lunes, 2 de marzo de 2009

El origen del sufrimiento: cómo trascender el dolor para vivir en plenitud y no fracasar en el intento (Primera Parte)









J. Enrique Cáceres-Arrieta













A

Pablo Saulo, David Elías, Jonatán Eliseo y Felícitas Rosa:
mis maestros
mis ángeles
mis alegrías
mis amigos
mis hijos
mi madre






















Agradecimiento



A Dios por usar las experiencias de vida para mi crecimiento y maduración y por darme cada día una nueva oportunidad para autodescubrirme más y mejor y por permitirme compartir lo que Él y la vida me han enseñado.
Agradezco a mi madre las palabras de ánimo impartidas al escribir; por su incondicional amor y apoyo y por su esperanza y deseo que esta obra sea un éxito de librería.
Mis más profundas gracias y bendiciones para mis hijos Pablo Saulo, David Elías y Jonatán Eliseo por los dibujos hechos para ilustrar lo que para ellos significaba el sufrimiento cuando eran más pequeños.
Asimismo, gracias a todos los que en una u otra manera colaboraron con el objeto de que esta obra sea una realidad. También extiendo gracias a aquel que con sus ideas y creencias contrarias a las mías y al Evangelio bíblico me impulsó a investigar para demostrar en cuanto fue posible que la Biblia es la palabra de Dios, que el Evangelio aún es funcional en la vida del ser humano y que el resucitado Cristo histórico todavía salva, sana y transforma vidas.
Como escribiera Violeta Parra, “gracias a la vida que me ha dado tanto”. Millones de gracias a mi Cristo por amarme tanto. ¡Gracias a todos! ¡Dios les bendiga muchísimo!















Índice




1

El ser humano en busca de la verdad
acerca del sufrimiento
Nuestra búsqueda de la verdad sobre el sufrimiento y fuentes
disponibles para intentar conocerla........ 19
Filosofía...................................20
Ciencias naturales ....................................... 23
Fe..........................................28
Qué es la verdad................................33
Mi verdad, tu verdad, la verdad....................... 36
¿Es posible conocer la verdad?.............................. 42
Dificultad en la transmisión de la verdad...................... 47
Criterios a seguir para probar una verdad y obstáculos
que debemos evitar al encontrar la verdad................ 48



2

La Biblia como fuente infalible de
la verdad
Por qué la Biblia y no otro documento para
estudiar el problema del sufrimiento ............................... 41
Confiabilidad de la Biblia...................................... 45
El canon de las Escrituras judeocristianas......... 47
Cómo interpretar la Biblia.................................... 49
a. Hermenéutica general...................................50
b. Hermenéutica especial...............................53
Qué dice la crítica radical de la Biblia............................ 58
El Libro de Dios lo dijo antes que las ciencias naturales
lo descubrieran.................................................... 62

3

La creación del ser humano y su propósito
La Biblia como fuente de la verdad en el
origen del universo, la vida y la familia............ 71
Creacionismo y su propósito....................................... 74
Limitaciones del método científico................... 84
Teoría de la evolución........................... ... 86

4

¿Sirve para algo la fe en el siglo XXI?
El progreso no invalida la fe............................ 125
¿Qué es fe?........................................... 175
Incrédulos y escépticos ante la fe .......... 211 El problema no está en la fe.................................................... 215
Los niños y la fe................................... 217
Nosotros y la fe.................................... 220
Necesidad del ser humano de creer en Dios.............. 221


5

Dios no creó un diablo
Origen del diablo......................................227
Fuerzas malignas detrás del ser humano............. 230
Limitaciones del Enemigo de nuestras almas.............. 233


6

En qué consistió la Caída de Adán y Eva
Mitos en cuanto a la tentación........................... 235
Desobediencia, pecado capital..................... 238
Condición de la raza humana después de la Caída.......... 248
Original malo produce copias malas.................. 254

7
Consecuencias de la caída de nuestros
primeros padres
Comunicación rota.......................................... 257
Muerte, destino de todos................................. 260
Guerras en la historia de la humanidad............... 267
Hay cosas que no entiendo............................... 270


8
El sufrimiento en la Caída de
Adán y Eva
Origen del mal y del sufrimiento................................... 273
La tensión emocional y el estrés enferman al
cuerpo................................. 278
Cómo trascender el sufrimiento.......................... 288
El amor, antídoto del sufrimiento......................... 293
Cuando soy débil, entonces soy fuerte................ 298
El sufrimiento como terapia divina........................ 311
Jesús, varón de dolores y experimentado en quebrantos......... .319
Cómo preparar a los hijos para trascender el sufrimiento... 324





9

Por qué probó Dios a Adán y Eva
si sabía que fallarían
Dios no creó autómatas............................. 331
Nada malo proviene de Dios........................ 336
Las imposibilidades de Dios...................... 339
Dios no tienta ni mete zancadillas al ser humano... 341



10

Mi lucha interior, otro efecto de
la caída de Adán
Por qué hago lo que no quiero............................ 345
Mi lucha interior no me exime de la responsabilidad
de cambiar.............................. 348
El libre albedrío y sus condicionantes......355
Enemigos del ser humano.........................360

11

Dios llega al ser humano
Jesús, el Enviado..............................363
El ser humano huye de Dios y de un proceso
de recuperación........ ..................................366
Quién es Jesús y por qué solo Él es el camino, la verdad y
la vida.................................369
La niñez de Jesús......................379
Pecado desde la cabeza a los pies............... 382
‘Ustedes son luz y sal de la Tierra’...................... 383

12

Significado de la muerte de Jesús en la cruz
Beneficios de la muerte de Jesús...................... 391
Un Cristo muerto no sirve para nada.................... 396
Cuidado con los falsos cristos, los falsos profetas y
los teólogos y eruditos liberales................................. 404

La hora de decisión......................... 407
Epílogo....................................409
Bibliografía..................................507























Nota del autor




Conviene al lector que antes de suspender la lectura del libro por ideas que crea desfasadas, desatinadas o difíciles de entender o aceptar tome en cuenta el contexto de lo afirmado, los argumentos y sustentaciones de las ideas expresadas no solo en la sección o capítulo, sino también en toda la obra, pues de esa manera tendrá la idea completa de lo que manifiesto y no un pensamiento aislado que puede llevarle a conclusiones equivocadas.
De igual manera, es conveniente que el lector lea el apartado o capítulo (aun la misma obra) más de una vez a fin de asegurarse que el mensaje ha sido asimilado, y así evitar suspender la lectura del libro. (En temas como este la inteligencia debe ir acompañada del saber procesar textos a los cuales no estamos acostumbrados)
Mi mayor deseo es que a pesar de la posible aridez de la lectura de este material el lector deseche ideas preconcebidas tanto como sea posible y mantenga una mente abierta y honesta para leer mis sustentaciones. En otras palabras, al ver o sentir que algo provoca alguna emoción fuerte (ira, enojo, ansiedad...) no deje de lado la obra ni pase por alto lo leído, sino que mantenga la actitud de querer examinarlo todo con la mayor honestidad intelectual que sea capaz.
Esta obra puede ser provechosa a personas hartas de sufrir o fastidiadas de vivir en un círculo vicioso y que se han preguntado si acaso hay algo mejor que lo vivido. También se beneficiará de El origen del sufrimiento... la persona que ha perdido el sentido para vivir, o el que tiene está en peligro de perecer con aquello en lo cual ha puesto su razón para vivir. Por tanto, espero que en el transcurso de la lectura orgullos y prejuicios antirreligiosos sean depuestos, pues son obstáculos para incursionar por el camino superior que nos lleva a descubrir y apropiarnos de aquello que en nuestro interior sabemos que no tenemos y necesitamos.
Saber por experiencia que hay cosas mejores que las vividas me ha motivado a escribir esta obra. De manera que el libro nace de las entrañas de mi experiencia vivida hasta ahora, convirtiéndose además en un proyecto de vida.
¡Gracias por adquirir la obra, leerla, recomendarla, reflexionar al respecto y cambiar las actitudes que sabes han frenado tu crecimiento y madurez como ser trino que eres! ¡Feliz viaje por las páginas de El origen del sufrimiento: cómo trascender el dolor para vivir en plenitud y no fracasar en el intento!


Prólogo

Gracias a la colaboración de amigos, ex compañeros de terapia, conocidos, clientes y empresas esta obra ha sido adquirida por bastantes personas y colocada en los puntos de venta más renombrados del país y en sitios que ofrecen libros en la Red.
Debo un reconocimiento público a mi madre por la cantidad de libros vendidos entre sus amistades y clientes. En realidad, ella ha sido la vendedora estrella. Por tanto, es merecedora de una mención de honor. ¡Mil gracias, madre!
A raíz de un viaje a la República de Colombia entre diciembre de 2005 y enero de 2006, hice llegar la obra a familiares y amigos, y pude comentarla en una radioemisora de un pueblo en el país que me vio nacer. Otro tanto ha sido hecho al regresar al país que me adoptó al participar en un programa televisivo y en varias emisoras de radio.
En esta edición hago añadidos y cambios y amplío temas que se prestaban a ello. Nuestro afán no ha sido aumentar páginas al libro, sino sustentar más y mejor algunos puntos que lo ameritan. Demasiadas veces el abordaje de temas como estos descansa en puntos de vista alejados de la real necesidad y naturaleza humana. (El hombre y la mujer modernos por lo general creen haber superado ciertas necesidades intrínsecas de la raza humana o simplemente las ignora) Por ello es insoslayable integrar enfoques más amplios en los cuales los aspectos sociales, sicológicos y espirituales tengan un papel preponderante. Plantear un tema como el sufrimiento sin tomar en cuenta al humano en sus tres dimensiones (espíritu, alma y cuerpo) es arar en el mar. Además de cuerpo y mente, en el ser humano hay presentes elementos espirituales, sentimentales y emocionales no obstante la futilidad que el razonamiento materialista ateo -que irónicamente se jacta de humanista- da a tales componentes.
Sugiero al lector que si sabe de algún dato inexacto o incorrecto lo comunique con respeto para tomarlo en consideración en próximas ediciones. (Al final del libro doy mi dirección de correo electrónico y de mi blog en el diario El País de España) Las diferencias, creencias u opiniones distintas deben ser dilucidadas entre las personas inteligentes, no en un medio de comunicación donde la parte interesada no puede responder por estar censurado o cuyas réplicas son reguladas, cortadas y hasta manipuladas. Estamos para aprender, no para intentar exhibir a otro ni pretender ridiculizar ideas, creencias ni convicciones, buscando con ello construir el ego que persigue protagonismo con programas televisivos y radiales y artículos, escritos y columnas. No ventilar los temas directamente con quien disentimos me parece deshonesto, salvo que el medio te permita replicar a quien te cuestiona o hace mofa de tus creencias y convicciones religiosas o ideológicas. Lamentablemente, los columnistas de muchos medios tienen fueros y privilegios.
De algo estoy seguro, no soy inerrante ni lo sé todo. Soy un estudiante de la vida con sed de aprender y hallar la verdad doquiera que esté. Además, soy un ser con sentimientos, emociones y pasiones; por consiguiente, estoy consciente de que en algún momento pude haber hecho excesivo énfasis al contrarrestar posiciones filosóficas falsas y argumentos seudocientíficos de materialistas ateos y de fanáticos racionalistas. Agradeceré al lector su comprensión por excusar alguna compulsión al respecto.
Agradezco las opiniones recibidas de lectores, pastores, sicoterapeutas y otros profesionales. No tienen idea la riqueza que contiene para mí cada uno de sus comentarios que no han economizado elogios y críticas al libro. El parecer más constante es la densidad y profundidad de la obra. Al oírlo a grosso modo, puede envanecer al ego. Pero, si se acoge con mente fría, podría causar preocupación puesto que lo más importante no es que la obra sea profunda o “pesada”; se sumerja en honduras filosóficas o se eleve a alturas teológicas, sino que el mensaje medular pueda captarse y cumplir su objetivo.
Hay temas que el autor -por mucho que quiera evitar utilizar tecnicismos e intrincadas explicaciones- no puede obviar por ser columna vertebral en el cuerpo de su pensamiento, aun cuando sean difíciles de procesar por no ser dominio del común de los lectores. En tal caso, me anima saber que la mayor parte de las veces con solo releer el punto tratado se comprenda lo que he querido transmitir; esa impresión he tenido al oír las opiniones de algunos lectores. Asimismo, sé de algunos que han leído la obra más de una vez con el objeto de comprender mejor su contenido. ¡Gloria a Dios por eso!
Por creer conocer mis limitaciones, hoy veo difícil poder superar lo logrado en esta obra. La miro y me cuesta aceptar que haya escrito tanto en tan poco tiempo, con reiteradas ediciones desde 2003, hasta la fecha. Desde luego, no pocas ideas son de otros autores, pero he tenido a bien incluirlas en esta edición. Cada escritor citado es mencionado al final del capítulo y en la Bibliografía. Pido disculpas por pensamientos ajenos en los cuales haya pasado por alto su autor.
¡A Dios sea la gloria y las gracias por lo alcanzado hasta aquí a través de El origen del sufrimiento: cómo trascender el dolor para vivir en plenitud y no fracasar en el intento! Al lector, infinita gratitud por la adquisición del libro, sus opiniones y referencias a familiares, conocidos y amigos con el fin de que sea conocido, leído y acogido por quienes lo necesitan. ¡Así sea!

J. Enrique Cáceres-Arrieta
Ciudad de Panamá, 20 de febrero de 2009




Introducción

En la década de los 80 escribí y publiqué un ensayo en el cual intentaba explicar, entre otras cosas, el origen del mal y el porqué de la situación del mundo. Dos diarios nacionales tuvieron la gentileza de publicar ese escrito en diferentes años. Aún están claras en la memoria las palabras de elogio recibidas de una persona allegada y querida por la familia. Según ella, el ensayo era “bueno”. Sus comentarios me halagaron porque quien los decía era Silvia Tulia Collazos de Carreyó (+); mujer inteligente, profesora de piano, excelente música y compositora. Mas los tomé como el cumplido de una amiga.
Creo que mamá Tulia (así la llamaba mi madre) fue benigna conmigo al hacerme dichos comentarios, porque después de casi dos décadas y antes de convertirse en esta obra lo leí desde una óptica más objetiva y profesional y descubrí que no fueron pocas las faltas cometidas, que ahora creo superadas.
Casi a inicios de 2003 empecé a retomar sus ideas básicas y a desarrollar más y mejor el tema del sufrimiento a raíz de una conversación suscitada en una terapia grupal. Hablábamos del origen del sufrimiento y del dolor. En medio de la plática, expuse mi posición y advertí que ello era un tema extenso y profundo que no podía ser agotado en una reunión; entonces el terapeuta me exhortó a escribir lo expresado y que lo proporcionara al grupo. Seguí su sugerencia al reescribir el mencionado ensayo, agregándole nuevas ideas. Hubo momentos en los cuales pensé haber escrito lo suficiente, y lo envié a varios amigos. Pero al releerlo me percaté de que faltaba más argumentación y sustentación a las ideas, lo cual me motivó a seguir escribiendo. Y de nuevo lo envié a mis amigos, incluyendo a diarios nacionales e internacionales.
De manera impulsiva, mas con el ánimo de compartir lo que tenía entre manos, envié el mismo ensayo dos veces a la misma persona o diario, con la preocupación de no ser molesto al receptor de nuestro mensaje. Pero, claro está, siempre reenvié el ensayo con ideas más desarrolladas y así lo hacía notar a quien lo recibía. Cuando pensaba que estaba listo, me di cuenta de que había inconsistencia en algunas ideas principales, y me propuse no enviarlo más hasta tanto corrigiera lo descubierto. Comencé pues a darle un giro más interesante a esa criatura que tenía en mis manos desde hacía casi veinte años.
El libro no ha tomado veinte años escribirlo, sino que la semilla o primer escrito de donde salió El origen del sufrimiento... tenía esa cantidad de años. En verdad, la metamorfosis desde ese primer escrito a esta obra ha sido realmente sorprendente. Y yo he sido el primer sorprendido.
Después de nueve arduos meses de trabajo, me propuse publicar lo que tenía en las manos (para entonces la obra contaba con catorce capítulos y los temas sobre ciencias naturales, fe y “evolución” no estaban tan elaborados), y contacté varias editoriales cristianas y seculares internacionales a fin de proponerles la edición y publicación del libro. Transcurrió 2004 y solo recibí propuestas de publicarlo con mis recursos. Razón por la cual a inicios de 2005 retomé la obra y comencé a revisarla con el fin de mejorarla. Ya no solamente como autor, sino además con la ¡triple! responsabilidad de autor, editor y corrector de estilo, labores que no debe realizar el autor por razones obvias. No pocas veces deseé no publicar nada y dejar el proyecto a medias. Mas tantas dificultades me instaron a no desfallecer hasta que esta criatura de más de veinte años viera la luz.
De esa manera nació El origen del sufrimiento: cómo trascender el dolor para vivir en plenitud y no fracasar en el intento. (El artículo que dio origen a esta obra fue El porqué del calvario. Título que al escribir El origen del sufrimiento... cambié en varias oportunidades, y a medida que lo hacía debía sustentar el nuevo encabezado. No fue fácil respaldar el nuevo título, puesto que implicaba escribir sobre otras ideas y sustentarlas) En esta nueva edición me vi tentado a cambiarle el nombre por otro más llamativo como este: ¿Por qué sufrimos? Herramientas para trascender el dolor, vivir en plenitud y no fracasar en el intento. Pero desistí porque no deseo usar sensacionalismo ni argucia alguna para vender, sino que confío en Dios que la obra sea adquirida por aquel que en verdad la necesite o desee aclarar los temas aquí tratados.
Interesado porque mis ideas llegaran a un número plural de lectores de diversas maneras de pensar, lo adapté para que fuera más atractivo a aquellos a quienes nada o poco les interesan temas religiosos o en querer cambiar su estilo de vida, pero sí en conocer las causas del sufrimiento, las enfermedades, guerras, conducta y naturaleza humanas.
Obvio, yo no soy el primero que escribe sobre el origen del sufrimiento, puesto que varios libros desarrollan el tema. Lo que sí deseaba era partir desde los orígenes de todo pero no de manera superficial, sino que diera los detalles de lo ocurrido allá en los inicios de la Historia humana. Y fuera, también, una obra que analizara la génesis del sufrimiento teniendo en cuenta el libre albedrío del ser humano, las terribles consecuencias en el mismo sujeto y en terceras personas por su mala utilización; el origen de los conflictos internos de la raza humana y cómo sobreponerse para vivir en plenitud de vida y no fracasar en el intento. Ojo, no escribí “no morir en el intento”, pues aunque muramos en el intento, lo más importante es salir airoso y no fracasar, que es lo que de veras tiene valía en el sufrimiento. Es decir, saquemos provecho del sufrimiento para crecer y trascender, aunque muramos en la acción. Morir en el intento de trascender los límites del sufrimiento no significa de manera alguna que fracasemos. Por el contrario, puede que no muramos, pero fracasamos ante el dolor; y en lugar de ser una excelente escuela para aprender y ser mejores se convierte en cruel pesadilla. Por ese motivo, la empresa propuesta en esta obra fue descomunal. Espero haberlo logrado.
De manera inconsciente, dos libros leídos sobre el sufrimiento hace unos treinta años me inspiraron a escribir aquel primer ensayo hace más de veinte. Por tanto, estoy agradecido y en deuda con sus autores por darme luces sobre el tema.
Al escribir hoy El origen del sufrimiento: cómo trascender el dolor para vivir en plenitud y no fracasar en el intento, estoy consciente de que pretender desarrollar y sustentar este tema resulta muy ambicioso por varias razones:
Primera, a los seres humanos por lo general nos mueve consciente o inconscientemente una poderosa fuerza motora que busca placer a como dé lugar en todo lo que hagamos; Freud la llamó principio del placer -yo la llamaría principio del amor. Puesto que buscamos amor y afecto en lo que hacemos, no solo en las relaciones íntimas. Nuestra mayor necesidad anímica es de amor y afecto. Hambres surgidas cuando éramos niños debido a una relación inapropiada, primero, con mamá, y luego con papá; o, en su defecto, con quien nos criara. No obstante, veremos que la mayor necesidad del humano es de índole espiritual. Mas no de religión, aunque la religiosidad sea innata en nosotros.
Segunda, el sufrimiento humano es un tema muy complejo y abarcador, pues no se sufre solo en el cuerpo por una enfermedad o accidente, sino también en el espíritu y el alma por la muerte, enfermedad o accidente de un ser querido; por ser pobre y no contar con los recursos necesarios para sustentar a la familia, por un mal negocio, una relación truncada, o por haber sido víctima de maltrato físico, sexual o emocional.
Tercera, sé que hay personas más conocedoras y capacitadas que yo en cuanto a la conducta humana, en ciencias naturales y el pensamiento humano; y más sabedores de teología cristiana, y otros que han vivido en carne propia lo que muy pocos hemos sufrido. Por consiguiente, ellos estarían en mejor posición para escribir sobre el tema que la pluma menos privilegiada del autor de esta obra y aún estudiante de la vida.
Sin falsa humildad evoco a Sócrates al expresar: “Solo sé que nada sé”. Y reconozco como escribiera san Pablo que el Señor nos hace competentes, pues “nuestra competencia proviene de Dios”. A medida que más vivo y estudio, me autodescubro mejor y me sumerjo en excelente literatura se convence más mi corazón inquisidor de que mucho me toca vivir y aprender, y poco lo sabido. Soy un estudiante de la vida. Ni doscientos años bastarían para saber todo de mi vida y la naturaleza humana.
Soy consciente de que el tema sobre el sufrimiento y cómo manejarlo no está agotado. Nunca estará cerrado, aunque el libro ya esté publicado. Más, por haber sido yo el editor de esta obra, advertí mis ansias de compartir muchos temas que al final de cuentas no encajaban en el tema tratado o estaban repetidos en otro lugar del libro; por ello han sido precisas ediciones en incontables ocasiones. Tocó eliminar dos capítulos enteros por ser digresiones del tema. Por tanto, pido comprensión al lector por cualquier error pasado por alto.
Quise desarrollar esta obra analizando los puntos de vista de la conducta y el pensamiento humanos y las infaltables ciencias naturales con el objeto de hacerla más interesante y amena y debido a que los conflictos primarios del ser humano tuvieron un principio común con el origen del sufrimiento. Además, porque es ineludible demostrar que solo la fe en el Dios de la Biblia tiene respuesta al misterio del sufrimiento por ser uno de sus campos de estudio. Es decir, el sufrimiento del ser humano es tema de la ciencia teológica, no de las ciencias naturales ni sociales.
Mi intención no ha sido mezclar estas corrientes de pensamiento para confundir, sino para analizar, reflexionar y sacar nuestras conclusiones. Evidente es que en este libro tiene primacía algo que a pesar de que sea tan pequeño como un grano de mostaza es tan potente que mueve montañas; a ese poder comprimido, extraordinario y sobrenatural lo llamamos fe. Empero, no es fe ciega, alienante o fanática, sino viva, dinámica y vivificante, que junto con un proceso de recuperación de nuestras debilidades temperamentales y defectos de carácter hacen la vida más llevadera; un pedazo de cielo en nuestro fuero interior, trazándonos así un proyecto de vida. (En el capítulo 4 aclararemos la distorsión muy usual existente en cuanto al significado de fe, o por lo menos lo que allí aparece es lo que entiendo que enseña la Biblia sobre fe)
Una fe impulsada desde una plataforma de amor por Jesús, por mí y el prójimo es capaz de vencer obstáculos y trascender incluso la muerte. Cuando la fe falta, las ciencias naturales no pueden, la filosofía enmudece y la ciencia teológica se nos derrumba, el amor es lo único que logra trascender los límites del dolor y el sufrimiento. Es tal la preeminencia del amor, que de la fe y el amor lo único que trasciende la muerte es el amor, puesto que allá no se necesitará fe, pero sí amor.
Visto de otro modo, el punto de vista que prima en esta obra es el enfoque cristiano, en el sentido bíblico del término. Hice lo humanamente posible por ser lo más objetivo que amerita el presente libro, aunque estoy consciente de que por muy imparcial u objetivo que sea este es mi punto de vista y cómo entiendo la teología cristiana, la sicología, las ciencias naturales y la filosofía. No obstante, a lo largo de esta obra veremos que la verdad seguirá siendo verdad sin importar quien la diga. De igual manera, no faltará quien por prejuicios religiosos, malas experiencias con los religiosos o padres incrédulos, relativistas, fatalistas y pesimistas pensará que es una pérdida de tiempo leer este tipo de obra, pues “si es religioso, tiene que estar equivocado”. Para ese tipo de persona el simple hecho de ser religioso es sinónimo de error, oscurantismo, superstición, mito; no querer saber la verdad, obviando que es cómodo descalificar, etiquetar, criticar y decidir basado en fanatismo racionalista, supuestos y presuposiciones filosóficas que suelen llamar científicas; lo difícil es superar tal cosmovisión y examinar las evidencias existentes con honestidad intelectual para luego tomar una decisión justa y equitativa con la verdad. Verdad que no es rehén de ideas preconcebidas ni de deshonestidad intelectual.
Hay quienes ignoran o se hacen los desentendidos que ya no vivimos en la era de los absolutos de la física de Newton -en la que Hume y otros han postulado contra los milagros- sino en la física de la relatividad de Einstein, en la cual el universo está abierto a todas las posibilidades. Ya no hay absolutos y todo intento por establecer una ley universal de causalidad (causa y efecto) está condenado al fracaso. Quien lo pasa por alto es, según el apologista John Warwick Montgomery, “tanto filosófica como científicamente irresponsable”.
Montgomery añade que “a diferencia del período de Newton, para nosotros el universo ya no es una caja de seguridad cerrada, ya no es la cancha de juego predecible en la cual conocemos todas las reglas. Desde Einstein ninguna persona moderna [ni responsable] tiene el derecho a descartar la posibilidad de ciertos acontecimientos con base en un conocimiento previo de una ‘ley natural’. La única manera en que podemos saber si un suceso puede ocurrir es ver si de hecho ocurrió. De modo que el problema de los ‘milagros’ debe resolverse en el campo de la investigación histórica, no en el campo de la especulación filosófica”.
Ha sido tal mi preocupación por la objetividad, que en no pocas ocasiones tuve que repensar y reestructurar las ideas que deseaba expresar con el objeto de no desviarme del amor y respeto que debe predominar en toda obra denominada cristiana, y editar lo innecesario. Mis palabras más tenaces pero respetuosas están dirigidas a aquellos que con espíritu anticientífico, contumaz y endiosado creen poder explicarlo y saberlo todo y rechazan las verdades del Evangelio sin investigarlas a conciencia. Quien de antemano repudia lo investigado no es científico, sino filósofo.
Debo admitir que en varias ocasiones -cuando tenía casi terminado El origen del sufrimiento...- dudé publicarlo por pensar que el motor principal que me movía a escribirlo no era el amor por Cristo Jesús y por la verdad, sino otras emociones muy distintas al amor del que nos habla san Pablo en 1ra Corintios 13, cuando lo resume en estas sencillas palabras: “Si no tengo amor, nada soy”. “Si no lo hago con amor, de nada me sirve”.
Muchas ideas en cuanto al deseo de cambiar y ser mejor las escribo desde mi experiencia como hombre con debilidades temperamentales y defectos de carácter, pero en un proceso de recuperación desde hace varios años. En efecto, algunos de esos razonamientos serán familiares a compañeros y amigos de grupos. Grupos en los cuales me he reunido a lo largo de algunos años para compartir cuitas y emociones.
Ya manifesté que aun cuando El origen del sufrimiento... hace alusión a posiciones filosófica, científica y sicológica, el propósito medular de la obra no es explayarnos en esos campos del conocimiento humano en los cuales soy aprendiz, sino demostrar que cuando la filosofía y la ciencia tradicional responsables no tienen nada que decir ante el problema del sufrimiento, o lo que expresan no convence -por no ser su área de estudio-, la fe nos auxilia y explica la razón de ese sufrimiento. Y, no solo eso, sino que incluso nos da la clave para trascenderlo. Más aún, en el momento en que los estudiosos de la conducta humana y los científicos naturalistas aseguran “no se puede”, la fe responde: “al que cree, todo es posible”. A las palabras “no sé” de los filósofos, la fe asegura: “aquí están las pruebas, examínalas y convéncete”.
A todos los que luchan como yo con debilidades temperamentales y defectos de carácter les tuve presentes al mencionar temas como mi lucha interior, el carácter humano y los escollos hallados al intentar cambiar de un modo de tener cosas materiales -que ahogan el ser- al modo de ser yo como individuo, irrepetible y resiliente; esto es, capaz de seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves.
Si esta obra consiguiera un cambio de actitud del que sufre, o lograra sacar del tedio al hastiado de vivir en el mismo círculo vicioso, con el fin de nacer de nuevo y ser otra persona, sabré que El origen del sufrimiento: cómo trascender el dolor para vivir en plenitud y no fracasar en el intento habrá cumplido su cometido. ¡Así sea!














1
El ser humano en busca de la verdad acerca del sufrimiento



“Las cosas secretas pertenecen a Dios, mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos las palabras de esta ley”.
Moisés




Nuestra búsqueda de la verdad
en cuanto al sufrimiento y las
fuentes disponibles para intentar conocerla

Desde tiempos inmemorables, el ser humano se ha preguntado la razón del sufrimiento; qué lo origina y por qué niños pequeños y gente inocente sufre y muere. Mucho se ha especulado, teorizado, discutido, cuestionado, razonado y escrito a fin de encontrarles respuesta a esos interrogantes. En realidad, más ha sido el resentimiento guiado por el ateísmo filosófico que el genuino interés por hallar la verdad.
Por hallar contestación que satisfaga al corazón e intelecto, los pocos buscadores genuinos de la verdad sobre el sufrimiento han emprendido una fenomenal búsqueda. Ese era también un dilema en mi alma, e intentaba encontrar respuesta dentro y fuera de mí, hasta que amaneció en mi entendimiento y corazón al analizar y reflexionar sobre mí y la vida y estudiar y leer excelente literatura, logrando disipar la mayor parte de dudas y desasosiegos.
La experiencia enseña que cuando una persona propone en su corazón buscar la verdad -espiritual o secular- tarde o temprano la encuentra, porque el que busca encuentra, el que persevera alcanza; y al que llama se le atiende. Sin embargo, la reacción más común de los adversarios del Evangelio es criticar sin investigar. Y quien investiga con honestidad intelectual tiene solo dos alternativas: 1) Abrazar la verdad encontrada que confirma y reafirma al Evangelio; 2) Rechazarla. De ahí surgen dos opciones: 1) Seguir criticando por el vicio de criticar; 2) Dejar de criticar lo que por conocimiento personal sabe que es verdad.
Esa verdad espiritual puede librar de incertidumbres, miedos, temores y errores, ya que a veces la persona es llevada de aquí para allá -cual hoja que lleva el viento- por el desconocimiento de la verdad sea religiosa o no. ¡Cuántos errores habríamos evitado en el pasado con el conocimiento y la experiencia de hoy! Mas nadie nace experimentado.
Tal es la importancia del conocimiento de la verdad, que hay áreas de la vida en las cuales el desconocimiento puede ser fatal, incluso causar la muerte. Bien lo dicen dos grandes pensamientos bíblicos: “Mi pueblo perece por falta de conocimiento”. “Conocerán la verdad, y la verdad les hará libres”.
Existen tres fuentes disponibles para encontrar cualquier verdad; y debemos tener pendiente que existe varios tipos de verdad: espiritual, naturalista, filosófica, etc. Las disciplinas que las investigan tienen su propia área de estudio; por ende, sus limitaciones. Para nuestro estudio la verdad sobre el sufrimiento y el dolor ha de ser examinada por medio de la teología cristiana.
Esas tres corrientes para hallar la verdad son: filosofía, ciencias naturales y fe. Te invito, pues, a analizarlas una por una.

Filosofía

Todos somos filósofos; esto es, buscadores de verdad, aunque en muchas ocasiones pasemos por alto la verdad que choca contra nuestros intereses y supuestos, porque es prácticamente imposible ser objetivo e imparcial donde están involucrados los intereses y las emociones.
La filosofía busca la verdad filosófica. Pero básicamente fundamenta sus conceptos en la experiencia humana y la facultad de razonarla. En otras palabras, en la falible, insegura y finita razón. No puede ir más allá de ella. La filosofía rechaza aquello que la razón no entiende, mas no por eso una verdad deja de ser verdad. Hay situaciones en la cotidianidad de la vida (en el universo y en nuestro planeta) que no entendemos a cabalidad pero aceptamos, y creo que a nadie se le ocurriría pensar que cometemos suicidio intelectual por creerlas.
Pienso que no ha nadie capaz de explicar el mecanismo u operatividad de movimientos, fenómenos, eventos y circunstancias que se dan dentro y fuera del planeta; sin embargo, los aceptamos y/o utilizamos sin preocuparnos cómo, qué, por qué, cuándo, dónde y quién las inventó y/o descubrió e hizo que ocurrieran. (¿Te imaginas el desgaste de energía que ello acarrearía?) En no pocas ramas del conocimiento hay temas que no entendemos o que para disipar dudas debemos estudiar a profundidad o releer. Pero solemos aceptar sin el menor reparo, más cuando -a nuestro criterio- un autor o personaje tiene credibilidad. (No obstante, si queremos la verdad debemos hallarla personalmente. Toca que investiguemos. No solo aceptarla porque alguien lo dice)
Pues bien, hay sujetos que siguen al pie de la letra las palabras de Benjamin Disraeli: “Mi norma es creer [o aceptar] solamente lo que yo entienda”. (Lo curioso es que tal filosofía es aplicada solo a cuestiones religiosas. ¿Será casualidad?) Es decir, “si no lo entiendo, no lo creo”. “Es mito”; “superstición”. Es lamentable que haya personas que mantengan esta actitud y den un veredicto sin antes examinar evidencias. Después se autoproclaman científicos y repudian a los que, según ellos, no son “hombres de ciencia”. Los prejuicios o ideas preconcebidas en cuanto a la fe y la religión les impiden ver más allá de sus narices. (O, su resentimiento es de tal magnitud, o los prejuicios están tan arraigados, que ni siquiera se toman la molestia de averiguar si hay pruebas que rebatan sus puntos de vista o explicaciones seudocientíficas) Están tan condicionados a reaccionar de tal manera que no creen por falta de evidencias, sino que no creen a pesar de las evidencias. Para ellos la palabra “creer” es sinónimo de suicidio intelectual.
Bertrand Russell escribió: “[...] La actitud de que debemos creer en tal o cual proposición, independientemente de la cuestión de que haya pruebas a favor suyo, es una actitud que produce hostilidad a la prueba y que hace que cerremos nuestra mente [más de lo que está] a todo hecho que no esté de acuerdo con nuestros prejuicios”. (1) (Las negritas son mías)
Analicemos: si la actitud del proponente de una opinión no es coercitiva, ¿por qué la rabia contra verdades que no encajan con la mía? ¿Por qué el miedo o tozudez a no investigar honesta y abiertamente otras verdades? Si no hay coerción, ¿quién es el intolerante? ¿Será que el miedo del que nos acusan que infundimos los cristianos está en otro lado?
En efecto, hay quienes no quieren correr el riesgo de investigar las evidencias de Dios, como señala el ex agnóstico Viggo Olsen en El agnóstico que se atrevió a investigar (The Agnostic Who Dared to Search), pues la verdad descubierta demanda una respuesta honesta. Es decir, el hallazgo de la verdad siempre exigirá que seamos honestos intelectuales. (2)
O. Hallesby, otro ex escéptico, en su libro Por qué soy cristiano (Why I am a Christian) sostiene que de los dos tipos de escépticos que hay están los que “viven en duda por cuanto su escepticismo los protege de las acusaciones de la conciencia”, y este tipo de duda no puede ser vencida mediante argumentos lógicos pues se basa en la emoción y el prejuicio, no en la razón. (3)
Russell nos recuerda el estribillo de muchos: “¡No me confundas con hechos, ya yo tengo mi criterio formado [léase: cargado]!”. Notemos también que el filósofo admite tener prejuicios. Lástima que otros filósofos con bata blanca no reconozcan ser prejuiciosos y, además, resentidos. Claro, la regla es negar tener prejuicios antirreligiosos y estar resentido. La excepción sería admitirlo. Eso es demasiado pedir al ego tan inflado de estos señores.
El filósofo inglés trae remembranzas de Nietzsche, quien escribiera: “Lo que ha sido venerado como Dios se nos antoja, no ‘divino’, sino lamentable, absurdo y perjudicial; no ya un error, sino un crimen contra la vida... Nosotros negamos a Dios como Dios... Y si se nos probase a este Dios de los cristianos, aún menos sabríamos [quisiéramos] creer en él”. (4) (Las negritas son mías)
¿Ves? La clave no está en las evidencias reales y racionales que puedan tener (y tienen) la existencia del Creador y el cristianismo, sino en la actitud ante las evidencias y porque se me antoja creer y afirmar que Dios no existe; o, si existe, está muerto. Y, si vive, es tan remoto saber que existe que es como si no existiera. No solo eso, sino que también se me antoja creer (sin probar ni investigar nada exhaustivamente) que el cristianismo es absurdo y perjudicial; no únicamente un error, sino además un crimen contra la humanidad. Mi voluntad ni mi intelecto (ego) no serán doblegados por las evidencias, porque no quiero que eso suceda. No daré mi brazo a torcer.
Una joven lectora me comentó que una amiga suya había leído la segunda edición de esta obra, y le había expresado que por poco la convenzo en cuanto a Cristo. ¿Qué le estorbó? Sabrá Dios; pero muchos dejan a un lado las evidencias no porque les falte peso o sean irracionales, sino por cuestiones volitivas: no quieren venir a Jesús. ¿Habrá algún problema moral de por medio? En sobrados casos esa es la razón fundamental y utilizan la tapadera de las “dudas” como excusa. La impopularidad del Evangelio se debe esencialmente por ser demandante en cuanto a moral y al mandato de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. También porque otras ofertas “cristianas”, religiosas y filosóficas son más condescendientes con la vida ligera que ama nuestra caída naturaleza.
“Aquel que cree solamente lo que puede comprender bien, debe tener una cabeza muy larga o un credo muy corto”, señala Charles Caleb Colton. Más adelante veremos que no se trata de ser crédulos y aceptarlo todo sin razonar, sino creer cuando las dudas honestas y razonables son absueltas.
Ahora bien, no solo en lo religioso hay cosas ininteligibles. He manifestado que en el universo y el planeta también existen cuestiones incomprensibles, pero suelen ser recibidas por la abrumadora cantidad de evidencias o por los razonables y sólidos argumentos que los sustentan. Muchos están predispuestos a aceptar lo supuestamente científico o lógico, mas no así lo religioso, aunque lo primero sea falso y lo segundo sea cierto.
La premisa infaltable de estos señores es la llamada presuposición de contenido sustantivo, que sostiene que “ya existe un cuerpo de verdad en cuanto a lo religioso o sobrenatural”; por consiguiente, no existen pruebas fehacientes (léase “científicas”) acerca de lo sobrenatural y los milagros. “Todo lo relacionado con el tema es superchería”. Además, recuérdese que varias son las creencias filosóficas que presumen tener la verdad: entre ellas, el pansiquismo, monismo, fisicalismo. Por ello resulta infructuoso intentar convencer a una mente predispuesta de la falacia de su premisa, pues una razón en tales condiciones es prácticamente imposible de penetrar con la luz de la verdad por muy evidente que sea, y por las muchas pruebas y evidencias contundentes en contra de su postura filosófica. Algunos catalogan “científico” su ateísmo filosófico, e intentan inútilmente hallar apoyo en las ciencias naturales.
¿Será verdad que “todo lo real es racional, todo lo racional es real”, como aseveraba Hegel? ¡Claro que no! Dicho razonamiento no es otra cosa que la negación de lo que no pueda entenderse, tal cual aseguraba Disraeli y creen muchos seudo intelectuales. Incredulidad ante aquello que veo o debo investigar para conocer si es cierto, pero niego por no entenderlo.
Hay hechos que tal vez no vea con los ojos físicos, pero frente a mí están las evidencias de las verdades que proclaman; sin embargo, no las acepto porque no las entiendo, o no cuadran con mis esquemas, mis paradigmas o presuposiciones de contenido sustantivo. Tomás de Aquino manifiesta que “las verdades reveladas, que la razón no puede entender, están fuera de los límites de la filosofía”. Y de la ciencia convencional, añadiría yo. Hay fenómenos que suceden y mi intelecto no logra alcanzar. Empero, ello no anula su realidad.
Por otro lado, ningún ser responsable, libre de petulancia y prejuicios y en sus cinco sentidos puede asegurar con total certidumbre que su razonamiento sea acertado al cien por cien por muy rebuscados o supuestamente científicos que sean sus argumentos, porque pueden ser ciertos o falsos, o darse la dualidad de tener un tinte de verdad, pero otro erróneo. Ello se ha demostrado hasta la saciedad en ideas filosóficas y de otros campos del pensamiento y las ciencias naturales que han caído en desuso por inconvenientes o inexactas, debido a que ningún humano ni ciencia alguna es infalible. Nos equivocamos, cambiamos de opinión o nuestro conocimiento de la verdad va en aumento, hasta ser casi perfecto. Y las ciencias convencionales las hacen los humanos. Bien lo señaló Madeleine L’Engle al asegurar que “la verdad es eterna; el conocimiento cambiante. Confundirlos resulta desastroso”. Podemos estar convencidos de lo que creemos y planteamos, y ser honestos al hacerlo, pero es posible estar sinceramente equivocados. Nuestra sinceridad no cambia la falsedad de lo que creemos.
Por otra parte, creo que la conciencia del espíritu es el órgano más puro del ser humano, pero además de estar muerta, como afirma san Pablo, también puede cauterizarse y quedar inutilizada para guiarnos hacia el bien y la verdad. En otras palabras, no considero que nuestra conciencia espiritual (ni del alma) sea un “instinto divino” que nos guía infaliblemente hacia el bien, tal como expresaba Rousseau (1712-1778). Tampoco las respuestas a los problemas de la humanidad y del humano están en nuestro inconsciente, alma o interior, como enseñan algunas posiciones filosóficas, religiosas y sicológicas.
Pues bien, deshonesto es enseñar algo como verdadero a sabiendas que es falso; o transmitir un pensamiento como verdad sin estar seguro de que lo sea. Y es presunción ser radical y dogmático en temas que no domino. Ante la duda lo correcto es abstenerme, o hacer la aclaración de que no estoy seguro de que sea verdad lo que afirmo, o expresar “considero yo que...”. (En periodismo, el profesor de Periodismo de Opinión nos decía que al expresar una idea u opinión no era necesario decir “yo creo”, porque está de sobra. De todas maneras, es mejor la redundancia o el énfasis excesivo que la soberbia de pretender saberlo todo) Para semejante actitud es preciso humildad, honestidad y amor a la verdad. Pero esas virtudes son las más ausentes en sujetos que creen saberlo todo o que están capacitados para opinar de cosas que solo conocen de oídas, y se creen superiores al mismísimo Dios. Son los mismos que por sueños narcisistas viven en una burbuja de omnisapiencia y omnipotencia. Esto es, no son terrícolas sino extraterrestres por vivir en un omni; con eme, no con uve.
De humanos es errar, mas de humildes y sabios reconocer el yerro y corregirlo. La soberbia es enemiga de la humildad, como enemiga del entendimiento es la necedad. “Antes del quebrantamiento está la soberbia, y antes de la caída, la altivez de espíritu”, asevera Salomón. Abdías escribió: “La soberbia de tu corazón te engañó”. La necedad embrutece el pensamiento.

Ciencias naturales

En ciencias naturales, el conocimiento científico convencional es clave para investigar y buscar la razón de la materia; lo tangible. Por su propio propósito o campo de estudio son inapropiadas para investigar lo sobre-natural o in-material. En ciencias sociales, p. e., en sicología el método científico convencional es utilizado para estudiar la conducta humana y su influjo en el cuerpo.
Las ciencias naturales se basan en el principio de causa y efecto de la materia. Pero, por intereses de índole filosófico y personal, algunos al hablar del origen del universo y de la vida pasan por alto el primer paso del argumento cosmológico Kalam que afirma: “Todo lo que empieza a existir tiene una causa”.
Ahora bien, si un científico naturalista traspasa los límites de los hechos comprobados de la materia, y no se ciñe a los principios de la ciencia (materialista) que asegura practicar, deja de ser científico para convertirse en filósofo. Créeme que son más los filósofos con bata blanca que los verdaderos científicos los que opinan sobre temas sobrenaturales (inmateriales) y hacen declaraciones radicales contra la fe y la Biblia. Y muchos más los argumentos filosóficos que los fundamentos genuinamente científicos. Por lo menos cuando del origen del universo y de la vida se trata. (Además, ¿qué tanto han comprobado los enemigos del Evangelio bíblico para ser tan dogmáticos en sus críticas? La mayor parte de ellos solo filosofan. Quien afirma algo basado en especulaciones demuestra su ignorancia a quien domina el tema) De hechos reales y concretos pasaría a la especulación.
Las ciencias naturales llevan a observar, razonar, investigar, experimentar y formular hipótesis, teorías y leyes sobre la materia, recuérdese. (Cuando lo estudiado es inmaterial, estas ciencias son inaplicables. Tocaría recurrir a las ciencias que investigan lo intangible; lo sobrenatural) No obstante, todo el tiempo las cosas no son como nos las pintaron en el colegio y la universidad y nos siguen haciendo creer en la vida diaria los partidarios y fanáticos de las ciencias naturalistas, puesto que hay muchísima especulación en lo que con tanta fanfarria se llama “científico” o “conocimiento científico”. Y el método que usan para llegar a la verdad material no es infalible como se cree popularmente ni es aplicable a todo campo del saber humano. (Esto será analizado en el capítulo 3)
Nos dijeron que la hipótesis (gr. hipo = “debajo”; tesis = “algo puesto”) es una suposición o enunciado sin pruebas colocado para deducir de él u otros enunciados concatenados ciertas conclusiones que sirvan como fundamento provisional.
De igual modo, nos enseñaron y siguen adoctrinando que una teoría es una entidad abstracta cuyo fin es explicar o describir un conjunto relacionado de observaciones o experimentos sobre la materia. Que el vocablo teoría viene del griego theoria = “visión”, “mirar”, “observar”. También que una teoría científica convencional es una visión más clara y concreta de hechos relacionados entre sí para dar cuerpo a un conjunto coherente de principios y consecuencias. Sin embargo, si leemos la letra menuda de las ciencias naturales y sociales e investigamos nos damos cuenta de que esa “visión”; ese “mirar”, ese “conocimiento científico” puede estar tan sesgado por paradigmas, presuposiciones, creencias e ideología del investigador, que nubla la realidad de los hechos. Razón por la cual se dice que una teoría es construcción de una verdad, siempre y cuando no pueda ser demostrada su falacia. Rara vez, si acaso alguna vez, una teoría es toda la verdad de lo investigado. Entre esos “bloques” que edifican el edificio de la verdad teórica puede haber ladrillos ciertos, medio ciertos y falsos, además de que una teoría suele ser verdadera solo para un tiempo y un lugar determinados, que en todo caso afectan el resultado de la visión total del objeto investigado, por mucho que hayamos observado y experimentado.
Es decir, las teorías son conjeturas o suposiciones creadas por la razón humana con el fin de absolver los problemas con los cuales tropezaron las teorías anteriores, y deben ser comprobadas rigurosa e inflexiblemente por la observación y la experimentación. Además, contrario a lo que nos enseñaron, la teoría precede no pocas veces a la observación.
En una teoría toca distinguir dos formas de explicar un fenómeno: mediante macroteorías y a través de microteorías (la teoría de la evolución es confirmada solo por microteorías, mas no por una macroteoría como pretenden hacer creer los creyentes evolucionistas), casos particulares del concepto general de teoría. De ahí la necesidad de replantear nuevas hipótesis teóricas, repetir el procedimiento de observación y experimentación cuantas veces sea necesario hasta alcanzar el ideal de una teoría como sería convertirse en ley.
Thomas S. Kuhn (1922-1996) advierte de los peligros de paradigmas traducidos a ideas o convicciones aceptados por la comunidad científica basados en hallazgos anteriores. Cuando dichos paradigmas se transmiten a noveles científicos, o a otros que creen en la infalibilidad de las ciencias naturales o que estas lo saben todo o son útiles para investigar cualquier campo de estudio, estos reciben un enfoque tradicional, un cuerpo de conocimientos, un predeterminado orden, una regla a seguir, un código para la labor científica y una orientación condicionada para las conclusiones de futuros trabajos como si fueran dogmas religiosos. Concluye Kuhn que “la falta de una interpretación ordinaria o de una reducción aceptada a reglas, no impedirá que un paradigma dirija las investigaciones”. (5)
Según Kuhn, el progreso de las ciencias naturales no es dado mediante el cúmulo gradual de conocimientos, sino a través de los cambios de paradigma que se producen luego de largos períodos de lo que él llama “ciencia normal”, aquella que contribuye a aumentar el alcance y la precisión con la que puede aplicarse un paradigma.
Por su parte, el físico, geólogo y filósofo de la ciencia Stephen C. Meyer revela que “[...] el punto de vista materialista [el paradigma de la teoría de la evolución] ha ejercido un dominio en la vida intelectual de la cultura de Occidente por ciento cincuenta años. Se ha convertido en un punto de vista por omisión en la ciencia [natural], la filosofía y la academia en general. Se presupone. [En lugar de demostrarse] Algunas personas que no están de acuerdo con esto han experimentado una hostilidad intensa que ha llegado a la persecución. Esto puede desanimar a otros a explorar otra área o hablar a favor de ella”. (6)
¿Qué te parece? El señalamiento de Meyer es cierto. Lo he experimentado al publicarse esta obra, al sacar a la luz pública mis artículos de opinión y en conversaciones con compañeros y amistades al argumentar contra la teoría de la evolución. No solo en las religiones hay dogmatismo, paradigmas, intolerancia y persecución. El accionar “científico” al que hace alusión Kuhn condena una investigación al atraso puesto que las ciencias naturales avanzan debido al ensayo y el error y a las revoluciones científicas en las que un nuevo grupo de científicos con nuevas ideas remplaza paulatinamente a una antigua escuela incapaz de ajustarse al nuevo paradigma. Mientras que lo referido por Meyer no solo habla del dominio de un paradigma por el lavado de cerebro y condicionamiento, sino incluso del frustrado intento de incursionar otros campos por miedo a ser perseguido y/o aislado.
Paul K. Feyerabend (1924-1994) es del pensamiento de que las ciencias convencionales son ilógicas y hasta irracionales puesto que muchos “hombres de ciencia” abrazan conceptos y teorías sin estar fundamentados en meticulosos y precisos criterios, sino por razones únicamente subjetivos, y, a veces, hasta irracionales como veremos en el capítulo 3. Feyerabend habla además de la tiranía de tales ciencias, pues es usual que sean ellas las que impongan a las gentes lo que deben creer. Tal es el caso de la hipótesis del mito evolutivo en la educación secundaria y universitaria y en los medios de comunicación. ¿Has notado qué poco conocidas son las obras y documentales antievolucionistas entre el ciudadano de a pie y en no pocos creyentes evolucionistas? ¿Lo mucho que cuesta conseguir tales obras en librerías y bibliotecas universitarias? ¿Te has dado cuenta de que los creacionistas no tenemos las mismas oportunidades que los creyentes evolucionistas para sustentar nuestra posición? Pienso que la mayor razón es debido a que el mito se cree como un hecho probado.
Erich Fromm (1900-1980) sostiene que “el método científico, exige, desde luego, que el científico esté cuando menos relativamente libre del pensamiento narcisista y basado en sus propios deseos, es decir, que sepa observar los hechos objetivamente, sin distorsionarlos ni concederles una importancia inadecuada en su ansia por demostrar que su hipótesis [o teoría] es correcta”. Fromm añade que tal “conjunción de imaginación amplia y objetiva rara vez se alcanza”, de ahí que los grandes científicos sean escasos. (7) (Las negritas son mías)
Luego de dejar sentada su posición en cuanto a que las aproximaciones ad hoc abundan en las ciencias modernas para ocultar y eliminar dificultades que dejan al descubierto la insuficiencia e inconsistencia de las teorías con los hechos, Feyerabend arremete de nuevo contra tales ciencias:

No se trata solamente de que hechos y teorías estén en constante desarmonía, es que ni siquiera están tan claramente separados como todo el mundo pretende demostrar. Las reglas metodológicas hablan de “teorías” y “observaciones” y “resultados experimentales” como si se tratase de objetos claros y bien definidos cuyas propiedades son fácilmente evaluables y que son entendidos del mismo modo por todos los científicos.
Sin embargo, el material que un científico tiene realmente a su disposición, sus leyes, sus resultados experimentales, sus técnicas matemáticas, sus prejuicios epistemológicos, su actitud hacia las consecuencias absurdas de las teorías que él acepta, este material, en efecto, está indeterminado de muchas maneras, es ambiguo, y nunca está completamente separado de la base histórica. Este material está siempre contaminado por principios que el científico no conoce y que, en caso de ser conocidos, serían extremadamente difíciles de contrastar. Puntos de vista cuestionables sobre la sensación, como el de que nuestros sentidos, utilizados en circunstancias normales, proporcionan información fiable acerca del mundo, pueden invadir el lenguaje de observación mismo, estableciendo los términos observacionales y la distinción entre apariencias verídicas y apariencias ilusorias. Como resultado, los lenguajes de observación pueden quedar atados a viejos niveles de especulación que afectan, de esta forma indirecta, incluso a la metodología más progresiva. (8) (Las negritas son mías)

Créeme que muchos seudocientíficos odiaban y odian a Feyerabend por ser tan revelador y radical. De hecho, no pocos condenaron Contra el método del filósofo austriaco. Como narcisista que era, eso afectó en gran manera a Feyerabend. Ahora bien, si las cosas son como las pinta este filósofo de la ciencia (creo que en gran parte tiene razón), es lógico pensar que el científico naturalista, por lo general, no es “un desinteresado buscador de verdades, sino un sujeto solamente condicionado que busca, en primer lugar, legitimarse dentro de la comunidad científica”. En suma, casi siempre, “los científicos no buscan abstracto conocimiento, sino concreto reconocimiento”. (9) (¿Quién no recuerda los fraudes coreano y noruego que estremecieron el mundo científico-naturalista entre 2005 y enero de 2006? En el capítulo 3 tocaremos algunos otros fraudes de las ciencias naturalistas)
Como contraste a la teoría, está la ley. Regla o norma constante, ya comprobada, pero que a veces es variable. Una ley es comprobable en cualquier tiempo y lugar del planeta. La experiencia enseña que aun las leyes pueden ser renovadas o actualizadas. De ahí que cientificistas y seudo intelectuales tengan que reconocer a regañadientes la falibilidad del ser humano y por extensión la de las ciencias naturales.
Es infortunado que los conceptos teoría y ley se confundan y se enseñe algo teórico como si fuera ley. Visiones, suposiciones y especulaciones filosóficas como si fueran hechos comprobados al cien por cien. Tengamos presente que mientras las ciencias convencionales no puedan formular leyes tienen grandes dosis de especulación y filosofía. En realidad, es posible que sea poca la ciencia y más la filosofía, como ocurre con la tristemente célebre teoría de la evolución de las especies. Por consiguiente, puede estar más perdida que Adán en el Día de la Madre. ¿Cuándo aprenderemos que ninguna ciencia es infalible porque el humano es falible? ¿Cuándo entenderemos que todo conocimiento, incluido el de las ciencias naturales, es progresivo, pero la verdad es absoluta? ¿Cuándo comprenderán los cientificistas que lejos están las ciencias naturales de saberlo, entenderlo y explicarlo todo? ¿Cuándo agacharán la cerviz para reconocer que las ciencias naturales no son omnímodas? (No solo en las religiones hay gente supersticiosa; también hay supersticiosos en las ciencias convencionales, pues dan exagerado valor a las ciencias en cuestión)
Vergonzoso es que personas en nombre de las ciencias naturales nos quieran imponer sus teorías filosóficas, prejuicios, sesgos, resentimientos y paradigmas en cuanto al origen del ser humano, del universo y otros campos del conocimiento como si fueran leyes. Desde que se apartaron de los hechos comprobados dejaron de ser científicos para convertirse en filósofos. Ciencia es la observación y clasificación de hechos concretos y comprobables; ello brilla por su ausencia en la mayor parte de los postulados evolucionistas. La interpretación de esos hechos es especulación o filosofía. Por tanto, no debe confundirse con las ciencias. Amo las ciencias naturales, pero deploro las actitudes de los cientificistas y fanáticos racionalistas.
Veamos un ejemplo de lo que es apartarse de los hechos para adherirse a la interpretación de ellos: desde el momento en que un profesional del periodismo investigativo renuncia (directa o indirectamente) a su labor de periodista asalariado o independiente para enrolarse en las filas del Gobierno o de un partido político deja de ser periodista investigativo para convertirse en relacionista público. ¿Por qué? Porque su objetividad y ciencia periodística dejan de ser para “ver” a través de los ojos del gobierno o partido que representa.
En el momento en que un científico naturalista se aparta de la verdad de los hechos comprobados de la materia para dar sus interpretaciones -o las de otra persona- se aleja de la objetividad de la ley para asirse a lo teórico, especulativo y paradigmático. En caso de que el periodista científico o el científico naturalista pretenda regresar a sus raíces ya no será igual, puesto que su credibilidad quedó afectada desde que abandonó la objetividad de los hechos. (La objetividad y subjetividad del periodista las desarrollo en El periodista, el medio, la verdad y otros ensayos sobre periodismo...)
Pues bien, no enseñemos teoría como si fuera ley. Ello falta a la verdad. Insisto, mientras el científico naturalista no pueda formular una ley especula, teoriza o filosofa. Si no toma en cuenta esa verdad, no es científico sino filósofo. Ya vimos que las ciencias naturales no son inerrantes porque el humano no lo es. Las teorías, sabemos, suelen ser conjeturas o ramificaciones de una verdad. Por esa razón, hasta tanto no se comprueben no son leyes y no debemos pretender presentarlas como hechos irrefutables. Sería deshonesto de nuestra parte. (¡Cuánta deshonestidad y dogmatismo hay en nombre de las ciencias convencionales y de las ciencias teológicas!)
Observamos que hasta las leyes científicas son revisadas y modificadas por otros científicos. De modo que ninguna ciencia naturalista es inerrante como pretenden muchos que creamos. Todas se equivocan; hay especulaciones y no pocas veces se conducen por la vía del paradigma, la ideología, creencias y hasta resentimientos del investigador. Más, ni las ciencias naturales ni las sociales son superiores a ninguna otra forma de conocimiento.
Conclusión: Lejos están las ciencias naturales de entenderlo, saberlo y explicarlo todo ahora ni nunca. Nuestra actitud ante la verdad cualquiera que esta sea y el concepto que tengamos de ella afecta la forma en que interpretamos los hechos que ofrece esa verdad.
Hay quienes alardean de estar “sentados en los hombros de gigantes” desde los cuales “ven” más que el común de los mortales. Una cosa es estar en un sitio encumbrado (dificulto que eso sea cierto en los presuntuosos) y otra muy distinta es cómo se mira; de igual manera, llevar toda una vida en un campo equis del conocimiento no es garantía de objetividad ni imparcialidad, mucho menos de estar en la verdad. Pues ya sabemos que el lugar desde el cual observan los escépticos, agnósticos y ateos que llevan toda una vida en los campos de las ciencias naturales es el de los supuestos de que “Dios no existe” o “está muerto”; “la evolución es un hecho probado”, “tenemos ancestros simiescos”, “los milagros son imposibles” y “lo sobrenatural es superchería”. Su cosmovisión suele estar condicionada por paradigmas, resentimientos antirreligiosos, criterios cargados y prejuicios. Y “es más fácil destruir un átomo que un prejuicio”, señaló Einstein.


Fe

¿Quién inventó que la vida y el ser humano son únicamente materias? ¿Quién dijo que las ciencias naturales tienen el monopolio del conocimiento y la verdad? ¡Lo han dicho y lo creen los materialistas ateos y los cientificistas! Creer y vivir como si todo fuera mera materia es ver la vida a través de gafas cientificistas y racionalistas cuya graduación es incorrecta para corregir la afección visual. Sería intentar conocer una gran mansión por medio del hueco de la cerradura de la puerta que da a la calle. Padece sordera, además, quien crea que las ciencias naturales tienen la voz cantante en la melodía del saber humano.
La fe en la Biblia y en el Dios de la Biblia acude a nuestro auxilio cuando ni la filosofía ni las ciencias naturales tienen respuesta convincente al origen del sufrimiento humano. (Ojo, la contestación acerca del sufrimiento en sus varias dimensiones la tiene exclusivamente la Biblia, no ninguna iglesia, teólogo ni teología) Y no la tienen por la simple y sencilla razón de que ese no es el campo de ninguna de las dos. El sufrimiento es una realidad que traspasa los límites de la mente y el laboratorio. Si pudiéramos engavetarlo entre los dos hemisferios y los cuatro lóbulos cerebrales, y colocarlo bajo el microscopio y en el tubo de ensayo, creo yo que ya existiera la cura a tantas desgracias que de manera inmisericorde golpean a la raza humana. Nos guste o no, el sufrimiento y el dolor trascienden las fronteras de las ciencias naturales.
Ahora bien, si se persiste en sostener la mira en la Tierra la respuesta teológica del cristianismo nos puede dejar con un espíritu afligido; además, reconozco que no es muy satisfactoria frente al sufrimiento infantil. Pero... no hay respuesta mejor que esa y toca aprender a ver más allá de la transitoriedad de la vida presente. Aunque no entendamos para qué sirve el sufrimiento prolongado de un niño, el cristiano debe saber que Dios no es el autor de tal dolor y es preciso confiar en Él en medio de la tormenta. Además, aunque desconozcamos el porqué del sufrimiento infantil sabemos que esa no es la última palabra. En el capítulo 8 desarrollamos el tema.
La fe en la Biblia y en su Autor nos proporciona ayuda para entender parte del misterio del sufrimiento y hallarle sentido a la vida y satisfacer así el espíritu religioso de los humanos. Mas esta fe no es ciega ni alienante, sino fe fundada en la prueba histórica legal de las evidencias históricas y experimentales contundentes que satisfacen el intelecto de seres pensantes libres de soberbia y honestos intelectuales.
Hemos visto que el hecho de que una verdad sea religiosa o metafísica no desvirtúa su veracidad, quien diga lo contrario en verdad no sabe de lo que habla. Vimos también que la filosofía y las ciencias naturales responsables están limitadas por las propias limitaciones del ser humano. Por su falibilidad. No así la fe, capaz de trascender hasta alcanzar lo inimaginable. Cuidado con el fideísmo, puesto que la fe trasciende la razón pero no va contra ella.
Entiéndase bien, fe no es suicidio intelectual ni un salto al vacío, como creen escépticos, agnósticos, ateos y no pocos cristianos. (Si en los campos de las ciencias naturales y sociales llueve, en el teológico no escampa debido a que la fe suele ser confundida con esperanza, legalismo, fanatismo y tontería) Fe es dar pasos firmes sobre evidencias históricas contundentes de hechos que sucedieron en un tiempo y espacio reales. Esto es, certeza en cosas que no se ven, mas son realidades porque sucedieron. Fe no es creer en cosas irreales. La fe no transmuta lo falso en cierto. Fe no es creer en novelerías, aun cuando haya realismo mágico al mejor estilo garciamarquiano. El fanatismo y la tontera creen en irrealidades y novelillas. Suelen mezclar la realidad con la irrealidad para dar crédito a la fantasía o a la ciencia-ficción como veremos en el capítulo 3. Fe es creer en eventos que ocurrieron en tiempo y espacio reales a una Persona de carne y hueso real. No son invenciones de cabezas trastornadas o de alguien con oscuros deseos de someter a las masas. Por tanto, es errado creer que quien tiene fe en la Biblia y en el resucitado Cristo histórico de la Biblia comete suicidio intelectual o está enajenado mentalmente. Pensar de esa manera es una forma simplista de considerar hechos reales solo porque no cuadran con mis esquemas, prejuicios, paradigmas o razones seudocientíficas. Temo examinar lo que es tan claro como el Sol de mediodía porque mi soberbia y prejuicios religiosos son más fuertes que la verdad perceptible con un honesto razonamiento, o que pudiera encontrar si examinara a conciencia y honestidad intelectual las evidencias históricas o las experiencias de cristianos comprometidos. “No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír, ni peor entendedor que el que no quiere entender”.
Algo más, la fe en Cristo no está fundamentada exclusivamente sobre hechos históricos como religión histórica que es. También está cimentada en las experiencias vividas por millones de seres alrededor del mundo en los últimos dos milenios. El cristianismo es una religión empírica confirmada por la experiencia de millones de cristianos o individuos nacidos de nuevo. El filósofo y el cientificista pueden discutir todo lo que su finita mente sea capaz, mas mi experiencia con Cristo jamás podrá ser rebatida por mucho argumento científico falaz que se maneje. Lo que Cristo ha hecho en mi vida nadie podrá echarlo por tierra. ¡Cuidado! No hablo de la aceptación ciega de dogmas absurdos y sin fundamento de religiones creadas por el humano para someter a otros. Lo que quiero significar es que el cristianismo es una relación viva y directa con un Ser vivo: Jesucristo. ¿Qué análisis puede refutar un hecho tan manifiesto como la conversión espiritual y su innegable obrar en el humano?
Aunque la fe en Jesús está unida entrañablemente a la religión cristiana, no son sinónimos; como tampoco lo son oscurantismo y cristianismo. Más, es desacertado confundir a Jesucristo con la religión cristiana. Cristo es Dios Hecho Hombre. Por tal razón, es eterno e infalible. La religión cristiana, en cambio, aunque es eterna e infalible como se presenta en el Libro de Dios para nosotros, sus verdades muchas veces están supeditadas a la interpretación que hagamos del Evangelio. (La fe la ahondamos en el capítulo 4) Asimismo, algunos tienen su propio cristo y su particular cristianismo, de ahí la decadencia de la cristiandad de muchos.
Aun cuando muchos no lo crea, la verdadera fe -la fe bíblica, impartida por Dios- es capaz de responder las exigencias y objetividad propias de la metodología de las ciencias naturales al descansar sobre hechos reales acontecidos en tiempo y espacio reales, no en mitos, fábulas ni leyendas como pretenden algunos que creamos. Además, la fe bíblica puede ser confirmada personalmente por cada uno de los creyentes en Cristo, o por aquel que la ponga en duda. El problema es que quien duda o rechaza el Evangelio por lo general no se atreve a investigar con honestidad intelectual o a dar el paso de conversión para probar si lo que narran los 4 evangelios acerca de Jesús es cierto o es cuento chino, prefiriendo filosofar y hablar de cosas y sucesos que desconoce. Eso, entre otras cosas, se llama “ley del menor esfuerzo”. El evangelista Juan escribió: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos acerca del Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, la cual estaba con el Padre, y nos fue manifestada), lo que hemos visto y oído, eso les anunciamos también [...]”. (1ra San Juan 1: 1-3)
A esa capacidad de responder las exigencias y objetividad de la metodología de las ciencias naturales se debe que -contra lo que creen escépticos, agnósticos y ateos- la fe bíblica sí cumpla con los tres requisitos infaltables antes de que tales ciencias puedan establecer un resultado objetivo. Léase bien, la fe en la obra del Cristo resucitado sí es cuantificable, predecible y replicable, aunque los hechos históricos no puedan ser repetidos en ningún laboratorio físico; mas lo que hizo Cristo Jesús por la humanidad sí puede ser comprobado en el laboratorio del espíritu, alma y cuerpo del ser humano, donde el mejor y mayor científico del universo -el Espíritu Santo del Dios creador- principia la misteriosa pero real y eficaz obra de hacerle a la imagen del Varón perfecto Jesucristo.
Si alguien no quiere aceptar eso y esgrime tesis ricas en contenido filosófico pero huérfanas de sensatez y real ciencia, es su problema y decisión; mas ello no invalida los hechos del Evangelio ni la obra del Cristo resucitado en la vida del ser humano. Retomemos lo que expresa J. W. Montgomery: “La única manera en que podemos saber si un suceso puede ocurrir es ver si de hecho ocurrió. De modo que el problema de los ‘milagros’ [y de la conversión] debe resolverse en el campo de la investigación histórica [y testimonial], no en el campo de la especulación filosófica”.
La eficacia del sacrificio de Jesús en la cruz y de su posterior resurrección corporal es posible cuantificarla dando seguimiento a los casos de personas convertidas a ese Cristo resucitado; investigando cómo eran antes y cómo son después del nuevo nacimiento: los cambios intangibles y las transformaciones visibles y radicales en conductas que daban mucho que pensar. Quien no considere irrefutables esos hechos, no es científico sino filósofo.
Lo predecible es obvio teniendo en cuenta que si alguien viene con fe a ese Cristo crucificado y resucitado, inevitablemente algo extraordinario sucederá en la vida de esa persona. Y lo replicable tiene lugar cada vez que se cumplen los mismos requisitos de fe en Jesús crucificado y resucitado; esto es, la conversión o nuevo nacimiento se dará indubitablemente en cualquier humano que venga con la actitud en cuestión.
Si esto no es contar con “resultados cuantificables”, ¿qué es? Quien diga que la fe en el Cristo resucitado “no se presta como hecho serio para el análisis de evidencias”, sin antes haber investigado con honestidad intelectual conversiones reales y el sinnúmero de reales evidencias que ofrece el cristianismo como religión histórico-empírica que es, peca de parlanchín y solo filosofa.
Ahora, puede surgir este interrogante: ¿Es ciencia la religión cristiana? Tal vez no lo sea si consideramos a la cristiandad solamente como un conjunto de normas; pero cada nacido de nuevo hace ciencia en su relación con Jesús, o por lo menos tal vivencia es susceptible a ser investigada si es analizada como lo que es: una experiencia personal y transformadora con Jesús de Nazaret, que resucitó corporalmente hace más de 2 mil años. A ello se debe que el cristianismo pueda -hemos observado- responder las exigencias y objetividad de la metodología de las ciencias naturales
Personalmente puedo testimoniar que la fe de la cual habla la Biblia tiene sustento fáctico real por lo vivenciado en mi vida (no me lo contaron como quien cuenta un chiste o cuento ni me lavaron el cerebro) y porque lo he visto en la vida de cientos de personas conocidas desde 1979, cuando nací de nuevo por obra del Espíritu de Dios. Si alguien no quiere aceptar mi testimonio, es su problema y decisión. Pero que no diga -a priori, a ultranza y sin investigar científicamente y con honestidad intelectual- que lo arriba anotado es “cuento de viejas”, “ignorancia” o “superstición”, pues lo único que revelará será notorio vaniloquio y desconocimiento del asunto discutido.
Pues bien, que los hechos del Evangelio y los testimonios de cristianos nacidos de nuevo sean difíciles de comprobar no significa en lo absoluto que sea imposible probarlos. Una cosa es su dificultad de demostrarlos y otra muy distinta es que no puedan ser evidenciados o sean falsos. La gimnasia con la magnesia no deben confundirse. No se escriben igual, no son la misma cosa y no cumplen la misma función. Hemos expresado que tanto los hechos del Evangelio como las conversiones responden muy bien los tres requisitos infaltables de las ciencias naturales, a saber: cuantificación, predicción y replicación.
En el sentido estricto del principio de la presunción de inocencia, toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario, ¿cierto? (Para muchos, y en ciertos casos, pareciera que “eres culpable, hasta que demuestres lo contrario”.) Pues bien, el que dude de las afirmaciones del Evangelio y del nuevo nacimiento (San Juan 3: 3-8) está obligado a demostrar su supuesta falsedad, aunque su mente cientificista no los entienda y con subterfugios, huecas sutilezas y argumentos filosóficos y alharaca pretenda rebatir lo revelado en las sagradas Escrituras y en las vidas transformadas. (¡Cuánta ignorancia hay del Evangelio bíblico y del poder de Dios en la vida del hombre y la mujer en escépticos, agnósticos y ateos! Luego caen en el autoengaño creyendo desvirtuar lo que solo conocen de oídas o han leído a vuelo de pájaro)
¿Qué quiero expresar con que el incrédulo está forzado a demostrar la hipotética falacia del Evangelio y del nuevo nacimiento? Contrario a lo que creen escépticos y ateos como Antony Flew, el nacido de nuevo no está constreñido a demostrar que la Biblia dice la verdad ni que el nuevo nacimiento es una grandiosa y bella realidad; son el escéptico, el agnóstico y el ateo -incluido Flew y los que creen igual que él- los que deben refutar las verdades evangélicas y las conversiones y demostrar su pretendida falacia, teniendo en cuenta que no es lo mismo cuestionar o filosofar que rebatir con fehacientes evidencias. Si dudas de mi honorabilidad, demuestra que soy un truhán. Mientras no lo hagas, soy un señor. (Es obvio, que -aunque nadie lo demuestre- ello no cambia el hecho de que deje ser mala sangre si lo soy. Pero para efectos de las apariencias seguiré siendo un gran señor) Bien lo ha dicho un juez colombiano, “la buena fe se presume; la mala fe hay que probarla”, estimado Antony Flew.
Nadie ha podido ni podrá demostrar que el cristianismo esté equivocado y que las conversiones sean engañosas; pero sí es posible probar su veracidad; evidenciar que Jesús de Nazaret es quien dice ser y que el Espíritu Santo del Dios creador todavía salva y cambia a las personas. Ahora bien, es cierto que el nuevo nacimiento es un misterio; mas lo misterioso no lo convierte en engañoso, sino que lo hace más atractivo por los cambios reales en el nacido de nuevo.
Según el criterio de falsación de Karl Raimund Popper (1902-1994), si nuestra teoría resiste los intentos de falsación deberá ser aceptada, provisionalmente, como científica mientras no se demuestre lo contrario. Tendrá, asimismo, más probabilidad de ser verdadera cuantos más intentos de contradecirla supere. Si ello es cierto en la filosofía de las ciencias naturales, ¿por qué coartar tal derecho a las cuestiones religiosas y a la ciencia teológica? Se actúa así por prejuicios antirreligiosos.
A quien con filosofía empirista, positivismo o neopositivismo lógicos y/o fanatismo racionalista y cientificismo arguya que las verdades teologales deben ser rechazadas por ser proposiciones “sin sentido” y “no poder ser verificadas”, reitero que los hechos narrados por el Evangelio y las afirmaciones del cristianismo en cuanto al nuevo nacimiento sí pueden ser comprobados investigando los registros del Evangelio con honestidad intelectual, y empíricamente dando el paso personal de conversión o investigando las conversiones, aun cuando todo ello sea imposible llevarlo acabo en un laboratorio entre cuatro paredes.
Además, fuera del planteamiento meramente especulativo de la filosofía, ¿en qué pruebas genuinamente científicas se fundamenta el grueso del pensamiento de un crítico para ser tan radical y dogmático en algo que apenas conoce, o que por lo general desconoce? Te aseguro que en el mayor de los casos no sabe de qué habla. Ya aseveramos que quien habla o escribe de algo que desconoce o conoce de oídas jamás podrá ser objetivo.
Si se diera el caso de que conociera el Evangelio teórico (las Escrituras), tampoco el resentimiento y otras emociones encontradas permiten ser imparcial y objetivo al analizar el Evangelio aplicado a la vida o al criticar a la Iglesia -tal como han hecho y siguen haciendo quienes en un tiempo fueron líderes de ella- por querer congraciarse con religiones y grupos tradicionales que de cristianos solo tienen el nombre.

