta es pecar de ingenuo. Ojo, la fe trasciende la mente, pero no va contra ella. Que un hecho real narrado por la Biblia no pueda ser captado por la mente humana no significa que sea irracional o no haya ocurrido. Insensato es querer entender hechos espirituales con una mentalidad carnal, pues las cosas espirituales deben ser entendidas espiritualmente, acomodando lo espiritual a lo espiritual. (1ra Corintios 2: 13, 14) Además de que el inconveniente no está en el hecho registrado por la Biblia, sino en mi finitud incapaz de entender a un Dios infinito.
No olvidemos que la fe nunca es un acto suicida, pues la fe de la cual habla la Biblia no es ciega, sino muy consciente de lo que cree. Pero reconoce sus limitaciones y no pretende encasillar al objeto de su fe: Jesús, quien es Dios encarnado.
Los niños saben y entienden más de lo que imaginamos. Jesús y muchos pensadores aseguran que los niños “son maestros” de los adultos. ¡Los que tenemos hijos pequeños deberíamos saberlo!
En una película vista hace un tiempo, había una escena donde papá pide a su pequeño hijo lanzarse de un edificio en llamas, pues él lo apañaría abajo. Si mi padre con una especie de red me pidiera tal cosa a esta edad, lo pensaría más de dos veces. Cavilaría sobre mi peso y la resistencia de la red, la dirección del viento, el golpe de mi cuerpo y la malla al caer desde esa altura por la acción de la gravedad; en que si mi padre me dice la verdad en cuanto a la resistencia de la red para no golpearme, en la dureza del suelo en el cual de pronto caería; en fin, creo que miraría primero si puedo bajar todavía por las incendiadas escaleras. Pero el niño de la película se lanzó sin más reparos que la fe puesta en su padre. ¿Tenía fe natural? Sea lo que fuese, tenía más fe que muchos. Ese pequeño estaba convencido de que papá no lo iba dejar caer al suelo. Ese es un niño con fe en su padre, y ese otro soy yo el adulto incrédulo y con más mañas que un gato. (Cabe resaltar que a medida que el niño crece más miedos descubre y tiene. Las razones son varias, pero no las abordaremos aquí. Nuevamente me parece oír a Jesús expresar: “Si no te haces como los niños, no puedes entrar al reino de los cielos”.) El que creyendo ser sabio, se hace necio. ¿Por qué será que el necio cuando no quiere aceptar los hechos ocurridos en tiempo y espacio reales suele presentar argumentos abundantes en contenido pero huérfanos de sensatez? Más pesa y vale un gramo de sensatez que una tonelada de necedad.
En uno de esos recorridos evangelizadores hechos por Jesús, de pronto se detuvo y “se regocijó en el Espíritu Santo, y dijo: ‘Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la Tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios y entendidos, y las has revelado a niños. Sí, Padre, porque así fue de tu agrado. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar’. Y volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: ‘Bienaventurados los ojos que ven lo que ustedes ven; porque les digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron’”. (San Lucas 10: 21-24)
¿Por qué oculta Dios cosas a los sabios y entendidos y las revela a los niños? Lo hace por la actitud de incredulidad de los primeros, y de fe de los niños. La actitud del sabio y entendido en cosas del mundo es de sabelotodo, autosuficiencia, incredulidad, soberbia. La del niño, de alguien que no sabe, quiere aprender, creer lo que se le dice, humildad. No prometamos a un niño si no tenemos intenciones de cumplir. No digas nada que no sea cierto a un niño, pues cuando te descubra no te creerá más y le harás perder su confianza en lo que dices.
¿De qué niños habla Jesús aquí? Habla de la disposición de corazón que tuvieron sus discípulos al creerle y seguirlo. Jesús los compara con niños y expresa que son bienaventurados porque le creyeron. Al creerle, Él estaba en libertad de revelarles al Padre y darse a conocer como lo que es: el Hijo de Dios. En ese principio de humildad que lleva a reconocer mi ignorancia e insuficiencia, de querer saber para aprender y de fe para creer lo que se expresa se basan las Buenas Noticias del Evangelio de Cristo. La soberbia y autosuficiencia son enemigas del Señor Jesús. Cuando bajamos la guardia de la arrogancia y la presunción de que lo sabemos todo, Jesús se nos revela. “El hombre natural [sin Cristo] no capta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él [actitud] son locura, y no las puede conocer [Jesús no se las revela], porque se han de discernir espiritualmente”. (1ra Corintios 2: 14) Dejemos, pues, que nuestro Niño interior crezca y madure en la fe que Jesús quiere proporcionarnos. Dios mío, ayúdame a ser humilde como los niños para que Jesús se me revele como Tú quieres.
Debo ser como un niño si quiero entrar al reino de Dios. Algunos se creen tan sabios y entendidos que las verdades sencillas de Dios les parecen locura, tontería, nocivas o “perversas”. Y por tener esa clase de enredo en la cabeza pierden las bendiciones que Dios tiene para ellos aquí en la Tierra y en el cielo que ahora desprecian. “Agradó a Dios salvar a los creyentes por medio de la locura de la predicación” del Evangelio, escribió Pablo, el intelectual de los apóstoles de Jesús. (1ra Corintios 1: 21) ¿Un Cristo clavado en una cruz para salvarme? ¡Eso es una locura! Bendita locura que llena mis vacíos existenciales, me salva y transforma.
Cuatro son las razones por las cuales una persona no viene al resucitado Cristo histórico: 1) Ignorancia de quién es Jesús y de su poder para transformar vidas; 2) Soberbia por creer que es autosuficiente o se las sabe todas; 3) Inmoralidad por estar enredado en conductas que chocan con las buenas costumbres y la moral bíblica; 4) Deshonestidad intelectual que pasa por alto verdades que chocan contra sus verdades, creencias o supuestos.
Algo llama mi atención: Pablo es considerado uno de los diez hombres más sabios de la humanidad. Ese súper sabio asevera: “No me avergüenzo del evangelio, porque es poder [dinamita] de Dios para salvación a todo aquel que cree...”. (Romanos 1:16) ¿Qué le pasó a Saulo de Tarso en el camino a Damasco para que su vida cambiara de una manera tan radical? Algo extraordinario tiene que haberle ocurrido. Después del Señor Jesús, es Pablo el apóstol quien más inspira mi fe en el Señor Jesucristo.





Nosotros y la fe


Ahora bien, reconozco que la Biblia no goza de la confianza de hace muchos años debido en parte al gran avance científico y tecnológico que nos ha condicionado a la sensualidad de realidades concretas y comprobables a través de los sentidos (sin caer en sensualismo, la obra de Cristo en la cruz de palo también puede ser experimentada; solo basta venir con fe a Él y pedírselo), convirtiéndonos en seres sensuales, escépticos e incrédulos en cuanto a las evidencias históricas, contundentes e imperecederas proclamadas por la Biblia, pero imposible comprobarse a través del método científico convencional, porque es inoperante para probar verdades que deben demostrarse mediante la prueba histórica legal y un encuentro personal con el resucitado Cristo histórico. Vimos el ejemplo de mi asistencia al gimnasio esta mañana.
Y, como verdades inmateriales, las narraciones bíblicas suenan abstractas, remotas y desfasadas en un mundo programado y acostumbrado a que se le hable en términos materialistas y sensuales; y que duda hasta del fluido eléctrico, del viento y del amor porque no los ve. Vivimos en sociedades incrédulas que lo ven todo en función de los sentidos. Gentes incrédulas cuando no les conviene creer. Pero crédulas cuando es de su conveniencia abrazar la creencia naturalista, social, filosófica... No tienen fe de la que hemos hablado. El ser humano posmoderno se cree autosuficiente y rechaza valores absolutos universales bíblicos de hace más de tres mil años por confundir el conocimiento, que es progresivo, con la verdad, que es eterna.
En tiempos de contradicciones e ironías, muchos que en el siglo XXI no creen en la Biblia y/o se burlan de los milagros no salen de casa sin antes consultar el horóscopo, leer el periódico o la literatura con la cual se identifican para sentirse apoyados en sus retorcidos pensamientos y luego envalentonarse contra Dios, pelearse con la vida y condenar a los creyentes y vomitar sobre sus convicciones y creencias. (Hay quienes todo les hiede; pues “todo el mundo está mal, menos yo”. Son de la posición existencial: “Yo estoy bien, tú está mal”)
Otros ponen su confianza en los movimientos de los astros y/o en lo que aparece en diarios, revistas “especializadas” (tan avezadas son que “hasta un burro las engaña” con avances seudocientíficos) o “revela” alguna “autoridad” del conocimiento humano; mas no creen lo que comunica Dios en su Palabra. ¿Cosas no? Desde luego, cada uno es libre de creer y creerle a quien desee. Empero, es extremarse acoger a pie juntillas lo que aseveran hombres resentidos y medios falibles con grandes intereses económicos. El profeta Jeremías asegura que es reprensible el humano que deja de confiar en Dios para apoyarse en el brazo de carne y poder de otro humano, cuyo aliento va a la tierra y fenece. (Jeremías 17: 5; Salmos 146: 3, 4)
Examinamos que no se trata de ser crédulos y creer en pajaritas preñadas, sino aceptar y creer cuando toca creer. En el momento en que todas las evidencias así lo confirman a fin de ser honestos intelectuales. Pero todo hay que examinarlo: lo bueno se retiene y lo malo se desecha, tal afirma san Pablo en 1ra Tesalonicenses 5: 21. La Biblia manifiesta también que “el simple todo lo cree, mas el avisado mira bien sus pasos”. (Proverbios 14: 15) El peligro consiste en desechar lo excelente y provechoso basados en prejuicios y orgullos, o en aceptar lo falso y medias verdades por falta de criterio propio. Es difícil mantener un equilibrio, mas no es imposible; tal planteamiento lo hago en El intrincado punto medio… Quizá algunos cuestionen: “¿Cómo es posible que en el siglo XXI algunos sigan creyendo en un libro tan anticuado y obsoleto como la Biblia?”. Para empezar, la Biblia no está obsoleta. Si la verdad ocurrida en tiempo y espacio reales estuviese supeditada al tiempo para seguir siendo verdad, no habría verdad válida más allá de nuestros escasos 60 u 80 años que pocos seres mortales suelen vivir. La falacia de que la Biblia está obsoleta es una creencia prejuiciosa porque rechaza las verdades bíblicas sin antes examinarlas de manera responsable y con honestidad intelectual. El promedio de los seres humanos hoy día considera la Biblia un libro más de historia saturado de leyendas y prohibiciones y escrito por hombres falibles; y, por tanto, lleno de verdades relativas, porque “todo es relativo”. Es innegable que existe tal rechazo a la Palabra de Dios, pero nos roba la gran riqueza y ayuda espiritual presentes en ella. Solo basta examinar esas verdades con seriedad para darnos cuenta de la riqueza espiritual existente en las escrituras judeocristianas. Casi a diario me topo personas con muchas dudas, pero prefieren la zona cómoda de la dubitación y escepticismo en lugar de tomar el tiempo para investigar y absolver tales dudas.
Por otro lado, intelectualoides y cientificistas sienten que la Biblia afrenta su intelecto (ego) al ver cómo un libro antiquísimo y religioso hace declaraciones desafiantes -y comprobables científicamente a través de la prueba histórica legal y convirtiéndose al Señor Jesús- acerca del origen del universo y la vida. Lo que algunos ignoran o quieren pasar por alto es que no pocas de las afirmaciones en cuestión han sido ya confirmadas, y las conversiones pueden también ser probadas. Por tanto, el obeso ego de estos señores se siente ofendido por el llamado a la humildad y sumisión de la Biblia ante la sobrecogedora revelación de Dios en el universo y la vida. (Génesis 1 y 2; Job 38 al 41; Salmos 19: 1-6; 33: 6; 136 y 148; Romanos 1: 18-32)
Bien lo escribe el astrofísico Hugh Ross, “ninguna sociedad ha visto tanta evidencia de Dios como la nuestra. Pero también ninguna otra sociedad ha tenido acceso a tanto conocimiento, investigación y tecnología. Estas son cosas que los seres humanos tienden a atribuirse a ellos mismos, especialmente aquellos que se consideran los amos del conocimiento [e inventores de la sabiduría], la investigación y la tecnología”. (5) Las palabras de Ross retrotraen las declaraciones de Feyerabend al hablar de la tiranía de las ciencias naturales y de que los creyentes y defensores de tales ciencias suelen juzgarlas superiores sin investigar adecuadamente otros campos del saber humano.
Por otra parte, el maltrato infantil al cual fueron sometidos algunos por padres cristianos confesos -más que cristianos eran tiranos, fanáticos y legalistas religiosos- provoca que hoy mucha gente esté amargada y resentida con Jesús, la Biblia y la fe. También el mal testimonio de muchos creyentes en Cristo ha causado que quienes conviven con nosotros y nos encontramos a diario no crean ni acepten al Jesús que profesamos creer. Al ver a su pueblo sometido y hollado por los que decían ser cristianos, Gandhi decía creer en Cristo, pero no en los cristianos. Por supuesto, habrá gentes que no creerán aunque Jesús se levante de nuevo de los muertos frente a ellos y estén rodeados de excelentes cristianos. Ya están condicionados a rechazar todo lo que suene a Jesús, Biblia, fe. O, como suelen decir, “religión”. Presuponen y creen que el cristianismo es sinónimo de oscurantismo, fanatismo, superstición. Ya lo vimos, hay los que colocan sus estándares de prueba tan elevados que ninguna evidencia les satisface por muy contundente que sea. En realidad, no quieren creer ni aceptar los hechos del Evangelio. No creen por falta de evidencias, sino que no creen y rechazan los hechos a pesar de las evidencias. Ante una mente así nada es suficiente, porque “ningún camino que conduzca a Dios y lo sobrenatural es científico”, recitan como papagayos.
Algo más sobre el maltrato infantil: maltrato o abuso infantil no es solo hacer trabajar a un niño, pegarle alocadamente o violarle carnalmente, sino que el abuso además puede ser emocional y sicológico. Por ende, no solo algunos creyentes en Dios y ciertos cristianos maltratan o abusan de sus hijos. También lo hacen los padres escépticos, agnósticos y ateos recalcitrantes al adoctrinarles y envenenarles con dogmas, creencias e ideas absolutistas sobre la supuesta inexistencia de Dios y la hipotética irrealidad de los milagros y lo sobrenatural. Este asunto es tratado más a fondo en el capítulo 8 y en el ensayo ¡Paremos ya la maldad contra los niños!
Pues bien, basados en mi experiencia de vida, en los millones de vivencias cristianas y en la prueba histórica legal para demostrar que esas evidencias históricas, científicas y testimoniales son lo suficientemente contundentes y demandantes de un veredicto me atrevo a utilizar la Biblia como fuente para analizar el origen del sufrimiento que golpea impíamente a la raza humana.

Necesidad del ser humano de creer
en Dios

Llama la atención que a pesar de tantas teorías e hipótesis en cuanto al origen del universo y la vida y de la proliferación de libros y escritos escépticos, agnósticos y ateos que bombardean a los cristianos y hacen mofa de sus creencias y convicciones y trasbocan sobre todo aquel que cree en Dios, el común de los seres mortales racionales confesamos creer en el Ser supremo, y no pocos aceptamos ser creación del Dios de la Biblia. (Para frustración e ira de ateos humanistas, su diagnóstico de que a estas alturas la mayoría seríamos ateos racionalistas, como “parte del progreso”, no se ha cumplido. Ni se cumplirá. Te pronostico algo basado en lo que veremos en esta sección, mientras la Iglesia del Señor Jesús esté en la Tierra nunca las mayorías serán agnósticas ni ateas)
¿Qué provoca que el ser humano sienta y tenga la urgente necesidad de creer y adorar un Ser superior a él? ¿Qué produce en nosotros sed y hambre de creer en Dios? El espíritu humano que Dios puso en cada uno de nosotros nos crea esa necesidad espiritual de creer en Alguien (Dios) omnipotente y omnisciente fuera de nosotros. Existe la noción de que creemos en Dios porque así nos lo enseñaron cuando éramos niños o por el inconsciente colectivo de Carl G. Jung (1875-1961). Claro, eso abona al terreno fértil que tenemos de creer en Dios. No obstante, los humanos creemos en Dios no solo por el inconsciente colectivo o porque nos lo inculcaron. (Viktor E. Frankl sostiene que todos tenemos un inconsciente espiritual) Esa es una de las funciones del espíritu humano que Dios nos dio, y no debe confundirse con el Espíritu de Dios. Dios no vive en sus criaturas (animismo) ni el universo es Dios (panteísmo). Él principia a vivir en una persona por un acto voluntario del ser humano (Romanos 10: 9, 10), que es el único con ese privilegio; ni siquiera los ángeles tienen esa grandísima bendición. ¿El Todopoderoso viviendo en mi vida? ¡Así es! “¿No saben ustedes que su cuerpo es santuario del Espíritu Santo, el cual está en ustedes, el cual tienen de Dios y que no se pertenecen a sí mismos?”. “¿O piensan ustedes que la Escritura [Génesis 6: 5] dice en vano: ‘El Espíritu [Santo] que él ha hecho habitar en nosotros nos anhela celosamente?”. (1ra Corintios 6: 19; Santiago 4: 5)
Dios no es producto de neurosis y deseos del humano de creer en algo o en alguien, sino que Él incorporó en nosotros un espíritu que nos hace conscientes de Su existencia, y colocó en nosotros la semilla de la necesidad de creer en Él. (Tal vez alguien acuse a Dios de narcisista. El narcisismo es bueno si está equilibrado. Ten por seguro que Dios es perfecto) Por el espíritu humano que nos dio creemos en Él independientemente de donde hayamos nacido o crecido.
La tenaz (y perdida) lucha del ateo es que su espíritu sabe (no solo cree) que Dios existe. Pero el ego (intelecto, parte del alma que nos da conciencia de nosotros) alienado, al ser obligado a creer que “Dios no existe”, lo niega muy a pesar de la voz de protesta del espíritu. En otras palabras, el ateo sabe intuitivamente de la existencia de Dios por la conciencia del espíritu, mas lo niega verbalmente con la razón del alma. (¡Qué terrible escisión del ser y qué desgaste de energía tan horrible negar lo que sabes que existe o es!) Y, contra los deseos del ateo, el raciocinio siempre lleva las de perder, salvo que la conciencia esté cauterizada.
A ello se debe que el ateísmo consecuente lleve a perder el juicio; y que los ateos consecuentes sean muy pocos. Un ejemplo puede ayudar a entenderlo mejor. El barco se hundía, y todos los pasajeros empezaron a invocar a Dios. De pronto alguien preguntó: “Oigan, ¿dónde está Trueno, el ateo?”. Y empezaron a buscarlo. Lo encontraron arrodillado en su camarote, bañado en lágrimas y orando: “Dios mío, no permitas que me ahogue; no quiero morir...”. Los pasajeros le preguntaron desconcertados: “Oye, ¿acaso tú no eres ateo? Trueno respondió: “Sí, lo soy, pero en tierra”.
A los pocos que aseguran no creer en Dios (hemos visto que en realidad todos creemos) sería bueno aplicarles la prueba del Polígrafo y preguntarles si creen o no en Dios. ¡Te aseguro que la aguja del Detector de Mentiras confirmaría lo ya sabido! Claro que creen en Dios, pero lo niegan o quieren engañarse y convencer a otros que ellos no creen.
En la película Alive (¡Viven!) -basada en el libro homónimo de Piers Paul Read que narra un hecho de la vida real llamado por muchos “El milagro de los Andes”- hay una escena de un joven negándose a rezar, afirmando ser agnóstico. De repente oyen un ruido que parece ser otra avalancha; la reacción del agnóstico es empezar a rezar por si acaso son reales sus temores. No cuesta nada decir ser agnóstico o ateo cuando todo está bien en tierra, tengo cuentas en los bancos, una excelente posición social, una profesión prometedora, nadie enfermo en la familia cercana y gozo de buena salud corporal. La puerca tuerce el rabo al estar en el límite de mis fuerzas y recursos y me siento impotente y reducido. Una terrible enfermedad toca mi cuerpo o estoy en medio del fuego cruzado de un hijo postrado en cama. Solo ahí sabremos quién soy, qué creo y cuáles son mis convicciones. Bien lo ha dicho Bacon: “El ateísmo aparece más bien en los labios que en el corazón del hombre”.
Con hechos reales de la infrahumana experiencia de millones de infortunados seres humanos se ha demostrado que en los momentos más extremos y en el túnel más tenebroso y macabro la mayor parte de los humanos mira hacia arriba y hace una pequeña oración salida de lo más profundo del ser. Tal vez la mayoría no sepa orar, pero el fervor con que hace tal súplica emerge de un alma necesitada y con ansias de ser rescatada y puesta a salvo. Negar nuestra inherente religiosidad es querer tapar el Sol con un dedo. Intentar extirpar tal inclinación de creer en Dios al humano es dar golpes al aire. Que unos pocos opten por fetiches y otras formas de religiosidad “moderna”, “progresista” y más “científica” no desvirtúa la verdad de que: somos seres religiosos y morales. Con la imperiosa necesidad de creer en algo o en alguien... En Dios, creador del universo y la vida. Nuestro Creador.
El filósofo Peter John Kreeft afirma sobre el ateísmo y el teísmo:

El ateísmo es de mal gusto en las personas porque dice fatuamente que a través de la historia nueve de cada diez personas se han equivocado referente a Dios y han llevado una mentira en su mismo corazón.
Kreeft argumenta: ¿Cómo es posible que más del noventa por ciento de todos los seres humanos, que han vivido en muchas circunstancias más dolorosas que nosotros, pueden creer en Dios? La evidencia objetiva, con solo ver el balance de placeres y sufrimientos en el mundo, parece que no justifica la creencia en un Dios absolutamente bueno. No obstante, esto ha sido la creencia casi universal.
¿Están todos locos? Bueno, supongo que uno puede creer eso si es un poco exclusivista. Pero quizá, como León Tolstoy, tenemos que aprender de los campesinos. En su autobiografía, lucha con el problema de la maldad. Vio que la vida tenía más sufrimiento que placeres y más maldad que bondad, y que por lo tanto al parecer no tenía significado. Se sintió tan desesperado que estuvo tentado a suicidarse. Dijo que no sabía cómo podría soportarlo.
Desde luego, después dijo: ‘Espere un minuto. La mayoría de las personas lo hacen. Lo soportan. La mayoría de las personas tiene una vida que es más difícil que la mía y, sin embargo, la encuentran maravillosa. ¿Cómo lo logran? No con explicaciones, sino con fe’. [Dios es infinito y por ende inexplicable. Toca creer y creerle] Lo aprendió de los campesinos y encontró la fe y la esperanza.
Así es que -agrega Kreeft- el ateísmo trata a la gente en una forma baja [la desvalora creyéndola animal]. También le roba el sentido de la muerte, y si esta no lo tuviera, ¿cómo al fin y al cabo la vida tendría sentido? El ateísmo degrada todo lo que toca, mire el resultado del comunismo, la forma más poderosa del ateísmo en el mundo.
Y al final, cuando el ateo muere y se enfrenta a Dios en lugar de la nada que predijo, reconocerá que el ateísmo era una respuesta barata porque negaba lo único que tiene valor: el Dios de valor infinito. (6) (Las negritas son mías)

Tanto el ateo del barco como el agnóstico del mencionado filme acerca del avión siniestrado en la cordillera de los Andes el 13 de octubre de 1972, no eran consecuentes con lo que profesaban ser. Norman L. Geisler señala que al ser consecuente o puro en su ateísmo -tratar de vivir sin Dios-, el ateo es propenso a cometer suicidio o enloquecer. Los inconsecuentes con su ateísmo (esos que se jactan de que la religión no les quita el sueño) viven bajo la sombra de un fetiche, de una ética, filosofía, estética, profesión o fundación humanista y social, aunque niegan la sombra en cuestión. Lo que no saben escépticos, agnósticos y ateos es que la mayor parte de valores morales, principios, derechos humanos, estéticas y éticas del mundo civilizado de Occidente tienen sus raíces en el cristianismo, que a su vez parte de principios mosaicos, de los cuales surgen los Diez Mandamientos, que algunos aseguran hay que reescribir sin saber de lo que hablan.
En general, los creyentes ateos se autoproclaman escépticos, librepensadores o agnósticos. Debido, hasta cierto punto, por la dificultad en sostener una postura atea. Con todo, los más fanáticos e irracionales persisten en negar a Dios. Uno empecinado en negar a Dios y hacer proselitismo ateo es Richard Dawkins. Este creyente del mito evolutivo asegura además ser un ateo “intelectualmente satisfecho”. ¿Será verdad que hay ateos “intelectualmente satisfechos”? Hemos visto que eso es cuento.
Analicemos: ya hemos observado que si no tengo un ego (intelecto) enajenado y soy intelectualmente honesto y además conozco las evidencias reales contra la creencia en la teoría de la evolución y todo tipo de idea y creencia atea, llegaré a la conclusión de que Alguien estuvo y está detrás de la creación del universo y la vida. Por el contrario, si he alienado y alineado mi intelecto o cometido suicidio mental y soy deshonesto intelectualmente, pasaré por alto las más claras evidencias y veré solo lo que quiero ver. En pocas palabras, no se puede ser un ateo “intelectualmente satisfecho” teniendo conocimiento de otras áreas del saber humano y siendo intelectualmente honesto. Quien busca la verdad sobre Jesús la hallará. Pero resulta que esa verdad demanda cambio de mentalidad y de vida, y es ahí donde tropiezan quienes no quieren creer, dudan o niegan a Jesús. ¡No quieren compromiso con Jesús y su canon moral! No olvidemos, de igual manera, que quien espera encontrar (o ver) lo que quiere encontrar (o ver), hallará (o verá) solo lo que quiere encontrar (o ver), y pasará por alto lo que esté contra sus presuposiciones y creencias. “No hay peor ciego que el que no quiere ver”, expresa el viejo adagio.
El otrora ateo Sartre (1905-1980) expresó que el ateísmo es “cruel”; el buscador de sentido Camus (1913-1960) lo calificó “terrible”; Nietzsche (1844-1900), que lo etiquetó “enloquecedor”, murió demente. Pascal (1623-1662) sostiene que “el ateísmo es una enfermedad”. (Epidemia con la cual desean contagiar los ateos proselitistas a los creyentes en Dios y a los cristianos) Insania mortal, reitero, si la persona es consecuente con el ateísmo. En realidad, el ateísmo es una creencia irracional; sin pies ni cabeza. Otro científico natural, el físico Lord Kelvin, expresa que “a nuestro alrededor hay pruebas increíblemente abrumadoras de un [real] diseño inteligente y benevolente... la idea atea es tan absurda que no puedo expresarla con palabras”.
Casi al final de sus días, Sartre dio estas declaraciones al diario Le Nouvel Observateur: “No me percibo a mí mismo como producto del azar, como una mota de polvo en el universo, sino como alguien que ha sido esperado, preparado, prefigurado. En resumen, como un ser que solo un Creador pudo colocar aquí; y esta idea creadora hace referencia a Dios”. (El énfasis es mío)
En su poema tardío El lamento de Ariadna, Nietzsche el ateo escribe, entre otras cosas: “[...] ¡Oh, vuelve/ Mi Dios desconocido, mi dolor!/ ¡Mi última felicidad!/ [...]”. Parece ser que el filósofo en medio de su dolor y vaciedad pide a Dios, que tanto se ha esforzado en negar, que vuelva e imparta la felicidad buscada en otros lados sin éxito alguno.
Cuarenta años después de la trágica muerte de Camus, el pastor metodista Howard Mumma reveló en El existencialista hastiado: conversaciones con Albert Camus (Editorial Voz de Papel) que este le confesó: “Soy un hombre desilusionado y exhausto. He perdido la fe, he perdido la esperanza (...). Es imposible vivir una vida sin sentido.” “[...] Amigo mío, ¡voy a seguir luchando por alcanzar la fe”. En otra parte del mencionado libro, Camus le confiesa a su amigo y confidente:

Sí, Howard, eso es totalmente correcto. La razón por la cual yo estoy viniendo a la Iglesia es porque estoy buscando. Me encuentro en algo que es casi como un peregrinaje; buscando algo que llene el vacío que siento, y que nadie más conoce. Ciertamente, el público y los lectores de mis novelas, aunque ven ese vacío, no encuentran las respuestas en lo que están leyendo. En el fondo tiene usted razón: estoy buscando algo que el mundo no me está dando. (…) Desde que estoy viniendo a la iglesia, he estado pensando mucho sobre la idea de una trascendencia, algo totalmente distinto de este mundo. Es algo de lo que no se oye hablar mucho hoy día. (7) (El énfasis es mío)

No sería extraño que haya quienes aseveren que el encuentro del autor de La Peste (1947) con el reverendo Mumma es una patraña, tal cual expresan quienes aspiran “rescatar” a Darwin de los caminos de la introspección, contrición y de vuelta a beber en las fuentes de la verdad pura de la Biblia para encontrarle sentido a la vida.
En entrevista concedida al periodista Lee Strobel, el ex pastor Charles Templeton, después agnóstico y autor del libro Despedida a Dios: Mi razón para rechazar la fe cristiana (Farewell to God: My Reason for Rejecting the Christian Faith), rompe en llanto al preguntarle Strobel sobre el atractivo de la personalidad de Jesús. Templeton no pudo contener las lágrimas al hablar en cuanto al Ser más excelso que ha pisado la Tierra y aun hoy continúa con los brazos abiertos a pesar de nuestras dudas, supuestos, incredulidad, resentimientos y pecados.
Al envejecer, el agnóstico Kant reconoció que Dios, la libertad y la inmortalidad del alma -postulados que rechazó siendo joven por considerarlos sin sentido para la “razón pura”- eran en realidad principios de la “razón práctica”; y, por ello, infaltables en la vida del ser humano. En el capítulo anterior hemos analizado las que se creen palabras de Darwin poco antes de morir y su sorpresa en cuanto a cómo sus inquietudes y dudas juveniles fueron acogidas como una religión. En fin, muchos son los casos de escépticos, agnósticos y ateos vueltos de sus tortuosos caminos para mirar dentro de sí y hacer correcciones al grueso de su pensamiento y a su vida por el torturante vacío existencial y el sinsentido.
Los hipercríticos ateos han objetado, pretendido remplazar y echar por tierra los absolutos de la teología cristiana, aprovechando la decadencia del cristianismo (debo admitir que la Iglesia de Jesús ha bajado la guardia y las cosas no se han hecho precisamente como ha enseñado el resucitado Cristo histórico), pero con sus propuestas filosóficas y al final de su paso por la vida han vuelto su mirada a lo que (Francis) George Steiner ha llamado “nostalgia del absoluto”. Aun cuando Steiner hace alusión a Marx (con una promesa de redención del proletariado), Freud (un tipo de reconciliación con la muerte) y Claude Lévi-Strauss (con una suerte de fin del mundo causado por la maldad humana), ello es visible en los postulados de muchos más filósofos y pensadores contemporáneos y de siglos pasados. Lo coincidente y curioso de los autores analizados por Steiner es que los tres son de origen judío.
Ahora bien, ¿tenía razón José Ingenieros al hablar que en la “bancarrota de los ingenios” decae la genialidad al punto de que cuando viejos negamos y contrariamos declaraciones esbozadas en la edad más fructífera y libre del ser humano como es la juventud? No comulgo del todo con su tesis. Sí creo que la vida es una escuela abridora de ojos; maestra y sensibilizadora de la realidad del espíritu que por lo general se niega, pasa por alto o se intenta acallar. La juventud es la etapa más fructífera; pero también de inquietud y adrenalina; donde crees ser dueño y centro del mundo. Si hay presentes fuertes rasgos narcisistas -en general, entre más genial es una persona más narcisista y melancólica es- estaremos convencidos de que el mundo entero debe rendirnos pleitesía, como los súbditos al rey. En contraste, la vejez es el estadio de quietud y observación retrospectiva, mas también de introspección. Ahí muchos ojos y entendimientos son abiertos para darse cuenta de que han pasado la vida sofocando una necesidad presente pero que por años de emociones y rebeldías propias de juventud no preocuparon ni quitaron el sueño. ¿Será dañino mirar hacia adentro cuando las fuerzas desaparecen y todo invita a la contemplación interna y a reflexionar qué has hecho con tu vida? Mirar internamente es saludable si lo hago con honestidad intelectual para hacer cambios en beneficios del ser, no para autoflagelación.
Como Viktor E. Frankl, el siquiatra italiano Roberto Assagioli piensa que las crisis son necesarias por ser preparaciones positivas para el progreso de la persona. Hacen surgir a la superficie debilidades temperamentales y/o defectos de carácter que deben ser examinados, cambiados o encauzados a fin de que el ser humano crezca y madure. (8)
San Pablo lo expresa de la siguiente manera: “[...] Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza; y la esperanza no avergüenza [...]”. (Romanos 5: 3-5)
La traducción católica La Biblia Latinoamérica traduce: “[...] Sabiendo que la prueba ejercita la paciencia, que la paciencia nos hace madurar y que la madurez aviva la esperanza, la cual no quedará frustrada [...].
El consejo del sabio Salomón es: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengas los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: ‘no tengo en ellos contentamiento’”. (Eclesiastés 12: 1)
Decíamos que mi espíritu me hace consciente de Dios y del mundo espiritual; el alma me da conciencia de mí. Descartes decía: “Pienso, luego existo”. (La conciencia anímica es piedra de tropiezo para los creyentes del fisicalismo, pues son incapaces de explicar cómo se puede obtener conciencia de la nada, que es la creencia manejada por ellos. ¿Qué tal si se enteraran de que también tenemos conciencia espiritual? ¡Les daría un faracho!) Claro, existo primero, pero pensar me hace consciente de que existo. El cuerpo da conciencia del mundo material. El espíritu humano nos relaciona con la creación espiritual y hace conscientes de la existencia de Dios. Ese espíritu humano está formado por la conciencia, intuición y la comunión con Dios. La conciencia nos provee la certidumbre de la existencia de Dios, creador de todas las cosas, “y discierne; distingue lo bueno y lo malo. Sin embargo, no lo hace por medio de la influencia del conocimiento almacenado en la mente, sino con un espontáneo juicio directo”, afirma Watchman Nee, y agrega: la intuición es la parte “sensitiva del espíritu humano [...] La intuición conlleva una sensibilidad directa independiente de cualquier influencia exterior. Ese conocimiento que nos llega sin ninguna ayuda del pensamiento, la emoción o la voluntad es intuitivo. ‘Sabemos’ por medio de nuestra intuición, y nuestra mente nos ayuda a comprender”. (9) La comunión nos permite comunicarnos con Dios. Con ella adoramos a Dios que es Espíritu. (San Juan 4: 24)
Conforme a lo que enseña la Biblia en el Nuevo Testamento, Dios se comunica con el ser humano exclusivamente a través de su espíritu. Es decir, la comunicación es de Espíritu de Dios a espíritu humano. (Romanos 8: 16; 1ra Corintios 2: 10-12; 6: 17; San Juan 4: 24) Dios no se comunica con el humano mediante otro órgano por dos razones fundamentales: 1) Dios es Espíritu -aunque Él también tiene las características del alma- voluntad, mente, emociones. 2) Ningún otro órgano es más confiable que el espíritu humano para actividades espirituales. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién podrá conocerlo? (Jeremías 17: 9) ¿Cómo puede Dios comunicarse con nosotros mediante nuestro corazón, siendo el corazón tan engañoso, perverso y voluble?
El alma (psuque) nos hace conscientes de nosotros mismos, y la forman la mente, voluntad y emociones. Ella es la conciencia de la cual habla la sicología, que no debe confundirse con la conciencia del espíritu (pneuma), y nos hace conscientes de la existencia de Dios. A la mente, voluntad y emociones se ciñe el sicoanálisis freudiano, la sicología individual adleriana, la sicología analítica junguiana, la bioenergética loweniana, la logoterapia frankliana y otras escuelas que intentan descifrar y estudiar la conducta humana. Intentan descifrar porque el humano es complejo. Somos complicados. Nadie tiene la clave para decodificarlo, aunque, si le estudiamos a conciencia, podremos predecir ciertas conductas y reacciones. Aun cuando hemos descifrado el genoma humano, nadie tiene la última palabra sobre la conducta y reacciones de las gentes. Mediante el sicoanálisis, Freud y otros estudiosos de la conducta humana nos acercaron a la cima del complicado ser que es el humano, y nos permitieron mirar dentro de esa amenazante vorágine, pero todavía quedan muchas cosas por explicar y resolver.
Pues bien, el ser humano no es solo alma (gr. psuque. Lat. anima), sino también espíritu (pneuma). ¿Quién sabe a ciencia cierta qué fuerzas se mueven en el espíritu? O, más sencillo aún: ¿Qué hay en el inconsciente de una persona? Dado que desde sus inicios la sicología y siquiatría estudian la sique (alma) humana, el espíritu humano no es de interés para el común de los estudiosos de la conducta humana, salvo con algunas honrosas excepciones. Amén de que muchas veces se confunde lo espiritual (pneumatikos) con lo anímico (psuquikos).
De acuerdo a Aristóteles (384-322 a. C.), hay alma vegetativa, alma animal y alma racional. (Hoy se habla de cerebro vegetativo, cerebro de vida y cerebro reptil como partes del núcleo del alma) El alma vegetativa -según el filósofo griego- está presente en las plantas, animales y humanos, y permite a los seres humanos las actividades vitales más básicas como la reproducción, el crecimiento y la nutrición. El alma animal es la percepción sensorial, deseos y autolocomoción. El alma racional nos faculta el pensamiento y voluntad. En la teoría aristotélica hay ciertos elementos parecidos con mi teoría del alma, teniendo en cuenta que no somos animales racionales, sino seres únicos e irrepetibles.
Antes de Aristóteles, Sócrates (470- 399 a. C.) había descrito el alma no en término místicos, sino como “aquello en virtud de lo cual se nos califica de sabio o de loco, bueno o malo”. Sócrates consideraba el alma como una combinación de la inteligencia y el carácter del sujeto. Y Platón (427-347 a. C.) hablaba del alma como “la sede de la inteligencia, la voluntad y la sensibilidad”. Es admirable cómo Sócrates, Platón, Aristóteles et al tuvieron la capacidad e inteligencia para discernir y estar claros en temas que el común de los mortales ignoraba. Conceptos que ampliaron y completaron en los siglos XIX y XX escritores cristianos como Andrew Murray ((1828-1917), Jesse Pen-Lewis (1861-1927) y Nee To-sheng (Watchman Nee) (1903-1972), entre otros, al ahondar en la trinidad del humano.
Hasta hace un tiempo sabía yo que somos conscientes de la existencia de Dios por el espíritu humano que forma parte del ser nuestro; pero, según una investigación aparecida en la revista Selecciones Reader’s Digest (febrero 2002), hasta el cerebro (parte física de la mente = gr. nous, pero no son la misma cosa) está dotado de ciertos circuitos que le facultan para experimentar y estar consciente de la realidad de Dios. ¿Qué tal? Creo que Dios nos ha hecho de tal manera que en cordura, libres de orgullos y prejuicios y siendo honestos intelectuales no podemos negar Su imagen y semejanza en nosotros. Tenemos sus huellas por todas partes. El hombre y la mujer en su tridimensionalidad (espíritu, alma y cuerpo) reflejan la trinidad de Dios: Padre, Hijo, Espíritu Santo.
El salmista, en un ímpetu de inspiración escribió: “Yo dije: ‘ustedes dioses [jueces] son, y todos ustedes hijos del Altísimo”’. (Salmos 82: 6) No es que seamos dioses o semidioses, sino que al juzgar el juez la causa del pobre y el necesitado hace el papel de un dios. San Pablo instruye que los creyentes juzgarán al mundo y a los ángeles. (1ra Corintios 6: 2, 3) Ya señalamos que tener el espíritu humano dado por Dios al crear a Adán no significa de ningún modo tener a Dios dentro ni que seamos una especie de diosito. Ni el Antiguo Testamento ni el Nuevo -compuesto por los 66 libros aprobados por el Canon de las Escrituras- enseñan que tengamos a Dios en nosotros. Ello depende de una decisión personal que hagamos por Cristo. Ese tema lo toco a fondo en el ensayo Qué es ser cristiano.

