miércoles, 14 de mayo de 2008

Trueno, el ateo que dice no creer en Dios



J. Enrique Cáceres-Arrieta


En los 80 publiqué un artículo titulado Las dos clases de ateo, donde analizo dos tipos de ateo. Ahora veremos uno: el que asegura no creer en Dios. Según el DRAE, ateo no es quien dice no creer en Dios, sino el que “niega la existencia de Dios”. No creo que haya alguien que no crea en Dios.
Hay una tenaz lucha interna en quien niega a Dios, pues su espíritu (médula y timón del ser, que el ateo niega) sabe que Dios existe, mas el ego (intelecto, parte del alma que nos da conciencia de nosotros, también objetada) alienado, al ser obligado a creer que “Dios no existe”, lo rechaza a pesar de la protesta del espíritu. Es decir, el ateo sabe intuitivamente de la existencia de Dios por su espíritu, mas lo niega verbalmente con la razón del alma. (¡Qué terrible escisión del ser y qué desgaste horrible de energía negar lo que sabes que es real!) Y, contra los deseos del ateo, el intelecto siempre lleva las de perder, salvo que la conciencia esté cauterizada.
De ahí que el ateísmo consecuente o puro -tratar de vivir sin Dios- conduzca al suicidio o a la locura; y que los ateos consecuentes sean muy pocos. Ejemplo: el barco se hundía; todos empezaron a invocar a Dios. De pronto alguien preguntó: “¿Dónde está Trueno, el ateo?”. Empezaron a buscarlo. Lo encontraron arrodillado en su camarote, bañado en lágrimas y orando: “Dios mío, no permitas que me ahogue; no quiero morir...”. Los pasajeros le preguntaron desconcertados: “Oye, ¿acaso tú no eres ateo? Trueno respondió: “Sí, pero en tierra”. “El ateísmo aparece más bien en los labios que en el corazón del hombre”, manifestó Bacon.
El inconsecuente con su ateísmo vive bajo la sombra de un fetiche, una ética, filosofía, estética, profesión o fundación humanista y social, aunque niega la sombra en cuestión. Los ateos ignoran que la mayor parte de valores morales, principios, derechos humanos, estéticas y éticas del mundo occidental tienen sus raíces en el cristianismo, enraizado a su vez en principios mosaicos y los Diez Mandamientos, que algunos aspiran “reescribir”.
Los estériles intentos de revoluciones ateas por desarraigar la religiosidad de sus pueblos y el Holocausto judío han demostrado que en momentos extremos y en el túnel más tenebroso y macabro la mayor parte de los humanos mira hacia arriba y hace una oración salida de lo profundo del ser. Quizá no sepan orar, pero el fervor de la súplica emerge de un alma ansiosa de ser rescatada y puesta a salvo. Negar nuestra innata religiosidad es querer tapar el Sol con un dedo. Intentar extirpar la creencia en Dios es golpear al aire. Que los ateos “en tierra” opten por fetiches y variadas formas de religiosidad “progresista” y “científica” no desvirtúa que somos seres religiosos y morales.
En general, el ateo se autodenomina escéptico, librepensador o agnóstico; debido, hasta cierto punto, por la dificultad de sostener la creencia atea. Con todo, fanáticos proselitistas como Richard Dawkins persisten negar a Dios. Este creyente del mito evolutivo afirma ser un ateo “intelectualmente satisfecho”. ¿Será verdad que hay ateos “intelectualmente satisfechos”? Eso solo lo cree Dawkins y la Úrsula Iguarán de García Márquez que “[...] acabó consolándose con sus propias mentiras”.
El otrora ateo Sartre expresó que el ateísmo es “cruel”; el buscador de sentido Camus lo calificó “terrible”; Nietzsche, que lo etiquetó “enloquecedor”, murió demente. Pascal sostiene que “el ateísmo es una enfermedad”.