Qué es la verdad

Hemos considerado cómo el ser humano ha buscado la verdad acerca del sufrimiento y las tres maneras de buscar esa verdad. Ahora veamos qué es la verdad, sea religiosa o no.
La búsqueda de la verdad ha motivado los corazones y el pensamiento de los hombres y las mujeres más que cualquier otra cosa en el mundo. Saber quién soy, de dónde vengo, hacia dónde voy ha provocado que la humanidad filosofe, teorice, invente, cuestione, escriba, lea, dirima en foros, cabildos, debates, organismos internacionales, medios de comunicación social. En fin, en todo lo que ha estado disponible o no para inquirir, investigar y discutir. Todo por conocer la verdad. A Pitágoras atribuimos la definición que filosofía es “amor al saber”, o a la sabiduría. Y no pocos han sido los pensadores que han aportado al pensamiento, ética, moral y religión de nuestra civilización.
Pero, ¿qué es la verdad? Seguro hay muchas definiciones, y hasta cada uno tendrá su “verdad”, veremos más adelante. Mas sigue el interrogante. ¿Qué es la verdad? Propongo esta definición: “La verdad es una cualidad de un juicio o de una proposición, que, cuando se la sigue hasta el total testimonio de los hechos de nuestra experiencia, no frustra nuestras expectaciones”. (10)
Otra definición pudiera ser la de William Randall Cremer (1828-1908): Verdad es “la realidad que se encuentra en la base de la apariencia; la esencia manifiesta y veraz de algo”. La verdad tiene como base real lo que al inicio puede que vea “borrosamente”, mas a medida que aumenta mi conocimiento de ella y descubro su esencia, me convenzo que es veraz, no una suposición mía o de otra persona. No olvidemos la aseveración de Madeleine L’Engle: El conocimiento es progresivo. La verdad es inmutable.
El conocimiento de algo casi siempre es relativo, mas la realidad es absoluta. Esto es, el conocimiento que tengamos de un objeto real tiende a ser relativo no por el objeto en sí ni por los distintos enfoques o interpretaciones que se hagan de la apreciación del objeto, sino por las limitaciones humanas de no saberlo todo acerca del objeto real. Mis limitaciones de conocer un objeto real, dicho sea de paso, no relativizan al objeto real, pues este, veremos, es independiente de mis limitaciones y/o interpretaciones. Si no lo fuera, el objeto “real” fuera leyenda, fábula, mito, superstición. De ahí la importancia de conducir el objeto investigado a través de los caminos puros y libres de presuposiciones y paradigmas de la investigación.
Aunque los enemigos del cristianismo no lo crean, el cristianismo primitivo o neotestamentario encaja perfectamente en la primera definición; ello ha sido demostrado en un apartado anterior. Esa primera acepción sobre la verdad es interesante porque la verdad para ser verdad debe necesariamente corresponder con la realidad, con los hechos ocurridos en tiempo y espacio reales. Si una declaración no tiene correspondencia con la realidad de los hechos, es falsa. (Los críticos del cristianismo han decidido encontrar el supuesto carácter legendario del Evangelio mucho antes de investigarlo) Para que mis razonamientos sean verdaderos deben concordar con los hechos, con la realidad. (Aquí resbalan y caen quienes rechazan los hechos del Evangelio, pues hacen ligeras afirmaciones sin haber investigado con honestidad) Y si mis razonamientos concuerdan con los hechos, con la realidad, mis expectativas no serán frustradas. La verdad tiene, además, la propiedad de mantenerse siempre igual, sin sombra de variación, a pesar del tiempo o espacio. Por ejemplo, el cristianismo primigenio es real muy a pesar de los constantes ataques orquestados de sus adversarios, de sus pésimas y amañadas interpretaciones y de que esté en vías de extinción en gentes e iglesias de falsos cristianos. Dos más dos son cuatro aquí y en cualquier lugar. Eso ha sido y siempre será así. Entiendo que la ley de la gravedad es igual aquí y en cualquier lugar del planeta. Esto es, cuando se prueba (no se especula) algo tanto en física como en matemática no se puede rebatir. La verdad es absoluta y conocible y no mudará jamás. ¿Acaso no es absoluta la verdad de que dos más dos son cuatro? ¿O no lo es la ley de la gravedad? La verdad absoluta es exacta. Si dejas de respirar, te mueres; salvo que te ayuden a respirar conectándote a un respirador o algo parecido.
La verdad, incluso, es dogmática, aun cuando el término dogma produzca animadversión a raíz de posiciones intransigentes y hasta irracionales de líderes y movimientos religiosos, denominaciones y sectas. Asimismo, por el sentido peyorativo que en filosofía se ha dado al vocablo dogmatismo desde los tiempos de Immanuel Kant (1724-1804), influido por la filosofía “antidogmática” de David Hume (1711-1776). (Coloco antidogmática entre comillas porque en realidad Hume era tan dogmático y radical que parece no haberse dado cuenta)
Ojo, toda verdad religiosa o secular es dogma o dogmática. Mas no todo dogma es verdad. Existen dogmas ciertos y dogmas falsos. El dogma falso fue llamado “dogma perverso” por Tomás de Aquino (1225 -1274). El “dogma perversum” está asentado en la falsedad o la mentira. Si la verdad no es dogmática, no es absoluta, sino relativa y cualquier viento de falsa doctrina o pensamiento acaba con ella. (En realidad, el dogma no es malo; lo dañino es mi relación con el dogma y mi actitud ante otras verdades o dogmas)
De igual manera, la verdad es fundamentalista; término también objetado por antecedentes de actos violentos llevados a cabo por religiones y líderes extremistas. Con todo, la verdad es fundacional porque en caso de no serlo cualquiera hace fiesta con ella. El conocimiento o dogma que carezca de seguro y verdadero cimiento o “piedra fundamental” (según el decir de los arquitectos) tarde o temprano sucumbe ante las investidas de argumentos sólidos y bien fundamentados. Sin embargo, aunque la verdad (dogma) excluye la mentira, no es sectaria ni fanática y sabe oír voces disidentes o diferentes. (La tolerancia no consiste en la aceptación de mentiras de otro y hacerlas parte de mis convicciones. Ello será aclarado en el capítulo 4 al ver el apartado Necesidad del ser humano de creer en Dios)
Sin incorporar falsedades en su pensamiento, la verdad está abierta a otras verdades que pueden complementarla y colaborarle a cimentar y erigir mejor el edificio de la verdad pura y eterna. Sin que ello se traduzca como que la verdad esté incompleta. La verdad tampoco es verdad por el simple hecho de que sea verdad. Pues, vimos, que la verdad para ser verdad deberá estar fundamentada y sustentada por los hechos de la realidad empírica.
La verdad también es independiente de lo que yo crea o no quiera creer. No depende de mi conocimiento o desconocimiento; objetividad o subjetividad. Tal vez no crea que dos más dos más dos, más dos, menos tres son tres. Pero las cuentas no mentirán, aunque las saque a mi favor. Puede que no crea en la ley de la gravedad, pero si me arrojo desde un puente sobre el Canal de Panamá, me mataré.
Si la verdad dependiera de mi conocimiento o desconocimiento; objetividad o subjetividad, no fuera verdad absoluta, sino mi propia verdad, o la verdad de otro, que bien pueden ser ciertas o equivocadas. También pudiera ser verdad relativa por ser el enfoque de cada cual. Si mis razonamientos concuerdan con los hechos de la realidad, y esa realidad se mantiene inmutable a través del tiempo y espacio, y no está sometida a mi conocimiento o desconocimiento, objetividad o subjetividad, entonces estoy frente a la verdad. Pero de mí depende creer y/o aceptar o no esa verdad. Si la creo y la acepto, como si no la creo y rechazo, esa verdad sigue siendo verdad. Mi aceptación o rechazo no afecta en nada esa verdad; pero los principios que proclama esa verdad me pueden afectar de manera positiva o negativa, dependiendo del alcance de esa verdad. Entre esos principios están algunos valores y todos los preceptos bíblicos, muy cuestionados por filósofos relativistas y pesimistas y rechazados por mentes de “avanzada” con presunción de científicos, que esconden más bien un espíritu filosófico arraigado en el énfasis animalesco que hace de la naturaleza humana.
En el vocabulario del incrédulo noto que se habla de las creencias del cristiano como si se tratara de credos particulares en los cuales el creyente en Cristo decide creer, sin importar su falsedad. (Otros consideran que no importa lo que creas, sino que creas) El escéptico ignora (o no quiere ver) que no se trata de qué creen los cristianos o no, sino si es verdad lo que los creyentes creen. Si están en la verdad. Creer o no creer en algo no hace verdadero o falso lo que creo. Las creencias las tenemos todos; el escéptico, el agnóstico y el ateo también las tienen. El nacido de nuevo además de creencias tiene convicciones en un resucitado Cristo histórico que al revelársele le transformó la vida y aún sigue haciéndolo. Pues bien, si creo la verdad y la acepto, estoy en la verdad. Si no la creo y rechazo, no estoy en la verdad.
Nota que digo estar en la verdad, no digo “tener” la verdad. Considero que la verdad no se tiene, como un modo de tener (tengo una casa), sino que estoy en la verdad, como modo de ser y estar. No es tener la verdad porque no es posesión exclusiva mía, sino que yo esté en la verdad, que esa verdad sea parte de mí. Hay verdades que conozco porque están en mi cerebro pensante, pero como no las creo -por una u otra razón- no son parte de mi cerebro emocional, de mi ser: espíritu, alma, cuerpo. Por tanto, son huecas y relativas para mí. Empero no es que esas verdades sean vacías o relativas, sino que para mí no tienen validez ni utilidad. No son parte de mi mí mismo, de mi ser. Ejemplo: hay casos en los cuales las gentes conocen una verdad, pero no están en la verdad; esto es, conocen esa verdad con su cerebro pensante -intelecto (ego)-, pero esa verdad no es parte de su inteligencia emocional. Saben que fumar y beber en exceso produce cáncer y cirrosis respectivamente, pero siguen con el mal hábito. Por ese motivo esa verdad no les afecta para hacer cambios reales en su vida. Dicha verdad no es rhema en esa persona. Un rhema es una “palabra específica, para una persona específica, en un momento específico”, afirma David Yonggi Cho. (11)
Esa es una de las razones por las cuales se cumple el dicho que señala: “No practicas lo que predicas” o lo que dices que crees.

Mi verdad, tu verdad, la verdad

Tuve la oportunidad de leer una entrevista que le hicieran a una actriz en cuanto a su relación con un hombre casado; la hermosa mujer no la negaba, pero señaló algo interesante al decir que lo manifestado al reportero era la verdad de ella, mas reconocía que también estaba la verdad de la esposa de su amante, y la verdad. Señalamiento parecido he oído en círculos periodísticos y en el diario vivir. Razonamientos como ese pueden coger por sorpresa a los desprevenidos o causar que nos asalte una idea más o menos como esta: “Debido a que cada uno ‘tiene su verdad’, porque ‘la veracidad de un hecho depende del ángulo a través del cual se miren las cosas’, entonces todo es relativo”. ¿Será verdad que todo es relativo? ¿Será que todo depende de la cultura donde nos hayamos criado? ¿Será cierto que la Historia es como la cuente el primero que llegó o el vencedor? ¿Dónde está la verdad absoluta, si la hay? ¿Será cierto que la verdad depende del mundo de experiencias en el cual somos actores? Si no hay absolutos, ¿cómo puede estar tan seguro el relativista de que no hay absolutos? ¿De dónde surge tal certeza? Solo siendo omnisciente; entiendo que nadie lo es. Cierto es que por nuestras limitaciones no podemos tener la certeza absoluta sobre una ley ni de nada, pues es imposible tener verdades definitivas, mas ello no desvirtúa que haya verdades absolutas.
La pregunta sigue en pie: ¿Hay verdades absolutas o no? Partamos aclarando que aunque algunas cosas son relativas no significa que todas lo sean. Generalizar es equivocarse. Si no me quiero equivocar, debo abstenerme de afirmar que todo es relativo Si todo es relativo, entonces hasta mi afirmación “todo es relativo” no puede tomarse en serio, ya que “todo es relativo”, según esa forma generalizada de ver la vida. Y en caso de que la declaración “todo es relativo” sea cierta, entonces el relativismo es falso, puesto que ya hay algo que no es relativo: la aseveración de que “todo es relativo”. En realidad, ese círculo vicioso y autoderrotista puede ser detectado en los postulados que pretenden desvirtuar el conocimiento de la verdad absoluta. “El hacer que la verdad sea relativa según la cultura, las circunstancias o los tiempos, es conducir a la confusión, luego al escepticismo y finalmente a la desesperación”. (12)
Tendemos a convertir nuestras creencias, opiniones, experiencias muy particulares y subjetivas en verdades generales y objetivas. Ello es visible en por lo menos tres campos del conocimiento: religión, filosofía, ciencias naturales.
Religión: se ve en el religioso que cree que Dios solo se manifiesta en su grupo y de la manera en que a él se le reveló y/o siente la presencia de Dios, olvidando que el Dios de la Biblia no es Dios de moldes ni de patrones de conducta. El profeta Elías es fiel testigo de ello.
Filosofía: en el filósofo que con humos de científico hace de sus supuestos, traumas y resentimientos su caballito de batalla para buscarle siempre la quinta pata al gato y menospreciar religiones y creencias, ignorando que una mente predispuesta y con intereses rara vez es fiel a los hechos.
Ciencias naturales: en el llamado científico que al investigar espera que lo que cree suceda, pasando por alto los hechos más evidentes, y siendo encantado por prejuicios y formulismos de un conocimiento condicionado. Más aún, como todos los supuestos, una presuposición “científica” plantea la posibilidad de convertirse en una predicción que se cumple, pues al suponer el científico que algo es verdad, inconscientemente se demuestra a sí mismo que lo es. Todo lo deduce a la luz de su presuposición y actúa de acuerdo a ello. El paso a seguir es que sus acciones producen el resultado que el científico había anticipado y confirma su creencia en el supuesto. ¡No hay nada más trágico que el autoengaño nacido de un lavado de cerebro gremial! Esto lo veremos en el transcurso del libro cuando tratemos el sinnúmero de creencias contrarias a la Biblia)
Acerca del supuesto de que la historia es como la cuente el primero que llegó o el vencedor, considero que muchas veces la verdad histórica precisa que la complementen; la corroboren. Sin que ello signifique que el hecho sea relativo. Yo diría que la verdad histórica muchas veces está incompleta por ser casi siempre el punto de vista de alguien, mas el hecho en sí nunca es relativo, puesto que el suceso ocurrió en tiempo y espacio reales. No fue invención de nadie. Si lo fuera, no sería historia, sino historieta. Ejemplo: ante un ilícito, el periodista investigador, el detective, el abogado necesitan que ciertos hechos sean ampliados y esclarecidos para arribar a una conclusión acertada, o lo más cerca posible a la verdad. Y para ello se le da seguimiento a lo acaecido. No se da por cerrada la investigación hasta tanto no haya los suficientes elementos de juicio. Del mismo modo, se hace con los hechos históricos. Se investiga, se escribe, se lee, se cuestiona, hasta arribar a lo más cercano posible del hecho. En periodismo se habla de consultar varias fuentes ante un hecho que lo amerite. La verdad de un hecho a veces no surge de una sola fuente, o fuente anónima (“Garganta Profunda”, caso “Watergate”) que da la información, sino de varios sujetos que fueron testigos oculares u oidores, o que conocen los hechos de primera mano.
En vista de que el cristianismo es una religión histórica -no se basada en mitos ni supersticiones- citaré algunos autores que Josh D. McDowell menciona en Nueva Evidencia que demanda un veredicto (Editorial Mundo Hispano, Colombia: 2004) con el objeto de aclarar ciertas dudas en cuanto al rol que juega el historiador en la transmisión de hechos históricos. Luego observaremos lo que asevera Marc Bloch al respecto.
David H. Fisher sostiene que “el relativismo equivocadamente argumenta que, debido a que todos los relatos históricos tienen por fuerza que ser parciales en el sentido de que son incompletos, también tienen que ser parciales en el sentido de que son falsos. Pero lo cierto es que un relato incompleto puede ser objetivamente un relato verdadero; aunque no puede ser toda la verdad” (13)
Norman Geisler agrega que “el hecho de que los relatos históricos sean fragmentarios no destruye su objetividad... La historia no tiene por qué ser menos objetiva que la geología simplemente porque depende de relatos fragmentarios. El conocimiento científico [de las ciencias naturales] también es parcial y depende de supuestos y de un marco general que podría probar ser inadecuado, si se descubrieran nuevos hechos”. (14)
Por otra parte, la posición posmodernista de Jean Francois Lyotard es de incredulidad con respecto a la metanarrativa (gran historia), pues sus reclamos de ser una verdad universal son rechazados por “opresivos” y “totalizadores”. Esto es “[...] todos los grandes sistemas filosóficos están muertos, todas las explicaciones culturales están limitadas, todo lo que queda son pequeñas historias aceptadas como verdad por diferentes grupos y culturas [...]”. (15) Como vemos, esa posición decanta en perverso relativismo y pesimismo que atentan contra sí misma.
No dudo de que haya casos en que se ha quitado o añadido algo a un hecho. Pregunto: ¿está supeditada la verdad histórica a lo que se le quitó o añadió a lo ocurrido? Pienso que no. Claro, se distorsiona la verdad. Pero el hecho sigue siento real si ocurrió en tiempo y espacio reales, si corresponde con la realidad. Cómo y dónde murió Simón Bolívar no relativiza el hecho de que el Libertador existió, libertó a cinco naciones americanas y murió en Santa Marta, en el Caribe colombiano. Los hechos podrán cambiarse o falsearse, pero lo ocurrido originalmente sigue siendo real. ¿Qué es lo real? ¡Que Bolívar existió y libertó a varias naciones de América y murió! Lo otro que se diga y que no corresponda con la verdad es falso, aunque se tenga por cierto. Lo que prentendo expresar es que la verdad es independiente de su interpretación. La verdad original es absoluta o exacta, está completa y no depende de la interpretación que se le dé, a pesar de que dicha interpretación puede afectar el mensaje, mas no la verdad en sí.
Sobre la subjetividad en la historia, Geisler afirma: “El hecho de que el historiador debe seleccionar sus materiales no convierte a la historia automáticamente en subjetiva. Los jurados toman decisiones ‘más allá de duda razonable’ sin tener toda la evidencia. Si el historiador posee evidencia crucial y pertinente, será suficiente para lograr la objetividad. Uno no necesita saberlo todo para saber algo”. (16) (Las negritas son mías)
En cuanto a juicios de valor, Geisler considera que “esto de ningún modo hace que la objetividad histórica sea imposible. Objetividad quiere decir ser justo al tratar los hechos. Quiere decir presentar lo que ocurrió tan correctamente como sea posible. Además, la objetividad significa que cuando uno interpreta por qué ocurrieron estos hechos, el lenguaje del historiador debe atribuir a estos sucesos el valor que realmente tenían en su contexto original... Una vez que se ha determinado la cosmovisión, los juicios de valor no son indeseables o tan solo subjetivos. De hecho, son esenciales y necesarios objetivamente”. (17)
A propósito de la cosmovisión del historiador, Geisler afirma que aunque “el historiador sea producto de su cosmovisión no quiere decir que su historia sea producto de su tiempo... Esta objeción confunde el contenido del conocimiento con el proceso por el cual se obtiene. Confunde la formación de un punto de vista con su verificación. La fuente de una hipótesis no se relaciona necesariamente con cómo uno establece su validez”. (18)
Quizá alguien argumente que la selección y el arreglo de los materiales están sujetos a la voluntad del historiador. W. H. Walsh aborda el tema al considerar que “es dudoso que podamos tomar este tipo de parcialidad como un obstáculo serio al logro de una verdad objetiva en la historia. Es dudoso por la simple razón de que todos sabemos por experiencia propia que este tipo de prejuicio puede ser corregido o permitido... Y sostenemos que los historiadores deberían estar libres de prejuicios personales y condenar a aquellos historidadores que no lo están”. (19)
Marc Bloch (1886-1944), quien ha revolucionado el perfil del oficio del historiador, en Introducción a la historia (editorial Fondo de Cultura Económica, consultado en la Red, 2006) asegura que ante la postura del conocido “padre de la historia científica”, Leopold von Ranke (el historiador no se propone más que escribir historia como “realmente fue”), existen dos problemas: una tentativa de reproducción de los hechos o una tentativa de análisis de los hechos en cuestión. En la primera -por mucha erudición del historiador o documentación que tenga a mano- se trata de contar, de manera más o menos potable, los hechos ocurridos en el pasado de un pueblo, de una colectividad o de un personaje equis.
Como contraste, está la tentativa de partir con una posición crítica independiente de abundantes fuentes documentales de las clases dominantes en cada período de la historia. Si ello no se hace, se estará transmitiendo única y exclusivamente el punto de vista de los detentores del poder político y socio-económico del momento. Ejemplo: sentar en el banquillo de los acusados al nacionalsocialismo por la matanza de millones de civiles judíos y de soldados de naciones aliadas exclusivamente desde una óptica ético-religioso-sectaria y filosófica, sin analizar por qué surgió, cómo se desarrolló y sustentó, sería gastar pólvora en gallinazos y errar el blanco.
Por otro lado, una declaración -cierta o falsa- no es de ninguna manera la causa de la existencia real de un objeto. Por el contrario, el objeto real es la razón de que la declaración sea cierta o falsa. El objeto real hace que la declaración sea falsa o cierta. La interpretación que hacen los historiadores de un hecho histórico no hace al hecho cierto ni falso, pues este es real independientemente de la buena o mala interpretación del historiador, de su objetividad o subjetividad. Más bien es la interpretación histórica la que depende del hecho interpretado, no este de aquélla.
Los hechos históricos ocurridos en tiempo y espacio reales son comprobables no con el método científico de las ciencias convencionales, sino con la prueba histórica legal, que despeja toda duda razonable con hechos circunstanciales, testigos, huellas, hallazgos, etc. No olvidemos que los hechos ocurridos son susceptibles a la investigación científica, teniendo necesariamente como pilares las herramientas que facilita la prueba histórica legal; cualquier interpretación de esos hechos es filosófica, no es ciencia.
“Solo cuando se acude al raciocinio es que se tambalean todas las historias bíblicas”. ¿Quién expresó tal barbaridad? ¿Será que la razón humana tiene más fuerza que los hechos ocurridos en tiempo y espacio reales? Eso cree alguien que tiene fe ciega en la falible, insegura y limitada razón humana y se engaña a sí mismo y a otros pensando que puede explicarlo todo, y que por megalomanía, presuposiciones y resentimientos no ha podido entender que los hechos históricos -religiosos o seculares- ocurridos en tiempo y espacio reales pueden ser cuestionados, mas no echados por tierra; aunque al argumentar recurra a toda suerte de sofismas.
(Debo hacer notar que la mayor parte de escépticos, agnósticos y ateos en realidad no explican nada al tratar de rebatir la existencia de Dios y los milagros: solo argumentan en círculo y dicen “no creo que esto sea así”; o, “no creo en divinidades ni en milagros”. Es decir, su posición es netamente filosófica, metafísica. No saben [no les consta; no tienen pruebas ni hechos reales] sobre Dios y lo sobrenatural, sino que no creen [especulan, adivinan, filosofan; es su deseo que sus creencias sean ciertas] que Dios exista, y, además, creen que los milagros son supersticiones. Asimismo, nótese el dogmatismo, radicalismo y fundamentalismo cuando estos señores expresan sus creencias. Proceden igual o peor que el fanático religioso. Si alguno de ellos osara señalar que sabe que Dios no existe o que los milagros no pueden ocurrir, debemos llamar de inmediato a un sicoterapeuta, puesto que simple y sencillamente se ha sicotizado)
El padre de tal declaración debería tomar clases de arqueología e historia bíblica a fin de que se entere de la confiabilidad histórica del Antiguo y Nuevo Testamento. Él también en otra ocasión escribió que en los tiempos de Moisés no se había inventado aún la escritura, y aceptó como veraces los desatinos históricos de una novela aparecida en 2003 que recocina la fábula gnóstica de un Jesús casado con la Magdalena y con hijos. Para acabar de demostrar su total desconocimiento de historia antigua, dio fiabilidad histórica a un escrito tan espurio como el Evangelio de Judas. ¿Qué credibilidad puede tener alguien que sin investigar con honestidad intelectual se obstina en filosofar y abrazar con fervor religioso lo antirreligioso, pues para él su “ciencia” es capaz de explicar y entender y ver el bosque entero cuando en realidad está sólo frente a un solo árbol? (En el capítulo 3 veremos que la religión de los materialistas ateos es la teoría de la evolución)
Hasta la fecha, nadie con toda la fanfarria y desesperado empeño por ridiculizar la Biblia y ganar protagonismo y dinero ha logrado probar errores históricos o de cualquier índole en las sagradas Escrituras judeocristianas. Quien diga lo contrario filosofa y/o miente deliberadamente. (Nadie jamás podrá demostrar ningún error en los 66 libros de la Biblia pues no los hay. Lo que sí hallamos, veremos, son creencias equivocadas de ciertos personajes bíblicos, mas ello no demuestra que el Libro contenga errores; revela que Dios no oculta las creencias disparatadas de las personas, o que su conocimiento de la verdad estaba en progreso)
En pocas palabras, la Biblia ha ganado a pulso su credibilidad histórica y religiosa a pesar de la fenomenal oposición armada contra ella. Y todos los que se han levantado contra la Palabra de Dios han quedado en el olvido.
Examinemos la postura ‘mi verdad, tu verdad, la verdad’. En el caso que nos ocupa, la infidelidad ocurrió; la pareja involucrada tuvo el coraje de aceptarla ante la esposa del sujeto infiel y los medios. Puede asegurarse sin lugar a dudas que la infidelidad es una verdad absoluta porque sucedió en tiempo y espacio. Lo relativo es el enfoque que le dieron al suceso tanto los involucrados como la prensa. Pero ni aun así la acción o verdad (infidelidad) se relativiza ni pierde credibilidad o veracidad. La ambivalencia se debe no a que la verdad (infidelidad) sea relativa, sino a que cada persona tiene su versión o interpretación de lo sucedido, que es muy diferente. El hecho sigue siendo real. Lo que varía es la forma en que se interpreta y/o comunica.
Toda verdad absoluta es independiente de las versiones que haya de ella. Ejemplo: Separados, marido y mujer consultan a un ministro religioso o terapeuta. ¿Será que los dos dirán las mismas cosas? Ello sería la excepción a la regla. La realidad enseña que la regla es que cada uno narra los hechos a su favor, achacándole al otro la culpa de la situación. “Doctor, mi mujer es un monstruo de celos...”. O: “Reverendo, mi marido es un animal; es un milagro que camine en dos patas...”.
El consejero calificado e imparcial les escucha por separados y luego juntos; toma tiempo para reflexionar sobre lo que escuchó y anotó; saca conclusiones de las dos versiones, y luego orienta basado en lo que revelaron los dos. Pero sin tomar partido a favor del que primero dio su versión (a menudo se actúa así), o por el aconsejado de su mismo sexo. Es decir, no hace acepción de personas por cuestiones de sexo. Mucho menos se involucra sentimental ni sexualmente con el paciente o aconsejado. Pues bien, es obvio que hay serios problemas en esa pareja. Esa es una verdad absoluta; quizá algún osado o nihilista asevere que no hay ningún problema entre ellos; la negación no desaparece el hecho. La táctica del avestruz es inoperante. La relatividad está en lo que expresan los esposos; en la versión de cada uno. No nos meteremos en enredos dialécticos de discutir y polemizar ni en el discurrir de filosofías y huecas sutilezas que llevan al desespero. Cuando una persona está empecinada en que lo que cree es verdad, no creerá ni aunque alguien se levante de los muertos ante sus ojos (lo primero que dirá es que los muertos no pueden resucitar. Cree o supone que no resucitan, pero su supuesto lo convierte en un hecho real: los muertos no resucitan. Para saber si en verdad los muertos no resucitan debo saber realmente que no resucitan, no suponer que no lo hacen apoyado únicamente en lo que entiendo de las ciencias naturales y pasando por alto que en la física de la relatividad de Einstein ya ni los milagros son imposibles. No es igual saber algo por experiencia que suponerlo filosófica o metafísicamente, aun cuando dé explicaciones racionalistas, cientificistas y reduccionistas cimentadas en las falibles ciencias convencionales. En el capítulo 12 retomamos el tema de la resurrección), y es capaz de defender y justificar lo más irracional. Una mente deformada por orgullo y prejuicios es difícil de penetrar con la razón de la verdad.


¿Es posible conocer la verdad?

Según algunos, es imposible conocer la realidad, y finalmente la verdad, porque, entre otras cosas, la verdad se da en función de la perspectiva de cada uno. Es decir, lo que tengo como realidad en el mundo empírico en el cual vivo no es realidad, sino solo percepción de la realidad. Hace unos años conocí a una joven señora que en varias conversaciones dejó sentada su posición “todo es relativo”. En una de esas esporádicas pláticas, le pregunté: ¿Es relativo el Holocausto judío? A lo que sin pestañear contestó: “Sí, todo depende desde qué ángulo lo veamos”. No podía creer lo que oía y opté por cambiar el tema. (¿Qué dirían supervivientes como Simon Wiesenthal, cazador de nazis fallecido en setiembre de 2005? ¿Qué opinarían Viktor E. Frankl, la pequeña Ana Frank y otras víctimas de tamaña vergüenza humana?)
Como ella, muchas gentes en el siglo XXI procuran adulterar hechos reales, niegan que el Holocausto judío sea histórico o creen que los datos han sido manipulados por los judíos o sus simpatizantes. Consideran que todo es relativo, que ya no hay valores, principios, moral, ética ni un canon o modelo a seguir. “Todo depende a como quieras guiar tu vida; al marco cultural, religioso o filosófico en el cual te criaron”, o “nada es bueno ni malo; todo depende de cómo usas las cosas”, aseguran dogmáticamente.
¿Será verdad que “la moral o costumbre, por etimología, es un valor cambiante en el tiempo y entre culturas disímiles”? Esa declaración es verdadera hasta cierto punto. Verdad es que los vocablos “moral” y “costumbre” -del griego mos y ethos- son variables muy sujetas a tiempos y culturas; sin embargo, partimos de una premisa errónea si generalizamos y obviamos la existencia de principios morales bíblicos o los valores morales objetivos que por estar cimentados sobre verdades absolutas y universales son invariables y válidos e independientemente obligatorios si alguien cree en ellos o no.
Desde luego, si Dios no existiera los principios bíblicos y los valores morales objetivos fueran solo el producto de la evolución sociobiológica que postulan los ateos, tal cual cree Michael Ruse: “La moralidad es una adaptación biológica no menos que las manos, los pies y los dientes”; es “solo una ayuda para la supervivencia y la reproducción [...] cualquier significado más profundo es ilusorio”.
Tales aseveraciones dogmáticas y radicales pasan por alto que los humanos, antes de ser éticos, somos seres morales. Nacemos con un circuito integral moral infalible, universal y común a toda la especie humana. Ello, además del raciocinio y el espíritu, nos diferencia de los animales. La ética, por su parte, es simple y llanamente falible, situacional y particular. Podemos ser éticos, pero inmorales. Mas es imposible ser nacidos de nuevo y no ser éticos.
Como viéramos, si no nos metiéramos en la Biblia también hallaríamos valores morales absolutos u objetivos en la vida secular: no mates, no adulteres, prohibido codiciar, no abuses de los niños..., que -dicho sea de paso- en la civilización occidental tienen su génesis en la moral judeocristiana. Si no hubiese moralidad y valores morales objetivos, colapsaría todo el andamiaje de principios, moral y legalidad de nuestras civilizaciones. La anarquía y el caos se entronarían. Aun la ética y principios de los adversarios de todo tipo de moralidad se irían a la porra. ¿De qué hablan entonces? Ya analizamos que el relativismo es autoderrotista.
Hay quienes han objetado la moral cristiana porque “interfería con nuestra libertad sexual”. Pero en un arranque de honestidad lo han reconocido como Aldous Husley (1894-1963) en El fin y los medios (Ends and Means, 1937). Otros colocan objeciones, mas no tienen la entereza de admitir que el fin y los medios que persiguen sus argumentos seudocientíficos, anarquistas y “librepensadores” son para encubrir su vida privada, donde todo vale pues “Dios no existe y la moral única es una falacia”.
Quienes critican la moral cristiana y la secular no entienden que tanto ellas como la ética son poco útiles sin la participación directa de la naturaleza humana pecaminosa dada a los placeres temporales del pecado. En pocas palabras, el mal no está en la moral ni en la ética, sino en el ser humano. Las normas, leyes, preceptos y mandamientos pueden ser buenos, pero “la carne es débil”, dice la Biblia. Y, lamentablemente, muchos usan esa verdad para seguir en la zona cómoda de la inmoralidad y la ausencia de ética. He conocido gentes que alardean mucho de ética, pero son inmorales. En cambio, todavía no he conocido verdaderos cristianos que no sean éticos.
Los antagonistas de la moral única critican a los cristianos por creer en una moral única, pero igual actúan ellos por creer que en lugar de la moral cristiana está la suya como única, acorde con su cosmovisión y merecedora de aceptarse para vivir “a mi manera”, como reza la vieja canción de Paul Anka et al, popularizada por Frank Sinatra. Visto de otra manera, es quita tu moral para colocar la mía, pues me conviene más. Para ellos, no se trata de cuál moral es más conveniente, beneficiosa y apegada a la verdad de principios y valores universales objetivos, sino la que esté más afín con sus intereses egoístas. Por tener el veredicto de antemano en cuanto a la moral cristiana y el cristianismo, el crítico no toma tiempo para investigar a conciencia y con honestidad.
Insisto, el relativismo moral o normativo en vez de ser una alternativa sana y genuina es un callejón sin salida, y generalizar y relativizar es equivocarse. Analizar al ser humano solo desde el punto de vista antropológico o natural es tan erróneo como estudiarlo exclusivamente en términos espirituales. A ello se deben los notables tumbos y quebraderos de cabeza de la teología, sicología, siquiatría y sociología; también de la medicina y de cualquier otra disciplina, ideología o filosofía apoyada en el darwinismo social, propulsor de la corriente de que no hay una norma de ley universal decretada por una deidad; solo existen valores culturales condicionados que varían de lugar en lugar y de situación en situación. De ahí lo vital de hacer un estudio integral que aborde las tres dimensiones del humano: espíritu, alma y cuerpo. El estudio que quiera pasar agachado está condenado al fracaso.
Es evidente que hay valores, costumbres, moral y objetos que dependen del pueblo, los tiempos que corren o el uso que se les dé. Sin embargo, hay cosas y ciertas conductas intrínsecamente dañinas o malas como el tabaco, las drogas ilícitas, la pornografía, el incesto, asesinato, envidia, pederastia... Para no equivocarnos ni parcializarnos es necesario estudiar las distintas facetas que contenga un tema equis y la utilidad de las cosas. Antes, ciertas modas femeninas eran un escándalo; hoy, en media humanidad el mal gusto y la vulgaridad son admirados y bien remunerados. (Por desgracia, hasta en los templos cristianos se ha filtrado la liberalidad y el impudor en el atavío de las féminas. No soy partidario de la liberalidad en el vestir, pero tampoco secundo el legalismo) Mientras que otras comunidades viven semidesnudos o con taparrabos.
Otros (as), muy “civilizados”, se bañan en cueros o con los pechos al aire en playas nudistas. Pero, de ahí a asegurar terminantemente que la “moral o costumbre [...] es un valor cambiante” determinado o condicionado por “[...] el tiempo y culturas disímiles”, hay un mundo de diferencia. En pocas palabras, eso transmite el darvinismo, o, mejor dicho, quienes proclaman la teoría evolucionista como un hecho absoluto y “comprobado”. En el capítulo 3 observaremos que el darvinismo tiene muy poco de científico, mas sí mucho de filosofía.
Pregunto: ¿Son la fidelidad, la lealtad, el amor, el respeto a la vida y buen trato a los niños, mujeres y ancianos valores y/o moral relativos? ¿O desfasados? Que un grupo ajeno a la civilización vea la infidelidad, el asesinato y otros antivalores “buenos” no significa de manera alguna que el adulterio, desamor, hurto, robo, asesinato, canibalismo o maltrato al menor sean correctos. Que la mayor parte de políticos hurte no quiere decir que cogerse los dineros de la nación sea honesto. Que muchos hombres (y no pocas mujeres) sean infieles no santifica el adulterio. Que el amor sea confundido con el desamor y despecho en canciones y poesía no habla de la pérdida del valor universal llamado amor. Decir lo contrario es equivocado.
Donde no hay moral absoluta a menudo gana el poder injusto. De ello son testigos los países donde los movimientos revolucionarios inspirados en el ateísmo destruyeron Europa y otros países, y fueron responsables directos de la aniquilación y matanza de más de cien millones de seres humanos solo en el siglo XX. ¿Es eso lo que desean los creyentes ateístas? Sí, muchos no se dan cuenta de que están formando “hombres sin pecho”, como los llama C. S. Lewis, y luego esperan de ellos virtud y arrojo. Hacen mofa del honor y la lealtad, y después se sorprenden descubrir traidores entre ellos. Exacerban y glorifican el sexo sin moral, y esperan que el sida y las infecciones de transmisión sexual desaparezcan. ¿Será que son contradictorios y autoderrotistas?
No crea el lector que estas ideas disparatadas sobre moral, religión, fe, la Biblia, Dios y Jesús son nuevas. Son refritos de ideas muy primitivas. Muchas nacieron antes de Cristo y en la Edad Media. Pero ahora son presentadas con barnices y etiquetas de racionalismo ético, humanismo, modernismo y ciencia. Desde luego, tales posturas filosóficas o ismos están a años luz de las disciplinas que dicen representar.
En este siglo XXI y en cualquier otro -si Jesús no viene antes- el adulterio, asesinato, hurto, robo, aborto (que persigue justificar una irresponsabilidad y/o llenar los bolsillos de parteros y médicos abortistas), destrucción de embriones humanos, maltrato y abuso de niños, mujeres y ancianos y otras iniquidades contempladas en la Biblia serán faltas a la moral, a las buenas costumbres, a la ética y al sano (hay uno enfermo) sentido común. Pero, sobre todo, aunque las leyes humanas y una sociedad libertina cautiva por filosofías relativistas quieran atenuarlos y/o legalizarlos -catalogándolos de “moralinas”- serán pecados ante los ojos de Dios y del pueblo que camine con los ojos puestos en el Cristo resucitado. Dios ni su Palabra cambian como cambiamos nosotros y languidece nuestra percepción de la moral y el pecado. Para Dios, el pecado sigue siendo pecado y mata cual cianuro que corta vidas aunque le añadan miel de abejas; transcurran los siglos o se lo beban en Londres, en los bosques vírgenes descubiertos en Indonesia a finales de 2005, o en cualquiera de los “nuevos” planetas visualizados por la lente de un potente telescopio. Tampoco el pecado deja de ser pecado porque lo cometa (sabiéndolo o no) el ser más culto o ignorante del planeta. Con todo y que no lo acepten relativistas y pesimistas, escépticos, agnósticos o ateos, hay valores absolutos, y existe una fuente inerrante y universal de moral llamada Biblia. Yerra quien diga lo contrario sin investigar con honestidad intelectual.
Puede ser que haya ética y/o moral situacional, como asegura Joseph Fletcher. Pero te aseguro que no existen preceptos bíblicos situacionales. Dios seguirá llamando pecado al pecado aunque no me guste, o sea piedra de tropiezo y de escándalo a teólogos y eruditos liberales.
Hay otros elementos convenientes para tener en cuenta en la aseveración “Todo depende a como quieras guiar tu vida; al marco cultural, religioso o filosófico en el cual te criaron”:
(a) Es verdad que cada cual es “dueño de su destino y capitán de su alma”, escribió W. E. Henley (1849-1903); (b) Cada uno propende ver la vida desde su especialismo, veremos más adelante; (c) Existen paradigmas que estancan mi curación anímica e impiden el nacimiento y crecimiento espiritual. Por tanto, debo superarlos a fin de avanzar como sujeto, persona e individuo; (ch) Es cierto que hay verdades relativas. Pero de ahí a manifestar que todo depende del cristal con que se mire o tiempos modernos hay un buen trecho. No olvidemos que generalizar es equivocarse. En muestreo, sacar conclusiones de una muestra pequeña lleva a un rotundo fracaso. De ahí la necesidad de obtener una muestra representativa de una población.
Con el objeto de dar a conocer algunos elementos sobre la posibilidad o no de conocer la verdad, me limitaré a mencionar los principios primarios, base de cualquier tipo de conocimiento, bien en las ciencias convencionales o en la filosofía, que Josh McDowell esgrime en su ya citada obra Nueva Evidencia que demanda un veredicto (Editorial Mundo Hispano), y anotan Norman Geiler y Ron Brooks en Cuando los escépticos preguntan (Editorial Unilit). Al que desee ahondar al respecto, sugiero estas dos obras, que además abordan las posiciones de quienes objetan los principios primarios, y rebaten el posmodernismo, escepticismo, agnosticismo y misticismo, que no veremos porque no vienen al caso.
Primero, todo conocimiento científico o filosófico tiene como fundamento los principios primarios. Esto es, la evidencia de la realidad tiene como base principios primarios.
Segundo, los p. p. demuestran ellos mismos su veracidad, pues los principios primarios son la base autoevidente de todo conocimiento, es decir, no necesitan ser probados.
Tercero, los principios primarios del conocimiento se derivan de la cosa más básica acerca de la realidad: su ser (existencia). Esto es, lo primero que llegamos a conocer de la realidad, cualquiera que sea, es el concepto de su ser.
Ahora bien, cada uno de los principios primarios es verdadero en el área del ser (ontología) y se aplica al área del conocimiento (epistemología).
Los principios primarios son:

1. Identidad B es B.
2. No hay contradicción: B no es no B.
3. Se excluyen puntos medios (cualquiera de los dos: B o no B)
4. Causalidad (no B no puede causar B)
5. Finalidad (todo agente actúa para un fin)
6. Otros principios primarios pueden reducirse al principio de que no se contradicen. (20)


Proposiciones autoevidentes acerca del conocimiento

1. Algo puede ser conocido
2. Dos opuestos no pueden ser verdaderos.
3. Todo no puede ser falso.

Proposiciones autoevidentes acerca de la existencia

1. Algo existe (por ejemplo, yo)
2. Nada no puede producir algo
3. Todo lo que llega a ser es causado. (21)



Es bueno saber que estos principios son el fundamento del conocimiento humano. Cualquiera sea su área. Si nos guiamos por ellos, la lógica y la evidencia pueden confirmar que Dios existe y que el Señor Jesús es su Hijo encarnado que nació de María la virgen y resucitó corporalmente al tercer día tal cual había sido profetizado por los profetas del Antiguo Testamento. Ya anotamos que la verdad tiene como fundamento absoluto principios primarios y puede ser verificada mediante medios lógicos, porque al fin de cuentas la verdad siempre corresponde con la realidad. Y, aunque los incrédulos digan lo contrario, los hechos narrados por el Nuevo Testamento son coherentes con la realidad.
No hablaremos de la lógica paradójica (predominante en la filosofía china e india y más recientemente en la dialéctica hegeliana y marxista, e hipótesis y teorías de otros pensadores) porque se ahoga en su propio mar de contradicciones e irracionalidades.
Veamos una ilustración de Avicena (980-1037) que me parece jocosa pero ilustra la situación en que caen aquellos que niegan los principios primarios y nadan en un maremagno de absurdos. Espero que nadie la saque de su contexto para insinuar que sugiero la violencia. “Los que niegan un principio primario debieran ser molidos a palos o expuestos al fuego hasta que admitan que quemar y no quemar, ser molido a palos o no ser molido a palos, no son idénticos”. (22)
Es evidente que un inductivista muy obstinado tendría que colocar la mano en el fuego muchas veces antes de concluir que el fuego quema. Suena raro y hasta absurdo, pero hay gentes tan obcecadas que dudan de todo y de todo el mundo, y ponen en tela de juicio hasta la existencia de ellos mismos, pues “todo es relativo”. ¡Filósofos veredes, Sancho!




Dificultad en la transmisión
de la verdad

Los seres humanos tendemos a quitar, añadir o exagerar los mensajes recibidos en el momento de comunicarlos. Haz la prueba con diez o doce personas y verás que el primero transmite el mensaje tal cual se lo diste, pero a partir del tercero o cuarto comienzan las dificultades. A lo que comunicaste le han quitado o añadido elementos, o se han exagerado detalles. ¿Por qué? Varias son las razones: nuestros estados emocionales, sentimentales y mentales, experiencias, expectativas, orgullos, prejuicios, mitos, tabúes; en fin, marco de referencia mental y/o conflictos internos inciden en los mensajes que recibimos y transmitimos. A ello se debe la relativa importancia de las tradiciones transmitidas oralmente. Las tradiciones son útiles si se basaron originalmente en la verdad. “Una tradición que se base en la verdad y sea transmitida con pureza es útil. Si su fuente es falsa, o si se ha hecho corrupta con el correr del tiempo, entonces puede ser mala, aun peligrosa”. (23)
Por ello considero que muchas veces la tradición en lugar de dar luz confunde y enreda las cosas. No hay como las verdades transmitidas por medio de la escritura. (Dios quiso que Su Palabra la Biblia nos llegara mediante la escritura) De hecho, la mayoría de verdades que aprendemos y valoramos las hemos recibido a través de la escritura. Son falibles, pero perduran más. Sin pasar por alto que también muchas mentiras, medias verdades y prejuicios se transmiten y conservan más impresos. “El papel aguanta todo”, reza el refrán.
Tampoco hemos aprendido a transaccionar, acordar o comunicarnos con las demás personas por vivir ensimismados en nuestro mundo egoísta y condicionados por viejos patrones de conducta y mensajes recibimos de niños, o la soberbia de creer que lo sabemos todo nos mantiene a la defensiva y criticando lo más mínimo. El Análisis Conciliatorio o Transaccional enseña que las personas interactuamos unas con otras desde cada uno de los estados del yo: Padre, Adulto y Niño, que forman el famoso P-A-N de Eric Berne (1910-1970), su creador. El propósito del Análisis Transaccional consiste en capacitar a una persona a fin de que sepa transaccionar o conciliar con otras personas; que tenga libertad para cambiar a voluntad y cambie las viejas grabaciones recibidas en la infancia, logrando así emancipación de su “proceso neurótico”, como lo llamó Lawrence S. Kubie (1896-1973).
Como creyente en la Biblia, estoy convencido de que los seres humanos también interactuamos con el prójimo desde los tres estados que dividen el ser: espíritu, alma y cuerpo. En general, cuando transaccionamos desde el alma y el cuerpo lo hacemos mal. Por esa razón la importancia de “andar en el espíritu”, como diría san Pablo. Y si interrelacionamos mediante el alma, debe ser guiada por el espíritu.
Por último, una comunicación total oral consta de tres partes importantes necesarias para tener en cuenta al momento de transmitir una verdad: Comportamiento gestual, el tono de voz y las palabras.


1) El comportamiento no verbal es más o menos el cincuenta y cinco por ciento de la comunicación, y conlleva expresiones faciales, movimientos de las manos y el cuerpo y las posiciones que tomamos al comunicarnos; 2) El tono de voz forma el treinta y ocho por ciento de nuestra comunicación y la forman la inflexión de la voz y la forma de expresar las cosas; 3) Las palabras son el siete por ciento de la comunicación y es el contenido de la verdad que deseamos transmitir. (24)

Criterios a seguir para probar una verdad
y obstáculos que debemos evitar
a fin de encontrar la verdad

¿Qué criterios seguir para probar la veracidad de un enunciado? Edward John Carnell (1919-1967) sugiere los siguientes: instinto, costumbre, tradición, consejo general, sentimientos, sentido de percepción, correspondencia, pragmatismo y la consecuencia sistemática. Solo analizaremos la consecuencia sistemática, que es el criterio más confiable para confirmar la veracidad de una enunciación.
La consecuencia sistemática “significa que toda idea verdadera será consecuente con cualquier otra que se conozca. Las partes o aspectos del todo tienen que estar en concordancia entre sí”, asevera Jerry Sandidge, y añade: “La consecuencia sistemática envuelve dos partes: consecuencia y coherencia. La consecuencia [sola], sin embargo, no es suficiente, pues aunque demuestra la ausencia del error, tenemos que saber cómo, cuándo, y por qué la verdad permanece unida. La coherencia significa la manera como se mantiene unida la verdad. Es un amplio concepto de todos los hechos. La cohesión de las ideas, la adecuada relación de unas con las otras, constituye un sólido fundamento para determinar la verdad. La consecuencia sistemática es, entonces, aquello que lógicamente es autoconsecuente (no contradictorio) y que cuadra con el mundo de los hechos y de la experiencia”. (25)
Ejemplo clásico de la consecuencia sistemática imprescindible en la verdad es la cobertura que hacen varios periodistas de un mismo hecho informativo. Cada reportero interpreta lo acaecido desde su punto de vista, su marco de referencia mental, emocional, sentimental, profesional, y hasta espiritual. En pocas palabras, por medio de su subjetividad. No obstante, la mayoría de esos comunicadores coincidirán en los hechos (consecuencia); quizá no en los detalles y palabras, pero sí en la esencia real del hecho (coherencia). El excelente periodista no inventa nada; solo transmite la verdad de los hechos. Quien inventa, cambia la verdad, vende su conciencia o recurre al sensacionalismo o amarillismo no es periodista, aun cuando sea egresado de una escuela de periodismo o tenga toda la experiencia del mundo.
Lenin (1870-1924) expresa que la práctica es el criterio supremo de la verdad, haciendo que la verdad resida en la experiencia personal, tal como asegura Kierkegaard (1813-1855). No creo que la verdad dependa de que el periodista investigue o no; ni dicho razonamiento es aplicable a toda verdad (lo veremos cuando hablemos de lo inútil que resulta el método científico para demostrar hechos irrepetibles ante quien los ponga en duda). Sin embargo, el excelente periodista sabe que es la investigación (la práctica, experiencia personal) exhaustiva la que revelará si lo que investiga es cierto o falso. A ese tipo de comunicador llamamos periodista investigativo.
Analizado el mejor criterio para verificar un postulado, encontramos obstáculos que debemos evitar para que nuestro pensamiento sea claro y sin tropiezos. A saber, el prejuicio, la propaganda, el autoritarismo y las falacias de la lógica. Por considerarlo de suma importancia, voy a citar literalmente las definiciones que da Jerry Sandidge en su libro Atrévete a pensar, del Instituto Internacional por Correspondencia (ICI), Bruselas, Bélgica, 1980. Luego de cada obstáculo haré un breve comentario entre corchetes.

1) Prejuicio: Un prejuicio es una propensión mental, una predilección que puede conducir a pasar por alto o a minimizar la evidencia sólida. Los prejuicios, por lo general, están orientados por las emociones, y no por los hechos. [Las cursivas son mías] [Los prejuicios antirreligiosos son de los más arraigados y dañinos en las personas e impiden ver lo que está delante de mis ojos. Como dijéramos, hay quienes no aceptan el Evangelio por falta de evidencias, sino que lo rechazan a pesar de las evidencias. Otros, colocan sus estándares de prueba tan elevados que ninguna evidencia real es suficiente. En realidad, no quieren saber del Evangelio]
2) Propaganda: El término ‘propaganda’, tal como se usa comúnmente, significa el uso selectivo y parcializado de la información con el objeto de adelantar o impedir una cosa. En este sentido es una forma de manipulación humana. Es un instrumento poderoso que usan algunos con el propósito de controlar el pensamiento. Los propagandistas juegan con las emociones, utilizando lenguaje altamente cargado, a fin de obtener una respuesta predeterminada. [Los comerciales de cine y televisión y las propagandas políticas y religiosas suelen manipular a las personas. Utilizan el mensaje subliminal dirigido al inconsciente de la persona sin que se dé cuenta, pero más temprano que tarde salta a la mente preconsciente y luego al consciente a fin de que el receptor haga lo que el emisor desea]
3) Autoritarismo: es la creencia de que el conocimiento es garantizado o ‘validado’ por una autoridad. Se supone que es aceptado con ‘fe ciega’, sin tener en cuenta la manera en que armoniza o no con los hechos y la experiencia. [Esto es muy común en confesiones religiosas y sectas reconocidas por el Estado. Igual que en partidos políticos, se da en el pensamiento científico convencional y en otros círculos donde está en juego el poder, que con el dinero y el sexo es uno de los dominios más buscados por el humano]
4) Falacias de la lógica: Las violaciones de los principios de la lógica pueden dividirse en tres grupos: terminología, premisas y generalizaciones. Falacias semánticas (terminología) son las palabras usadas impropiamente, defectuosamente o con descuido. Inadvertidamente uno puede cambiar el significado de una palabra en una discusión. El término ley, por ejemplo, puede aplicarse a la ley natural, a la ley legislativa o a la ley moral. Uno tiene que tener el cuidado de no utilizar la misma palabra -ley- cuando se cambia el significado de ella. [A esto califica san Pablo “traficar con las palabras”; esto es, jugar con los términos o frases a fin de obtener el resultado que deseo. En una palabra, manipular. En Colombia lo llaman “embolatar”. Enredar las cosas con el fin de confundir y engañar para salirme con la mía]
Las falacias formales (premisas) ocurren por el mal uso de aquellos pasos del razonamiento que nos haría sacar conclusiones no válidas de proposiciones básicas o premisas. Tomemos el siguiente argumento como ejemplo de una falacia formal. Los hombres usan pantalones. La persona A usa pantalones. Por tanto, A es un hombre. En la primera premisa no declaramos que solo los hombres usan pantalones, y por tanto, la conclusión sacada se basa en un razonamiento defectuoso. [En medio de tantos prejuicios que hay en la cabeza, es muy común sacar conclusiones de premisas falaces, que enturbian más el entendimiento. Ya expresamos que una cabeza deformada por el orgullo y los prejuicios rara vez es penetrada por la razón. Otras veces únicamente somos eco de lo que piensan otros, pues no sacamos tiempo para examinar y “destripar” la información recibida, convirtiéndonos en transmisores de errores o inexactitudes de otras personas. Estos son los famosos paradigmas]
Las falacias empíricas (generalizaciones) surgen del hecho de hacer apresuradas generalizaciones. Por el hecho de que el evento B se produjo después del evento A, equivocadamente podemos suponer o generalizar que hay una directa relación casual: que A es la causa de B. Por ejemplo, tal vez yo no coma nada por la tarde antes de acostarme a dormir. En la mañana siguiente me levanto con un terrible dolor de cabeza. Ahora bien, es impropio generalizar que el hecho de acostarse a dormir por la noche, sin comer, causa dolor de cabeza. Así que, para evitar las falacias en la lógica, tenemos que evitar el mal uso de la terminología y de las premisas, y evitar hacer generalizaciones demasiado amplias. (26) [Generalizar es el pan nuestro de cada día. Lo vemos en medios de comunicación y en las personas con las cuales nos codeamos a diario]

Por su parte, Felipe Pardinas sugiere evitar ciertas trampas en el trabajo científico como son: Autoritarismo, dogmatismo, etnocentrismo, estereotipos, subjetividad y especialismo.
El autoritarismo, dijimos, es la propensión de aceptar y creer a pie juntillas un postulado porque lo ha dicho una autoridad. El dogmatismo es la tendencia a erigir fórmulas, que expresan conocimiento, enseñanzas, en verdades incuestionables, libre del pensamiento crítico.
Etnocentrismo es la predisposición a dar culto a valores, costumbres y tradiciones del grupo en que hemos sido criados y educados y reverenciarlos como normas infalibles. Los estereotipos son llamados en sicología mandatos parentales, recibidos en la niñez o formados en la vida adulta. Son, además, los prejuicios, ya tratados.
Subjetividad es la inclinación a juzgar los hechos observados y las circunstancias cotidianas tomando como base los sentimientos y emociones propios. Especialismo es el proceso implícito o explícito de subestimar cualquier conocimiento que no esté dentro del campo al que nos dedicamos, o en pretender que la ciencia cultivada por nosotros contiene todos los conocimientos o es aplicable en cualquier otra área. (27)
Este obrar tiene similitud con el reduccionismo, que ve una parte como el todo. Mirando un árbol, cree poder entender y describir el bosque. O como aquel que al tocar una parte del elefante en la oscuridad pensó ser capaz de comprenderlo y explicarlo. Aquí están pintados los narcisistas con sueños de omnisapiencia y omnipotencia. Para no pocos científicos convencionales ellos están por encima de todos los demás mortales. De los tales dice Feyerabend con justa razón que su actitud hacia otras formas de conocimiento es de total desdén pues “consideran suficiente el examen más superficial y los argumentos más zafios”. (28)
Opinar sobre fe tomando como canon las ciencias naturales o sociales es hablar sin fundamento y exponerme al ridículo. (Nunca es objetivo quien habla o escribe de un tema que desconoce o conoce muy poco) Sería como intentar arar con azadón tirado por un asno. “Zapatero, a tus zapatos”, reza el viejo adagio.
En La ciencia, su método y su filosofía, Mario Bunge advierte que el “cientificismo concebido como reduccionismo naturalista -y que a veces se superpone con el enciclopedismo científico, como ocurre con el fisicalismo- puede describírselo como una tentativa de resolver toda suerte de problemas con ayuda de las técnicas creadas por las ciencias naturales, desdeñando las cualidades específicas, irreductibles, de cada nivel de la realidad”. (29) (Las negritas son mías)
De igual manera, hay un serio inconveniente cuando no pocos hombres de ciencia [y otros que no lo son, pero creen serlo] pasan por alto las limitaciones propias de las ciencias naturales y sociales no para transmitir genuinos resultados concretos confirmados empíricamente en el laboratorio, sino para comunicar sus creencias filosóficas e ideológicas.
Jay William Judson, quien fuera presidente de la Universidad de Missouri, Estados Unidos, habla al respecto:

El conflicto entre la ciencia y la religión se ha originado por haber asignado a la ciencia una misión más amplia y más universal de lo que puede en realidad desempeñar. [Ello se da en la llamada teoría de la evolución] Se habla de la ciencia como si hubiera una ciencia general que nos hablara del mundo y de la vida humana en su totalidad, cuando, en hecho de verdad, no hay más que ciencias particulares que tratan de exponer hechos concretos y aspectos limitados, del Universo y de la vida humana. Así, pues, tenemos las ciencias físicas, las ciencias químicas, biológicas, antropológicas, sociológicas, etc.; pero no hay ciencia alguna que las reúna o combine todas, ni mucho menos que nos explique los postulados sobre que todas ellas descansan. De ahí que los grandes sabios se hayan mantenido siempre dentro de su esfera y se hayan abstenido de formular esas conclusiones categóricas sobre el hombre y el universo, que son tan frecuentes en los noveles de la Ciencia [y en los que se jactan de ser científicos por haber estudiado ciencia o tener una profesión rama de la ciencia convencional]. (30) (Las negritas son mías)

Por su parte, el físico Charles P. Steintmetz asevera:

El objeto de las ciencias naturales es estudiar, no la realidad de las cosas, sino las impresiones fenomenológicas que esas cosas producen en nuestros sentidos. De ahí que la Ciencia, como tal, no puede ocuparse de cosas ilimitadas o de cosas espirituales. Estas no son perceptibles por los sentidos, hay que clasificarlas entre el grupo llamado imponderable. (31)


Transmitiré esto con el fin de que esté claro en la mente del lector: mi tesis no es que las gentes no puedan opinar sobre teología cristiana bíblica e investigar los hechos que registra el Evangelio. De lo que se trata es que para opinar y cuestionar debo conocer un tema lo suficiente para que mis opiniones sean acertadas y aporten. Si no doy el paso, revelaré mi ignorancia con solo opinar de algo que desconozco. Y no seré científico, sino filósofo o cientificista, con todo y los argumentos seudocientíficos que use.
¡Zapatero, a tus zapatos!




















(1) Bertrand Russell, Por qué no soy cristiano y otros ensayos sobre asuntos relacionados con la religión, p. 40. Editorial Hermes, Buenos Aires y México, D. F. 1959.
(2) Lee Strobel, El caso del Creador, Editorial Vida, Estados Unidos, 2005.
(3) Jerry Sandidge, Atrévete a pensar, Instituto Internacional por Correspondencia, Bruselas, 1980.
(4) David Galcerá. ¿Hay alguien ahí?, p. 193. Editorial Clie, España, 2006.
(5) La estructura de las revoluciones científicas, pp. 69-82. Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1980.
(6) Op cit., Strobel, p. 103.
(7) Grandeza y limitaciones del pensamiento de Freud, pp. 25, 26 Siglo Veintiuno Editores, México, 1979.
(8) Contra el método: esquema de una teoría anarquista del conocimiento, Ediciones Orbis, S. A., pp. 49, 50. España, 1984.
(9) Roberto Follari. Epistemología y sociedad, p. 14. Homo Sapiens Ediciones, Argentina, 2000.
(10) Op cit., Sandidge, p. 24.
(11) La cuarta dimensión, p. 76. Editorial Vida, Miami, 1981.
(12) Op cit, Sandidge, p. 23.
(13) Nueva Evidencia que demanda un veredicto, p. 418, Editorial Mundo Hispano, Colombia, 2004.
(14) Ibíd., p. 418.
(15) Ibíd., p. 698.
(16) Ibíd., p. 418.
(17) Ibíd., p. 418.
(18) Ibíd.., p. 419.
(19) Ibíd., p. 419.
(20) Ibíd., pp. 679-682;
(21) Norman Geisler y Ron Brooks. Cuando los escépticos preguntan, pp. 331, 332. Editorial Unilit, Colombia, 2003.
(22) Op., cit., McDowell, p 687.
(23) Op cit., Sandidge, p. 26.
(24) Tim LaHaye y Bob Phillips. Usted se enoja porque quiere, p. 24. Editorial Vida, Deerfield, Florida, 1992.
(25) Op cit., Sandidge, p. 29.
(26) Ibíd., pp. 31, 32.
(27) Metodología y técnicas de investigación en ciencias sociales, pp. 16-18. Siglo Veintiuno Editores, México, 1998.
(28) Alan F. Chalmers, ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Una valoración de la naturaleza y el estatuto de la ciencia y sus métodos, p. 196, Siglo Veintiuno Editores, S. A., de C. V., México, 1989.
(29) Mario Bunge, La ciencia, su método y su filosofía, p. 65, Ediciones Siglo Veinte, Argentina, 1979.
(30) Samuel Vila, Pruebas Tangibles de la existencia de Dios, p. 125. Editorial Clie, España, 1978.
(31) Ibíd.., pp. 125, 126.
