[Cristo] estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de él; pero el mundo no le conoció. Vino a lo que era suyo, y los suyos no le recibieron. Pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad [derecho, autoridad] de ser hechos hijos de Dios; los cuales no han sido engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación. (San Juan 1: 10-13; Romanos 10: 9, 10).

Por su parte, Jeffrey Kluger, en su obra Is God In Our Genes?, pregunta si está Dios en nuestros genes. Dios no está en nuestros genes, pero Su obra sí está presente en ellos. Dean H. Hamer en The God gene: How faith is Hardwired is into our genes (El gen de Dios...) cree que hay un “gen de Dios” en nosotros, y afirma que existe un gen responsable de la espiritualidad del ser humano. Pero aclara que ello no significa que haya un gen que produzca que la gente crea en Dios, sino que el gen en cuestión nos predispone a ser espirituales; querer alcanzar cosas inmateriales y buscar ser mejores. ¿Qué te parece? ¿Será que ello nos recuerda las confesiones arriba mencionadas de Camus? ¿O las inquietantes afirmaciones de Sartre y otros intelectuales?
Tal vez el gen del que habla Hamer no nos lleve a creer en Dios, mas basta que nos incline a buscar lo trascendental. A no estar enraizados en lo terrenal. Si lo natural (gen) no nos hace creyentes en Dios, ello sí es posible gracias a la dimensión sobrenatural (espíritu) que Dios nos dio.
Otro hombre de ciencia que asevera hay una base racional para creer en la existencia de un Creador y que los descubrimientos científicos “acercan al hombre a Dios” es Francis Collins, quien dirigió con J. Craig Venter el Proyecto Genoma, que permitió la lectura del genoma humano.
Collins en sus años de estudiante de medicina se definía ateo, mas al comprobar la fuerza y el coraje que daba la fe a sus pacientes más críticos quedó vivamente impresionado, y buscó respuesta a sus inquietudes, hallándola en el libro Mere Christianity (Cristianismo y nada más), de C. S. Lewis, otro que se catalogaba ateo. (Quien de veras tenga dudas intelectuales en cuanto a Dios, la Biblia y Jesús hallará las respuestas si realiza su búsqueda con honestidad intelectual. Así lo revelan millones de testimonios, entre ellos, quien escribe. Pero, señalamos, la mayor parte de escépticos, agnósticos y ateos son deshonestos intelectuales o no les interesan los temas “religiosos”. Sus supuestas dudas son justificación para vivir desordenadamente, o su soberbia y resentimiento y sed de protagonismo pueden más que la verdad del Evangelio)
Andrew B. Newberg, pionero en neuroteología, sostiene en su libro Por qué creemos lo que creemos (Why We Believe What We Believe) que el cerebro tiene un sistema subyacente encargado de gobernar nuestras creencias espirituales, sociales e individuales. Este sistema de creencias no solo moldea nuestra moral y ética, sino que también pude sanarnos el cuerpo y la mente y engrandecer y profundizar nuestras relaciones espirituales con otros. Sin embargo, tal sistema también puede ser utilizado para manipular y controlar porque nacemos con la tendencia biológica de imponer nuestras creencias a otros. (10)
Algunos echan mano del pansiquismo (cree que “la materia no es solo algo físicamente inerte, sino que también contiene estados proto-mentales”), del monismo reduccionista (o materialismo monista) (cree que hay una sola especie de sustancia, o de realidad, independientemente del número de realidades que haya; son monistas los que creen que aunque haya muchas cosas, todas son materiales) y del fisicalismo (cree que los procesos síquicos pueden reducirse a procesos físicos; y también que los procesos síquicos pueden explicarse en términos de procesos físicos) con la presunción de “explicar” la mente; “rebatir” la “hipotética” alma y la conciencia y “demostrar” que el ser humano se reduce meramente a lo físico. Tales creencias no son nuevas; son refritos de corrientes filosóficas retomadas por los naturalistas y materialistas ateos para intentar quitar a Dios del escenario del origen del universo y la vida. ¡Adorada sea la materia!
Ahora bien, la Biblia no enseña que seamos dioses, pero tampoco que somos un “mono desnudo” ni un “toro paleolítico”. El Libro de Dios para el hombre y la mujer siempre guarda el equilibrio que a nosotros nos cuesta hallar y mantener. Vimos que el espíritu que tenemos los humanos nos hace conscientes y sensibles a Dios y de los movimientos del mundo espiritual. El espíritu humano nos produce hambre y sed espirituales de creer en Dios. Todos sentimos esa necesidad apremiante. Unos más que otros, pero la sentimos. Cuando una persona incursiona en el mundo espiritual ya sea convirtiéndose a Jesús o mediante la entrega y consagración a una creencia religiosa o filosófica, o por medio de las “ciencias” ocultas, que introducen al reino de las tinieblas del diablo, se hace más consciente y sensible al mundo espiritual. Pero, por supuesto, de los tres grupos el cristiano bíblico experimenta más y mejor las energías espirituales positivas que Dios le transmite desde su Espíritu al espíritu humano, porque su espíritu ha sido vivificado por medio de la fe que depositó en Jesús, quien es el Rey de un reino de paz, amor y libertad. (Efesios 2: 1; San Juan 18: 36)
Que una persona esté obstinada en negar a Dios no significa en manera alguna que no crea en Dios. La experiencia revela que generalmente el sujeto niega a Dios porque achaca al Creador algo traumático que pasó en su vida o en alguien a quien admiraba y/o amaba. Al no entender por qué sucedió tal infortunio, cree que Dios es culpable, pues piensa que “si Dios existiera, lo hubiese impedido”. No lo evitó porque “Dios no existe”. “En el remoto caso de que existiera, saber que existe es tan improbable como si no existiera”. Conforme a esas circulares e irracionales creencias, “Dios es la creación fantasiosa y perniciosa de seres supersticiosos abrumados por problemas”. “Inventado, además, por los grandes poderes económicos del Norte [Estados Unidos] para someter a nuestros subdesarrollados pueblos”. Alguien debiera hacerles entender a estos filósofos que por monotemáticos y debido a sus argumentos en círculo son tan predecibles que sus ideas ni convencen ni conmueven a casi nadie; los únicos que se “deleitan” en su pozo de aguas estancadas son las minorías que se ven proyectadas en el pensamiento de los primeros. Por impartir tanta hiel dejan entrever que tuvieron una niñez y/o adolescencia desventurada. Si fuera el caso, sin justificar tanta amargura transmitida al escribir y/o hablar, de corazón les recomendaríamos ir a un pastor de almas y a un especialista de la conducta para comenzar a sanar.
Pues bien, el escéptico, agnóstico y ateo inventan toda esta burbuja sicótica para irrespetar, rechazar y escarnecer a Dios y las convicciones y creencias de los creyentes. (Ya lo manifesté: quienes niegan a Dios y lo sobrenatural abusan de la libertad que hay en países occidentales en los cuales las mayorías son creyentes en Dios. ¿Tendríamos los cristianos y demás creyentes tal libertad en un país escéptico, agnóstico y ateo? La historia enseña que los regímenes ateos han perseguido, torturado y asesinado a los cristianos, e impuesto su ateísmo a los teístas. Reitero, ¿somos los cristianos intolerantes por responder los irrespetos a nuestra fe en Cristo? ¿O no será más bien que quienes nos irrespetan son los verdaderos intolerantes por no aceptar que pensamos y actuamos diferente? Créeme que la intolerancia está en otro lado y otros son los intolerantes)
El incrédulo no puede o no quiere ver que Dios no es generador del mal ni tampoco lo impide. Si lo evita, es en su total soberanía que casi nunca podemos entender con esta mente finita. Dios es infinito, por ende, no podemos entender con mente limitada. Si pudiera meter a Dios en mi mente o en un laboratorio, no fuera Dios, sino un ídolo creado por la mano del humano. En su narcisismo, el ser humano atribuye la “creación” de Dios a su inteligencia. Bien lo señaló Pascal: “Una unidad al unirse a lo infinito nada le añade, ni tampoco se prolonga la longitud infinita por añadírsele un metro. Lo finito se aniquila en la presencia de Dios y se reduce a cero absoluto. Así es nuestro intelecto delante de Dios”.
Suficientes evidencias históricas y vivencias personales dan fe de que el humano es religioso por naturaleza a pesar de su también natural incredulidad, ya escrutada. Los estériles intentos de revoluciones como la francesa, norcoreana, china, soviética, cubana y demás por desarraigar la religiosidad de sus pueblos ha sido una crónica de un fracaso anunciado. Dichas revoluciones desaparecieron o están condenadas a colapsar, mas la religiosidad de las gentes se ha robustecido, reverdecido y florecido. La historia permite ver que la Iglesia siempre ha crecido gracias a la persecución y que el confort le ha sido un mortal sedante. No ignoro la ola de secularismo, sensualismo, hedonismo, laicismo, materialismo y mundanalidad en Europa, Estados Unidos y otros países desarrollados y en desarrollo. Mas el hombre y la mujer seguirán siendo seres religiosos y morales per se.
Hace un tiempo tuvimos en casa la oportunidad de conocer de cerca a una ciudadana de la desaparecida Unión Soviética. Quedé sorprendido por su religiosidad y de cuánto tiene presente a Dios en todo lo que hace. En verdad, era más religiosa que yo. De igual manera he tenido el privilegio de tratar a personas salidas de regímenes totalitarios y ateos como el cubano, y he notado como se persignan e invocan a Dios antes de tomar decisión alguna. ¿Qué ha pasado para que esos sistemas represivos y ateos no hayan logrado extirpar la religiosidad en la mayoría de sus ciudadanos?
Mario Vargas Llosa en Europa laica y creyente sostiene que “no se puede erradicar a Dios del corazón de todos los hombres [yo diría de ninguno, aunque algunos quieran desarraigar la creencia en Dios de su espíritu y cerebro]; muchos de ellos, acaso la mayoría, lo necesitan para no sentirse extraviados y desesperados en un universo donde siempre habrá preguntas sin respuestas”, no porque Dios no responda, no exista ni esté ocupado o muerto, sino por mi finitud de entenderlo todo. (11) (Las negritas son mías)
La historia bíblica y secular sobre la religiosidad humana enseña que el ser humano siempre ha creído en un poder superior a él: llámese Dios, Sol, Luna, estrellas, naturaleza, ríos, mares. Sin embargo, conforme a las enseñanzas de la Biblia, el hombre fue creado monoteísta y así actuó hasta bien entrada la historia. Con la caída en pecado y sus diversas ramificaciones, se pervirtió el monoteísmo y surgieron los ídolos mudos e inútiles, que “tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen; manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; no tiene voz su garganta. Semejantes a ellos serán los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos”. (Salmos 115: 5-8)
Si hay un pecado “odiado” por Dios, es la idolatría porque pone a los ídolos al lado o en el lugar del único Dios existente. De hecho, el primer mandamiento de los famosos Diez Mandamientos amonesta: “No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas, ni les darás culto...”. (Éxodo 20: 3-5ª) Jesús reafirmó ese primer mandamiento con las siguientes palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente [notemos que no es fe ciega, sino muy consciente de lo que cree]. Este es el primero y gran mandamiento”. (San Mateo 22: 39) Ahora, podemos ser idólatras sin ser religiosos. ¿Cómo así? Cuando colocamos a alguien o algo por encima de Dios o a su lado en nuestro corazón nos convertimos en idólatras. ¿Habrá algo en mi corazón que usurpe el lugar de Dios? ¿Habrá alguien más a quien le rinda yo adoración (enmascarada) de veneración? Si la honesta respuesta es “sí”, soy un idólatra e infrinjo el primer mandamiento de Dios.
Por complacer a mis pequeños hijos, fui a ver con ellos La guerra de las galaxias, Episodio III. Además de la violencia extrema presente también en programas televisivos, juegos de video y películas “para” niños, noté que no se menciona al Creador con la palabra “Dios”. Pero sí se habla de “Mega Fuerza” y de “la Fuerza te acompañe”. ¿De quién crees tú que hablan? Quien no lo vea quiere ver lo que le conviene o su predisposición.
Mientras el ser humano siga siendo humano (siempre lo será, nunca se convertirá en dios ni en semidiós), será mortal, tendrá necesidades espirituales, afectivas, emocionales y conductuales, y necesitará a Dios, a pastores de almas cristianos, especialistas de la conducta humana y la medicina. No admitirlo y querer vivir de espaldas a esa verdad no es vivir, sino sobrevivir. Vivir es trascender, sobrevivir es vivir por debajo de mí mismo y las circunstancias.
Ahora bien, ¿son el espíritu y el alma temas sin alguna importancia por ser invenciones de la religión cristiana? Ya hemos expresado que para ser tan dogmático y hacer ese tipo de señalamiento he de ser una de dos: omnisciente o un necio. Insisto por enésima vez, variables como el diablo, los demonios, el sufrimiento, el espíritu, el alma, el nuevo nacimiento, los milagros... no pueden ser colocados en un tubo de ensayo ni debajo del microscopio ni en una mente finita y poco fiable como la humana. Quien lo haga -pretendiendo hallar la verdad de esa manera- es un ingenuo, y quien crea las tonteras por él “descubiertas”, es igual de mentecato.
En el capítulo 1 expresé que el científico con criterios cargados al investigar espera que lo que cree suceda, pasando por alto los hechos más evidentes, y siendo embobado por prejuicios y formulismos. Más, como todos los supuestos, una presuposición “científica” plantea la posibilidad de convertirse en una predicción que se cumple, pues al suponer el investigador que algo es verdad, inconscientemente se demuestra a sí mismo que lo es. Todo lo deduce a la luz de su presuposición y actúa de acuerdo a ello. El paso siguiente es que sus acciones producen el resultado que el científico había anticipado y confirma su creencia en el supuesto.
Eso ha ocurrido cada vez que el escéptico, agnóstico o ateo ha emprendido una investigación con intenciones no de encontrar la verdad, sino para apoyar sus ideas preconcebidas. La conclusión es obvia: se reafirma su creencia en la presuposición o presupuesto.
Algunos de los estribillos más utilizados por los incrédulos son: ¡Dios está muerto! ¡Dios no existe! ¡El alma es una fantasía! ¡Los milagros no ocurren!
Cierro esta sección y capítulo con estas palabras de Salomón: “La conclusión de todo el discurso oído [leído] es esta: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre [y la mujer]”. (Eclesiastés 12: 13)
















(1) Diccionario Expositivo de Palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento Exhaustivo, p. 374. Editorial Caribe, Colombia, 1999.
(2) Ibíd., pp. 765, 662.
(3) A. C. Bhaktivedanta Swami Prabhupâda. El Bahgavad-Gitâ: Tal como es, Editorial Bhaktivedanta Book Trust International, pp. 722, 723. India, 1984.
(4) Matthew Henry's Complete Commentary on the Whole Bible, consultado en la Red: http://www.gregwolf.com/MHC00000.HTM
(5) Hugh Ross. El Creador y el cosmos, pp. 116, 117, Editorial Mundo Hispano, Estados Unidos, 1999.
(6) Lee Strobel, El caso de la fe, p. 39. Editorial Vida, Estados Unidos, 2001.
(7) Consultado en la Red en www.vozdepapel.info/catalog/prensa.php?prensa=32&pagina=0
(8) Stanislav y Christina Grof, editores, El poder curativo de las crisis, p. 67. Editorial Kairós, Barcelona, 1998.
(9) El hombre espiritual, Tomo I, p. 34. Editorial Clie, Barcelona, 1988.
(10) Consultado en la Red en http://www.andrewnewberg.com/
(11) (a) Diario La Prensa, suplemento Mosaico, edición 93, año 2, p. 13, Panamá, 18 de julio de 2004. (b) Diario El País, Opinión, 11-07-2004, España, consultado en la Red.














5
Dios no creó un diablo




“Lucero, eras perfecto en todos tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad”.
–Ezequiel-




Origen del diablo


En este capítulo proseguimos con la sección propiamente teológica del libro. El ser humano posmoderno, vimos, trata de refutar y restarle importancia a lo que no se ajuste a lo natural, a lo tangible y a lo percibido por los sentidos. Pero su filosofía del avestruz no invalida la trascendencia de las verdades que estudia la ciencia referente a Dios y el mundo espiritual o sobrenatural: la teología.
Espero que nadie se asuste y no pase por alto este apartado al ver el título y subtítulo. Prometo hacer de este el capítulo más breve, pues no estoy para hacerle comercial al diablo y sus demonios; mas, como dice la Biblia, no debemos ignorar sus artimañas. Además, para saber cómo surgió el mal es insoslayable hablar de quien lo originó: el diablo.
Sé que muchos niegan al diablo; también gente religiosa niega la existencia de Lucifer, y para cientificistas y fanáticos racionalistas creer en “divinidades”, el diablo y demonios “no” es propio de gente de ciencia porque “nada de eso es demostrable”, y ellos “desechan fábulas” y “analizan realidades”. Además, hoy “escasean teólogos progresistas”. En otras palabras, sus creencias sobre Lucifer y los demonios son “reales”, sustentadas por las ciencias naturales y apoyadas por teólogos “progresistas”. (¿Por qué será que me parece ver a Satanás y los demonios reírse de estos “científicos” y de razonamientos tan ingenuos por no decir aguados?) Una de las primeras mentiras que el “padre de la mentira” (así lo llama Jesús) deposita en la mente del humano es “el diablo no existe”. Sé (no solamente creo) que el diablo es real no porque yo no sea científico ni teólogo progresista, sino porque la Biblia y Jesús hablan del diablo, y porque he visto con estos ojos situaciones de gente endemoniada liberada por el poder de Dios en el Nombre de Jesús. Además, creo saber discriminar entre una posesión demoníaca y ataques epilépticos, esquizofrenia, convulsiones y disociaciones. Ni caigo en la trampa de creer que todo es posesión diabólica ni tampoco que toda posesión es una disociación, aun cuando el poseso pierde sus facultades y contacto con la realidad.
Leyendo mi Biblia, hallé un pasaje leído antes y donde San Marcos 9: 14-29 narra que Jesús sana a un chico con ciertos síntomas parecidos a la epilepsia. El incrédulo al leer a vuelo de pájaro dirá que el joven era epiléptico. Empero, el padre del joven y los discípulos de Jesús sabían que era un demonio. Y Jesús habla con el demonio y le manda salir del chico y no entrar más en él. ¿Se equivocó el padre del muchacho y los evangelistas que registran este pasaje al señalar que el joven tenía un demonio? ¿Erró Jesús el diagnóstico? Peor aún, ¿estaba loco al hablar con el demonio y mandarle salir del muchacho y no volver más a él? (Versículo 25b) Si leemos y estudiamos con honestidad la vida de Jesús escrita por sus cuatro calificados biógrafos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) nos percatamos de que Jesús no tenía ningún trastorno de personalidad. Sus hechos y palabras son siempre cuerdos y coherentes. Bien lo ha dicho alguien: si Jesús fuera un invento humano, tocaría adorar al que lo inventó.
Entiendo que la mayor parte de películas sobre exorcismo y demonios ha estado basada en casos de la vida real. ¿Fueron esos hechos casos reales de posesión demoníaca o simplemente eran graves trastornos de personalidad o alteraciones químicas del cerebro? El gran inconveniente está cuando el cristiano atribuye todo a los demonios y el cientificista considera que la ciencia naturalista es capaz de explicar y probar hechos inmateriales que trascienden la razón y el laboratorio.
En mi opinión, hay gente endemoniada con trastornos de personalidad y también existen disociaciones y trastornos con fuerte ingrediente demoníaco. El pastor cristiano de almas y los especialistas en la mente y la conducta se necesitan, y cada uno debe tener la suficiente humildad a fin de admitir sus limitaciones y retirarse cuando sus conocimientos y recursos estén agotados, permitiéndole al otro hacer su labor. En el capítulo 8 veremos que mucha gente es oprimida por el diablo y pocos son los casos reales de endemoniados. Aquí es donde creo que no pocos creyentes se equivocan: confunden la opresión e influencia satánicas con la posesión. Y el incrédulo mezcla lo natural con lo sobrenatural, pues para él las cuestiones sobrenaturales no son tema de discusión por ser “superstición”, “charlatanería”, “autosugestión”, “irrealidades”. En pocas palabras, “hechos naturales que pueden ser explicados y curados naturalmente”. El filme El exorcismo de Emily Rose es un claro ejemplo de cientificistas tratando dar explicación naturalista a hechos sobrenaturales. No olvidemos que para la sicología y la siquiatría la espiritualidad y la posesión demoníaca son enfermedades mentales. Con tal premisa por delante, ¿cuál podrá ser la conclusión? Pues que todos los que hemos nacido de nuevo por obra del Creador y sustentador del universo y la vida estamos ¡locos!
Es obvio que las dos posiciones están absolutamente equivocadas por extremas. No toda opresión e influencia diabólica es posesión ni necesariamente el poseso está trastornado mentalmente. El diablo existe, pero no se mete en la persona sin ser invitado ni puede ser introducido en un tubo de ensayo.
Así como la fuente del bien es Dios; el origen del mal es el diablo. Lo primero por aclarar es que Dios no creó un diablo, esto es, a alguien con malos instintos, sino un ser precioso, poderoso y con libre albedrío para escoger entre lo bueno y lo malo, igual que otros ángeles y el ser humano. El término “diablo” en griego es diabolos y significa acusador, calumniador. Se le endilga a Satanás porque es el acusador de los cristianos y de las personas. Y por extensión se aplica al sujeto que acusa y calumnia a otro. Ojalá el Código Penal y las leyes fueran más estrictos con las gentes que tienen costumbre de calumniar e injuriar a otros. Si lo fueran, pienso que los injuriadores y falsos testigos lo pensarían más de dos veces antes de proceder tan diabólicamente contra personas inocentes. No obstante, ninguna ley debe usarse con el objeto de intimidar, coartar la libertad de expresión y de prensa ni para perseguir a periodistas ni cerrar medios ni negarles reanudar contratos de frecuencia. Una nación sin prensa libre y responsable es una vergüenza para el mundo civilizado, y no hay argumento válido para silenciar a la prensa y perseguir a los periodistas.
Narra la Biblia que antes de crear el universo, la naturaleza, lo intangible y la vida el Creador había creado a Lucero, un ángel precioso en demasía, y a quien Dios también había dotado de gran poder. (Isaías 14: 12-14) Él era el director de alabanzas en el Cielo. De las criaturas de allí no había otro igual a él en belleza y poder, pero se llenó de orgullo al querer ser igual a Dios y anhelar sentarse en el trono de Quien lo había creado. Su peor pecado fue la rebelión contra la autoridad de Dios y desautorizarlo en presencia de millones de ángeles. (Ezequiel 28: 11-19; Isaías 14: 13, 14)
Algo muy importante de observar es que Dios le había concedido libre albedrío, pues notamos que Satanás pudo rebelarse contra la autoridad de Dios, no era un autómata ni ángelnoide. Así se originó el mal en el universo. Al crear a sus criaturas con libre albedrío, Dios hizo posible el mal; pero el diablo y los seres humanos lo hicimos evidente. “La imperfección -escriben Norman Geisler y Ron Brooks- provino del abuso de nuestra perfección moral como criaturas libres”. Y “cuando pecamos, en definitiva somos la causa del mal que hacemos, por nuestra propia voluntad”. (1)
Pues bien, Lucero usó mal el don de elección, su libre albedrío, pues se ensoberbeció y quiso ser semejante a Dios. Se descarrió. Adán y Eva también cayeron en el engaño de querer ser iguales a Dios. (Génesis 3:5) La soberbia es el peor pecado que puede haber en el corazón. Según el Diccionario, soberbia es la “altivez y arrogancia del que por creerse superior desprecia y humilla a los demás”. Un ego engrosado es capaz de lo peor, hasta matar de nuevo a Jesús.
El diablo cometió dos faltas contra Dios: 1) Infringió la autoridad de Dios y 2) transgredió la santidad de Dios. El peor de ellos, según el escritor chino Watchman Nee, es el primero:

Puesto que el pecado se comete en la esfera de la conducta, se lo perdona con más facilidad que la rebelión, pues esta es una cuestión de principios. Fue el intento de Satanás de poner su trono sobre el trono de Dios lo que violó la autoridad de Dios; fue el principio de la vanagloria y exaltación propia. El hecho de pecar no fue la causa de la caída de Satanás; ese hecho no fue más que el producto de su rebelión contra la autoridad. Fue la rebelión lo que Dios condenó. (2) (Las cursivas son mías)

La rebelión de Satanás aún persiste en el corazón nuestro. Es más aguda en aquellos que creen poder vivir sin Dios. En el capítulo 6 veremos que la caída de Adán consistió en rebelión contra Dios. Desobediencia a lo establecido por Él. De igual manera, señalamos que pareciera no haber entendimiento en cuanto a la gravedad de la desobediencia tanto en la dimensión natural como en la sobrenatural. Desobedecer es quebrantar leyes, y quien viola leyes se mete en problemas, sean humanas, naturales o sobrenaturales.
¿Por qué creó Dios un ser como Lucero a sabiendas de que se iba a rebelar y causar tantos problemas? No sé. Me inclino a pensar que lo hizo porque Dios gusta de la libertad, el libre albedrío, y deseaba tener criaturas que le amaran, sirvieran, alabaran y adoraran voluntariamente, aunque eso suene a narcisismo polarizado. No lo es porque la adoración y alabanza deben ser voluntarias. Tanto el diablo como Adán traspasaron los límites puestos por Dios. Al diablo también cabe la aplicación que haremos a Adán: saber Dios que el diablo iba a rebelarse no inculpa a Dios.
Toca hacer hincapié en algo. Dios nunca viola el atrofiado libre albedrío de sus criaturas. No lo hizo con Lucero ni con Adán, ni lo hará con nosotros. Somos nosotros los que decidimos. Dios sí trata de persuadirnos a hacer Su voluntad (Oseas 11: 4ª; Filipenses 2: 13), pero nosotros tomamos las decisiones. Él es un caballero; nunca impone nada ni entra por la fuerza a nuestras vidas. (Apocalipsis 3: 20; San Juan 1: 11, 12) A Israel le dijo en el desierto: “delante de ti he puesto la vida y la muerte: escoge tú”. (Deuteronomio 30: 19) No nos encerremos, por tanto, en el interrogante de por qué nos pone Dios a escoger. No perdamos de vista que Dios quiere que usemos la libre voluntad que nos ha dado. No quiere autómatas ni humanoides, sino seres pensantes que deciden por sí mismos, aunque a veces decidan mal. Es un don y un privilegio poder escoger lo que queramos. Por tal razón, es inadmisible que en el siglo XXI haya gobiernos que violen los principios más elementales de los derechos humanos de los pueblos que dicen representar.
Otra pregunta surgida pudiera ser: ¿por qué Dios no destruyó al diablo antes de que embolatara las cosas? No lo hizo porque al hacerlo los otros ángeles pensarían que Dios era un tirano que destruía sus oponentes. Y tenían que obedecerlo por temor, mas no por amor. Asimismo, si Dios exterminaba a Satanás los ángeles fieles a Dios quedarían con muchas dudas y temores sobre quién tenía razón: si Dios (Creador) o el diablo (sedicioso). Dejando las cosas correr su curso anormal todo llegaría a su divino cauce y las demás criaturas se darían cuenta de quién era el malo de la película. Y, en efecto, sucedió; a estas alturas del partido celestial las criaturas rebeladas con Lucero saben por experiencia que Dios es amor, bueno, justo y tres veces santo. Y quienes se sublevaron con Satán saben que la embarraron al seguirlo.
Por último, hay un misterio entre la caída del diablo y la de Adán. Mientras Adán y sus descendientes tenemos una segunda, tercera y cuarta oportunidad -hasta que muramos- el diablo y sus seguidores no gozan de ese privilegio de oro. Su cuerda se agotó. La Biblia no habla de que los ángeles caídos tengan oportunidad de arrepentimiento. Empero, sí enseña en cuanto a la oportunidad del ser humano de arrepentirse antes de pasar de esta vida a la otra. La oportunidad es mientras viva, no después. Según los 66 libros de la Biblia, entre cielo e infierno no hay escala ni término medio. Es cielo o es infierno, no hay nada más. Recordemos esto: la vida es una sola, es frágil y muy corta. Debemos aprender a vivirla sin hacernos daño ni perjudicar a otros. Dudo que alguien enredado en pecado no dañe a otros.

Fuerzas malignas detrás del ser humano

Un tema preocupa y ocupa a un sector de la Iglesia de Jesucristo, y es relacionado con las maldiciones que pasan de generación a generación. La Biblia en el Antiguo Testamento revela que hay maldiciones que pasan de una generación a otra. Son generacionales. En mi opinión, las maldiciones que pasan de generación a generación son las que introducen a la persona al mundo de los malos espíritus: brujería, cartomancia, nigromancia, espiritismo, hechicería, magia de cualquier color, etc. Detrás de cada maldición por practicar o involucrarse directa o indirectamente en esas actividades está el poder demoníaco. Hay sobrados casos de sujetos que por solo ir a un acto de esos quedaron automáticamente bajo la influencia y opresión de los demonios. “El que inocentemente peca, inocentemente se condena”, reza el dicho. Violar una ley que desconozco no me exime de culpa. “La insensatez del hombre tuerce su camino, y luego se irrita su corazón contra el Señor”. (Proverbios 19: 3) Fácil es perdernos en el laberinto que la vida suele ofrecernos y entrar por la puerta ancha y espaciosa de cosas malas, y luego culpar a Dios por el fruto amargo de nuestras malas decisiones. He aprendido que lo excelente cuesta; lo malo es barato, dañino y automático.
Dios “tiene misericordia de millares, perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y de ningún modo tendrá por inocente al malvado; visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación”. (Éxodo 34: 7) Este pasaje afirma, en primer lugar, que Dios, rico en misericordia, tiene misericordia de muchos, “perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado”. Pero también tiene en cuenta “la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación”. Cada generación dura más o menos veinticinco o treinta años. Si multiplicamos treinta años por cuatro generaciones, nos da ciento veinte años en los cuales Dios tiene pendiente, por decir algo, la iniquidad de los padres sobre sus hijos, nietos, bisnietos, tataranietos. ¿Qué significa? Quiere decir que aparte del castigo que el humano trae sobre su vida por su iniquidad (maldad maximizada), trae esas terribles consecuencias sobre sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos. Es decir, las maldiciones espirituales actúan parecido al gen enfermo transmitido de generación a generación. Algo similar ha sucedido con el sida que sin ser genético ha causado tantos estragos desde los ochenta.
Aclaremos algo, Dios solo permite que dichas maldiciones caigan sobre las personas que andan enredadas en prácticas demoníacas. (Dios no está para librarnos de las consecuencias de nuestras meteduras de pata, pues lo que la persona siembra, eso cosecha) Al cometer el humano abominables actos que le introducen al mundo de los demonios, suscita horribles fuerzas diabólicas contra sí y sus siguientes generaciones. Es tal el poder generado contra sí mismo, que dicha maldición alcanza hasta su cuarta generación. Al salirse del “abrigo del Altísimo”, como dice el Salmo 91, el sujeto trae sobre sí maldiciones, pestes, plagas. Pongamos un caso de la vida diaria: bien cubierto y con guantes, un buen paraguas y botas de hule puedo evitar mojarme con la lluvia, pero ¿qué pasaría si salgo de la cobertura del paraguas? Me mojo. Dios, por darnos libre albedrío, nos ofrece dos opciones: 1) Vivir una vida ‘normal’ como cualquier ser humano y teniendo a Jesús como el centro de la vida, o 2) No tener a Jesús como el centro de mi vida. Hay personas que no solo no tienen a Jesús como el centro de su vida, sino que también andan metidos en prácticas del mismísimo infierno, o son simpatizantes de dichas actividades (los fanáticos racionalistas y cientificistas que rechazan lo sobrenatural y al diablo deberían conversar, sin consultar en sesión alguna ni involucrarse, con esas personas sobre la realidad o no de fuerzas buenas y malas que operan en una dimensión inmaterial. Ten por cierto que desde ese momento los honestos intelectuales cesarán de negar lo sobrenatural y a los demonios). Estar metidos en esas diabluras o ser simpatizantes les atrae, cual imán, maldición generacional a ellos y sus próximas cuatro generaciones. El diablo lo que más desea del ser humano es su alma, y apenas da una oportunidad a los demonios, por muy pequeña que sea, se meten por ahí. Pero aun cuando “el ladrón [diablo] viene para hurtar, matar y destruir”, Jesús el Hijo de Dios “se manifestó para deshacer las obras del diablo”. (San Juan 10: 10; 1ra San Juan 3: 8b) Pero para obtener la ayuda y liberación de Jesús hay que buscarla y renunciar verbalmente y de corazón a las prácticas diabólicas. “El que viene a mí yo no le rechazo”, dice Jesús.
Si Dios nos abriera los ojos espirituales de tal manera que pudiéramos ver el movimiento y asechanzas del diablo contra nosotros, nos horrorizáramos por las trampas, ataques y maldades que el diablo planea. Pues si eso ocurre a los que no tuvimos un ancestro en prácticas diabólicas, ¿podemos imaginar qué no pasará alrededor de aquellos que tienen una maldición generacional? ¿Cómo saber si somos oprimidos por el diablo por tener una maldición generacional? Lo primero por hacer es convertirnos a Jesús de todo corazón, y luego ir a un ministro cristiano capacitado espiritualmente con poder y “discernimiento de espíritus”, a fin de discernir si estamos o no bajo una maldición ancestral. Hay personas que no pueden resistir orar con alguien lleno del Espíritu Santo, pues a los segundos comienzan a convulsionar, se caen y se retuercen en el piso.


Algunas consecuencias de posibles maldiciones ancestrales pueden ser:

1) Pobreza o insolvencia financiera todo el tiempo. Algunas personas nunca levantan cabeza por mucho que estudien o se esfuercen por prosperar. Creo que la pobreza es una maldición. Todos no vamos a ser ricos, pero por lo menos debemos contar con el tener existencial que nos permita cubrir necesidades básicas. Billy Graham afirma que “parte de nuestro problema de endeudamiento es que hemos confundido las necesidades con los deseos. Los lujos del pasado se han convertido en las necesidades del presente” porque vivimos en una sociedad de consumo convencida de que lo nuevo siempre es mejor. (3)
2) Esterilidad e impotencia, abortos y otras complicaciones en la reproducción. El pueblo judío del Antiguo Testamento consideraba la esterilidad de la mujer como una maldición. Hubo casos en que después de orar, varias mujeres pudieron concebir y tener familia: Sara, Rebeca, Raquel, Ana, Isabel.
3) Muertes prematuras y muertes por causas no naturales. Hay familias testigos de este tipo de situaciones penosas. Tienen pérdidas muy seguidas de seres queridos.
4) Enfermedades y dolencias, principalmente afecciones crónicas y hereditarias. Muchas personas jóvenes y relativamente jóvenes no han salido de una dolencia cuando ya tienen otra. Viven enfermas todo el tiempo; de un achaque a otro.
5) Vidas con traumas que van de una crisis a otra. Viven medicadas todo el tiempo y con un médico, sicoterapeuta o pastor permanente. Son dependientes del medicamento, la terapia y el consejo. (Situación muy aprovechada por mercaderes de la salud, sicología y la fe) Bien porque sus conflictos o enfermedades tienen origen genético, bien porque sufren de trastornos sico-emocionales, o viven con perennes culpas. ¿Será que algunos trastornos sicológicos y enfermedades genéticas son producto de una maldición generacional? Tocaría analizar cada caso. Todas las enfermedades surgieron de la Caída en pecado. Quien diga que “no” debe proporcionar las pruebas que demuestren lo contrario. Sabemos de la muerte celular y que los tejidos y órganos se paralizan hasta el cese de funciones, pero ¿qué provoca todo el deterioro y muerte? La Biblia lo llama “pecado”.
6) Trastornos mentales, emocionales o de personalidad. Aunque todos tenemos algún conflicto emocional, mental o espiritual, hay personas que no viven plenamente, sino que sobreviven por los muchos conflictos que arrastran, trasmitidos por sus padres, y que estos a su vez recibieron de sus padres, hasta llegar a la cuarta generación. (4) (Usado con permiso)

Ojo, escribí “posibles” maldiciones. Si conocemos algún caso no significa necesariamente que sea una maldición generacional. Tocaría discernir espiritualmente a ver qué pasa y así dar un diagnóstico acertado, no surgido de sueños narcisistas de omnisapiencia y omnipotencia. (Muchos profesionales viven en una burbuja narcisista de este tipo. Creen saberlo, entenderlo y poder explicarlo todo. Piensan que tienen la “última palabra” en todo. Y que la “ciencia” cultivada por ellos puede saberlo y explicarlo todo) Ahora, tal vez el origen del mal parezca fantasioso, mitológico o simbólico, pero aunque suene increíble tiene más fundamento y seriedad que lo asegurado por los evolucionistas sobre el origen del ser humano. La Biblia da respuesta a nuestras inquietudes sobre el origen del hombre, la mujer, el mal, y de muchos interrogantes espirituales. Nos responde, de igual manera, por qué la situación del mundo actual. No así las ciencias convencionales, que están lejos de saberlo y explicarlo todo. Eso de que algún día las ciencias convencionales podrán entender y explicar todo es cuento chino.
Creámoslo o no, lo revelado por la Biblia acerca de un mundo espiritual donde se mueven millones y millones de seres cuyo objetivo es ganar la mente, voluntad y emociones de las personas es una realidad. Pero, como los espíritus no se ven, el racionalismo y cientificismo los rechazan y achacan las manifestaciones demoníacas en una persona a procesos bioquímicos y/o sicológicos. Se engañan inventando explicaciones seudo científicas. Y mi naturaleza incrédula, vimos, tampoco cree. Pero lo crea yo o no, ello no desvirtúa la verdad.


Limitaciones del enemigo
de nuestras almas

Aun cuando el diablo tiene mucho poder, está limitado. Sabe que jamás ha podido ni podrá enfrentarse a Dios. Cuando Jesús estuvo en la Tierra, Satanás y sus ángeles lo temieron. Más, le tenían terror porque sabían que el Señor Jesucristo podía enviarlos al infierno. Nunca lo enfrentaron. El diablo sabe que la única manera en que puede vociferar contra Dios es a través del ser humano, por el libre albedrío y porque mientras viva tiene oportunidad de arrepentirse.
Satanás y los demonios estuvieron de parranda cuando los humanos -en la “hora de las tinieblas”- llevamos al Señor Jesús al abuso y humillación más atroces de los cuales tenga registro la Historia. En el Edén, Satanás propinó un duro golpe a Dios mediante la desobediencia de Adán y Eva. Caímos en desgracia. Al crucificar nosotros a Jesús, Satanás imaginó que todo estaba perdido para la humanidad.
Empero, al tercer día de muerto, los papeles se le embolataron al príncipe de este mundo porque Cristo Jesús resucitó corporalmente. (San Lucas 24: 36-43; San Juan 20: 24-29) De esa manera el Señor Jesucristo -Dios hecho Hombre- le dio el golpe mortal a Satanás. (Génesis 3: 15; 1ra San Juan 3: 8; Colosenses 2: 15) Y desde ese momento ha sido juzgado y sentenciado. (San Juan 16: 11) Sabe que está frito. Lo que hace contra la humanidad es puro pataleo de ahogado, puesto que tiene los días contados y al final será echado al lago de fuego y azufre, donde será atormentado él y los que le paren bolas. (Apocalipsis 20: 10)
(Debo agregar que en el ínterin de los días finales de Satanás, esto es, mientras el diablo espera el cumplimiento de su condenación, quiere llevarse a la mayor parte de humanos al infierno. De ahí la vital importancia de entregar la vida y corazón al resucitado Cristo histórico)
Otra cosa que el diablo no puede hacer es poseer a una persona sin su consentimiento. (En el capítulo 8 hablaremos de las artimañas del diablo contra niños pequeños y la juventud mediante juegos electrónicos, maquinitas, música y televisión) Puede oprimirle e influenciarle a fin de condicionarle, pero no puede violar la voluntad del humano. (Ojo, los niños pequeños y la juventud son muy vulnerables) Como tampoco puede leer los pensamientos de las gentes. (No creas en clarividencia, telepatía ni precognición; son charlatanería pues ningún humano tiene tales facultades. Algunas personas son utilizadas por demonios que les revelan datos e información sobre hechos y personas para hacerles creer que son ellas quienes tienen dichos poderes) Dios sí sabe lo que pienso, no así el diablo ni ningún ser humano. El maligno lo intuye, pero no lo sabe. El diablo sí puede lograr que una persona se obsesione con un pensamiento, condicionarle y oprimirle para que haga lo que el maligno quiere. En fin, aunque el diablo tiene poder y muchas mañas por conocer la naturaleza humana, está limitado porque es solo una criatura con muchas limitaciones. Dios es Creador, el diablo es criatura, creación. No olvidemos que Dios no creó un diablo. El diablo se hizo malo solo. Usó mal su libre albedrío y pagará por ello
De igual manera, los que hagan mal uso de su libre voluntad cosecharán lo sembrado. “No se dejen engañar; de Dios nadie se mofa; pues todo lo que el hombre [o mujer] siembre, eso mismo segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne cosechará corrupción; mas el que siembra para el espíritu [humano], del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo cosecharemos, si no desfallecemos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, y mayormente a nuestros familiares en la fe”. (Gálatas 6: 7-10)





























(1) Norman Geisler y Ron Brooks. Cuando los escépticos pregunten, p. 74. Editorial Unilit, Colombia, 2003.
(2) Watchman Nee. Autoridad espiritual, p. 11. Editorial Vida, Miami, Florida, 1979.
(3) Esperanza para el corazón afligido, p. 16. Editorial Unilit, Colombia, 1992.
(4) Frank Hammond, Rompiendo las maldiciones, pp. 17, 18. Editorial Carisma, Bogotá, 1995. Los puntos fueron tomados del libro de Hammond, el desarrollo es nuestro.





