Casi al final de sus días, Sartre asevero: “No me percibo como producto del azar, como una mota de polvo en el universo, sino como alguien esperado, preparado, prefigurado. En resumen, como un ser que solo un Creador pudo colocar aquí; y esta idea creadora hace referencia a Dios”.
En su poema tardío El lamento de Ariadna, Nietzsche exclama: “[...] ¡Oh, vuelve/ Mi Dios desconocido, mi dolor!/ ¡Mi última felicidad!/ [...]”. Parece que el filósofo en medio del dolor y vaciedad pide a Dios, que tanto se esforzó en negar, que vuelva e imparta la felicidad buscada en otros lados sin éxito alguno.
El reverendo Howard Mumma reveló que Camus le confesó: “Soy un hombre desilusionado y exhausto. He perdido la fe, he perdido la esperanza (...). Es imposible vivir una vida sin sentido.” “[...] Amigo mío, ¡voy a seguir luchando por alcanzar la fe”.
Habrá quienes aseguren que el encuentro del autor de La Peste con Mumma es una patraña, tal como aspiran “rescatar” a Darwin de la introspección, contrición y retorno a beber en las fuentes de la verdad pura de la Biblia para encontrarle sentido a su vida.
Al envejecer, el agnóstico Kant reconoció que Dios, la libertad y la inmortalidad del alma -postulados que rechazó siendo joven por considerarlos sin sentido para la “razón pura”- eran en realidad principios de la “razón práctica”; y, por ello, infaltables en la vida del humano.
¿Tenía razón José Ingenieros al hablar que en la “bancarrota de los ingenios” decae la genialidad al punto de que cuando viejos negamos y contrariamos declaraciones esbozadas en la edad más fructífera y libre del ser humano como es la juventud? No del todo. Tampoco creo la estupidez de que es “brutal” confesar tus faltas cuando viejo, pues la vida es una escuela abridora de ojos; maestra y sensibilizadora de la realidad del espíritu que por lo general se niega, pasa por alto o se intenta enmudecer. La juventud es la etapa más fructífera; pero también de inquietud y adrenalina, donde crees ser dueño y centro del mundo. En contraste, la vejez es el estadio de quietud y observación retrospectiva, mas también de introspección. Ahí muchos ojos y entendimientos son abiertos para darse cuenta de que han pasado la vida sofocando inútilmente una necesidad apremiante que no quitó el sueño por años de emociones y rebeldías propias de juventud.
¿Será dañino mirar hacia adentro cuando las fuerzas desaparecen y todo invita a la contemplación interna y a reflexionar qué has hecho con tu vida? Mirar internamente es saludable si lo hago con honestidad intelectual para hacer cambios en beneficios del ser, no para autoflagelación.

1 comentario:

J. Enrique Cáceres-Arrieta dijo...

Me he visto forzado a suprimir un comentario que no tenía relación con el tema aquí tratado. Escrito, además, por una adolescente que cree que la Biblia está llena de "errores". Ella, como otros críticos de la Biblia, cree que cuestionar es igual a refutar. Que haya aparentes contradicciones en las Escrituras juedeocristianas no significa que la Biblia contenga errores. Más, en otras oportunidades he escrito que el hecho que algún personaje bíblico haga alguna declaraciones disparatadas no quiere decir que la Biblia esté errada; más bien eso demuestra que los autores de la Biblia no ocultan los errores e ideas equivocadas de nadie. No actúan como los biógrafos modernos.
Si la lectora desea publicar sus consideraciones en cuanto a la hipotéticas contradicciones de la Biblia, debe hacerlas en el escrito titulado Biblia: ¿Palabra de Dios o un libro más? y esperar que tal comentario sea moderado.
Dicho sea de paso, no publicaré ni contestaré comentarios irrespetuosos y maleducados. Eso debe estar claro en la mente del lector, pues el visitante del blog debe aportar con sus críticas, no irrespetar a aquel que no piensa igual que él.