2

La Biblia como fuente infalible de la verdad espiritual

“La verdad, dígala quien la diga, viene del Espíritu Santo”
–Tomás de Aquino-






Por qué la Biblia y no otro documento para analizar el problema del sufrimiento

En vista de que ni la filosofía ni la ciencia convencional dan respuestas que satisfagan mi intelecto y sed de conocer sobre el origen del sufrimiento y cómo manejarlo -por las limitaciones propias del humano y por no ser esa su área de estudio-, tomaremos la Biblia como fuente de la verdad que nos inquieta y preocupa. La Biblia sí responde nuestras inquietudes sobre el tema que nos ocupa; además de que sacia nuestra imperiosa e innegable necesidad de conciencia de creer en algo confiable y seguro. (Ya es tiempo de ser honestos intelectuales, pues quien busca verdades espirituales como el sufrimiento las halla en la Biblia) Pero de inmediato surge un interrogante: ¿Por qué la Biblia y no otro libro de otras religiones del mundo, u otros documentos que también tocan temas que registra la Biblia? Con el respeto que merece cada una de esas obras o documentos sacados a la luz pública, pues todos contienen enseñanzas y revelaciones que tienen cierta reputación de sabiduría y validez, usaremos la Biblia para nuestro estudio por varias razones que trataremos más adelante. Por lo pronto, baste decir que el Antiguo Testamento data del siglo XV antes de Cristo, mientras que el Nuevo Testamento tiene más de dos mil años. Y ninguno de los dos ha perdido su vigencia y trascendental importancia, no solo como documentos religiosos, sino también como libros históricamente exactos.
Aquí es menester afirmar que conozco un libro al que sus creyentes atribuyen revelaciones que, según creen, luego fueron confirmadas por la ciencia convencional. En honor, respeto y amor a la verdad, debo manifestar que esas revelaciones fueron escritas muchísimos siglos después del Antiguo Testamento, e incluso unos 600 años d. C. y de la compilación de los escritos neotestamentarios que hoy conocemos como Nuevo Testamento.
Decía que esas llamadas revelaciones aparecen en el Antiguo Testamento, y al leer el libro en cuestión me percato de que su autor conocía lo suficiente la Palabra de Dios, la Biblia. Por tanto, cualquiera pensaría -con sobrada razón- que esas revelaciones fueron sacadas de la Biblia. Más aún, usar ciertos pasajes de la Biblia y “obligarlos” a decir lo que no enseñan para sostener doctrinas antojadizas deja mucho que desear. No son coincidencias bíblicas lo que ofrecen, sino la tomadura por los cabellos de ciertos textos bíblicos para apoyar dogmas.
Dicho sea de paso, ningún otro documento escrito por el humano ha recibido la theopneustos o respiración de Dios. Su autor pudo haber sido iluminado (gr. fotizo = dar luz) por Dios como lo ha podido ser el escritor de El origen del sufrimiento..., pero de ahí a decir que Dios lo inspiró (theopneustos), hay muchísimo trecho. Theopneustos: Theos es Dios y pneo es respirar, y se traduce recibir la respiración de Dios.
Eso sucedió en el momento en que los escritores bíblicos escribieron. Recibieron la respiración de Dios. El Señor los movió a escribir como si escribiera por medio de ellos. Me parece oír a alguien refunfuñar que eso es “imposible”. Para mí, sí lo es; para Dios, ¿qué es lo imposible? Lo imposible es no hacer lo imposible. Él lo imposible lo hace posible. Si no fuera así, no fuera Dios. Tendemos a transferir o desplazar nuestras limitaciones a Dios, como hacemos al concentrar nuestras emociones contra nuestros padres en otra persona. “Si yo no puedo, tampoco Dios puede”. San Pablo escribe, inspirado (theopneustos) por Dios, que “Dios llama las cosas que no son como si fuesen”. (Romanos 4: 17)
Espero no ser malinterpretado. No dudo de la utilidad que pueda tener otro documento u obra religiosa para sus seguidores y para mí que me gusta conocer, comparar y aprovechar lo que no esté en contrasentido con la Biblia. Eso lo respeto y aprecio mucho, como espero se respete mi fe en la infalible Palabra de Dios, la Biblia, y en Jesucristo, Dios encarnado. Lo censurable es que otros creyentes le atribuyan ciencia a su libro sagrado o doctrinas, cuando los créditos son de la Biblia. Y con métodos exegéticos poco serios busquen base bíblica a sus doctrinas.
Todo libro, creencia religiosa, filosófica o ideológica merecen nuestro respeto, aunque estén equivocados. Desde luego, se exceptúan aquellos actos que pugnan contra la moral cristiana bíblica y/o las buenas costumbres contempladas en leyes y constitución política de cada nación. De sabios y entendidos es no caer en intolerancia y provocación, teniendo en poco las creencias de quienes no creen lo mismo que nosotros. (Nefasto es que medios, escritores, periodistas, caricaturistas, columnistas, comunicadores, colaboradores, directores y productores de cine abusen de la libertad de expresión y de prensa para atacar y hacer mofa de líderes o símbolos religiosos o creencias de terceras personas. Una de las cosas más sagradas para el promedio de los seres humanos es su religión. Y hablar desbocada e irresponsablemente es una afrenta. En una palabra, es una estupidez. Pretender acabar la intolerancia religiosa con intolerancia racionalista o de cualquier otra índole es contraproducente. Es querer “extinguir” el fuego con gasolina. Obvio, tampoco son justificables las reacciones violentas de grupos religiosos, mas es ingenuo pretender que las avispas no me piquen si he lanzado piedras al avispero) Aprendamos a ver al humano detrás de creencias o ideologías.
Ahora examinemos las razones por las cuales la Biblia es el Libro de los libros.

1) Sin la Biblia no puedo ofrecer respuestas al problema del sufrimiento ni tendremos las herramientas adecuadas con el objeto de manejarlo y vivir en plenitud. Sin el Libro de Dios para nosotros no tenemos soluciones seguras para aquello que ni la ciencia natural ni social ni la filosofía ni la religión tienen contestaciones satisfactorias al espíritu y alma humanos por no ser el sufrimiento su campo de estudio. Además, la principal problemática y necesidad del ser humano es de índole espiritual, no es ni anímica ni material. ¿Cuándo entenderemos esto? ¿Por qué esperar que se rompa la soga y toquemos fondo? ¿O que el agua llegue al cuello o la llama prenda en nosotros?
2) La Biblia se erige por encima de cualquier obra o documento como imperecedera y fiel monumento a la verdad, y como el código moral más exigente e inmarcesible que puede ofrecer religión alguna. Las enseñanzas, principios y moral del Antiguo Testamento han perdurado a través de los siglos a pesar de la enconada oposición orquestada contra ellas y el creciente secularismo de pesimistas y relativistas con bata de científico.
3) El conocimiento de la naturaleza humana de parte del Libro de Dios es indubitable y un caudal de sabiduría. Mucho antes de que la sicología y las corrientes motivadoras lo descubrieran, la Biblia ha revelado a lo largo de los siglos que la naturaleza del ser humano es corruptible pero perfectible si cambiamos la manera de pensar. (Proverbios 23: 7; Romanos 12: 2)
4) Múltiples fuentes extrabíblicas, investigaciones, excavaciones arqueológicas y descubrimientos científicos y médicos confirman que la Biblia es digna de total confianza y ofrece suficientes evidencias a quien con honestidad intelectual quiera comprobar por sí mismo si la Biblia tiene razón o no en lo que afirma.
5) La Biblia ha sido fuente de inspiración para no pocos pensadores, investigadores, escritores religiosos y filosóficos y naciones que han bebido de su rica savia con el objeto de desarrollar movimientos religiosos, filosóficos, políticos e intelectuales, y crear leyes, constituciones políticas y normas de ética, moral y salud. Muchos países desarrollados y ricos del mundo se fundaron sobre principios bíblicos. Pero empezaron a decaer en lo familiar, moral y espiritual al abandonar dichas enseñanzas. George Washington decía: “Es imposible gobernar rectamente al mundo sin Dios y sin la Biblia”. (A pesar de que creo en la separación entre el Estado y la Iglesia del Señor formada por cualquier denominación verdaderamente cristiana, comulgo con el Estado teocrático, donde el Señor Jesucristo por medio de hombres o mujeres que teman a Dios -sin ser fanáticos ni legalistas religiosos- sea el centro del gobierno humano. Más, como no es tolerable la intervención de la ciencia teológica en el Estado, también es inadmisible la injerencia de las ciencias naturales o sociales en un Estado) Se equivocan quienes como Rousseau creen que “la ley de Cristo es en el fondo más perjudicial que útil a la fuerte constitución de un Estado. [Pues] El cristianismo predica tan solo esclavitud y dependencia. Su espíritu es demasiado favorable a la tiranía para que este deje de sacar partido de él”. (Este tema lo ahondamos en el capítulo 11)
También yerran el blanco quienes con resentimiento y prejuicios como Richard Dawkins aseveran que la religión es “raíz de todo mal” (la frase es de san Pablo, pero mal aplicada por Dawkins por ser enemigo del Evangelio de Cristo). Iluso es quien niegue lo dañino del fanatismo religioso. Pero también peca por ignorancia quien no vea las ricas y sabias aportaciones -además de otros aportes de carácter moral, espiritual y científico- que han hecho y hacen la religión cristiana y otras religiones a la civilización. Miente de igual manera quien asegure que la mayor parte de guerras y conflictos ha sido por causas religiosas. Entiéndase bien, la mayoría de conflictos bélicos son fruto del corazón torcido, ambicioso, avaro y egoísta del hombre. Bien lo dice san Pablo: “[...] Raíz de todos los males es el amor al dinero [...]”. 1ra Timoteo 6:10.

6) Además de ser el libro más leído y traducido del mundo, la Biblia es la obra cumbre de los libros histórico-religiosos, y el que mayor impacto ha tenido y tiene en el ser humano. En estos años de lectura, reflexión y estudio de la Biblia; y de leer y analizar obras religiosas, libros de superación personal y de conducta humana no he hallado obra alguna tan completa y abarcadora y que sacudiera mi vida como lo ha hecho el Libro de Dios. Hegel manifiesta que “para el cristiano, es la Biblia la que toca las fibras de su corazón e imparte firmeza a sus convicciones”. Ningún otro libro ha impartido tanta bendición a la humanidad como lo ha hecho la Biblia. Y ningún otro trata el sufrimiento humano como lo hace el Libro de los libros. Kant expresa que “la existencia de la Biblia, como libro para el pueblo [y también para el intelectual], es el mayor beneficio que la raza humana jamás haya experimentado. Todo intento de desprestigiarla es un crimen contra la humanidad”. (Las negritas son mías) Sería bueno que escépticos, ateos y agnósticos que atacan la Biblia sin investigar antes a conciencia tomaran el consejo kantiano. (Lo que menos suele haber en estos señores es honestidad intelectual, pues quien busca la verdad espiritual y/o existencial la halla en el resucitado Cristo histórico del Nuevo Testamento. De ello dan fe quienes así han obrado)

7) Contra lo que algunos creen, podemos estar seguros de que cuando cogemos una Biblia tenemos la genuina Palabra de Dios en nuestras manos. Ello gracias a hallazgo de rollos con escritura hebrea muy antiquísima, entre ellos, el de las cuevas de Qumrán (1947), que contenían textos de muchos libros del Antiguo Testamento, y confirman el hecho de que las copias más recientes que habían estado usando los traductores bíblicos eran dignas de confianza. ¿Qué dirán ahora los que con “sano” escepticismo dudan de la fidelidad de nuestras traducciones? La ignorancia es insolente.
8) Historiadores, filósofos, librepensadores y escritores han utilizado la Biblia como fidedigna fuente de sus obras, enseñanzas y pensamientos reformadores sin ser necesariamente creyentes en la Biblia. Quien haya leído obras sobre el desarrollo de la humanidad, antropología, arqueología, ciencias naturales, religión, teología, filosofía, sociología, sicología, medicina, derecho, política, medios de comunicación social se habrá percatado de que la Biblia es citada o sus enseñanzas presentadas por no pocos autores, aun cuando a veces ni ellos mismos lo sepan. Esto es, el fenomenal impacto de la Biblia trasciende el consciente e inconsciente humanos.
9) Es tal la confiabilidad de las aseveraciones y revelaciones bíblicas que cualquier descubrimiento hecho en este siglo XXI o en el venidero (si Jesús no viene antes) en cuanto a Dios, sus obras y el humano no tiene porqué preocupar a los creyentes de la Biblia y el cristianismo; porque nada, absolutamente nada, por descubrir echará por tierra ni una sola de las sagradas revelaciones del Libro de Dios para el ser humano. (No comas cuento de excavaciones o descubrimientos seudocientíficos, libros espurios, evangelios apócrifos, libros y películas gnósticas escritas con el fin de exacerbar el morbo y de crear fama y dinero) Por el contrario, todo lo que se ha descubierto hasta ahora lo único que ha hecho es reafirmar lo proclamado por la Biblia a lo largo de tantos siglos. El filósofo de la ciencia Wiliam Lane Craig, quien ha dejado mal parados a varios ateos, manifiesta que hace más de cien años, a pesar de las apariencias en contra, los cristianos debían mantener su fe en la Biblia en cuanto a que el universo no era eterno. Hoy, pueden estar más seguros de su fe puesto que la astrofísica y cosmología les apoyan. Los nuevos descubrimientos hablan de un Diseñador creando el universo de la nada en un tiempo finito. El ateo es quien debe mantener su “fe” en la fábula de que el universo no tuvo principio en un tiempo finito, sino que inexplicablemente es eterno o “brotó” de la nada absoluta, debido a que las evidencias dicen lo contrario. Y se siente incómodo y marginado porque la mayor parte de científicos aceptan hoy la evidencia del Big Bang que confirma lo que los cristianos siempre han sostenido: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. (Génesis 1: 1) (2) Como consecuencia, los seudocientíficos y pensadores ateos o deístas han inventado ciencia-ficción o números y operaciones matemáticas imaginarios sobre el origen del universo y la vida. Otro tanto lo tratamos en el capítulo 3 donde veremos que los avances científicos nos invitan al inminente funeral del mito de la evolución, aunque desde hace siglo y medio muchos estudiosos saben que la creencia (naturalista, con aires de científica) transformista, a pesar de los parches y remiendos esbozados por los seguidores de Darwin, no tiene pies ni cabeza.

Para mí, toda teoría, ideología, filosofía, teología, creencia, tradición o religión debe pasar por el sagrado filtro de la Biblia bien interpretada como lo estudiaremos en este capítulo. Por tanto, desecho cualquier idea contraria al espíritu del Libro de Dios. Si las sagradas Escrituras (a algunos que no han investigado sobre la inspiración o no de la Biblia ni han tenido un encuentro con el resucitado Cristo histórico no les gusta la frase sagradas Escrituras) no dicen nada al respecto, lo haré parte de mí siempre y cuando no me perjudique. “Examínenlo todo; retengan lo bueno”, escribe san Pablo. (1ra Tesalonicenses 5: 21) Hay un comercial por ahí que asegura que si tal empresa o negocio no está en las páginas tales, simplemente “no existe”. Yo diría: “Si tal o cual verdad no tiene verdadero fundamento bíblico, debo escrutarla a ver si es provechosa para mi crecimiento y madurez como ser humano; de lo contrario, no existe”. No dudo que haya quien crea que esta es una forma estrecha de ver la vida. Si es estrecha, entonces Dios también tiene mentalidad estrecha, pues fue Él quien mandó a escribir la Biblia, el que la inspiró. No olvidemos que la frase “inspirado por Dios” (gr. theopneustos) significa recibir la “respiración de Dios”. De manera que la culpa no es del discípulo, sino del Maestro, porque en cuestiones espirituales yo solo me guío por lo que Él dejó escrito y redunda en mi desarrollo integral como cristiano y ser humano, sin perjudicarme. “Toda [esta] Escritura es inspirada por Dios [Literal: “dada por el aliento de Dios”], y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre [mujer y niño] de Dios sea enteramente apto, bien pertrechado para toda buena obra”. (2da Timoteo 3: 16, 17)
Asimismo, la Biblia -no ninguna ciencia inventada por el ser humano- es la suprema autoridad para informarnos sobre el origen del universo, la vida, la familia y los valores y principios que deben regir nuestra vida. Si Dios no existiera ni hubiese inspirado a escribir un libro llamado Biblia, otro gallo cantaría. Pero Dios existe (aunque los ateos inconsecuentes lo nieguen), es personal y hay un Manual de instrucciones para nosotros; y lo necesario para mi beneficio espiritual se halla en la santa Biblia. En esto seré dogmático y fundamentalista porque la verdad absoluta lo es. ¿Te has dado cuenta cuán dogmáticas y fundamentalistas son las leyes científicas y de la naturaleza? ¿O cuán dogmáticas y fundamentalistas son las ciencias exactas? Observa lo dogmáticos y fundamentalistas que son los cajeros en los bancos, supermercados y demás. Fíjate lo dogmáticos y fundamentalistas que son los bancos con las cuentas que hay depositadas en ellos. Más les vale ser dogmáticos y fundamentalistas; si no lo fueran, quebrarían. Seré dogmático y fundamentalista pero con mentalidad abierta a examinar cualquier otro pensamiento o creencia a ver si es provechosa para mi crecimiento como ser humano, siempre y cuando no entre en pugna con las enseñanzas bíblicas.
Ahora bien, cierto es que el carácter de inspirado (gr. theopneustos) del Libro de Dios para el humano no lo puede demostrar ni la arqueología ni la ciencia convencional. Porque, señalamos, el método científico de tal ciencia no es funcional para comprobar la veracidad de eventos que no pueden repetirse ante quien los ponga en duda. Para ello nos remitimos a la prueba histórica legal, que se fundamenta en demostrar que algo es un hecho real que está fuera de toda duda razonable. De manera que es la prueba histórica legal la que nos proporciona las evidencias históricas suficientes a fin de que comprobemos si la Biblia es la inspirada (theopneustos) Palabra de Dios o no.
Por mi experiencia de vida, sé que el mejor método para comprobar la inspiración de la Biblia es el método personal, mi vivencia con el Libro de Dios y con su Autor. Es subjetivo, pero revelador y convincente. Nadie te lo robará. Nadie, excepto el Espíritu Santo, te lo revelará. (Solo recordemos que la revelación recibida de parte de Dios debe estar acorde con su Palabra y la correcta interpretación de otros creyentes en Cristo, pues ninguna “profecía [o texto] es de interpretación privada”. -2da San Pedro 1: 20)
Si leo y estudio la Biblia sin orgullos ni ideas preconcebidas, y con humildad y seriedad, en el momento menos pensado el entendimiento y los ojos espirituales abiertos serán. Temo que muchos lo único que conocen de la Biblia son los Salmos 23 y 91. No es malo conocerlos y leerlos. Lo pobre es que solo lea eso cuando la Biblia tiene tanto por enseñarme. Me da la impresión de que mucha gente considera que la Biblia es un libro misterioso e incomprensible. (Quizá por ello ni la conocen, y cuando aparecen seudo evangelios y obras y películas que presumen “revelar” al “verdadero” Jesús quedan dudando del genuino Evangelio contenido en el Nuevo Testamento)
La Biblia no es ninguna de las dos cosas. El Papa Benedicto XV (de quien tomó el nombre el Papa Josef Ratzinger) asegura: “Jamás cesaremos [los líderes católicos] de exhortar a todos los cristianos [católicos] a que hagan su lectura cotidiana de la Biblia, principalmente en los santísimos evangelios de Nuestro Señor, así como en Los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas, esforzándose en hacerlos savia de su espíritu y sangre de sus venas”. ¡Excelente consejo! Ojalá todos los que confesamos el nombre de Jesús sigamos el sabio consejo de Benedicto XV.
Jesús dice: “el que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta”. (San Juan 7: 17) ¿Cómo puedo saber si lo malo que oigo de Colombia y su gente es cierto o falso? Disiparé la duda al ir a ese país y convivir con su gente. Igual puede decirse de una persona a la cual no conocemos. Somos muy propensos a prejuzgar y condenar a las personas por lo que otro o los medios en afán de sensacionalismo publican, mas luego de viajar y tratar a los nacionales colombianos a fondo nos damos cuenta de que nos dejamos envenenar el juicio. Los samaritanos después de que trataron a Jesús se dieron cuenta por sí mismos de que Jesús era el Mesías, y le dijeron a la mujer samaritana “ya no creemos por lo que tú has hablado, porque nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente este [Jesús] es el Salvador del mundo, el Cristo”. (San Juan 4: 42) Ojalá respondiéramos todos como lo hicieron los samaritanos.
En mi opinión, lo más convincente en cuanto a la inspiración de la Biblia es el fenomenal impacto que ha tenido (y tiene) en la vida de millones y millones de personas y naciones que han bebido de su rico e inagotable manantial a través de la historia de la humanidad. Millones de personas de muchísimos países, razas, sexo, idiomas, ideologías y credos pueden testificar que la Biblia ha suscitado una revolución espiritual en sus vidas. ¿Qué explicación hay para el hecho de que un ser sumido en lo más profundo del alcohol o cualquier otra droga lo aborrezca y su vida sea transformada en cuestión de segundos como resultado de una pequeña oración a Dios en el nombre de Jesús? ¿Cómo entender que un matrimonio con hijos en bancarrota total se salve por el “simple” hecho de que marido y mujer den sus vidas a Jesús? ¿Qué mueve a un niño, cuyos padres programaron y “empujaron” a las pandillas y a ser un despiadado delincuente, por no prodigarle amor, a convertirse en un sujeto que no es ni sombra del pasado y a ser predicador de jóvenes pandilleros? La filosofía, las ciencias naturales, la sociología ni la sicología tienen respuestas serias sin entrar en contradicciones.
Ahora bien, ¿crees tú que si la conversión a Jesús fuera únicamente simple emoción del alma -como sucede en otras religiones- o histeria colectiva se diera en tantos millones de seres, y que tal hecho en lugar de decrecer aumentara como lo hace, afectando de tal manera a la persona que le transforma la vida? En las ciencias naturales se cree que un hecho repetido tantas veces, luego de cumplidos ciertos requisitos, es susceptible a ser declarado ley. Eso es la conversión a Jesús o nuevo nacimiento: una ley; un hecho probado, no una religión más surgida con el propósito de alienar el pensamiento y la voluntad humanos.
Debo aclarar algo que suele confundirse en la Iglesia del Señor: en verdad, el Evangelio no cambia ni salva a nadie... Quien salva, sana y cambia al ser humano es el Señor Cristo Jesús. Más, el Evangelio sin el Espíritu Santo que creó el universo y resucitó al Señor Jesús de los muertos sería simple religión; un conjunto de normas y preceptos religiosos. Pero el Espíritu del Creador del universo y la vida lo vivifica y hace real e instrumento a nuestra vida para llevarnos a Jesús, quien transforma, cura y salva. No olvidemos que la piedra angular del cristianismo del Evangelio es la resurrección del Señor Jesús; sin ella, el Evangelio es simple y sencilla religión. Sin el Espíritu Santo que levantó a Jesús de entre los muertos el Evangelio es letra muerta.
(En el capítulo 11 analizaremos la peculiaridad del Evangelio vivificado por el Espíritu Santo y su operación en el converso, demostrando la falsedad de razonamientos filosóficos de quienes cuestionan la oración de arrepentimiento, indispensable para la salvación del alma e iniciación de la obra de transformación de Jesús en la vida del humano, conocida como “conversión” [gr. epistrofe: volverse de y volverse hacia] o nuevo nacimiento. ¡Qué infantil es censurar lo que no entiendo!)

Confiabilidad de la Biblia

En vista de que el sufrimiento puede ser analizado y entendido solo por medio de la teología cristiana bíblica, es lógico que la base -la Biblia- de tal ciencia teológica deba ser escrutada para ver si es digna de confianza.
Antes de nada, debo admitir que ningún original de la Biblia existe. No contamos con ninguno de los manuscritos del Antiguo ni del Nuevo Testamento escritos por los más de cuarenta autores de la Biblia. Pero, el hallazgo de unos ochocientos rollos en once cuevas de Qumrán, noreste del mar Muerto, en 1947, demostró sin lugar a dudas que las copias que los traductores y estudiosos habían utilizado para traducir los libros del Antiguo Testamento que hemos estado usando son fiables por ser fieles traducciones de los originales desaparecidos.
Aunque algunos duden y otros lo ignoren, la Palabra de Dios ha sido transmitida con exactitud gracias a hombres y mujeres meticulosos y reverentes a las sagradas Escrituras.
Entre los siglos V y III a. C. surgió en la nación judía una clase de eruditos llamada soferim o escribas, cuyo oficio era preservar cuidadosamente los antiguos manuscritos y producir nuevas copias si era necesario. Luego de los escribas soferim, los escribas talmúdicos vigilaban, interpretaban y comentaban los textos sagrados a lo largo de los años 110 y 500 d. C. Después de los talmúdicos, los escribas masoréticos, entre los años 500 a 900 d. C., eran los encargados de tan loable labor. El celo de los masoretas sobrepasó a sus antecesores pues establecieron tal disciplina para la copia de un manuscrito que cuando se completaba una nueva copia le daban a la reproducción una autoridad igual a la del original por estar absolutamente seguros de que tenían un duplicado exacto. (3)
Insisto, estos copistas eran personas meticulosas, reverentes a la sagrada Escritura y temerosas de Dios. No había lugar para el desorden, la irreverencia o los errores en las copias que hacían de la Palabra de Dios.
Tan excelente fue la labor de estos señores que al ser comparadas nuestras copias con los rollos del mar Muerto hallados en las cuevas de Qumrán, eran idénticos en más del noventa y cinco por ciento. Y la diferencia del casi cinco por ciento era debido a variaciones ortográficas. ¿Qué te parece? Eso no lo dicen o ignoran quienes ponen en tela de duda la confiabilidad de las sagradas Escrituras. Suelen decir solo lo que les conviene. Y una verdad a medias es una gran mentira. (4)
Por otro lado, el Nuevo Testamento no tiene comparación puesto que ninguna obra de la antigüedad puede siquiera acercarse a la confiabilidad de los libros que registran la vida, pasión, muerte y resurrección corporal del Carpintero de Nazaret.
Los historiadores evalúan la fiabilidad textual de la literatura antigua según (1) el intervalo entre el original y la copia más antigua y (2) cuántos manuscritos o copias existen. Consideremos tres ejemplos: La Ilíada de Homero, cuyo texto se fundamenta en copias que datan de 400 años a. C. y cuenta con 643 copias. Décadas de Tito Livio se basa en un manuscrito parcial y diecinueve copias muy posteriores que datan entre 400 a 1,000 años después del original. Y Anales de Tácito, cuyas copias más antiguas datan del 1,100 d. C. y cuenta con solo 20 copias. (5)
Por su parte, del Nuevo Testamento existen ¡24 mil 900 manuscritos! Estos manuscritos son copias de los originales escritos entre los años 50 y 100 después de los hechos ocurridos en tiempo y espacio reales. (6) ¿Qué tal?
Me parece oír a alguien argumentar que al copiar un copista se pudo haber colado cualquier cantidad de error y que ello le resta confiabilidad al Nuevo Testamento. Nada más alejado de la verdad. Con el objeto de profundizar más en la fiabilidad de las sagradas Escrituras judeocristianas y no dejarse llevar por cantos de sirena de eruditos liberales como el “Seminario de Jesús” (Jesus Seminar), sugiero Nueva Evidencia que demanda un veredicto de Josh McDowell, de la Editorial Mundo Hispano.
La Biblia o parte de ella ha sido traducida a más de ¡2 mil 200 idiomas! Las traducciones se cuentan por miles, y las copias por millones y millones. La Biblia sigue siendo el libro más leído del mundo. Pero también el más ignorado por el común de la gente; el más cuestionado por teólogos y eruditos liberales, y el mayor objeto de odio de fanáticos racionalistas, cientificistas y materialistas ateos.
El cristianismo, en lugar de desaparecer como han pronosticado algunos escépticos de ayer y de hoy, se ha robustecido en los últimos años y ganado más adeptos para el dolor de cabeza de esas minorías escépticas. Ahora bien, hay quienes alardean de que sus miembros o feligreses son millones. Pregunto: ¿Somos católicos, protestantes o cristianos nacidos de nuevo? ¿De qué vale que seamos millones de creyentes en Dios o en Cristo, pero estamos muertos espiritualmente y vivimos como si Dios no existiera y de espaldas al resucitado Cristo histórico? ¿Y vivimos en guerra con nosotros mismos y con el prójimo que no piensa igual que nosotros? No sirve para nada y tales desatinos dan tela que cortar para que el escéptico, agnóstico o ateo vomite contra las creencias y el cristianismo.
Te confieso que prefiero compartir el Evangelio con un escéptico, agnóstico o ateo que con un religioso. ¿Que por qué? Porque el religioso (no hablo del nacido de nuevo por obra del Espíritu Santo) casi nunca ve su necesidad espiritual de Cristo Jesús y se refugia en su creencia y religión muerta para justificarse y vivir el Evangelio como lo enseña su religión o iglesia y no como está plasmado en las sagradas Escrituras, mientras que es más probable que el escéptico, agnóstico y ateo se conviertan si hay honestidad intelectual en ellos y rebato sus argumentos. Por desgracia, muchos escépticos, agnósticos y ateos son deshonestos intelectuales o la soberbia les impide ver más allá de sus narices.

El canon de las Escrituras judeocristianas

Es lamentable señalar que la persona promedio no lee; mucho menos investiga a conciencia. Y los criticastros del Evangelio solo leen e investigan lo que les conviene. Es raro que el hipercrítico lea e investigue con honestidad intelectual. Y cuando lo hace termina convencido de las sólidas evidencias del cristianismo y la Biblia, y se convierte al resucitado Cristo histórico. Si sabes de alguien que supuestamente investigó las evidencias del Evangelio y las pruebas testimoniales de los cristianos y sigue con su postura intransigente y negando la historicidad y realidad de Cristo en la vida humana, ten por cierto que no investigó bien o es un deshonesto intelectual.
La mayor parte de críticos conoce al dedillo el pensamiento de los que piensan y creen como ellos, pero ignoran o pasan por alto los cientos y miles de apologistas cristianos citados más adelante. Me parece que estos son de cuidado puesto que no pocos por ostentar un título universitario o por razones académicas tienen gran injerencia en un sinnúmero de conciencias. De ellos puede decirse lo mismo que sostienen los autores del Manual del perfecto idiota latinoamericano de las corrientes de la izquierda radical: no investigan a través del método científico o la prueba histórica legal ni leen de izquierda a derecha como nosotros los terrícolas de Occidente ni tampoco leen de derecha a izquierda como los orientales, sino que investigan y leen en círculo; practican endogamia e incesto intelectual. (7)
En pocas palabras, carecen de honestidad intelectual y la mayor parte de científicos y racionalistas está tan amaestrada y es incapaz de seguir lo que llaman la “voz de la ciencia” o “de la razón” para seguir los estándares de argumentación del paradigma o del entrenamiento recibido. Mas tienen la desfachatez de etiquetar a los cristianos y a los creyentes de cualquier religión de ser “víctimas de una estupidez congénita y pandémica”, “siervos del dogma de los poderes económicos que los someten y conducen como zombis por la vida”. Dicen, asimismo, que se critica no solo los dogmas, sino además “las religiones organizadas por considerarlas alienantes para el intelecto y herramientas de dominación sobre los seres humanos”. Claro que hay dogmas y dominación de no pocas religiones institucionalizadas, y yo condeno la alineación del pensamiento doquiera que venga. Quienes me conocen y saben de mi pensamiento teológico están enterados de que soy enemigo de dogmas y reglas a seguir solo porque lo dice una iglesia, libros, líderes religiosos... Me gusta escrutarlo todo a fin de retener lo bueno y desechar lo malo o dañino para mi salud espiritual. Pero tampoco es menos cierto que en los campos de las ciencias naturales también existen amos, alienación, paradigmas, fanatismo, creencias, dogmas, radicalismo y absolutización. Y entre los filósofos están los venenos llamados fatalismo, pesimismo y relativismo; además de hacer de la falible e insegura razón humana filtro inerrante para hallar la verdad. Toca sacar a los mercaderes del Templo de la fe, de las ciencias convencionales y de la filosofía.
Pues bien, quienes nos meten a todos en el mismo saco no investigan con honestidad intelectual, sin embargo les gusta hacer catarsis sobre los cristianos en particular y los creyentes en Dios en general.
Por experiencia sé (no solamente creo) que quien busca la verdad con honestidad intelectual la encuentra cualquiera que esta sea. El problema está en si al hallar la verdad estoy dispuesto a aceptarla y ponerla en práctica. Si paso por alto esa verdad y no actúo en consecuencia, soy un deshonesto intelectual.
Y la verdad en cuanto al canon de las Escrituras es uno de los puntos menos conocidos por el común de la gente y por los que nos crucifican y señalan de autómatas y tontos útiles del poder económico de las clases dominantes y otras hierbas que suelen repetir como papagayos. (Una mentira dicha mil veces no se convierte en verdad como creía Goebbels. Pero muchos la creen impactados por los medios que al ignorar historia antigua dan cabida desmedida a documentos gnósticos como el “Evangelio de Judas”, pasquines y novelillas que no ofrecen información histórica confiable, sino que buscan robar cámara y ganar mucho dinero)
Aun gente religiosa supuestamente conocedora de estas cuestiones ignora (o no quieren reconocer) porqué únicamente en la Biblia hay 39 libros en el Antiguo Testamento y la razón de solo 27 en el Nuevo. Con semejante desconocimiento, casi generalizado, tú esperarías que escépticos, agnósticos y ateos se abstuvieran de tocar el tema; sin embargo, los oyes y ves escribiendo tan dogmática e irrespetuosamente contra la Biblia, Dios y Jesús que quien desconoce igual que ellos piensa que dominan lo que afirman o les asiste la razón. Por lo general, entre más grandilocuente es el portavoz de tales ideas más grandes son sus hambres de afecto y sus vacíos existenciales. Y por ende más vehemente el deseo de robar cámara (léase protagonismo), ganar dinero o engordar su ego con las polémicas que fomentan.
Para abordar el tema del canon de las Escrituras debemos definir el término “canon”. La expresión canon viene del hebreo ganeh y del griego kanon, y significa caña, junquillo o vara de medir. La caña llegó a ser un instrumento para medir y su significado evolucionó a “patrón”, “regla”, “norma”. En el cristianismo vino a representar “la regla escrita de la fe”; es decir, el patrón por medio del cual se debía medir y evaluar la lista oficial de libros aceptados por la comunidad de creyentes durante y después de los apóstoles del Cristo resucitado.
Importante es aclarar que ni la Iglesia primitiva (desde el siglo I hasta finales del V d. C., la Iglesia -fundada por el Espíritu Santo el Día de Pentecostés- era solo cristiana, no era ni católica ni protestante) ni ninguna organización religiosa ni ningún emperador romano creó el canon ni determinó los libros que se llamarían sagradas Escrituras. La Iglesia primitiva solo reconoció o descubrió cuáles libros habían sido inspirados. Es decir, un libro no es Palabra de Dios porque fuera aceptado por el pueblo de Dios. Únicamente Dios le da autoridad a un libro y determina cuál es inspirado. La Iglesia lo único que hizo fue descubrir los libros inspirados y reconocerlos como tales. No hay nada más alejado de la verdad que la afirmación de que la Iglesia primitiva rechazó libros porque no le convenía tenerlos dentro del canon. Los libros no reconocidos como canónicos se desecharon básicamente porque contradecían el espíritu de las enseñanzas de otros libros o carecían de la autoría o reconocimiento de los apóstoles de Jesús. Más adelante veremos cómo se determinó la inspiración o no de un libro. Baste aseverar que las evidencias internas y externas de cada libro confirmaron la canonización o no de los escritos. Esto es, los libros apócrifos no fueron excluidos del canon por la Iglesia, sino que ellos mismos se excluyeron por desarmonizar con el testimonio de Jesús que los cristianos primitivos aceptaban como dignos de confianza.
Después de la muerte de los apóstoles, el surgimiento de sectas y herejías en los tiempos de la Iglesia primitiva propició la imperiosa necesidad de algunos artículos de fe; la autoridad para hacerlos un estilo de vida y la recopilación de escritos de los apóstoles con la suficiente facultad para contrarrestar a los herejes y reafirmar la fe. En tiempos apostólicos la fe surgía de un corazón rendido a la voluntad y señorío del Señor Jesús resucitado. Pero, luego de los apóstoles, la fe perdió mucho de su esencia espiritual para convertirse en una aceptación mental y emocional (considero que a partir de ahí se distorsionó mucho lo que en realidad significa fe); tal fe precisaba y aún es auxiliada por un cuerpo de doctrina riguroso e inflexible en no pocas ocasiones. Se hace hincapié en la creencia correcta cimentada en la inspirada y acertada interpretación de los escritos apostólicos. Por consiguiente, la purga y selección de los libros que formaran el canon de las sagradas Escrituras no se realizó por capricho de excluir literatura ni se llevó a cabo con aviesos deseos de ocultar nada. Fue la consecuencia lógica de tener una regla de fe acorde con la verdad de la infalibilidad del Dios que no se contradice ni desdice.
La canonización de los actuales libros que componen el Antiguo y Nuevo Testamento respondió y responde la necesidad en cuestión; fue y es la fuente de inspiración de la Iglesia de Jesucristo y de los actuales seguidores del Cristo resucitado. (He ahí la razón de la total certidumbre de la Iglesia del Señor de que tiene la completa e inerrante Palabra de Dios aunque surjan “evangelios”, escritos, libros y supuestas nuevas evidencias que reclaman “revelar misterios” que los libros canónicos no contemplan. A medida que se acerque la venida corporal de Jesús aparecerán más falsos cristos y falsas revelaciones sobre la Biblia. ¡Cristiano, ten cuidado!)
Desde sus inicios, los libros del Antiguo Testamento (aparecidos en el conjunto de libros considerados inspirados por judíos y cristianos protestantes) eran aceptados como Escrituras sagradas por la nación judía y por los seguidores de Jesús, y por el mismo Jesús. Después de la resurrección corporal de Jesús, conforme aparecían los escritos de los apóstoles (mientras vivieron y después de morir) se iban añadiendo a los escritos del Antiguo Testamento, y se les tenía en igual condición de Palabra de Dios. Los apóstoles Pablo, Pedro y Juan reclamaban desde la aparición de sus escritos la inspiración divina en ellos.
Ahora bien, ¿qué criterios fueron utilizados para determinar si un libro era o no inspirado? Cinco fueron los criterios para tan delicada tarea:

1) Si el libro o epístola tenía autoridad genuina de un profeta de Dios o de un apóstol de Jesucristo. Tales investigaciones no siempre eran fáciles de realizar, especialmente de los libros menos conocidos y de regiones distantes de Jerusalén, cuna del cristianismo.
2) Si el autor del libro recibió confirmación por algunos actos portentosos de Dios. Con cierta frecuencia la calidad de los milagros hacía la diferencia entre un hombre de Dios y un lobo vestido de oveja. No olvidemos que el diablo y sus instrumentos hacen cierto tipo de milagros para confundir. San Pablo revela que hasta “Satanás se disfraza de ángel de luz” para engañar. (2da Corintios 11: 14) Y Jesús reveló a sus discípulos que muchos le dirían que habían profetizado, echado fuera demonios y obrado milagros en Su Nombre, mas Cristo les respondería: “Nunca les conocí; apártense de mí, hacedores de iniquidad”. (San Mateo 7: 22, 23) “No hay nadie que haga un milagro en mi Nombre, y que pueda a continuación hablar mal de mí [...]”, y ser “hacedor de iniquidad”, expresa Jesús. (San Marcos 9: 39) En Egipto, los milagros de Moisés prevalecieron sobre los de los hechiceros y encantadores del faraón. (Éxodo 8: 18, 19) ¡Cuidado con ciertos “milagros” que ocurren por ahí!
3) Si el mensaje decía o no la verdad en cuanto a Dios dada en otros libros considerados inspirados. Si había dudas acerca del libro, era excluido. Puesto que Dios no puede contradecirse, los libros que contradecían otros libros ya canonizados eran desechados. Por tanto, un libro con falsas pretensiones no puede ser Palabra de Dios. Ejemplo: el llamado “Evangelio de Judas”, el “Evangelio de María” y otros “evangelios” gnósticos presumen revelar la verdad sobre Jesús, Judas, María de Magdala y otros temas. Ojo, una peculiaridad de los “evangelios” o libros gnósticos es que pretenden saber más que los apóstoles que caminaron con Jesús por casi cuatro años. Lo descabellado es que fueron escritos dos, tres o cuatro ¡siglos! después de Cristo y los apóstoles. ¿Qué tal? O sea, ni siquiera estuvieron presentes cuando se dieron los hechos ni conocieron a ninguno de los protagonistas principales del cristianismo, pero... ellos sí “saben” cómo se dieron los hechos. ¡No me digas! Cualquier similitud con ciertos casos de novelistas, documentales y medios sensacionalistas es pura coincidencia. Hay escritores y escritores. Hay expertos y expertos. Hay medios y medios. Hay receptores y receptores. Ya no hacen a los novelistas, a los expertos, a los medios y a los receptores como antes. (No sé si te has percatado que muchos programas televisivos acerca de escritos gnósticos son desempolvados o actualizados con “nuevas revelaciones” para pasarlos en ¡Semana Santa! ¿Qué crees que persiguen con tales producciones? ¡Vender! ¡Vender! ¡Vender! Todo lo que hable contra la Biblia, Jesús y la fe en Jesús vende. Y si despierta el morbo como la historieta del Señor Jesús y María de Magdala se venderá como pan caliente. ¡Qué crédulos son algunos cuando les conviene y qué incrédulos son cuando no les conviene!
4) Si el libro demostraba o no el poder [gr. dunamis] de Dios. Esto es, si cambiaba las vidas de quienes tenían contacto directo con la verdad de la Palabra inspirada (en mí se operó el milagro en 1978 al llegar a la historia del rey David al endechar la muerte de su gran amigo Jonatán, hijo de Saúl), se incluía en el canon. Si un libro no lograba transformar vidas, se desechaba. Tanto en lo secular como en lo religioso, hay libros y libros. Hay escritores y escritores.
5) Si gozaba de la aceptación del pueblo de Dios. ¿Quién mejor que los creyentes contemporáneos de los apóstoles para saber si ellos tenían o no la autoridad o inspiración de Dios en sus escritos? El mismo Pedro da excelentes referencias de Pablo y avala las epístolas del “apóstol de los gentiles” como inspiradas, “entre las cuales hay algunas difíciles de entender”. Por difíciles de entender y por oscuras razones, continúa Pedro, “[...] Los indoctos e inconstantes [las] tuercen, como también [hacen con] las demás Escrituras, para su propia perdición”. (2da San Pedro 3: 16) Algún parecido con la realidad actual es solo casualidad. Espero y confío en Dios que nadie me acuse de añadir y quitar a la bendita Palabra de Dios por el hecho de colocar palabras entre corchetes para su mejor entendimiento en ciertas ocasiones. (8)

Saludable es que aclaremos por qué traducciones cristianas de línea protestante (hay sectas que no son protestantes y mucho menos cristianas) excluyen ciertos libros que aparecen en versiones de la Biblia de otras confesiones religiosas de corte cristiano.
Dichos libros y dos adiciones a los libros de Ester y Daniel se excluyen del canon judío y cristiano protestante por cuatro poderosas razones:

1) En esas obras abundan errores históricos y geográficos y además hay anacronismos. De ahí que quienes desconocen que esos libros son deuterocanónicos (no canónicos) señalen que en la Biblia hay errores. (Sí hay errores en las traducciones de la Biblia que incluyen los libros en cuestión) La ignorancia es insolente.
2) Enseñan falsas doctrinas y promueven prácticas que chocan con los libros canónicos. Para darte cuenta de ello deberás conocer lo que enseñan los libros inspirados y los no inspirados para comparar.
3) Dichos libros recurren a géneros literarios y exhiben cierta superficialidad de estilo y de contenido discordante con los libros inspirados.
4) Carecen de elementos distintivos que dan a las Escrituras genuinas su carácter de inspiradas, tales como poder profético y profundidad poética y religiosa. (9)

Los libros en cuestión son: 1ro de Esdras, 2do de Esdras (este aparece como 3ro de Esdras), Tobías o Tobit, Judit, Adiciones a Ester, Sabiduría de Salomón, Eclesiástico o Sabiduría de Sira, Baruc; La oración de Manasés; 1ro y 2do de Macabeos.
Debo insistir en que el criterio fundamental para reconocer si un libro era o no inspirado para ser incluido en el Nuevo Testamento fue la autoridad y/o aprobación apostólica. Un libro podía presumir ser inspirado por un apóstol, pero si no era bien visto por los otros apóstoles, era excluido del conjunto de los demás libros tomados como inspirados. (Mi convicción es que quien tomó el lugar de Judas Iscariote no fue Matías, sino el gran Pablo, apóstol a los gentiles. Matías fue elegido por los Once apóstoles [Hechos 1: 26], mas Pablo fue escogido directamente por el Cristo resucitado en el camino a Damasco [Hechos 9: 3-6])
Ojo, entre los libros considerados no inspirados tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, hay algunos de riqueza y sabiduría religiosa; pero, como manifestara arriba, contienen doctrinas o enseñanzas contrarias a la voluntad y verdad de Dios reveladas en los libros inspirados o canónicos. Tengamos claro esto: Entre los libros canónicos no existe real contradicción alguna.
Más adelante veremos que la Biblia sí contiene algunas ideas equivocadas y disparatadas de ciertos personajes, mas ello no es prueba de que el Libro de Dios contenga errores, sino que revela el respeto de Dios por la voluntad y el pensamiento humanos. Dios no oculta los malos actos y opiniones de hombres y mujeres, como suelen hacer los escritores y biógrafos modernos. Por otra parte, sí hay aparentes contradicciones, pero de aparentes a que sean reales hay gran diferencia. No todo lo que brilla es oro. Ni todo oro es de 24 quilates.
Para cerrar, es menester aclarar la creencia de los críticos de que entre los 60 a 90 años en que se escribieron los evangelios tales hechos se superpusieron con elementos míticos de tal manera que eso fue lo que transmitieron los evangelistas en lugar de una narración fiable y directa. Es decir, con los años se distorsionó lo que al final se escribió; de manera que el simple maestro sabio que fue Jesús se convirtió en el “mitológico” Hijo de Dios. En primer lugar, hay evidencias que demuestran que los evangelios se escribieron mucho antes del año 70 (caída de Jerusalén) d. C. La objeción del hipotético carácter legendario de los evangelios es infundada puesto que los testigos oculares enemigos del Evangelio y de Jesús habrían desmentido las falsedades. Asimismo, justamente lo contrario es escrito por Mateo al revelar que los adversarios de Jesús sobornaron e instigaron a los guardias de la tumba de Jesús a propagar el rumor de que Jesús no había resucitado sino que sus discípulos habían robado el cuerpo. (San Mateo 28: 11-15) Esto es, la legenda la inventaron los enemigos del cristianismo, no los cristianos.
Los apóstoles en innumerables ocasiones recordaban a los adversarios del cristianismo que ellos eran testigos oculares de la pasión, muerte y resurrección de Jesús y que tales hechos no se habían dado a escondidas del pueblo y de las autoridades religiosas, sino delante de sus propias narices; por tanto, en todo momento les desafiaron a que demostraran si lo que ellos predicaban y enseñaban era una patraña. (Hechos 1: 3; 2: 22, 32; 3: 15; 4: 20; 5: 32; 10: 39; 13: 31; 26: 24-26) ¡Jamás alguien dijo nada en contra de tales hechos!
San Pablo escribió que Jesús se había presentado vivo a más de quinientas personas, de las cuales muchos vivían y estaban en plena libertad de presentarse ante cualquier tribunal y desmentir lo que el apóstol de los gentiles aseguraba. (1ra Corintios 15: 6) ¡Nadie se levantó para desdecir al apóstol Pablo!
Pues bien, nadie fue capaz de desmentir ni demostrar que los hechos narrados por los evangelistas eran falaces o una mezcla de mitos y realidad. Ninguno pudo no porque fueran ignorantes ni nada por el estilo, sino debido a que los hechos ocurridos en tiempo y espacio reales en cuanto a la peculiar personalidad del Señor Jesucristo eran y siguen siendo verdades contundentes. Los que ahora dudan y rechazan los hechos registrados en el Nuevo Testamento son los escépticos modernos que no han visto nada ni han investigado con honestidad intelectual los veraces reportes de aquellos periodistas y testigos oculares de la antigüedad. Pero se levantan para escribir y decir estupideces.
El desafío de Julius Müeller todavía está en pie. En 1844, el teólogo alemán desafió a cualquiera a que encontrara un solo ejemplo de desarrollo legendario temprano en cualquier parte de la historia narrada por los evangelistas; la respuesta de los eruditos de ese tiempo y de la actualidad fue y es un silencio sepulcral. ¿Por qué será? Porque no lo hay.
Más aún, yo también desafío a los críticos a que demuestren que Jesús de Nazaret no resucitó corporalmente de los muertos. Y que, por ende, lo que me sucedió a inicios de 1979 y pasa cada vez que le alabo, adoro e invoco Su Nombre no es real. Créeme que si alguien lo logra, dejo de ser cristiano y de escribir sobre el Señor Jesucristo y me dedico a otros menesteres, pues ya no valdría la pena seguir hablando y escribiendo de algo que es una colosal mentira, si en verdad Cristo no resucitó.
Recordemos que cuestionar no es rebatir. Y los críticos del Evangelio no han podido ni podrán refutar sus hechos sucedidos en espacio y tiempo reales en la persona del Cristo resucitado por muy vehemente que sea el deseo y la fanfarria.


Cómo interpretar la Biblia

En vista de que tomaremos la Biblia para nuestro estudio sobre el origen del sufrimiento, surge una sana inquietud en cuanto a cómo interpretarla. ¿Será literalmente? Si no, ¿cómo debe interpretarse? Igual que la Constitución política y leyes de un país, el Libro de Dios es y ha sido interpretado antojadizamente por muchas personas, denominaciones, iglesias y sectas. Los “Testigos de Jehová” han hecho su propia versión de la Biblia que no se ciñe realmente a los originales.
La Biblia es un libro divino-humano escrito por hombres inspirados (gr. theopneustos) por Dios; por tal razón, el método más seguro es interpretarla literalmente como lo haríamos con cualquier obra. Esto es, “basado en la filosofía de que Dios originó el lenguaje con el propósito de comunicar Su mensaje al hombre y que hizo a este con la capacidad de entender ese mensaje, el principio literal busca interpretar ese mensaje llanamente”. (10)
(Hay quienes llaman fundamentalistas a los que interpretan la Biblia literalmente, ignorando que para llamarlos así ellos también deben ser fundamentalistas; puesto que si no fundan su pensamiento en un argumento verdadero, ¿cómo pueden estar tan seguros que los cristianos son “fundamentalistas” o están equivocados? Temo que el intento de quien los llama fundamentalistas o fanáticos es diluir la verdad de la Palabra de Dios de tal manera que quede en nada o se mistifique imposibilitando discriminar entre lo real -ocurrido en espacio y tiempo reales- y lo fantasioso.)
Indiscutiblemente habrá momentos en los cuales el sano sentido común aconsejará no tomar ciertos pasajes de manera literal. Por ejemplo, cuando Jesús afirma: “Si tu ojo te es ocasión de caer, sácatelo. Mejor te es entrar con un solo ojo al cielo, que teniendo dos ojos ser echado en el infierno de fuego”. (San Mateo 18: 9) Aquí el resucitado Cristo histórico hace uso de la hipérbole, que es una exageración intencional para comunicar la imperiosa necesidad de sacrificar algo valioso cuando retenerlo es ocasión de pecado. Jesús en ningún momento incita a que atentemos contra nosotros mismos, sino que abandonemos lo que nos es piedra de tropiezo. Lo literal es la segunda parte de lo que sostiene Jesús: Si no corriges tal conducta, has de “[...] Ser echado en el infierno de fuego”; aunque a tipos como Bertrand Russell y a ciertos grupos autoproclamados cristianos el infierno literal sea piedra de tropiezo y de escándalo.
Aunque el camino correcto para interpretar la Biblia es el literal, es insoslayable tener pendientes ciertas reglas de interpretación bíblica que han sido establecidas por personas que han dedicado su vida al estudio especializado del Libro de Dios para nosotros. (Habrá quienes digan que las normas de hermenéutica son relativas por ser creación del hombre. Si a esas nos atenemos, entonces ninguna ley ni el método científico convencional ni ningún principio ni constitución tienen valor alguno por ser hechos por humanos, y nos deslizaremos por el profundo y oscuro túnel del libertinaje y la anarquía, dando como resultado el caos) Me gusta el fútbol más que cualquier otro deporte. Pero si quiero jugarlo bien y sacarle el mejor beneficio, debo seguir las reglas, que sin importar que sean viejas sirven para que las cosas marchen bien. Más aún, si lo que tengo es un club de futbolistas profesionales, debo no solo someterme a las normas del fútbol, sino también a la asociación internacional que rige al fútbol mundial. De más está decir que las enseñanzas del Libro de Dios para el humano no son un juego ni para que se tomen a la ligera. Pues bien, si en el fútbol las reglas y la obediencia a esas reglas y a las autoridades futbolísticas son imprescindibles, ¿cuánto más lo serán las normas que deben regir nuestra vida y futuro espiritual?
Antes de ver las reglas correctas de interpretación bíblica, toca hablar de tres maneras comunes y equivocadas que usa el sujeto promedio para interpretar la Biblia: 1) El método racionalista. 2) El método alegórico-místico. 3) El método dogmático. Para este análisis citaremos el libro Claves de interpretación bíblica de Tomás De La Fuente (Thomas Fountain), publicado por Casa Bautista de Publicaciones, 1987, escrito originalmente es español.


1) El método racionalista consiste en sujetar toda la Escritura al juicio humano para saber si son válidas o no sus declaraciones. Presupone que lo sobrenatural no existe, y que todo texto se puede entender por medio de la razón humana. Pretende ser el método científico porque elimina lo sobrenatural, según la llamada actitud científica que predomina en el laboratorio y en la mayor parte de los centros educativos. [También presente en eruditos y teólogos liberales como los del grupo Jesus Seminar o Seminario de Jesús] Pero al proceder así, este método viola el verdadero método científico, que no permite al investigador comenzar con prejuicios; no debe juzgar de antemano lo que investiga, antes de reunir todos los datos necesarios. [¿Recuerdas la cita que hice de aquel que cree que “solo cuando se acude al raciocinio es que se tambalean todas las historias bíblicas”? (Por lo menos dice “historias” y no las llama cuentos o historietas, que es lo que en realidad expresa en lenguaje oculto) A este tipo de razonamiento se refiere De La Fuente al señalar que hay quienes pretenden acomodar los hechos de la Biblia a su limitado raciocinio. Antes de investigar lo sobrenatural, de un tajo lo eliminan, pues “solo cuando se acude al raciocinio es que se tambalean todas las historias bíblicas”. La ignorancia es insolente. Ojo, no se trata de fanatismo religioso que acepta todo sin analizarlo, mas tampoco hablo de fanatismo racionalista que pretende meter a Dios en su minúsculo cerebro o en un tubo de ensayo. Al padre de esa criatura -se vanagloria de ser científico pero es filósofo- lo invité a un debate público o privado a fin de demostrar quién es el equivocado y prejuiciado, y rehusó alegando que la Biblia “no se presta como documento serio para el análisis de las evidencias”. ¿De qué evidencias hablará? Creo que ni él lo sabe. Desde luego, eso afirma sin antes haber estudiado a conciencia la Biblia como en otra ocasión me confesó. Entonces, ¿en qué quedamos si rechaza o se niega el permiso de investigar las evidencias antes de investigarlas? Como vemos, el tío solo filosofa sobre algo que conoce de oídas. (Igual hacen instituciones y científicos evolucionistas) Ojo, muchos gnósticos, filósofos y “escritores” suelen usar el mismo modus operandi: vomitan o hacen catarsis sobre sus receptores y luego dan la espalda a quienes los cuestionan; bien ignorándolos o siendo patanes con quien los invite a debatir con altura las mentiras y medias verdades que han proclamado tan dogmáticamente por ser partidarios de las presuposiciones de contenido sustantivo, que dan por sentado un cuerpo de conocimiento que por cierto ellos “poseen”; por consiguiente, los argumentos de otros son “sofistería engañosa”] Los que usan el método racionalista -agrega De La Fuente- muchas veces comienzan rechazando una de las pretensiones fundamentales de la Biblia: que Dios interviene en los asuntos humanos. Los racionalistas comienzan entonces a interpretar la Biblia usando su prejuicio como punto de partida. El resultado es que sacan conclusiones satisfactorias para sí mismos, que son muy diferentes de lo que las Escrituras enseñan claramente. El racionalista considera que los milagros de la Biblia -así como todos los eventos sobrenaturales- no eran sino sucesos naturales que se pueden explicar por las leyes naturales que ahora entendemos; o quizá son hechos que los escritores ignoraron o no mencionaron. Afirman [los fanáticos racionalistas] que los evangelistas no pensaron engañar a sus lectores, sino que escribieron convencidos de que decían la verdad. [Vaya manera tan sesgada de ver la Biblia. Peca de iluso quien crea que razonamientos cientificistas puedan hacer tambalear y derribar los hechos históricos de la Biblia. Si fueran mitos como creen los incrédulos, el mito caería solo por falta de peso histórico; pero los hechos reales ocurridos en lugar y tiempo reales solo ofrecen dos alternativas: ser aceptados o rechazados]
2) El método alegórico-místico es otra forma de interpretar la Biblia. Este considera que toda la Biblia fue escrita como una serie de alegorías. Insiste en que no es el significado natural y evidente el que da a la Biblia su importancia, sino el sentido ‘místico’. Para ellos ‘místico’ significa oculto o espiritual. Este método fue inventado por los griegos antiguos que procuraban explicar para sí mismos sus mitos y leyendas. El gran error de este método es que los intérpretes hacen a un lado los hechos importantes de la historia bíblica y perjudican así el sentido claro de la Escritura. [La persona citada arriba también argumentaba: “[...] La Biblia, a mi juicio, es un compendio de metáforas, fábulas, leyendas y opiniones acomodaticias”. Es decir, no ha leído -mucho menos estudiado científicamente las evidencias a favor de las Escrituras-, pero filosofa diciendo que la Biblia no es digna de confianza. Más o menos dice: “Yo no conozco la Biblia, pero por lo poco que sé pienso que no es confiable”. ¿Es científica esa posición? Tal criterio es pura creencia, no una investigación seria. Temo que a estos señores el miedo se los come pues no se atreven a considerar en serio -con honestidad intelectual- las evidencias histórico-empíricas del cristianismo. Por desgracia, hay gente religiosa que por aceptar el mito transformista de la evolución sostiene que muchos hechos registrados en el Antiguo Testamento, p. e. la creación de Adán y Eva, son “mitos” y “símbolos”, y “no deben entenderse literalmente”. Los apóstoles Pedro, Juan y Pablo advierten que muchos enemigos de la verdad de la Palabra salen de la misma Iglesia. Jesús asegura que actúan igual que los escribas y fariseos al poner sus tradiciones y mandamientos de hombres por encima de la Palabra de Dios (San Mateo 15: 1-9)]
3) El método dogmático. Su nombre se deriva de la palabra griega dogma, que significa enseñanza. Propiamente hablando, toda doctrina cristiana es dogma, aunque desafortunadamente esta palabra lleva cierto sentido desagradable a la mente popular. Se debe a que las doctrinas cristianas se han enseñado muchas veces en un espíritu rígido o dogmático. Sin embargo, el método dogmático no se considera equivocado por ningún espíritu dogmático, sino porque interpreta de acuerdo con los dogmas de algún grupo. Sus enseñanzas son consideradas correctas porque proceden de aquel grupo, y no porque tengan mérito basado en algunos principios aceptados de la hermenéutica. (11) (Citado con permiso) (Las cursivas son mías) (A lo largo del libro notaremos que dogmatismo ha habido y hay en aquellos que como Hume tratan de desvirtuar el Evangelio “por dogmático”)

Antes de abordar el tema de cómo interpretar correctamente la Biblia, unas palabras acerca del método racionalista de interpretación: Desde tiempos modernos, escépticos, fanáticos racionalistas, agnósticos, ateos, cientificistas y teólogos liberales han utilizado este método a fin de intentar explicar las historias y los milagros registrados en la Biblia que califican de simples fenómenos naturales. Para ellos, las diez señales (“plagas”) de Dios a favor de Israel en Egipto, el paso del pueblo israelita por en medio del mar de los Juncos (mar Rojo), los milagros de Jesús y demás historias bíblicas pueden ser explicadas natural o “científicamente”.
Desde luego, con medias verdades, inexactitudes y subterfugios es posible embolatar los hechos de la realidad y lograr que la ley que salvaguarda los derechos de Juan Pérez lo condene al paredón de fusilamiento en las afueras de Macondo. Si de amañadas interpretaciones se trata, sabemos que leyes y constituciones suelen ser interpretadas a favor del que quiere ganar el caso, más si hay mucho dinero de por medio.
Lo irónico de la posición de los partidarios del método racionalista es que, si seguimos el hilo de su pensamiento, el tiro les sale por la culata puesto que el milagro que pretenden explicar para desvirtuarlo se maximiza en vez de minimizarse. Esto es, el hecho se les embarulla de manera tal que necesitan malabares dialécticos para “explicar” lo inexplicable. En verdad, el método no les ayuda como creen. Me explico: Si Dios en realidad no provocó las plagas sobre los egipcios para que el faraón permitiera salir a los israelitas sino que dichas plagas fueron producto de fenómenos naturales, ¡qué sabio y poderoso es Dios al utilizar la naturaleza para que faraón dejara salir a Israel! Si faraón y sus sabios fueron engañados por Moisés, creyendo que Dios actuaba a favor de los hebreos, la Historia debería condenarles por ingenuos e ignorantes. Pero está demostrado que uno de los pueblos antiguos más sabios eran precisamente los egipcios.
Si Dios no dividió el mar de los Juncos como registra la Biblia sino que Israel pasó a través de pantanos y en seco, ¡qué genial y todopoderoso es Dios al lograr que un ejército tan numeroso y poderoso como el egipcio se hundiera y pereciera en un charquito!
Si Jesús no multiplicó panes y peces, sino que convenció a un joven a compartir su sustento diario, ¡qué poder de convencimiento tan extraordinario tenía Jesús para lograr que un muchacho se desprendiera de los cinco panes de cebada y dos pececillos que tenía y que unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños, compartieran lo único que había y que comieran todos y se saciaran y sobraran doce canastas! En pocas palabras, según la interpretación racionalista, Jesús no hizo un milagro sino ¡varios! Amén de lograr que el don de la bondad sobrepasara el acuciante instinto hambre.
Otra explicación cientificista pretende explicar la caída de los muros de Jericó. Los incrédulos aseguran que tales muros cayeron por un terremoto, no por el poder de Dios. Pero no pueden explicar cómo fue posible que los muros se desplomaran y no cayeran hacia delante o hacia atrás como ocurre con los muros caídos. El término hebreo usado por la Biblia para derrumbar es nafál, y entre sus acepciones está desplomarse, postrarse, abatirse. Los muros de Jericó se desplomaron o cayeron sobre sí mismos como quien se desmaya o pierde el sentido. ¿Qué tal?
En realidad, el método racionalista no responde dudas ni explica nada, solo enmaraña las cosas. Al tratar de explicar hechos sobrenaturales ocurridos en tiempo y espacio reales con términos naturalistas y seudocientíficos, queda enredado en su propia tela de araña y reafirma la veracidad de los hechos narrados por la Biblia.
Acaso un punto a favor de la interpretación racionalista sea su aportación a fin de que el desconocimiento no nos lleve a interpretar (espiritualizar) todo como milagroso en el diario vivir. En eso estamos de acuerdo. No todo es milagro ni sobrenatural. Pero tampoco ningún fenómeno sobrenatural y/o paranormal puede ser explicado con argumentos de las ciencias naturales ni filosóficos. Y meter todos los hechos o fenómenos en un saco y catalogarlos falsos sin investigar a conciencia, tomando como primera premisa nuestro cientificismo y/o racionalismo, es pura cháchara.
Aun cuando hubiese ignorancia en el escritor bíblico, el Autor divino no permitiría que simples hechos naturales fueran distorsionados al punto de ser llamados sobrenaturales. Dios no necesita que nadie le dé créditos que no le pertenecen ni comparte Su gloria con nadie. (Isaías 42:8) No obviemos que los escritores humanos fueron inspirados y guiados por Dios. Si no quiero creerlo, es mi problema y decisión, pero mi incredulidad no desmerita el hecho ocurrido en espacio y tiempo reales.
A fin de interpretar la Biblia de manera correcta, está la hermenéutica general y la hermenéutica especial. La primera “incluye todas las reglas que pueden aplicarse a la Biblia” como literatura que es. “La mayor parte de estos principios pueden ser aplicados también a la literatura en general”, escribe De La Fuente, y añade: “La hermenéutica especial incluye todas las reglas y consideraciones necesarias para interpretar ciertas categorías especiales de la literatura, que pueden contener el lenguaje figurado, la poesía o la profecía, y una variedad de problemas especiales”. Problemas especiales de interpretación que tienen ciertos pasajes de la Biblia, pero que no constituyen en absoluto supuestas contradicciones. Los enunciados y algunas ideas aquí presentadas son tomados del libro de De La Fuente. El desarrollo es nuestro. Cuando sea necesario usaremos la obra Normas de interpretación bíblica, Editorial Clie, de E. P. Barrows.