6
En qué consistió la caída
de Adán y Eva

“Por la desobediencia de un hombre, todos fueron constituidos pecadores”.
–San Pablo-


Mitos en cuanto a la tentación


Luego de ver cómo se originó el mal en el “corazón” de Satanás, toca analizar la tentación diabólica a nuestros primeros padres. La creamos o no; la aceptemos literalmente o no, ello no cambia el desastre en que nos sumió la caída de Adán y su mujer.
Después de su catastrófica caída, no creas que Lucifer quedó quieto. Puso sus maléficos ojos en las criaturas que Dios había creado perfectas: Adán y Eva. (Ya manifesté que quien dude aún de la existencia de Adán y Eva debería investigar con honestidad intelectual sobre las tabletas de la biblioteca Ebla y obras como A Scientific Investigation of the Old Testament, del políglota y erudito Robert Dick Wilson)
Antes de nada, toca aclarar en qué consistió la tentación diabólica a Adán y su mujer. Primero, el fruto prohibido no se especifica; por tanto, es aventurado señalar que era una manzana. Segundo, el pecado de Adán no fue tener relaciones sexuales con Eva, su mujer, pues sería contradictorio con la ordenanza divina de crecer y multiplicarse. (Génesis 1:28) Notemos, asimismo, que el mandato de “crecer y multiplicarse” viene luego de la creación del hombre y de la mujer, no después de la caída. (Génesis 3) Asegurar que “el fruto del mal simboliza la fornicación” espiritual, primero, de Eva y Satanás al obedecer esta a la serpiente, y luego de la unión carnal de Adán y Eva al parar bolas Adán a su mujer, es buscar la quinta pata al gato.
No se trata de satanizar ni de espiritualizar verdades, sino de buscar y mantener un punto medio entre los dos polos. Pues bien, no hubo ningún “acto de amor ilícito” entre Eva y Satanás, ni entre Eva y su marido.
El pecado de Adán y Eva fue desobedecer el mandamiento divino. Tercero, el diablo al dirigirse a Eva dijo varias mentiras y omitió la seria advertencia (no amenaza) de Dios a Adán y su mujer. Primera mentira diabólica: “¿Conque Dios les ha dicho: ‘no coman de ningún árbol del huerto?’”. (Génesis 3: 1) El Creador no dijo eso. Dios advirtió: “de todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol de la ciencia [conocimiento natural] del bien y del mal, no debes comer, porque el día que de él comas, ciertamente morirás”. (Génesis 2: 16, 17)
Satanás omitió: “[...] el día que de él comas, ciertamente morirás [tú, tu mujer y todos tus descendientes]”. Segunda mentira: la serpiente, endemoniada, afirmó que el hombre no moriría, aunque comiera del fruto prohibido. (Génesis 3: 4) Y luego expresó una sarta de mentiras mezcladas con medias verdades que confundieron a Eva. (Génesis 3: 5) (Esta estrategia satánica la utilizan muchos para enredar a los incautos) Y “vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio a su marido, el cual comió así como ella”. (Génesis 3: 6) Lo que sigue es la triste historia de los descendientes de Adán y Eva. La desobediencia de Adán la analizaremos más adelante. Note el lector que la serpiente habló. Pudo hacerlo porque estaba poseída por el diablo. Los posesos manifiestan características que no les son propias.
Ahora bien, ¿codició Eva el árbol del conocimiento del bien y del mal? ¡De ninguna manera! Ni Adán ni Eva sentían esos retortijones del alma. Fueron hechos perfectos. Nuestra madre Eva sintió cu-rio-si-dad. Si alguna vez se aplicó el dicho “la curiosidad mató al gato”, fue aquí. ¡Nos mató a todos!
¿Por qué tentó el diablo a Eva y no a Adán? Algunos sostienen que el diablo tentó a Eva porque al ser más emotiva era más vulnerable al engaño. Lo creo. Considero que la mujer por ser más emocional y sentimental que el hombre es más propensa a ser engañada. El diablo sabía eso. En general, la mujer se deja llevar más por las corrientes emotivas y sentimentales del corazón que por los caudales intelectuales del razonamiento. ¿Se equivocó Dios al crearla así? ¡En ninguna manera! Dios es sabio: hizo hombre y mujer para que se complementen. Lo que tiene en menos proporción el hombre, la mujer lo posee en abundancia. De lo que carece la mujer, está presente en el hombre. Nos complementamos de manera increíble. Tal para cual. (¿Insistirán todavía algunos en que somos frutos del azar y la casualidad? Francamente, en esto solo veo causalidad)
Por algo Dios dispuso este orden en el matrimonio: Marido, mujer, hijos. Entre otras cosas, el hombre protege a su mujer de los hijos y de fuerzas externas que se levantan contra ella. (¿Has notado cómo suele abusarse de la mujer que vive sola y sin un hombre que la represente y respalde?) No hablamos de machismo, sexismo o imposición masculina, sino de ser el hombre escudo a la mujer contra fuerzas naturales y demoníacas. Satanás odia la familia. Y el materialismo ateo contribuye a la destrucción de ella.
El hombre como cabeza del hogar y de la mujer debe protegerla en todo tiempo y lugar. Adán debió proteger a su mujer en el Edén y no lo hizo, como tampoco lo hace hoy el hombre posmoderno. Por desgracia, muchos hogares hoy son acéfalos o bicéfalos. Si no tienen cabeza, tienen más de una. ¡Terrible! Por ello, el común de las familias de hoy (marido, mujer e hijos) andan al garete. Cada uno en su mundo disfuncional. Cuando se rompe el diseño original que Dios quiso para la familia, hay problemas porque se rompe la espiritualidad.
“Lo que hace disfrutable una relación son los intereses comunes; lo que la hace interesante son las pequeñas diferencias”, manifiesta Todd Ruthman. Hombre y mujer no son iguales, pero tampoco uno es superior al otro. Mucho menos hay sexo débil. Tampoco la esposa es esclava del marido, aunque, al caer en desobediencia, Dios le dijo a Eva (representante de todas las mujeres) “tu deseo será para tu marido [desearás el amor de tu marido], él se enseñoreará de ti [tu voluntad estará sujeta a tu marido]”. (Génesis 3: 16b) Esto es, la apetencia y voluntad de la mujer estarían -a partir de ese momento- sometidas al varón. Sí, suena machista y esclavista, pero así fueron establecidas las cosas por Dios al dar Eva oídos a Satanás.
No soy partidario del machismo y sociedad patriarcal en la cual hemos vivido desde ese fatídico Día de la Caída porque coloca a la mujer muy por detrás del hombre, violando aun la disposición de Dios, que es de sujeción al hombre pero a su lado, no detrás. En efecto, el sentido literal de la palabra “juntó” que Jesús usa en San Mateo 19: 6 cuando dice: “lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”, es “ha uncido al mismo yugo”. Y del término yugo (gr. zugos) se origina la palabra española o castellana cónyuge. En pocas palabras, marido y mujer están “uncidos” al mismo yugo. (Favor no tener fijación con el vocablo “yugo” para aseverar que “el matrimonio es un yugo”, una pesada carga; pues un matrimonio de seres maduros emocionalmente es una bendición) Uno al lado del otro. La mujer casada, por tanto, no está ubicada detrás del hombre, sino al lado de este. Por ello estoy en desacuerdo con el dicho que reza: “Detrás de un gran hombre hay una gran mujer”. La mujer no debe estar atrás, sino al lado del hombre. (Este tema lo analizamos más y mejor en La excelencia del amor…)
A Adán (representante de los hombres) le tocó una buena porción de la sentencia divina: “Porque obedeciste a la voz de tu mujer y comiste del árbol del que te mandé diciendo: ‘No comas de él’, sea maldita la tierra [y todo lo creado] por tu causa. Con dolor comerás de ella todos los días de tu vida; espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo [también animales: Cf. Génesis 1: 31; Levítico 11: 1-8; Deuteronomio 14: 3-20; San Mateo 15: 11; San Marcos 7: 15, 18; Hechos 10: 12, 15; 11: 6, 9; Romanos 14: 14; 1ra Corintios 8: 8; Colosenses 2: 16, 21-23; Hebreos 9: 10]. Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo volverás”. (Génesis 3: 17-19) Ojo, el trabajo o trabajar no es una maldición ni vino como castigo por desobedecer; desde antes de la Caída, ya Adán labraba y atendía su lugar de residencia. (Génesis 2: 8, 9) Lo que el pasaje de Génesis quiere significar es que al hombre y su descendencia les costaría más obtener el fruto de la tierra para su existencia. (¿Te has preguntado por qué hay tantos bichos y maleza en la naturaleza? Creo que aquí está la respuesta: “espinos y cardos te producirá…”.)
Quien crea que el hombre es superior a la mujer simple y llanamente está equivocado y vive en siglos pasados. Estoy convencido de que la mujer nos supera a los hombres en muchas cosas. “¡En muchísimas!”, pensará alguna lectora. Ninguno es superior o inferior. Nos complementamos. Nuestras almas son muy diferentes, pero complementarias. (La relación hombre-mujer la toco en La excelencia del amor y otros ensayos...) Tampoco tenemos doble sexualidad, como aseguran el sicoanálisis y los junguianos.