A. Hermenéutica general:

1) El espíritu correcto. Si al interpretar la Biblia vamos con orgullos y prejuicios, su mensaje se diluirá en la maraña de nuestro retorcido juicio, y quedaremos acomodando sus enseñanzas a nuestra equivocada manera de vivir y ver la vida. Ese intelectualismo o especialismo a veces no es otra cosa que incredulidad y pecado disfrazados de genialidad. (En sicoanálisis lo llaman intelectualización)
2) El método correcto. Aun cuando tengamos el espíritu correcto, es preciso usar el método correcto a fin de no llegar a conclusiones equivocadas en cuanto al propósito del escritor, la validez de sus enunciados doctrinales, la exactitud del trasfondo histórico de lo que relata y el origen divino del texto interpretado. Ya vimos que el método racionalista, el método alegórico místico y el método dogmático son incorrectos para interpretar la Biblia.
3) Leer siempre con cuidado. Muchas veces, sin verificar lo que leemos, sacamos ligeras conclusiones de la lectura. Un nuevo creyente solía abrir la Biblia al azar y leer donde primero colocara su dedo índice. La primera vez que lo hizo, abrió la Biblia donde decía que Judas tiró las monedas recibidas por entregar a Jesús, y luego se ahorcó. Al no gustarle tal pasaje, la abrió por segunda vez y leyó donde colocó su dedo. La segunda lectura expresaba: “Haz tú lo mismo”. Esas ligerezas de leer la Biblia pueden ser nocivas.
4) Significado de las palabras individuales. Bien se ha dicho que las palabras traducidas de un idioma a otro no siempre tienen el mismo significado. “Lo que permite que las palabras se traduzcan no es que tengan equivalencias exactas, sino que cada palabra tenga su ‘área de significado’”, asegura De La Fuente. Algunos piensan que las traducciones protestantes no dicen lo mismo que las católicas, o que traducciones protestantes y católicas distan mucho de lo que expresan los originales. No hay nada más falso que eso. Aunque las traducciones no usan las mismas palabras que los originales, el significado es el mismo. Si así no fuese, no pudiéramos confiar en la traducción de ninguna obra. Más, hoy existen en el mercado excelentes biblias con términos y frases del texto original debajo del pasaje traducido. En esta edad moderna cualquiera que investigue bien puede conocer mucho de la Biblia sin ser un entendido en cuestiones bíblicas. Pero, debo decirlo, muchos prefieren leer el periódico que las sagradas Escrituras judeocristianas. Peor aún, aceptan y creen más en un diario o cualquier libro de relativa importancia que en la Biblia.
5) El contexto. En círculos bíblicos suele decirse que “un texto sin contexto es un pretexto”. (En Historia podríamos parafrasear: “una narración sin contexto histórico es historieta”. En teología se expresaría: “una interpretación racionalista sin el contexto bíblico-histórico es cientificismo”. Ojalá lo tuvieran presente quienes escriben, leen, ven y producen novelas, libros y películas gnósticos) A veces hasta el mejor intérprete cae en la trampa de leer apresuradamente y sacar conclusión de un texto aislado de su contexto. El error no solo lo comete el intérprete bíblico, sino además el común de las personas al entresacar un pensamiento de las ideas de otro. Y, toca reconocerlo, hasta los periodistas se equivocan al hacer el título o encabezado de una información con una idea aislada del entrevistado para causar sensación o despertar morbos. Muchos titulares de noticias de los medios escritos no tienen nada que ver con el primer párrafo (o entrada) de la noticia, alejado de lo que nos enseñaron en las aulas universitarias.
Dicho sea de paso, ¿sabes qué creo? Pienso que quien escribió el “Evangelio de Judas”, además de no entender y tergiversar la profecía de la traición de Judas aparecida en el Antiguo Testamento (Salmos 41: 9), hizo doctrina de San Juan 13: 27, donde después de revelar Jesús la traición de Judas en la Última Cena, le dice al Iscariote: “Lo que vas a hacer [traicionarme], hazlo más pronto [Lit. cuanto antes]”. Si sacamos ese versículo del contexto de la profecía (revelación divina de la traición de Judas) del Antiguo Testamento, es fácil creer que Jesús le pide a Judas que vaya y lo entregue sin dilación y como estaba planeado. En efecto, las falsas enseñanzas (dogmas) o doctrinas de demonios siempre surgen de versículos aislados o entresacados de la Biblia. ¡Cuidado con esas trampas de versículos sueltos! Como bien cita García Márquez en la primera parte de sus memorias, Vivir para contarla: ‘“Hasta la Biblia subrayada en esa forma maliciosa podría expresar lo contrario de su auténtico sentido’”. (12)
6) Pasajes paralelos. Es usual que quien desconoce las sagradas Escrituras crea que Mateo contradice a Marcos, y este, a su vez, contradice a Lucas, y Juan los contradice a todos. Y, al final, los evangelistas no se pusieron de acuerdo porque los cuatro inventaron lo que escribieron, o uno copió del otro. Como señalo en otra parte de esta obra, los evangelistas escribieron tal como escribirían cuatro excelentes reporteros ante un hecho equis. Muy difícil sería que los cuatro coincidieran en las mismas palabras y detalles, pero la esencia del mensaje o noticia sería la misma. Más, los cuatro, en lugar de contradecirse, complementarían la información. Eso sucede precisamente con los cuatro evangelios. Un autor complementa los relatos de los mismos hechos que otro ha narrado desde otra perspectiva. Simon Greenleaf, de la Facultad de Derecho de Harvard, dijo una vez sobre las narraciones de los evangelistas: “Hay suficiente discrepancia como para demostrar que no pudo haber existido un previo acuerdo entre ellos; y al mismo tiempo hay tal concordancia sustancial como para demostrar que todos eran narradores independientes de la misma gran transacción”. Para una sana y correcta interpretación de los evangelios o de cualquiera de los otros libros de los 66 que tiene la Biblia, el intérprete debe tomar en cuenta los pasajes que tratan el mismo tema, a fin de ampliar la idea de lo que pretende interpretar. En el mercado existen muy buenas concordancias temáticas y biblias concatenadas con el mismo tema.
7) El mensaje de la Biblia entera. En institutos y seminarios bíblicos enseñan que la Biblia es su mejor intérprete, pues cualquier tema está apoyado y/o ampliado en el Libro de Dios. Ejemplo: La deidad de Jesús es planteada, sostenida y sustentada en innumerables pasajes no solo de los cuatro evangelios, sino también en libros proféticos, poéticos e históricos del Antiguo Testamento y epístolas del Nuevo. De manera que quien afirme haber leído la Biblia y asegure que Jesús no enseñó ser Dios, es como aquel que a las doce del mediodía de un día soleado y sin nubes diga que no hay Sol. Y si Jesús enseñó ser Dios, lo es. Jesús no miente, puesto que no puede mentir. Esa es una de las imposibilidades de Dios. No puede mentir. (Ojo, la traducción espuria de la Biblia denominada “Traducción del Nuevo Mundo de las Sagradas Escrituras” es utilizada por una secta que niega la divinidad de Jesús, pero desde hace unos años sus miembros se autodenominan cristianos. De las traducciones de las sagradas Escrituras judeocristianas esta es la única que, aunque asegura haber sido traducida directamente de los originales, es una traducción manipulada de la Biblia)
8) El propósito, el plan y las limitaciones de cada escritura. Cada escritura o pasaje de la Biblia tiene un fin y plan definido; por ende, también sus propias limitaciones. Tomar un pasaje por los cabellos para forzarlo a decir lo que quiero es equivocado, por decir lo menos. Nos remitimos al punto 6, de los Pasajes paralelos, tratado arriba.
9) Las circunstancias históricas. El intérprete debe tomar en cuenta el momento histórico en que el autor escribió y lo que tenía en mente en ese preciso momento. Ejemplo: Repetidas veces he oído citar el pasaje del carcelero de Filipos -registrado por Lucas en el libro de Los Hechos de los apóstoles 16: 31- para afirmar que si creo en el Señor Jesucristo, seré salvo yo y toda mi familia. Eso lo dijo Pablo a una persona específica, en un momento específico, pero no significa que toda mi familia será salva si yo creo, pues la salvación no es hereditaria ni se pega sino que es personal.
10) La clave de los dos Testamentos. El lego en instrucción bíblica y el malintencionado pueden creer que el Dios del Antiguo Testamento es diferente al del Nuevo y así sacar conclusiones erradas de la lectura. (Tal dislate comete Dawkins, y otros repiten como papagayos al acusar al Dios del Antiguo Testamento de ser “el personaje más desagradable en todas las ficciones: celoso, orgulloso, revanchista, injusto y racista”. En una palabra, “inhumano”. A algunos sus supuestos y creencias contra Dios y las creencias religiosas les impiden ver más allá de sus narices. Lo irónico es que Dawkins se hace llamar “ateo” y asegura ser un ateo “intelectualmente satisfecho”. Solo sé que algún tornillo le falta a quien pelea con un personaje de “ficción” o se empeña en negar a alguien inexistente. Es como aquel que se siente perseguido por su propia sombra y burlado por su eco. Eso de ateo “intelectualmente satisfecho” es una falacia que analizaremos en el capítulo 4) Más adelante veremos que la Biblia está dividida en siete dispensaciones o administraciones del ser humano en la Historia de la humanidad. Agustín decía: “El Nuevo Testamento está oculto en el Antiguo y el Antiguo está revelado en el Nuevo”. Ahora bien, si sacamos a Dios del contexto de la Biblia entera podemos arribar a los disparates de Dawkins y de otros enemigos del Evangelio. No olvidemos que la Biblia es su mejor intérprete. Toda creencia o doctrina debe estar apoyada en otros pasajes y en los 66 libros que la forman.

B. Hermenéutica especial:

1) Figuras literarias. Como todo género literario, la Biblia contiene elementos que toca tomar en cuenta con el objeto de entender el mensaje que el sagrado escritor tenía en mente. Esas figuras son once y pueden ser estudiadas en cualquiera de los excelentes libros de hermenéutica existentes en el mercado. Nos limitaremos a mencionarlas: símil, metáfora, metonimia, sinécdoque, ironía, hipérbole, apóstrofe, personificación, eufemismo, paradoja y el juego de palabras o retruécano.
2) Modismos hebraicos. Un modismo es una expresión propia de un idioma o de un pueblo, y carece de sentido al ser interpretado literalmente. Hay colombianismos, panameñismos... Pero también hay americanismos que pierden su sentido al ser traducidos o llevados de una cultura a otra, aunque las personas hablen el mismo idioma. Por ejemplo, de América a España.
3) Tipos. Es lenguaje figurado usado para representar alguna verdad espiritual futura, sin que ello anule la veracidad de esa verdad. Todos los tipos que la Biblia ofrece son proféticos; es decir, no son simples ilustraciones. Aquí el intérprete puede irse a los extremos de negar la verdad del tipo o espiritualizarlo todo, presentándolo como profecía.
4) Símbolo (gr. parabole). Colocar a un lado para comparar una cosa con otra, igual que la parábola. Símbolo y parábola es lo mismo, solo que a veces en el Nuevo Testamento se traduce con el término símbolo, p. e., Hebreos 9: 9. Un símbolo es cualquier cosa real y visible que representa algo invisible y puede ser una idea, una cualidad o una verdad espiritual. Manifestamos que hay una idea muy extendida en la mente de muchos que consideran que la Biblia no debe tomarse literalmente por estar plagada de símbolos. Por ejemplo, la creación del universo, del hombre y su mujer. ¡Error! Ya dijimos que esto dice quien cree que la Biblia utiliza un lenguaje alegórico-místico. Mientras no haya pruebas en contrario, el pasaje debe tomarse literalmente. Ojo, la fe trasciende la razón, pero nunca va contra ella.
5) Parábola (gr. parabole). Significa literalmente poner al lado, comparar. Una parábola es una ilustración que encierra una gran verdad. Además del Sermón del Monte, lo que más se conoce de las palabras de Jesús son sus parábolas. Ejemplo: p. del sembrador, p. del buen samaritano, p. del hijo pródigo, etc. Algunos creen que al enseñar Jesús muchas veces por medio de parábolas desvirtúa las verdades de Sus palabras. Eso es una falacia. Además de las parábolas de Jesús contenidas en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, en Hebreos 9: 9 y 11: 9 se habla de manera simbólica. “En su forma más pura [...] no representa directamente la verdad espiritual más elevada, como sucede con la alegoría, sino que es simplemente una narración para ilustrarla”. (13)
6) Alegoría (gr. alegoreo). La palabra alegoría “se forma con alos, otro, y agoreuo, hablar en un lugar de reunión (agora, el mercado). Vino a significar hablar, no según el sentido primario de la palabra, sino que los hechos afirmados se aplican a ilustrar principios. El significado alegórico no anula el significado literal de la narración [como creen algunos]. Puede que haya más de un significado alegórico, aunque, desde luego, sólo haya un solo significado literal”. (14) La alegoría se diferencia de la parábola porque la alegoría da más detalles con sus respectivos significados. En cambio, la parábola por lo general tiene un solo mensaje principal.
7) Fábula (gr. muthos); adivinanzas, adivinar (gr. manteumai); enigmas y proverbios. Contrario a lo que el común de la gente piensa, la Biblia presenta pocas fábulas porque la fábula se mueve en el mundo irreal. La Biblia narra hechos ocurridos en tiempo y espacio reales con personajes de carne y hueso, no figuras míticas ni simbólicas como la mitología griega. Que alguien rechace los hechos narrados por la Biblia son otros quinientos pesos, pero que no esgrima argumentos ricos en filosofía pero carentes de sensatez. En contraste, la literatura secular (y la supuestamente científica) está plagada de fábulas. (Muchos “científicos” y lectores de estos “hombres de ciencia” creen que al mezclar ficción con ciencia la ficción se convierte en ciencia. Ojo, más que evidencias, la teoría de la evolución ha promulgado y difunde apariencias. Cosas que parecen científicas. Por más de 150 años han repetido tantas veces la mentira de la evolución, que media humanidad la ha creído. Te confieso algo: no me gustan las películas de ciencia-ficción, pero tampoco los números y operaciones matemáticas imaginarias con los cuales algunos científicos filósofos pretenden “explicar” el universo) En la Biblia, las adivinanzas y enigmas son contados con los dedos de la mano, y aparecen en labios de algún personaje. De Sansón, por ejemplo. Los proverbios están en su mayoría en el libro de Proverbios, uno de mis libros preferidos por su riqueza y lenguaje directo. “Nuestro Señor -escribe Barrows- jamás utilizó la fábula como medio de instrucción. En el Antiguo Testamento -añade- tenemos dos ejemplos de fábulas; pero ninguno de los dos fue usado por los profetas: la primera es la de Joatán: ‘Fueron los árboles a elegir rey entre sí; y dijeron a la oliva’: ‘reina sobre nosotros’, etc. (Jueces 9: 8-15) La segunda es la de Joás: ‘El cardillo está en el Líbano, diciendo: ‘Da tu hija por mujer a su hijo’. Y pasaron las bestias fieras que están en el Líbano, y hollaron el cardillo. (2do. Reyes 14: 9)”. (15)
8) Poesía hebrea. Como recordaremos, el Antiguo Testamento contiene libros de la poesía hebrea, p. e., Salmos, Cantares. Que una verdad se diga poéticamente no hace que esa verdad pierda su valía. Si así fuese, también la poesía y canciones bellas y libres de desamor, apego y codependencia dejaran de ser reales y hermosas para convertirse en un manojo de tontería de mal gusto y sin valor alguno. Me deleito en la poesía y canciones de auténtico amor, que, aunque pocas, elevan el alma. Creo y amo cantarle y escribir canciones y poesías a la mujer que amo y está conmigo hoy; no me parece sano para mi salud emocional cantar y escribir al despecho y desamor, que es lo que más abunda en las canciones seculares. Además, las canciones de desamor y despecho me llevan al pasado, perjudicando mi aquí y mi ahora.
9) Profecía (gr. profeteia). Uno de los temas más difíciles de comprender en las sagradas Escrituras toca a la profecía. Considero que hay mucha especulación a su alrededor. Creo en la profecía, pero no en la inerrancia de los intérpretes de ella. Cuando hablamos de profecía nos ceñimos estrictamente a la registrada en la Biblia, no a la que se da en servicios y cultos religiosos. Esa es harina de otro costal, y sus normas están contenidas en el Nuevo Testamento, específicamente en las epístolas paulinas. “El asunto de la interpretación de la profecía puede ser considerado muy conveniente bajo los siguientes aspectos -señala Barrows: profecías que se refieren al futuro inmediato; profecías que se refieren a los últimos días; la cuestión del doble sentido; la cuestión del significado literal y figurado”. (16)
10) Dificultades de citas escriturarias. Innegable es que hay dificultades en algunas citas del Antiguo Testamento que se hacen en el Nuevo. Empero, ello tiene su explicación, y la tomaré del libro de Tomás De la Fuente.

Hablando generalmente, las citas tomadas del Antiguo Testamento vienen de la Septuaginta, la ‘Versión de los Setenta’, comúnmente indicada con el número romano LXX. Ésta fue la traducción del Antiguo Testamento en hebreo, al griego, hecha por un grupo de hebreos eruditos -setenta según la tradición- residente en Alejandría de Egipto. La traducción fue hecha unos dos siglos antes de Cristo. Ahora, parece que la traducción fue hecha usando libros del Antiguo Testamento que variaban hasta cierto punto de los textos que fueron reconocidos más tarde como parte del canon de la Escritura. Esta selección final fue hecha entre los años 70 y 100 d. de J.C.
Normalmente los judíos de la Diáspora usaban esta versión de las Escrituras para su lectura, estudio y memorización. Era natural, pues, que los escritores del Nuevo Testamento usaran este texto griego cuando citaban el Antiguo Testamento; en parte porque lo conocían de memoria, y en parte porque escribían en griego.
A veces los escritores creyeron necesario citar los textos directamente del hebreo original, haciendo ciertos cambios en el texto de la LXX porque querían corregirlo en algunos puntos.
Con gran frecuencia los escritores no procuraban citar el Antiguo Testamento con exactitud verbal, sino dar solamente el sentido del texto original. Cuando hicieron así, no sería correcto criticarlos por su inexactitud. Más bien debemos clasificar tales citas como aproximadas o indirectas, o quizá como una alusión solamente al texto original, que no pretende traducir o citarlo con exactitud verbal. (17) (Citado con permiso) (Esto es semejante a las citas que hace el periodista de un entrevistado, documento u obra consultados. El comunicador puede citar directa o indirectamente. Si lo hace de manera indirecta, no debe ser acusado de inexacto, siempre y cuando sea fiel a lo que quiso expresar el autor o libro citados)

En la actualidad, existen en el mercado hispanoamericano varias versiones (traducciones) de la Biblia. Dos de ellas las cito bastante aquí. Una es la revisión 1977, versión Reina-Valera, de la editorial española Clie. La otra, la Reina-Valera 1995, de las Sociedades Bíblicas Unidas. Cuando quiero abonar más a lo que deseo transmitir, entonces utilizo otras versiones de la Biblia, analizo las traducciones literales del pasaje tratado, leo diccionarios bíblicos, o consulto cualquier otra herramienta bíblica. Sin embargo, no hay como el Espíritu Santo para abrir los ojos espirituales y el entendimiento. En la Bibliografía están anotados esos libros.
11) Supuestas contradicciones históricas. Esas supuestas contradicciones son presentadas por los cuatro evangelistas y las hemos analizado al señalar que los escritores de los evangelios no se contradicen, sino que -como cuatro excelentes periodistas- nos describen los mismos hechos con diferentes palabras y detalles que corroboran lo que el otro escritor revela. Más, de los cuatro evangelios dos fueron escritos por personajes que caminaron con Jesús: Mateo y Juan. Los otros dos los escribieron Marcos y Lucas, quienes consultaron fuentes de primera mano entre los apóstoles. Marcos consultó a Pedro, y Lucas, como excelente historiador, consultó varias fuentes. Para el mejor provecho del estudio de los evangelios se recomienda estudiar los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) como un todo.
12) Dificultades doctrinales. Asombroso es que siendo la Biblia escrita por más de 40 autores diferentes, que vivieron en épocas y lugares distintos, no se contradigan en lo absoluto. Ello es más que suficiente para probar la inspiración y guía divina que tuvo cada uno de esos escritores. Claro, hay dificultades doctrinales, pero que haya dificultades no significa que haya contradicciones. No todo lo que parece es. Es lo que es, y lo que ha de ser será, pero no todo el tiempo lo que parece es, mucho menos será. Un ejemplo de aparentes contradicciones he hallado al estudiar el origen del sufrimiento. Ciertos pasajes que sugerirían que Dios hace sufrir al ser humano o lo incita al mal y después lo castiga por obrar mal; mas al estudiar dichos textos a la luz de pasajes claros, vemos que ese no es el espíritu real de la doctrina que enseña que Dios no provoca daño al ser humano ni le mete zancadillas. Por lo menos ese no es el Dios que conozco yo empíricamente ni el que veo en la Biblia. Cuando nos toque analizar esas dificultades, daré la explicación que se encuentra en el mensaje total de dicha doctrina. Recordemos, cada texto tiene su limitación, y los textos oscuros deben interpretarse a la luz de los pasajes que tocan el mismo tema y están más claros. “[...] En vez de usar lo que es oscuro para entenebrecer lo que es claro, debemos, por el contrario, ilustrar lo que es oscuro por lo que es claro”. (18) A Dios gracias, muchos más son los textos claros que los oscuros.

La Biblia no contiene la Palabra de Dios. La Biblia es la Palabra de Dios. Los treinta y nueve libros del Antiguo Testamento y los veintisiete del Nuevo -que forman el Canon de las Escrituras- fueron inspirados por Dios (theopneustos). Ya afirmamos que a pesar de que Dios usó a diversas personas ubicadas en múltiples lugares y épocas, no hay errores en la Biblia. Las aparentes contradicciones no significan que la Biblia contenga los yerros comunes, normales y entendibles en las obras humanas.
¡Cualquier escritor honesto -por excelente que sea- asentirá ante esa verdad! De manera que si el lector encuentra verdaderas contradicciones y vicios de estilo en El origen del sufrimiento..., pido los dispense y recuerde que el autor es solo un falible ser humano que tuvo que editar y corregir su obra. Si he llegado hasta este punto, es solo por la gracia e infinita misericordia de Dios. Bien lo expresó Samuel, “hasta aquí nos ayudó el Señor”. (1ro Samuel 7: 12b) A Él sea la gloria y honor por siempre. ¡Así sea!

Aparte de toda teoría acerca de la inspiración de los libros de la Biblia o de cómo llegaron a tener su forma actual, o de cuánto se haya modificado el texto a manos de editores y copistas; aparte del problema de cuánto se debe entender literalmente y cuánto es figurado, o cuánto es histórico y cuánto poético [cualquier duda genuina al respecto puede ser absuelta en las obras apologéticas de Josh McDowell y otros apologistas cristianos]; si damos por sentado que la Biblia es simplemente lo que parece ser y estudiamos sus libros para conocer su contenido, hallaremos que hay una unidad de pensamiento que indica que una sola Mente inspiró la escritura y la formación de toda la serie de libros; que lleva el sello de su Autor, y que es, en un sentido único y distintivo, la Palabra de Dios.
Hay una diferencia entre la Biblia y todo otro libro. Los autores podrán pedir a Dios ayuda y dirección; y ciertamente Dios les ayudará y les guiará. Hay en el mundo muchos libros buenos a cuyos autores Dios indudablemente ayudó a escribirlos. Pero aun así, ni el más santo de estos autores se atrevería a decir de su libro, que Dios lo escribió. Sin embargo, esto se afirma en la Biblia. Dios mismo supervisó y dirigió y dictó la escritura de los libros de la Biblia, controlando [sin anular su personalidad] de tal modo a los autores humanos, que lo escrito es escritura de Dios. La Biblia es la Palabra de Dios en un sentido único, en el cual ningún otro libro en el mundo es palabra de Dios. [El incrédulo no investiga nada, solo se para en sus supuestos y obstinada posición filosófica de que no cree en revelaciones. Observamos que mis creencias no afectan para nada la realidad de los hechos ocurridos en tiempo y espacio reales.]
Puede ser que algunos dichos de la Biblia sean formas ‘antiguas de pensamiento’ de ideas que ahora expresaríamos de modo diferente, porque fueron expresados en el lenguaje de tiempos antiguos. Aun así, la Biblia contiene precisamente aquello que Dios quiere que los hombres [y mujeres] sepan, en la forma exacta en que él quiere que lo sepan. Y hasta el día final, el Libro amado seguirá siendo la contestación sola y única a la búsqueda de Dios por la humanidad. (19) (Las cursivas son mías)

Ahora bien, ¿es la Biblia un libro “cerrado” para que lo entiendan solo unos pocos privilegiados? ¡En ninguna manera! La Biblia a pesar de que es un libro escrito por hombres inspirados (theopneustos) por Dios -movidos por el Espíritu de Dios- es un libro para que lo entendamos todos y pongamos por obra. Si fuera un libro cerrado, ¿cómo pudiera Dios pedirnos que usáramos Su Palabra para guiarnos, ya que ni siquiera la entendemos? Al pedirnos Dios algo nos capacita para cumplirlo. Él es tan sabio que lo que atañe a la salvación del alma del ser humano está tan claro en la Biblia como el agua de la tinaja de mi abuela. Lo que es secundario -nada tiene que ver con mi salvación- algunas veces presenta dificultad para entenderse, pero lo esencial para la regeneración de mi espíritu, la salvación de mi alma y la sanidad de mis emociones, mente y cuerpo está bastante claro.
La lectura de la Biblia tampoco vuelve loca a la gente; lo que sí puede pasar es que malinterpretemos sus enseñanzas y nos desboquemos al fanatismo o irracionalidad. (Estoy de acuerdo con aquel que asegura que hay cristianos que tienen la Biblia como un fetiche. La Biblia no debe ser un fetiche, sino mi mapa para ir adonde mi Señor, Dios y Creador. La Biblia es digna de nuestro respeto y admiración, mas la adoración y alabanza son del Señor Jesús) Pero, como viéramos, fanatismo y sinrazón no hay solo en ámbitos religiosos; están presentes también en muchas disciplinas de la vida del ser humano. ¿Acaso no hay irracionalidad y fanatismo cuando alguien impone ideologías a pueblos enteros, conculcando los principios elementales de los derechos humanos de esas gentes y negándose a sí mismos el derecho de ver la verdad que les puede conducir a la libertad intelectual y espiritual?
Fanatismo y adicción hay en muchas áreas de la vida. En el sexo, comida, deporte, diversión, trabajo, dinero, alcohol, música, baile, iglesia, ministerio o llamamiento religioso, tradición, denominación, política, ciencia convencional, profesión, esposa, relaciones, hijos, creencias, ideologías, filosofía, en mi manera de ver y vivir la vida. El fanático y/o adicto es extremista. No irse a los extremos es prácticamente imposible cuando tenemos carencias de afecto y cargamos miedos, rencores, iras, sentimientos de abandono, vacíos existenciales. Hasta tanto no resuelva esos conflictos, los transferiré o desplazaré a otras personas. Muchas veces es tan solapada dicha transferencia que ni siquiera me doy cuenta de ello. Lindo es saber que mientras haya vida hay esperanza.

Qué dice la crítica radical de la Biblia

Desde los inicios de la Iglesia cristiana, fundada por el resucitado Cristo histórico a través de su Espíritu Santo, el apóstol san Pablo estaba consciente de que la fe en Cristo y la fiabilidad de las sagradas Escrituras eran cuestionadas por los enemigos de la verdad de Cristo. (Gálatas 1: 6-9; 2da Timoteo 3: 16, 17) Durante gran parte de su ministerio, el Apóstol se ocupó en la defensa del Evangelio que predicaba y de su ministerio. Varias de sus cartas son testimonio de la ardua lucha que ocasionaron esos cuestionamientos. Por su parte, el apóstol san Pedro nos exhorta a “estar siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes”. (1ra San Pedro 3: 15)
Estando el apóstol san Juan en la isla de Patmos (hoy Patino), al ser desterrado por su fe, recibió de parte del Señor Jesús mensajes de amonestación en cuanto a falsas doctrinas y exhortación a permanecer en la verdad a las siete iglesias que habían sido fundadas por Sus apóstoles. (Apocalipsis 2 y 3)
Aproximadamente en el año ¡318 d. C.! surgió una herejía liderada por Arrio que negaba la divinidad de Cristo. Pero, dijimos, desde la fundación de la Iglesia por Cristo, había aquellos que dudaban de la muerte y resurrección de Cristo Jesús y de la infalibilidad de las sagradas Escrituras. (Ya señalé que me llama la atención que los que dudan y cuestionan las verdades bíblicas o dicen tener nuevas revelaciones del Evangelio ni siquiera conocieron a Jesús ni a los apóstoles ni estuvieron en el lugar de los hechos, mas se atreven a poner en duda lo que vieron y oyeron verdaderos testigos oculares. Se puede cuestionar y decir lo que uno quiera sin rebasar los límites del respeto, pero pretender saber más que los que conocieron y caminaron con el resucitado Cristo histórico es mera presunción.)
En siglos más recientes, se han originado especulaciones, teorías y herejías siguiendo los pasos de esas primeras herejías, empero, arropadas ahora con el manto de la intelectualidad y posmodernismo. Sin lugar a dudas, muchas de esas mentes fueron y son brillantes. No obstante, por las gafas con que ven la vida como un sistema cerrado ellos mismos se descalifican para ser idóneos de analizar, de manera imparcial, lo que tienen frente a sí. Muchos parten del supuesto de que “no hay Dios”; y, por no existir Dios -aseguran- lo sobrenatural no es real; los milagros son una patraña porque “un milagro es la violación de las leyes de la naturaleza”, sostenía Hume.
Viole o no las leyes de la naturaleza, a Dios le saben a cacho esas leyes. Él las creó y está sobre ellas, de ahí que los milagros sean sobre-naturales. El hecho de que los milagros violen o suspendan las leyes de la naturaleza no significa que no ocurran ni ello me da licencia para negarlos. Si niego un milagro sin haber investigado si en realidad ocurrió, y pasando por alto la nueva física de Einstein, no tengo una actitud científica, sino filosófica. En realidad, soy filosófica y científicamente irresponsable. Peor aun, soy un charlatán. (¡Qué tranquilizador es cuando un ateo dice “no creo en divinidades ni en milagros ni en demonios”! Pues ello demuestra su limitado conocimiento. Lo preocupante fuese que dijera: “Sé que no hay Dios...”. Ya que revelaría solo dos posibilidades: el sujeto lo sabe todo o es un necio.)
Otros, no son tan majaderos para negar a Dios, pero rechazan que Dios intervenga en la historia de la humanidad o sea un Dios personal (Einstein no negaba a Dios ni creía que Dios jugaba dados con nosotros, mas no creía en un Dios personal. Temo que lo rechazaba porque su vida privada no era muy moral que digamos), y dan por sentado que lo sobrenatural es patraña. Lo que no encaje en sus mentecillas y presuposiciones. Esto no solo perjudica la consecución de verdades religiosas, sino también cualquier verdad buscada. A mi juicio, el daño de dichos supuestos es mucho mayor en el plano espiritual porque es allí donde se decide nuestro futuro eterno. Además de que la mayor necesidad del humano es de carácter espiritual. Todas las cosas dejarán de ser, pues “el mundo pasa y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios [revelada en su Palabra la Biblia] permanece para siempre” (1ra San Juan 2: 17)
Kant (quien según su opinión despertó de su “sueño dogmático” por obra del dogmático y escéptico Hume) demostró que es imposible que un crítico no empiece con presuposiciones en cuanto a lo que investiga. Se entiende debido a que todos tenemos marco de referencia (cultura, educación, símbolos, arquetipos), conflictos, prejuicios. Lo dañino es que esas presuposiciones no cedan ante la abrumadora evidencia de los hechos investigados. Y, no me cansaré de repetirlo, el crítico de la cristiandad y de la Biblia no suele leer, mucho menos investigar con honestidad intelectual; lee y estudia lo que esté de acuerdo a sus creencias y supuestos. Hay quienes no tienen razones (convicciones nacidas de la experiencia), sino opiniones (creencias, ideas preconcebidas).
Basados en ese tipo de presuposiciones fanáticas se ha arrojado mucha duda sobre la confiabilidad del Antiguo Testamento, en general, y del Pentateuco, en particular, atribuido a Moisés. No obstante, desde finales del siglo XIX y en el XX, las excavaciones arqueológicas han demostrado sin lugar a dudas la veracidad de muchos eventos históricos registrados en el Antiguo Testamento. Antes de esas excavaciones no se tomaba muy en cuenta la importancia histórica de la Biblia. Mas la arqueología ha confirmado la asombrosa exactitud de un sinnúmero de datos históricos narrados en ella. Y hoy se la respeta y considera no solo como libro sagrado, sino además como un libro histórico y exacto en lo que relata. (Muy a pesar de lo que digan y escriban quienes ignoran esos datos) Por otra parte, las pruebas sobre la autoría mosaica son más que suficientes para asegurar que el legislador Moisés es el autor humano de Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, que conocemos como Pentateuco. (También muy a pesar de lo que creían y aún siguen sosteniendo ciertos sujetos por ahí en cuanto a la autoría mosaica del Pentateuco. La ignorancia, tío, sigue siendo insolente)
Aunque la arqueología no ha refutado a los críticos radicales, sí ha demostrado que “muchos principios de la crítica radical no tienen validez, y ha puesto en tela de juicio lo que ha sido frecuentemente enseñado como ‘los resultados seguros de la alta crítica’”. Obligándolos -como asegura William F. Albright (1891-1971), considerado uno de los mejores arqueólogos del mundo, a corregir “drásticamente” su crítica radical. (20)
El crítico que arranca de supuestos de que vivimos en un sistema cerrado; y, por ende, lo sobrenatural es imposible, él mismo se pone límites para no acceder a las verdades que debiera conocer, pues para eso investiga. (Es raro el crítico que investiga con honestidad intelectual. Lo más común es el criticastro que solo filosofa y hace afirmaciones o escribe de temas que desconoce, y por ello a menudo lo desmienten públicamente. Insisto, la ignorancia es insolente. Y “superstición” llama el ignorante a su ignorancia) “El hombre está siempre dispuesto a negar aquello que no comprende”, afirma Luigi Pirandello.
Si no conozco el café o no lo bebo por cuestiones religiosas o porque prefiero el té o el mate, el café no desaparece del planeta ni logra que media humanidad deje de tomarlo. El café seguirá existiendo lo conozca yo o no; lo beba o no lo beba yo. Cuentan que el avestruz ante el peligro mete la cabeza en un hueco, para -según él- evitar el peligro. El peligro es real. Sostener que “nada es lo que parece” no es funcional. Suponer que lo sobrenatural es mito, tampoco desmerita su realidad. Enseñar en aulas secundarias, universitarias y laboratorios que ninguna hipótesis o teoría que conduzca a Dios puede ser científica no elimina a Dios ni impedirá que los milagros sigan ocurriendo y muchas vidas sigan siendo transformadas por el resucitado Cristo histórico.
Hay fenómenos inexplicables en el mundo y no son efecto de ninguna causa natural ni el resultado del principio de la naturaleza de causa y efecto. ¿Dejan ser realidades porque yo no las quiero creer o porque no las entiendo? ¡Ya manifestamos que no! Es mi problema y decisión rechazar los milagros y lo sobrenatural. Grave e irracional es que recurra a las ciencias naturales o cualquier otra ciencia para justificar mi incredulidad; la enarbole como bandera, pretenda imponer mi escepticismo, agnosticismo o ateísmo y llame ignorantes e intolerantes a los que no creen lo mismo que yo. “Lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia”, afirma Santiago Ramón y Cajal. (¿Qué clase de intelectual u hombre de ciencia procura acabar con el mal, la intolerancia y fanatismo usando las mismas herramientas de los intolerantes y fanáticos? Así solo reacciona la necedad. El peligro del avispero se elimina con técnica y sabiduría, no tirando piedras. Quien lanza piedras corre el riesgo de que las avispas le piquen y se provoque un daño peor que el primero. Salomón en Proverbios 16: 6 escribe que “con misericordia y verdad se corrige el pecado [o el error] [...]”. San Pablo afirma: “[...] Eres inexcusable, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas al otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas practicas lo mismo”. [Romanos 2: 1])
Permíteme ponerme de ejemplo: hay fenómenos sobrenaturales -algunos los llaman “manifestaciones divinas”- que ocurren en el mundo natural, y según la Biblia no provienen de Dios, sino del enemigo de nuestras almas con el fin de confundir y apartar de la verdad el oído de muchos para que no les resplandezca el Evangelio de Cristo en sus corazones. No niego dichas manifestaciones; niego que procedan de Dios, que es diferente. Pero no creer que vengan de la mano de mi Dios no me da paso expedito para negarlos o decir que no pueden ocurrir o que el diablo no existe porque “vivimos en un sistema cerrado”. Si la Biblia habla de ello, lo creo. Le pongo toda mi fe y confianza, porque después de tantos años de leer, estudiar y experimentar esa Semilla en mi vida he visto sus buenos frutos.
El mundo moderno del siglo XXI tiende a seguir el paradigma trazado por el filósofo judeo-argelino-francés Jacques Derrida (1930-2004) et al llamado deconstruccionismo o posmodernismo, que hace hincapié en la relatividad de todo significado y verdad, y niega los primeros principios comúnmente aceptados de la existencia del ser humano, como sería “yo existo”. (21)
Antes, el eslogan era: “Creo, luego existo”. Después vino Descartes con su “Pienso, luego existo”, dando lugar preeminente a la razón filosófica sobre la fe. Hoy, más que nunca, es “Siento, luego existo”, puesto que la fe y el pensamiento bien dirigidos han sido remplazados por el sensualismo de las ciencias convencionales y el hedonismo defendido por los cirenaicos, los antiguos y modernos epicúreos, los materialistas del siglo XVIII, en especial los materialistas franceses, y el utilitarista inglés Jeremy Bentham (1748-1832).
El posmodernismo rechaza la idea de que las creencias puedan ser el reflejo adecuado de la realidad; creyendo acabar con dogmatismos y fundamentalismos, se polariza al adherirse al polo opuesto de lo que quiere superar. Esto es, echa mano de dogmas y fundamentalismo para pretender trascender dogmas y fundamentalismos. Atenta y se derrota sí mismo. (Esto es similar a la posición de quienes con intolerancia embalada en cientificismo y racionalismo aspiran “acabar” la intolerancia religiosa. Ignoran que la gasolina no extingue fuegos. No hablo de no disentir, sino de no caer en los extremos del fanático)
Tal autosabotaje, relativismo y pesimismo resultan en la negación de su propia credibilidad y falta de seriedad; en el rechazo de verdades absolutas, de la moral cristiana, valores, principios, ética; pues lo que es cierto para ti, es falso para mí, y lo real para mí es irreal para ti. Tratan de reconstruir un mundo sin Dios y sin un código moral como la Biblia. (Estos señores gustan de leer Eclesiastés y Los hermanos Karamazov, donde se presenta la cultura vana sin Dios. No obstante, Dostoievsky lo dice en estos términos: “¿Pero qué será de los hombres entonces? ¿[...] Sin Dios y la vida inmortal? ¿Todo es lícito? ¿Entonces ellos pueden hacer lo que quieran? ¿No lo sabías?”. Salomón concluye el libro de esta manera: “Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre”. Hasta un tipo como Bertrand Russell admitió que la ciencia convencional nos ha presentado un mundo “sin propósito” y “vacío de significado”. Los ateos inconsecuentes -veremos- se refugian en derechos humanos, ética, moral y un “sentido espiritual”; los ateos puros -los consecuentes con el ateísmo-, pierden el juicio, punto también tratado en el capítulo 4)
Ya lo observamos en el capítulo 1, el hecho de que algunas cosas sean relativas no expide licencia para asegurar dogmáticamente que todo es relativo. No es igual la gimnasia que la magnesia. Ni es lo mismo comprar un apartamento en El Cangrejo (barrio de clase media en ciudad de Panamá), que comprar un cangrejo para el apartamento.
Pues bien, una cabeza llena de prejuicios y orgullos es difícil de penetrar por la verdad. Da pena que muchos críticos rechacen lo sobrenatural y la fiabilidad de las sagradas Escrituras no por falta de evidencias históricas y millones de casos empíricos (conversiones), sino basados en su teoría filosófica. Esto es, su rechazo no se fundamenta en lo científico, sino en una especulación filosófica; en sus emociones. Pues los prejuicios son guiados por las emociones. Puede afirmarse que en ellos lo emocional, parte del alma = psuque, somete a la conciencia (gr. suneidesis), que es parte del espíritu = pneuma. Estos señores deben renunciar a sus sueños narcisistas de omnisapiencia y omnipotencia a fin de que puedan ver las cosas tal como son. Más adelante veremos que Dios quería evitar que la cabeza (alma: intelecto, ego) de Adán y de su mujer creciera más que su espíritu.
Me preocupa, además, que a las hipótesis, especulaciones, ideologías, teorías, creencias, tradiciones y presuposiciones se les erija nichos y se las adore como verdades escritas en mármol, enmarcadas de diamantes y demás piedras preciosas. Más adelante veremos la sorpresa de Darwin al ver cómo sus especulaciones y dudas de joven fueron tomadas a pie juntillas hasta convertirlas en religión. En un fetiche. Seamos creyentes de nuestras verdades, no fanáticos. La autora de mis días dice que “la razón no quita [o no debe quitar] el entendimiento”. La razón que tengo para sostener mi verdad no debe enceguecerme ante otra verdad, aun cuando la primera no cuadre con la segunda. ¡Cuánto cuesta deponer orgullos, paradigmas y tradiciones religiosas!
Los fariseos del tiempo de Jesús tenían serios problemas con su doctrina. Ponían sus tradiciones y presuposiciones por encima de la infalible Palabra de Dios. Esto es, sus pensamientos falibles y perecederos sobre la inmarcesible y eterna Palabra del Dios viviente. Si Jesús habló duro alguna vez a las gentes, lo hizo a los fariseos por su fanatismo, hipocresía y endurecido corazón. Es lamentable afirmarlo, pero las actitudes de los fariseos siguen vivas en los corazones de hombres y mujeres que colocan prejuicios, especulaciones, teorías, creencias, doctrinas, dogmas, religiones, tradiciones, denominación e iglesia por encima de las evidencias indubitables de la Biblia, la Palabra de Dios. Bien podría decirse que ponen lo secular o mundano sobre lo espiritual. Lo natural por encima de lo sobrenatural. A Dios por debajo de sus creencias y filosofías.


El Libro de Dios lo dijo antes que las
ciencias naturales lo descubrieran

Existen muchas revelaciones bíblicas que las ciencias naturales descubrieron innumerables siglos después de la proclamación bíblica. (Hasta el Sol de hoy, ningún descubrimiento naturalista ha rebatido la Biblia. Quien diga lo contrario debe actualizarse o miente deliberadamente) No niego que el fanatismo religioso, contrario al genuino espíritu bíblico, muchas veces ignoraba las revelaciones bíblicas, malinterpretaba las sagradas Escrituras, y en otras oportunidades condenó a los que con sus descubrimientos corroboraban lo que ya el Libro de Dios revelaba, como fuera el bochornoso caso de Galileo.
Veamos algunas revelaciones confirmadas por los descubrimientos posteriores. Como muestra unos cuantos botones:

1) A pesar de su antigüedad, los Diez Mandamientos contienen tremendos secretos médicos desconocidos hasta el descubrimiento de los gérmenes a finales del siglo XIX. La cuarentena que hoy es utilizada para evitar la propagación de enfermedades infecto-contagiosas era usada desde los tiempos de Moisés. A principios del siglo XX, el médico Hiram N. Wineberg se percató de que las judías relativamente eran libres del cáncer uterino. Basados en esos informes, Ira I. Kaplan y otros colegas descubrieron que era gracias a la práctica milenaria de los judíos de circuncidarse. Hoy en el siglo XXI nos informan ciertos estudios que el circunciso es menos propenso a contraer sida. Lo más asombroso de la circuncisión es que el octavo día en el cual mandó Dios que se circuncidara al recién nacido es el día perfecto para realizar la circuncisión gracias a la vitamina K y los altos niveles de protrombina, que ayuda a coagular la sangre y evita así cualquier hemorragia seria en el bebé. (22) (¿Será que los filósofos que abogan por rescribir los Diez Mandamientos ignoran estos hechos? Una de dos: los ignoran o los desdeñan deliberadamente, olvidando que la fiebre no está en la manta. Filósofos, el problema está en la naturaleza humana, no en los Diez Mandamientos)
2) Las medidas higiénicas y sanitarias fueron implementadas en el mundo moderno por Ignaz Semmelweis a finales de la década del cuarenta del siglo XIX. Sin embargo, no fue sino en 1865 que esta práctica fue instituida de manera oficial en el mundo de la medicina por el inglés Joseph Lister. Muchos siglos después de los mandatos de Dios a Moisés sobre la higiene y purificación para evitar enfermedades y muertes. “Tendrás también entre tus armas una estaca; y cuando te sientes a evacuar allí fuera, cavarás con ella, y luego al volverte cubrirás tu excremento”. (Deuteronomio 23: 13; ver también Números 19) (Es lamentable y vergonzoso que la Organización Mundial de la Salud tenga que jalar las orejas a los profesionales de la salud del siglo XXI para que se laven las manos) ¿Qué dirán ahora los criticastros que creen que los Diez Mandamientos y otras leyes mosaicas están obsoletos y toca actualizarlos? Hablan sin saber de lo que hablan. Hay que prestar atención si lo que lees u oyes lo comunica un científico teológico luego de escudriñar las sagradas Escrituras y las evidencias cuantificables de las que hemos hablado, y si tal personaje es libre de presuposiciones de contenido sustantivo (presupone que ya existe un cuerpo de verdad). Si lo dice o escribe un filósofo con humos de científico, no te molestes en leerlo u oírle, pues lo más seguro es que no sepa de lo que habla o escribe. Y terminarás enojado por hacerte perder el tiempo y por ver u oír tanta necedad junta salida de un solo ser.
3) Levítico 17: 11 revela que Dios le dijo a Moisés: “la vida de la carne en la sangre está”. Si la sangre está viva es porque tiene movimiento, se mueve, circula. El primero es comprobar la circulación de la sangre fue Miguel Servet (1511-1553), pero no se le prestó atención en 1553 por haber sido publicada en un libro religioso llamado Christianismi Restitutio, y porque casi todas sus copias fueron quemadas por fanáticos religiosos que no compartían ciertas creencias del científico español. El descubrimiento de Servet fue reafirmado por el inglés William Harvey en el siglo XVII. Desde sus inicios, la circulación de la sangre se relacionó con el temperamento, pues de ahí surgió la teoría de los cuatro tipos temperamentales: sanguíneo, melancólico, colérico, flemático. (23)
4) En 1643, Torricelli, discípulo de Galileo, inventó el barómetro y al experimentar con él descubrió el peso del viento y la presión atmosférica, echando por tierra la falsa creencia de que el viento no tiene peso. Al respecto, habló Job allá en Job 28: 25, cuando señaló: “Al dar [Dios] su peso al viento, y poner a las aguas su medida”. ¿Qué te parece?
5) Isaías, el profeta evangelista, reveló la redondez de la Tierra al expresar: “¿No has aprendido cómo se fundó la Tierra? Dios está sentado sobre el círculo de la Tierra”. (Isaías 40: 22) ¿De dónde salió el círculo o de qué círculo habla el Profeta si la Tierra no fuera redonda? De nuevo la Biblia, el Libro de Dios para nosotros, lo revela mucho antes de que la ciencia natural lo descubriera. Quien asegure que la Biblia enseña que la Tierra es plana debería leer a Isaías. Pero, como ha dicho alguien a modo de chiste: “Si la Tierra es redonda, ¿por qué la llamamos planeta (gr. πλανήτης = errante)? Debería ser llamada ‘redondeta’”. Curiosidades del idioma nuestro, Sancho.
6) A decir verdad, lo que más me asombra de todas las revelaciones bíblicas confirmadas por las ciencias convencionales es la de las horas que faltaban a nuestras veinticuatro horas. Como sabemos, Josué, sucesor de Moisés, pidió que el Sol y la Luna se detuvieran, y así “sucedió”. “Sol, detente en Gabaón; y tú, Luna, en el valle de Ajalón. Y el Sol se detuvo y se paró, hasta que el pueblo [Israel] derrotara a sus enemigos. Y el Sol se paró en medio del cielo, y no se apresuró a ponerse casi un día entero. Y no hubo día como aquel, ni antes ni después de él, habiendo atendido Dios a la voz de un hombre; porque Dios peleaba por Israel”. (Josué 10: 12b-14)
Vemos que Dios atiende la petición de su siervo Josué y hace “detener” el Sol y la Luna. Es interesante la pregunta que hace el pastor panameño Edwin Álvarez: ¿qué detuvo Dios: el Sol, la Luna, la Tierra o todos los planetas donde estamos situados? Creo que Dios hizo detener lo que señala la Biblia: “Al Sol y la Luna”. Y otras cosas que la Biblia no menciona. Alguien dirá que Josué se equivocó porque la Tierra gira alrededor del Sol y la Luna, alrededor de la Tierra. Para empezar, el texto no afirma categóricamente que Josué creía que el Sol y la Luna giraban alrededor de la Tierra, aunque -en honor a la verdad- lo insinúa. Josué pide que el Sol y la Luna se detengan. Cierto es que giramos alrededor del Sol. Pero, ¿acaso el Sol y nosotros no giramos alrededor de otros sistemas? Puede que sí. (Hasta la fecha, aún estamos descubriendo “nuevos” planetas y hemos detectado un planeta “habitable” fuera del sistema solar) Hoy sabemos que el Sol gira y que el núcleo solar gira entre tres y cinco veces más rápido que el resto del Astro. Josué pudo haberse equivocado pensando que el Sol giraba alrededor de la Tierra; Job también creía que Dios le había quitado todo lo que tenía incluidos los hijos. Pero que la Biblia registre las creencias equivocadas de los personajes bíblicos no significa que la Biblia esté errada o afirme lo que expresan los protagonistas del pasaje tratado. Solo demuestra que no oculta fallas y creencias disparatadas del ser humano. Nótese que la Biblia tampoco oculta las faltas y pecados de los hombres y mujeres de Dios, tal como suelen hacer los biógrafos seculares. Y es raro hallar a alguien que al escribir su biografía revele su lado oscuro.
Ahora bien, el sistema Solar es solo uno de otros sistemas planetarios existentes. Aun cuando el Sol es el astro rey del nuestro, ello no significa que sea estático. Si la Biblia dice que “el Sol y la Luna” se detuvieron, lo creo.
Durantes siglos, los “expertos” han hecho mofa y puesto en tela de duda muchas revelaciones y afirmaciones bíblicas, pero después la misma ciencia convencional ha descubierto que la Biblia y la ciencia teológica cristiana tenían razón, como escribiera el laico católico alemán Wermer Keller y lo han confirmado biólogos, astrónomos, físicos y otros científicos cristianos e inconversos. Y han tenido que callar, que no es el caso de Keller.
Si hay un libro del cual los críticos se han burlado, es el de Jonás. No pocos incrédulos y líderes religiosos tradicionales lo han catalogado de “no histórico”, de novela y poema, y lo han comparado con la parábola del Buen Samaritano, ignorando por lo menos cuatro elementos: (1) La mejor credencial para la historicidad del libro de Jonás es la referencia que hace Jesús de él al comparar el tiempo que estuvo Jonás en el gran pez (hebreo dag) con Su muerte y resurrección. (2) Existen tres especies de ballenas y tiburones capaces de tragarse a un hombre entero. En 1891, el pescador inglés James Bartley fue tragado por una ballena de esperma y sobrevivió un día y medio en el vientre del cetáceo, pues la anatomía de estos mamíferos provee suficiente oxígeno que posibilita la supervivencia. Desde luego, como en los tiempos de Jonás, hay quienes como Edward B. Davis (1991), dudan del carácter histórico de James Bartley. Pero dos científicos, entre ellos, M. de Parville comprobaron el testimonio de Bartley. (3) Ninguna alegoría o parábola en el Antiguo Testamento tiene de héroe una persona histórica. (4) ¿Cómo conciliar que Jonás sea histórico y el gran pez sea ficticio? Sería igual señalar que el profeta Daniel era real pero los leones a los cuales fue arrojado en Babilonia eran simbólicos, como aseguran algunos. En verdad, hemos observado que la hermenéutica de los fanáticos racionalistas y cientificistas está chueca. Es bueno saber que quienes señalan el carácter parabólico o simbólico de Jonás en el vientre del gran pez y de Adán y Eva en el Edén son los mismos que sostienen que la evolución ayudó a Dios a crear al ser humano. ¡La gran flauta! ¡En qué dios tan enano creen! Su dios no puede crear solo el universo, la vida y la vida inteligente, como tampoco puede mantener a un hombre vivo en el vientre de un “gran pez”. La generación del siglo XXI es más incrédula que la del siglo I cuando el Señor habló de la historia de Jonás en el gran pez. Esta generación actual, creyéndose sabia, se hace necia. Y al contrario de otras generaciones fanáticas religiosas, la actual rinde culto a la razón (muchas veces a la sinrazón) y al cientificismo siendo fanática racionalista y cientificista. ¡Cuánto cuesta evitar los extremos!
Muchos se burlaban de Abraham afirmando que tal personaje nunca existió, y que Ur de los caldeos, ciudad de Abraham, tampoco existió. (Hace un tiempo, una atea me discutía que el pueblo de Israel había sido idólatra; al ahondar en su argumento me percaté que confundía el pasado de los padres de Abraham en Ur de los caldeos y el llamado de Abram a convertirse en una nación que sirviera y adorara al único Dios que existe: “Yo soy el que Soy”) Dudaron de Noé, el diluvio, del Arca y muchas otras revelaciones de la Biblia. Mas luego vino la pala del arqueólogo y acalló las burlas de los escépticos. No obstante... todavía encuentras fanáticos racionalistas y seudocientíficos que rechazan las revelaciones de la Biblia aduciendo simplemente argumentos filosóficos. ¿Cómo hallar la verdad si ni siquiera investigan con honestidad intelectual?
Asimismo, a inicios del tercer milenio hasta la fecha se han realizados numerosos descubrimientos científicos que echan por tierra el mito de la evolución. (Todavía, aunque no lo creas, muchos tienen tierra en los ojos y nos la quieren tirar para enceguecernos) Quienes se ríen del hipotético mito de Adán y Eva pero aceptan las irracionalidades del mito transformista deberían investigar sobre Ebla, biblioteca que cuenta con más de 17 mil tabletas de barro que precede al relato babilonio en más de 600 años, y convalida y tiene semejanza con los primeros capítulos del Génesis. Pronto nos tocará asistir al funeral de la religión llamada evolución. No olvides vestir de negro, según la costumbre.
Pues bien, tengamos en cuenta que aunque Dios no vive en la dimensión natural, sí actúa en ella; lo hace sobrenaturalmente. Dios no está ni puede estar sometido a leyes naturales creadas por Él. (Señores materialistas, entiendan que Dios no es materia) Si lo estuviese, no sería Dios. Si pudiéramos explicar a Dios y los milagros, Dios no fuera Dios ni sus intervenciones en la Historia y en la vida de las personas fuesen milagros. (La piedra de tropiezo de los fanáticos racionalistas y cientificistas es que al no poder entender ni explicar a Dios ni los milagros optan por lo más fácil: negarlos o inventarse que los evangelios están incompletos o que ninguna hipótesis que conduzca a Dios y lo sobrenatural es científica y todas esas tonteras que repiten como papagayos. O sea, según ellos, Dios no es científico por no cumplir con la metodología de las ciencias naturales. Ese chiste está bueno, ¿puedo reírme?) Considero que Dios hizo que el Sol, la Luna y la Tierra se detuvieran a fin de escuchar la oración de un hombre de Dios. ¡Extraordinario el milagrito de mi Dios! Para mí, que soy un “granito de arena” en la “playa” del universo, es extraordinario. Para Él, que es infinito, es como “quitarle un pelo a un gato”.
En cuanto a la oración de Josué y la respuesta divina, Charles C. Ryrie sostiene:

Los puntos de vista a este fenómeno caen en dos categorías. La primera asume una dilación o suspensión de la rotación normal de la Tierra de modo que hubo horas adicionales en ese día (de 12 ó 24). Dios hizo esto para que el ejército de Josué pudiera completar su victoria antes de que el enemigo tuviera una noche de descanso para recuperarse. El vocablo hebreo para ‘se detuvo’ (v. 13) es un verbo de acción que indica una dilación o suspensión de la estación de la Tierra sobre su eje (que no afectaría el movimiento de la Tierra alrededor del Sol). El versículo 14 indica que aquél fue un día singular en la historia del mundo. La segunda categoría incluye puntos de vista que asumen que no hubo irregularidad en la rotación de la Tierra. Una de esas posturas aboga por la prolongación de la claridad causada por una extraña refracción de los rayos solares. De modo que hubo más horas de claridad pero no más horas en el día. Otra opinión supone una prolongación de las sombras de la tarde para dar a los hombres de Josué un descanso del Sol abrasador de verano, realizado por Dios al enviar una inesperada granizada en el verano. Esta opinión da a la expresión se detuvo en v. 13 el significado de ‘detenerse’ o ‘cesar’, indicando que el Sol estaba nublado por la tormenta y no se añadieron más horas al día [...]. (24) (Citado con permiso)

Otro comentario propicio al tema es el de William MacDonald, quien afirma: “Entonces, a petición de Josué, Sol y Luna se ‘detuvieron’ para perseguir y destruir al enemigo antes de que pudieran escapar a la seguridad de las ciudades amuralladas. Literalmente es lenguaje descriptivo decir que el Sol y la Luna se detuvieron. Usamos semejante lenguaje al decir que el Sol sale o se pone”. (25) (Las negritas son del texto)
Soy de la opinión de que sí hubo prolongación del día; pero, ¿qué pasó después para que esas horas perdidas por la oración de Josué se recuperaran? Pienso que la respuesta está en 2do Reyes 20: 11. “Entonces el profeta Isaías clamó al Señor; e hizo [Dios] volver la sombra por los grados que había descendido en el reloj de Acaz, diez grados atrás”. Los expertos han afirmado que el maremoto del 26 de diciembre de 2004 en el sudeste asiático fue de tal magnitud que la Tierra se movió de su eje y los días fueron acortados. Si eso hace un maremoto, que para Dios es como mover una ceja, ¿qué será imposible para el Creador del Cielo, la Tierra, el universo y la vida?
7) El 24 de abril de 1992 los medios de comunicación social del mundo civilizado informaban sobre la confirmación de una gran explosión ocurrida en el universo, sostenida por la teoría de la Gran Explosión (Big Bang). Ello es una de las tantas abrumadoras evidencias de que el universo tuvo un principio y tiene un Creador, alguien que activó el gatillo que dio origen al cosmos, y cuyos informes fueron catalogados por George F. Smoot, líder del proyecto COBE, como la “[...] Evidencia del nacimiento del universo. Es como mirar a Dios”. (26)
Tanto Smoot como John C. Mather, coautor del mencionado proyecto, fueron galardonados con el Nobel de Física en 2006 por aportar datos sobre el origen del universo, las galaxias y las estrellas. ¿Qué tal? Basados en tales hechos ahora es mucho más difícil sostener la creencia ateísta del universo surgido o “brotado” de la nada absoluta. El ateísmo siempre ha sido filosófico, irracional y anticientífico.

8) Antes de que Sigmund Freud (1856-1939) descubriera la suprema importancia de mamá en la formación del niño, los libros de Reyes en el Antiguo Testamento nos han estando revelando que la madre es vital en la vida del bebé. “Y el nombre de su madre fue [...]”, expresa repetidas veces el autor de los libros de Reyes. Lo curioso es que en los tiempos en que escribió el autor de los libros de Reyes la mujer era un cero a la izquierda, como sigue siéndolo en nuestras civilizaciones patriarcales y machistas. Entonces, ¿por qué el autor menciona los nombres de las madres de tantos reyes de Israel? Porque sabía que mamá más que nadie tenía que ver en la formación de su hijo. Y esa formación la desplazaría a su manera de gobernar; fuese malo, regular, bueno o excelente su gobierno. (El tema lo ahondamos en el ensayo De nosotros, políticas, político, ricos, pobres, familia y sociedad) Salomón escribió sobre la conducta del niño pequeño, de la relación del pensamiento con la conducta y el carácter humanos, etc. “Ya con sus actos da a conocer el niño si su conducta va a ser limpia y recta”. (Proverbios 20: 11)
9) El apóstol Pablo escribió que la vida del humano cambia a medida que empieza a transformar programaciones, esquemas y mensajes parentales y toma conciencia de sí mismo. “No te adaptes a las formas [esquemas] de este mundo, sino transfórmate por medio de la renovación de tu mente, para que puedas comprobar cuál es la voluntad de Dios: que es buena, agradable [a veces no al inicio], y perfecta”. (Romanos 12: 2) Pablo era sicoterapeuta. Nota lo que además asevera, inspirado (gr. theopneustos) por Dios. “No comprendo mi proceder, pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso es lo que hago; en mi carne no mora el bien, porque el querer el bien lo tengo al alcance, pero no el hacerlo; veo otra ley en mis miembros, que hace guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. (Romanos 7: 15, 18, 23) ¿Seguirán enseñando algunos sicólogos que los conceptos teológicos han “obstaculizado el progreso de la sicología”? ¿O que el niño nace sin conflictos, y que la historia personal le determina? En el pasaje anterior, Pablo revela la lucha sin cuartel dada en el interior de los seres humanos. O, como dijera la sicología, la guerra entre la parte sana y la enferma.
10) David, el salmista, le pide a Dios que lo escudriñe y conozca su corazón; que lo pruebe y conozca sus pensamientos; y vea si hay en él camino de perversidad, y que lo guíe por el camino eterno. (Salmos 139: 23, 24) ¿Qué es eso, sino sicoanálisis? ¿Quién inventó el sicoanálisis: Josef Breuer o Freud? Sin lugar a dudas el segundo. Pero fue David el primero en mencionar el renombrado sicoanálisis sin saberlo, creo yo. Veamos: David habla de “escudriñar el corazón” (sentimientos y emociones; el “yo”). “Probar o analizar sus pensamientos” (intelecto; el “ego” = parte consciente del yo). “Ver si hay en él camino de perversidad” (análisis clínico). “Guíame por el camino eterno” (reeducativa, desprogramar su inconsciente, para accionar su voluntad, aspecto importante del yo). ¿Quién dijo que la Biblia no contiene perlas de la conducta humana? Ahora bien, considero que la sicología es una ciencia imperfecta como toda ciencia, mas es ciencia. Pero si el sicoanálisis es ciencia o no es problema que deben resolver los sicoanalistas. Baste señalar que Freud no tiene razón en todo lo que plantea. De lo que sí estoy segurísimo es que la Biblia es un libro inigualable.
11) ¿Quién no recuerda los sueños de José y de los reyes babilónicos interpretados por Daniel y el propio José en Egipto? Aunque José y Daniel trataron sueños relacionados con el futuro, y Freud se interesó en los sueños para conocer la “vía regia” de lo que hay en el inconsciente (el verdadero sujeto), fueron Daniel y José los primeros en trabajar en la interpretación de sueños. Claro que habrá falsos descubrimientos bíblicos como los ha habido en los fraudulentos hallazgos de supuestos eslabones de la teoría de la evolución.
12) En 1929, Albert Einstein (1879-1955) tuvo que abandonar su teoría de una fuerza repulsiva (1917) que impediría la desaceleración y expansión del cosmos, y aceptar sin agrado ‘“la necesidad de un comienzo’ y ‘la presencia de un poder razonador superior’”, que daría origen al universo. (27) (De nuevo los incrédulos quedaron mal parados. ¿Qué más hay que descubrir para que acepten que la Biblia es la inspirada Palabra de Dios? Al final de sus días, no pocos tendrán que expresar de mala gana: “... la Biblia tenía razón”. Esto es, si la soberbia no se lo impide admitirlo. ¡Cuánta soberbia hay en el corazón de algunos!)
Semejante descubrimiento fue posible por la confirmación del postulado de la explosión de la teoría conocida como Gran Explosión (Big Bang), que habla del principio del universo. A ese Originador que tiró del gatillo para dar origen al universo los creyentes lo llamamos Dios; los materialistas ateos la llaman Madre naturaleza o Naturaleza, dando culto a la criatura en lugar de rendirlo al Creador. ¡Adorada sea la materia!
Paul Davies también tuvo que reconocer la evidencia de un principio en el universo, y en 1988 escribió: “El Big Bang es el lugar en el universo donde hay espacio para que aún el materialista más tenaz [fanático], admita a Dios”. (28) Ese mismo Davies también escribió: “La imagen de que hay un diseño [real en el universo] es impresionante”. (29)
¿Qué te parece? Lástima que la brevedad de la vida del humano en la Tierra impida que la mayor parte de escépticos, agnósticos y ateos no sobrevivan a descubrimientos que hacen añicos sus presuposiciones y argumentaciones filosóficas llamadas por ellos “científicas”. Mas, aunque tales hallazgos se dieran en vida de los incrédulos (ya lo estamos viendo con los más recientes descubrimientos), muchos continuarían (y siguen) empecinados en su alocada y miope visión de la vida, pues la arrogancia y una cabeza cuadrada por prejuicios y resentimientos son prácticamente imposibles de penetrar con la luz de la verdad. Otros, deshonestos intelectuales, escamotean los hechos para no verlos. Más pesa y vale un gramo de sensatez que una tonelada de necedad. Debido a tantos descubrimientos en astrofísica y cosmología, entre otras ciencias, me daría vergüenza decir que soy ateo. Sería filosófica y científicamente irresponsable.
A inicios de los años 60, James Jauncey escribió un libro titulado La ciencia retorna a Dios, donde plantea su convencimiento de que el mundo científico está volviendo a Dios y su Palabra. Gracias a los más recientes descubrimientos científicos podemos afirmar que la ciencia convencional le está dando razón a la Biblia y apunta hacia un universo diseñado por una Inteligencia que los creyentes llamamos Dios; esto es, Dios no es un “mito reconfortante”. Hoy no se trata de un debate entre religión y ciencia, sino entre religión y religión, entre cristianismo y materialismo. Entre teísmo y ateísmo. Puesto que los naturalistas (materialistas) se apegan a sus creencias evolucionistas como quien abraza una religión. Se agarran de cualquier cosa que les parezca contra Dios como el náufrago abraza cualquier objeto flotante.
En palabras del periodista Gregg Easterbrook, “estamos entrando a la era más grande de fusión entre la ciencia y la religión desde que la Ilustración trató de reconciliarlas”. El físico Paul Davies escribió: “Puede parecer raro, pero en mi opinión la ciencia ofrece un camino más seguro hacia Dios que la religión”. En el plano natural, ello es cierto. Pero espiritualmente el “camino más seguro” -para decirlo al estilo de Davies- y el Único que lleva a Dios es el resucitado Cristo histórico, no la religión. El nanocientífico James Tour expresa: “Solo un novato que no sabe nada de ciencia podría decir que la ciencia nos aleja de la fe. Si uno estudia realmente ciencia, esta le llevará más cerca de Dios”. ¡Cierto! Solo los que poco saben de ciencias naturales creen que nos alejan de Dios.
Hay muchas más revelaciones de la Palabra de Dios que las ciencias convencionales han ido confirmando bien por descubrimientos científicos o bien por excavaciones arqueológicas. Cada descubrimiento científico y arqueológico fortalece nuestra fe en la inconmovible Palabra de Dios. La Biblia no es un libro de ciencias naturales, pero no contiene verdades anticientíficas.
En República de Panamá un grupo de diputados cristianos propuso el mes de setiembre como el “Mes de las Sagradas Escrituras”. La oposición fue fenomenal. Pienso que la intención era buena. Pero la metodología utilizada fue espada de dos filos por los ribetes de imposición religiosa legitimada mediante aprobación estatal. Aunque necesitemos afianzar la moral cristiana y valores familiares, ello es decisión personal y doméstica. Por tanto, la estrategia correcta debe provocar que muchos deseen adoptar ese estilo de vida por el impacto de nuestro testimonio y trabajo socio-religioso entre ellos.
La insistencia en tal proyecto hace más daño que bien porque los humanos somos rebeldes por naturaleza y resentimos la coerción. Además, los enemigos del cristianismo seguirán invocando el precedente como punta de lanza para atacar a los cristianos.
Por otro lado, es saludable que los críticos acérrimos del mencionado proyecto ahora ley y que promueven un Estado libre de religión y no institucionalizar la fe también aboguen por la separación del Estado de las ciencias naturales y de no institucionalizarlas para lucrar. El Estado debe ser neutral en creencias religiosas, pero también libre de creencias naturalistas, evolucionistas, ideologías, filosofías, racionalismo y cientificismo.
De ahí mi propuesta que la educación sea conforme a los hechos y justa con ideas predominantes. Esto es, que el creacionismo sea impartido libremente en los centros educativos como lo es la teoría de la evolución, y que los docentes se actualicen y no sigan enseñando como un “hecho probado” algo que más que ciencia es metafísica y especulación filosófica.
¿Crees tú que en un hipotético país de escépticos, agnósticos y ateos garantizarían estos señores nuestra libertad de expresión y de prensa para que hablemos y escribamos -como hacen ellos, abusando de la libertad de expresión, al transmitir cuanta bazofia y tontera quieren contra las creencias, convicciones, representantes religiosos, iglesias y religiones- para refutar sus creencias de “avanzada”, teorías “científicas” y religiones filosóficas? Ten por seguro que no lo garantizarían. Nos perseguirían y fusilarían a todos. Ello ha ocurrido en regímenes totalitarios ateos, pues por carecer de estructura para tomar decisiones morales es fácil ver por qué el mundo ha experimentado los horrores de esos regímenes. “Donde no hay una norma moral absoluta, a menudo gana el poder injusto”, apunta el filósofo John D. Woodbridge.
Fíjate cómo han perseguido y persiguen aún a los cristianos en los susodichos regímenes. También en nuestro patio nos persiguen muy solapadamente los escépticos, agnósticos y ateos escribiendo y enseñando en las aulas universitarias y medios cuanta sosería se les ocurre y repitiendo como papagayos que la teoría de la evolución es un “hecho probado”.
En Italia, en febrero de 2006, un ateo demandó a un cura católico por haber escrito que Jesús existió. ¿Qué te parece? En ciudad de Panamá, como en Santa Fe de Bogotá, Londres, Buenos Aires, Caracas, Madrid o cualquier otra capital del mundo, hay sujetos que mediante sus escritos se dedican a hostigar y perseguir sicológicamente a los creyentes en Dios y a los cristianos. En sus artículos antirreligiosos, son los seres más intolerantes y dogmáticos que puedas leer. Al leer uno o dos de sus escritos en esa línea ya has leído prácticamente todo su pensamiento puesto que sus argumentos son ricos en filosofía, pero carentes de sensatez y genuina ciencia. En realidad, no tienen argumentos. Su pensamiento decanta en racionalismo y cientificismo. Esto es, los extremos o puntos fanáticos de la razón y las ciencias naturales. Antes de leer sus escritos, puedes pensar que los fanáticos o extremistas están únicamente entre los religiosos. ¡Error! También los hay entre la gente “pensante” y “científica”. ¡Cuidado! No alego que no tengan derecho a disentir y cuestionar prácticas y creencias de algunos grupos y personajes religiosos incompatibles con el espíritu del Evangelio bíblico. No. De eso no se trata.
Aun incrédulos como Voltaire (1694-1778), quien creía que en los siguientes 100 años después de su muerte el cristianismo y la Biblia serían exterminados y pasarían a ser Historia, decía: “No comparto lo que dices, pero daría mi vida por tu derecho a decirlo”. De lo que hablo es que se digan las cosas como son. Ante temas controversiales o que encienden los ánimos debo informarme bien antes de opinar. Jamás es objetivo quien opina sin conocer un tema o creyendo que su campo de estudio es suficiente para hacer declaraciones radicales y/o dogmáticas. Para ser imparcial o neutral no debo permitir que mis pareceres sean envenenados por prejuicios o resentimientos de vieja o nueva data, como a menudo notamos en las declaraciones y escritos de escépticos, agnósticos y ateos. (El rollo emocional de estos señores es obvio para todo el mundo, menos para ellos pues no se ven a sí mismos, les falta autoconocimiento o la soberbia les impide aceptar el resentimiento y la rabia que les controla cada vez que tocan temas religiosos)
(Voltaire y todos los opuestos al cristianismo y la Biblia han pasado a ser historia. Y a la mayor parte de ellos ni se les conoce ni se les recuerda. Solo a 50 años de la muerte del filósofo francés, la Sociedad Bíblica de Ginebra utilizó la prensa de Voltaire y su casa para imprimir ¡miles! de biblias. A los enemigos de la Biblia y el cristianismo bíblico es bueno recordarles el dicho que reza: “Cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo”, pues ese dinero, casa, computador y escritorio que utilizas para despotricar contra el Evangelio pueden ser usados para glorificar al Señor Jesús, Rey de reyes y Señor de señores)
Pues bien, si esas persecuciones suceden en nuestros países donde en general profesamos una religión equis, ¿puedes imaginarte qué sucedería si escépticos, agnósticos y ateos fueran mayoría? ¡Mandarían al cura a la silla eléctrica! ¡Ya no habría libertad de culto ni en República de Panamá ni en República de Colombia ni y en otros países! ¿Quiénes son los intolerantes? ¿Quiénes los fanáticos? La intolerancia está presente tanto en creyentes como en incrédulos de América o de Europa, querido Sancho. La intransigencia y la persecución sutil siempre serán nocivas, aunque no sean religiosas. Y la intolerancia de los que nos persiguen rinde culto al fanatismo racionalista y al cientificismo. Desde el modernismo hasta el posmodernismo de hoy, ha habido persecuciones muy encubiertas; disfrazadas de intelectualismo y ciencia como la de quien escribe o habla contra todo lo que le huela o suene a religión. De igual manera, está la persecución burda e insolente de librillos, peliculillas, documentalillos y caricaturas.
Tolerancia no significa que mis creencias y las de otros son iguales porque “todas las opiniones tienen igualdad. Cada una tiene su razón, y todas deben ser respetadas o elogiadas. Es decir, no existe ninguna manera racional de discernir entre ellas”, como asegura Fernando Savater. Claro que todos los pareceres deben ser respetados. Pero, “la verdad siempre será exclusiva, por lo menos hasta cierto punto”, afirma el apologista Josh McDowell.
Siguiendo a McDowell, decir que ciudad de Panamá es capital de la República de Panamá o que Santa Fe de Bogotá es la capital de la República de Colombia no hace intolerante a quien lo sostenga. Por consiguiente, si las afirmaciones del cristianismo bíblico son verdaderas, los cristianos no son más intolerantes por sus creencias que aquellos que aceptan que ciudad de Panamá es la capital de Panamá. Solo hay dos posibilidades: o los cristianos están en la verdad o están equivocados en cuanto a su creencia de cómo Dios se ha revelado al humano. Si están en lo cierto, entonces Jesús es el Único Camino para ir a Dios. Si están errados, el cristianismo es falso. En realidad, la tolerancia no es la médula de esta controversia; lo es la verdad. Muchas veces la verdad ofrece solo dos posibilidades: estoy en la verdad o estoy equivocado. No puedo estar en la verdad y falsedad al mismo tiempo. Por consiguiente, las palabras de Savater son una falacia. (Quizá alguien se salga por la tangente y diga: “En verdad, Dios no existe”. Ya señalamos que una declaración de ese tipo es soberbia, pues nadie puede estar seguro de que Dios no exista. Pero sí podemos tener la certeza de que sí existe. La prueba de veracidad o falsedad de las creencias cristianas es funcional. Asimismo, los más recientes descubrimientos en cosmología, astrofísica y demás ciencias naturales apuntan a un Diseñador del universo y la vida. Hoy, los científicos ateos son menos y los obstinados en su ateísmo filosófico se están quedando solos.)
Thomas A. Helmbock -citado por McDowell- habla de los peligros de posiciones como las de Savater y las llama “nueva tolerancia”. Es decir, “que las creencias, los valores, estilos de vida y percepciones de la verdad de cada individuo valen lo mismo... No existe una jerarquía de la verdad. Tus creencias y mis creencias valen lo mismo”. El punto importante no está, insisto, en la tolerancia, sino en la verdad. Esto es, si las creencias u opiniones son ciertas o falsas. (30)
Otro asunto en cuanto a la tolerancia a menudo distorsionado es el de la mente abierta. Mente abierta no quiere decir que una persona deba siempre tener abiertas sus alternativas, aunque las pruebas reduzcan las opciones a una sola. Es deshonesto mantener mente abierta cuando la razón basada en evidencias reales (no apariencias) apunta una sola conclusión. La mente abierta no es sinónima de mente vacía. La honestidad intelectual impide aceptar otra opción cuando solo una es verdadera. En realidad, la gente intolerante y de mente cerrada es la que se niega a aceptar la verdad al ser confrontado su pensamiento con la contundente evidencia en la cual está cimentado el cristianismo, religión basada en hechos históricos reales y experiencias transformadoras de la personalidad, no en “mitos” ni “supersticiones” como creen los que nos etiquetan de “intolerantes”. (31)
Algunos colocan sus estándares de prueba tan elevados que ninguna evidencia les satisface por muy contundente que sea. La verdad es que no quieren aceptar las evidencias del Evangelio. Las rechazan no por falta de evidencias, sino que lo hacen a pesar de las evidencias. No hay peor ciego que el que no quiere ver.
(Una constante en la mayor parte de escépticos, agnósticos y ateos es la rehuida a investigar obras de apologistas cristianos. ¿Por qué será? ¿Habrá miedos a hallar pruebas capaces de hacer añicos añejos su pensamiento convergente (lineal) y en círculo? Más que miedos, creo que los prejuicios y el resentimiento generan tal conducta irracional)
Pregunto: ¿Somos los cristianos intolerantes porque respondemos verdades amañadas e irrespetos a nuestra fe en Cristo? ¿O será más bien que quienes nos irrespetan son los verdaderos intolerantes por no aceptar que pensamos y actuamos diferente? Según el Diccionario, tolerancia es el “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. ¿Será que hay respeto a nuestras ideas y convicciones en declaraciones que se hacen alegremente en los medios de comunicación? Créeme que la intolerancia también está en otro lado y hay otros intolerantes.
Por otro lado, manifesté estar de acuerdo con el respeto a la ideología, creencias y prácticas de los demás que no estén contra la moral, leyes humanas y preceptos establecidos en la Biblia. Hay otros temas no negociables, pues no es asunto de ser tolerante o no, sino si estoy o no en la verdad. Aunque no les guste a algunos, sí hay una moral universal que marca la pauta en cuestiones de principios, valores, moral y ética: la Biblia. Decir lo contrario sin investigar con honestidad intelectual, por soberbia o miedo a romper paradigmas, es pura cháchara.
Los oponentes a la imperecedera moral cristiana suelen recurrir a los bochornosos casos de intolerancia de fanáticos religiosos de la época Medieval que más adelante analizaremos para distraer e intentar salirse con la suya, apelando a términos que causan animadversión como fanatismo, fundamentalismo, dogmatismo, intolerancia. Hay quienes se ponen a la defensiva al oír de moral pues su vida ético-moral da mucho que pensar. Su oposición no nace de dudas honestas; es un mecanismo de defensa para encubrir faltas a la moral y ética.
La mayor parte de los que hacen tanto aspaviento contra la cristiandad no son religiosos ni creyentes en Dios; son minorías de escépticos, agnósticos y ateos con filosofía relativista y pesimista del fracasado “positivismo” filosófico de antaño. O son cientificistas con máscara de hombres de ciencia. ¿Casualidad? Lo que realmente persiguen es erradicar toda creencia en la Biblia u otro documento religioso y en un Ser supremo para implantar culto a resentimientos y religiones ateas.
Como dijera el filósofo alemán Max Scheler, “quien no tiene [a] Dios tiene un fetiche”. Llámese sexo, dinero, religión, teoría de la evolución, cientificismo, fanatismo racionalista, ideologías, filosofías.













(1) El contrato social, pp. 150, 154. Editorial Andes, Colombia, 1979.
(2) Lee Strobel, El caso del Creador, p. 147. Editorial Vida, Miami, Florida, 2005.
(3) Josh McDowell, Convicciones más que creencias, p. 196. Editorial Mundo Hispano, Bielorrusia, 2003.
(4) Ibíd., p. 198.
(5) Ibíd.., pp. 199, 200.
(6) Ibíd., p. 201.
(7) Plinio Apuleyo Mendoza et al., Manual del perfecto idiota latinoamericano, p. 333. Plaza y Janés Editores, S. A., España, 1998.
(8) Josh McDowell, Nueva evidencia que demanda un veredicto, Mundo Hispano, pp. 24, 25.
(9) Ibíd., pp. 34, 35.
(10) Charles C. Ryrie. Dispensacionalismo hoy, p. 110. Publicaciones Portavoz Evangélico, Barcelona, 1975.
(11) Claves de interpretación bíblica, pp. 29-33. Casa Bautista de Publicaciones, Estados Unidos, 1987.
(12) Gabriel García Márquez, Vivir para contarla, p. 253. Grupo Editorial Norma, Bogotá, D. C., 2002.
(13) E.P. Barrows. Normas de interpretación bíblica, p. 96. Libros Clie, España, 1985.
(14) W. E. Vine. Diccionario Expositivo de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento Exhaustivo, p. 40. Editorial Caribe, Colombia, 1999.
(15) Op cit., Barrows, p. 86.
(16) Ibíd., p. 184.
(17) Op cit., De la Fuente, pp. 155, 156.
(18) Op cit., Barrows. p. 129.
(19) Henry H. Halley. Compendio Manual de la Biblia, pp. 22, 23. Casa Bautista de Publicaciones, Estados Unidos, 1955.
(20) Josh McDowell. Evidencia que exige un veredicto, volumen II, p. 53. Editorial Clie, España, 1988.
(21) Op cit., McDowell, p. xlii.
(22) S. I. McMillen. Ninguna enfermedad, pp. 22, 23, 26. Tipografía Unión, Medellín, Colombia, 1971.
(23) Diccionario Enciclopédico Quillet, tomo VIII, p. 206. Editorial Argentina Arístides Quillet, S. A., Buenos Aires, 1976.
(24) Biblia de Estudio Ryrie (versión Reina-Valera, 1960), p. 338. Editorial Portavoz, Gran Rapids Michigan, Estados Unidos, 1991.
(25) Comentario Bíblico de William MacDonald: Antiguo y Nuevo
Testamento, p. 114. Editorial Clie, España, 2004.
(26) Hugh Ross, El Creador y el cosmos, pp. 18, 19. Editorial Mundo Hispano, Estados Unidos, 1999.
(27) Ibíd.., p. 62.
(28) Antonio Cruz, Darwin no mató a Dios, p. 161. Editorial Vida, Estados Unidos, 2004.
(29) Op cit., Strobel, p. 95.
(30) Op cit., McDowell, Convicciones..., p. 64.
(31) Op cit, McDowell, Nueva Evidencia... pp. xxxix, xl, introducción.













3
La creación del ser humano
y su propósito


“El acto creador en sí está rodeado de un profundo misterio, y si Dios bajara a explicárnoslo estaría perdiendo el tiempo, porque no seríamos capaces de entenderlo. Dios es el origen de los mecanismos sublimes que intentamos desentrañar, y lo poco que llegamos a entender nos deja sumidos en la admiración. Sin embargo, el origen sigue perdido entre las brumas, y diría incluso, recogiendo las palabras de Pascal, que ‘el misterio eterno de estos mecanismos infinitos me asusta’”. -Rémy Chauvin-

“Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos”.
-Dios a David-









La Biblia como fuente de la verdad
en el origen del universo, la vida y la familia


“En el principio creó Dios los cielos y la Tierra”. (Génesis 1: 1a) El equivalente griego a la frase hebrea “los cielos y la Tierra” es “cosmos”. Con esta afirmación escueta empieza la Biblia a revelar cómo surgió el universo y el planeta Tierra. No dice cuándo fue eso ni en el principio de qué. No lo sabemos y quizá nunca lo sabremos. Pudo haber sido en el principio de todo lo material. Esto es, antes de ese momento no había absolutamente nada material. La materia no existía. Solo Dios y posiblemente ángeles, arcángeles, querubines y serafines existían. Y antes de que esas criaturas invisibles existieran, ya Dios era Dios pues Él es el punto de origen de todo y feliz final de lo tangible e intangible. Verdad encerrada en la frase griega “Yo Soy el Alfa y la Omega”. Concatenada con la famosa expresión hebrea de Dios dada a Moisés: “Yo Soy el que Soy”, que ningún teólogo ni ningún otro científico puede entender ni explicar. Si pudiésemos entender y explicar al Creador del universo y la vida, no fuera Dios.
Pienso que Dios fundó la Tierra, el Sol y la Luna desde que creó todo lo visible, compuesto de la materia que hoy conocemos. Más, considero que Dios creó [hebreo bará] “los cielos y la Tierra”, el Sol y la Luna en seis días de veinticuatro horas cada uno. No creo que la Tierra sea tan vieja como dicen los evolucionistas ni como afirman ciertos creacionistas. Pienso que la Tierra no pasa de diez mil años. (Hay quienes no saben que Darwin cambió sus enunciados de enormes intervalos de tiempo e intentó conciliar sobre sus períodos lentos de evolución previos debido a los sólidos argumentos de William Thomson [Lord Kelvin] sobre la edad del Sol) No hay necesidad de acomodar la Biblia para hacerla coincidir con los más recientes descubrimientos, pues siempre ha resultado que la Biblia tiene razón y las ciencias convencionales encajan perfectamente en la revelación bíblica de tal modo que la confirman, tal cual vimos en el capítulo 2. En otras palabras, la Biblia revela algo y las ciencias naturales, investigando, lo convalidan y reafirman. Y... la Biblia tenía razón, escribió Wermer Keller.
Antes de proseguir, dejemos algo claro: Que una verdad como el origen del universo, la Tierra y la vida la revele la Biblia no desvirtúa o relativiza en absoluto esa verdad. En el capítulo 1 manifestamos que la verdad es independiente de quien la diga, la crea o la oiga. Si ello no se diera, no fuera posible hallar la verdad. Más, la verdad ni siquiera existiera. Lo más importante no es el mensajero o el portavoz, sino el mensaje.
Sin ser un libro de ciencias naturales o sociales, la Biblia no revela verdades contra tales ciencias. Decir lo contrario es no saber lo que se dice o mentir deliberadamente. Cierto es que la Biblia no habla con tecnicismo porque su propósito no es explicar con palabras técnicas la información científica sobre el mundo natural o social. Las afirmaciones bíblicas son dadas para que las entienda cualquier persona; tampoco son erradas ni disparatadas como creen ciertas gentes que siempre buscan la quinta pata al gato en cuanto a la Biblia, pero son lo suficientemente crédulos para aceptar desatinos acerca del origen del universo y la vida porque les suenan “científicos”.
Hoy son tantas las cabezas cuadradas por prejuicios y/o presuposiciones, y otros están tan empecinados en negar a Dios, que rechazan grandes verdades teológicas y de las ciencias que aseguran cultivar solo porque las proclama la Biblia o no cuadran con su “ciencia”. ¡Craso error! La ignorancia es insolente. Y no hay como la ignorancia auto-impuesta.
Sabido es que en los campos de las ciencias naturales de ciertos centros científicos, universidades y laboratorios se enseña (programa, adoctrina) a los estudiantes y científicos para creer que cualquier hipótesis o teoría que conduzca a Dios y lo sobrenatural “no puede ser científica”. Con semejante premisa por delante, es obvio que se descartará toda evidencia a favor del diseño real en el universo y del Dedo de Dios en el origen de la vida inteligente por muy contundente que sea la evidencia.
Otros, más agresivos, tienen el atrevimiento e insolencia de publicar o vociferar en los medios que solamente ellos o los que piensan como ellos son “hombres de ciencia”. No olvidemos que según el evolucionismo recalcitrante y materialistas ateos únicamente ellos son científicos. Los demás son seudocientíficos.
Al recordar a tantos científicos cristianos y creacionistas del pasado y del presente, al observar cómo la mayor parte de los científicos hoy aceptan el real diseño inteligente del universo, y ver cómo se levantan tantos científicos (evolucionistas, no teólogos ortodoxos ni fanáticos religiosos) que dudan de la hipótesis evolucionista y advierten ser “escépticos de las afirmaciones sobre la habilidad de la mutación aleatoria y la selección natural para tomarse en cuenta para la complejidad de la vida”, y sugieren que “un examen cuidadoso de la evidencia para la teoría del darwinismo debe ser estimulado” (1), me pregunto en qué planeta viven o qué “ciencia” practican los “científicos” que tienen en poco las innumerables pruebas contra el mito evolutivo y desprecian la inteligencia de los científicos que cuestionan el transformismo, “el gran elefante blanco del pensamiento contemporáneo”, como lo llamara el matemático y filósofo de la ciencia David Berlinsky. (Véase la declaración escéptica, en 2005, de más de cuatrocientos científicos de todas las disciplinas, sobre el darwinismo en www.lifesite.net/ldn/2005/jul/05072204.html. Cf The Weekly Standard, October 1, 2001)
Ahora bien, Génesis 1: 1 no habla del “principio” de Dios, puesto que ya hemos aseverado que Dios no tiene principio. A Dios es inaplicable el primer postulado del argumento cosmológico Kalam (“todo lo que empieza a existir tiene causa”) porque Él es el Alfa y la Omega. No empezó a existir. No tiene principio ni fin; Él es el Principio y Fin de todas las cosas. Nadie creó a Dios ni Dios está sometido a las leyes ni al tiempo que Él mismo creó. Que yo no entienda esa verdad por mi finitud craneal e infinitud de Dios no significa en lo absoluto que no sea verdad.
En Hebreos 11: 3 se expresa: “Por medio de la fe entendemos que el universo fue enteramente organizado por la [una] palabra de Dios, de modo que lo se ve fue hecho de lo que no se veía”. ¡Eso es revelador! Dios -que no es materia- dio origen a la materia con solo hablar. Al humano -máxima creación de Dios- le hizo no con su Palabra, sino con Sus “manos”.
La fe bíblica, que no es ciega, permite entender lo que la razón del filósofo no logra captar y la ciencia del científico convencional no puede entender ni explicar. (Si no lo entiendo, no es posible explicarlo) A mi juicio, el universo fue “enteramente organizado” o ajustado después de la Gran Explosión (Big Bang), que confirma que el universo tuvo principio en un acto creacional, y, según el pasaje arriba citado, fue gracias a la palabra (mandato, orden) que Dios diera a la nada absoluta (lo que no era), a fin de que se convirtiera en el universo, que ahora es algo material. Los mortales sabemos que la nada absoluta no produce nada, aunque los ateos digan que “la creencia más razonable es que venimos de la nada, por nada y para nada”. Para ellos, es “razonable” tal absurdo acientífico, irracional, ilógico y pesimista.
Acerca de la Palabra creadora de Dios que hizo posible el universo y las leyes de la física que Dios utilizó para crear, Ernest Holmes escribe que “[Dios] gobierna el universo a través del poder de Su Palabra. Por tanto, cuando Él habla, Su Palabra es Ley. La Ley obedece [y se constituye el universo]. La Ley es mecánica, la Palabra es espontánea [...] La Palabra de Dios, hablada por Él, pone la Ley [...] en movimiento. El resultado es Creación [...]”. (2) (Las negritas son mías)
Hebreos 1: 3 revela algo interesante al señalar que “[Dios] sostiene [gr. fero = llevar, sustentar] todas las cosas [los siglos; es decir, los mundos; el universo] con la palabra de su poder”. El universo y todos los sistemas conocidos y desconocidos por el ser humano no son sustentados o sostenidos por simples leyes naturales creadas por Dios, como creen los físicos y demás científicos, sino por Dios mismo, quien por medio de Cristo creó el universo e impide que los mundos (gr. cosmos) colapsen. (San Juan 1: 1-3; 14-18; 1ra Corintios 8: 6; Colosenses 1: 15-17)
Pues bien, si a Dios lo hubiesen ‘creado’, no fuera Dios sino un dios, ídolo creado por la mano e imaginación del hombre. Dios tampoco es el resultado de las neurosis del hombre. Ni es un “mito reconfortante”. Ni la religión es un “espejismo”, como decía Freud. En verdad, el mito reconfortante está en otros ámbitos y lo abrazan otros. Y el espejismo es usado por quienes se niegan a zambullirse en las profundas y puras aguas de las más recientes revelaciones científicas.
Pasteur acertó al aseverar que “un poco de ciencia aleja de Dios; mucha ciencia acerca de nuevo a Dios”. En una conferencia científica internacional, el nanocientífico James Tour señaló asombrado: “Siento mucho respecto hacia Dios por lo que hizo a través de su creación. Solo un principiante [un seudocientífico o un científicos con criterios cargados] que no sabe nada de ciencia diría que esta le resta a la fe. Si en verdad estudia ciencia [convencional] esta le llevará más cerca de Dios”.
Quien crea que conoce mucho de ciencia y se atiene solo a la ciencia que cultiva (incluida la teología) o a las corrientes que apoyan sus creencias e ideas preconcebidas, sin querer ver la contundente evidencia que conduce a un Diseñador inteligente, en realidad no sabe de ciencias. No sabe que no sabe nada. Cantinflas, parafraseando a Sócrates, lo dice de manera jocosa: “Solo sé que no sé nada”.
El Libro de Dios en ningún momento trata de demostrar la existencia de Dios. La da como un hecho. Además, llama “necio” (loco) al que niega a Dios. “Dice el necio [el loco] en su corazón, ‘no hay Dios’”. (Salmos 14: 1; 53: 1) (En el capítulo 4 analizamos los terribles días que vive el ateo puro o consecuente al final de la vida física. No sé si has notado que la necedad embrutece [obnubila] el pensamiento del necio de tal manera que no puede entender lo más simple y sencillo de Dios en el universo y la vida)
Nadie en sus cinco sentidos, libre de prejuicios, supuestos y soberbia puede creer que el universo, la Tierra y el ser humano son productos del azar. Dar crédito a eso es una locura; por ello no es descabellado afirmar que el ateísmo es una creencia irracional (loca); como irracional y anticientífica es la teoría de la evolución. Por supuesto, cada uno es libre de pensar lo que quiera. Pero creer que somos fruto de la “selección natural”, azar o casualidad es -por decir algo- como si yo pensara que por la explosión de una imprenta aparece el Diccionario de nuestra lengua cada cierto tiempo. Pongámoslo más sencillo. Es creer que El origen del sufrimiento... apareció en mi escritorio, a lo largo de estos años, por una jugarreta de las leyes de la naturaleza, listo para su distribución. Para creer que somos el resultado evolutivo de millones de años necesito fe ciega (yo la llamo tontería o necedad por no estar fundada sobre hechos sino en mera especulación filosófica y locos deseos), no la fe sustentada por hechos vivenciales, lógicos y susceptibles a ser examinados que requiero para creer que fuimos diseñados y creados por una Mente omnisciente e infinita. ¿Acaso vemos que también hay creencias en las ciencias convencionales?
Parafraseando al filósofo Fred Dretske, diríamos que vivimos en épocas inflacionarias, y el costo del ateísmo ha aumentado. ¡Cómo cambian los tiempos y los costes, viejo Sancho! Antes el creyente debía sostener su fe en la Biblia exclusivamente por su experiencia con el resucitado Cristo histórico y lo que narra el sagrado Libro; hoy, el ateo debe mantener su empecinamiento en el materialismo y la desprestigiada hipótesis darvinista contra muchísimas evidencias en contra. ¡Se ha volteado la arepa, mi querido Sancho!
La naturaleza y el universo nos revelan la gloria de Dios y su majestad: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos”. (Salmos 19: 1) Siendo así, todo ello debe llevarnos a una actitud reverencial y de adoración al Dios que creó todo, y reconocer que Él lo es todo y nosotros no somos nada sin Él. “Cuando veo los cielos, obra de tus dedos, la Luna y las estrellas que tú formaste, digo: ‘¿Qué es el hombre, para que cuides de él [lo visites]?’”. (Salmos 8: 3) San Pablo asegura que “las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y divinidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que [escépticos, agnósticos y ateos] no tengan excusa”. (Romanos 1: 20)
Repetidas veces he oído frases como esta: “Es imposible demostrar la existencia de Dios”. ¿Sabes qué? Yo también pensaba que era imposible probar la existencia de Dios. ¡Error! San Pablo, David, Job y otros personajes bíblicos aseveran que sí es posible dar fehacientes muestras de la existencia de Dios. Los tres consideran que en el universo, el cielo y la naturaleza hay múltiples pruebas de la existencia de un Ser grandioso, omnisciente y poderoso. Y... de unos años para acá la física, la astronomía, la cosmología y otras ciencias naturales les han dado la razón. Y muchos científicos convencionales -veremos más tarde- se están convenciendo de que el universo y la vida no son producto del azar ni de la casualidad.
¡Lástima que Yuri Gagarin –el primer ser humano en salir al espacio exterior el 12 de abril de 1961– haya dicho que no había visto a Dios! No lo vio porque Dios es Espíritu y no mora en el segundo cielo, donde estuvo Gagarin. Dios mora en el tercer cielo (y en cada cristiano nacido de nuevo), donde ninguna nave podrá llegar. Gagarin debió adorar a Dios por sus maravillas. Así habría podido sentir y expresar lo que dijo el salmista David cuando escribió: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos”. (Salmos 19: 1) O exclamar igual que Frank Borman, comandante del Apolo 8: “Tampoco yo vi a Dios, pero vi sus evidencias”. (Deberíamos llevar al ateo al espacio exterior y dejarlo allá por un tiempo indefinido a ver cómo reacciona)
Era Navidad de 1968, y el Apolo 8 había finalizado la mayor exploración lunar a fin de preparar el camino para el primer alunizaje el 20 de julio de 1969 (Apolo 11). El viaje del Apolo 8 fue histórico porque por primera vez una nave tripulada dejaba la órbita terrestre. Ese vuelo iba tripulado por Frank Borman, comandante, James A. Lovell, hijo, y William A. Anders, quienes al contemplar la Tierra del tamaño de un puño, sumamente emocionados por las maravillas de mi Dios, leyeron los diez primeros versículos del capítulo uno de Génesis, cuyo primer versículo dice: “En el principio creó Dios los cielos y la Tierra”. Cuando el 20 (21) de julio de 1969 Neil Armstrong se convirtió en el primer hombre en pisar la Luna (algunos dudaron y aún dudan hoy que el hombre haya estado en la Luna), leyó el Salmo 19 versículo uno que afirma: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos”.
David, sin salir del planeta, escribió: “Cuando veo los cielos, obra de tus dedos, la Luna y las estrellas que tú formaste, digo: “‘¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, para que cuides de él?’”. (Salmos 8: 3, 4) Bien lo dice el dicho: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Ni peor científico que el predispuesto, pues cuando una persona espera hallar algo específico o que ocurra algo, puede pasar por alto las cosas más obvias. Ello sucede con los evolucionistas o neodarvinistas contemporáneos.
El primer versículo del capítulo uno de Génesis también expresa: “Y la Tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la superficie del abismo [...]”. Hay una corriente teológica que asegura que entre el versículo 1 y 2 de Génesis capítulo uno hay cualquier cantidad de siglos. (No lo creo, como ya manifestara, pues pienso que la Tierra es joven) No está registrado qué pasó para que la Tierra estuviera “desordenada y vacía”. (Algunos hablan de que un asteroide cayó sobre la Tierra) Pero sí se nos dice que hubo una gran rebelión que pudo haberla dejado en estado caótico. Pienso que la respuesta está en la gran e insensata rebelión de Lucero contra Dios. Grande porque muchos ángeles se rebelaron con Lucero. Al sublevarse contra Dios, automáticamente cayeron como rayo al interior de la Tierra, donde la Biblia deja entrever que está el infierno. (San Lucas 16: 22-24; Apocalipsis 20: 13-15) Insensata porque Lucero debió imaginar que nunca podría derrocar al omnipotente Dios. (Viéndolo bien, creo que Satanás se sicotizó) Por decir algo, era como pelear una sola hormiga contra un elefante de varias toneladas y en perfectas condiciones físicas. Una vez oí a un predicador barranquillero asegurar que “Dios es mucho Dios para tan poquito diablo”. En realidad, no sabemos qué pasó exactamente al revelarse Satanás.
Dice el Génesis “[...] Y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas. Y dijo Dios: ‘Sea la luz; y fue la luz...”. (Génesis 1: 2, 3) Así creó Dios todo lo que existe y/o se mueve en los cielos, tierra y mares, hasta llegar al Hombre, su máxima creación. Algunos creen hallar un error en Génesis uno porque arguyen que en nuestro sistema solar no puede haber luz sin Sol; además, no fue hasta el cuarto día que Dios “hizo” el Sol (ojo, el pasaje narra que Dios dijo: “Sea”; en el original ni en la traducción dice “creó” [heb. bará], que es muy diferente). (Génesis 1: 19)
Veamos: Dios actuó como nosotros al entrar a una habitación oscura. Lo primero que hizo fue “prender” o “encender” la luz. Bueno, el versículo dice: “Y dijo Dios: ‘Sea la luz; y fue la luz’”. (Génesis 1: 3) Así actuó no porque Dios no viera en medio de la oscuridad, sino que Dios es Dios de orden y de luz. (El diablo y los que lo siguen aman el desorden y la oscuridad física y espiritual) Dios tampoco necesita al Sol para tener luz ni calor, como lo necesitamos nosotros para no congelarnos y no andar en total oscuridad, pues “Dios es luz”, y Jesucristo es nuestro “Sol de justicia”. (1ra San Juan 1: 5; Malaquías 4: 2) (Dios es luz, pero la luz no es Dios como asegura el panteísmo)
El ser humano desde sus primeros pasos, luego de salir de las manos de Dios, adoraba al Dios de la Biblia y se comunicaba verbalmente con su Creador. No andaba en cuatro patas ni era mudo ni balbuceaba como los bebés que aprenden a hablar. La Biblia dice que Adán y Eva hablaban con Dios como quien habla con su mejor amigo. Los creyentes evolucionistas nos han engañado al vendernos el mito de que “tenemos” ancestros simiescos; no sabíamos hablar y andábamos en total salvajismo. Y todo fue dándose -como por arte de magia- por la necesidad que había de que así fuera. ¡La gran flauta! (En el primer año de periodismo, me tocó leer un par de libros de sociólogos que dan por hecho el mito evolutivo. Si alguien cree que la Biblia da risa por su narración de Adán y Eva, debería leer las obras de algunos pensadores y científicos convencionales que intentan explicar el origen del universo quitando a Dios del escenario. ¡Son verdaderas joyas de la fábula y cuentos infantiles!)
Es decir, nos han dicho que la especie humana ha ido de menor a mayor, pero resulta que la infalible Palabra de Dios, que sí narra cómo fueron las cosas, revela que el ser humano ha venido de mayor a menor, y no lo dice en parábolas ni en forma alegórica, como señalan quienes creen que el Libro de Dios utiliza un lenguaje alegórico-místico.
El humano en lugar de progresar en el espíritu, alma, moral, principios, justicia y equidad para todos ha ido en franco retroceso y de tumbo en tumbo. El mismo hombre devorando al hombre. En lugar de auxiliar a nuestros heridos, los acabamos de matar. Muchos lucran con las debilidades, necesidades, salud, educación, fe y desgracias de los demás. ¿A quién le creemos? ¿A alguien que ni siquiera estuvo en el lugar de los hechos?, ¿O a Quien lo hizo todo y sabe lo que pasó? Prefiero creer a Dios.
En 2003, un grupo de investigadores identificó “por primera vez la región del cerebro humano, localizada en el área de Broca, donde reside la gramática común que subyace a todos los lenguajes humanos” (3), echando por tierra las presuposiciones dogmáticas de quienes creían (y creen en pleno siglo XXI) en la evolución y transformación lenta de los gruñidos en claro lenguaje. La genética y la neurología modernas confirmaron así la tesis de Noam Chomsky de que los humanos nacemos con un mecanismo cerebral incorporado y especializado que nos capacita para aprender el idioma materno en la primera infancia casi automáticamente con solo oír frases y palabras sueltas en el seno familiar.
Dios, no el ser humano, es el creador de la familia. La familia como base de toda sociedad y nación es un invento de Dios. J. J. Bachofen (1815-1887), Lewis H. Morgan (1818-1881) y otros descubrieron algunas de las tantas etapas por las cuales ha pasado la sociedad moderna, no el inicio en sí de la familia. No pasemos por alto que las ideas de Darwin también influenciaron a estos investigadores de tal manera que daban por hecho la hipótesis del mito darvinista. Por consiguiente, partieron de tal premisa falsa. Lo que el investigador da como un supuesto será lo que al final de cuentas descubrirá.
Bachofen teorizó sobre una fase de la humanidad donde la mujer fungía como jefa política y religiosa. Intuyo que los postulados de Bachofen, James Mellaart, Marija Gimbutas et al en cuanto a matriarcados y diosas son esgrimidos por gnósticos modernos con el objeto de extraer disparates como que “Dios nació mujer”; “Dios, en verdad, es diosa”; “Dios es Padre y Madre”; “Dios tiene Madre”, etc. Para vender escriben y enseñan una retahíla de tonteras. Ignoran que Adán y Eva desde su creación creyeron y adoraron únicamente al Dios de la Biblia. Después de la Caída, se prostituyó la creencia y adoración al Dios bíblico. Las evidencias que ofrecen estos señores pertenecen a un estadio posterior a la Caída. Los hechos -antes de las pruebas en cuestión- son narrados en Génesis.
Por su parte, Morgan en Ancient Society (La sociedad primitiva, 1887) habla de pueblos aborígenes estadounidenses. Los estudios de Morgan y Bachofen fueron utilizados por Engels para escribir en 1884 El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado. Un libro totalmente filosófico, que Engels llamaba científico.
En realidad, los orígenes de la familia aparecen registrados en el libro primero de Moisés conocido como Génesis, que Engels et al creyentes del mito “darwinismo social” rechazan. En el Génesis se manifiesta que Adán y su mujer Eva vivían en familia con sus incontables hijos que a su vez se propagaron y llenaron la Tierra. ¿Por qué cuesta creer la sencillez de la revelación bíblica? ¿Produce risa el relato bíblico mientras que ciertos dislates son acogidos por “científicos”? ¿Y por qué absurdos como la hipótesis darvinista es utilizada por muchos como salvavidas? Ya lo observaremos. Si Dios dice que la narración bíblica es cierta, lo creo. Ya mencionamos las tabletas de la biblioteca Ebla que deben examinar con espíritu científico quienes duden de Adán y Eva. Es interesante notar que los habitantes de Maori en Polinesia y los karenos en Birmania creen que la mujer fue tomada y creada del costado del primer hombre.
Ahora bien, ya dijimos que la verdad no pierde peso y validez por ser una revelación contenida en un libro histórico-religioso como la Biblia. Pensar eso nos ha llevado del juicio a la insensatez. De la certeza de las ciencias convencionales, nos trasladamos a la interpretación de los hechos investigados; de la claridad de pensamiento, al desespero de la especulación o adivinación del mito evolutivo y cuanta hipótesis infantil ha surgido por ahí. De la seriedad, pasamos al relajo. No se trata de pensar todos lo mismo y repetir como papagayos, sino ser más científicos que filósofos. Toca abandonar la teoría para pasar a la ley. Debemos renunciar a los sueños narcisistas de omnisapiencia y omnipotencia a fin de ver más allá de nuestras narices.

Creacionismo y su propósito

Examinemos más cerca el creacionismo del que hemos hablado. Como sabemos, hay corrientes contrapuestas acerca de cuál es la causa del origen del ser humano en la Tierra. Los creacionistas creemos que somos fruto de una extraordinaria Mente creadora, a la cual llamamos Dios, y ese Dios por ser Dios no necesitó colaboración de la evolución para crear. Otros manifiestan que somos el producto evolutivo de millones de años; en realidad, el fruto perfecto de un caos que principió tomando forma a partir de una célula “simple” surgida de la nada (¿?). Un tercer grupo evolucionista (teísta), encabezado por Teilhard de Chardin y apoyado por otros religiosos, intenta conciliar la creencia en Dios y la teoría de la evolución. Creen en un Dios que crea a través de la evolución. “Si no puedes con tu enemigo, únete a él?”, reza el dicho. Muchos creyentes en Dios al no saber cómo rebatir el mito de la evolución han optado por abrazarlo.
Alguien debiera decirles que si rechazamos la literalidad de Génesis 1 al 11, alegando simbolismo, estamos creyendo que el origen del matrimonio heterosexual, la familia y la moral cristiana universal objetiva no son fiables. (¿Será casualidad que en parte sea eso lo que propugne el “darwinismo social”?) Hasta una publicación atea como The American Atheist (El ateo estadounidense) describe tal pugna: “El cristianismo está (debe estar) totalmente comprometido con la creación especial descrita en Génesis, y los cristianos han de pelear con todas sus fuerzas contra la teoría evolucionista... Llega a estar claro que la vida y la muerte [y resurrección corporal] de Jesucristo están profetizadas en la existencia de Adán y la fruta prohibida que él y Eva comieron. Sin pecado original, ¿quién necesita ser redimido? Sin la caída de Adán en una vida de pecado constante que termina con la muerte, ¿cuál es el propósito del cristianismo? Ninguno”. (4)
El ateo Jaques Monod, en una entrevista, dijo lo siguiente: “La selección es ciega, y la forma más cruel de evolucionar las especies nuevas, y de más organismos complejos refinados... es más cruel, porque es un proceso de eliminación, de destrucción. La lucha por la vida y la eliminación del más débil es un proceso horroroso contra quienes nuestra ética moderna se subleva. Un ideal para una sociedad es una sociedad no selectiva, una sociedad donde el débil es protegido; que es exactamente lo contrario de la llamada ley natural. Yo estoy sorprendido que un cristiano defienda la idea de que este sea el proceso que Dios más o menos estableció a fin de tener la evolución”. (5) (Énfasis del autor)
¿Acaso podemos ver de dónde se nutren las ideas nazis, fascistas, racistas, machistas, abortistas, esclavistas, relativistas, comunistas, terroristas y todas las que tienen en poco la vida humana? Es precisamente de las creencias de la teoría de le evolución que afirma dogmáticamente que somos animales, cuyos antepasados son simiescos. Lo irónico es que muchos fanáticos evolucionistas se proclaman ser humanistas. ¿Humanismo donde la vida humana vale muy poco? ¡Qué contradicción!
Muchos por no investigar o por ignorancia autoimpuesta (no quieren saber) desconocen que los más recientes descubrimientos de las ciencias naturales, la lógica, el sano sentido común y la corriente astrofísica y cosmológica apoyan el creacionismo, pues sostienen que nada sale de la nada absoluta; la energía y materia que formaron el universo no pudieron surgir de la nada absoluta; la tendencia entrópica jamás es mudar entropía positiva (desorden, caos) a entropía negativa (orden, armonía). (Cualquier otro planteamiento es indemostrable y debe ser rechazado por no poder probarse en el laboratorio)
En otras palabras, una de las tres aplicaciones de la termodinámica -la estadística- habla de que la complejidad organizada (orden) de un sistema estructurado tiende a volverse desorganizada y sin propósito alguno, sin orden. Como el niño pequeño que recién empieza a caminar y a descubrir el mundo a su alrededor tirando y desordenando todo. Al respecto, el físico Edmund Whittakker sostiene: “No hay fundamento para suponer que la materia y la energía existieron antes y de repente se galvanizaron en acción. ¿Qué podría distinguir ese momento de cualquier otro momento en la eternidad? Es más simple postular la creación ex nihilo [creación de la nada], la Divinidad constituiría la naturaleza de la nada”. (6)
Hasta el Sol de hoy, la cuestión del orden a partir del caos sigue sin tener contestación que no sea desde el punto de vista solamente naturalista propuesto por los evolucionistas. Con todo y las pretensiones de los evolucionistas radicales, muchos son los huecos existentes en sus planteamientos filosóficos, indemostrables en el laboratorio. (¡Qué ironía! Muchos se burlaban de los cristianos por tener un Dios “tapagujeros” esgrimido cuando no había respuesta para algún cuestionamiento. Hoy, son los ateos quienes usan el tapagujeros de la filosofía aspirando responder lo que no tiene respuesta naturalista o materialista. ¡Cómo cambian los tiempos, Sancho!)
Ningún planteamiento filosófico darvinista es demostrable, y el problema sigue sin resolverse. El caos por sí solo nunca produce orden y armonía como vemos hay en el universo. Todo tiene necesariamente un principio; Alguien que apretara el gatillo; un diseñador fundador que nunca se desentendió de su creación y puso orden en el caos, tal como sostiene el teólogo y naturalista inglés William Paley en su “argumento del relojero”, que otro inglés ha intentado refutar con sofismas, partiendo de la falsa premisa de que la selección natural (“la explicación de la existencia”, según él) es un “relojero ciego”. ¿Desde cuándo es ciego un relojero? Si hay un sentido que necesita un relojero, es precisamente el de la vista. El ciego es Trueno, de quien hablaremos en el capítulo 4.
Paley argumenta:

Al cruzar un matorral, supóngase que con mi pie golpeo una piedra, y si se me preguntara cómo llegó a estar ahí la piedra; podría tal vez contestar que, hasta donde yo sé, ha estado ahí desde siempre, tampoco sería muy fácil, tal vez, demostrar lo absurdo de esa respuesta. Pero supóngase que hubiera encontrado un reloj en el suelo, y se me preguntara cómo llegó a estar ahí; ni se me ocurriría en la respuesta que había dado antes, que hasta donde yo sé, ha estado ahí desde siempre... El reloj tiene que haber tenido un constructor; que tiene que haber existido, en algún tiempo, en un lugar u otro, un artífice o artífices que lo formaron para el propósito al que encontramos que responde en este momento; que comprendieron su construcción y lo diseñaron para su uso... Cada indicación de invención, cada manifestación de diseño que existió en el reloj existe en las obras de la naturaleza, con la diferencia, a favor de la naturaleza, de ser más y mayor, y en un grado que excede todo cómputo. (7)

En otras palabras, lo que Paley sostiene es que la lógica apunta que un universo tan vasto y la vida inteligente conocida hoy tienen necesariamente un principio creador, tal como confirmaran las teorías de la Gran Explosión (Big Bang) y de la relatividad general de Einstein. Para el dolor de cabeza de los ateos, la mayor parte de científicos cree hoy que la energía, materia, espacio y tiempo tuvieron un principio, contrario a lo que aseveran los fanáticos materialistas. ¿Será que los que creen en el Big Bang y en la relatividad general no son hombres de ciencia?
Desde su aparición, el argumento de Paley ha sido ampliamente atacado por evolucionistas ortodoxos et al que han intentado rebatirlo, mas las investigaciones modernas sobre astronomía, cosmología, biología y paleontología lejos de desacreditar a Paley, le han dado la razón.
Hume también intentó refutar el “argumento del relojero” de Paley arguyendo que el argumento esgrimido era inválido porque comparaba dos cosas incomparables como es una máquina (el reloj) y un organismo biológico como el cuerpo. Los avances bioquímicos se encargaron de demostrar que el escéptico Hume estaba equivocado, puesto que los mecanismos biológicos tienen la capacidad de medir el tiempo como lo hace un reloj.
No obstante, Hume no negó la premisa del argumento cosmológico Kalam de que “todo lo que empieza a existir tiene una causa”, como sí han hecho algunos con argumentos filosóficos más que científicos. En 1754, Hume escribió: “Nunca aseveré tan absurda proposición de que cualquier cosa puede surgir sin causa”. (8)
Paley es el mismo que manifestó que “si el ojo humano es fruto del azar, ¡también puede serlo un telescopio!”. Pregunto: ¿Será que los telescopios Hubble y Spitzer, que han permitido el descubrimiento de otra galaxia en setiembre de 2005 y detectar innumerables sistemas planetarios con dos soles en 2007, fueron creados por hechos fortuitos? ¿Lo habrá sido el Gran Telescopio Binocular (GTB), el telescopio terrestre más grande del mundo ubicado en la montaña Graham, Arizona (EU), y que ha tomado veinte años construir? ¿O son productos del azar los telescopios que han permitido visualizar al hoy “nuevo” planeta Xena en noviembre de 2003 y marzo de 2004?
R. L. Wysong hace algunas concesiones a los evolucionistas calculando que la probabilidad de que el ojo humano se forme gracias al azar es de ¡1 en 10266! ¡La gran flauta! De igual manera, el agnóstico y crítico Fred Hoyle llegó a la conclusión de que la posibilidad que se produzca una sola de las ¡200 mil! proteínas del cuerpo humano es igual a la probabilidad de que alguien a ciegas resolviese el cubo mágico Rubik, y tan disparatado como creer que un tornado reconstruya un Airbus A380 convertido en chatarra.
“Cuando la selección natural es auxiliada por variaciones aleatorias, la evolución es capaz de escalar montañas que de otro modo son imposibles”, dicen crédulos filósofos evolucionistas como Dawkins. Es cómodo filosofar, lo difícil es demostrar con fehacientes hechos científicos lo que con tanta verborrea filosófica se asegura. Más que evidencias reales, los filósofos evolucionistas vociferan sobre apariencias evolutivas.
Sobre órganos de perfección y complicación extremas, Darwin escribió lo siguiente acerca del ojo:

Parece totalmente absurdo, lo confieso espontáneamente, suponer que el ojo, con todas sus inimitables disposiciones para acomodar el foco a diferentes distancias, para admitir cantidad variable de luz y para la corrección de las aberraciones esféricas y cromática, pudo haberse formado por selección natural. [...] La razón me dice que si se puede demostrar [nunca se ha podido demostrar] que existen muchas gradaciones desde un ojo sencillo e imperfecto a un ojo complejo y perfecto [...] entonces la dificultad de creer que un ojo perfecto y complejo pudo formarse por selección natural, aun cuando insuperable para nuestra imaginación, no tendría que considerarse como destructor de nuestra teoría. (9) (Las negritas son mías)

Darwin más adelante habla de la posibilidad de la existencia de algún órgano sumamente complejo que pudieran destruir su teoría. De ello hablaremos más tarde dando la demoledora respuesta del bioquímico Michael J. Behe a los temores de Darwin, que más que científico era un teórico. Ojo, Darwin escribió “si se pudiera demostrar”. Es raro que los evolucionistas demuestren sus postulados.
No pasemos por alto que la célula, el ojo y otros órganos y sistemas complejos eran poco conocidos cuando Darwin publicó Origen de las especies en ¡1859! La célula era una “caja negra” y el ojo apenas era conocido.
Ahora bien, ¿será cierto el argumento filosófico del “relojero ciego” de Dawkins? ¿O que la estructura del ojo ha sido diseñada “tontamente” pues “la retina está al revés”, como señala George C. Williams? ¿O será que toca cuestionar al Diseñador del ojo por “colocar los nervios de la retina donde se recibe la luz, haciendo la visión menos detallada y produciendo un punto ciego [...]”, tal como expresa Kenneth H. Miller? ¿O será verdad que el dedo pulgar del oso Panda es una adaptación torpe de un hueso de la muñeca y no la obra de un Diseñador, conforme al señalamiento de Stephen Jay Gould? Temo que quien critica el diseño del ojo y toda la creación confunde diseño estructural con finalidad, argumentos entresacados de la disteleología, que estudia hechos biológicos, sicológicos y sociales que no están de acuerdo con una finalidad.
Observemos eso: Que la estructura del ojo parezca pobre no significa que lo sea ni que su funcionalidad sea mediocre. La clave está -como me confirmó un amigo oftalmólogo- en si el ojo funciona tan bien como ha sido diseñado. En otras palabras, si cumple el propósito para el cual fue creado. Si es así, y de hecho lo es, haciendo del ojo el sentido más asombroso e importante en los humanos, ¿entonces para qué ocuparnos en bagatelas o supuestos? De algo estoy seguro, mis ojos siempre han funcionando muy bien gracias a su Creador y a pesar de la supuesta disteleología. Es deplorable que algunos videntes tengan más de dos puntos ciegos y derrochen credulidad para aceptar irracionalidades y esgrimir paralogismos con tal de rechazar las evidencias de un diseño real en el universo y la existencia humana.
A propósito de la retina al revés, la grandeza del diseño divino está en que gracias al profundo desarrollo del cerebro, intérprete de las señales recibidas de los sentidos, yo vea las cosas al derecho con todo y que la retina esté al revés. Qué ironía que el humano haya copiado el diseño de la retina al revés para elaborar lentes tan especializadas capaces de escudriñar el universo, tomar fotografías, videos y DVD digitales. Te aseguro que si fuéramos producto del azar -como aseveran los evolucionistas- el cuerpo humano no fuera tan perfecto como lo es. Más aún, ni siquiera existiéramos. Aquí los ciegos son los evolucionistas radicales y/o ateos que no enfrentan el problema por resolver como es el origen de la vida para querer distraernos con argucias filosóficas con pretensiones de que hacen ciencia, e intentar refutar la mano de Dios en el universo confirmada ya por el Big Bang, la relatividad general y el sinnúmero de descubrimientos que apuntan al Dedo de un Ser extremadamente inteligente y sabio en el universo y en la génesis de la vida. ¡Qué incómodos y marginados se sienten los ateos hoy! ¡Qué solos se están quedando! Solo los deshonestos intelectuales pueden decir ser ateos “intelectualmente satisfechos”. (Véase www.y-origins.com si se desean más pruebas científicas en cuanto al planteamiento del diseño inteligente en el universo y la vida) (Ojo, no pretendo convencer a nadie; doy los suficientes elementos de juicio para que el lector llegue a sus propias conclusiones)
El astrofísico cristiano Hugh Ross en su libro El Creador y el cosmos sostiene que los organismos son sumamente complejos que ningún biólogo puede presumir comprenderlos del todo. Por tanto, aun los biólogos están limitados para discriminar la calidad de la obra del Creador. (10) Mi abuela lo dice en lenguaje folclórico, “Los hijos quieren enseñar a papá hacer hijos”. San Pablo en Romanos 9: 20 escribe: “[...] Hombre, quién eres tú para que alterques con Dios? ¿Acaso dirá el vaso de barro al que lo formó: ‘Por qué me has hecho así’”? Algunos quieren “enseñar” al Creador cómo se debe hacer las cosas.
El bioquímico Michael J. Behe afirma que “un observador más objetivo solo llegaría a la conclusión de que el ojo de los vertebrados no fue diseñado por una persona a quien le impresionara el argumento de la imperfección”. ¿Qué decían antes los estudiosos del pez martillo? Pues que era una equivocación (de la naturaleza; otros dirían que Dios se equivocó) que ese tipo de tiburón tuviese la cabeza de ese tamaño y los ojos tan separados. Mas luego de muchos estudios se descubrió que ese tipo de cabeza sirve al pez martillo como radar para rastrear y localizar los peces de los cuales se alimenta.
Dijimos que ante los temores de Darwin de que hubiese prueba que “[...] pudiera demostrar que existió un órgano complejo que no pudo haber sido formado por modificaciones pequeñas, numerosas y sucesivas [...]”, y su hipótesis fuera destruida “por completo” (11), Behe en su afamada obra Darwin’s Black Box: The Biochemical Challenge to Evolution (La caja negra de Darwin: el desafío bioquímico a la evolución, 1996) sostiene que “un sistema o dispositivo es irreduciblemente complejo si tiene un número de componentes distintivos que trabajan juntos para lograr la tarea del sistema, y, si removieras uno de los componentes, dicho sistema ya no funcionaría más”. (12)
Behe usa como ejemplo la ratonera que sería ineficaz si tan solo le faltara una de sus partes. Y añade: “Los sistemas biológicos complejamente irreducibles desafían la posibilidad de una explicación darviniana. La evolución -agrega- no puede producir una máquina biológica de complejidad irreducible de forma repentina, toda a la vez, porque esto es demasiado complicado. Las probabilidades en contra serían prohibitivas. Además, no las puedes producir directamente por medio de numerosas, sucesivas y ligeras modificaciones de un sistema precursor, dado que a cualquier sistema precursor le estaría faltando una parte, y, en consecuencia, no funcionaría. No habría razón para que existiera. Y la selección natural elige sistemas que ya están funcionando con anterioridad”. (13)
Más claro que eso solo el agua de la tinaja de mi abuela. Mejor no puede cantar el gallo. Desde luego, la analogía de Behe sobre la ratonera tuvo y tiene sus críticos (John McDonald y Kenneth Miller, entre otros), mas Behe absuelve cada uno de los cuestionamientos de manera convincente y con pruebas científicas. (Véase la respuesta de Behe a Kenneth Miller en “A true Acid Test: Response to Ken Miller”: www. arn.org/docs/behe/mb_trueacidtest.html)
Behe proporciona cuatro ejemplos de estructuras o sistemas irreduciblemente complejas que no han podido ser fruto de la evolución gradualista de los darvinistas: (a) los cilios, vellos o prolongaciones del citoplasma apical parecidos a látigos que se hallan en la superficie de las células y miden de 8 mm. de longitud y 0.25 de diámetro; (b) el flagelo de las bacterias, apéndice móvil largo y fino de longitud diversa, o motor que impulsa las células bacterianas; (c) el sistema de transporte intracelular, traslado interno de proteínas que han de ser clasificadas y transportadas a diferentes lugares de la célula donde realizarán su función; (ch) la coagulación de la sangre, conjunto de componentes proteínicos que se insertan (ocluyen los vasos abiertos) todos al tiempo para evitar el desangrado.
La tesis beheniana de la “complejidad irreducible” ha sido un durísimo golpe a la filosofía materialista disfraza de ciencia de los evolucionistas. Hasta la fecha, nadie ha podido rebatir a Behe.
Quizá el microbiólogo James Shapiro no esté de acuerdo con las conclusiones finales de Behe, pero en su reseña de la obra del bioquímico asegura lo siguiente: “No existen explicaciones darvinistas detalladas con respecto a la evolución de alguna sustancia bioquímica fundamental o con respecto al sistema celular; lo que existe es solamente una variedad de especulaciones ilusorias”. (14) (Las negritas son mías)
Otro científico que pone en tela de juicio la tan cacareada y remendada teoría de la evolución es el bioquímico Franklin M. Harold, quien sostiene que “debemos rechazar, como cuestión de principios, la sustitución del diseño inteligente a cambio del diálogo del azar y la necesidad; pero debemos aceptar que, actualmente, no existen descripciones darvinianas detalladas de la evolución de ningún sistema bioquímico, excepto por una variedad de especulaciones ilusorias”. En otras palabras, lo que Shapiro y Harold afirman es que no hay pruebas en el laboratorio que respalden las ideas de los evolucionistas; únicamente existen “especulaciones ilusorias”. “Cantos de sirena”, reza el dicho.
Albert Fleischmann lo manifiesta con estas demoledoras palabras: “Rechazo la [teoría de la] evolución porque considero que es obsoleta; porque el conocimiento de anatomía, histología, cistología y embriología, obtenido con dificultad desde 1830 [en diciembre de 1831 Darwin zarpó a bordo del Beagle], no puede ser armonizado con su idea básica. Si el amor por los cuentos de hadas [y las novelillas] no estuviese tan arraigado en el corazón de los hombres, el fantástico edificio sin fundamento que es la doctrina [gr. dogma] de la evolución, hace mucho tiempo que habría encontrado el destino que merece”.
Fleischmann no se equivoca al expresar que en el siglo XIX el conocimiento científico en esas ramas era incipiente. Manifestamos que la célula era extremadamente desconocida; representaba una caja negra para Darwin y demás investigadores. Sin temor a equivocarme, pienso que si Darwin estuviese informado de la complejidad de la célula, jamás se hubiese arriesgado a teorizar sobre los orígenes de la vida como lo hizo.
El genetista Michael Denton, autor del libro Evolución: teoría en crisis (Evolution: A Theory in Crisis), y quien inspiró a Behe a investigar sobre la complejidad irreducible, también cuestiona el darvinismo al escribir: “La teoría Darvinista de la evolución no es ni más ni menos que el gran mito cosmogónico del siglo XX”.
Por desgracia, la idea de la “evolución de las especies” está tan arraigada en el pensamiento de muchos que aún es “el gran mito cosmogónico” de estos primeros años del siglo XXI. (Le auguro colapso total en los próximos años; por lo menos no pasará de la mitad de siglo. Dios me dé vida y salud para presenciar el cambio de paradigma y celebrar con los creacionistas) Pregunto: ¿Cómo es posible que un cuento anticientífico como las ideas filosóficas de Darwin del siglo XIX -hace casi dos siglos- sigan dominando el pensamiento científico de muchos hombres de ciencia del siglo XXI? Considero que la respuesta está en que esos muchos son fanáticos del racionalismo y cientificismo; además, no quieren tener que rendir cuentas a Alguien por su conducta. Para ellos toda hipótesis o teoría que señale a Dios o lo sobrenatural no es científica por muchas evidencias que haya. Por tanto, no son de interés para su “ciencia”. En general, los darvinistas aún están intentando aplicar el fosilizado pensamiento de Darwin del siglo XIX a la realidad del siglo XXI. Muchos evolucionistas no se han enterado del desfase y zurcen remiendo nuevo al traje viejo. Otros no quieren darse por enterados ante la mala nueva de que tal pensamiento ya no es funcional. (Lo ocurrido con la teoría de Darwin sucedió también con las ideas de Aristóteles, Tolomeo, Newton y otros)
Te diré un secreto, pero, por favor, no lo digas a nadie pues debe quedar entre nosotros: los científicos evolucionistas ateos están convencidos de que hacen ciencia argumentando y filosofando contra el real diseño inteligente observado en el universo y la vida inteligente. Ojo, no digo que sea malo disentir, argumentar y escribir todo lo que sea capaz el cerebro, pero... eso no basta. Hay que demostrar científicamente cada uno de nuestros argumentos. (Si el tema no es ciencia convencional, debe haber lógica y sano sentido común en lo que decimos) Y los científicos y evolucionistas ateos no demuestran nada (y muchos de sus enunciados atropellan las ciencias que dicen practicar, y van en contravía de la lógica y el sano sentido común) científicamente. Absolutamente nada. Con dicho proceder revelan ser más filósofos que científicos. Se quedan en puro ruido y nada de nueces. O, como dicen en Panamá, en “puro tilín, tilín y nada de paletas”.
George H. Gallup, pionero en las afamadas encuestas de opinión, asegura poder probar estadísticamente la existencia de Dios. ¿Qué te parece? Gallup sostiene: “Consideren tan solo el cuerpo humano -las probabilidades de que todas las funciones del individuo hayan podido surgir por casualidad [gracias al azar y a la simple necesidad de ser, como aseveran los evolucionistas], es estadísticamente imposible”. (15)
El salmista fue más tajante al escribir: “Dice el necio [Lit loco] en su corazón: ‘No hay Dios’”. (Salmos 14: 1; 53: 1) Según el salmista, solo alguien que no goce de sus facultades mentales puede pensar y creer que el universo y la vida surgieron de la nada absoluta. (Podemos discrepar, pero cuidado con decir locuras y necedades e irrespetar a los que no creen igual) El filósofo de la ciencia William Lane Craig lo expresa de esta manera: “La idea de que las cosas pueden llegar a existir de la nada sin causa aparente es peor que la magia. ¡Por lo menos cuando un mago saca un conejo de un sombrero, hay un mago y un sombrero! Pero en el ateísmo, el universo salta a la existencia de la nada [absoluta], sin ninguna explicación [razonable ni científica]”. (16)
En pocas palabras, la ciencia convencional bien encauzada y sus más recientes descubrimientos apoyan el diseño inteligente (no al “diseño aparente” que arguyen los evolucionistas) y el creacionismo. Decir lo contrario, teniendo conocimiento de tales descubrimientos, es ser deshonesto intelectual o un “necio” (loco), tal como escribe el salmista David.
Por su parte, el matemático John C. Lennox afirma:

Supongamos un automóvil Ford. Cabe imaginar que alguien de una parte remota del mundo que lo viera por primera vez y que no tuviera ni idea de mecánica moderna pensara que dentro del motor hay un dios (el señor Ford) que hace que el coche ande. Podría incluso intuir que, si el motor funciona suavemente, es porque el Sr. Ford está de buenas, y si no funciona, es porque el Sr. Ford tiene mal día. Por supuesto, si esa persona aprendiera mecánica y desmontara el motor en piezas, descubriría que dentro no hay ningún señor Ford, y que no es preciso implicar al señor Ford en el funcionamiento del coche. Para explicar cómo funciona el motor basta una comprensión de los principios impersonales de la combustión interna. Hasta aquí, ningún problema. Ahora bien, si decidiera que la comprensión de los principios de funcionamiento del motor le impide creer que hubo un Sr. Ford que inventó el motor en un principio, nuestro personaje estaría equivocándose [error cometido por quien confunde las leyes y mecanismos del universo con su causa original o diseñador, pues la comprensión de la creación, que no se da en los evolucionistas, no elimina la necesidad del Sustentador, Diseñador o Relojero]. ¡Sin un señor Ford que hubiera diseñado el mecanismo, no habría nada que comprender. (17)

Aquí lo importante no es una posición existencial religiosa ni la defensa de un dogma religioso (hay dogmas científicos, filosóficos...), y ni mi pluma ni mi conciencia están comprometidas, sino hacia dónde apuntan la lógica, el sano sentido común, los más recientes descubrimientos en ciencias naturales, la teoría de la Gran Explosión y la teoría de la relatividad general. La conclusión es tan sencilla como que dos más dos son cuatro. Pero, algunos actúan como el acertijo que una vez oí: “¿Cuál es la mitad de dos más dos?”. La respuesta la sabemos todos y salta a la vista, mas el engaño está en que, según los sortílegos, la mitad de dos más dos no son dos, sino tres. Pues la mitad de dos es uno, más dos, tres. Recordemos el dicho que hay en Colombia: “Si no gana, empata; y si no empata, la embolata”. Hay quienes son expertos enredando las cosas para tratar de salirse son la suya, aunque recurran a lo más irracional.
Para otros, la soberbia, los resentimientos y la deshonestidad intelectual son mayores que la lógica, la razón pura y las ciencias convencionales bien interpretadas y aplicadas. Contra eso no hay argumento ni hechos que valgan. El sentido común es muchas veces lo menos común entre gentes que creen poder entenderlo y explicarlo todo. Su extremado narcisismo les dopa provocándoles sueños de omnisapiencia y omnipotencia. En pocas palabras, la necedad embrutece y/o enloquece, veremos en el siguiente capítulo.
A los diez años, mi hijo David Elías -uno de los mellizos- escribió una mini obra de teatro que tituló “El sabihondo”, que resume en gran manera la actitud de los cientificistas y ateos.
La obrita dice:

“Primer acto: Sale un niño con cabeza gigante.
Segundo acto: Sale el mismo niño con cabeza gigante y con lentes.
Tercer acto: Sale el mismo niño con cabeza gigante, con lentes y resolviendo una práctica muy dura de matemáticas.
¿Cómo se llama la Obra? Se llama El sabiondo”. (18)

Analicemos eso y démosle una aplicación: En Análisis Transaccional (AT), Eric Berne asevera que los humanos tenemos tres estados del yo: Padre, Adulto, Niño (Freud habla de Ello = los instintos y lo heredado; Yo = el que protege y organiza; y Superyó = el que tiene reglas, moral, etc.) El Padre transmite normas y conducta; corrige, critica o nutre. El Adulto capta la información del Padre, la organiza y toma lo que cree conveniente. El Niño disfruta y siente la vida. Pero actúa conforme a las emociones, y reacciona según los prejuicios transmitidos por sus padres. Por ser emotivo y sentimental, el Niño es profundamente dañado por la mala relación que tenga con los padres y/o familiares. De los tres estados del yo, es el Niño quien siente que lo sabe y puede explicar todo. Y el Padre censurador lo critica todo. En situaciones semejantes, por lo general, el Adulto está aplanado. Anulado. Es decir, el Niño interior del humano sabelotodo responde como lo hace el niño de la obrita de mi hijo David Elías. Cierto es que el Niño es nuestra parte creativa. El que crea. Pero las creencias, emociones, ideología y prejuicios de ese Niño interior determinan la ciencia de muchos científicos hoy.
Hace un tiempo conversaba con mis pequeños hijos y les expresaba que si yo subiera al edificio más alto de la ciudad y desde la azotea lanzara las letras del alfabeto. Por muchas veces que las tire, a pesar de mi imperiosa necesidad de aprender a leer y de enseñar a otros el idioma de Cervantes, y por los muchísimos años que practique tal lanzamiento de letras, día a día, jamás lograré que formen un Diccionario de la Lengua al caer. Ni tampoco la explosión de una imprenta lograría tal hazaña por mucho que fuera el español el único medio para comunicarse los habitantes del planeta. (Claro, los cientificistas dirán que mi ejemplo es inaplicable porque en la sopa originaria “estaban presentes todos los elementos necesarios para el surgimiento de la vida”; entre ellos, el “gen egoísta”. Eso lo ahondamos más adelante)
Los creyentes evolucionistas pretenden que creamos estos planteamientos anticientíficos e irracionales: una célula “simple” (sin núcleo = procariota) se transformó en millones de células complejas (con núcleo = eucariotas) y células nerviosas (neuronas), formando cerebro, médula espinal, nervios, tejidos y órganos; e impelidas dichas células por la “necesidad” de ser un humano se transformaron en una especie de piojoso simio que por la “necesidad” de alimentarse, comunicarse y protegerse hicieron posible un ser tan complejo espiritual, biológica y sicológicamente como el humano. ¡La gran flauta!
En Filosofía o en un mundo filosófico, todo es posible. La puerca tuerce el rabo al intentar demostrar o aplicar la filosofía en el laboratorio. El quid del asunto es que los evolucionistas ateos no han podido (ni podrán) respaldar o probar científicamente que tal célula “simple” o primer vestigio de vida inteligente haya aparecido de la nada absoluta. Todo el problema consiste en que a ultranza están empecinados en negar a quien originó todo: Dios. Para ellos es más fácil creer en el “milagro” de la nada absoluta convertida en todo; esto es, la nada absoluta creando todo (el conejo surgido sin mago ni sombrero), que aceptar que “[...] el universo fue enteramente organizado por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de cosas invisibles”. (Hebreos 11: 3) ¡Solo Dios sabe cuál es el origen de tanta bronca contra Él! ¿Será que los ateos al verse frustrados por no poder entender ni explicar a Dios optan por lo más fácil como es negar a Dios? Es probable. Recordemos, el escéptico, agnóstico y ateo frecuentemente arrastran (en su Niño interior) y transmiten rabia y resentimiento de primera y segunda infancia. Siguiendo a Protágoras, pudiéramos decir que el humano es en gran parte la medida de su niñez. El poeta colombiano Guillermo Valencia lo expresa de esta manera:

“¿Quién me dirá si un huevo es de torcaz o víbora?¡Nadie puede saber lo que con el tiempo asoma!El hombre, como el huevo, en nidos de dolor será serpiente,en nidos de amor será paloma”.