Desobediencia, pecado capital

Es importante analizar la caída del hombre y su mujer en detalle porque de ahí se desprende el origen del mal en la Tierra. Vimos cómo surgió el mal en el universo. Moisés escribe que Dios mandó al hombre diciendo: “De todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol de la ciencia [conocimiento natural] del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, de seguro morirás. (Génesis 2: 16,17) Pero el hombre desobedeció. No dio oído a las palabras del Señor, por decir lo mínimo del gravísimo pecado (hebreo‘awen) de Adán. Al desobedecer, Adán entró en franca rebelión contra Dios. Fue tan letal el pecado (‘awen) de rebeldía (hebreo marah) de Adán y Eva, que hasta el día de hoy vemos sus fatales consecuencias.
No está claro si en el momento de la advertencia Eva ya había sido creada. Aun cuando un pasaje anterior como Génesis 1: 27 lo insinúa: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. Este pasaje narra la creación de Adán y Eva en el Sexto día de la creación. Los detalles son dados en el capítulo 2 de Génesis. Pues la responsabilidad de mantener la especie en el camino correcto era compartida por ambos. A los dos hacía Dios responsables de la suerte que corriera la humanidad.
Algunos teólogos y filósofos como Kierkegaard han cuestionado que “si Adán era inocente, ¿cómo fue posible que pecara?”. Antes de analizar esa pregunta y dar una respuesta, toca aclarar que afirmamos que Adán pecó (hebreo ‘abar; gr. jamartia) porque era la cabeza de la raza humana. Al errar Adán el blanco -eso significa jamartia- todos nosotros erramos el blanco. En realidad, fue Eva quien “incurrió en transgresión” [‘abar] al ser engañada (hebreo shaw’ ) por el diablo. Comió del fruto de la ciencia [conocimiento natural] del bien y del mal; “y dio también a su marido, el cual comió así como ella”. (1ra Timoteo 2: 14; Génesis 3: 6) Adán, como amaba a su mujer, comió a causa de su afecto por ella. Puede manifestarse que Eva fue engañada, y Adán fue seducido por una Eva con conocimiento del bien y el mal. (La autora de mis días asegura que el hombre no conquista a la mujer, sino que la mujer conquista o seduce al hombre. Cierto o no, por lo menos, casi siempre es la mujer quien da el “sí”. Ojo, la mujer no es ninguna serpiente como aseveran algunos. Ni la mujer fue creada por el diablo en un descuido de Dios, como expresan otros. La mujer es la criatura más hermosa que hay en el planeta y la más especial después de los niños)
Ahora analicemos el interrogante: “si Adán era inocente, ¿cómo fue posible que pecara?”. La Biblia narra que “el primer hombre, sacado de la tierra, es terrenal”, pero perfecto. (1ra Corintios 15: 47) Tan perfecto era Adán que su libre albedrío le brindaba la posibilidad de pecar. De igual manera, tenía la potestad de tomar decisiones correctas o incorrectas, buenas o malas. El hecho de que tomara una decisión incorrecta -como lo hizo al oír la voz de su mujer- no significa que fuera imperfecto, sino libre. Libre para decidir: obedecer (gr. akouo = oír; prestar atención o escuchar) o desobedecer a Dios.
Cuando mi hijo Pablo Saulo tenía nueve años, me hizo un cuestionamiento en cuanto a Adán y Eva que me sorprendió. El chico preguntó: “Papá, ¿qué habría pasado si Adán no le hubiese hecho caso a Eva de comer el fruto prohibido?”. Confieso que por unos segundos quedé atónito ante semejante pregunta. Le contesté que aunque Adán no comiera del Fruto de todas maneras el pecado se entronizaría en el mundo, puesto que el pecado de uno era el pecado del otro, como lo fue el pecado de Adán y Eva para todos nosotros. Tanto Adán como Eva eran los representantes de la raza humana. Es cierto que Adán era la cabeza de Eva (lo digo sin ánimo de ser machista; así dice la Biblia), pero el pecado de cualquiera de los dos alcanzaría al otro y a todos nosotros sus descendientes. “Por cuanto todos pecaron están destituidos de la gloria de Dios”. “Por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores”. “Debes saber que tu pecado te alcanzará”. (Romanos 3: 23; 5: 19; Números 32: 23)
Además, la mujer fue tomada del hombre; si su cuerpo se afectaba por la corrosión del pecado, también el de Adán lo sería, pues los dos estaban conectados espiritual, anímica y corporalmente. La afección de uno era el mal del otro. Cuentan que los gemelos (no los mellizos) están conectados por ciertas energías y conexiones que la emoción de uno es la emoción del otro. En Colombia, el 28 de febrero de 2006, gemelas de 76 años murieron de la misma enfermedad (hipertensión) y a la misma hora, pero en diferentes lugares del Caribe colombiano. Casualidad o no, si ello es posible a estas alturas del partido de la humanidad, donde genes, neuronas, células y órganos están atrofiados por años de enfermedades y afecciones, ¿cómo habrá sido en tiempos de Adán y Eva, cuando recién empezaba la degeneración de nuestro ser?
Basados en que aproximadamente solo el 5 por ciento del ADN es funcional, desde hace unos años se habla de “ADN basura”. Pues bien, algunos entendidos creen que un porcentaje de tales genes pudo tener en el pasado funciones concretas que en la actualidad se habrían perdido, y por ello no están activos. (Cuidado, no pocas afirmaciones en cuanto a la supuesta inactividad de ciertas partes del cuerpo son solo afirmaciones dogmáticas de algunos investigadores)
Según la Biblia, Adán y Eva eran perfectos en todo sentido. Asimismo, el Libro de Dios sostiene que el pecado atrofió mucho de esa perfección; de ahí mi convicción de que muchos genes estén inactivos por acción de la Caída. Más, también sabemos que pocos son los humanos que usan más del diez por ciento de su capacidad intelectual, y al que la utiliza le llamamos “genio”.
Antes de proseguir con el pecado de desobediencia (no escuchar a Dios) de nuestros primeros ancestros, tocar ver qué significa el término pecado en hebreo, uno de los tres idiomas en que se escribió el Antiguo Testamento, donde está registrada la Caída.
“Pecado: ‘awen, [significa] ‘iniquidad; vanidad; dolor’. Este término tiene dos cognados [parentescos] arábigos, ‘ana (‘estar fatigado, cansado’) y ‘aynun (‘debilidad; dolor; pena’)”. (1) (Las negritas son mías) Más claro no puede cantar el gallo.
Como vemos, el mismo vocablo pecado encierra en sí la razón por la cual Dios no deseaba que el hombre pecara. Si pecaba, la iniquidad, vanidad, debilidad, dolor, sufrimiento y muerte se apoderarían de su espíritu (pneuma), alma (psuque) y cuerpo (soma). Y de toda la creación que aún gime como si tuviera dolores de parto. (Romanos 8: 22; Colosenses 1: 20) Al caer, Adán se percató de que Dios le había dicho la verdad, cuando le advirtió: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia [conocimiento del alma sobre el espíritu] del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comas, ciertamente morirás [en tu espíritu, alma y cuerpo]”. (Génesis 2: 16, 17) Pero ya era demasiado tarde. El mal, la iniquidad, vanidad, dolor, sufrimiento, enfermedad y la muerte se extendieron a toda la raza humana. (Romanos 5: 12) El pecado y todos sus fatales efectos nos arroparon empezando por la boca de Adán, y penetrando hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y de los tuétanos, la mente (gr. nous) y el corazón (gr. kardia), hasta alcanzar todo el cuerpo (gr. soma) que es el envase que guarda tan valioso tesoro. Hasta el día de hoy vemos los efectos catastróficos del pecado.
Le restamos importancia a la desobediencia de Adán y Eva (y ha sido motivo de burla y chiste para no pocos. Temo que dichas burlas son consecuencia del miedo que yace detrás de ellas), que fue el pecado capital de nuestros primeros padres, porque no entendemos lo crucial que es la obediencia (gr. akouo) para la vida.
Veámoslo así: para mí, padre de familia con virtudes y defectos de carácter, es fundamental que mis hijos me obedezcan. Que presten atención a lo que les digo y lo pongan por obra, pues para mí significa, entre otras cosas, que mis hijos me aman, confían en mí y me respetan. ¡Cuánto más importante será la obediencia para Dios que no tiene esas negras manchas caracterológicas que las personas solemos arrastrar! Dios, cual Padre amoroso, anhelaba con toda su alma que su criatura más amada lo obedeciera, ya que así Dios y Adán tendrían comunicación directa, sin intermediarios. Y la humanidad se ahorraría las penas, sufrimientos e iniquidades que hoy nos anonadan y son utilizadas por el incrédulo para desbarrar contra Dios y las creencias.
Tal es la valía de la obediencia del niño a la autoridad de sus padres que si el niño no aprende obediencia y respeto a la autoridad en el núcleo familiar, jamás respetará ni querrá ni podrá someterse a ninguna autoridad en la adultez, puesto que el valor del sometimiento y respeto a la autoridad debe asimilarlo en la relación con sus padres. Si no obedecí a papá y mamá (o en su defecto, a la persona que me crió), es mentira que obedeceré y respetaré a las autoridades fuera del círculo familiar. Al aprender a obedecer y respetar la autoridad externa de papá y mamá, el niño emprende el aprendizaje del autocontrol o dominio propio y se fortalece su conciencia espiritual; es decir, la obediencia a la autoridad inmediata del niño favorece que sus sentidos espirituales (gr. pneumatikos) se ejerciten en el discernimiento del bien y del mal y al buen desarrollo de su estado del yo Adulto, que tiene todo niño. (Desde luego, lo más fácil pero que más nos ha metido y mete en problemas es el desenfreno que doblega al sensualismo y hedonismo, azuzados por personajes de “avanzada” del “primer mundo”)
No hablo de miedo a la autoridad, sino de respeto a la autoridad, que es muy diferente. Existe una diferencia insondable entre autoridad y poder. La autoridad dirige, orienta; el poder controla. Quien ostenta poder lo hace para su provecho a fin de someter a otros. Una persona con autoridad es respetada; el que tiene poder es temido; y, por tanto, obedecido. Al ver a un sujeto que no respeta las señales y leyes de tránsito, por ejemplo, podemos estar seguros de que no aprendió en su casa obediencia a la autoridad, a las leyes; por consiguiente, no desarrolló un sentido de culpa sana, que le llevara al autocontrol. Si hubiésemos aprehendido obediencia a la autoridad (gr. exousia) en casa (autoridad externa), y fortalecido nuestro autocontrol (autoridad interna), ¿fuera imprescindible la presencia de guardias de tránsito en calles y carreteras? ¿O que colocaran tantos avisos para prohibirnos un sinfín de cosas: “no pise el césped”, “no estacione”, “no fume”, “no rebase”, “no bote basura so pena de multa”, “cuando maneje no tome”? ¡Claro que no! Muchos solo obedecen por temor a la multa de tránsito o la penalización, y actúan como el chico al que su papá repetidas veces mandó a sentar y el niño no obedecía, hasta que el papá lo amenazó con pegarle para que se sentara. A los cinco minutos de estar sentado, el pequeño dijo a su padre. “¿Sabes, papá? Tú me ves aquí sentado, pero en mi corazón estoy parado”. Eso es miedo a la autoridad, mas no es respeto a la autoridad. (En Sexo: autocontrol y caos vemos cómo el autocontrol nos libra de problemas y de la muerte)
Tengo la impresión de que a nuestra naturaleza rebelde le gusta sentirse amenazada por el poder para someterse a la autoridad. ¿Quién no recuerda al educador o progenitor que respetaba y temía más? ¡Era aquel con fama de dictador! ¡A ese precisamente se le obedecía más! ¿Será por la “necesidad de castigo”, de la cual habla Freud? No respetamos la autoridad, pero sí tememos a la persona que hace uso de su poder y/o autoridad. Nuestra civilización destaca por transgredir leyes (algunos las estudian para saltárselas, dice Cantinflas); querer hacer lo que me da la gana; irrespeto a todo tipo de autoridad. El niño del ejemplo anterior es clásico caso del rebelde. Lamentable es que los padres para darse respetar de sus hijos tengan que usar el poder. Ello significa que los hijos obedecen no por respeto a sus padres, sino por temor al cinturón o al castigo.
Hace unos años había en televisión una campaña que afirmaba que el niño obedece por amor; eso está cojo. La obediencia por amor se da o debe darse en el mundo espiritual, puesto que Jesús enseña que si le amamos debemos obedecer sus mandamientos. (San Juan 14: 15) Pero por conocer algo de la rebelde naturaleza humana no considero que algún niño o adolescente obedezca a sus padres solo por amor. El hijo obedece cuando hay una atmósfera correcta de autoridad que le ama y de amor que le corrige o sanciona cuando desobedece. (Esto lo escudriñaremos más en el capítulo 8)
Benjamín Spock (1903-1998), adalid de la permisividad, cosechó malos frutos en su familia. Y casi al final de sus días afirmó, reconociendo el valor de las enseñanzas de su devota madre: “He llegado a la conclusión de que muchos de nuestros problemas se deben a la carencia de valores espirituales”. ¿Qué dirán de esto los colegas de Spock? No te extrañes que aseguren que el pediatra no dijo eso. Dios mío, ayúdanos a reconocer que la mayor necesidad humana es nacer de nuevo y que tu Hijo Jesús reine en nuestro corazón.
Norman Vincent Peale (1898-1993) considera que estamos llegando a los umbrales de la autoridad interna que lleva al autocontrol, debido a que por naturaleza adámica somos rebeldes y tendemos a desafiar toda autoridad o ley, o porque de tanto decirnos o prohibirnos algo, nos hastiamos y hacemos precisamente lo vedado con tanta insistencia y a veces necedad. Muchas reglas, normas y leyes son duras y producen en el humano la reacción contraria a la que han pretendido normar. (De ahí el fracaso de cualquier religión sin el bálsamo del amor cristiano) Por consiguiente, el pasado ordenado por leyes y autoridades nos está conduciendo a la transición de la autoridad externa a la autoridad interna del sujeto. Es decir, del mandato a la conciencia espiritual. Como escribiera el doctor Peale, ya a inicios de la era cristiana, Jesús creía y enseñaba en cuanto a los controles internos del ser humano más que en las prohibiciones de la ley mosaica. En “amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas, y a tu prójimo como a ti mismo” se resume toda la ley. Ojo, no intento hacer apología a la abolición de la autoridad y las leyes porque las considero necesarias para orientar, disuadir y corregir a la especie humana, pero sí me parece que el sometimiento a mi autoridad interna es vital para luego desear estar sujeto a cualquier tipo de autoridad externa; ese aprendizaje ha de lograrse en el entorno familiar, y desarrollar fuera de casa. Añade Peale que no es la puerta de hierro ni la policía lo que puede disuadir al ladrón a que entre a hurtar en la casa del vecino, sino la voz de la conciencia del amigo de lo ajeno. Esa voz de autoridad interna que se yergue sobre otras voces.
A fin de comprender mejor la trascendencia de la obediencia de Adán al mandato de Dios, es necesario tomar en cuenta que si Adán obedecía a Dios o se mantenía bajo el paraguas de Su autoridad, tendría autoridad sobre el resto de la creación porque en toda verdadera autoridad subyace un principio infaltable: Quien tiene autoridad sobre otros debe estar bajo autoridad. Esto es, la persona con autoridad debe a su vez estar sometida a una autoridad superior a ella, y así sucesivamente, hasta llegar a Dios, Cabeza de toda autoridad. (Romanos 13: 1-4
Dios dio el señorío al hombre sobre toda la creación, mas al faltar Adán a la autoridad de Dios perdió su autoridad sobre la creación. (Por lo cual hoy la naturaleza -si fuera “madre”, como aseguran los que niegan a Dios, sería una madre desnaturalizada- porque nos azota despiadadamente. Vivía yo todavía en Barranquilla cuando en vísperas de la Navidad de 1972 un terremoto destruyó Managua. ¿Quién no recuerda el terremoto en ciudad de México el 19 y 20 de setiembre de 1985? ¿El huracán Mitch en Centroamérica entre octubre y noviembre de 1998? ¿O el huracán Katrina de terrible recordación en Nueva Orleans por su devastador paso el 29 de agosto de 2005? ¿Acaso olvidará Pakistán el terremoto que mató a más de 50 mil habitantes en octubre de 2005? ¿U olvidará Perú el terremoto que devastó Pisco y otras ciudades en agosto de 2007?)
Hoy son pocos los animales domésticos y muchos los que no se someten a la autoridad del ser humano. Pero al final de los tiempos, cuando todo vuelva a su orden original, escribe el sagrado escritor que “morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostara; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán en compañía; sus crías se echarán juntas; y el león comerá paja como el buey. Y el niño de pecho jugará sobre el agujero del áspid, y el recién destetado extenderá su mano hacia el escondrijo de la víbora” sin sufrir daño (Isaías 11: 6-8). Para sorpresa de muchos, en Samburo, África, una leona llamada Kamunyak = la bendecida, adoptó a un pequeño antílope oryx y luego adoptó a cinco becerros más antes de desaparecer sola. ¿Qué tal?
Ahora bien, solo quien se sujeta a la autoridad puede ser autoridad. Si no estoy bajo autoridad y tengo autoridad sobre otros, corro el peligro de ser dictatorial o creerme un dios. ¿Quiero tener autoridad? Debo someterme a mi autoridad. No se trata de servilismo ni de obediencia debida, ciega o irracional, sino de obediencia a la autoridad. La autoridad puede ser natural (padres, familiares; normas, moral, ética); divina (principios bíblicos, moral cristiana); o legalmente instituida (autoridades superiores, leyes). Mi obediencia debe llegar hasta donde lo racional, los principios de Dios (o de mi conciencia espiritual), los derechos míos y de los demás lo permiten.
Obediencia, obedecer (gr. akouo). ¡Cuánto cuesta ser obediente! Cuesta un mundo porque mi corazón (kardia) es rebelde (gr. apeithes). Me gusta medir fuerzas y busco desesperadamente poder (Adler). Poder que me dé autonomía y autosuficiencia, o por lo menos el espejismo llamado “autonomía y autosuficiencia”, ya que al fin y al cabo para crecer y madurar debo interactuar con otros. Al desobedecer (gr. apeitheo), Adán le dijo de manera implícita a Dios que no necesitaba de Él, de su autoridad; que podía conducirse y gobernarse con la sabiduría del alma que adquirió al desobedecer. Colocó el alma (psuque) sobre su espíritu (pneuma). Se creyó autosuficiente, sin necesidad de Dios, quien le había dado la vida y todo lo que tenía. En pocas palabras, le dijo: “no te necesito, puedo vivir sin Ti con la sabiduría anímica que tengo”. Así habla quien vive de espaldas a Dios. El alma sobre el espíritu. Lo natural por encima de lo sobrenatural. La actitud de Adán es continuada por sus descendientes de hoy que creen poder vivir sin Dios y sin principios y valores morales bíblicos. (Ya observamos que la ética utilizada por quienes niegan a Dios vive bajo la sombra de principios propugnados por el cristianismo)
Dios toma tan en serio la obediencia a Su autoridad, que a Moisés, el hombre más manso de la Tierra en ese momento, lo disciplinó por haber desobedecido. Dios le había dicho al Legislador: “Háblale a la peña a vista de ellos [pueblo de Israel]; y ella te dará agua [...]”. Pero, Moisés, enojado por las constantes quejas del pueblo, golpeó (no habló) dos veces la roca, y la roca era símbolo de Cristo, enseña la teología cristiana. (Números 20: 8, 11) Por desobediente, Moisés no pudo entrar a la tierra Prometida. Por desobedecer, se ahogó en la orilla después de tanto nadar. La semilla de desobediencia, rebeldía y obstinación está en todos nosotros desde la caída de Adán. De manera que Moisés no está solo. Ojo, no usemos esa verdad para persistir en desobediencia.
Tan crucial es la obediencia para Dios, que en el Antiguo Testamento hay capítulos enteros sobre las bendiciones de la obediencia. Pero también sobre las maldiciones que contra sí acarrea el desobediente. (Deuteronomio 28) En el Nuevo Testamento se hace muchísimo énfasis en cuanto a las bendiciones de ser obediente, y sobre las maldiciones de la desobediencia. Si Adán es el representante de la desobediencia, el Señor Jesús es el máximo ejemplo de obediencia “al hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. (Filipenses 2: 8) Para decirlo en breves palabras: el mundo está dividido en obedientes y desobedientes; responsables e irresponsables. En vista de que hay gentes que no entienden por qué tuvo que morir Jesús, ahondaremos el tema en capítulos siguientes.
Como padre, valoro más la obediencia de mis hijos que los esfuerzos que hagan por estudiar o de cualquier otro tipo. Para mí la obediencia tiene mayor valía que los sacrificios o regalos que mis pequeños me dispensen. Ojo, no digo que no me interesen los gestos y detalles de mis hijos; de lo que se trata es que la obediencia es superior. Si para un ser imperfecto como yo es así, ¿cuánto será para un ser perfecto como Dios? “¿Se complace Dios tanto [en sacrificios y penitencias], como que se obedezca [su Palabra la Biblia]? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios [penitencias], y el prestar atención más que la grosura de los carneros. Porque como pecado de brujería es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. (1ro. Samuel 15: 22, 23ª)
Detrás de toda desobediencia -no prestar atención- está la rebeldía y obstinación. Vivimos en sociedades rebeldes que oyen, pero no escuchan. Culturas anárquicas que claman por sus derechos, mas nada quieren saber de sus deberes. Libertad sin responsabilidad es libertinaje, anarquía, caos. Una vida sin autocontrol es libertina, sensualista y hedonista.
Viktor E. Frankl (1905-1997), sobreviviente de varios campos de concentración nazi, fue invitado por sus amigos estadounidenses a visitar la estatua de la Libertad en Nueva York. Ellos querían conocer las impresiones de tan ilustre visitante. Frankl observó el monumento y calló. Sus anfitriones le preguntaron qué opinaba al respecto. El superviviente de varios campos de concentración nazis dijo a sus anfitriones que en una de las islas del frente debían erigir una estatua a la Responsabilidad. ¿Qué tal?
¿Libertad? ¡Sí! Pero... ¡Con responsabilidad! Queremos libertad, pero rehusamos la responsabilidad moral de nuestros actos. Somos muy dados a justificarnos y excusarnos para no afrontar las consecuencias de nuestros actos, y así pasar agachados. ¿Será verdad que “desde que se inventaron las excusas nadie quedó mal”? ¡En ninguna manera! Cuentan que una vez Churchill llegó tarde a un compromiso, y en lugar de justificarse como haríamos muchos expresó: Llegué tarde porque salí tarde. La irresponsabilidad es irresponsabilidad en todo momento y lugar.
Sin importar cómo la llamemos, la irresponsabilidad sigue siendo irresponsabilidad, y quien no responda por sus actos y palabras es un irresponsable. El cianuro no deja de ser mortífero porque le cambien la etiqueta y le añadan miel de abejas. ¿Qué es libertad? Libertad es la facultad del alma para hacer aquello que sé que debo hacer. Y para dejar de hacer lo que sé que no debo hacer. Suena a trabalenguas. No lo es. Si soy libre, podré dejar de hacer aquello que sé que no debo hacer con el objeto de hacer lo que sé que debo hacer. Si no tengo dicho poder o facultad anímica, soy un esclavo (gr. doulos). Tan sencillo como eso. (La libertad tiene mucho que ver con el conocimiento de la verdad; hay personas esclavas sin saberlo; pero eso es materia para otro momento. Baste señalar que Dios en el Antiguo Testamento asevera: “Mi pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento”. [Oseas 4: 6] Jesús en el Nuevo dice: “Conocerás la verdad, y la verdad te hará libre”. [San Juan 8: 32])
A mi juicio, al prohibirle Dios al hombre y su mujer comer del árbol de la ciencia del bien y del mal no quería impedirles conocer la ciencia convencional como la conocemos hoy, sino que su intención era librarle conocer el mal, sentir dolor y experimentar en carne propia el sufrimiento, la maldad y todo lo que ella implica: penas, guerras, enfermedades, hambres, impiedades, injusticias, pobreza, miseria, muertes, etc.
¿Qué había detrás de la prohibición divina de que el ser humano no comiera del árbol de la ciencia del bien y del mal? Si no tenemos cuidado, podemos malentender y sacar conclusiones apresuradas de que Dios quería que la especie permaneciera en ignorancia, y eso no es cierto. (Hay científicos naturalistas que creen que Dios colocó a la Tierra en un lugar privilegiado no solo para permitir la vida, sino además para que el universo pudiera ser escrutado por el humano) Creo que Dios le prohibió a Adán y Eva probar la fruta de la ciencia del bien y del mal porque al comer de ella el alma (psuque) humana prevalecería sobre su espíritu (pneuma). Esto es, el fruto del conocimiento del bien y del mal elevaba al alma (natural, terrenal) sobre el espíritu (sobrenatural, dado por Dios); lo suprimía y hacía su siervo. Más, la comunión directa con Dios se entorpecería como en efecto ocurrió.
El conocimiento es bueno si está supeditado al espíritu. Cuando la cabeza crece más que el espíritu, hay problemas y andamos diciendo y escribiendo sandeces como que “Dios no existe” o “no creo en divinidades ni en milagros”, y nos inventamos decenas de teorías absurdas con tal de intentar quitar a Dios de la escena del origen del universo y la vida. “El conocimiento envanece [Lit. hincha], pero el amor edifica”. “La letra mata, pero el espíritu vivifica”. (1ra Corintios 8: 2; 2da Corintios 3: 6) ¿Cuántos con cabeza grande hay por ahí hablando y escribiendo majaderías y medias verdades sobre Dios y la vida? Algunos creen ser aptos para enseñar y hablar de todo y orientar a grandes y pequeños. La intolerancia y el fanatismo racionalista salen a flote cuando el cientificista cree que su ciencia alcanza para entender y explicar todo, hace declaraciones dogmáticas o se entremete en cuestiones teológicas. Otros, se mueven por la vida como robots programados y sin sentimientos ni emociones. En verdad, estos tipos de personas son cabezas enormes (no escribo “cabezones”, por sonar peyorativo) sobres espíritus raquíticos o “muertos”, así los llama la Biblia. Las sagradas Escrituras dicen que quien no ha nacido de nuevo está muerto espiritualmente. (San Juan 3: 3, 5; Efesios 2: 1)
Los humanos somos propensos a ser cautivados por la belleza externa de las personas y de las cosas. Dios no ve apariencias sino la actitud y propósito que hay detrás. (1ro Samuel 16: 7) Muchas de las dificultades de la humanidad se deben a que no nutrimos bien al espíritu o no lo alimentamos, sino que consentimos el alma y somos alcahuetes del cuerpo. No se trata de traicionar el cuerpo descuidándolo y maltratándolo, sino de no dejarnos arrastrar por sus bajos instintos. Si anduviéramos en el espíritu, como manda la Biblia, nos meteríamos en menos problemas. (Gálatas 5: 16) El conocimiento y la sabiduría del mundo son necedad para Dios. (1ra Corintios 1: 20) No porque Dios rechace el conocimiento y la sabiduría, sino porque el llamado sabio y docto han rechazado a Cristo, pues para ellos el Evangelio es locura. (1ra Corintios 2: 14)
Dios anhelaba que su criatura más amada no viviera separada de Él. Adán disfrutaba de comunicación directa con Dios. Dios, además, quería que Adán y su mujer aprendieran sobre la obediencia a la autoridad, como mencionara antes. Dios era la autoridad de Adán y Eva, pero después de la Caída tanto Adán como Eva y todos sus descendientes vivimos en franca rebeldía contra todo lo que sea o represente autoridad. Pareciera como si estuviéramos en cruzada contra la autoridad. Vivimos en constante lucha por obtener poder. Poder que nos dé emancipación de la autoridad que tanto nos choca.
Alfred Adler (1870-1937) en su sicología individual creía que quien busca poder tiene un “sentimiento de inferioridad” surgido de minusvalías orgánicas. Claro, Adler se proyecta (habla de él) en su afirmación. Sin embargo, estoy convencido de que quien presume de posesiones, conocimiento, títulos... tiene baja autoestima. Entre más inflado es el ego de una persona, más pobre es su autoestima. Todavía no he conocido persona alguna que de veras tenga cordiales relaciones con la autoridad. La rebeldía a la autoridad -aseguran algunos- se engendra en los primeros años de vida del niño y muestra su fea cara en la adolescencia, pero en verdad esa debilidad temperamental la hemos heredado de nuestros ancestros Adán y Eva. Hablamos que Lucero es el prototipo del ángel rebelde. Adán lo es del hombre desobediente y rebelde. Mientras que Jesús es el mejor ejemplo del varón experimentado en quebrantos, pero obediente. “Porque así como por la desobediencia de un hombre [Adán], los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno [Cristo], los muchos serán constituidos justos”. (Romanos 5: 19)
En todo tiempo y lugar Dios ha tenido siervos obedientes y humildes de corazón. Desde Abraham, el rey David, María, la madre de Jesús, hasta llegar a Pablo el apóstol, vemos una gran nube de hombres y mujeres que han dado el ejemplo. Abraham es llamado “amigo de Dios” y “padre de la fe” por creerle a Dios en esperanza contra esperanza; David es “el hombre conforme al corazón de Dios”. María, “bendita entre las mujeres” y “la esclava del Señor”. Pablo, “el apóstol a los gentiles”, “el instrumento escogido”.
María, de quien poco escriben los evangelios y raras veces se la menciona en ciertos círculos cristianos, es un claro ejemplo de humildad y obediencia. María fue mujer virtuosa como pocas, y siempre supo reconocer su necesidad de que Jesús, el Salvador del mundo, la socorriera y salvara como ser humana que era. La grandeza de María está en ser sabedora de sus propias limitaciones como descendiente de Adán y Eva que precisaba de un Salvador. (San Lucas 1: 46-48) Agustín asevera: “Cuando halles a alguien no nacido de Adán habrás hallado un nacido sin culpa. Nunca lograrás arrancar de manos cristianas esta verdad: ‘Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres por aquel en quien todos pecaron’ (Romanos 5: 12)”. (2)
María tenía algo que pocos tenemos: humildad. Humildad para reconocer su pobreza espiritual y obediencia para someterse a la voluntad de su Señor y Salvador. (San Lucas 1: 38, 46-48; San Juan 2: 5; 19: 25-27) Pero, sobre todo, amaba a Dios. Si hay una mujer que admiro de la Biblia, es María. La admiro por tres razones: su amor a Dios, humildad y obediencia aun a riesgo de la deshonra y posible muerte que le acarrearía quedar embarazada por obra del Espíritu Santo. (Dios supo escoger también a un hombre justo como José al no denunciarla y aceptar la voluntad de Dios en su relación con María) Así nos la presentan las sagradas Escrituras porque María amaba a Dios sobre todas las cosas; era humilde y obediente. Para ser obedientes primero debemos caminar por el sendero de la humildad de corazón, no con falsa humildad. Toca aprender de la humildad y obediencia de María, quien a pesar de no entender lo que Dios le reveló en cuanto al nacimiento de Jesús, siendo ella virgen, creyó y se sometió a la voluntad de su Señor.
Dos extremos debemos evitar en cuanto a la personalidad de esta “esclava del Señor”, como ella misma se llamaba: 1) Ignorarla o degradarla. 2) Deificarla o darle un rol en “la historia de la salvación” y de la Iglesia que ella nunca reclamó para sí, y ni Jesús ni el Evangelio bien interpretado revelan le fuera dado. (Los dogmas de “María colaboradora” o “Auxiliadora en la redención” y “Madre de la Iglesia”, como otros en cuanto a esta extraordinaria y santa mujer, no aparecen en las sagradas Escrituras, sino en promulgaciones papales promulgadas desde el año 381, casi 400 años después de fundada la Iglesia al descender el Espíritu Santo el Día de Pentecostés en el siglo I [Hechos 2: 1-4], y bajo la sombra de religiones paganas adoradoras de una mujer como divinidad)
Esta virtuosa mujer sin ser diosa ni madre de la Iglesia ni menos que ningún otro personaje de la Biblia es en efecto la mujer “bendita entre [no “sobre”] las mujeres” y tomada por “dichosa de todas las generaciones”, la madre del Señor Jesús que merece nuestro respecto y admiración, y cuyo ejemplo es digno de ser imitado tal como lo expresara de sí el apóstol Pablo al escribir: “Sean imitadores de mí, como yo lo soy de Cristo”. (1ra Corintios 11: 1; Filipenses 3: 17; 4: 9).
Quien diga o escriba más de eso es torcer las Escrituras y entristecer el corazón de Jesús, nuestro Hermano mayor, y de María, nuestra hermana en la fe. Dios, ayúdame a hallar una esposa tan santa y virtuosa como María, la madre de tu Hijo Jesús. En el nombre de Jesús. Así sea.
Debo añadir algo a fin de despejar cualquier duda en cuanto a mi posición acerca de María, la madre de Jesús: sin ser mariano, admiro y respeto a María y considero que ella es el modelo a seguir para las mujeres. María es aquella mujer de la cual habla Salomón en Proverbios 31. Me gustaría oír prédicas o enseñanzas en las iglesias cristianas protestantes en cuanto a María. En los años de convertido al resucitado Cristo histórico no recuerdo haber oído a nadie predicar o enseñar al respecto. ¿Será que hay miedo de hablar sobre la mujer más maravillosa de la cual hace referencia el Libro de Dios para nosotros? ¿Será esa una de las razones por las cuales nuestros amigos y hermanos católicos (aunque muchos cristianos no lo crean, hay católicos convertidos a Jesús) piensan que los cristianos odiamos y no creemos en María?
Pablo y María fueron extraordinarios no por ellos mismos ni por lo que hicieron, o cómo los usó Dios, sino por la gracia y misericordia de Dios para con ellos y porque ellos supieron aprovechar a lo sumo esa gracia y misericordia divinas siendo humildes y obedientes a la voluntad de su Salvador y Señor. Ellos reconocían su insignificancia y la grandeza de su Señor. (1ra Corintios 15: 9, 10; San Lucas 1: 38, 48) (Sé que para algunos lo escrito sobre María será suficiente razón para sentarme a la silla eléctrica. Para decirlo al estilo paulino, respondería: “Si por deciros la verdad soy vuestro enemigo, pues así será y lo siento muchísimo por vosotros; pero ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio completo!”)
Mientras más cerca de Jesús estoy más me doy cuenta de mi pobreza espiritual y de la majestad de mi Señor. El Maestro enseña: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. (San Mateo 5: 3) Es decir, dichoso aquel que tiene corazón de pobre y carece de toda autosuficiencia espiritual, pues depende de Dios. No hablo de dejar de hacer lo que me toca hacer y pretender que Dios lo haga por mí, sino de hacer mi parte y abandonarme en lo que le corresponde a Dios.
Todo siervo de Jesús ha tenido tres particularidades infaltables en un genuino esclavo de Jesús: amor a Jesús sobre todas las cosas, humildad y obediencia. Ante Juan el Bautista fueron sus discípulos a quejarse que Jesús hacía y bautizaba más discípulos que Juan. El Bautista respondió: “Es necesario que Él [Jesús] crezca, y que yo mengüe”. (San Juan 3: 30) ¿Cuántos están dispuestos a que el ego enfermo decrezca para que la luz y sal de Jesús hagan su obra en sus vidas y sean luz y sal para otros? Dios nos pide: ámame sobre todas las cosas, sé humilde y obediente. “Aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarás descanso para tu alma”, asegura Jesús. (San Mateo 11: 29) El soberbio y obcecado no tiene descanso en su alma pues vive para su insaciable sed de hacer y tener más en detrimento de su ser, suprimiendo el requerido equilibrio entre el ser y el hacer para tener. Si soy por lo que tengo, corro el riesgo de no ser si perdiera el tener. Si valgo por lo que poseo, caeré en bancarrota emocional al perderlo.
El orgullo es síntoma de baja autoestima. El orgulloso simplemente utiliza la máscara orgullo para ocultar su complejo de inferioridad. Quien tiene sana autoestima (o, como enseña san Pablo, “el concepto correcto de sí”) no necesita presumir delante de los demás, ya que está seguro de quién es, qué tiene y hacia dónde va. Está seguro de sí. Vive confiado como un león. “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, el juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida”. (2da Timoteo 4: 7, 8)
Lo expuesto, pienso yo, proporciona un panorama de la magna importancia que tienen para Dios la obediencia y humildad. Sin eso, no hay bendición, sino maldición. La soberbia y rebeldía se enquistan en el ego del ser humano; y, como sabemos, la parte enferma del ego es nuestro peor enemigo; nos estorba para crecer y liberarnos de las debilidades temperamentales y defectos de carácter. Adán al desobedecer arrastró con su pecado a la humanidad y la condenó a la esclavitud de su ego enfermo y de sus bajas pasiones. El pecado de nuestros primeros padres fue el peor acto que una criatura podía cometer contra su Creador.