Ya expresé que para creer que salimos de la nada absoluta necesito fe ciega, no la fe apoyada en hechos reales y la lógica que requiero para aceptar que una Mente extraordinaria nos formó de la tierra y sopló en nuestras narices aliento de vida, creando así un ser único e irrepetible como el ser humano. (Por lo visto, el tiempo geológico extra largo, la “necesidad” de ser y la naturaleza son los dioses “creadores” del hombre moderno, emulando la Trinidad bíblica de Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Qué curioso! Y que conste que todavía estamos evolucionando físicamente, según aseguran algunos. ¿En qué iremos a parar? Tal vez demos marcha atrás de tal modo que volvamos a la célula “simple”, claro, pasando por el simio. Unos filósofos de la evolución, con pretensiones científicas, aseguraron en noviembre de 2005 que dentro de 100 mil o de un millón de años tendremos otra ¡cabeza! Porque el cerebro seguirá ¡creciendo! Por supuesto, ellos tienen otra cabeza desde que empezaron a creer las monerías de Darwin)
Quien conozca la perfecta e intrincada división (mitosis) de la célula para duplicarse y su sistema operativo; la complejidad del sistema de transporte intracelular; la asombrosa capacidad del ADN de alojar montañas de información, y de un conjunto de mensajes químicamente codificados, conocidos como genes, que aportan a la dirección del desarrollo y el funcionamiento del cuerpo; la extraordinaria red de comunicaciones entre células nerviosas (neuronas) que transmite impulsos nerviosos; el complejo funcionamiento del cerebro, sede de la conciencia anímica, de la razón, del aprendizaje, la memoria, las emociones y del órgano volitivo; del sistema nervioso, de la médula espinal, la formación y funcionalidad de tejidos y órganos, y manifieste que somos producto de una ciega selección natural o hechos fortuitos, como narran los evolucionistas ateos, no sabe de lo que habla, es un vidente que no quiere ver, o miente deliberadamente.
En la obra Atmospheric Evolution, the Drake Equation, and DNA: Sparse Life in an Infinite Universe el astrónomo Michael H. Hart trata el caso más descabellado para el origen de la vida. Por su parte, el teórico de la información Hubert Yockey en An aplication of Information Theory to the Central Dogma and the Secuence Hypothesis toca el tema del cálculo de probabilidades más realista en condiciones naturales para el surgimiento de la vida. La cuestión es que las moléculas responsables de la química de la vida [el ADN, que contiene los diseños para la edificación de las moléculas de la vida; las proteínas, que siguen fragmentos de los diseños para construir y reparar las moléculas de la vida; y el ARN, que transportan los diseños desde el ADN a las proteínas indicadas] ¡no! funcionan solas. Las tres se necesitan. Son interdependientes. De modo que para que la vida surja mecánicamente como creen los creyentes evolucionistas las tres moléculas en cuestión tendrían que surgir espontánea y simultáneamente a partir de componente inorgánicos. No obstante, el más optimista de los investigadores admite que la aparición fortuita de esas moléculas extremadamente complejas, exactamente al mismo tiempo y el mismo lugar, está fuera de las posibilidades naturales y de los hipotéticos “brincos” y “saltos” de la selección natural sobre “variaciones aleatorias”. En pocas palabras, no hay base científica para ser ateo. Solo hay cabida para el ateísmo filosófico. También es falso que puedo ser un ateo intelectualmente satisfecho, salvo que sea un deshonesto intelectual o tenga el ego enajenado. (19)
Más, pero a nivel del universo: la cantidad de materia que existe en el cosmos llama la atención puesto que si fuese demasiado homogénea no podrían existir las galaxias, los planetas ni la vida en la Tierra. (20)
El equilibrio presente entre la fuerza de gravedad con la cual se atraen los núcleos de los átomos y la fuerza repulsiva eléctrica de sus protones permite que sea posible la materia, los planetas, las ballenas y los políticos malos, mediocres y buenos que gobiernan nuestros países. (21)
En el universo y en la Tierra hay cuatro constantes universales; a saber: c. de Boltzmann; c. de Planck; c. de la Velocidad de la luz; y c. Gravitacional, las cuales son parte fundamental de la descripción matemática del universo. La más mínima variante -por muy pequeño que sea el número- haría imposible la vida en nuestro planeta.
Veamos en términos matemáticos cada una de las constantes que hacen posible la vida exclusivamente en la Tierra:
Constantes universales y sus operaciones matemáticas:

Todo ello llevó en 1974 al astrofísico inglés Brandon Carter a crear el Principio Antrópico, que apunta a creer que todas las leyes de la física que rigen el universo han sido diseñadas para posibilitar la vida inteligente en la Tierra. (22) Solo un invidente (o un vidente que quiere ser ciego) no puede verlo.
Debo expresar que también existe el Principio de Mediocridad o Principio de Copérnico que cree que no hay nada especial en nuestro planeta para preservar la vida, en nuestra localización y la relación de la Tierra con otros planetas o sobre las peculiaridades del planeta azul, el sistema solar o los mismos seres humanos. Este principio lo puedes hallar en textos elementales de astronomía, filosofía, etc. Y, por supuesto, en las “sesudas” obras de escépticos, agnósticos y ateos obcecados.
El Principio de Copérnico intenta a todas luces quitar a Dios del origen del universo y de la vida inteligente. Ojo, muchos científicos (con posiciones filosóficas) en lugar de buscar la verdad a través de las ciencias naturales dan explicaciones materialistas a todo. Pero una cosa es filosofar y otra muy distinta es demostrarlo.
Desde hace un tiempo, los expertos están de acuerdo en algo: nos estamos acercando rauda y velozmente a un punto donde no hay vuelta de página gracias a la depredadora mano del ser humano. Si la temperatura del planeta aumenta tan solo 2 grados, las consecuencias serían catastróficas para todos, pues la Tierra se está calentando. Según datos del Simulador de la Tierra, para 2100 el planeta será un gran horno si seguimos destruyendo la Tierra.
Pues bien, tal perfección, exactitud y complejidad de las leyes que sustentan el universo y la vida en el planeta nunca podrán ser frutos de la casualidad ni de una pretendida necesidad de ser por ser simplemente, mas sí de una causalidad que trasciende el razonamiento humano, que los apegados a lo meramente material se empeñan en negar, aunque lo vean con sus ojos. Mientras muchos científicos son conducidos a Dios a través de su trabajo, otros se tiran algún tipo de ácido para no ver y quieren echarnos tierra para que tampoco veamos. Bien lo afirma George Hanson al asegurar que “las dificultades para creer pueden ser grandes”, pero “lo absurdo de no creer es mayor”.
Philip Gold es asertivo al aseverar: “Einstein señaló: ‘Dios no juega a los dados’. Y estaba en lo cierto, Dios juega Scrabble”. ¿Qué te parece? Ese infinito y por ende inexplicable Dios es revelado en el Antiguo Testamento. Pero, es en el Nuevo donde Su imagen (aspecto, personalidad) se ha dado a conocer mediante el Señor Jesucristo. (San Juan 14: 8, 9) Esto es, como es Espíritu, Dios es invisible, mas el rostro visible de Dios es Cristo Jesús, así lo escribe san Pablo. (Colosenses 1: 15)
Fred Hoyle, quien ha escrito bastante contra el teísmo y el cristianismo, escribió, sin embargo, en cuanto al fino ajuste de helio, berilio, carbono y oxígeno necesarios para hacer posible la vida en el planeta azul: “Un superintelecto ha estado ‘jugando’ con la física, además de la química y la biología”. ¿Qué tal?
Robert Griffiths, galardonado con el premio Heinemann en física matemática, afirma: “Si necesitamos un ateo para un debate, voy al Departamento de Filosofía. El Departamento de Física no sirve para mucho”. ¿Ves? Los ateos suelen ser filósofos aunque tengan doctorado en física, química, biología, etc. El ateísmo es una posición meramente filosófica. No tiene ningún fundamento científico. Por tanto, eso de ateísmo científico o ateo intelectualmente satisfecho es puro cuento chino.
El astrofísico Robert Jastrow, agnóstico confeso, describe de la mejor forma lo que les pasó a sus colegas al medir el cosmos:

Para el científico que ha vivido por su fe [ciega] en el poder [falible e incierto] de la razón, la historia termina como una pesadilla. Ha escalado las montañas de la ignorancia [para algunos esas “montañas” están representadas por las enseñanzas bíblicas], está a punto de conquistar el pico más alto, y cuando se está incorporando sobre la última roca lo saluda una banda de teólogos que han estado sentados allí por siglos”. (23) (Las negritas son mías)

¿Será que nos podemos imaginar el bochorno experimentado por estos científicos de ciencias naturales al percatarse de que sus colegas de ciencias teológicas han sabido por siglos lo que ellos recién acaban de descubrir? ¡Eso es demasiado devastador para el ego de muchos científicos convencionales! Con sobrada razón no pocos intentan dar cualquier tipo de explicaciones, por absurdas que sean, con tal de quitar a Dios en el origen del universo y la vida inteligente. ¡Qué desgaste de energía!
En cuanto al mucho conocimiento, ¿sabes qué pienso? A veces es mejor ser ignorante (o por lo menos pasar por ignorante), puesto que la mucha letra ensoberbece al ser humano, lo hace necio, y la necedad le embrutece. Ya envalentonado, el humano tiende, incluso, a minimizar a Dios por su incapacidad de entenderlo y explicarlo, ignorando que al Altísimo solo se lo entiende y llega por medio del resucitado Cristo histórico. “El justo por su fe vivirá”, escribió el profeta Habacuc. (Habacuc 2: 4) En el capítulo siguiente retomaremos el tema de la fe, término muy distorsionado por creyentes e incrédulos.
Una de las explicaciones más desafortunadas e ingenuas en cuanto al origen y continuación de la vida puede ser leída en el best seller! The Selfish Gene (El gen egoísta) de Richard Dawkins, fanático de los genes, al asegurar que “nosotros, al igual que otros animales [él y otros más se creen animales], somos máquinas creadas por nuestros genes”. Lo que nunca explica científicamente -sí filosóficamente- es quién creó los genes; de dónde salieron. Se apoya en filosofía para hacer declaraciones dogmáticas que cataloga “científicas”. Si los humanos somos simples máquinas, cualquier aberración contra esa máquina está plenamente justificada.
Dawkins añade: “Ellos [genes] están en ti y en mí; nos han creado, cuerpo y mente; y su propia preservación es la causa racional de nuestra existencia”. Al igual que otros ateos, Dawkins rinde culto a la creación en lugar de darlo al Creador. Estos señores suelen ser panteístas, deístas y absolutistas. Lo citado es lo más irracional que he leído y él lo califica “racional”; y sus admiradores lo llaman a él “científico”, se “deleitan” en sus libros “científicos” y lo citan como un “científico” que cuestiona las creencias religiosas.
“Esos duplicadores -sigue Dawkins- vienen de muy lejos. Ahora tienen el nombre de genes, y nosotros somos sus máquinas supervivientes”. (24) ¿Será que dichos genes vienen de París, donde decían venían los bebés? ¿Los traerá la cigüeña? ¡Qué clase de “biología” tan regia la de este biólogo! No sé si llorar o simplemente sonreír por la cantidad de disparates que inventan los ateos con tal de intentar sacar a Dios del escenario del origen de la vida y del universo. Es tan fenomenal el esfuerzo que hacen y el descomunal desgaste de energía, que terminan haciendo el ridículo. “Creyendo ser sabios, se hacen necios”, escribe san Pablo.
El tío especula pero no demuestra nada. En efecto, hasta el Sol de hoy nadie -incluido Dawkins- ha podido explicar cómo se duplica un gen. Por tanto, el planteamiento de Dawkins carece de respaldo científico como suele ocurrir con otras afirmaciones suyas y los enunciados de otros darvinistas. Tengamos en cuenta que la mayor parte de planteamientos de los darvinistas y neodarvinistas son puras especulaciones indemostrables en el laboratorio. Con filosofía escamotean el hecho que cuando un gen se duplica no obtiene una nueva proteína con nuevas propiedades. Se obtiene la misma proteína que antes. Y ese es un gran inconveniente.
John Bryant, biólogo celular y molecular, asevera: “En particular, es un fracaso tratar de entender que genes, proteínas y alguna compleja estructura pueden tener más de una función, o que una proteína u otro componente se convierta en otra para cumplir una nueva función”. (25)
¿Ves? Solo filosofando, en novelas, poesías y canciones es posible y divertido imaginar cosas y construir castillos y casas en el aire como dice la canción La casa en el aire del maestro Rafael Escalona, pero la realidad es otra. Bien lo expresa William Lane Craig: “Hay dos tipos de explicaciones para el origen del universo: científicas y personales. [...] Las explicaciones científicas explican un fenómeno en términos de ciertas condiciones iniciales y leyes naturales, las cuales declaran cómo esas condiciones iniciales evolucionaron para producir el fenómeno bajo consideración. En contraste, las explicaciones personales explican las cosas en término de un agente y la voluntad de ese agente”. (26) Y hay quienes llaman “científicas” a sus subjetivas y filosóficas explicaciones. La verdad es otra.
En la literatura evolucionista encontrarás vez tras vez científicos que hablan y describen sistemas biológicos entrelazados y complejos, y dicen crédulamente: “¿acaso no es maravillosa la forma por medio de la cual la selección natural dispuso todo esto?”. Mas el cómo ocurrió siempre estará ausente. ¿Será que todavía están buscando los eslabones perdidos? Pierden el tiempo porque no existen.
Si quienes especulan son tan berracos y les asiste la razón, pues que demuestren científicamente lo que aseguran tan dogmáticamente. Que expliquen cómo fue posible tanta maravilla hoy conocida. Pero resulta que la hipótesis darvinista es insostenible científicamente en muchas de sus dogmáticas declaraciones. Y no pocas veces el evolucionista argumenta en ignorancia: como no sabe cómo surgió la vida, entonces concluye que fue por medio de la “selección natural, ayudada por variaciones aleatorias”, contradiciendo a Darwin, que no creía que la naturaleza diera brincos repentinos. Usar términos científicos no es hacer ciencia ni hace científico el argumento.
¡Qué paupérrimo concepto del humano tienen Dawkins y otros “hombres de ciencia”! Conforme a su sesgado y “racional” pensamiento, somos meros animales y máquinas (¿robots?, ¿humanoides? ¿cyborgs?) en supervivencia gracias a los genes. Creen que al mezclar ficción con ciencia la ficción automáticamente se convierte en ciencia. Al leer ciertas obras y revistas “científicas” en cuanto al origen de la vida y del universo, dan ganas de romper en llanto. Lo peor es que libros como estos son ¡éxito de librería! e influyen en gran manera en la conciencia de muchos por la mal ganada fama de algunos “científicos”. Y no te extrañes que alguno gane el Nobel escribiendo ciencia- ficción. Mi abuela dice: “Cría fama y acuéstate a dormir”. Salomón y san Pablo atribuyen el éxito de ciertas obras a la insatisfacción del ojo y del oído de ver y oír; y a la “comezón” de leer u oír “novedades”. (Eclesiastés 1: 8b; 2da Timoteo 4: 3)
Ahora bien, noto que muchos rehúyen atribuirle a Dios las obras, leyes y bellezas de la naturaleza, y en su lugar dicen: la “Naturaleza es sabia”. Para ellos, la naturaleza es Dios; Dios es la naturaleza o los dos son sinónimos; son panteístas. O se inclinan por el deísmo. La cuestión es que, a mi juicio, no quieren ser catalogados de religiosos si afirman que todo lo hizo Dios, o quieren vender la imagen de ser científicos, no fanáticos religiosos, ignorando que fanatismo y absolutismo hay tanto en la religión como en la ciencia convencional. Paradigmas hay en una u otra orilla, y, además, la evolución es un mito religioso vendido por los filósofos del naturalismo ateo como si fuera ciencia. La teoría de la evolución es un fetiche para muchos; su dios en lugar del Dios de la Biblia.
No sé por qué, pero tengo entre ceja y ceja que no pocos evolucionistas en realidad no creen en la teoría de la evolución (o la aceptan por la falacia del argumento ad populum), aun con los más recientes parches para intentar salvarla. Pero, como ya emprendieron ese camino desde hace años, y sus familiares, amigos, conocidos y ¡colegas! saben que su posición ha sido simiesca, el ego (parte del intelecto, sus ¡neuronas! Para evolucionistas y otros fanáticos racionalistas la razón es la luz que les guía de la mano a la “verdad” de la ciencia convencional con el objeto de disipar la oscuridad de las “seudo ciencias”) les dicta el camino a seguir, diciéndoles: “¡No seas loco! Ya todo el mundo sabe que crees en la teoría de la evolución. Además, ello te da halo de científico. ¿Te imaginas el alud de burlas y epítetos que suscitarás en tu contra si aceptas públicamente la ‘irracionalidad’ de los creacionistas? ¡Serás el hazmerreír de todos! Te expulsarán del gremio de los inteligentes y hombres de ciencia y te quemarán vivo en la plazoleta del mercado público. Peor aún, periodistas, fotógrafos y camarógrafos publicarán y comentarán tu insensata muerte a través de todos los medios del planeta. ¿Tienes idea lo que acarrearía que tu foto aparezca en diarios y revistas ‘científicas’, y que tu imagen en vivo sea difundida a través de todas las televisoras del mundo civilizado? Piensa muy bien lo que ello significaría para ti y tu familia. Y, sobre todo, para tu prestigio de hombre de ciencia”. Por tal razón y más, estos “evolucionistas” y algunos escépticos del darvinismo no se atreven a pagar el precio de nadar contra la corriente de la falsa ciencia darviniana. Indudable es que hay otros convencidos (muchos con ego enajenado) de las monerías de Darwin, y hablarles de un Creador es “insultarles”; son tan intolerantes y patanes como el más obtuso fanático religioso. Mas, insisto, los evolucionistas o neodarvinistas por convicción son minoría. La teoría y el ateísmo se están quedando solos.
No olvidemos que desde hace varios años no pocos evolucionistas son escépticos de ciertas declaraciones del evolucionismo indemostrables en el laboratorio. Más, en la actualidad existen tres grupos evolucionistas, a saber: (1) Los neodarvinistas ortodoxos, leales a la selección natural; (2) Los que sostienen la estabilidad de las especies a lo largo de toda su vida, tal como propone el paleontólogo Stephen Jay Gould en la teoría del equilibrio puntuado, pero con considerables cambios adaptativos originados, según se cree, en breves momentos y en lugares muy limitados; y (3) Quienes creen en la evolución tomando lo que les parece más conveniente de las dos posiciones anteriores.
Pues bien, me quito el sombrero ante aquel que después de investigar sin economizar esfuerzos (léase examinar exhaustivamente los puntos a favor y en contra) y honestidad intelectual está convencido de lo que cree. (Respecto a las personas de convicción aunque estén equivocadas) Mas siento gran pena por aquel que por odios, traumas, prejuicios y fanatismo herencia de padres incrédulos vive con anteojeras para no escrutar y explorar corrientes de pensamiento contrarias a lo que ha creído toda la vida. Y, debo manifestarlo, por desgracia, la primera actitud (la científica) está en vías de extinción. Lo que abunda hasta el hastío son gentes prejuiciosas, amargadas, dogmáticas y soberbias cerradas de mollera. Son intolerantes y fanáticos. ¿Puede catalogarse actitud “científica” que yo solo lea obras de autores que apoyan mis paradigmas y resentimientos por enarbolar creencias reduccionistas de que ya existe un cuerpo de verdad y lo demás es superchería? ¿O de que cualquier hipótesis o teoría que conduzca a Dios no es científica? ¿Y exclusivamente estudie y examine las evidencias (muchas veces aparentes) de lo que creo, mas no me tome el trabajo de analizar responsablemente las serias pruebas que revelan lo contrario? ¿O no cuestionarme a mí mismo si las evidencias en contra pesan más que las que están a favor? Tal proceder es propio de resentidos, fanáticos, prejuiciosos, arrogantes y deshonestos intelectuales, no del auténtico científico. Un verdadero hombre de ciencia jamás repudia ideas controversiales y teorías alternativas, pues busca la verdad. En este sentido, el evolucionista o neodarvinista no alcanza un nivel científico real y se revela como falso científico porque cierra automáticamente su mente a todo hecho contrario a sus creencias o convicciones. Por desgracia, como ya señalara, es lo que más abunda en el ámbito del mito evolucionista.
No considero que un científico sea solamente quien vive metido de cabeza en un laboratorio o estudió ciencias naturales y/o sociales. En rigor, científico es todo aquel que busca la verdad con persistencia y con las exigencias de rigurosidad y objetividad propias de quien ama, honra y respeta la verdad, aunque sea contraria a lo aprendido, sus presuposiciones, conflictos emocionales, paradigmas e intereses. Siento decirlo: la mayor parte de pensadores seculares y no pocos librepensadores religiosos son deshonestos intelectuales en cuestiones concernientes a la religión, teología y fe en Cristo. Retienen lo que les conviene, mas desechan la verdad comprometedora.
En cuanto al fin para el cual estamos aquí en la Tierra, creo que así como cada uno de los cambios, estaciones y movimientos de nuestro planeta tiene un propósito bien definido, y así como hacemos muchas actividades con una razón establecida, Dios ha creado al humano con un Plan bien determinado. Dice la Biblia que luego de crear la luz, los cielos, la Tierra, la hierba verde, hierba que diera semilla, árbol de fruto, el Sol, la Luna, las estrellas, seres vivientes en las aguas, aves que volaran sobre la Tierra, los grandes monstruos marinos, todo ser viviente que se mueve en las aguas, toda ave con alas, seres vivientes en la tierra, ganado y todo animal que se arrastra sobre la tierra, “entonces dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra’”. (Génesis 1: 3-26)
Dios creó al hombre y a la mujer para que todas sus necesidades espirituales, emocionales, mentales, afectivas, amorosas, biológicas y corporales fueran cubiertas; y, además, disfrutaran de todas las bendiciones que Dios había colocado a su alcance. En otras palabras, Dios nos creó para que viviéramos cerca de Él y nada nos faltara. Con Él lo tengo todo, sin Él me falta todo. En su pirámide de necesidades del ser humano, Abraham H. Maslow (1908-1970) habla de necesidades fisiológicas (alimentación, agua, aire), necesidades de seguridad (seguridad, protección contra el daño), necesidades de aceptación social (afecto, amor, pertenencia, amistad), necesidades de autoestima (autovalía, éxito, prestigio), necesidades de autorrealización (dar lo que uno es capaz, autocumplimiento). Nótese que Maslow no habla de necesidades espirituales. Se ciñe a necesidades naturales o humanas.
Después de ayunar cuarenta días como preparación a su magno ministerio, Jesús tuvo hambre. Y el diablo lo tentó: “Si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. (San Mateo 4: 3) Jesús le respondió con unas extraordinarias palabras dadas por Dios a Israel allá en el desierto: “No solo de pan vivirá el hombre, sino [también] de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (San Mateo 4: 4; Deuteronomio 8: 3)
Ojo, con todo y que Jesús es el máximo líder religioso no desestima el alimento natural pan. Le da su importancia. Pero añade un sino que es -según el Diccionario- una conjunción adversativa utilizada “para contraponer un concepto afirmativo a otro negativo anterior”. Y el “también” debe ser agregado para denotar que además del pan el humano vive de la Palabra de Dios. Si no utilizamos el “también” parecería que el ser humano no vive de pan, sino solo de la Palabra de Dios. Parafraseando a Jesús, manifestaríamos: “El pan no es solo el alimento necesario para sustentar la vida de la especie humana, sino que también precisa de la Palabra de Dios”. Y es aquí donde fallamos tanto creyentes como incrédulos: o le damos extremada (ojo, escribo extremada: si es extrema, es mala) importancia espiritual a lo religioso, descuidando otras cosas; o nos polarizamos afanándonos -al extremo de enfermar y morir estresados- por el pan. Jesús habla de un equilibrio entre el pan y la Palabra de Dios. Desde luego, esto no desvirtúa la verdad de que la mayor necesidad humana es espiritual. Mas no justifica que subestimemos las necesidades naturales.
¿Qué palabra ha salido de la boca de Dios? ¡La Biblia! ¡Cuánto nos afanamos por intentar llenar nuestros vacíos existenciales con pan! Pero el espíritu no come ni se sacia con pan, sino con la Palabra de Dios y con Jesús en el corazón. No hablo de ser religioso; religiosos hay muchos y existen más religiones de las necesarias, mas la vida de no pocos religiosos no les ha sido transformada. (Quien de veras tiene un encuentro con el resucitado Cristo histórico cambia, aunque otros cambios se den etapa por etapa) Se trata de saciar nuestra sed espiritual con el Agua de la Palabra de Dios, y el hambre con Jesús, Pan espiritual de vida. Solo Él satisface la sed y hambre espirituales. “Yo soy el pan de la vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”. (San Juan 6: 35) (¡Cuidado! Jesús ni el Evangelio hablan de comer literalmente a Cristo; se trata de un simbolismo para enseñar una verdad espiritual. El dogma de la transustanciación surgió 1.215 años después de instituida la Iglesia y su cuerpo doctrinal. Para ahondar sobre simbolismo y otras figuras literarias en la Biblia sugiero repasar el apartado “Hermenéutica especial” del capítulo 2)
Dos cosas son imprescindibles para saciar nuestra sed y hambre espirituales: Acudir al llamado que hace Jesús a través de su Palabra la Biblia y postrarse a los pies de Jesús. Jesús lo sabe todo, pues toca las dos necesidades naturales más apremiantes del ser humano: sed y hambre, saciables con agua y pan. Eso es importante sin pasar por alto lo más importante como es alimentar el espíritu con Jesús y la Biblia. Desde luego, habrá quienes cuestionen mi afirmación de que solo Jesús y la Biblia sean los únicos capaces de saciar necesidades espirituales. A lo largo de los siguientes capítulos sustentaré esa verdad.
A pesar de todo lo expresado arriba, ¿para qué fuimos creados por Dios? ¿Será para sufrir y pasar necesidades? ¿Será que “el propósito principal de la vida del hombre es resolver problemas” como dijera Luigi Barzini y me recordara una joven señora? Permíteme expresarte lo que pienso al respecto. Creo que fuimos creados por Dios para que mantuviéramos un idilio con Él. ¿De qué habló? Nuestro Creador nos hizo para sostener un romance con nosotros. Bueno, si suena sacrílego digamos que Dios desea tener una relación ágape con nosotros. (El Nuevo Testamento habla de que la Iglesia es la Esposa del Cordero. El cristiano forma parte del Cuerpo de Cristo que es la Novia que contraerá nupcias con el Señor Jesús, quien es el Novio) Dios quiere que le amemos como Él nos ha amado y nos ama. “¿Acaso se olvidará la mujer de su bebé, y dejará de compadecerse del hijo no nato? Aunque ellas se olviden, yo no me olvidaré de ti”. Porque “con amor eterno te he amado; por tanto, te he prolongado mi misericordia”. “He aquí que en las palmas de mis manos te tengo tatuada [o]”. Por tal razón, puedo asegurar con certeza que “aunque mi padre y me madre me abandonasen, con todo el Señor me recogerá”. (Isaías 49: 15; Jeremías 31: 3; Oseas 11: 4; Isaías 49: 16; Salmos 27: 10)
La máxima expresión del amor de Dios por nosotros es revelada por medio de Jesús en San Juan 3: 16: “De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no perezca, sino que tenga vida eterna”.
¿Qué hace el que ama? ¡Entrega el corazón! Si da el corazón, lo da todo. (Quizá alguien exprese que los trasplantes de corazón invalidan tal afirmación. No obstante, el corazón sigue siendo el asiento físico de los sentimientos y emociones del alma inmaterial) Jesús nos amó de tal manera que estuvo dispuesto a dar su vida por nosotros. De modo que cuando amamos a Dios como Él quiere que lo amemos le damos nuestro corazón, la adoración y reverencia que busca de nosotros. Dios espera de nosotros sus criaturas un espíritu que le adore, un alma que le bendiga y un cuerpo que le glorifique. Nuestro Creador desea que le honremos en nuestro ser entero: espíritu, alma y cuerpo. (San Juan 4: 23, 24) Cuando vivimos sintonizados en la frecuencia de Dios, es decir, mantenemos el idilio que Él quiere mantener con nosotros, hallamos la razón eterna para vivir, el amor, felicidad, gozo y paz que tanto hemos buscado. En el momento en que le doy a Dios mi corazón o cumplo el papel por el cual me creó, Él automáticamente me recompensa llenando mis vacíos existenciales, carencias de amor, afecto, paz, gozo y demás elementos del fruto de su Espíritu, que nadie más me puede dar. “El fruto del Espíritu [de Dios] es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe [fidelidad], mansedumbre, dominio propio [templanza]”. (Gálatas 5: 22, 23) También vienen las cosas materiales como añadidura. (San Mateo 6: 33)
¿Sabes qué creo? Considero que Dios puede sanarnos de traumas, sentimientos de abandono y rechazo, y proporcionarnos el afecto, cariño y amor que no recibimos de niños. E, incluso, puede curarnos de cualquier enfermedad corporal. Pero no suele ocurrir porque el mundo sigue bajo el dominio del pecado adámico y vivimos afanados y enraizados en un estilo de vida netamente materialista. El mundo moderno nos distrae y lleva a ocuparnos de cosas importantes pero no vitales para el sano desarrollo del ser. Ojo, ni el mundo ni el sistema político son culpables de tal situación; solo yo soy responsable de mi bienestar espiritual. Aclaro, no he dicho que al vivir entregados a Dios los problemas no vendrán y seremos inmunes al dolor o enfermedades. Pero viviremos sobre las circunstancias.
Veamos la historia de la humanidad: desde la caída de Adán y Eva, el humano camina de espaldas a Dios e intenta con su propia razón, fuerza y conocimiento resolver sus problemas existenciales. Los resultados son más que alarmantes. Como nunca, hoy los consultorios médicos, sicológicos y pastorales están más atestados de gentes con graves conflictos espirituales, mentales, emocionales, corporales y existenciales. Se cree que un diez por ciento de la humanidad vive recluido en salas siquiátricas. Otro diez por ciento es “normal”, y el ochenta por ciento restante vive con conflictos emocionales y/o mentales. Todos tenemos algún tipo de conflicto. Unos estamos mejores; otros, peores. Por lo general, el que piensa que está mejor está más mal.
Ya entramos en el tercer milenio, y en lugar de resolverse los problemas de inequidad, hambre, enfermedades curables y miseria en niños y ancianos, estos aumentan cual bola de nieve nacida de una avalancha que desciende de manera amenazante sobre una impotente población que la mira aterrorizada. Los organismos internacionales dedicados a la salud (OMS), alimentación (FAO), infancia (UNICEF) y demás están atónitos por las cifras tan desalentadoras.
(Unos 200 millones de niños menores de 5 años padecen síntomas de malnutrición extrema, cifra que aumenta en tiempos de escasez, hambres y conflictos sociales. Según algunos estimados, la desnutrición es una causal importante entre los que determinan, cada año, la muerte aproximada de 13 millones de niños menores de 5 años por enfermedades e infecciones evitables, según informa la FAO. Aproximadamente cada ocho segundos muere un niño de hambre en el mundo, mientras pocas familias “nadan” en millones de dólares y otros perecen por indigestión; después algunos soberbios e incrédulos acusan a Dios de las desigualdades e injusticias provocadas por el corazón malo del ser humano. ¡Qué cómodo es culpar a otros!)
Dejémonos de engaños, el humano no tiene respuesta para los agudos problemas de la humanidad. El humanismo sin Dios es un rotundo fracaso. Si en toda nuestra historia no hemos podido resolver los problemas que nos aquejan, ¿podremos lograrlo ahora cuando muchas cuestiones en lugar de mejorar se han agravado? ¡No nos mintamos más! Sin ánimo de ser profeta de mal agüero, toca reconocer que el humano no tiene la solución para dichos problemas. No ha encontrado la solución desde que caímos de la gracia de Dios. ¿Será que es tiempo de regresar al Dios de la Biblia? Lo creo. Dios a través de su Hijo Jesucristo nos brinda una solución clara y sencilla. Tan sencilla y clara es, que nos parece idiota. De ello hablaremos más adelante.
Pues bien, Dios nos creó para que lo amáramos sobre todas las cosas y así halláramos nuestra felicidad, pero esa felicidad plena solo está en Él que nos conoce mejor que nadie porque nos creó. Mentalicémonos con esta verdad: Dios no nos hizo para sufrir; ni siquiera para morir; pero, el sufrimiento y la muerte surgieron a raíz de un acto que alcanzó y arrastró a la humanidad entera, conduciéndola -a través del túnel de la desesperanza- al abismo sin fondo de la muerte, miseria y sufrimiento.
En los capítulos siguientes presento el problema del sufrimiento humano, su origen, la forma de manejarlo a fin de vivir por encima del dolor y la fórmula clara y sencilla que Dios nos ha dado para hallar paz, gozo y felicidad que tanto anhela nuestra alma.
La Biblia describe cómo creó Dios al hombre y la mujer: “Entonces Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente; mas para Adán no se halló ayuda idónea”. (Génesis 2: 7, 20) Antes de que Dios soplara en las narices de Adán, era un simple muñeco de arcilla; luego de soplar Dios su “aliento de vida”, el hombre fue un ser viviente único. (Al estudiar el mapa genético de una persona, los estudiosos hallaron que “en el nivel genético somos individuos mucho más únicos” de lo que se creía) Único porque Dios lo creó con Sus “manos”. Lo hizo a su imagen y semejanza; es decir, con espíritu, alma y cuerpo, de los cuales el espíritu (conciencia, intuición y comunión) ni el razonamiento lo tienen los animales. (Al crear Dios al hombre y la mujer los hizo directamente con Su “aliento de vida”. Lo demás lo creó con Su palabra) Ya afirmamos que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, sin ser tres. El ser humano no es un animal más de la creación. No es tampoco un animal racional. Es un ser único en la creación. Único porque Dios lo creó directamente con su “aliento de vida” (su Espíritu) y a su imagen y semejanza, no hizo lo mismo con los animales.
Cierto es que antes de Darwin (1809-1882) la especie humana era estimada diferente y superior a los animales y que con sus investigaciones el inglés intentó ubicarnos entre una más de las especies, susceptible de investigación. Mas ello no prueba ni significa que el humano sea un animal ni un producto más de la evolución, tal como hemos visto y ahondaremos luego. Lo triste es que a partir de Darwin el ser humano fue considerado un animal más, pero pensante.
Infortunadamente, alrededor de la falacia de la evolución se ha tejido toda una red de creencias y prácticas anticristianas que aterrorizarían al mismísimo Darwin. Se ha fundamentado el intelectualismo del nazismo y neonazismo y del mal llamado comunismo (el comunismo es utópico; existe un socialismo oportunista que somete a todo un pueblo en nombre de Marx, Lenin et al); el mito evolutivo ha incitado la apostasía, el ateísmo, el humanismo sin Dios; el libertinaje. La anarquía.
De igual modo, se han establecido los cimientos para el relativismo ético, esparcido como un cáncer en nuestra civilización. Es tal el relativismo en lo ético y la moral, que ciertos “hombres de ciencia” y filósofos ateos arremeten contra la moral cristiana vociferando sobre el “peligro de una moral única”, ignorando que sin una moral confiable como la cristiana -fiel al Nuevo Testamento- es prácticamente imposible que haya valores y principios inmutables y universales, necesarios para el óptimo funcionamiento de una sociedad justa y equitativa que no deja morir a los niños de hambre y enfermedades curables. Sin temor de Dios en el corazón del hombre y la mujer jamás habrá justicia y paz en la familia y por extensión en las naciones. Como diría mi abuela, “si cada uno tira por su lado, se forma el relajo”. En el espejo del ser humano sin Dios se reflejan el desorden y relativismo del mundo de hoy.
Parafraseando al filósofo Daniel Denté, expresaríamos que la hipótesis darvinista es un “ácido universal” con máscara de ciencia que corroe los principios, valores, moral y ética del mundo civilizado y deja como resultado una visión relativista y pesimista.
Decir que el humano es un animal racional (“materia que piensa”, eso dicen los darvinistas del cerebro) o materia en movimiento es rebajarlo al estado inconsciente de la existencia de un Ser superior a él y colocarlo a un solo escalón por encima de los animales. Si el ser humano fuera un animal que piensa, alguien podría razonar de la siguiente manera: “Si el humano es simplemente un animal racional, entonces es solo materia que piensa, y si únicamente es materia que piensa, o en movimiento, matar a una persona es quitarle la vida a un animal más”. Eso pregonan a los cuatro vientos los materialistas que se jactan de ser humanistas a carta cabal. ¡Pamplinas! Los nazis, esclavitas, abortistas, narcotraficantes, los líderes de la revolución bolchevique, china, cubana... y otros que han matado vilmente cientos, miles y millones de seres humanos han tenido esa diabólica tesis en su loca cabeza. (Los ateos más radicales preguntan ingenuamente dónde está el alma; también sostienen que la conciencia del alma no es real y que somos simples computadores o robots. Son partidarios del pansiquismo, filosofía que promulga que la materia no es solamente algo físicamente inerte, sino que además tiene propiedades proto-mentales. ¡La gran flauta!)
Sí, hay hechos humanos individuales que espantan y hacen cavilar en cuanto a qué fuerzas bestiales se mueven detrás. Un animal no haría algo parecido. Mas en la voluntad de decisión de hacerlo o no está uno de los principios diferenciales entre el ser humano y los animales. Los animales se mueven por instintos. Aunque a veces el humano obra solo mediante los instintos, tiene libre elección muy a pesar de la influencia y condicionamientos de mensajes acuñados en su mente inconsciente en su primera infancia.
Ahora bien, Dios ‘se dio cuenta’ de que Adán estaba solo; no tenía ayuda idónea. Alguien que le complementara. Adán no necesitaba que Eva lo completara, pues no estaba incompleto. Pareciera que Dios hubiese pasado por alto hacer ayuda apropiada para el hombre. Si no olvidó hacer a los animales macho y hembra, ¿cómo iba a olvidársele hacer hembra para el hombre su criatura más amada? Muchas veces la Biblia atribuye a Dios características humanas (antropomorfismo) para enseñarnos no que Dios sea humano o un Dios imperfecto, sino semejante a nosotros porque ‘le duele’, ‘se arrepiente’, ‘se enoja’... Esto es, para que lo entendamos mejor. El Señor Jesucristo sí es cien por ciento Dios y cien por ciento hombre. “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo, pero sin pecado”. (Hebreos 4: 15)
“Entonces Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Dios tomó del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre”. (Génesis 2: 21, 22) Adán fue el primer paciente; y Dios, el primer anestesiólogo y cirujano del mundo. Dios hizo dormir a Adán con un “sueño profundo”, y mientras dormía le sacó una costilla, y con ella “formó” Dios a la mujer, el ser más bello sobre la Tierra (un niño es el ser más especial). Y la presentó a Adán. ¡Cuál no sería la sorpresa de Adán al ver a Eva! Me imagino que abrió los ojos como nunca y exclamó: ¡Mamá mía, qué preciosidad! No es exagerado porque Adán apenas la vio expresó: “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y se harán una sola carne”. (Génesis 2: 23, 24) Esa declaración es de alguien sumamente exaltado por lo recibido.
Llama la atención que los cinco primeros capítulos del Génesis registran tres (3) veces la creación de Adán y Eva. El primer capítulo habla de la creación del hombre y de la mujer y del señorío que Dios les cedió sobre la creación, y que más tarde perdieron por la caída en desobediencia. El segundo capítulo describe con lujo de detalles cómo hizo Dios a esa primera pareja, formada como Él quiso y quiere: hombre y mujer. Y el quinto habla de “el día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo. Varón y hembra los creó...”. (Génesis 5: 1, 2) Da la impresión que Dios quiere resaltar la gran verdad de que fue Él quien hizo al hombre y la mujer a su imagen y semejanza. No son producto de ningún transformismo. No son fruto de la casualidad de la naturaleza, sino de la causalidad de Dios. Si el humano gracias al descubrimiento de Einstein (E=MC2) puede transformar un pedazo de madera en oro, por decir algo, es lógico y razonable que el Dios infinito que estuvo obrando en el tiempo finito (principio) del universo pueda convertir el barro en Adán, y de una costilla literal de Adán haga a la mujer. ¿Que soy fundamentalista por creer que la creación del hombre y de su mujer debe entenderse en sentido literal? Pues lo seré. Pero, vimos, que no soy fundamentalista en el sentido peyorativo dado por fanáticos racionalistas y cientificistas.
Si narrara a mis pequeños hijos lo revelado por la Biblia sobre la creación del hombre y la mujer, lo creen. ¿Será porque los niños son tontos? ¿Les habré lavado el cerebro a mis hijos? (Prefiero ser crédulo e ingenuo como un niño que tener la cabeza cuadrada de prejuicios y ser un deshonesto intelectual) No, es porque los pequeños carecen de una mente llena de prejuicios, mitos y tabúes, ni tampoco tienen un inflado ego como a menudo tenemos los adultos. La mente del adulto suele estar deformada por orgullos, prejuicios y supuestos que pocas veces permiten que la razón y la verdad penetren en esa cabeza. Jesús sabía eso y por ello nos enseña: “Dejen a los niños venir a mí, y no se lo impidan; porque de los tales [de los que son como ellos] es el reino de Dios. De cierto les digo, que el que no reciba [crea y acepte] el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. (San Lucas 18: 16, 17)
Bien, la Biblia narra: “Y los bendijo Dios [a Adán y Eva], y les dijo: Tengan muchos, muchos hijos; llenen la Tierra y gobiérnenla”. (Génesis 1:27, 28) Por ser la primera pareja y estar la Tierra solo con dos personas, Dios les da este mandato y luego permite casamientos incestuosos por lo menos por tres buenas razones: 1) Debían llenar la Tierra con sus descendientes. 2) Antes de la Caída, los genes estaban en perfectas condiciones; después de la Caída, apenas empezaba el deterioro genético y no había los peligrosos de hoy. 3) Vivían en inocencia; libres de maldad y morbosidad. Obvio, debido a la sobrepoblación existente hoy en el planeta hombres y mujeres debemos planificar con el objeto de no traer más hijos al mundo a pasar necesidades. El incesto ya no se justifica ni se permite. Creo en la planificación familiar, mas rechazo el aborto usado como evasiva a una responsabilidad.
Casi siempre pensamos erróneamente que Adán y Eva únicamente tuvieron a Caín y Abel, pero no es cierto. Antes de que Caín (labrador) asesinara a Abel (pastor) su hermano, Adán y Eva tenían muchísimos hijos y habían transcurrido siglos. Adán vivió novecientos treinta años calendario. ¿Cuántos hijos puede engendrar un hombre, o cuántos puede concebir una mujer con las condiciones biológicas y mentales de Adán y Eva? ¡Incontables! La Biblia registra que Adán a los ochocientos años “engendró hijos e hijas”. (Génesis 5: 4) (Hay quienes hablan de que los “hijos de Dios” y las “hijas de los hombres” de Génesis 6: 1, 2 son ángeles que tomaron mujeres por esposas, olvidando que los ángeles son asexuales. Otros, piensan que el Génesis empieza con el capítulo 6. Desde que se inventaron las creencias todo el mundo cree tener la verdad)
No todos los hijos de Adán y Eva están registrados en la Biblia. Solo son mencionados aquellos con alguna enseñanza para nosotros. Si no, ¿cómo explicamos que Caín hallara esposa y otros sujetos y ciudades después de que Dios lo sentenció por matar a Abel? (Génesis 4: 17-24) Casos como estos de aparente contradicción o lagunas usan los que ignoran las sagradas Escrituras para hallar “errores” en ella. Recordemos las reglas existentes para auxiliarnos a entender el Libro de Dios para nosotros. Algo más, no sé por qué Adán solo “conoció” sexualmente a su mujer después de la Caída. (Génesis 4: 1) Pudo haber sido porque en su estado de inocencia y mente clara, sin bombardeo de los medios de comunicación glorificando el acto sexual, el sexo no era primordial para él ni su mujer como lo es hoy para nosotros. A propósito, el sexo hoy en lugar de bendición se ha convertido en tirano, piedra de tropiezo y de escándalo para muchos. En una palabra: en maldición. No es que el sexo sea maldición, sino que al esclavizar al ser humano se convierte en maldición. (El tema es ahondado en La excelencia del amor y otros ensayos...)
Otra posible pregunta pudiera ser: ¿cuántos años vivieron Adán y Eva antes de caer en desobediencia? De pronto fueron muchos. No sabemos. Como no sabemos muchas cosas que la Biblia no menciona o si menciona no entendemos, pues aún no han sido abiertos nuestros ojos espirituales para verlas. O, por provenir de un Dios infinito, no podemos entender con la mente finita que tenemos. Ya lo dijimos, la fe trasciende la razón, pero no va contra ella. Y querer entender y explicar a Dios es presunción y necedad.
Señalamos que la razón principal por la cual creó Dios al ser humano es para mantener un idilio con su criatura más amada; para que lo alabara, adorara y tuviera comunión directa con Él, beneficiándose así de las innumerables bendiciones de vivir comunicado con su Creador. (Salmos 150 y 103) Para nosotros que vivimos de este lado de la creación, donde vemos y experimentamos tantos sinsabores, nos es imposible entender lo maravilloso que sería estar aún en el Paraíso.
En el cielo -como en el Paraíso- todo será amor, perfección, salud, comprensión, tolerancia, justicia, equidad. No lo entendemos, y por no entenderlo Manuelita Sáenz -la “Libertadora del Libertador”- dijo que la vida allí sería monótona. Algunos lo desvaloran expresando que sería aburrido. Otros son tan fatalistas e irrespetuosos que catalogan “perversa” la creencia y convicción del cielo. ¿En qué cabeza cabe que algo tan esperanzador y tranquilizante como la doctrina del cielo sea perversa? (Desde luego, es diabólica si se adoctrina diciendo que lo obtendremos entre más personas de tal raza, ideología o credo asesinamos; mas la Biblia no enseña tal barbaridad) ¿Acaso ignoran que tal esperanza y la resurrección corporal del Señor Jesús son credos (no mitos) reconfortantes y permiten morir en paz a muchos desahuciados y condenados a muerte? En realidad, quien así piensa y lo expresa insulta también a quienes abrigan la esperanza de reencontrarse con sus seres queridos fallecidos. (En el capítulo 12 observaremos si Jesús resucitó o no) La actitud de Manuelita Sáenz y otros incrédulos es matadora de sueños, si así lo queremos llamar. Prefiero ser soñador y no matador de sueños.




Limitaciones del método científico

Contra el mito popular, debo expresar que toda verdad no puede demostrarse a través del método de las ciencias convencionales debido a que ellas se ocupan del estudio de la materia, de datos cualitativos y cuantitativos, no del mundo intangible o situaciones de la vida diaria. En breves palabras, el método científico de las ciencias naturales no puede probar nada relacionado con el pasado, porque es imposible repetir los hechos históricos. (Para ello existen otras disciplinas) Pero, señores materialistas ateos, fanáticos racionalistas y cientificistas, no por eso una verdad histórica o inmaterial deja de ser verdad ocurrida en tiempo y espacio reales. Hoy hablamos de “tiempo aire”, de tarjetas, fotos y cartas “virtuales”; de información en el disco duro del computador y el ciberespacio. ¿Es cierto o falso ese material intangible mientras no se imprima? Pienso que es real, pero inmaterial. Si no pudiera imprimirse sería sumamente difícil definirlo.
Aunque a los fanáticos de la razón, la materia y cientificismo no les guste hablar de fenómenos paranormales porque según su concepción de la vida “la ciencia que no se ve no existe”, se dan y no tienen explicaciones naturalistas de causa y efecto. Los creyentes sabemos que en los aires se mueven fuerzas del mal que engañan a los humanos para mantenerlos alejados del resucitado Cristo histórico. Entiéndase bien, en el mundo sobrenatural operan fuerzas del bien (Dios y sus ángeles) y fuerzas del mal (Lucifer y sus ángeles). Ello no significa que el diablo enfrente a Dios, pues nunca podrá hacerlo; mas lo “desafía” a través de su criatura más amada: el ser humano.
En realidad, quien asevere que no existe una dimensión sobrenatural habitada por seres inmateriales desconoce el tema y no debería ni siquiera opinar, pues prejuicios, racionalismo y cientificismo le impiden ver más allá de sus narices.
Ahora bien, en vista de que toda verdad ocurrida en tiempo y espacio reales no puede ser investigada en un laboratorio, ¿es falsa por ello? ¡De ninguna manera! ¿Es apropiado el método científico naturalista para conocer, analizar, explicar y predecir todo hecho ocurrido en lugar y tiempo reales? ¡En ninguna manera! Las limitaciones de tal método no solo son de carácter intrínseco, sino además humanas por la concepción vulgar y poco ortodoxa que en general se ha tenido y tiene de él.
La idea del método científico como una simple sucesión de hechos interrelacionados, del experimento y certeza en el resultado, es inapropiada y anticuada y ha sido abandonada por muchos científicos naturalistas.
El método científico, afirma el apologista cristiano Josh McDowell, “solo puede usarse para probar lo que se puede repetir”. Por tanto, agrega, “no es adecuado para probar o desaprobar muchos asuntos con respecto a una persona o a un evento histórico”. (27) Ni tampoco es funcional para inquirir sobre fenómenos paranormales o sobrenaturales.
Esto es, si el método científico de las ciencias naturales fuera la única herramienta para conocer, explicar, analizar y predecir la verdad, no habría Historia; desaparecería la historia personal de cada uno de nosotros y no sabríamos jamás quién es quién; o cómo se logró tal o cual avance y descubrimiento; dudaríamos de todo y de todo el mundo. Los hechos paranormales o sobrenaturales no pudieran probarse.
Con el método científico no es posible responder preguntas como: ¿Vivió Simón Bolívar? ¿Fue Sigmund Freud el creador del sicoanálisis? ¿Resucitó Jesús de Nazaret de entre los muertos? ¿Cómo se originó la vida en el planeta? ¿Cómo surgió el universo? ¿Caminó realmente Israel por en medio del mar de los Juncos? ¿Descubrió Cristóbal Colón a América? ¿Crucé esta mañana el Canal de Panamá en un crucero? Salvo en el último caso, por la posible existencia de una filmación, ninguno de los otros hechos puede repetirse en presencia de quien los ponga en duda. Vimos que no sabe lo que asegura quien con argucia afirme que los hechos históricos narrados por la Biblia -ocurridos en tiempo y espacio reales- “tambalean” con solo aplicarles raciocinio. El que tal disparate diga peca de fanático racionalista.
McDowell añade: “las respuestas para estas preguntas están fuera del reino de la prueba científica [convencional], y tenemos que colocarlas en la esfera de la prueba legal. En otras palabras, el método científico, que se basa en la observación, en el acopio de datos, la hipótesis, la deducción y la verificación experimental para hallar y explicar las regularidades empíricas de la naturaleza, no tiene las respuestas finales para preguntas como éstas: ‘¿Se puede probar la resurrección?’ ‘¿Se puede probar que Jesús es el Hijo de Dios?’. Cuando los hombres y las mujeres confían en el método histórico legal, tienen que examinar la veracidad de los testimonios”. (28)
(Ojo, lo que McDowell sostiene no es que la resurrección no pueda probarse ni que no sea posible investigar tal hecho, sino que el método científico no es aplicable a tal suceso histórico por no poder repetirlo como tampoco es posible repetir cualquier otro hecho histórico; por consiguiente, para comprobar su veracidad debemos apelar a los testimonios de quienes vivieron con Cristo, a las huellas, hallazgos, milagros, experiencias personales de personas transformadas por el resucitado Cristo histórico, etc.)
Veamos: esta mañana fui al gimnasio a ejercitarme, pero el instructor no me vio. ¿Será falso que fui al gimnasio esta mañana a hacer ejercicios porque no me vio el instructor? ¿Podrá el entrenador ‘meter’ el hecho de mi asistencia al gimnasio a un laboratorio o tubo de ensayo para saber si de verdad estuve en el gimnasio? ¡Claro que no! Pero, sí hay testigos que me vieron en ese lugar haciendo ejercicios. La joven de la recepción me vio; mi firma y número de carné de socio aparecen en el libro de registro y en el computador que da acceso al gimnasio con fecha, hora, mi foto y huellas dactilares. Mis conocidos y amigos allí platicaron conmigo y son testigos de que en efecto fui esta mañana. La chica que atiende la cafetería es testigo, pues le compré un jugo de níspero. En fin, hay muchas evidencias que confirman mi asistencia al gimnasio esta mañana, aunque el entrenador no me haya visto. (Evidencias así de contundentes hay en cuanto al resucitado Cristo histórico. La clave de esta cuestión no es si los cristianos creen esto o aquello, sino si lo que creen en cuanto a Dios, la Biblia y Jesús es verdad o falso. Muchísimas evidencias reales y fehacientes demuestran que lo que creemos los cristianos es verdad, pero algunos no quieren investigarlas porque la verdad siempre demanda una respuesta honesta. Por tanto, escogen pararse en la orilla, coger un puñado de agua de mar, filosofar y escribir tonterías e inexactitudes sobre el mar de verdades cristianas y su contenido. Quieren ser duchos y saber del mar con solo filosofar).
McDowell llama esto prueba histórica legal, que “se basa en demostrar que algo es un hecho que está fuera de toda duda razonable. En otros términos, se llega a un veredicto basado en el peso de las evidencias. Esto es, no hay base razonable para dudar de la decisión”. (29)
(Lamentablemente, todavía hay gentes que creen que solo la ciencia natural es racional y exclusivamente ella lleva y llega a la verdad. Lo demás es simple creencia, superstición y opinión. Ignoran que, al igual que tal ciencia, la religión cristiana es una estructura cimentada sobre hechos ocurridos a una persona real: Jesucristo. Otros, usan estándares irracionales de prueba que ninguna evidencia es suficiente. No creas que quienes así piensan son personas sin educación; no, muchos ostentan varios títulos, pero emocionalmente son niños cautivos por resentimientos de vieja data o transferencia parental, o simplemente son llevados por cualquier viento de filosofía o de doctrina)
Sobre otros métodos para conocer la verdad en campos fuera del dominio de las ciencias naturales y sociales, el físico Charles P. Steintmetz manifiesta:

Agrupamos dichas impresiones o percepciones [fenomenológicas] por la ley de la lógica [occidental], asignándoles dentro de nuestra esfera las relaciones de causa y efecto; pero no se olvide que para nada entramos en la verdadera realidad objetiva de las cosas. Pero ¿quién nos autoriza para afirmar que además de este grupo de percepciones de fenómenos no existen otras realidades trascendentes a las esferas de los sentidos? ¿Quién se atreverá a sostener también que no hay otro método satisfactorio de conocer que el prescrito por la lógica científica [convencional]? Todo hombre verdaderamente conocedor de la Ciencia sabe que no puede hacer tales afirmaciones. [Si lo hace, es una de dos: un cientificista o un necio] (30) (Las negritas y cursivas son mías)

De modo que las ciencias naturales y sociales no son el único método para probar una verdad. Alguien dirá: “... pero aun la prueba histórica legal utiliza pasos del método científico”. Claro que los utiliza, mas el hecho en sí es irrepetible como lo puede hacer en un laboratorio el que investiga los tejidos orgánicos, o analiza la conducta de los niños en la observación naturalista, por ejemplo. (Ahora resulta que, según algunos “científicos”, solo las ciencias naturales son ciencias. Verdad es que mucho de lo que se cataloga ciencia es superstición, misticismo y charlatanería, incluido mucho de lo que sostienen a priori ciertos “hombres y revistas de ciencia”. Pero, meter en un mismo saco fenómenos sobrenaturales y supercherías es generalización y demostración de desconocimiento de otras áreas del conocimiento humano, basado en mi especialismo y cientificismo ya tratados en el capítulo 1. Alguien ha dicho: “‘Superstición’ llama el ignorante a su ignorancia”. Asimismo, la ignorancia es insolente. Quien se acuesta y duerme al borde de la cama, por muy grande que sea, puede caerse)
Hemos observado gentes que creen que solamente las ciencias naturales y sociales -que estudian lo tangible y cuantificable- pueden ofrecer evidencias, ignorando que Dios, Jesús, los milagros, el amor y el odio jamás podrán introducirse en un laboratorio o tubo de ensayo, mas ello no desvirtúa su realidad en tiempo y espacio reales y en la vida de las personas. ¡Qué fácil es negar lo que no entiendo por mi finitud craneal o supuestos cientificistas!
Más aún, las ciencias convencionales, al ser manejadas por seres humanos, muchas veces se equivocan en sus apreciaciones y conclusiones. Tanto, que no pocas hipótesis, teorías y ¡leyes! Tienen que ser renovadas para actualizarlas. Si se equivocan en sus conclusiones (teorías/leyes), ello significa que se estuvo enseñando o practicando algo falso o con tintes de verdad como si fuera totalmente cierto. En otras palabras, algo especulativo o teórico como si fuera ley. ¿Y quién paga el pato? Los pacientes lo hacen en medicina y en sicología. ¡A veces el costo del error o descuido es demasiado elevado! Los pacientes de la Caja de Seguro Social de la República de Panamá muertos por envenenamiento con dietilenglicol en 2006 y 2007 son un vergonzoso ejemplo de negligencia e ineptitud.
(El 25 de junio de 1995 un artículo de The New York Times afirmaba que el popular supuesto de que “modas médicas” se apoyan en evidencias irrebatibles “es tan desacertado que la expresión ‘ciencia médica’ [que gusta a tantos médicos] es prácticamente una contradicción de términos”. El médico e investigador David Eddy considera que menos del ¡15 por ciento! de los tratamientos médicos está basado en “evidencia científica confiable”. Eso significa que ¡más del 85 por ciento! es simple ensayo y error. En otras palabras, en más del 85 por ciento de los casos el médico no sabe lo que pasa al paciente, y -como escribiera el médico J. F. Burnum en Medical practice a la mode. How medical fashions determine medical care- adquiere el hábito de recetar más de colegas [de boca en boca] que de literatura científica. La prescripción médica no necesariamente se basa en la utilidad comprobada del fármaco, sino que las “modas médicas” determinan el cuidado médico, pues no recetar lo más reciente en el mercado es estar desfasado y fuera de onda. Por otro lado, poco se habla de que el efecto placebo es responsable de la curación de más enfermos de lo que el médico promedio admite) (31)
Por otra parte, nuestras limitaciones humanas nunca nos permitirán aprender todo acerca del universo y de nosotros mismos por la imposibilidad mental y física existente de conocerlo y abarcarlo todo. En términos matemáticos, Kurt Gödel en 1930 lo expresó de la siguiente manera: “Ningún conjunto no-trivial de proposiciones aritméticas puede tener su prueba de consistencia en sí mismo”.
Tampoco sabremos sobre el origen del universo inventando un mundo de números y tiempos imaginarios u operaciones matemáticas quiméricas, tal cual ha propuesto Stephen Hawking. El intento de Hawking de dar respuestas sobre el origen del universo, procurando quitar a Dios de la escena, es simple y llanamente filosófico y en extremo arrogante. En realidad, la obra de Hawking A Brief History of Time (Breve historia del tiempo) debería llamarse Un breve cuento sobre mi tiempo imaginario, pues Hawking no da pie con bola en lo que al origen del universo se refiere.
Lo que es cierto en las matemáticas es real en filosofía, ciencias naturales, conducta humana, teología, sociología, comunicación social o cualquier otra rama del saber humano. Jamás sabremos los detalles del origen del universo y de la vida por nuestras limitaciones y porque esos hechos son irrepetibles. De lo que sí están seguros muchos astrónomos, cosmólogos y astrofísicos es que el universo no “brotó” de la nada absoluta. Eso tal vez lo crea un economista, un arquitecto o un pediatra, pero no un astrónomo, cosmólogo y astrofísico responsables.

Teoría de la evolución

Si analizamos con seriedad y sin apasionamiento la teoría (más que teoría debería llamarse hipótesis por lo poco científica que es y la gran cantidad de dosis especulativa contenida en ella) de la evolución, nos damos cuenta que contradice categóricamente leyes fundamentales de las ciencias naturales tales como la ley de la biogénesis (la vida surge solo de vida preexistente, y perpetuará solamente su propia especie); la primera y segunda de las leyes termodinámicas, y otros principios establecidos por estas ciencias, sin olvidar que también va en contravía de la lógica y el sano sentido común. (“¿Con qué se come eso?”, preguntarán los fanáticos del racionalismo y materialismo)
Tal vez poca gente simpatizante y creyente de la teoría de Darwin sepa que la primera crítica que debe hacérsele al darwinismo es que adoptó la premisa incorrecta, aplicando el criterio de la ciencia de las operaciones (estudia causas secundarias que gobiernan la manera en que operan las cosas en forma usual) al estudio de los orígenes; y, además, está en búsqueda de causas regulares y repetidas de hechos que ocurrieron una sola vez. Eso toma por los cabellos las operaciones que funcionan hoy en el mundo para explicar cómo es que el mundo fue por primera vez (orígenes). Usando esa metodología arriba a una conclusión previa originada por un proceso, que es precisamente el campo de estudio de la ciencia de las operaciones. Por consiguiente, confunde la realidad al presuponer que los hechos únicos (irrepetibles) y singulares, como el origen del universo y la vida primitiva, deban estudiarse en términos de un proceso regular y repetitivo. Pasa por alto que para entender los orígenes de la vida debemos usar la ciencia de los orígenes (estudia las causas primarias: hechos que suceden solo una vez y carecen de explicación naturalista), no la ciencia de las operaciones. De ahí que filósofos de la ciencia como Popper hayan considerado a la teoría de la evolución un programa metafísico de investigación en lugar del título rimbombante de científica que los evolucionistas le han adherido.
Además, la teoría de la evolución es solo eso: teoría, suposición, medias verdades, especulación, hipótesis. Un mito. (Hay quienes consideran a Darwin un genio. Darwin era un joven con muchas dudas y frustraciones al escribir El origen de las especies como se cree que admitió siendo anciano) Una teoría irracional y sin fundamento que contiene un sinnúmero de falacias científicas. Quien basado en pocas evidencias construye un edificio corre el riesgo de que tal edificación se venga abajo en cualquier momento. (¿Será por ello que la “teoría” ha sido tan emparchada desde su aparición?)
Hemos expresado que mientras una ciencia no pueda formular una ley tiene grandes dosis de especulación; poca es la ciencia y mucha la filosofía. En todo caso, por casi dos siglos hay quienes han enseñado y aún enseñan la hipótesis de la evolución como si fuera ley de la República Científica. Uno de esos fanáticos de la acientífica hipótesis evolutiva fue Ernst Mayr (1904-2005). Fue tan radical en sus especulaciones acerca de la filosofía naturalista de la evolución que ha sido considerado “el Darwin del siglo XX”.
Mayr, como otros furibundos evolucionistas, creía que “una persona académicamente educada ya no cuestiona la validez de la tan nombrada teoría de la evolución, la cual nosotros [creyentes de la religión Evolución] ahora conocemos como un hecho seguro”. La afirmación de Mayr es profundamente peligrosa pues insinúa que por solo mencionar algo repetidas veces se convertirá automáticamente en verdad sin importar su falsedad, tal cual creía Goebbels. Además, asume como cierto lo que debería demostrar en el laboratorio. El mito transformista ha sido tan repetido a lo largo de 150 años que muchos lo acogen como cierto sin haber investigado nada e ignorando las serias pruebas en contra.
¿Es la especulación darvinista un “hecho seguro”? Desde hace varios años muchos evolucionistas saben que ello es solo fantasía. Un vehemente deseo. Ojo, para los evolucionistas ateos nadie que rechace las especulaciones del darvinismo es verdadero científico. No sé por qué me parece haber leído eso en algún lado.
Richard Dawkins, de quien hemos hablado y seguiremos haciéndolo por sus radicales e intolerantes posiciones, escribió: “Cuanto más entiendes el significado de la evolución tanto más te alejas de una posición agnóstica y te diriges hacia el ateísmo”. ¡La gran flauta!
Bien expresa Phillip Johnson, “Si los darvinistas mantienen al Creador fuera del panorama tienen que ofrecer una explicación naturalista para el origen de la vida”. No la tienen ni la tendrán porque no existe. Por tanto, acota Walter I. Bradley, “Hoy hace falta mucha más fe [que la que necesita el creacionista] para ser un científico sincero y ateo”.
La bronca de Dawkins contra Dios y las religiones le impide ver que el meollo del asunto no es si entiendo o no la hipótesis de Darwin, sino si tiene real apoyo y sustento científico. Y, en verdad, está huérfana de ello. Bueno, nunca tuvo madre.
Este filósofo ateo y proselitista con bata de científico también se jacta de ser un “ateo intelectualmente satisfecho”; expresión que más adelante observaremos con detenimiento. Baste apuntar que alguien con honestidad intelectual no puede ser un ateo intelectualmente satisfecho. Como dice mi abuela, “algo hay en el canto de la cabuya”.
Conforme a la tesis de Feyerabend de que toda teoría debe ser juzgada por la experiencia y rechazarse si contradice enunciados básicos aceptados (tal como hace la hipótesis de la evolución con las leyes ya mencionadas y otros principios científicos), dicha propuesta teórica debería ser repudiada porque -agrega el filósofo de la ciencia- “es o bien refutada o tristemente incompleta”.
De igual manera, el biólogo Jonathan Wells sostiene que “como todas las otras teorías científicas [que se ocupa de un tema científico], la evolución darviniana debe ser continuamente comparada con la evidencia. Si no concuerda con la evidencia [casi nunca concuerda], debe ser revaluada o abandonada, de otra forma no es ciencia, sino mito”. Yo no llamaría “teoría científica” al mito evolutivo, pues en mi opinión no llega al nivel de teoría (véase el capítulo 1) ni es científica, sino que es un mito cimentado en hipótesis indemostrables. Y muchos se han estado convenciendo de ello.
Notemos la ironía: los evolucionistas ateos -autoproclamados científicos- rechazan y ridiculizan lo milagroso o sobrenatural en la narración bíblica de la creación (y escriben, vimos, que la religión es “raíz de todo mal”. En algo estoy de acuerdo con ellos: el fanatismo religioso, incluido el fanatismo religioso llamado evolución, ha sido y es raíz de muchos pesares). También nos llaman “supersticiosos” y “fundamentalistas” a los que creemos en milagros y en la interpretación literal de la Biblia. Pero aseguran dogmática y paradigmáticamente que el proceso evolutivo, con tiempo suficiente, produce los mismos resultados milagrosos. Esto es, si lo dices tú, es malo; y es superstición. Mas si lo digo yo, es bueno. Es ciencia. ¡Caracoles!
Entiéndase bien, lejos de ser un hecho científico probado como frecuentemente se cree y se afirma tan dogmáticamente; en realidad, la macroevolución propuesta por los naturalistas ateos es una teoría irracional y sin base científica que encierra un sinnúmero de sofismas científicos. No se puede ser un verdadero creyente en el Dios de la Biblia y/o un cristiano bíblico y al mismo tiempo creer en la evolución, o por lo menos en la interpretación dada por muchos que la han usado y usan como caballito de batalla para su ateísmo filosófico. El ateísmo promulgado por estos señores es incompatible con la creencia o convicción en el Dios creador y personal que plantea la Biblia.
Temo que quien sostiene tener ancestros simiescos -además de creer que afirma una genialidad- o niega la necesidad de una individualidad (de un creador) para existir el universo, como proclama el Big Bang, en el fondo anida baja autoestima aunque con su conducta y palabras pretenda demostrar lo contrario. Este tipo de conflicto se da muy inconscientemente. Si creo que soy el producto (¡milagro!) evolutivo de una célula “simple”, pasando por una especie de simio o de cualquier otra bestia, es -para decirlo de manera elegante- considerar que soy un animal, y como tal deben tratarme. ¿Será coincidencia que criminales en masa consideren a sus víctimas simples animales y/o computadores portátiles?
¿Qué te parecen estas palabras? Somos criaturas muy insignificantes en un planeta tan pequeño que se mueve en medio de un universo tan vasto donde existen millones de galaxias. De manera que es increíble creer que un Dios se interesara por nosotros o al menos notara nuestra existencia. Esto lo manifestó Stephen Hawking a la BBC. (32)
¡Qué bajo concepto tiene Hawking de Dios y qué desgaste de energía tratando de minimizarlo al punto de reducirlo prácticamente a nada! En general, una persona con este tipo de concepción en cuanto a Dios y la vida es presa fácil de hondos periodos depresivos y tendencias suicidas, tal cual analizaremos en el capítulo siguiente. Por desgracia, el pensamiento relativista y fatalista del darwinismo ha imperado desde la publicación de El origen de las especies.
Otro con una cosmovisión pesimista es el tristemente célebre Bertrand Russell, quien aseveraba: “A menos que se dé por hecho la existencia de Dios, la búsqueda del propósito de vivir no tiene sentido”. En algo tiene razón el filósofo; sin Dios la vida no tiene sentido. Pero nota que él da “por hecho” (para usar sus propias palabras) que no hay Dios. Otros “matan” a Dios como Nietzsche. Los crédulos del mito transformista creen que Darwin “mató” a Dios. Obvio, lo hizo en las conciencias anímicas de aquellos que así lo han querido.
El grave peligro de este tipo de cosmovisión pesimista y atea es que moldea (y hasta determina en no pocos) la posición existencial y filosofía de vida. Si el universo no ha sido creado y la vida inteligente surgió por casualidad y Dios no existe, entonces la vida no tiene sentido; nada tiene significado, pues somos seres intrascendentes; el triste resultado del azar y la casualidad. La moralidad y la religión pudieran ser eventualmente funcionales, pero no son, en realidad, imprescindibles. Podríamos decir lacónicamente: “Comamos y bebamos, porque mañana moriremos”. ¿Por qué crees que la mayor parte de filósofos (incluidos científicos filósofos) del pasado y del presente han sido y son extremadamente fatalistas y pesimistas? Es debido a su modo de ver el universo y la vida, surgido de una infancia, niñez o adolescencia desgraciada o impregnada con el pensamiento infausto y desesperanzado de los padres.
Pero si el universo ha sido creado y somos criaturas de un Ser amoroso que a pesar de nuestra incredulidad y condición de pecadores nos ama sobre todas las cosas, entonces debe haber algo más allá de los confines del universo y después de la muerte física. Para los que aman a Dios hay buenas nuevas pues les esperan “cosas que ningún ojo ha visto, ni el oído oyó, ni han subido al corazón del hombre [...]”. (1ra Corintios 2: 9) La vida no es solo lo que hasta ahora conocemos. (El tema lo tocamos en A propósito de eutanasia...) Y la ciudadanía real del cristiano está en los cielos. (Filipenses 3: 20)
Mientras tipos pesimistas como Hawking (a quien muchos llaman genio; puede que naturalmente lo sea, pero en cuanto a su concepción de Dios peca de necio) ven solo nubarrones y nada especial en el universo y el ser humano, el genetista molecular Michael Denton cree lo contrario:

Toda la evidencia disponible en las ciencias biológicas apoya una propuesta principal [...] que el cosmos es un todo especialmente diseñado con formas de vida y que el ser humano es su razón y meta fundamental, un todo en el cual todas las facetas de la realidad tienen su sentido y explicación en este hecho central. (33)

¡Gracias a Dios los llamados genios del mundo y los que ganan el Nobel son falibles y no todo el mundo les para bolas! ¿Puedes imaginarte lo terrorífico que fuese si Hawking, Russell, Nietzsche y demás profetas de mal agüero tuvieran razón o que todos tuviéramos tal visión del mundo y la vida? La vida en la Tierra sería peor. Viviéramos en un mundo kafkiano y dantesco.
En realidad, no recomiendo a nadie depresivo o con tendencia a la autoflagelación y el suicidio leer escritos y libros de filósofos relativistas y pesimistas ni consultar obras de fanáticos racionalistas y cientificistas fatalistas, pues le harán más daño que bien por la lúgubre manera de interpretar el mundo y la vida de esos personajes.
Rick Warren lo explica de esta manera en Una vida con propósito ( The Purpose Driven Life), Editorial Vida: Estados Unidos, 2003:

Si no hubiera Dios, todos seríamos unos “accidentes”, el resultado fortuito de una lotería astronómica [eso ya no lo creen ni los astrofísicos ni cosmólogos modernos] en el universo. Dejarías de leer este libro porque la vida carecería de sentido, de propósito o de significado. No habría bien ni mal [así pensaba Nietzsche en el siglo XIX y siguen creyendo muchos en el XXI], ni esperanza más allá de tus pocos años en la Tierra.
Pero hay un Dios que te creó por un motivo, ¡y tu vida tiene una profunda razón de ser! Encontramos el sentido y el propósito [“voluntad de sentido”, lo llama V. E. Frankl] solo cuando tomamos a Dios como punto de partida en nuestras vidas. [En los campos de concentración nazi, Frankl nota que quien camina de espaldas a Dios desprecia la vida y tiene en poco al prójimo] (34) (Las negritas son mías)

En su libro Dying Life: Near-Death Experiencies Susan Blackmore escribe:

El problema con la [teoría de la] evolución es, y siempre ha sido, que deja poco espacio para un gran propósito de la vida o para un alma individual... La idea [basada en evidencias reales] de que Dios nos creó para un propósito especial es más aceptable [lógica y científica] que la idea [mitológica] de que llegamos aquí por los caprichos “del azar la y la necesidad [de ser]”, como afirma el biólogo francés Jacques Monod, aunque no hay evidencia para decirlo y no contribuye en nada a la comprensión de la naturaleza del mundo viviente. Y la gente luchará, e incluso morirá, por las ideas que más le gustan [y dan solaz a su alma].

Blackmore añade:

La idea del sinsentido puede ser demasiado horrible de aceptar, y haremos lo posible por inventar algo más sustancial a lo cual podamos asirnos. “¡Si veo a través de esto, es porque debe haber algo más!”. Creo que todos estos intentos desconocen una verdad aterradora: que no hay nada sustancial de qué asirse –ni siquiera uno mismo. (35) [Las negritas son mías]

Tres comentarios más al respecto: (a) Como dijera Voltaire, “si Dios no existiera, tendríamos que inventarlo” con el fin de hallar un sentido imperecedero que trascienda la vida misma; (b) Blackmore yerra al pensar que “no hay nada sustancial de qué asirse”, puesto que múltiples evidencias científicas y experiencias espirituales demuestran lo contrario; (c) Si investigáramos la vida de aquellos que creen firmemente en la teoría de la evolución y niegan la existencia de Dios, hallaremos que la mayor parte de ellos viven una vida deshonesta, desgraciada y disoluta. Pues una vida sin sentido impele implacablemente a vivir una vida superficial. En el capítulo siguiente hablaremos más de esto.
Pues bien, la teoría de la evolución no puede explicar el origen de la materia, de la vida y del ser humano sin entrar en contradicciones y violaciones a la ley de la biogénesis, la primera y segunda ley de la termodinámica y el primer postulado del ya mencionado argumento cosmológico Kalam. No puede, de igual manera, explicar los tres grandes eslabones perdidos entre la materia y la nada, entre la vida y la materia inerte, y entre la creación inferior y el ser humano actual. En fin, son muchas las explicaciones que debería dar la hipótesis de la evolución pero todavía no las tiene porque los eslabones perdidos no existen. Tal hipótesis debiera llamarse hipótesis de las lagunas por la cantidad de baches que contiene. Son tantos los agujeros, que en realidad poco es lo científico. De hecho, el único título real de Darwin fue en teología. Esto es, si Darwin era biólogo, yo soy siquiatra. El inglés era un simple observador de la naturaleza como lo soy yo de la conducta humana. Mas ello no nos convierte en profesionales de tales campos.



Veamos el credo (creencias) irracional y anticientífico del evolucionismo y del darwinismo:

· De la nada ha surgido (“brotado”) todo de forma exclusivamente natural
· La materia inerte ha producido vida
· El azar origina precisión
· La aleatoriedad produce alta presión
· El caos produce información
· La inconsciencia produce conciencia
· La irracionalidad da lugar a la razón. (36)

¿De veras creemos todos esos disparates naturalistas disfrazados de ciencia? La hipótesis del naturalismo no solo es irracional y antiteológica, sino incluso anticientífica. Nota que dichos postulados chocan contra las ciencias naturales. Algunos prefieren creer que la vida se originó en otro planeta y fue trasladada al nuestro por extraterrestres (teoría de la panspermia), antes que aceptar la mano de Dios en el origen de la vida. En el desarrollo de este capítulo seguiremos analizando por qué el mito evolutivo es la antítesis de las ciencias convencionales. Con todo, muchos evolucionistas radicales la defienden a ultranza, hasta convertirla en su religión atea. En su fetiche.
Los eruditos sobre encimas Malcom Dixon y E. C. Webb en su obra Encymes (Encimas) sostienen: “Afirmar ligeramente, como algunos, que la vida surge inevitablemente dondequiera que se den condiciones favorables para su existencia, significa demostrar una ignorancia absoluta de los problemas involucrados”. (37)
Aunque lo dudes, eso creen los creyentes evolucionistas al afirmar: “Asombra saber que la aparición natural de seres vivientes en la Tierra tardó miles de millones de años, pero podría conseguirse en tiempo irrisorio bajo condiciones óptimas de laboratorio”. La última parte de esta cita es lo que Dixon y Webb llaman “ignorancia absoluta de los problemas involucrados” en el origen de la vida. Ignorancia arropada con un falso barniz de ciencia. Me asombra la credulidad para aceptar dos suposiciones sin tener ninguna prueba en el laboratorio. ¿Cómo sabe el autor de esta cita que los seres vivos aparecieron naturalmente por obra y gracia de la naturaleza? ¿Es testigo ocular? ¿Consultó alguna fuente de primera mano? ¿Hay pruebas fehacientes de laboratorio? No hay nada de eso. Él parte de la premisa presupuesta de que la creencia evolutiva es un hecho “probado”, y la Naturaleza en este caso debe interpretarse como el Dios de los teístas. Hay quienes son incrédulos cuando no les conviene creer, pero son crédulos cuando les conviene creer.
¿Qué te parece la opinión de estos hombres de ciencia? Llaman ignorantes a ciertos científicos. Tal vez no me creas, pero en no pocos evolucionistas tal situación obstinada, comentada por Dixon y Webb, es dada “[...] con tal de ‘contradecir’ a papá. La lucha de voluntades exterior con los padres terminó hace años, pero sigue viva en mi Niño interior aunque yo tenga noventa años y los viejos estén tres metros bajo tierra”. (38)
Abramos un paréntesis: En sicología es sabido que un trauma (gr. lesión) o conflicto emocional con los padres tiene suprema injerencia en nuestra relación con los demás. Esto es, la tendencia natural es transferir o desplazar emociones y sentimientos irresueltos con nuestros papás a lo que hacemos o a nuestras interrelaciones. Desde luego, todo es inconsciente; ni siquiera nos percatamos. Pero los efectos son igualmente dañinos. Mi tesis es que así como el pensamiento de la mayor parte de escépticos, agnósticos, relativistas, anarquistas, evolucionistas y ateos está envenenado, el de Darwin fue afectado por la relación agridulce con su padre, cuyo deseo era que su hijo fuera ministro religioso; mas el interés de Darwin era otro. Abandonó, primero, medicina, y luego teología a fin de dedicarse a observar la naturaleza. Como hallar una aguja en un pajar, es prácticamente imposible encontrar un pensador radical e intolerante que no haya sido condicionado por una relación infantil o adolescente traumática, o envenenada con prejuicios antirreligiosos. En efecto, quienes se oponen al real diseño del universo y al creacionismo de manera grandilocuente y vociferante lo hacen por razones religiosas. Es decir, por prejuicios y/o conflictos de los cuales hemos hablado. No pasemos por alto que los hombres dedicados a las ciencias convencionales no son máquinas, y sus creencias y/o conflictos determinan la ciencia y conducta de no pocos.
Me duele decirlo, pero verdaderos creyentes en Cristo e incluso muchos hombres y mujeres que sirven a Dios han sido malos padres. Si analizamos la biografía de algunos pensadores y hombres de ciencia del pasado y del presente nos daremos cuenta de que no pocos tuvieron padres religiosos (y ministros ordenados) autoritarios, represivos y abandonantes. Otros, han sido y son cautivos del pensamiento y resentimientos de sus padres escépticos, agnósticos y ateos. Ven la vida por medio de las mismas gafas relativistas, pesimistas y fatalistas de sus progenitores. El resultado ha sido más que evidente: sus hijos han sido o son escépticos, agnósticos o acérrimos ateos proselitistas que patean la Biblia, escupen y maldicen a Jesús y a los cristianos, e irrespetan todo tipo de creencias religiosas ciertas o falsas a través de los medios de comunicación social y libros. Cierro paréntesis.
Alguien dirá: “Los científicos citados hasta ahora están en contra de ciertas afirmaciones de la teoría darvinista. Pero las voces a favor también tienen sus argumentos”. No se trata de argumentos ni de hipótesis y teorías, sino de demostrar las palabras en el laboratorio. Y la mayor parte de las declaraciones de los evolucionistas se quedan en eso: palabras, palabras, palabras, como ya vimos. Parafraseando a J. P. Moreland, diríamos: En las ciencias naturales, solo los hechos probados en el laboratorio son ciencia; todo lo demás es simple creencia u opinión.
Ni en el pensamiento de Darwin ni en el de otros defensores de la teoría de la evolución se nos explica (mucho menos se demuestra) qué ocurrió para que los elementos químicos que estaban en la famosa sopa originaria o pre-biótica se combinaran de tal manera que surgiera la vida que evolucionó hasta formar el humano actual, minando la tesis de aquellos furibundos defensores de la Hipótesis que, como Mayr, Dawkins y otros defienden la pretendida evolución de las especies.
Asimismo, en realidad el mito de la evolución no es una teoría científica sino metafísica y tautológica (repite la misma idea pero con otras palabras: argumentando en círculo intenta demostrar la validez del mito. Toda resistencia a la teoría deberá ser explicada a la luz del mito transformista. Si sales del círculo vicioso, no eres científico y serás hostigado y perseguido como lo manifestara en el capítulo 1 el filósofo de la ciencia Stephen C. Meyer), como bien la definió Popper. No obstante, ello no es problema para quienes la aceptan creyendo acoger gran genialidad.
Después de más de 40 años tratando de hallar pruebas para demostrar la hipótesis de la evolución y no hallar nada, el científico Heribert Nillson expresó: “¡La idea de la evolución se apoya en pura creencia!”. Comparable a quien acepta el creacionismo. Sin embargo, no me cansaré de manifestar que para creer la hipótesis de la evolución necesito fe ciega, no la fe bíblica fundada en realidades y en los más recientes descubrimientos científicos que requiero para creer y aceptar los hechos del creacionismo.
Ojo, dije hechos, no especulaciones. Pero, los evolucionistas suelen manifestar: “No me confundas con hechos; yo ya tengo mi criterio formado”. Algo similar manifestó una profesora de biología al comentarle los más recientes descubrimientos contra el transformismo de la evolución. Sus palabras fueron: “No me va a convencer.” ¿Quién puede convencer una mente predispuesta? ¡Solo Dios!
Otro profesor de biología (partidario del evolucionismo teísta) me aseguró que creer en la evolución es como quien cree en Dios. Se trata de pura creencia. Tú decides qué creer. Aunque la creencia en Dios no es tan sencilla como veremos en el capítulo 4, en algo tiene razón el educador: ni la supuesta evolución ni el creacionismo pueden probarse porque pretenden explicar un hecho del pasado. Y todos los hechos históricos son únicos e irrepetibles, y el método científico de las ciencias naturales es inoperante para tal propósito.
En la Introducción de El origen de las especies -edición 1971- el biólogo inglés L. Harrison Matthews escribió de la manera siguiente:

La [teoría de la] evolución es la columna fundamental de la biología; por esa razón, la biología está en la peculiar posición de ser una ciencia fundamentada en una teoría no probada -¿es entonces, ciencia [natural] o fe [ciega]? En este sentido, creer en la teoría de la evolución es exactamente paralelo a creer en la creación- ambos son conceptos cuyos seguidores saben [por lo menos los creacionistas lo sabemos, no así los evolucionistas, pues solo creen por no tener reales evidencias científicas] que son verdad, pero ninguno, hasta el momento, ha podido ser probado. [Las evidencias en cuanto a Dios no pueden ser probadas por medio del método científico convencional, pero hay suficientes pruebas de un real diseño en el universo y la vida] (39) (Las negritas son mías)

¿Puedes imaginar el escozor que provocaron las palabras de Matthews? ¿Cómo fue posible que escribiera la Introducción de esa edición del libro “sagrado” de los evolucionistas? Bueno, desde la misma aparición del libro de Darwin empezó a ser cuestionado. El fanático de la evolución no es capaz de soportar semejante cantidad de honestidad. Que tales afirmaciones las haga o escriba un teólogo o un periodista religioso como yo no es gran cosa para los “portadores” de la verdad de las ciencias naturales. Pero que lo asevere uno de ellos es algo muy diferente.
¿Ves? Un evolucionista admite que el pretendido hecho científico es solo creencia y tampoco es un hecho científico probado como alegan muchos. ¡Ciencia, cómo engañan muchos en tu nombre! ¡Dios, cómo embaucan unos y matan otros en “tu” Nombre!
A mi interlocutor de biología también le contesté que los más recientes descubrimientos científicos apuntan al creacionismo, no al evolucionismo teísta ni mucho menos al darvinismo sin Dios del que hacen gala los darvinistas ateos proselitistas. Le planteé además mi malestar por la mala fe de algunos autores y editores de textos de biología de secundaria y universitarios que aún persisten en enseñar varias de las ya desprestigiadas evidencias y símbolos del darwinismo. ¿Qué decir de educadores y canales de televisión que aún se empeñan en enseñar como reales probados fraudes evolucionistas? De hecho, los medios han contribuido a la difusión del mito evolutivo.
Al decir del escritor y apologista cristiano J. W. Montgomery, diríamos que los fanáticos evolucionistas ignoran que si nos asimos a paradigmas con suficiente obcecación, los hechos no tendrán validez alguna. Seremos capaces de crear un mundo propio (un universo propio; “una burbuja sicótica”, dirían otros), divorciado de la realidad e imposibilitado de hacer contacto con el mundo real, tal cual se lo inventa el sicótico.
Pues bien, toda teoría científica debe ser susceptible de verificación. Y las aseveraciones de la teoría de la evolución no pueden ser verificables ni desmentidas a través del método científico por no ser científica sino metafísica, tal como asevera Popper.
Popper sostiene además que la mayor exigencia de verificación en la experiencia no solamente eliminaría las afirmaciones metafísicas (de las cuales la evolución está atiborrada), sino que también aniquilaría las hipótesis empiristas y con ello el conocimiento científico de las ciencias naturales; dado que la mayoría de postulados científicos no son verificables empíricamente. Tocaría, por tanto, rechazarlos como afirmaciones sin sentido. (40)
Con todo, tengamos en cuenta que el inductivismo ingenuo ha sido y es enemigo de las ciencias naturales por su extremado énfasis en la observación particular como fuente del conocimiento científico y porque según esta posición tal conocimiento solo deriva de los hechos de la experiencia adquiridos mediante la observación y la experimentación. (Para una lectura complementaria al respecto, consúltese ¿Qué es esa cosa llamada ciencia?, de Alan F. Chalmers, Siglo XXI de España Editores, S. A., 1989, y obras afines)
La ley de la biogénesis refutó la generación espontánea de los evolucionistas que afirman que la vida emerge espontáneamente de una materia inorgánica en decadencia. Desatino que defienden los darvinistas basados en superficiales observaciones que realizaran en muchos descubrimientos “interesantes” como el de que la mosca de la fruta proviene de la cáscara del plátano; el gusano, de carne descompuesta; las abejas, de ganado muerto.
Serias investigaciones realizadas por Francesco Redi (1688), Lazzaro Spallanzani (1780), Louis Pasteur (1860) y Rudolf Virchow (1858) comprobaron que cuando la materia fue preestablecida y herméticamente sellada para evitar una posible contaminación biológica, no surgió vida; prueba irrefutable de que de la generación espontánea no surge vida alguna. El alemán Virchow documentó que las células no surgen de la materia amorfa, sino solo de células preexistentes (“omnis cellula e cellula”). Complementado tal descubrimiento con el del galo Pasteur de que toda cosa viviente surge de una cosa viva preexistente (“omne vivum e vivo”). En pocas palabras, los “interesantes” descubrimientos de los evolucionistas eran, como otras veces, fraudes.
En octubre de 2007, J. Craig Venter anunció haber creado un cromosoma sintético que podría llevar a la creación de la primera nueva forma de vida artificial en el planeta. Ojo con palabras como “podría”. Es decir, a la fecha, es una especulación, no un hecho. Pero -como en otros casos- se ha exagerado el avance naturalista. Veamos: si investigamos más al respecto del logro de Venter, nos percatamos que la secuencia del ADN del cromosoma sintético se basa en la bacteria Micoplasma (produce neumonía atípica) y han trasplantado dicho cromosoma a una célula bacteriana viva, y en la fase final del proceso se espera que el cromosoma sintético controle dicha célula para convertirse en una nueva forma de vida.
Por su parte, Hamilton Smith ha creado el genoma sintético que ha llamado M. genitalium JCV-1.0, que contiene cada uno de los genes de la bacteria conocida como M. genitalium G37. Dicho de otra manera, lo que Venter y Smith han logrado o puedan alcanzar ha partido de un ser vivo preexistente, no de la nada ni de material inorgánico, puesto que la vida no surge de la nada. Ni el universo “brotó” de la nada absoluta.
No perdamos de vista que los investigadores y científicos naturalistas también abrigan creencias y esperanzas. Pero los fanáticos racionalistas y los cientificistas critican amargamente nuestras convicciones y creencias. ¿Será porque sus creencias son ciencias pero las nuestras son supersticiones? Eso es lo que ellos creen. Muchos nos catalogan “creyentes”, pero ellos se autodenominan “científicos”. Lo nuestro es “religión”, “metafísica”, “misticismo”, “no querer saber la verdad”. Mas las creencias de ellos son ciencias, investigaciones, hechos científicos. ¡Pamplinas! Ellos y nosotros tenemos creencias; por tanto, los dos bandos son creyentes.
Lo peor de todo es que algunos investigadores son fundadores, dueños, responsables o accionistas de empresas e institutos biotecnológicos y en ocasiones ponen más levadura de la necesaria para inflar sus descubrimientos y avances naturalistas con el fin de promover el valor de sus acciones en la Bolsa. (¡Poderoso caballero es don dinero!) Así surgen informaciones sensacionalistas que después de lograr el efecto económico deseado suelen ser desmentidas en el camino. Pero... ya el daño se hizo y muchos se tragaron el cetáceo de 30 metros con toda y caña. Y... los medios y colegas muy poco registran los fraudes y desmentidos, pasando inadvertidos. Si los publican, lo hacen en un “rincón” del diario y sin bombos y platillos, contrastando con las trompetas, saxofón, cítara y flautas con que se publicitó la media verdad o engaño.
Un ejemplo sería el de la información sobre “la enzima de la inmortalidad” aparecida en los diarios, basándose en un artículo de la revista Science de enero de 1998. En la “noticia” se aseguraba que una enzima permitiría alargar la vida hasta 150 años. Ello permitió el enriquecimiento de Geron Corporation, patrocinador de la campaña engañosa. En un solo día Geron y sus accionistas ganaron más del 50 por ciento de sus acciones en la Bolsa. Días después, cuando se hizo el desmentido, las acciones volvieron a bajar, mas la popularidad de Geron ya estaba creada y los inescrupulosos inversores que compraron y vendieron a tiempo se enriquecieron. En fin, mucho es el sensacionalismo con fines lucrativos detrás de no pocos falsos o reales avances naturalistas. No olvidemos que Feyerabend advirtió sobre la dictadura de los que se creen dueños y portadores de la verdad de las ciencias naturales.
Sigamos con la hipotética generación espontánea. Lo nefasto es que los científicos y docentes evolucionistas enseñan a sus estudiantes, primero, la importancia de la refutación a la generación espontánea. Empero, después, adoctrinan a sus estudiantes (como lo hiciera una secta religiosa; no olvidemos, para muchos el mito de la evolución es una religión) el “hecho irrebatible y probado” de que la generación espontánea fue el medio evolutivo a través del cual surgió la vida. ¿En qué quedamos? ¿Es María o Sofía? ¿Hasta cuándo el lavado de cerebro? ¿Hasta cuándo la incoherencia?
Por otra parte, Termo I afirma que nadie puede crear o destruir energía. Siempre hay, siempre hubo y quizá siempre habrá la misma cantidad de energía, esto es, un cien por ciento... No nos preocupamos de donde vino; solo la utilizamos. En pocas palabras, la energía no puede crearse o destruirse, solo transformarse de una forma a otra. Esta primera ley también se llama ley de la conservación de la energía. (41)
Harold Hill escribe que la evolución, en contradicción a la segunda ley de la Termodinámica, nos dice (sin explicarnos “de dónde provino la vida no inteligente que proveyó los ingredientes o materia prima para empezarlo todo”) que todo empezó hace alrededor de cuatro mil y medio millones de años, cuando una pequeña célula simple (no hay tal célula simple, pues “la célula conforma uno de los más complejos mecanismos que uno se pueda imaginar”, aunque sea una célula procariota) se movía en un pantano y de ahí el pequeño protozoario empezó a desplazarse de un sitio a otro hasta que con el correr del tiempo le salieron tumoraciones y protuberancias. Luego se transforma en lagarto, más tarde en mono, hasta llegar a ser hombre. (42)
¿Qué te parece? Por enésima vez confieso que necesito fe ciega para creer eso, no la fe alimentada por hechos ocurridos en tiempo y espacio reales que me enseña el creacionismo en cuanto al origen del ser humano, la Tierra y el universo. ¿De dónde salieron la “célula simple” y la sopa pre-biótica? ¿Quién las creó? No me digan que Dios nos empezó a formar a partir de ese menjurje porque sería ver a Dios maniatado por la casualidad y la naturaleza. Subordinado al azar. Y pudiera ser catalogado como una especie de alquimista o chef internacional. Ese no es el Dios que presenta la Biblia.
Sigamos: Termo II o ley de la transformación de energía dice que “todo cuanto hagamos provoca un disturbio”. Literalmente, la ley afirma: “Es imposible construir una máquina que, funcionando de manera continua, no produzca otro efecto que la extracción de calor de una fuente y la realización de una cantidad equivalente de trabajo”. Esta ley también se conoce como ley del desorden progresivo porque todo lo desordena y desparrama como un niño de dos años de edad. “Termo II hubiera borrado del mapa al pequeño Proto en poco tiempo, porque la entropía garantiza de manera absoluta que todo aquello menos de lo más simple se transforma en nada”. (43)
Para ahondar, cito la obra Evolución, Termodinámica y Entropía de Henry Morris, citada por Hill:

La primera ley [de la Termodinámica] es en sí misma, un poderoso testimonio contra la evolución, ya que entraña una condición básica de estabilidad en el universo... Sin embargo, es la segunda ley la que da por tierra con la teoría de la evolución. Existe un proceso universal de cambio, y existe un cambio direccional, pero no es un cambio positivo hacia delante... Toda transformación de energía que ocurre naturalmente se acompaña en alguna parte, por una pérdida en la disponibilidad de energía para la futura ejecución de la obra. [Algunos evolucionista intentan invalidar el argumento creacionista que se apoya en la primera y segunda ley de la termodinámica arguyendo que los principios no son aplicables. Claro, las leyes son aplicables cuando les conviene]
En este caso la entropía puede expresarse matemáticamente en términos de un total e irreversible flujo de calor. Expresa cuantitativamente la cantidad de energía en un proceso de conversión de energía que se torna inaprovechable para un futuro trabajo. Para que pueda realizarse un trabajo, la energía disponible debe ‘fluir’ de un nivel superior a un nivel inferior. Cuando alcanza su más bajo nivel de energía aún existe, pero ha perdido su capacidad de realizar un trabajo. El calor fluye naturalmente cuando lo hace de un cuerpo caliente a un cuerpo frío, pero no a la inversa, es decir, de un cuerpo frío a un cuerpo caliente.
Por esta razón -agrega Morris- ningún proceso puede ser ciento por ciento eficiente, con toda la energía disponible convertida en trabajo. Una parte se gasta para evitar la fricción y será degradada en energía de calor no recuperable, que finalmente será irradiada al espacio y dispersada. Por la misma razón es imposible que exista una máquina de movimiento perpetuo autopropulsado.
Y si, como acabamos de ver, todo el universo físico es energía en alguna forma, y puesto que en todo proceso se torna inaprovechable cierta energía, resulta obvio que en esta última instancia toda la energía en el universo será energía inaprovechable, si los procesos actuales se mantienen sin modificación por un período suficientemente prolongado. Cuando ocurra es de presumir que todas las diversas formas de energía en el universo se habrían convertido gradualmente... en energía calórica uniformemente (es decir, sin orden ni concierto) dispersa. Todo estará a la misma baja temperatura. No habrá ‘diferenciales’ de niveles energéticos, de ahí que no habrá tampoco ‘gradientes’ de energía para inducir su flujo. Será imposible realizar ningún trabajo y el universo alcanzará lo que los físicos denominan su ‘muerte calórica’ final.
Así, pues, la segunda ley prueba, con la certeza con que la ciencia puede probar [casi] cualquier cosa [del mundo físico], que el universo tuvo un comienzo [como lo ha demostrado la teoría de la Gran Explosión]. De manera similar, la primera ley demuestra que el universo no pudo empezar por sí solo [igual lo ha demostrado la teoría de la Gran Explosión]. La cantidad total de energía del universo es una constante, pero la cantidad de energía asequible está disminuyendo. Por tanto, al retroceder en el tiempo, la energía asequible o aprovechable hubiera sido progresivamente mayor hasta que, finalmente, alcanzaríamos el punto inicial, donde la energía disponible era igual a la energía total. Imposible retroceder más en el tiempo que ese momento. Y es en este punto que tanto la energía como el tiempo iniciaron su existencia. Y ya que la energía no puede crearse a sí misma, la conclusión más científica y más lógica [a pesar del postulado en universidades y laboratorios de que ninguna hipótesis o teoría que conduzca a Dios y lo sobrenatural puede ser considerada científica] a la que podemos arribar es que: ‘En el principio creó Dios los cielos y la Tierra [Génesis 1: 1]’. (44) (Usado con permiso) (Las negritas son mías)

Morris pone al descubierto lo que científicos fanáticos del materialismo afirman a ultranza todavía en el siglo XXI en cuanto a la teoría de la evolución. Para ellos no importa que leyes científicas no soporten sus deseos materialistas. Basta tener un deseo, aunque sea acientífico e irracional. El físico Edward Kolb lo expresa de esta manera: “Lo más fácil para la ciencia [convencional] es encontrar lo que usted busca”. Eso lo vimos en el capítulo 1. Y san Pablo nos exhorta evitar “las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia [conocimiento]”. (1ra Timoteo 6: 20)
Más, Dios tampoco necesitó que la “evolución” lo ayudara a crear el universo, la Tierra y la vida inteligente. Hay gentes que aseguran creer en Dios (entre ellos ministros y grupos religiosos), pero enseñan que la “evolución” ayudó a Dios a crear el universo y al humano. ¡La gran flauta! El dios de ellos está limitado. Ese no es el Dios que revela la Biblia desde Génesis hasta Apocalipsis. Ese no es Dios, sino un dios, un ídolo. Ese es el dios de los que como Hawking preguntan infantilmente quién creó a Dios. El Dios de la Biblia tiene existencia propia. No depende de fuerzas o energías externas para existir ni pide permiso a las leyes físicas que Él creó para moverse en el universo físico, pues Él trasciende lo físico por ser sobrenatural. Si no lo entiendo, es debido a mi finitud craneal. Si no lo quiero aceptar y creer, es un problema de incredulidad; mas ninguno de esos inconvenientes míos desvirtúan las verdades teologales acerca de Dios. Ojo, ¿si no entendemos al Jesús de los evangelios, que se hizo hombre finito, cómo pretendemos entender al infinito Dios de los cielos, Padre de Jesús que creó el universo y la vida inteligente en la Tierra? Por lo visto, algo anda mal en muchos.
Mi Dios hizo los cielos y la Tierra y todo lo demás en seis días calendario. ¿Imposible? ¡Sí, para mí lo es! Para Él es como tomarse un vaso de agua helada. ¿Sabes qué? Dios pudo hacer el universo en cuestión de milésimas de segundo pero lo hizo en seis días porque es Dios de orden.
Por supuesto, hay quienes tratan de explicar que la segunda ley de la termodinámica...

No se aplica al problema, pues la Tierra es un sistema “abierto” [es abierto cuando les conviene]. La termodinámica se desarrolló usando sistemas mecánicos y químicos a los que se les impidió ganar o perder energía con relación al mundo exterior. [No me digas] La Tierra recibe energía del Sol todo el tiempo y por eso se afirma que la evolución química de la vida pudo ocurrir. [¿De dónde salieron o quién creó la Tierra y el Sol? ¿De dónde rayos salieron los químicos de la sopita pre-biótica? Ya vimos que la vida no surge de la materia inerte ni de la nada absoluta. Y, en el hipotético y remoto caso de que surgiera, sería un tipo de vida primitivo, no la vida compleja como la conocemos hoy]
La revista Time, al criticar la posición creacionista con respecto a esta ley, dice: ‘En 1977, Ilya Prigogine, profesor ruso de la Universidad Libre de Bruselas, ganó el premio Nobel de Química, al probar que la segunda ley de la termodinámica no se aplica a sistemas ‘abiertos’ tales como las criaturas vivas pueden adquirir energía nueva. Las plantas crecen sanas por la asimilación de energía solar, aunque el Sol, la fuente de la energía del sistema solar, se está consumiendo lentamente’.
La obra de Prigogine se aplica solamente a los sistemas vivos en su estructura actual. La fotosíntesis es el proceso por el cual la planta captura la energía solar y la almacena en forma de enlaces químicos. Cuando comemos las plantas, nuestro cuerpo utiliza la energía acumulada para crecer más y para mantener el tipo de estructura corporal actual. El cloroplasto es el motor que recoge la energía solar y la orienta hacia un trabajo útil. La combustión de gasolina en sí no produce trabajo útil a menos que haya un mecanismo que dirija la energía con tal fin, como el motor de un automóvil.
Sin embargo, al referirnos al origen químico que tiene la vida, estamos hablando de un tiempo anterior a la formación del cloroplasto; antes que hubiera un mecanismo que fuera capaz de capturar, almacenar y dirigir la energía procedente del Sol hacia la fabricación de los compuestos químicos complejos. No importa si la Tierra es un sistema ‘abierto’ o ‘cerrado’, puesto que, sin el mecanismo director de la energía, la evolución química de la vida no puede usar la energía solar.
Así que, en cuanto a las sustancias químicas, bien podría estar en un sistema cerrado, rodeado de energía solar, pero sin un sistema para usarla. Es como estar en una balsa en el océano y sin agua fresca y potable. Hay agua en todas partes, pero no se puede tomar.
George Wald afirma:
‘Lo que pedimos aquí es la síntesis de moléculas orgánicas sin esa máquina. Creo que éste es el problema más duro que confrontamos; el eslabón más débil de nuestro argumento en la actualidad. De ningún modo creo que sea desastroso, pero necesita de fenómenos y fuerzas, algunos de los cuales sólo se entienden parcialmente ahora y otros probablemente todavía estén por descubrirse’.

Aunque sea un sistema ‘abierto’, McDowell asegura que Prigogine tenía sus dudas acerca del origen de la vida. Y lo cita:

‘El caso es que en un sistema no aislado existe la posibilidad de formación de estructuras ordenadas de baja entropía a temperaturas suficientemente bajas. Este principio ordenador es responsable de la aparición de estructuras como los cristales, y también los fenómenos de fase’.
‘Lamentablemente este principio no puede explicar la formación de las estructuras biológicas. La probabilidad de que, a temperaturas ordinarias, un número macroscópico de moléculas se reúna para hacer surgir las estructuras altamente ordenadas y las funciones coordinadas que caracterizan a los seres vivos, es infinitesimal. La idea de la génesis espontánea de la vida en la forma actual es por consiguiente muy improbable, aun a la escala de los millares de millones de años durante los cuales ocurrió la pre-biótica’. (Las negritas son mías)

McDowell agrega:

Con esto quiere decir [Prigogine] que espera que sus estudios puedan algún día llevar a la solución del problema del origen de la vida a partir de la no-vida. Pero reconoce que estamos muy lejos de tal solución. Demostró que en ciertos sistemas líquidos, un ambiente muy ‘disipador’ podría generar cierto tipo de ‘estructura’ en una esquina de ese ambiente (como las burbujas de una cafetera que se caliente rápidamente. Sin embargo, esto se ha sabido por mucho tiempo y de ninguna manera prueba que los sistemas vivos puedan surgir de los sistemas no-vivos al colocarlos en un medio de energía de disipación rápida. [Ya esto lo vimos en los experimentos de Pasteur et al]
El verdadero conflicto entre la evolución y la segunda ley de la termodinámica (tanto en los sistemas abiertos como en los cerrados) está muy lejos de ser resueltos. Aunque fuera resuelto en el futuro el modelo de la evolución todavía no sería tan bueno como el de la creación. Esto es, la teoría de la evolución tal vez podría algún día ‘explicar’ la segunda ley de la termodinámica en su propio contexto, pero es la teoría creacionista la que predice. (45) (Usado con permiso)

Sobre los ejemplos de Prigogine de las gotas de lluvia y copos de nieve que intentan explicar orden a partir del caos, el astrofísico Hugh Ross afirma que los ejemplos en cuestión “exhiben incrementos de orden pero sin incrementos significativos en el contenido de información. Los procesos naturales solos no pueden explicar el nivel excepcionalmente alto de diseño [real] y de contenido de información en los organismos vivos o en la estructura del universo que hace que la vida sea posible”. (46) (La negrita es mía)
En realidad, la idea de que el orden puede surgir del caos fue propuesta primero por el filósofo escéptico Hume, y revivida por el científico filosófico Prigogine en su obra El orden a partir del caos (Order out of Chaos).
Otro científico crítico de la tesis de Prigogine es el bioquímico Michael J. Behe, que afirma:

Así como la selección natural explica algunas cosas, la autoorganización [propuesta por Prigogine] explica ciertas cosas también. La controversia surge cuando se utilizan para explicar cosas complejas o para explicar todo [tal como hacen los reduccionistas materialistas]. Es verdad que si quitas el tapón de tu tina de baño, el agua forma un pequeño remolino. Eso es autoorganización: el agua se mueve de una manera organizada en la que no se encontraba antes. Los tornados se organizan a sí mismos. Si combinas sustancias químicas de cierta manera, lo que obtienes es un sistema que actúa como un reloj. Se volverá azul; cinco segundos después, incoloro; y oscilará entre uno y otro. Por tanto, es claro que existe algo como la autoorganización.
La pregunta es la siguiente: ¿Puede eso explicar fenómenos más complejos? ¿Puede explicar el código genético? Los científicos que tratan de resolver el acertijo del origen de la vida han explorado las propiedades autoorganizativas durante décadas. Sin embargo, hoy están más confundidos acerca del origen de la vida que hace cincuenta años. No han logrado proveer ninguna explicación [razonable; mucho menos científica] para la forma en la que la autoorganización podría dar cuenta de algo tan complejo como el primer organismo primitivo vivo. (47)

Ya lo dijimos, los que se oponen al diseño real en el universo y la vida inteligente faltan a las ciencias naturales puesto que la mayor parte de sus postulados o teorías son indemostrables en el laboratorio. En pocas palabras, solo filosofan. Pero, quienes lo ignoran o no lo quieren ver creen a pie juntillas todo lo que estos señores dicen o escriben.
Las publicaciones de grupos anticreacionistas como el National Center for Science afirman dogmática y reiteradamente que la ciencia natural está “basada en lo empírico y es necesariamente materialista; los milagros no deben ser permitidos”, y “cualquier teoría con un fundamento sobrenatural no es científica”. ¿Te das cuenta del dogmatismo pérfido de estos señores? Ojo, estos no son fanáticos religiosos de culto sectario, sino gentes de las ciencias naturales. Como dice mi abuela, “en todas partes se cuecen habas”.
Pues bien, debido a que los argumentos de diseño real de los creacionistas y lo que sostiene la Biblia comprenden intervención sobrenatural, deben ser ignorados justificadamente porque “no pueden ser considerados científicos”. ¿Será que te acuerdas de lo citado allá en el capítulo 1 cuando digo que hay quienes creen que las historias bíblicas se tambalean con solo aplicarles raciocinio? Quien así habla es partidario del racionalismo cientificista. En esa misma línea, me topé con esta otra joya cientificista: “la teología cristiana cuenta historias bonitas, pero estas no tienen el valor de hechos y tampoco el de verdades”. ¿Qué tal? Para empezar, la teología cristiana no cuenta nada. Solo estudia e interpreta los hechos del Evangelio. Es la Historia -en este caso religiosa- la que registra los hechos evangélicos. O no se dan cuenta cómo escriben o no saben lo que escriben. Más, ¿cómo es posible que la Biblia cuente o registre historias que no tengan ningún valor de hechos y verdades? Que sepa, todo hecho realmente histórico tiene un valor intrínseco, mas si se trata de valores eternos y universales como los del Evangelio. Pregunto: ¿Es historia o historieta lo que dice la Biblia? Hasta el día de hoy, la arqueología e historia en su afán de saber si la Biblia dice la verdad únicamente han confirmado mucho de lo que ella narra. En ningún momento han podido rebatir nada ni han hallado inexactitudes históricas. Pues bien, si algo ha ocurrido en tiempo y espacio reales es un hecho innegable; que se interprete de múltiples maneras o yo no lo quiera reconocer como verdad o aplicar a mi vida es harina de otro costal. Los fanáticos racionalistas y los cientificistas están convencidos de que los hechos registrados en la Biblia carecen de valor científico por “no” cumplir con los requisitos del método científico convencional. ¡Error! Mil veces ¡error! Arriba observamos que toda verdad no puede ser demostrada por tal método por sus propias limitaciones. En el capítulo 1 hemos manifestado que la experiencia espiritual con el resucitado Cristo histórico cumple con tales requisitos y en el capítulo 4 veremos que la fe bíblica no se basa en suposiciones, mitos, supersticiones ni tonterías. Está fundamentada en ¡hechos! En sucesos reales ocurridos en lugar y tiempo reales. Hay quienes para no creer o justificar su rechazo al Evangelio inventan argumentos que ni ellos entienden.
Al comentar acerca de la posición naturalista en cuanto a Dios y los milagros, el científico cristiano Hugh Ross escribe:

Afirmar que la ciencia [convencional] y la teología [científica] son mutuamente excluyentes puede ser conveniente para los materialistas que no están dispuestos a defender su filosofía, pero es insostenible. La ciencia [convencional] raramente es religiosamente neutral. Del mismo modo, la fe religiosa raramente es científicamente neutral. Tanto la ciencia [convencional] como la teología [científica] tratan frecuentemente con causa y efecto y con procesos de desarrollo en el mundo natural. Tanto la ciencia [natural] como la teología [científica] tratan con el origen del universo, del sistema solar, de la vida y de la humanidad.
Cuando se trata de las causas -agrega Ross-, los procesos de desarrollo y los orígenes, existen siempre dos posibilidades naturales: natural o sobrenatural. Insistir dogmáticamente que nunca deben considerarse respuestas sobrenaturales equivale a decir que todos los seres humanos sigan una sola religión, la del materialismo ateo. Encuentro irónico que, en nombre de la libertad religiosa, ciertos proponentes de la educación científica insisten en librar a nuestras instituciones de enseñanza e investigación de cualquier fe que se atreva a competir con la suya. (48)

Las palabras de Ross son profundamente acertadas. Los cientificistas quieren que la fe en Dios se quite para poner su dios y su patrón. Desdeñan las creencias religiosas pero propugnan las creencias en su religión materialista y atea. Actúan como la canción que dice: “Quítate tú pa' poneme yo”.
En cuanto a las teorías disipativas de Prigogine, debe señalarse que han sido más famosas entre el hombre de a pie que entre sus colegas. En la segunda mitad de los ochenta, al físico ruso se lo comparó con Newton, mas sus colegas especializados en el estudio del caos que conocen bien la obra de Prigogine no compartían esa opinión.
El periodista especializado en temas científicos John Horgan escribe así de Prigogine:

[Sus] colegas lo acusan de ser arrogante y darse autobombo. Sostienen que ha hecho muy pocas, por no decir que ninguna, contribuciones a la ciencia; que no ha hecho más que recrear experimentos ajenos y largar filosofías al respecto; y que, de todos los premios Nobel que hasta ahora han sido, él es el que menos lo ha merecido. (49)

Como en todas las profesiones, también en las ciencias convencionales hay gente soberbia y envidiosa. No sé si es el caso de Prigogine y de sus colegas. Pero Horgan, reconocido en el periodismo científico, asegura que es cierto. ¿Acaso has notado que en unas profesiones más que en otras abundan la arrogancia, la omnisapiencia y la autosuficiencia? Tengo la impresión de que ciertos profesionales creen ser superiores o piensan que saben más que los demás mortales.
Por otra parte, no olvidemos que en círculos de las ciencias naturales hay paradigmas creídos y aceptados porque un grupo de científicos con anterioridad lo acogió y propugnó, pasando por alto el más puro pensamiento crítico propio de quien se caracteriza por manejarse con genuina facultad de renovación capaz de generar nuevas ideas y avances reales, no meras copias y postulados añejos y lejos del verdadero espíritu científico. De esta manera, el conocimiento científico siempre estará sesgado hacia un conjunto de teorías dominantes adoradas como vacas sagradas que rara vez suelen cuestionarse, entendiéndose dicho cuestionamiento como sacrificarlas en el altar de la verdad. (En realidad, la biología no ha avanzado como debiera por culpa de las desfasadas ideas darvinistas muy arraigadas en la mayor parte de biólogos, que obstinados en supuestos y prejuicios naturalistas ateos desembocan en callejones sin salida que entorpecen el avance del conocimiento de la verdad)
El George Wald que menciona McDowell ganó en 1967 el Nobel de la Paz en el área de la ciencia, y es el mismo que escribió:

En cuanto al origen de la vida en esta Tierra, solo hay dos posibilidades: creación o generación espontánea (evolución). No hay una tercer forma. La generación espontánea [evolución] fue refutada hace [más de] 100 años, pero eso nos lleva únicamente a otra conclusión: la creación sobrenatural. Esta no podemos aceptarla por razones filosóficas (motivos personales); por tanto, escogemos creer lo imposible: que la vida surgió espontáneamente por casualidad. (50) (Las negritas son mías)


Como diría Condorito antes de irse de espaldas, “¡Exijo una explicación!”. ¡Plop! Sabido es que el grueso del pensamiento de muchos “científicos” decanta por el fanatismo racionalista, materialista y reduccionista de Wald. No creen por falta de evidencias, sino que no creen a pesar de las evidencias reales. Prefieren creer -lo dijimos- los postulados irracionales y anticientíficos de la teoría de la evolución. Bueno, para algunos que la palabra creer causa irritación o piensan que creer es suicidio intelectual digámoslo así: No aceptan los hechos por falta de evidencia, sino que los rechazan a pesar de las evidencias.
Expresiones como las de Wald uno las pudiera esperar y hasta entender de un profano de las ciencias naturales, mas no de un científico; mucho menos del ganador de un Nobel en tales ciencias. No es raro puesto que muchos científicos al observar la vida son más filósofos que hombres de ciencia.
Semejante actitud irracional es muy común hoy entre los evolucionistas y neoevolucionistas. Cuando la teoría no cuadra o es inconsistente con los hechos comprobados por los más recientes descubrimientos, el procedimiento a seguir es obviar los obstáculos, no mencionarlos nunca y proseguir como si la hipótesis transformista fuera una genialidad.
Al cuestionarle la supuesta sopa originaria de la vida y la “explicación” de cómo, según él, se generó la vida inteligente, un teísta me respondió que “los elementos están allí”. A lo que repliqué (dejándome llevar por su paralogismo) que no cuestionaba los “elementos”, sino el producto; la “aparición” de la vida que conforme a su especulación había surgido de la combinación fortuita de elementos “simples” a un ente tan complejo como el ser humano.
Ahora bien, ¿de qué “elementos” presentes en la supuesta sopa pre-biótica hablaba mi dialogante? ¿Será los que según los evolucionistas fueron los ingredientes fundamentales para la génesis de la vida? A eso se refería. Pero resulta que dichos elementos tampoco estaban allí. ¡Cuánta libertad se toman los evolucionistas filosofando en nombre de la “ciencia”! Cuando alguien espera que algo suceda, puede pasar por alto las cosas más obvias.
La actitud irracional de Wald y de otros hace recordar una anécdota que McDowell cuenta de J. W. Montgomery:

Hace muchos años hubo un hombre que pensó que estaba muerto. Su esposa y amigos, muy preocupados, lo enviaron al amistoso siquiatra del barrio. El siquiatra estaba determinado a curarlo convenciéndolo de un hecho que contradecía su creencia de que estaba muerto. El siquiatra decidió usar la simple verdad de que los muertos no sangran. Hizo que su paciente leyera de medicina, que asistiera a autopsias, etc. Después de semanas de esfuerzo, el paciente dijo finalmente: ‘¡Muy bien, muy bien! Ya me convenciste. Los muertos no sangran’. De inmediato, el siquiatra lo pinchó con una aguja, y el hombre sangró. El hombre miró cómo sangraba con un rostro pálido y exclamó: ‘¡Dios mío! ¡Después de todo los muertos sí sangran!’. (51)

Montgomery comenta al respecto:

Esta parábola ilustra que si nos aferramos a presuposiciones falsas con suficiente tenacidad, los hechos no tendrán ninguna importancia. [Pasar por alto los hechos con tal de seguir en nuestra posición es simple y llanamente deshonestidad intelectual] Usted será capaz de crear un mundo suyo, totalmente desligado de la realidad y totalmente incapacitado para ser tocado por la realidad. Los filósofos llaman a esta condición solipsismo, la siquiatría la llama autismo sicótico, y los abogados la llamarán locura. Tal condición equivale a la muerte, pues se rompe la conexión con el mundo de los vivos. El hombre de la parábola no sólo pensaba que estaba muerto, sino que, en sentido real, estaba muerto porque los hechos no tenían ningún significado para él. (52)

Dos comentarios en cuanto a lo que sostiene Montgomery:
1) En el ensayo La actitud es clave para resolver conflictos hago hincapié en que lo determinante no es qué piensa la gente quien soy, sino lo que considero yo que soy. Si creo ser Bolívar; seré Bolívar. (Hay mandatarios que creen ser Bolívar, pero en verdad son la antítesis del Libertador) Si pienso que soy un gusano; lo seré y mi autoestima estará por los suelos. Mas si creo ser alguien importante (por ser criatura de Dios lo soy), digno de lo mejor que la vida me pueda ofrecer, viviré como tal. Todo depende de quién creo que soy. La mente ordena; todo mi ser obedece. “Cual es su pensamiento en su corazón, tal es el hombre”, escribió Salomón. (Proverbios 23: 7) Viktor E. Frankl asevera que “el hombre se determina a sí mismo”. (A propósito de “pensamiento en su corazón”, ciertos estudios insinúan que hay neuronas en el corazón; si eso se demuestra, se confirma lo que la Biblia revela al afirmar que el corazón “habla”, “piensa”, “medita”, “clama”. Esas investigaciones aseguran que tenemos un “pequeño cerebro en el corazón”. “Dice el necio en su corazón: ‘No hay Dios’”. [Salmos 53: 1] Es decir, el corazón del necio (heb. loco) dice y piensa que Dios no existe; y, si existe, es “malévolo” por no extirpar el mal. ¿Qué te parece cómo la Biblia asegura algo, la ciencia teológica lo acoge e interpreta y las ciencias convencionales lo confirman? Wermer Keller diría, “Y... la Biblia tenía razón”.)
2) Ya manifesté que hay intelectuales y pensadores seculares y religiosos muy deshonestos intelectualmente. Lo son por desechar los hechos que están frente a sus ojos con tal de mantener una posición filosófica, religiosa o “científica” menos comprometedora.
Ahora bien, ¿por qué muchos científicos no aceptan públicamente el creacionismo? Lo primero que toca recordar es que a los científicos convencionales se les enseña que ninguna hipótesis o teoría que conduzca a Dios y lo sobrenatural es científica. Por consiguiente, ninguna evidencia por muy contundente que sea es válida, pues la existencia de Dios o lo sobrenatural no es tema de discusión; ya está decidido: “Dios no existe; por ende, los milagros no ocurren”. “No creo en divinidades ni en milagros pues es igual que creer en el Chupacabras o la Tulivieja”, dirá alguno.
Dawkins antes de entablar conversación con alguien sobre la religión darvinista pregunta si su interlocutor cree en Dios; si le responde que sí, le da la espalda y lo deja hablando solo. ¿Qué te parece? Para este proselitista del ateísmo filosófico Dios es un tema ya resuelto por él y su “ciencia”; y, por tanto, sin discusión. Dios y lo sobrenatural son “un capítulo cerrado”. Su razón para negar a Dios y lo sobrenatural le quita el entendimiento de tal modo que no puede sostener una conversación honesta y de altura con alguien que piense diferente. Quien no pueda mantener una conversación abierta y respetuosa con alguien que le lleve la contraria en realidad es un niño emocional. (Algunos lo catalogan despectivamente de “enanismo intelectual”) Algún conflicto hay en su Niño interior por mucho que lo niegue. No creo en el refrán que reza que “de política y religión no se discute”. Si los ánimos no se saben manejar o canalizar en temas cómo estos y otros de interés general, ¿qué tipo de inteligencia emocional tenemos? Te confieso que aprendo más de la gente que no cree en lo que creo y cuestiona que de la que dice estar de acuerdo conmigo. Pues los primeros al argumentar e intentar rebatirme me dan la valiosa oportunidad de prepararme para conocer sus argumentos y poder refutarlos. Por tal razón, en los agradecimientos doy gracias a los aquí citados que no piensan igual que yo.
Muchos científicos no aceptan abiertamente el creacionismo por el costo que ello representa en persecución u hostilidad en el círculo en que se mueven y porque es más cómodo y menos comprometedor creer irracionalidades catalogadas “científicas”. Se arropan con el manto de una ciencia inventada también por ellos para ocultar presunciones filosóficas y conflictos con la verdad. En realidad, no pocos son deshonestos intelectuales. La soberbia (ego inflado) juega un papel preponderante en todo esto. Reconocer que te has equivocado o que lo creído y defendido toda la vida es falso es un golpe demasiado duro para el ego de estas personas. ¿Te puedes imaginar lo catastrófico que debió ser para el orgulloso Saulo de Tarso (más tarde san Pablo) y otros intelectuales modernos darse cuenta de que todo el conjunto de su conocimiento era y es una soberana equivocación? ¿Será ese terror a quedar sin centro de seguridad intelectual lo que impide a algunos incrédulos investigar con honestidad las pretensiones del resucitado Cristo histórico? Dios lo sabe. Al cristiano toca orar por ellos para que su entendimiento sea despejado.
Pues bien, esos científicos dejan de ser hombres de ciencia para convertirse en filósofos. Además, otros no quieren ser tachados de “ultra-conservadores” (así los descalificó Teilhard de Chardin), “retrógrados” ni fanáticos religiosos si aceptan el relato bíblico acerca del origen de la vida. ¿A quién le gusta que lo avergüencen en público y le llamen “retrógrado”? Debes estar muy seguro de lo que crees y en Quien has creído para soportar semejante vituperio. Y, lamentablemente, muchos no están dispuestos a pagar el precio.
Para otros, que no son científicos, sino “librepensadores” todo lo que suene o huela a religión es sinónimo de oscurantismo, superstición. Mientras que negar la existencia de Dios y creer en la teoría de la evolución da -según ellos- un tinte de modernidad, cultura e inteligencia. De manera que no es inusual que muchos ‘científicos’ y autollamados librepensadores no acepten el creacionismo y se cobijen con la manta rota y remendada de tal postulado.
El escritor Samuel Vila expresa que “la verdadera Ciencia hace al hombre humilde, actitud mental que incrementa su sed de conocimientos”. No olvidemos, un ego inflado y una cabeza llena de prejuicios son difíciles de penetrar con la luz de cualquier verdad. Y más pesa y vale un gramo de sensatez que una tonelada de necedad. Y las creencias de muchos determinan su “ciencia”.
Para los que creen que Darwin era ateo, aunque muchos de sus planteamientos lo insinúen, y algunos pescadores en río revuelto los han encaminado para hacer de la teoría de la evolución una religión sin Dios, una anécdota de su vida. Poco antes de morir, Charles Darwin dijo lo siguiente acerca de su teoría de la evolución de las especies: “‘Era yo entonces un joven sin ideas formadas; no hice más que lanzar al público algunas preguntas, unas sugestiones, lleno siempre de duda acerca de todo, y, con gran asombro mío, aquellas ideas prendieron fuego y la gente hizo de ellas su religión’”. (53) (Las negritas son mías)
Si es cierta o no la entrevista de Darwin con Lady Elizabeth Reid Hope en su lecho de muerte, es algo que toca investigar a conciencia y desapasionadamente. Considero que tal conversación se llevó a cabo, pues en el capítulo siguiente observaremos que al final de sus días muchos confundidos y temerosos escépticos, agnósticos y ateos ponen en orden sus pensamientos y corazón. Por consiguiente, no es descabellado pensar que un egresado de teología como Darwin lo haya hecho antes de morir. La semilla de la Palabra eterna del Dios creador estaba en la vida de Charles desde niño, y esa Palabra no regresa vacía. Más, si Charles Robert Darwin nació de nuevo cuando era niño o adolescente, nunca dejó de ser cristiano a pesar de su escepticismo. Si ningún sicólogo ni siquiatra puede entender la mente y los oscuros movimientos de los sentimientos y emociones de sus pacientes, ¿será posible que los científicos de la teología y de las ciencias naturales sean capaces de explicar la misteriosa obra del Espíritu Santo en el humano y de entender la infinita mente del Creador en el universo y la vida? ¡De ninguna manera! A ello se debe que algunos al no poder entender ni explicar a Dios y lo sobrenatural -por desconocer los símbolos y códigos del Idioma del Eterno- los consideren superstición y locura. (1ra Corintios 2: 14) A mi juicio, al llamar Darwin “Creador” a Dios -al final de El origen de las especies- es claro y contundente en cuanto a su creencia de la mano de Dios en la naturaleza.
Feyerabend sostiene que la ciencia moderna se ha convertido en una ¡religión! representada por una “iglesia” dogmática institucionalizada que lo rige todo inflexiblemente, de la cual debemos zafarnos a como dé lugar. (Uno de los patrones o dioses de tal religión es precisamente Darwin. De ahí el extremo interés de los evolucionistas en querer desligarlo de cualquier creencia religiosa o de su creído regreso a Jesús) Ya es hora de liberarnos de la tiranía de las ciencias naturales. Así como en el pasado la religión controlaba el conocimiento, hoy es menester no permitir que las ciencias en cuestión nos impongan sus creencias. Sería bueno que quienes abogan por un estado libre de teología o religión y de no institucionalizar la fe también apoyaran la separación del Estado de las ciencias convencionales y de no institucionalizar las ciencias naturales ni sociales con el fin de lucrar. El Estado debe ser neutral en creencias religiosas, pero también libre de ideologías, filosofías, cientificismo y creencias naturalistas.
A propósito de dogmatismo racionalista y cientificismo, ¿has notado cómo algunos científicos de las ciencias convencionales se vuelven expertos opinando sobre temas que solo conocen de improviso? Como cientificistas, ansían estudiar a Dios, a Jesús y los milagros a través del microscopio (o telescopio) y el tubo de ensayo de su “ciencia”, y encajonarlos en su minúsculo cerebro. Su especialismo aspira que la ciencia cultivada por ellos contenga todo el conocimiento o sea aplicable en cualquier otra área del saber humano.
Darwin nunca aseveró que la evolución fuera un hecho cierto, y se sorprendió al percatarse de que había inventado una nueva religión. Religión que aún en el siglo XXI abrazan muchos que afirman no tener religión y que las religiones no les quitan el sueño. Creo que estos sujetos deberían hacerse estas preguntas con honestidad: “Si las religiones no me quitan el sueño, ¿por qué la obsesión y compulsión en escribir y despotricar contra las religiones?”. “¿Por qué hago tanta alharaca contra las creencias religiosas de las gentes, sean ciertas o falsas?”. “Si creo que Dios no existe, ¿por qué tanto empeño mío en negar a Alguien que ‘no existe’?”. “¿Por qué tanta rabia contra Dios si no existe o no creo en divinidades?”. “Si odio a alguien que no existe, algún trastorno debo tener y preciso la ayuda de un especialista de la conducta”. Igual, las respuestas deben ser honestas.
Insisto, no se trata de no disentir y de no denunciar lo que a todas luces está chueco, sino de hablar y escribir lo más objetivamente posible. Libre de emociones encontradas y prejuicios. Que mi razón o mi verdad no me quite el entendimiento. Si lo hace y no domino el tema, no soy apto para escribir al respecto y en lugar de orientar confundiré a los receptores y trasbocaré sobre ellos.
Sobre el ateísmo o “no tener [a] Dios”, el filósofo alemán Max Scheler (1874-1928) sostiene que “quien no tiene [a] Dios tiene un fetiche”. Pregunto: ¿Fetiche como la teoría de la evolución, mi ciencia, mi religión, mi filosofía, el título, un ídolo de carne y hueso...? Scheler también habla de la herejía vital del neurótico que en la absolutización de lo relativo realza sus pequeños fetiches como valores absolutos, como serían sus complejos, prejuicios, paradigmas y proyecciones. ¿Por qué será que me parece ver aquí retratados a los que niegan a Dios y repudian todo lo que les huela a religión? ¿Será que has notado con cuanta absolutización, radicalismo, fundamentalismo y dogmatismo hablan y escriben los escépticos, agnósticos y ateos al referirse a Dios y lo sobrenatural? Después tienen el descaro de criticar el fundamentalismo y dogmatismo religiosos. Mi abuela dice que “el puerco le dice al burro orejón siendo que los dos son de la misma condición”. Claro, porque el cerdo no ve sus orejas.
Si acaso no he sido lo suficientemente claro, toca aclarar que soy enemigo del fanatismo y legalismo religiosos cerrados ante opiniones respetuosas de los demás; también me molesta el fideísmo. Y rechazo con todas mis fuerzas la intolerancia religiosa que impide vivir en paz con el prójimo que no piensa igual que yo. Pero, igual, repudio el cientificismo y el fisicalismo que cree poder conocer, entender y explicarlo todo escrutando solo la materia. Me desagrada mucho la polarización racionalista que cree en la suficiencia de la razón para alcanzar y comprender cualquier verdad. En pocas palabras, creo que es insoslayable un equilibro en la religión, las ciencias convencionales y en la razón filosófica, tal cual lo expreso en El intrincado punto medio...
Ahora bien, hay científicos y científicos. Hoy lo que existe muchas veces son filósofos vestidos de científicos. (Ojo, sé de excelentes filósofos de la ciencia. Mas lo que muchos científicos hacen al hacer declaraciones y practicar alguna disciplina no es ciencia, sino filosofía) Ya no hacen a los científicos como antes. Uno de esos científicos que reconocen la soberanía de Dios es el colombiano Elkin Lucena (en 1985 convirtió a su nación en el primer país latinoamericano y el quinto en el mundo en conseguir la primera bebé probeta, y en 2005 ha logrado la primera bebé en América Latina y octava en el mundo nacida a partir de un óvulo vitrificado (congelado) sometido a fertilización in vitro.), quien al preguntársele si se sentía ‘un poquito Dios’, respondió que “no”, sino que “Dios es un tipo chévere, [que] nos ayuda; si no, no estuviéramos hablando de este cuento. Sin Dios no haríamos nada de esto. ¿Quién es tan pendejo de ponerse a competir con Dios? Si el tipo es un berraco”. (53)
Con el respeto que merecen los excelentes científicos y pensadores, considero que sería interesante que Dios enfrentara a los seres que, arropados con la sábana de la “ciencia”, niegan a Dios y todo lo sobrenatural, así como lo hizo con Job cuando se quiso pasar de listo.

Ahora ciñe bien tus lomos; yo te preguntaré, y tú me contestarás: ‘¿Dónde estabas tú cuando yo fundé la Tierra? Házmelo saber si tienes inteligencia. [¿Dónde habré estado yo? ¡Solo en los planes del Creador!] ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿O quién extendió sobre ella cordel? ¿Sobre qué están fundadas sus basas? ¿O quién puso su piedra angular, cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios? ¿Quién encerró con puertas el mar, cuando se derramaba saliéndose de su seno, cuando puse yo nubes por vestidura suya, y por pañales la oscuridad, y tracé para él frontera, le puse puertas y cerrojo, y dije: ‘Hasta aquí llegarás, y no pasarás adelante, y ahí se romperá el orgullo de tus olas? [Cierto; curioso es que las aguas no traspasen los límites de tierra firme. El mar solo reclama lo suyo al invadir el hombre sus fronteras o por obra de fenómenos naturales que -como veremos- surgen después de la Caída del humano en desobediencia]
¿Has mandado tú alguna vez en tu vida a la mañana? [Esto está bueno: “no por mucho madrugar amanece más temprano”, dice el dicho] ¿Has señalado a la aurora su lugar, para que coja a la Tierra por sus bordes, y sean sacudidos de ella los impíos? [¡Cómo quisiera lograr eso a fin de que tanta gente malévola de cauterizada conciencia desapareciera del mapa! Lamentable es decir que hay lacras sociales que toda su vida se la pasan cometiendo perversidades y dañando a gente inocente, sobre todo a los niños] Ella muda luego de aspecto como arcilla bajo el sello, y viene a estar todo como una vestidura; mas la luz de los impíos es quitada de ellos, y el brazo enaltecido es quebrantado. ¿Has entrado tú hasta las fuentes del mar, y has andado escudriñando el abismo? [Conocemos más del espacio que de las profundidades de los mares y océanos] ¿Te han sido descubiertas las puertas de la muerte, y has visto las puertas de la sombra de la muerte? [Solo Uno conoció esos misterios y resucitó. Pero muchos no le han creído, y otros hacen burla de Él y de los que creemos en Él] ¿Has calculado las anchuras de la Tierra? Declara si sabes todo esto. ¿Por dónde se va a la morada de la luz, y dónde está el lugar de las tinieblas, para que las lleves a sus límites, y les muestres las sendas de su casa? Lo sabrás sin duda, porque ya habías nacido, y es muy grande el número de tus días. [En este punto me parece ver reír a Dios] ¿Has entrado tú en los depósitos de la nieve, o has visto las reservas de granizo, que tengo guardado para el tiempo de angustia, para el día de la guerra y de la batalla? ¿Por qué camino se reparte la luz, y se esparce el viento solano sobre la Tierra?
¿Quién abre un canal al aguacero, y camino a los relámpagos y truenos, haciendo llover sobre la tierra deshabitada, sobre el desierto, donde no habita el hombre, para saciar la tierra desierta e inculta, y para hacer brotar la tierna hierba? ¿Tiene padre la lluvia? ¿O quién engendra las gotas del rocío? ¿De qué seno sale el hielo? Y la escarcha del cielo, ¿quién la da a luz, cuando las aguas se endurecen a manera de piedra, y se congela la superficie del mar? ¿Podrás tú atar los lazos de las Pléyades, o desatar las ligaduras de Orión? ¿Sacarás tú a su tiempo las constelaciones del Zodíaco, o guiarás a la Osa Mayor con sus hijos? ¿Conoces las leyes de los cielos? ¿Dispondrás tú sus poderes sobre la Tierra? [Por ahí hay quienes alardean y hacen negocio con esto afirmando conocer secretos y el futuro de las gentes. Otros aseguran entender, explicar y conocer las leyes de la naturaleza y de los cielos de manera tal que hacen afirmaciones dogmáticas, asegurando que Tú, Dios, no existes, y, si existes, ni siquiera Tú puedes hacer milagros porque tales leyes son inquebrantables! ¿Qué piensas al respecto, Señor?] ¿Alzarás tú a las nubes tu voz para que te cubra muchedumbre de aguas? ¿Enviarás tú los relámpagos para que ellos vayan? ¿Y te dirán ellos, ‘henos aquí’? ¿Quién puso sabiduría en la nube? ¿Quién dio al meteoro inteligencia? ¿Quién puso por cuenta las nubes con sabiduría? Y los odres de los cielos, ¿quién los hace vaciar, cuando el polvo se ha convertido en dureza, y los terrenos se han pegado unos con otros? ¿Cazarás tú la presa para el león? ¿Saciarás el hambre de los leoncillos, cuando están echados en sus guaridas, o se agazapan en la maleza para acechar? ¿Quién prepara al cuervo su alimento, cuando sus polluelos claman a Dios, y andan alocados por falta de comida? [Todo ello lo haces solamente Tú, Dios]
¿Sabes tú el tiempo en que paren las cabras monteses? ¿O miraste tú las ciervas cuando están pariendo? ¿Contaste tú los meses de su preñez, y sabes el tiempo cuando han de parir? Se encorvan, hacen salir sus hijos, pasan sus dolores. Sus hijos se fortalecen, crecen con el pasto; salen y no vuelven a ellas. ¿Quién echó libre al asno montés, y quién soltó sus ataduras? Al cual yo puse casa en la soledad, y sus moradas en lugares salitrosos. Se burla el bullicio de la ciudad; no escucha las voces del arriero. Lo oculto de los montes es su pasto, y anda buscando toda hierba verde. ¿Querrá el búfalo servirte a ti, o pasar la noche en tu pesebre? ¿Atarás tú al búfalo con coyundas para el surco? ¿Labrará los valles en pos de ti? ¿Confiarás tú en él, por ser grande su fuerza, y le fiarás tu labor? ¿Fiarás de él para que recoja tu cosecha, y la junte en tu era? ¿Diste tú al caballo la fuerza? ¿Vestiste tú su cuello de crines ondulantes? ¿Le haces saltar como langosta? ¿Vuela el gavilán por haberle enseñado tú, y extiende hacia el sur sus alas? ¿Se remonta el águila por tu mandato, y pone en alto su nido? (Job 38: 3 al 39: 27)

Algunas cosas que Dios menciona aquí ya las conocemos, pero ¡cuánto tardamos en descubrirlas! Algunos humanos son tan arrogantes que pretenden saber más que Dios y conocer cuestiones que han estado en la Tierra muchos siglos antes de que nacieran. (Otros escupen, blasfeman e injurian a Dios y a Jesús. Si Dios no fuera Dios, otro gallo cantaría, y los hubiera desarraigado de la Tierra por maldicientes e irreverentes, pues aun la libertad de expresión tiene un límite: el respeto a la dignidad humana y al pensamiento ajeno) Como dice el cómico: “Cosa más grande en la vida, chico”.
No es malo pensar, meditar, reflexionar, filosofar, disentir, cuestionar. Lo nocivo es presumir de sabelotodo, faltar el respeto a las creencias de los demás e intentar encajonar a Dios en nuestras mentecillas. Al documentarme para escribir este libro, me he topado con cualquier cantidad de razonamientos y creencias naturalistas que francamente dan pena y vergüenza. No necesitamos conocer a Dios ni su Palabra para darnos cuenta de lo equivocados que están ciertos sujetos. Con justa razón dijo Sócrates “solo sé que nada sé”. Ese mismo Sócrates también afirmó: “La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia”. Descartes expresa: “Daría todo lo que sé, por la mitad de lo que ignoro”. Se nos olvida que somos ignorantes en muchísimos temas; no lo sabemos ni lo sabremos todo. Muy poco es lo que sé y muchísimo lo que ignoro. Además, Dios es el único omnisciente.
Todos tenemos derecho a pensar y expresar lo que pensamos, creemos y sentimos, pero de ahí a hacer una religión de nuestro razonamiento, irrespetar a las personas e intentar imponer nuestra filosofía, creencias o estilo de vida a otros hay gran distancia. La intolerancia no se contrarresta siendo intolerante. No se trata de dorar la píldora, sino ser sensatos al expresar nuestros puntos de vista. ¡Que nuestra verdad no sea causa para faltar el respeto al prójimo! ¡Que la razón no nos quite el entendimiento! “[...] El respeto al derecho ajeno es la paz”, dijo Benito Juárez. Tu derecho termina donde principia el mío. ¿Cuándo lo entenderemos y aplicaremos? ¿Será antes de que nos devoremos los unos a los otros? ¿O será que es menester que alguien salido de sus casillas nos diga “por qué no te callas”?
Por otro lado, ¿qué decir de fósiles hallados en distintos lugares del planeta y que según el mito transformista son evidencia de la evolución del ser humano? En no pocas ocasiones el mismo “científico” ha fabricado sus propios fósiles. Si vas a museos, ves dibujos de libros de textos, entras a sitios cibernéticos en la Red y observas documentales y películas podrías arribar, a la ligera, que los evolucionistas han hallado fósiles de hombres monos y que es un hecho probado que venimos del mono o tenemos antepasados simiescos. Pero, en honor a la verdad, hasta el Sol de hoy no hay evidencia real alguna de fósiles de esqueletos y cráneos completos de hombres monos. Lo que sí hay es mucha especulación y escandalosos fraudes alrededor del tema.
¿Quién estuvo en los inicios de la especie humana para afirmar categóricamente que venimos del mono? ¿Será verdad que el hallazgo de unos cráneos, huesos y dientes podrán revelar que venimos de un mal oliente y piojoso simio? ¿Qué tan efectivos son los métodos del uranio-plomo, potasio-argón y del carbono 14 para determinar la edad de la Tierra, rocas, cráneos, huesos, dientes y demás cosas descubiertas? ¿Cuánto de lo que se afirma tan dogmáticamente es ciencia y cuánto es filosofía o simples creencias? En realidad, la teoría de la evolución es extremadamente especulativa. Tan filosófica es que nadie, ni el más fanático evolucionista, puede probar nada de lo que asegura tan radicalmente. Asimismo, los restos fósiles hallados hasta el momento en lugar de apoyar la teoría de la evolución la han dejado mal parada.
Te invito ver algunos de los fraudes más sonados en cuanto a supuestos descubrimientos de los antepasados del ser humano. Desde luego, los creyentes evolucionistas han tratado de subestimar los engaños argumentado que las cosas no son como se dieron, sino como ellos las cuentan. (Recuerda el carácter tautológico del mito) Igual sucede cuando el periodista investigador descubre algo (léase un chicharrón político) y los involucrados contraatacan acusándole de calumniarles e injuriarles, para distraer y evitar que las autoridades competentes investiguen y así salirse con la suya. Veamos algunas creencias de los evolucionistas:


Hombre de Nebraska: Descubierto en 1922 por Harold Crook en Nebraska. Gran cantidad de literatura se publicó acerca de este presunto eslabón perdido, el cual, supuestamente, vivió hace un millón de años. Sin embargo, lo impresionante es que el supuesto hombre de Nebraska fue una reconstrucción bastante imaginativa que se hizo a partir de ¡un diente!
Los más “eminentes” científicos examinaron el diente y declararon que era una evidencia de la existencia de una raza prehistórica en Estados Unidos. Este fue un típico caso de excesiva imaginación. O sea, de ciencia-ficción.
Años después se halló el esqueleto completo del animal del cual provenía el famoso diente “científico”. Una prolija investigación reveló que el diente pertenecía a una extinta especie de cerdo. ¡Dientes veredes, Sancho!