Condición de la raza humana
después de la Caída

¡Qué bueno que Dios no quedó cruzado de brazos después de que caímos en desobediencia y fuimos expulsados del Paraíso! Actúo apenas se dio cuenta de que su criatura más perfecta y amada le había fallado. Le prometió con rigor de juramento enviarle un Embajador, Salvador y Reconciliador. Génesis 3:15 afirma que Dios le dijo a la mujer y al diablo, que estaba detrás de la serpiente: “Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu descendencia y su descendencia; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón”. La condición del humano luego de la Caída fue de tal indefensión y desastre que el Creador sabía que necesitábamos un Salvador. Alguien que restaurara la posición y condición que perdimos antes de la caída de Adán y Eva. Si no fuera así, ¿cómo explicamos tanta maldad, enfermedades, infortunio, sufrimiento y vaciedad en la vida del ser humano? Ya dijimos que la mejor respuesta con la que contamos es revelada por la Biblia, el Libro de Dios para nosotros.
Pongamos en blanco y negro lo siguiente: debido a la Caída, la raza humana murió en tres sentidos. En el espíritu (pneuma), en el alma (psuque) y en el cuerpo (soma). Al pecar Adán y Eva, murieron instantáneamente en su espíritu y alma. Corporalmente murieron pasados algunos años. Esa herencia de muerte la heredamos de ellos. Nuestro espíritu murió; y, al morir, la lámpara de Dios en nosotros se apagó. “Lámpara del Señor es el espíritu del hombre, la cual escudriña lo más profundo del corazón”. (Proverbios 20: 27)
Al morir, nuestro espíritu quedó ciego y se extinguió en él muchísimo de su conciencia. A ello se debe que la gente que no ha nacido de nuevo (frase que escépticos, agnósticos y ateos rechazan y hacen mofan por no entender sus efectos en el nuevo creyente) no capte lo pernicioso del pecado. Aunque parezca increíble, muchos religiosos no han nacido de nuevo. Únicamente tienen religión. Otros, son teólogos y maestros de las Escrituras... Mas están tan muertos espiritualmente como el más porfiado de los ateos. (¿Sabías que es más fácil alcanzar a un escéptico, agnóstico y ateo para Jesús que un religioso que se justifica a sí mismo y refugia en su religión y verdad teologal? Más aún, los peores enemigos del cristianismo bíblico son los falsos líderes religiosos intolerantes y sectarios que no ven más allá de su dogma y tradición extrabíblica. Casi siempre son ellos los que alienan la mente y someten a sus feligreses o miembros de su institución religiosa) Por lo cual san Pablo escribe: “Despiértate tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo”. (Efesios 5: 14)
Cuando morimos espiritualmente allá en el Edén, nuestra comunión con Dios se cortó, perdimos la frecuencia divina en el dial de nuestro espíritu, y la dirección y soberanía del espíritu sobre el alma murió. (Efesios 2: 1) En esa muerte, intensa oscuridad y encierro, el espíritu humano fue sometido por las emociones, sentimientos y bajas pasiones del alma y el cuerpo. (Efesios 2: 3; Colosenses 3: 5) La sique (gr. psuque) quedó afectada. Creo que desde ese momento surgieron genes de neurosis, esquizofrenia, paranoia, sicosis y todo tipo de trastorno de personalidad. Aunque la mayoría no padezcamos inestabilidad mental, en todos hay rasgos neuróticos, esquizofrénicos, paranoicos, narcisistas, sicóticos, limítrofes que pueden detonar conforme a la historia infantil de cada uno y de cómo encauzamos cada afección emocional.
Pues bien, ¿qué significa que el espíritu sea doblegado por emociones y sentimientos? Considero que esto habla de que desde ese fatídico día de la Caída muchas emociones y sentimientos dominan al humano. Fíjate cuánto cuesta no apegarnos a las personas, a una relación sentimental, a los hijos; a cosas materiales. Amar es una cosa. Vivir adherido o ser dependiente emocional, es otra. Me gusta lo que escribe Walter Riso en ¿Amar o depender? (Grupo Editorial Norma, Colombia: 1999): “Te amo, pero puedo prescindir de ti”. (En La excelencia del amor y otros ensayos... hablo de ello)
¿Qué quiere decir que al morir el espíritu surgieron enfermedades mentales? Como señalara arriba, mi teoría es que gran parte (si no todas) de las enfermedades sicológicas tiene su génesis en la caída de Adán y Eva. En otras palabras, son genéticas. La familia humana las heredó de sus primeros padres. De hecho, el temperamento es uno de los legados genéticos de padres y abuelos.
Las bajas pasiones del alma y el cuerpo -catalogadas por la Biblia como “obras de la carne”- como el adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, explosiones de ira, contiendas, divisiones, sectarismos, rencor, odio, amargura, resentimiento, envidia, codicia, avaricia, lujuria, concupiscencia, etc., nos controlan muchas veces.
En general, nuestra mayor lucha es con el sexo y la emoción ira. (Muchísimos no luchan porque se han rendido a él o no pueden someterlo) En el capítulo 8 veremos que la ira descontrolada es madre de la mayor parte de crímenes y guerras. El sexo -mayor placer experimentado por el ser humano- se ha constituido en el peor tirano de la especie. La bendición de Dios se ha trastocado en maldición por no saber el humano encauzarlo, controlarlo, transmutarlo. Yo resumo el control que tengo sobre mi sexo con estas palabras: dime cómo es tu sexo y te diré quién eres. (Tema ahondado en Sexo: autocontrol o caos)
Al morir en su espíritu, el humano perdió la razón espiritual o sobrenatural para vivir y surgió el agobiante vacío existencial que aún en el siglo XXI nos ocupa y preocupa. En pocas palabras, el alma y el cuerpo ahogaron al espíritu. Hasta que no liberemos al espíritu de la cárcel del alma y el cuerpo no se manifestará en nosotros lo que la Biblia llama “fruto del Espíritu [Santo]”, que consiste en amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, dominio propio”. (Gálatas 5: 22, 23) ¿Sabes por qué hay tan poco o nada de esto en nosotros? Por lo menos, dos son las razones: 1) Estamos muertos espiritualmente. 2) Si hemos nacido de nuevo por acción del Espíritu de Jesús, no hemos aprendido a ser guiados por el Espíritu de Dios.
Cuentan que Diógenes andaba con una lámpara encendida a pleno día buscando a un hombre que se comportara, según él, como ser humano. Como contraste a Diógenes, muchos andan a oscuras, con la lámpara (espíritu) apagada y buscando naderías.
La palabra espíritu aparecida en el Nuevo Testamento procede del término griego koiné pneuma que “denota en primer lugar el viento (relacionado con pneo, respirar, soplar; también aliento) [...]”. (5) De pneuma vienen también los vocablos neumático (gr. pneumatikos = espiritual), neumología y neumólogo, que son la ciencia y el profesional encargados de estudiar las enfermedades de los pulmones o de las vías respiratorias.
El aliento o soplo de vida de Dios llenó los “neumáticos” o pulmones de Adán y Eva y los nuestros y vinimos a ser seres vivientes. Morimos si falta ese soplo divino de vida. Igual perecemos si el oxígeno no llega a los pulmones, cerebro, células, sangre, corazón, órganos.
Al caer en pecado, nuestro espíritu (pneuma; componente espiritual = pneumatikos) o neumático (pulmones) quedó sin aire. La lámpara se apagó, escribe Salomón. (Proverbios 20: 27) Se cree que al morir perdemos 21 gramos. Aunque hay dudas sobre el experimento realizado por Duncan MacDougall a inicios del siglo pasado, existen sobradas razones para creer en la realidad inmaterial del espíritu. (El incrédulo dirá que en caso de que el muerto pese menos es porque los pulmones no tienen aire dentro... Suena lógica la contestación, mas creo que pesaría menos por la ausencia del hálito de vida, el espíritu [“aire” que Dios nos dio], que ha salido de la persona)
Nuestro espíritu tiene procedencia directa de Dios. No así el alma, que se formó al contacto del espíritu (pneuma) con el cuerpo (soma). El cuerpo (carne) fue tomado del polvo de la tierra. En hebreo, la palabra para espíritu es rüaj, que significa aliento, hálito, aire, viento, brisa. Alma es nepesh, y su significado es ser, vida, persona. (¿Podemos ver las diferencias entre espíritu y alma? El espíritu es vida o energía del alma y la carne. El alma es la personalidad o individualidad del humano) Carne (cuerpo) es basar.
Al morir el alma (psuque), la voluntad, el intelecto, las emociones y sentimientos del ser humano se atrofiaron de tal manera que la voluntad quedó tan pasiva que lo más insignificante nos somete y esclaviza. “No comprendo mi proceder; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso es lo que hago”. (Romanos 6: 15) Por años se ha creído equivocadamente que el coeficiente intelectual que usamos casi todos es solo del diez por ciento; aunque sea falsa la creencia, Adán era mucho más inteligente que el común de los seres humanos y era capaz de poner nombres a los animales y luego recordarlos todos. (Génesis 2: 19) ¿Qué te parece?
Las emociones y sentimientos se dispararon de manera tal que es inusual no encontrar a una persona que no sea impelida por ellas de una u otra forma. “Ustedes aún son carnales; pues habiendo entre ustedes celos, contiendas y disensiones, ¿no son carnales y andan conforme a la corriente de este mundo? (1ra Corintios 3: 3) El yo, primero, y el ego, después, se erigieron en tiranos de la especie humana. “Veo otra ley en mis miembros, que hace guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. (Romanos 6: 23)
Freud habla de pulsiones de muerte que se dirigen primero al interior de una persona (masoquismo) y tienden a la autodestrucción (suicidio, autoflagelación, entre otros); y en segundo término se dirigen hacia el exterior (sadismo), revelándose en forma de pulsión agresiva o destructiva: odio, rencor, etc. A mi parecer, la tesis de Freud tiene sentido ya que la Biblia enseña que vivimos en un “cuerpo de muerte” (Romanos 7: 24) sujeto al pecado, dolor, sufrimiento y muerte. (Romanos 7: 14) El libre albedrío lo perdimos sobre el poder del pecado. En tanto, estamos muy condicionados por el temperamento, los mensajes o mandatos parentales dados en la niñez, al carácter y medio ambiente. Sobre el libre albedrío volvemos en el capítulo 10.
En cuanto al intelecto (ego), el hombre y la mujer de la Época Medieval lo aceptaban y creían prácticamente todo sin “examinarlo y retener lo bueno”, diría san Pablo; y desde la época moderna hasta el posmodernismo de hoy nos hemos ido al otro extremo de creer que nos las sabemos de todas, todas. Hemos colocado el intelecto (la razón; no pocas veces la sinrazón) en lugar de Dios. Sacamos a Dios de nuestras vidas, del gobierno, de la familia y de la nación. Creyendo ser sabios, nos hemos hecho necios. En una palabra, estamos polarizados. No se trata de ser fanáticos religiosos, pero tampoco fanáticos racionalistas ni cientificistas.
Antes de seguir, notemos algunas paradojas e ironías de la vida: Después de la Caída, se pervirtió el culto al Único Dios verdadero, y muchos pueblos consideraban dioses a los astros y la naturaleza; desde los tiempos del Renacimiento hasta nuestros días, muchos librepensadores y seudocientíficos creen que la naturaleza es una diosa y nuestra “madre”, pues le atribuyen a ella y la materia cualidades y poderes sobrenaturales capaces de crear el universo y la vida inteligente. En pocas palabras, se ha retornado al pensamiento fantasioso del hombre medieval. Pero, ahora tal creencia tiene un cariz “científico”. De ahí que muchos que se consideran hombres de ciencia y más inteligentes que el sujeto promedio abracen con tanto fervor religioso todo planteamiento que les suene a ciencia, mas repudian a priori cualquier alusión a Dios y las religiones convencionales. Más aún, no olvidemos que en universidades y laboratorios se afirma dogmática y paradigmáticamente que todo camino que conduzca a Dios y lo sobrenatural no es científico. Pues bien, esos mismos “científicos” atribuyen poderes especiales a la naturaleza y la materia. Simple y llanamente, le “quitan” el poder al Dios de la Biblia y lo transfieren a la naturaleza y la materia, cambiándole el nombre a su religión, mas las divinidades son las mismas del hombre de la antigüedad: naturaleza y materia. ¿Qué te parece? Bien lo dice Salomón, “no hay nada nuevo debajo del Sol”. (Eclesiastés 1: 9)
Más, desde la antigüedad, el hombre ha estado inventado falsos dioses para dominar al hombre, basándose muchas veces en el miedo. (En esto concuerdo con algunos pensadores escépticos, agnósticos y ateos) No obstante, desde la modernidad hasta el posmodernismo, el hombre está creando dioses “científicos”, llámese ciencia o tecnología, para seguir controlando a la humanidad, apoyándose en la vanidad y el consumismo. Pregunto: ¿Quién de los dos bandos tiene autoridad ético-moral para cuestionar y condenar al otro? Pienso que ninguno. Como dice Jesús: “¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano”. (San Mateo 7: 5)
Parafraseando al matemático francés Henri Poincarè (1854-1912), diríamos, sobre tal trueque ideológico-religioso, que, para interpretar el universo, el hombre moderno recurre a la causa y efecto como el hombre primitivo invocaba a los dioses. Lo hace no porque tal método sea más apegado a la verdad, sino porque le conviene más.
Pues bien, el cuerpo se ha constituido en recipiente de enfermedades congénitas y otras que manaron desde ese fatídico Día en que fallamos en el Paraíso. Además, este estuche (cuerpo) se desgasta con el paso del tiempo y las energías se agotan y aparecen los comunes achaques de salud, hasta no quedar en él ningún hálito (hebreo hebel) de vida y morir. Esa es, en breves palabras, la condición integral del ser humano desde la Caída de Adán y Eva. ¿Hay otra explicación que satisfaga de veras nuestro intelecto y sed de conocer la verdad? No ignoro que existen teorías que intentan explicar la razón de la extinción de la vida física. Perfecto, pero, ¿qué origina toda esa degradación, degeneración, corrupción y muerte de sangre, células, órganos, tejidos, músculos, etc.?
Si queremos una definición natural, el Nuevo Manual Merck de Medicina General nos la proporciona al afirmar:

La vida es un proceso de cambio gradual espontáneo, como resultado de la madurez y el transcurso de la infancia, la pubertad y la juventud. Por tanto, es el resultado del deterioro en la edad madura y avanzada de numerosas funciones corporales. El envejecimiento es un proceso continuo que empieza con el nacimiento y prosigue durante todas las etapas de la vida. Ello implica tanto el componente positivo del desarrollo como el negativo de la decadencia”. (6)

Esa acepción habla de lo que ocurre en el ser humano al pasar por las diferentes etapas de la vida, hasta envejecer y morir. Pero, no dice qué provoca todo esos cambios o deterioro físico. La Biblia sí revela qué lo origina.
Si nos interesa el punto de vista de la teología cristiana, la Biblia de manera taxativa señala que la muerte es el legado pecaminoso de Adán. En otras palabras, el pecado es el responsable de que envejezcamos y muramos. “Así como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre [Adán], y por medio del pecado la muerte, así también la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron [en Adán]”. (Romanos 5: 12)
Ahora bien, ¿qué es pecado? La palabra pecado -jamartema en el griego bíblico- denota un acto de desobediencia a la ley (voluntad) revelada de Dios. Tanto la posición natural como la teológica son ciertas e importantes en sus respectivos campos de estudio; y se complementan puesto que el humano es tridimensional al contar con espíritu, alma y cuerpo. La primera concepción habla de la plenitud de la vida corporal y su constante apagamiento con el transcurrir de los años. La segunda, de la extinción de la vida a partir del espíritu por causa de su implacable verdugo: el pecado.
El Libro de Dios para nosotros revela que luego de la Caída el Señor dijo a Eva: “Tus embarazos serán penosos y darás a luz los hijos con grandes dolores y sufrimientos”. A Adán expresó: “maldita será la tierra por tu causa [la Tierra sometida a vanidad y corrupción]; y con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá... Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”. (Génesis 3: 16-19) Aquí por primera vez se habla de dolor y sufrimiento, y de la muerte como último estadio de la vida en la Tierra. Todo por causa de la desobediencia. Pero en Apocalipsis se nos dice que al final de todas las cosas habrá “un cielo nuevo y una Tierra nueva; porque el primer cielo y la primera Tierra desaparecieron, y el mar ya no existía más”. Y los que creyeron y aceptaron a Jesús estarán con Dios, “y Dios mismo estará con ellos [como su Dios]. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. (Apocalipsis 21: 1, 4) Al final de los tiempos, el dolor, sufrimiento, maldad y muerte desaparecerán porque Dios acabará con ellos.
Debo señalar que Génesis 3: 16, donde se dice: “[Eva] multiplicaré en gran manera tus dolores [...]”, se nos presenta como si Dios se ensañara al aumentar el dolor a la mujer en sus embarazos. No obstante, sostengo que Dios no disfruta el dolor nuestro. Esa traducción está en pugna con el espíritu de la Biblia de que Dios no inflige daño al ser humano. Por consiguiente, pienso que la dificultad está en la interpretación que podamos dar de lo que Dios expresó, no en la Biblia. Además, una de las normas de la hermenéutica (vistas en el capítulo 2) asegura que cada pasaje tiene sus limitaciones. Esto es, no debemos hacer doctrina de un solo versículo. Las doctrinas deben estar apoyadas en otros pasajes que tratan el mismo tema.
En mi opinión, lo que expresa Génesis 3: 16 es la misma idea de san Pablo allá en Romanos 1: 28 cuando escribe: “Y como ellos [hombres y mujeres en depravaciones sexuales] no tuvieron a bien reconocer a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas impropias”. Dios no “entrega” al humano al mal o el dolor (en el caso de Eva) si la persona antes no se ha entregado o dedicado a hacer el mal. Al pecar, Eva se entregó al dolor; y, al entregarse, Dios la entregó (la dejó) al (en) dolor. Al multiplicarse la maldad en la Tierra y ver que los “designios de los pensamientos del corazón de los hombres era de continuo solamente el mal”, Dios dijo: “‘No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne’”. (Génesis 6: 5, 3) Parafraseemos eso: “No pelearé con la persona que no quiera saber de mí y se entrega a sus bajas pasiones. Le dejaré que se hunda en su maldad”.
Algo más, otra norma para una exégesis correcta señala que entre pasajes claros y otros oscuros debemos optar por los claros para interpretar los oscuros. Y, a mi parecer, Génesis 3: 16 es un texto oscuro en lo primero que afirma: “Multiplicaré en gran manera tus dolores”. Igual pasa con otros versículos, pasajes y salmos que sugieren que Dios hace daño al ser humano. Dios disciplina pero no destruye la máxima obra de sus manos. El humano mismo se destruye. En efecto, el infierno -revela la Biblia- no fue hecho para nosotros, sino para el diablo y sus ángeles. Empero, muchos pasarán allí la eternidad por propia decisión, no porque Dios les condene a habitar en tan horrible lugar.
Después del surgimiento del dolor registrado en Génesis 3: 16-19, Dios expresó: “He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Echó, pues, fuera al hombre [y su mujer], y puso al oriente del huerto de Edén [actual Irak] querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”. (Génesis 3: 22-24) ¿Con quién habla Dios aquí al decir “el hombre es como uno de nosotros”? Pienso que habla con el Hijo y el Espíritu Santo, las otras dos Personas de la Trinidad. En última instancia, pudo haber hablado con los ángeles de mayor jerarquía. ¿Puedes imaginarte a toda la humanidad viva desde los tiempos de Adán hasta ahora, sumidos en dolor y sufrimiento? Sería un verdadero caos y terrible prueba convivir en semejante situación. Es inimaginable. Además, no habría planeta para tanta gente. Ojo, no insinúo que era menester caer en pecado y morir, pues ese nunca fue el plan divino.
Conforme a la teología cristiana, Génesis 3:15 es la piedra angular sobre la cual se edificaría todo el Plan de salvación de la raza humana, pues es allí donde se revela por primera vez que vendrá Alguien a interceder a favor nuestro, y nos libertaría de bajas pasiones y nos impartiría una nueva esperanza. Y ese Salvador, según la Biblia, y la experiencia transformadora de millones de personas a lo largo de estos XXI siglos, es Jesucristo, el Hijo de Dios, Dios encarnado. Emanuel, Dios con nosotros.
Observamos que el ser humano arruinó el orden de lo creado por Dios, por no creer la advertencia divina; y, peor aun, se sublevó contra la autoridad de Dios. Prefirió hacer caso a las mentiras del diablo. Por la desobediencia de nuestros primeros padres y la maldad existente en los corazones, los niños sufren (¡escándalo mayúsculo es que algunos encargados de orientar y guiar a los pequeños a Dios sean sus abusadores sexuales! Bien lo dice Jesús, “[...] Al que haga tropezar a algunos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino de asno, y que le hundieran en el fondo del mar”. [San Mateo 18: 6]) Por su caída, hay enfermedades, violencia, crímenes, guerras, violaciones, robos, corrupción, pobreza, miseria, inequidad, injusticia, iniquidad, maldades, terremotos, inundaciones, inmoralidades de todo tipo, libertinaje, caos, y un sinsentido en la vida. Dios no es culpable de que haya tanta impiedad, desorden en el mundo y caos en las emociones, sentimientos y mente de la raza humana. La especie humana es la única responsable; tuvo que elegir y eligió mal. Dios todo lo hizo bien. No se equivocó en nada. Si se equivocara no fuera Dios.
El Libro más leído, amado y atacado del mundo registra momentos en que Dios en su dolor y afán por arreglar lo que el humano había arruinado hizo desaparecer de la Tierra a casi toda la raza humana con el diluvio universal (Génesis 6: 13, 14), y prendió fuego a ciudades enteras como Sodoma, Gomorra y otras más (Génesis 19: 13), pero al final se dice a Sí mismo: “No volveré más a maldecir la Tierra por causa del hombre; porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud; ni volveré a destruir todo ser viviente, como he hecho”. (Génesis 8:21) Más, Dios se propuso no contender con el humano, pues su corazón es malo desde antes de nacer, por el pecado original de Adán. (Salmos 51: 5) Y estableció que los días que podía vivir el hombre serían 120 años. (Génesis 6: 3) El caso del haitiano residente en Cuba, que en junio de 2006 cumplió 126 años y murió en octubre de ese mismo año, es una rareza. Moisés en el Salmo 90: 10 afirma: “Los años de nuestra vida son setenta años; y, en los más robustos, hasta ochenta años [...]”. A pesar de que la vida del ser humano se volvió a alargar por los avances de la medicina convencional, hoy es inusual que alguien llegue a los noventa años a pesar de tales avances.
La Biblia también revela que los actuales cielos, los sistemas planetarios y la Tierra serán renovados, desarraigando de ellos todo vestigio de pecado, “porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la revelación de los hijos de Dios” cuando Jesús venga a poner orden y a reinar. (Romanos 8:19)
Cuando el hermano mayor de mis hijos tenía unos diez años, me preguntó: “¿quién creó a Dios?”. Mi respuesta de ayer y hoy es que nadie creó a Dios, pues si alguien lo hubiese creado, no fuera Dios, sino un dios. Un ídolo creado por la imaginación y manos del hombre. El ser humano no creó a Dios, como creen algunos en su narcisismo. Dios nos creó a nosotros. Dios tampoco “nació mujer” ni tuvo principio. Si tuviese principio, no fuera Dios, sino un ídolo inventado por nosotros. Por no ser materia, la existencia de Dios no depende de fuerzas e intervención externas como la nuestra. Dios no está confinado a una media dimensión del tiempo como lo estamos nosotros. (Algunos adultos de casi cien años y otros considerados “genios” hacen igual pregunta sin percatarse del carácter infantil de tal interrogante)
La naturaleza humana de Jesús tuvo principio en el vientre de María, no así su naturaleza divina. (Ni mi incapacidad de entender ni mi incredulidad hace mitológica la doble naturaleza de Jesús. Tampoco mi credulidad matrimonia al resucitado Cristo histórico con María de Magdala) No malinterpretemos el pasaje que revela: “Un Niño nos ha nacido [Jesús, nombre y naturaleza humanos], un Hijo nos es dado [Cristo, Ungido, Mesías, el Dios Hombre prometido y eterno] y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre: Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno [no tiene principio ni fin] Príncipe de paz”. (Isaías 9: 6) (Temo que no pocos ateos al decirles tú “Dios te bendiga”. Respondan: “gracias”. Como quien dice: “si existe Dios, quiero que me bendiga y proteja”. No olvidemos que por el espíritu que nos es común creemos en Dios, pero algunos no quieren creer y enajenan su mente para creer que no creen)
María fue el instrumento y recipiente humano sobre el cual posó el Espíritu Santo y reposó el bebé Jesús nueve meses. No me preguntes cómo hizo el Padre para sustentar a su Hijo en el vientre de María sin que la naturaleza adámica de ella contaminara la naturaleza divina de Cristo porque no lo sé. (Nadie lo sabe, aunque por ahí hay un dogma sin asidero bíblico que pretende explicar tal misterio) Lejos está la ciencia convencional, la ciencia teológica y el conocimiento humano de saberlo, entenderlo y explicarlo todo. Pero si el ser humano es capaz de producir niños in vitro y bebés probeta, colocar óvulos fecundados en una madre sustituta, clonar animales; y, tal vez algún día, personas (por ahora, Dios es el único clonador de gentes, pues desde los inicios de la raza humana ha habido nacimientos múltiples). ¿Por qué no creer que Dios puede lograr que una virgen conciba sin intervención humana? Dios no está limitado por leyes naturales como estamos nosotros. Si así fuera, ¿qué clase de Dios es ese?
Y como los hechos del Evangelio no pueden repetirse en un laboratorio ni meterse en un tubo de ensayo -como cualquier hecho del pasado incluida la cacareada y mitológica teoría de la evolución- y nadie puede explicar a Dios por infinito y porque nuestras mentes son finitas, algunos lo niegan o aseguran dogmáticamente que tales hechos carecen de veracidad y valor científico. (El ateísmo y otras creencias irracionales y pesimistas enferman el espíritu y afectan el ser) Dado que es imposible explicar y entender cómo una civilización tan antigua pudo construir pirámides tan perfectas en Egipto, concluyo que las edificaron extraterrestres. ¡Qué cómodo es escamotear lo que no entiendo o no encaja en mi ciencia!
(Unas palabras a los que creen que la figura de Dios hecho Hombre -Jesucristo- y las enseñanzas del cristianismo bíblico han sido tomadas de creencias ya existentes en Sumeria [sur de Mesopotamia] y Egipto y de la mitología griega: Las creencias sumerias y egipcias surgieron del deseo innato del humano de inmortalidad y de creer en un Ser superior. Por otra parte, relatos semejantes, como resurrecciones, de la mitología helénica no se atribuían a sujetos de carne y hueso, sino a personajes ficticios y mitológicos. Ello no sucede en el cristianismo, donde todos los hechos históricos se atribuyen al Señor Jesús, un ser real que vivió en tiempo y espacio reales; además, la mayor parte de escritores del Nuevo Testamento conocieron a Jesús personalmente. En el capítulo 11 profundizamos en el carácter de Jesús. En el 12 observamos Su resurrección corporal, un hecho histórico real contado por testigos oculares de carne y hueso y reconfirmado por millones de seres nacidos de nuevo al tener un encuentro con el resucitado Cristo histórico. Ya manifestamos que el cristianismo es una religión cimentada en hechos históricos reales y empíricos cuantificables, demostrables y repetibles, no en mitos, leyendas ni supersticiones. El problema no está en los hechos ocurridos en tiempo y lugar reales, que están disponibles al que los quiera investigar, sino en el fanático racionalista y cientificista que los rechaza a priori porque parte de la falacia de que vivimos en un sistema cerrado que no admite hechos sobrenaturales. El incrédulo filosofa, pero no investiga a conciencia u honestidad intelectual. Hemos observado que el escéptico que se atreve a investigar con honestidad intelectual confirma personalmente que la Biblia tiene razón en lo que afirma)

Original malo produce
copias malas

He oído frases como esta: “¿Por qué debo yo pagar lo que otra persona hizo?”. Si piensas así, permíteme manifestarte que si tú o yo hubiésemos estado en el lugar de Adán, no habríamos hecho mejor las cosas. Adán era el mejor representante de los seres humanos, y por desgracia falló. Asimismo, “Dios encerró [incluyó] a todos [los seres humanos] en [la] desobediencia [de Adán], para tener misericordia de todos [cuando Jesús murió y resucitó]”. (Romanos 11:32) Si mi padre hubiese muerto antes de procrearme, yo no existiría. La suerte de Adán era la nuestra, como la suerte de mi padre era la mía.
No olvidemos que “[...] Adán fue la cabeza de la raza humana” así como en un país “[...] el presidente es la cabeza del Gobierno. Cuando el presidente [democrático] desempeña las funciones de su oficio, es realmente el pueblo que actúa por medio de él. Cuando toma una decisión [equivocada o no], ese acto vale por la decisión del pueblo entero”. “Adán tiene la posición de cabeza... de la raza humana. Cuando fracasó, cuando sucumbió a la tentación y cayó, las generaciones no nacidas aún cayeron juntamente con él...”. (7) “Así como por la desobediencia de un hombre [Adán] los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de un hombre [Jesús] los muchos serán constituidos justos”. (Romanos 5: 19)
(Ojo, a lo largo del libro hallaremos que no todo es malas noticias como suelen transmitir medios y periodistas porque el mundo va de mal en peor y por fijación que tienen medios y comunicadores en lo malo. Pues bien, cierto es que Adán cayó y sobre la humanidad ha venido sufrimiento, dolor, enfermedad y muerte. Sin embargo, hay buenas nuevas. Al morir y resucitar Jesús, nos ha hecho justos y sin pecado a los que creemos y aceptamos Su magnífica Obra en el madero. Lamentablemente, debo expresarlo, mientras lo primero [transferencia pecaminosa de Adán] es automática. La salvación y justificación en Cristo Jesús deben ser creídas y aceptadas para empezar a disfrutarlas terrenalmente y ver su cumplimiento total en el futuro celestial. Con todo, en el capítulo 11 hemos de observar que si Jesús no hubiese muerto ni resucitado nadie que haya rechazado a Cristo o no haya oído el Evangelio pudiera ser librado gracias a religión, filosofía, creencia o ética alguna. La venida de Cristo Jesús hizo posible esa gracia divina. ¿Hay alguien que aún dude del inmensurable amor de Dios? Pablo lo dice de esta manera: “[...] Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió [y resucitó] por nosotros”. [Romanos 5: 8])
¿Cómo crees tú que saldrán las copias si el original está dañado? Adán es nuestro original, nosotros somos sus copias. Hay quienes afirman que el humano se ha superado a sí mismo. Es verdad el logro de muchísimos avances en ciencia y tecnología y que hoy estudiamos y ostentamos más títulos académicos que nuestros abuelos y bisabuelos. Pero en valores familiares, moral y principios eternos como los bíblicos y en nuestro ser interior (espíritu, alma y cuerpo) hemos retrocedido. Vamos cuesta abajo como dice el tango de Gardel.
Heidegger (1889-1976) lo expresó de esta manera: “Ninguna época ha sabido tantas y tan diversas cosas del hombre como la nuestra. Pero en verdad, nunca se ha sabido menos qué es el hombre”. ¿Qué te parece?
Quien vea al mundo en el caos, desastre y crisis de valores existentes hoy y diga que estamos avanzando, no sabe de lo que habla o miente deliberadamente. Los medios de comunicación social a diario nos informan sobre la deplorable condición neurótica e insana de nuestra civilización. Mas no todas son malas noticias. El Evangelio del resucitado Cristo histórico tiene buenas nuevas para ti y para mí. De manera que no creas las malas noticias e informaciones de los profetas y escritores de mal agüero que se la pasan vomitando contra Dios y las creencias en Él. Claro que hay cosas que toca superar y corregir, pero más es lo bueno que lo malo, querido lector. Por lo menos puedo hablar de la cristiandad cuyo objetivo fundamental es Jesús y el Evangelio bíblico es su estilo de vida.






























(1) W. E. Vine. Diccionario Expositivo del Antiguo y del Nuevo Testamento Exhaustivo, p. 240. Editorial Caribe, Colombia, 1999.
(2) Helgue Berntsson. Creemos en María, p. 25. Cristo para todas la Naciones, Inc., Estados Unidos, 1974.
(3) Narcisismo o la negación de nuestro verdadero ser, pp. 36, 37. Editorial Pax México, 1987.
(4) Ibíd., pp. 36, 37.
(5) Op. Cit., Vine. Diccionario expositivo del Antiguo..., p. 348.
(6) Nuevo Manual Merck de Medicina General, p. 18. Editorial Océano, España, 2007.
(7) Billy Graham. Paz con Dios, pp. 59, 60. Casa Bautista de Publicaciones, Estados Unidos, 1979.