Hombre-mono de Java: El Pithecanthropus erectus u “hombre-mono” de Java (Sumatra, Indonesia) fue descubierto en 1891 por Eugene Dubois, frenético evolucionista. El hallazgo de Dubois consistió en una pequeña porción de la parte superior del cráneo, un fragmento del fémur izquierdo y tres dientes molares. ¡De nuevo los dientes! Era una evidencia fragmentaria. Además, los restos no se encontraron juntos sino en un área de más de veintiún metros. Para remachar el clavo, los restos fueron hallados en el lecho de un río, mezclados con huesos de animales extintos. ¿Cómo podía el “experto” Dubois estar tan seguro de que lo hallado eran partes de un mismo animal?
A raíz de esto hubo opiniones encontradas en cuanto a la identificación de estos fragmentarios fósiles. De 24 paleontólogos alemanes que se reunieron para evaluar el hallazgo, diez dijeron que los restos provenían de un mono; siete, que eran de un hombre; y siete, que eran un eslabón perdido. ¡Estaban adivinando! ¿De qué color era el caballo blanco de Bolívar? ¡Era “azul”!
Luego de que se comprobó que el hallazgo de Dubois era un pitecántropo, no un hombre-mono, Dubois admitió que los restos hallados no eran de un hombre-mono y que había encontrado restos de hombres modernos en el mismo lugar. Pero sucede que hasta el día de hoy los libros de textos colegiales y universitarios y mucha gente sigue creyendo en el fraude de Dubois. No solo eso, no pocos libros de biología del siglo XXI también presentan todavía los fraudulentos símbolos de la evolución (el experimento de Miller, el árbol de la vida de Darwin, los embriones de Haeckel, el eslabón “perdido” de Archaeopteryx, la similitud de la estructura ósea entre las alas de un murciélago, la aleta de la marsopa, la pata de un caballo y la mano humana, etc.) y los siembran en las mentes de nuestros jóvenes estudiantes como “apoyo” al mito de la evolución. ¿Hasta cuándo tanta falsedad con tintes de ciencia? (Lo terriblemente malévolo es que en media humanidad civilizada es obligatorio enseñar el mito evolutivo en centros de estudios secundarios y universitarios como si fuera un hecho probado. Los creyentes evolucionistas filosóficamente dan como un hecho lo que deberían demostrar científicamente. Pregunto: ¿será que en esos planes de estudio está contemplada la enseñanza del creacionismo? ¡Ten por cierto que no! Pues muchos educadores y centros de estudio quieren vender la creencia de ser muy científicos, o no desean ser etiquetados de “fanáticos religiosos”. Otros, optan por ser eclécticos al tomar la creencia en la evolución pero con la creencia en Dios, creyendo equivocadamente que las dos posiciones son compatibles. Tanto los educadores y colegios y universidades creacionistas como los creyentes evolucionistas deben dar a conocer al estudiante las dos corrientes. Y si toman partido por alguna, pues sustenten su postura con honestidad y genuina ciencia. ¡Amemos y respetemos la verdad sin importar quién la diga!)
En 1926 se descubrió otro pitecántropo en Java. Tal descubrimiento fue anunciado -como los anteriores “grandes avances” y “pruebas” de la evolución- como el “eslabón perdido”. Pero, a pesar de los bombos y platillos con que se proclamó, lo descubierto no era otra cosa que la ¡rótula! de un elefante extinto. “¿Qué tal el efelante?”, diría Winnie Pooh.

Hombre de Piltdown: Los restos del Hombre de Piltdown (Inglaterra) fueron hallados en 1912 por Charles Dawson, un paleontólogo ¡aficionado!, y Arthur Keith, quienes mostraron algunos huesos, dientes y utensilios primitivos, de los cuales aseguraron era un hombre-mono. Estos señores llevaron los restos encontrados al paleontólogo Arthur Smith Woodward, del Museo Británico, donde se exhibieron durante ¡catorce años! como auténticos restos de un hombre-mono. Los antropólogos declararon que los restos tenían 500,000 años de antigüedad.
Corría 1953 cuando John Winer y Samuel Oakley a través de un minucioso examen dieron por descubierto el engaño de tal creencia. La quijada pertenecía a un mono que había muerto hacía solo 50 años, el cráneo era de un hombre moderno. Los dientes habían sido limados, y tanto los dientes como los huesos habían sido desteñidos con bicromato de potasa para encubrir su verdadera identidad. ¿Qué te parece? ¿Todavía tienen el descaro de pedir que creamos en ellos y en sus supuestos hallazgos del hombre-mono? ¡Más monos serán ellos!
Es ineludible notar que el Hombre de Piltdown y otros descubrimientos han sido y aun son exhibidos en importantes museos (en televisión e internet) y estudiados en importantes libros de textos colegiales y universitarios como supuestos antepasados del hombre moderno. M. Bowden señala directamente a Teilhard de Chardin como el que colocó los falsos fósiles en Piltdown. Cierto o no, este fraude pudo engañar a la ciencia moderna durante más de ¡40! años. Pregunto: ¿cómo fue posible pasar por alto durante tanto tiempo los hechos que demostraban que el supuesto hombre de Piltdown era un engaño? De algo estoy seguro, los creyentes evolucionistas lo sabían, mas su fanatismo era y es tan inmenso que no querían (ni quieren hoy) desapegarse del fraude llamado evolución.
La mentira, de tanto repetirla, creía Goebbels, y creen muchos en el siglo XXI, se convierte en ley y “se transmuta en verdad”. Esto implica que la “objetividad” y “ciencia” de muchos deben ser objetadas por faltar a la verdad cónsona con la realidad empírica.

Hombre Neandertal: Fue descubierto a fines del siglo XIX en una cueva cercana a Dusseldorf, Alemania. Fue representado como un sujeto en posición semi-erecta, con el pecho hundido y con apariencia que indica falta de inteligencia (no es de extrañar, pues el ser humano moderno ve a los humanos de los tiempos de Adán y Eva, o “prehistoria”, la llaman, como imbéciles) al cual tomaron como el supuesto eslabón intermedio entre el mono y el hombre.
No obstante, tras otros descubrimientos de esqueletos neandertales, no se sabe si el hombre de Neandertal estaba totalmente erecto y si era totalmente humano. En efecto, el tamaño de su cráneo excede al del humano moderno por más del trece por ciento. Pero ello no es problema para los creyentes del mito evolutivo.
Los antiguos conceptos equivocados sobre el Hombre de Neandertal se debieron a dos factores: primero, la parcialidad de los antropólogos evolucionistas que lo reconstruyeron; y segundo, la persona en la cual se hizo la evaluación inicial padecía de osteoartritis y raquitismo. Hoy el Hombre Neandertal es clasificado como Homo sapiens, totalmente humano. Pero, de la creencia al hecho hay mucho trecho, Sancho.
Ahora bien, ¿será que la inclinación y parecidos al mono del hombre de Heidelberg, el de Neandertal y otros no demuestra que se hallan en la línea de ascensión de la molécula al hombre? ¿Qué decir del descubrimiento de que el ADN humano y del mono coincidan en más del 98 por ciento? Eso no prueba nada de lo que insinúan los ateos evolucionistas, puesto que aun cuando la investigación ha comprobado que la diferencia en la secuencia de ADN entre humanos y chimpancés es solo entre un 1 y un 2 por ciento. Sin embargo, la cantidad es lo que menos importa en este como en otros estudios. La investigación revela un dato fundamental e imprevisto: aunque pocas son las diferencias, son tan esenciales que tienen mucho impacto. Cada nuevo descubrimiento suele demostrar que las cosas son más complicadas de lo que el investigador había creído. Los monos tienen ciertos comportamientos semejantes a los nuestros, mas ello no los convierte en humanos. El mono Charlie aprendió kárate con su entrenador, pero eso no lo hace igual a Chuck Norris. El loro puede repetir hasta 20 palabras y eso no lo hace humano ni colega del locutor barranquillero Édgar Perea.
El humano contemporáneo presenta diferentes características faciales y corporales, pero sigue siendo humano. Ejemplos: el hombre alto Watusi del África, el pigmeo, el asiático de nariz chata y el negro con sus características peculiares son variaciones en la familia humana. (El hombre de Pekín es otra creencia fraudulenta que hasta hoy es tomada muy en serio por ciertos creyentes evolutivos, documentales y textos que nos lo presentan como genuino ancestro del hombre contemporáneo. Sí, como todos los demás casos, este es un genuino engaño. ¡Qué crédulo es el humano cuando le conviene! Y... ¡Qué incrédulo es cuando no le conviene!)
En 1959, Louis B. Leakey anunció el hallazgo de los restos de un hombre primitivo en África, y lo llamó zinjatropo. Al inicio calculó 600.000 años, pero más tarde al aplicar el método del potasio/argón su cálculo fue en más de un millón de años. Antes de su muerte en 1972, Leakey admitió que el cráneo era de un mono. ¿Curioso no?

Lucy: La especulación acerca de la pretendida evolución del ser humano gira también alrededor de un grupo de fósiles llamados Australopithecos; en particular, de un espécimen llamado Lucy cuyo esqueleto se conserva en un 40 por ciento. Lucy fue descubierta por Donald C. Johanson en Hadar, Etiopía, durante investigaciones realizadas entre 1972 y 1977.
En un artículo de la revista National Geographic (como siga así, Natgeo seguirá perdiendo credibilidad como lo hizo con la sensacionalista presentación del supuesto “Evangelio de Judas” en abril de 2006. Por lo visto, cada Semana Santa varios canales que llegan por medio del Cable montan campaña contra las verdades bíblicas, creyendo ingenuamente poder cambiar la verdad de hechos reales ocurridos en tiempo y espacio reales) aparecido en diciembre de 1976, Johanson declaró: “El ángulo del fémur y la superficie aplanada al final de la juntura del codillo... prueban que ella caminaba sobre dos piernas”.
Sin embargo, debemos mencionar que la juntura usada para “probar” que Lucy caminaba erecta fue hallada en un nivel inferior en el estrato -una diferencia de más de 60 metros-, y a una distancia de más de 3 kilómetros.Además, el extremo del fémur que se une a la rodilla estaba seriamente maltratado; por consiguiente, la conclusión de Johanson es pura especulación. Una creencia. Charles Oxnard, especialista en anatomía, empleó una técnica computarizada para analizar las uniones en el esqueleto. Su conclusión fue que los australopithecos no caminaban erectos, al menos no de la misma forma que los humanos. Al respecto, debemos mencionar que el chimpancé camina erecto durante una considerable cantidad de tiempo y eso no lo hace humano. Por tanto, no hay ninguna base científica válida para concluir que Lucy caminaba sobre dos pies. Lo más seguro es que Lucy y sus parientes eran solo variedades de monos.
Por último, hay evidencia de que la gente caminaba erguida desde antes del tiempo de Lucy. Entre ellos están el homínido de Kanapoi y el Hombre de Castenedolo. Obviamente, si las personas caminaban erguidas antes del período de Lucy, esta no puede ser considerada como ancestro evolutivo. (55)
A pesar de estos fraudes (y de otros no mencionados aquí) y de su extremada parcialidad, hay quienes en el siglo XXI piden que creamos ingenuamente en sus “pruebas” y nuevos “descubrimientos” de que “venimos del mono”, tal como afirman desde 2003 los investigadores de Atapuerca, España, por hallar fósiles que consideran restos de sus antepasados.
De hecho, los restos fósiles del Homo antecessor como los anteriores al Homo neanderthalensis descubiertos por los investigadores en cuestión pueden ser considerados como lo que son: restos fósiles de verdaderos humanos. Tanto los paleontólogos como los demás creyentes evolucionistas ateos dan por hecho (creen) lo que deben demostrar científicamente.
En setiembre de 2006, hubo un nuevo descubrimiento de un supuesto descendiente del ser humano. Se trata de los restos de un niño que -según los creyentes evolucionistas- vivió hace 3 millones de años, denominado Australopithecus Afarensis. Los restos fueron hallados en la región de Afar, en la República de Djibouti (frontera con Etiopía), el mismo sitio donde encontraron a Lucy. Los detalles del descubrimiento se dieron al público en el Museo Nacional de Etiopía, en Addis Abeba, por medio de Zeresenay Alemseged, jefe del cuerpo de investigadores y creyente evolucionista.
Unas palabras al respecto: a) Nota cómo se apresura este investigador a afirmar tajantemente que se trata de un niño. (Y los medios y periodistas hacen eco de supuestos como si fueran hechos probados. ¡Creencias, Sancho! Hay muchísimos ejemplos, pero veamos uno solo: La revista National Geographic, noviembre de 2006, tituló en su portada: “El hijo del eslabón perdido: Este bebé [foto de la portada] tiene más de tres millones de años”. Es obvio que la revista busca vender basada en sensacionalismo y despertando la curiosidad humana. Al ver tal portada no pude evitar reírme de tal creencia proclamada como ciencia) ¿Quién puede probar que no se trata de los restos de un monito? La foto del cráneo -reconstruida en el supuesto niño- francamente parece un chimpancé, no un pequeño. Desde luego, fue elaborada de tal manera que apoyara el supuesto; b) El grupo de investigadores pone edad al “niño” sin estar seguro de que en realidad tenga esos años. Ya analizamos que ningún método para determinar edad o años -utilizado hasta el día de hoy- es infalible y se fundamentan en muchos supuestos. Entonces, ¿por qué ser tan dogmático y exhibir en público unos restos como si fueran lo que afirmo? ¿Sabes qué sucede? La mayor parte de estos investigadores y hombres de ciencia dan como un hecho comprobado que venimos de una especie de simio; o sea, son creyentes de la teoría de la evolución. Por consiguiente, todo nuevo hallazgo lo interpretan conforme al supuesto: “el hombre tiene ancestros simiescos”. Quien espera encontrar lo que quiere encontrar, hallará solo lo que quiere encontrar, y pasará por alto lo que esté contra sus presuposiciones. Hemos hablado de algunos fraudes sobre el tema; solo Dios sabe de las montañas de deshonestidad intelectual de estos “científicos” cuando están investigando. ¡Ya no hacen a los científicos como antes!
Hablando de Úrsula Iguarán, el Nobel Gabriel García Márquez la describe así en su obra cumbre: “Llegó a ser tan sincera en el engaño que ella misma acabó consolándose con sus propias mentiras”. (56)
Igual que Úrsula Iguarán, hay científicos que se consuelan inventándose una ciencia a su imagen y semejanza. Mi abuela lo dice de esta manera: “Hay gente tan mentirosa [experta en la mentira] que ellos mismos se creen sus propias mentiras”. Esa abuela mía es sabia y proverbista.
Muchos pasan por alto la navaja de Ockham, principio rector de la ciencia natural de Occidente, que sostiene que la explicación más plausible es la que contiene las ideas más simples y la menor cantidad de presuposiciones.
Algo más, desde hace muchos años la fabricación de restos fósiles es un excelente negocio. De hecho, se conoce de fábricas de restos fósiles instaladas en China. De manera que cuando vas a un museo no sabes cuáles son fraudes o cuáles no lo son. ¡Cuidado con los dientes de un simio!
En 1998, en la población china de Sihetun, hallaron los restos fósiles del Caudipteryx, que inmediatamente fue situado muy cerca de las aves, e incluso algunos creyentes evolucionistas lo catalogaron como “sólidos indicios” de que las aves actuales descienden de los dinosaurios. Pero varios paleontólogos, entre ellos Paul Sereno, propusieron que en realidad el Caudipteryx era pariente cercano del famoso dinosaurio mongol Oviraptor. En efecto, en 2005 una investigación de G. J. Dike y de M. A. Norell confirmó que el Caudipteryx pertenecía al Oviraptoridae y no tenía ningún parentesco con las aves como proponían algunos creyentes evolucionistas, y aparece todavía en textos de biología.
Desde hace un tiempo, se ha estado hablando del terosaurio, que, según se cree, era una especie de dinosaurio volador (sin plumas) de 12 metros de largo. ¿Acaso puedes imaginar que un ave tan inmensa pueda volar? ¡Eso solo lo creen los crédulos creyentes evolutivos! Sin duda, seguirán apareciendo restos fósiles de supuestos hombres monos y de dinosaurios con capacidades inusuales, fantásticas, mágicas y tan sonsas como Harry Potter. No faltará quien afincado en algunos huesos construirá hipótesis y teorías al respecto. Pero, de la creencia al hecho hay mucho trecho, querido Harry. (Ojo, no he dicho que no crea en los dinosaurios. Ese es uno de los temas para los cuales aún no tengo una clara explicación. Cuando la tenga te la comunico)
Muchos creyentes evolucionistas están como ciertos grupos religiosos que para reforzar dogmas toman por los cabellos pensamientos de la Biblia o fundamentan su doctrina en un versículo aislado que interpretan a su manera. No pocos erigen toda una estructura de pensamiento seudocientífico basados en un par de huesitos o en un “gran” descubrimiento “científico” a fin de apoyar su particular y condicionado modo de pensar, que llaman “ciencia”. Y los medios de comunicación -con tal de vender- publican cualquier supuesto descubrimiento sin darse el tiempo de investigar o esperar si tal hallazgo o invento es genuino. Prefieren correr el riesgo de hacer el ridículo por publicar falsedades antes que perder la “primicia”.
Te confieso algo: a raíz de tantos fraudes y gente falsa, soy escéptico de religiones, religiosos y filósofos; pero también de científicos convencionales y medios de comunicación especializados en ciencias naturales. Todo lo examino; dudo de todo y no creo en lo que diga ni Fulano de tal ni la revista equis por mucha fama o renombre que tengan. Como dice mi abuela, “al perro macho lo captan una sola vez”. Esa abuela mía es sabia.
Que sea escéptico de todos y de todo no quiere decir que sea irracional. Hay gentes que se escudan en un falso escepticismo para no escuchar razones ni investigar reales evidencias.

Por otra parte, el biólogo cristiano Antonio Cruz escribe:

Lo más espectacular viene ahora. En la prestigiosa revista Nature en marzo [07] de 2002, el evolucionista molecular Alan Templeton, de la Universidad de Washington, hizo público un estudio acerca de las comparaciones de ADN en los seres humanos actuales. [Ver su hipótesis titulada “Out of Africa again and again” en el sitio web http://cogweb.ucla.edu/ep/Templeton_02.html] Sus conclusiones revolucionan completamente la antropología. Ya no se habla de huesos fósiles, sino de genes presentes en los humanos actuales que se consideran fósiles del pasado. Si Templeton tiene razón, todas las especies de fósiles conocidas, tales como Homo erectus, Homo antecessor, Homo Hedelbergiensis, Homo neanderthalensis y Homo sapiens, son en realidad la misma y única especie humana. Esto supone un cambio fundamental de paradigma dentro de la antropología, que confirma que los pretendidos eslabones fósiles no eran más que variedades humanas. En otras palabras, no existe evidencia de que el hombre haya evolucionado a partir del primate. Las personas siempre han sido personas; los monos, monos. (57)

Si no venimos del mono, ¿cómo explicamos las evidencias de los cavernícolas? Para responder ese interrogante debemos remontarnos a Génesis capítulos 6 al 10, donde Noé construye el Arca y se salvan él, su mujer, sus hijos y las mujeres de sus hijos. Luego de salir todos del arca, se multiplican y pueblan la Tierra de nuevo. (El descubrimiento de capas de tierras húmedas y el hallazgo del Arca de Noé en el monte Ararat, actual Turquía, debieran cerrar la boca a los que dogmáticamente han objetado la narración del Diluvio, de Noé y su familia en un gran barco)
Los creacionistas creen que los cavernícolas y las razas fueron descendientes de los hijos de Noé. No olvidemos que en la torre de Babel (Génesis 11) la única lengua hablada por todos fue confundida, y Dios dispersó a nuestros antepasados hasta los más recónditos lugares del planeta. Esto es, a los cinco continentes: América, Europa, Asia, Oceanía, África.
En su ya citada obra El colapso de la evolución, editada por Chick Publications, Huse escribe que algunos descendientes de Noé “al no enfrentar la presión del resto de la población, posiblemente abandonaron la agricultura y se dedicaron a cazar y a recoger frutos. Las cuevas pudieron haberles servido de refugio durante los fríos inviernos” y los ataques de otros grupos. (58)
Huse y otros autores hacen referencia de los tasaday -descubiertos en 1966 en el sur de la isla Mindanao, la más meridional del archipiélago de las Filipinas- como ejemplo moderno de nativos que viven al nivel de la edad de piedra.

Los tasaday no cultivaban la tierra, no cazaban, no conocían los metales. Su dieta se reducía a raíces y frutos, ranas, cangrejos y larvas que anidaban en los troncos podridos. Para encender el fuego [utilizaban] una rama dentro de una madera agujereada. No realizaban cerámica ni artesanía. Sus utensilios eran de bambú. En la tribu sólo había cinco mujeres, pero igual eran monógamos [nos ganan puesto que hoy muchos quieren tener más de un consorte]. Se tapaban los genitales con hojas de plátano. [¡Ironía! En el siglo XXI muchas y muchos quieren andar en cueros] (59)

En la actualidad, hay indios estadounidenses que viven en cuevas y en las montañas de Arizona. Siempre ha habido gentes viviendo en las cuevas de diferentes lugares del planeta. De manera que los tasaday no son los únicos.
Corría marzo de 2006, y un personal de televisión e investigadores descubrían en una remota aldea de Turquía una familia con cinco hijos que camina en cuatro, con los pies y las manos. Tienen un lenguaje reducido, grave retraso mental y escasa conciencia de sí mismos. Las hipótesis van desde que el caso puede ofrecer información sobre la creencia y religión evolucionista y “es” el eslabón perdido; que podría tratarse de un defecto congénito, y que esta forma de andar pudiera ser fruto de una mutación genética que les llevara a ser cuadrúpedos. Lo curioso es que en pleno siglo XXI puede que sea cierto que existe un fenómeno en una familia humana que jamás a nadie se le hubiera ocurrido.
Ahora bien, luego de los tantos fraudes científicos, ¿qué hay de raro que todo este show de la familia que camina en cuatro sea un colosal engaño? (Ya hay quienes pelean la paternidad del peculiar hallazgo) Bien dijo Anaxágoras, “si me engañas una vez, es culpa tuya; si me engañas dos veces, es culpa mía”. Abramos los ojos y no creamos todo lo que dicen los “investigadores de la verdad” y “benefactores de la humanidad”, como los llamara Feyerabend en tono irónico. No creamos todo, pero tampoco dejemos de creer. “Examínenlo todo, retengan lo bueno”, escribió san Pablo.
Por otro lado, está demostrado hasta la saciedad que la Biblia es fiable histórica, geográfica, teológica y científicamente. (Hasta el día de hoy, nadie ha demostrado que la Biblia esté equivocada ni ninguna ciencia convencional ha desmentido ninguna afirmación de carácter histórico, geográfico y científico de la Biblia; si alguien te dice lo contrario, ten por seguro que no sabe de lo que habla o miente deliberadamente. Recuerda, no es lo mismo cuestionar que rebatir. Y muchos no pasan de ser criticastros que se conforman con leer literatura de autores donde puedan hallar “fundamento” a sus presupuestos y prejuicios.) Entonces, ¿por qué creer que la Biblia revela la verdad en unas cosas y en otras no? ¿O por qué se empecinan en minimizar a Dios? Actuar de tal manera es ser inconsistente y tener oscuros intereses.
La pala del arqueólogo, las experiencias religiosas de millones de seres humanos a lo largo de muchos siglos y los más recientes descubrimientos científicos dan testimonio de la veracidad histórico-geográfico-científica de las escrituras judeocristianas. Si ello es así, y de hecho lo es, ¿por qué no creer que la narración bíblica sobre la creación es cierta y literal como vimos en el capítulo 2? No lo harán porque no les conviene y no desean someterse a la moral universal objetiva de Dios.
Para muchos científicos hoy y para mí, el creacionismo tiene más peso y base científica porque hay suficientes evidencias de las ciencias convencionales que apuntan a que somos producto de una Mente extraordinaria y no de millones de años de evolución. Lo segundo no tiene real asidero científico porque las ciencias naturales se basan en hechos probados, no en conjeturas. Y la teoría de la evolución -expresamos- más que ciencia es especulación, mito; tanto que el mismo Darwin estaba consciente de no poder probar su teoría. Tampoco hoy ningún creyente evolucionista o neodarvinista está en capacidad de probar sus postulados.
En 1863, Darwin escribió: “Cuando vamos a los detalles, podemos probar que ni una sola especie ha cambiado [es decir, no podemos probar que una sola especie haya cambiado]; ni siquiera podemos probar que los supuestos cambios sean beneficiosos, que es la razón fundamental de la teoría. Tampoco podemos probar por qué algunas especies han cambiado y otras no”. (60)
Esto es, el creyente en la hipotética evolución no puede probar nada, pero sigue creyendo el dogma o paradigma por razones personales y porque le parece científica. Además, eso de Adán y Eva le suena a cuento de hadas como quien cree en fantasmas. Yo elijo creerle al Libro de Dios.
También escribió Darwin en el libro “sagrado” de los evolucionistas, El origen de las especies:
“[...] Según esta teoría, tienen que haber existido innumerables formas de transición, ¿por qué no las encontramos enterradas en números incontables en la corteza terrestre? [...]”. (61)
Escribe más y pregunta: “¿Por qué la naturaleza no se encuentra en estado de confusión sino que, por el contrario, y tal y como la vemos, está compuesta de especies bien definidas? La investigación geológica no nos brinda las infinitas detalladas gradaciones entre las especies pasadas y las especiales actuales, tal cual lo requiere la teoría; y esta es la más obvia de las numerosas objeciones que pueden esgrimirse en su contra”. (62)
Para cerrar esta sección, sugiero las obras aparecidas en la bibliografía de este capítulo tales como la obra de Scott M. Huse El colapso de la evolución (The Collapse of Evolution), editorial Chick Publications, Estados Unidos: 2001, donde aparece una interesante bibliografía en inglés utilizada por Huse. De igual manera, el libro El caso del Creador de Lee Strobel, Editorial Vida, Estado Unidos, 2005. La ciencia, ¿encuentra a Dios? de Antonio Cruz, editorial Clie, España, 2004.
Quien siga creyendo en el mito darvinista luego de leer con honestidad intelectual las múltiples obras antievolucionistas, simplemente está predispuesto a creer lo que quiere creer. De ahí que se diga que los evolucionistas son tan fanáticos de la hipótesis como el más radical fanático religioso.
Deseo citar las palabras con las cuales Darwin recapituló y concluyó su controvertido libro El origen de las especies:
“Hay grandiosidad en esta concepción de que la vida, con sus diferentes fuerzas, ha sido alentada por el Creador en un corto número de formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un principio tan sencillo, infinidad de formas las más bellas y maravillosas”. (63) (Las negritas son mías)
Allan Rex Sandage, el más grande cosmólogo observacional y uno de los científicos más respectados, y que en 1985 conmovió al mundo científico al declarar públicamente ser creyente en Cristo y partidario del real diseño inteligente en el cosmos, afirma:

El mundo es demasiado complicado en todas sus partes e interconexiones como para que se deba solamente al azar. Estoy convencido de que la existencia de la vida, con todo su orden en cada uno de sus organismos, simplemente está demasiado bien estructurada. Cada parte de un organismo vivo depende de todas sus otras partes para funcionar. ¿Cómo es que cada una de ellas lo sabe? ¿Cómo es que cada parte se especifica en la concepción? Mientras más se aprende de la bioquímica, más increíble se vuelve a menos que exista algún tipo de principio organizativo -un Arquitecto para los creyentes- lo cual es un misterio para que lo resuelva la ciencia (inclusive hasta el grado del por qué) en algún momento del indefinido futuro para los reduccionistas materialistas. (64) (La negrita es mía)

Así como hay humanos de gran capacidad intelectual que porfían contra Dios, otros no se avergüenzan de aceptar públicamente ser creyentes en Dios o cristianos comprometidos con el resucitado Cristo histórico. Sandage y muchos más son vivos ejemplos del segundo grupo.
Las conclusiones de la hipótesis de la evolución las dejo a tu criterio. Baste decir que muchos son los interrogantes y pocas las contestaciones realmente científicas, pues hay más filosofía que ciencia en las mentes de muchos radicales creyentes del darvinismo. ¡Pronto hemos de asistir al funeral del mito de un mico!




































(1) Lee Strobel, El caso del Creador, p. 36. Editorial Vida, Estados Unidos, 2005.
(2) Ernest Holmes, The Science of Mind, G. P. Putnam’s Sons, pp. 64, 65, New York, 1988.
(3) Antonio Cruz, Darwin no mató a Dios, p. 158. Editorial Vida, Estados Unidos, 2004.
(4) Ken Ham. La mentira: la evolución, p. 101. Editorial Caribe, Estados Unidos, 2001.
(5) Ibíd.., pp. 102, 103.
(6) Op cit, Strobel, pp. 135, 136.
(7) Hugh Ross, El Creador y el cosmos: qué revelan los grandes descubrimientos científicos, p. 131. Editorial Mundo Hispano, Estados Unidos, 1999.
(8) Op cit., Strobel, p. 123.
(9) Charles Darwin, El origen de las especies, pp. 252, 253. Editorial Bruguera, S. A., Barcelona, España, 1979.
(10) Op cit., Ross, p. 138.
(11) Op cit., Darwin, p. 257.
(12) Op cit., Strobel, 246.
(13) Ibíd., 248.
(14) Op cit., Strobel, p. 272.
(15) Scott M. Huse, El colapso de la evolución, p. 24. Chick Publications, Estados Unidos, 2001.
(16) Op. cit., Strobel, p. 121.
(17) Op cit., Cruz, p. 97.
(18) David Elías Cáceres-Arrieta Trujillo, El sabihondo, Panamá, noviembre de 2006.
(19) Op cit., Ross, pp. 205 a 207.
(20) Antonio Cruz, La ciencia, ¿encuentra a Dios?, p. 183. Editorial Clie, España, 2004.
(21) Ibíd.., 185.
(22) Ibíd.., 187, 188.
(23) Op cit., Hugh Ross, p. 159.
(24) Dawkins, Richard, The Selfish Gene, capítulos 1 y 2 consultados en http://www.simonyi.ox.ac.uk/dawkins/WorldOfDawkins-archive/Dawkins/Work/Books/selfish.shtml
(25) John A. Bryant, Intelligent desing theory: New hypothesis or old idea in a new guise?, consultado en la Red en http://www.biochemist.org/bio/02901/0029/029010029.pdf
(26) Op cit., Strobel, p. 134.
(27) Más que un carpintero, p. 40. Editorial Betania, Estados Unidos, 1978.
(28) Ibíd., p. 40.
(29) Ibíd., p. 39.
(30) Samuel Vila. Pruebas tangibles de la existencia de Dios, p. 126. Editorial Clie, España, 1978.
(31) Herbert Benson, Curados por la fe, p. 120. Editorial Norma, Colombia, 1996.
(32) Op cit., Strobel, p. 144.
(33) Rick Warren. Una vida con propósito, p. 23. Editorial Vida, Estados Unidos, 2003.
(34) Ibíd., p. 24.
(35) Op Cit., Benson, p. 245, Editorial Norma, Colombia, 1996.
(36) Op Cit., Strobel, p. 350.
(37) Kenneth N. Taylor. La Evolución, p. 39. Editorial Mundo Hispano, Estados Unidos, 1975.
(38) J. Enrique Cáceres-Arrieta, Todo no está perdido en Estados Unidos, Panamá América, p. A6, Panamá, domingo 7 de noviembre de 2004.
(39) Op cit., Huse, p. 17.
(40) José María Mardones y N. Ursúa. Filosofía de las ciencias humanas y sociales: materiales para una fundamentación científica, p. 14, Anthropos, Editorial del Hombre, España, 1994..
(41) Harold Hill, Las monerías de Darwin, p. 42. Editorial Vida, Miami, 1979.
(42) Ibíd., pp.28, 29.
(43) Ibíd., pp. 43, 44.
(44) Ibíd., pp. 44 a 46.
(45) Josh McDowell y Don Stewart. Razones. ¿Tiene sentido la fe cristiana para el hombre hoy?, pp. 127, 128. Editorial Vida, Estados Unidos, 1983.
(46) Op cit., Hugh Ross, p. 166.
(47) Op cit., Strobel, 268.
(48) Op cit., Ross, pp. 164, 165.
(49) Op cit., Antonio Cruz, La ciencia..., pp. 123, 124.
(50) Op cit., Huse, p. 19.
(51) Nueva evidencia que demanda un veredicto, p. 409. Editorial Mundo Hispano, Colombia, 2004.
(52) Ibíd., p. 409.
(53) Op cit., Samuel Vila, p. 131.
(54) Diario La Prensa, Suplemento Mosaico, edición 38, año 1, pp. 10, 11. Panamá, 13 de octubre de 2002. El Tiempo de Bogotá, 16 de febrero de 2005, consultado en la Red.
(55) Op cit., Huse, pp. 137-141.
(56) Gabriel García Márquez. Cien años de soledad, p. 129. Santillana Ediciones Generales, S. L. Colombia, 2007.
(57) Op cit., Cruz, Darwin no..., p. 157.
(58) Op cit., Huse, p. 142.
(59) Inés Bortagaray, Caso Tasaday, consultado en la Red.
(60) Op cit., Hill, p. 48.
(61) Op cit., Darwin, p. 238.
(62) Op cit., Hill, p. 62.
(63) Op cit., Darwin, p. 669.
(64) Op cit., Strobel, p. 270.

















4
¿Sirve para algo la fe en el siglo XXI?

“Nada podemos hacer contra la verdad, sino a favor de la verdad”.
-San Pablo-

El progreso no invalida la fe

En este siglo de teléfonos móviles, internet, computadores conectados a la Red desde aproximadamente cualquier punto geográfico del planeta y desde aviones supersónicos; cine en casa, automóviles que prácticamente vuelan; de edificios que no solo “rascan” los cielos, sino que además son lujosas mansiones en el aire; de palacetes y castillos de hada; de artefactos electrodomésticos que preparan alimentos en cuestión de segundos; de cyborgs, robots e inteligencia artificial; de satélites interestelares que informan lo mínimo ocurrido en el espacio; de telescopios que permiten descubrir “nuevas” galaxias, otros planetas y planetoides; de cohetes y transbordadores que permiten permanecer muchos días en el espacio; de vehículos de transporte público cada día más veloces y eficaces; de medios de comunicación social que cubren hasta el punto más recóndito del planeta e informan en cuestión de minutos; de alimentos y bebidas instantáneos; de trasplante de casi cualquier órgano, implante de prótesis inimaginables; de cirugías que corrigen poco más o menos cualquier inconveniente físico; de operaciones que hace solo unos años eran soñadas o vistas únicamente en películas de ciencia-ficción; de genios de la literatura con absoluta facilidad para trasladarnos al realismo mágico; de virtuosos y fenómenos de la música, el canto y la poesía, de la pintura, biología, física, matemáticas, cibernética, astronomía, cinematografía; de genios de la comicidad con la gracia natural más que suficiente para hacernos desternillar; de la invención de métodos y dietas para vivir más y mejor; de medicamentos que posibilitan el mejor funcionamiento de genitales, capaces de elevarnos la libido a las nubes prácticamente a cualquier edad; de completar la lectura del genoma humano, del descubrimiento de la estructura helicoidal del ADN; de la investigación de células madre sin destruir embriones; de la clonación de animales y posiblemente seres humanos; de nacimientos de bebés probeta; del descubrimiento del origen del universo y la vida; de sondeos inimaginables en el cosmos y en las profundidades de mares y océanos. En fin, del siglo en que además del legado del glorioso siglo XX esperamos sembrar y cosechar nuestros logros como sería habitar nuevos planetas, descubrir nuevas leyes de la naturaleza para contrarrestar su furia, reparar nuestra deteriorada capa de ozono y dejar de calentar el planeta, erradicar las enfermedades y alcanzar la soñada inmortalidad, eliminar la injusticia, los conflictos bélicos, el hambre, la pobreza y lograr más asombrosos inventos, ¿será necesaria la fe?
Si nos dejamos abrumar (más de lo que estamos) por lo logrado y lo que alcancemos, concluiremos sin lugar a dudas que no necesitamos fe. ¿Para qué fe si lo “tenemos todo”? ¿Para qué fe en este siglo de luces, en el cual hemos conquistado lo inimaginable? Antes de responder esas preguntas, llama la atención que a pesar de tantos descubrimientos, avances e inventos, nos comunicamos menos, nos entendemos poco y nos sentimos peor. Como periodista y observador de la conducta humana, me he percatado que muchas veces la comunicación brilla por su ausencia en la familia cercana, en los medios de comunicación social y entre los comunicadores y periodistas. Esto es, somos “luz en la calle y oscuridad en casa”. “En casa de herrero, cuchillo de palo”.
La respuesta de por qué necesitamos fe estriba en la innegable realidad de que además de seres con alma y cuerpo tenemos un espíritu sediento no de sexo, dinero y poder (las tres cosas que en general más motivan al humano), sino de aquello que sacie hambres de afecto, cure nuestro Niño interior y sane nuestros sentimientos de abandono y miedos al rechazo, con el objeto de hallarle sentido a la vida que a veces se nos convierte en la cruz más pesada en el planeta. ¿Para qué sexo, dinero y poder si sentimos que nadie nos quiere, nuestro Niño interior vive deprimido, con miedos irracionales, vacíos, soledad, sentimientos de abandono y de culpa y un sinsentido en la vida? Se nos ha olvidado que la felicidad del ser humano no la determinan los bienes que posee, y que “no solo de pan vivirá del hombre”. Pregunto: Si todas esas cosas materiales importantes, pero innecesarias para llenarnos, satisficieran la vida, ¿muchos de los que las tienen vivieran vacíos y sin sentido? Pienso que no. (En el ensayo ¿Por qué estoy tan vacío? desarrollo el tema)
Incontables personajes ricos y famosos se han atrevido a declarar en público que aunque el dinero y la fama les ha ayudado a escalar un lugar en la sociedad, ello no ha contribuido a llenar su vida como ellos creían antes de ser ricos y famosos. El cómico canadiense Jim Carrey dijo hace un tiempo: “Creo que todos deberían volverse ricos y famosos, y hacer lo que siempre han soñado. Así verían que eso no soluciona nada”. Muchos dirán: “¡así es!”.
No es que el dinero no solucione las necesidades existenciales: pan, agua, vivienda, vestido, calzado. Con dinero se puede adquirir casi todo lo material. Esa verdad está contenida en el pensamiento: “El dinero no compra la felicidad, pero ayuda a financiarla”. Ayuda a financiar lo que pueda comprarse, pero no resuelve necesidades emocionales, sicológicas y espirituales.
Si lo material llenara vacíos espirituales, saciara hambres de afecto y resolviera problemas existenciales, ¿por qué muchas gentes en los países con elevadísimo producto interno bruto (PIB) per cápita y/o mayor calidad de vida recurren al suicidio y a la droga social llamada alcohol? ¿Por qué la demanda de drogas ilícitas aumenta cada año en las sociedades más ricas y opulentas? ¿Por qué se suicida la juventud y la niñez en aquellos países? Porque la vida del ser humano no consiste en los muchos bienes y riquezas que posea. No somos solo mente y alma. También tenemos un espíritu que se sacia solamente con alimento espiritual. En ninguna manera hablo de religión. De ello nos daremos cuenta más adelante.
Sin ánimo de desmeritar a otros profesionales, considero que desde que el ser humano cayó en pecado allá en el Edén hay tres profesionales indispensables para que la vida sea más llevadera, sin importar que vivamos en castillos o chozas. Las mencionaré en orden de importancia aunque por lo general no sean vistas así por la cantidad de enfermedades que azotan a la humanidad y el daño que unos humanos causan a otros: a) pastor cristiano de almas; b) sicólogo; c) médico. (Si los dos últimos profesionales son también cristianos nacidos de nuevo y con temor de Dios, las cosas se facilitan a los pacientes) La preponderancia de ellos consiste en que cubren las tres dimensiones del ser humano: espíritu, alma y cuerpo. (Más adelante consideraremos por qué el ministro cristiano es más efectivo que otros religiosos para tratar cuestiones del espíritu. Espero que esto no eleve el ego de nadie; ni ninguno se sienta “excluido” o disminuido. Mis consideraciones se ciñen estrictamente a los tres tipos de salud que necesitamos como seres tripartitos: salud espiritual, salud mental-emocional y salud corporal)
Analicemos la relevancia de estos profesionales de menor a mayor, que en general es como lo percibimos y prestamos atención: casi todos reconocemos la importancia del medicamento o la droga lícita en el cuerpo, más cuando estamos enfermos o accidentados y no podemos valernos por nosotros mismos. Pero pocos ven la utilidad de la salud mental y emocional, que facilita un mejor desenvolvimiento a la persona como ser humano indivisible, esto es, sin estar escindido por problemas y conflictos anímicos y/o sicológicos. Por otro lado, son menos los que aceptan y entienden que la salud física, mental y emocional está condicionada a la salud espiritual. Un espíritu enfermo rompe la coordinación y armonía del humano, dando origen a vacíos existenciales, emociones y culpas sin aparente razón de ser. ¿Cuándo comprenderemos que no somos solo mente y cuerpo? Siguiendo a Platón, expresaríamos: Médicos y sicólogos, si se contentan con buscar la salud para el cuerpo y el alma sin preocuparse por el espíritu, jamás le darán la salud completa a la persona. Es obvio que estos profesionales están limitados por el mismo propósito de su profesión.
En la antigüedad, los terapeutas tenían tres roles infaltables para ayudar y sanar integralmente a las gentes: eran sacerdotes, filósofos y místicos, entendidos en la esencia espiritual del ser humano; eran sicólogos que conocían de la mente y los pensamientos. Y eran también médicos clínicos, sabedores de anatomía y patología.
Por otra parte, muchos en el siglo XXI están convencidos de que la Biblia está desfasada porque contiene verdades de la época medieval, y hoy la ciencia convencional ha desplazado a la ciencia teológica y la religión de entre las cosas más importantes en la vida del ser humano posmoderno. Según ellos, el hecho de que dicha las ciencias naturales y la tecnología tengan hoy gran prominencia es sinónimo de que los preceptos bíblicos están obsoletos y deben necesariamente ser reescritos. Y vivimos, como sostiene el Papa Benedicto XVI, imbuidos por “modas ideológicas”. (La mayor parte de esas “modas ideológicas” son refritos filosóficos, presentados ahora con un nuevo barniz de seudo intelectualismo denominado cientificismo. Lo nocivo no está tanto en que sean de vieja data, sino en su caducidad. “Nada hay nuevo debajo del Sol”, escribió Salomón en Eclesiastés 1: 9)
Cierto es que las verdades bíblicas y muchas verdades seculares conocidas hoy datan de la época medieval y más allá, y que la fe ha pasado del plano general al particular, mas ello no significa desgaste ni pérdida de preeminencia de la ciencia teológica y de la fe en la vida del ser humano, sino que el hombre y la mujer posmodernos creen ser autosuficientes por el conocimiento que manejan y conocen de la ciencia convencional y tecnología. Además de las gafas relativistas, fatalistas y cientificistas con que suelen mirar la vida. Vivimos, como también señala Ratzinger, “la dictadura del relativismo”, que “no reconoce nada como definitivo y deja solo al propio yo con sus deseos”. Ante la verdad, la actitud del creyente relativista se reduce única y exclusivamente al campo de la ciencia convencional. Para él, dicha ciencia es infalible y madre de toda verdad, ignorando que ciencia no solo se hace en un laboratorio físico, sino incluso en teología y/o apologética estudiando o investigando las evidencias de la vida, muerte y resurrección corporal del Señor Jesucristo; hechos irrefutables ocurridos en tiempo y espacio reales, aunque no puedan ser repetidos ante quien los ponga en duda, tal cual vimos en el capítulo 3 y ahondaremos en este. (Cualquier hecho histórico es único e irrepetible. Por consiguiente, tratar los sucesos históricos, incluidos los milagros, con el mismo concepto de probabilidad que el científico -convencional- usa al formular leyes, es ignorar la diferencia fundamental entre dos temas distintos)
Por otra parte, desde hace años se ha estado hablando de la separación del Estado de cualquier confesión religiosa y de la educación laica (resulta sospechoso que quienes así se expresan nada dicen de la separación del Estado de ideologías filosóficas ateas y cientificismo). No habría nada malo si habláramos de un laicismo sano que separa la religión (incluida la religión llamada evolución y cualquier otra creencia seudocientífica) o creencias de todo tipo de la educación, el Estado y la política. Empero, lo que se pretende en realidad es excluir a Dios de la educación, el Estado y la política para entronizar una visión de la vida en la cual no hay lugar para Dios y seguir enseñando que somos producto de la selección natural. En breves palabras, que los creyentes evolucionistas tienen ancestros simiescos.
Tales posiciones llevan a muchos políticos y gobernantes, sin temor de Dios, a comprometerse con ciertas minorías para ganar votos, permitiendo exclusivamente la enseñanza de la hipótesis de la evolución en colegios y universidades; coquetear también con quienes promueven el casamiento de personas del mismo sexo; patrocinar la legalización del aborto (irresponsable) y las drogas; apoyar económicamente la destrucción de embriones y cualquier otra aberración con tal de ganar popularidad y ¡votos!
La médula de la creencia de la persona sin Dios y sin ley suele ser: “Dios no existe. Las divinidades son ilusorias. No hay por qué temer a ningún Dios ni guardar normas y preceptos de un Dios inexistente”. Asimismo, “Seamos naciones del primer mundo; libres de supersticiones religiosas”. Por tanto, ¿qué podemos esperar de gobernantes, autoridades, profesionales y sociedades con tal panorámica de vida? ¡Puedes esperar cualquier demencia! ¡Pues no hay a quien rendirle cuentas y todo vale! Situación parecida es presentada por Salomón en Eclesiastés y por Dostoievski en Los hermanos Karamazov.
Ni el fanatismo religioso es sano ni tampoco lo es el fanatismo racionalista y materialista ateo que proponen los que creen que el humano es simplemente un animal en evolución o una máquina construida por genes. No se trata de “quítate tú para ponerme yo”, sino de guardar un equilibrio entre los extremos de la credulidad de la Edad Media y la incredulidad de la Edad Moderna. La añoranza por los tiempos medievales está tanto en los fanáticos religiosos como en los fanáticos racionalistas y cientificista, querido Sancho. Todo con tal de someter al otro, obteniendo y reteniendo el poder sobre las conciencias de los demás. ¿Te has dado cuenta que crédulo suele ser el humano en aquello que le conviene? ¿Y qué incrédulo es en lo que no le conviene?
Algunos se vanaglorian de no tener religión y de ser ateos, creyendo que ello es ícono de posmodernismo e intelectualidad. Sin percatarse que han hecho del escepticismo, agnosticismo y ateísmo su religión; y abrazando sus propias creencias. Sería interesante investigar qué o quién es el dios de su religión. (Hay quienes ven a Darwin como un dios) Este tipo de fanatismo no se circunscribe a lo que comúnmente es conocido como religión, pero su dogmatismo, absolutismo y radicalismo hacen tanto daño o peor que el fanatismo convencional. De igual manera, escépticos, agnósticos y ateos han erigido nicho a su inflado ego y prejuicios antirreligiosos. El dios de ellos no es el Dios personal de la Biblia, sino su ensoberbecido ego y relativista manera de concebir la vida. Como buenos reduccionistas (léase extremistas) ven e interpretan la vida a través del conducto de su “ciencia”; de su especialismo. Escribo ciencia entre comillas porque el verdadero espíritu científico no es excluyente y miope ante el conocimiento cualquiera que sea, y el genuino hombre de ciencia no mantiene una actitud arrogante ante la verdad de los hechos, sino que es respetuoso y humilde. No suprime los hechos antes de examinarlos ni desmerita lo que intrínsecamente tiene valor científico, aunque no cuadre con sus ideas preconcebidas y enseñanzas cientificistas. Tampoco esgrime supuestos y creencias con tal de no investigar lo ajeno a su pensamiento. No olvidemos algo muy importante, el genuino científico es un honesto intelectual. No pasa por alto los hechos que refutan su posición existencial filosófica o cientificista.
Como dijera en la radio durante más de doce años, si el resucitado Cristo histórico fuera una religión, yo lo hubiese dejado desde hace muchos años, puesto que me considero un tipo práctico que ve la utilidad o no de las cosas, sin caer en los extremos del utilitarismo. Si algo beneficia mi ser, no me importa si es religioso o no. Para mí lo de gran valía es que redunde en mi crecimiento y madurez espiritual y sico-emocional.
Ahora, sé que como yo mucha gente se siente bien y está convencida de lo que cree. Eso lo respeto, y admiro más si la persona ha investigado juiciosa y honestamente a fin de convertir sus creencias en convicciones, en cuanto sea posible. (Más adelante veremos la crucial diferencia entre creencia y convicción) Baste manifestar que puedo ser sincero en lo que creo, pero estar sinceramente engañado. Tener un ego (intelecto) enajenado y un yo (sentimientos, emociones) sometido o aplanado. Ser sincero en lo que creo no cambia los resultados que al final obtendré de mi franca equivocación. Alguien pensará: “...tú puedes ser el equivocado”. A ello respondo que la religión cristiana es la única en la cual el creyente tiene una relación con un Ser viviente (Jesús resucitado), no solo con mandatos y dogmas como ocurre en otras religiones. Además, en el momento en que la fe falta, la religión falla, el conocimiento no satisface y se derrumba la teología, el amor por Cristo es lo único que puede ayudarme a cruzar el valle de lágrimas porque Él me sostiene o lleva cargado. Todo lo demás puede fallar, pero si de veras he nacido de nuevo por acción del Espíritu Santo mi amor por Él trascenderá los límites del sufrimiento y de la muerte. No hablo filosofía ni de simple dogma o verdad teologal; se trata de una realidad histórico-empírica que ocurre en tiempo y espacio reales que los cientificistas tienen en poco por no cuadrar con su “ciencia” o método científico.
En pocas palabras, el fanático racionalista y/o el cientificista están habituados a entender y explicar casi todos los enunciados de las ciencias convencionales. Al no ocurrir lo mismo con los hechos narrados por el Evangelio y toda la Biblia, se frustra y se siente impotente y disminuido, optando por lo más cómodo: rechazar a Dios, a Jesús y lo sobrenatural.
Digámoslo de una vez: el cristiano bíblico no vive de mera creencia, sino de convicción, hija de la experiencia. En rigor, cualquier tipo de creencia no está necesariamente fundada en realidades como muchos piensan, y creencias hay incluso en las ciencias naturales; en efecto, la mayoría de creencias de cualquier religión, filosofía y ciencia convencional son nada más eso... creencias. Cosas imaginadas, supersticiones, suposiciones, paradigmas, deseos de que lo que se cree sea verdad. Mas en el cristianismo bíblico los cristianos no vivimos de solo creencias, sino, ante todo, de convicciones, surgidas de una relación transformadora con el resucitado Cristo histórico que nos cambió la vida y aún continúa haciéndolo. Eso -aunque subjetivo- es irrefutable, predecible, replicable, cuantificable y demostrable aquí, en la China o en cualquier otro planeta, dijimos en el capítulo 1.
Los nacidos de nuevo sabemos -no solo creemos- que Jesús de Nazaret es Quien dice ser en la Biblia por las incontables manifestaciones de su amor y poder en nuestra vida. Ya lo manifestamos, el cristianismo bíblico es una religión histórica y empírica que descansa sobre hechos históricos ocurridos en tiempo y espacio reales, no en suposiciones, creencias, símbolos, supersticiones, mitos, leyendas. Asimismo, la fe del cristiano está cimentada en hechos empíricos (experiencias) que casi a diario tiene con ese Jesús que murió pero que también resucitó y todavía en el siglo XXI cambia vidas, pues su “negocio” es transformar vidas para el bien de la persona y de los que afecte con su testimonio.
Supongamos que al “final de los tiempos” (“si es que hay algún final de los tiempos”, dirá el incrédulo) o de nuestra vida descubrimos que la fe en Jesucristo y en la Biblia no era cierta, sino una religión más inventada por personas desesperadas por encontrar salida a sus frustraciones y terreno fértil para sus esperanzas. Si se diera, te cuento que los cristianos no hemos perdido nada. Pero, ¿qué tal si al “final de los tiempos” (así llama la Biblia la segunda venida de Cristo en San Mateo 24: 3. El apóstol Pedro la define como “Día del Señor” en 2da San Pedro 3: 10. San Juan en Apocalipsis 20: 11-15 la describe como “el juicio ante el gran Trono Blanco”) descubrimos que Jesucristo es Dios hecho Hombre y el único Camino al cielo y que la Biblia es su eterna Palabra? Pregunto: ¿dónde irán a parar los que niegan y rechazan esas grandes verdades? Estarán en serios problemas. (Desde este lado de la problemática es cómodo decir: “correré el riesgo” o “no hay ningún final de nada, pues el mundo acaba para el que muere”. Yo diría que correr tal riesgo por mucho tiempo es falta de juicio ya que está en juego mi destino eterno)
Antes de que se piense que dudo de Quien y en Qué he creído, aclaro que no tengo duda alguna al respecto; pongo el ejemplo para que veamos que el creyente en Cristo está en mejor posición existencial que cualquier otro ser humano, mas ello no debe ser motivo de arrogancia y sectarismo, sino de tener amor y misericordia de aquel que todavía no ha tenido una experiencia transformadora con el histórico Cristo resucitado. “Dios es amor”, asevera san Juan en 1ra San Juan 4: 16. “Si no tengo amor, nada soy, y si lo que hago lo hago sin amor, de nada me sirve”, escribe san Pablo (1ra Corintios 13: 2, 3)

¿Qué es fe?

En primer lugar, veamos en cuántas ocasiones está registrada la palabra fe en las sagradas Escrituras judeocristianas. El vocablo fe aparece trescientas dieciocho (318) veces en toda la Biblia. Solo en tres (3) ocasiones, en el Antiguo Testamento. Trescientas quince (315) veces, en el Nuevo. Pero en el Antiguo Pacto (Antiguo Testamento) hallamos otras voces sinónimas de la palabra fe.
Ahora consideremos la diferencia entre fe y religión, puesto que una cosa es fe y otra es religión. El término fe en los evangelios viene del griego pistis, que en primer lugar significa persuasión, convicción (no mera creencia, como viéramos) fundamentada en el sentido del oído. “La fe [pistis] viene del oír [gr. akouo]; y el oír el mensaje de la palabra de Dios [o de Cristo]”. (Romanos 10: 17) Esto es, la fe viene a mi vida por oír el Evangelio de Jesús; la Palabra de Dios. (Es obvio que desde que fue escrito el Nuevo Testamento la fe también viene a mí y mi espíritu se alimenta por leer [gr. anaginosko] yo la Palabra de Dios) La fe no viene por lo que veo, puesto que la vida cristiana no se cimienta en el sentido de la vista, sino en la fe que viene por medio del oír (y leer) los hechos reales del Evangelio. (2da Corintios 5: 7) Claro, luego de convertido, los milagros y prodigios que vea o haga Dios por medio de mí u otro creyente aumentan mi fe. La fortalecen.
En el Nuevo Pacto (Evangelio), el término fe se utiliza siempre relacionado con fe en Dios (Padre), en Jesús (Hijo) o en lo connotado con ellos, nunca con otras personas, personajes bíblicos o lo que tenga que ver con estos. La adulteración del vocablo fe surge después con la aparición de herejes, apostatas y anatemas, expandiéndose mucho más tarde con la proclamación del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, que más que bendición fue maldición para la Iglesia, pues a partir de ese momento todo era “fe”, todos eran “cristianos” y se introdujo mucho paganismo en el Cuerpo de creyentes nacidos de nuevo por acción del Espíritu Santo. Hoy, palabras bíblicas como nuevo nacimiento, conversión, bautismo... no significan nada para muchos miembros de iglesias autodenominadas cristianas. Su esencia evangélica (del Evangelio) se ha diluido entre tradiciones que colisionan contra el Evangelio y mandamientos de hombres contrarios al espíritu de los mandatos del resucitado Cristo histórico. Además, la Iglesia o Cuerpo de creyentes siempre ha crecido en la persecución; la comodidad y el poder le han sido fatales. Nunca los cristianos hemos sido mayoría. Como tampoco lo han sido escépticos, agnósticos y ateos.
La expresión fe, según el diccionario bíblico de W. E. Vine, se usa en el Nuevo Testamento como (a) Confianza, p. e., en Romanos 3: 25; 1ra Corintios 2: 5; 15: 14, 17; 2da Corintios 1: 24; Gálatas 3: 23; (b) fiabilidad o fidelidad, p. e., en San Mateo 23: 23; Gálatas 5: 22; Tito 2: 10; (c) por metonimia o “aquello que es creído, el contenido de la fe”, p. e., en Hechos 6: 7; 14: 22; (ch) como una base para la fe, una certeza o convicción, p. e., en Hechos 17: 31; y (d) una prueba o “prenda de fidelidad”, “la fe empeñada”, p. e., en 1ra Timoteo 5: 12. (1) (Usado con permiso)
El vocablo religión viene de dos términos griegos, a saber: threskeia y deisidaimonia. El primero está relacionado con el aspecto externo de la persona; es lo más visible en el religioso. Y el otro denota, primero, “temor a los dioses” o a la divinidad pagana o demonios. Notemos el paganismo presente en la definición deisidaimonia y en la misma palabra. Cabe expresar que la Biblia enseña que quien adora, invoca u ofrece sacrificio o culto a otro (a) -camuflado de veneración- que no sea Dios o su Hijo Cristo Jesús, lo hace a los demonios. (Levítico 17: 7; Deuteronomio 32: 17; 2do Crónicas 11: 15; Salmos 106: 37; 1ra Corintios 10: 20) (Basado en esta revolucionaria verdad es claro notar la existencia de muchísimo paganismo y culto a Lucifer y sus demonios en algunas religiones autodenominadas cristianas. Lo más triste es que sus líderes religiosos no se atrevan a predicar la verdad a sus ovejas o feligreses por miedo a la excomunión y/o persecución. Y otros líderes religiosos o pensadores seculares no tienen el amor, tacto y sabiduría suficientes para decir las cosas de manera correcta. Las polarizaciones son dañinas)
El término religioso tiene tres acepciones en el griego koiné del Nuevo Testamento: deisidaimon, threskos y eulabes. La primera acepción (de la misma raíz de la ya nombrada deisidaimonia) significa supersticioso. Concepción que tienen algunos del humano religioso y que cuenta con su tinte de verdad; mas en modo alguno denota que todos los religiosos sean supersticiosos o que el cristianismo esté asentado en supersticiones. La primera premisa no hace cierta la conclusión si la segunda premisa es falsa. “Superstición” llama el ignorante a su ignorancia. Y la ignorancia es insolente. Supersticioso también es aquel que da extremado valor a las ciencias convencionales, convirtiéndolas en su fetiche.
La segunda definición tiene que ver con el aspecto externo del servicio a Dios, y está connotado con el vocablo threskeia que ya examinamos. El tercero, quiere decir piadoso (eusebeia), devoto a Dios. (2)
Por último, la expresión religión está conectada con el término religar, que en latín es religare, y significa volver a atar, unir. Intenta reunir con Dios. Del intento al hecho hay mucho trecho. Es decir, que intente “reunir” con Dios a que lo logre, son dos cosas muy distintas. Más adelante analizaremos que ninguna religión -incluida la cristiana- puede “reunirnos” con Dios; esa labor es exclusiva del Señor Jesucristo, Dios hecho Hombre. Y el Señor Jesús llega a nuestras vidas por medio del Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad. En otros términos, al resucitado Cristo histórico nos lleva únicamente el Espíritu Santo. (San Juan 14: 23, 26; 16: 7, 13-15)
Temo que algunos sujetos están tan prejuiciados en cuanto a Dios, Jesús, la Biblia y la fe que tienen la creencia “progresista” de que “fe significa no querer saber la verdad”, como aseguraba Nietzsche. Tampoco fe es “la gran excusa para evadir la necesidad de pensar y juzgar las pruebas”, como asegura Richard Dawkins. En Root of All Evil (Raíz de todo mal), Dawkins arremete nuevamente contra la fe y afirma que “fe es aceptar una idea sin dudar; sin pensar y sin cuestionarla”. ¿De dónde carrizo sacó Dawkins semejante absurdo? El editor Michael Shermer se mofa de la fe y asevera que “el punto de la fe es creer sin importar la evidencia, lo cual es la antítesis de la ciencia”.
El filósofo ateo Richard Robinson cree que “la fe cristiana no es solo creer que hay un dios. Es creer que hay un dios, sin importar cuál sea la evidencia de la pregunta. ‘Tenga fe’, en el sentido cristiano significa: ‘Crea que hay un Dios sin hacer caso de la evidencia’”.
O Robinson ignora los descubrimientos más recientes en astrofísica y cosmología que apuntan a la existencia del Creador en el origen del universo, es omnisciente o es un mamagallista que nos está tomando el pelo. La presunción y soberbia de Robinson en cuanto a la supuesta inexistencia de Dios es reprensible, puesto que carece de base científica, histórica y empírica. Bien lo expresa John W. Montgomery, a estas alturas de las ciencias naturales y en la física de Einstein, quien haga ese tipo de afirmaciones ateas es filosófica y científicamente irresponsable.
Alguien más intentó definir fe y esto es lo que cree: “La fe [se nutre] de esperanzas e hipotéticas revelaciones”. ¡Se nota que no entiende o ignora lo que es fe! La verdadera fe no se nutre ni de esperanzas ni de supuestas revelaciones. El autor de la cita confunde fe con esperanza, y su presunción le engaña diciéndole que las revelaciones y los hechos ocurridos en tiempo y espacio reales -sobre los cuales transita la fe bíblica- son “hipotéticos”. Ya he dicho que para hacer afirmaciones tan radicales toca ser una de dos cosas: omnisapiente o un majadero. El racionalismo y cientificismo empleados por los personajes citados no son ciencias, son adulteraciones de las disciplinas que dicen representar. Dichas definiciones son un insulto a la fe del cristiano y un atropello a la inteligencia de las gentes que algo conocen de fe aunque no sean nacidos de nuevo.
Por el respeto que merecen los excelentes filósofos, científicos y editores, creo que quien no quería saber la verdad en cuanto a Dios era el filósofo alemán. Quien no quiere pensar y ver más allá de sus narices ni examinar las pruebas contra el mito evolución es Dawkins, pues tiene fe ciega en la creencia evolución, que contiene poca ciencia, pero sí grandes dosis de filosofía. Desgraciadamente, debo reconocer que la segunda definición de Dawkins es lo que muchos -incrédulos y creyentes- entienden por “fe”.
Las definiciones “fe” dadas por Shermer y Robinson encajan perfectamente en los campos evolutivos, pues -como dicen muchos científicos convencionales- los evolucionistas creen en el mito aun con muchas evidencias en contra; asimismo, la evolución sí es la antítesis de las ciencias naturales. Es “ni más ni menos el mayor mito cognitivo” de los tiempos modernos, asegura el genetista Michael Denton en Evolución: una teoría en crisis.
Quien se nutre de esperanzas y supuestas revelaciones de sus verdades es aquel que cree entenderlo y explicarlo todo y aspira poder aplicar racionalismo y cientificismo a cualquier conjunto de verdad. Y cuando no lo logra se frustra y siente disminuido, porque su minúsculo cerebro no puede entender ni explicar lo que es imposible que quepa en su cabeza y en el laboratorio.
A. Lunn en una jocosa parodia escribió sobre la fe ciega de los evolucionistas: “Es, pues, la fe la sustancia de los fósiles que se esperan, la demostración de los eslabones que no se ven” porque no existe ni lo uno ni lo otro.
El caso de Nietzsche es comprensible (pero no justificable para un adulto), puesto que un niño abandonado afectivamente, reprimido, descalificado y abusado crece con la idea de que Dios es un padre tirano que disfruta hacer sufrir a sus hijos. El filósofo fue criado en severa religiosidad y a los cuatro años perdió a su padre. En semejantes circunstancias cualquiera se vuelve ateo. No se justifica, repito, pero influye mucho. (Alguien ha escrito que debemos volver al pensamiento de Nietzsche. Rescatando lo poco bueno que tenga el pensamiento del filósofo germano, ¡Dios nos libre de su relativismo, parcialidad en cuanto a Dios y el cristianismo, pesimismo, radicalismo, resentimiento, amargura y demencia!)
“Dios ha muerto”, escribió Nietzsche en Así habló Zaratustra (1883), evocando al personaje persa del siglo VI a. C. Es usual que detrás de teorías, filosofías e ideologías y creencias escépticas, agnósticas, ateas y anárquicas haya un humano con una infancia, niñez o adolescencia atribulada. (Es ingenuo esperar que alguien tenga la suficiente honestidad para reconocerlo) En efecto, estudios pertinentes han revelado que la mayor parte de ateos más famosos del pasado y el presente (Bertrand Russell, Sartre, Nietzsche, Camus, Freud, Madalyn Murray O’Hair, Marx, Richard Dawkins...) tuvieron mala relación con sus figuras parentales; esto es, relaciones tensas y conflictivas con sus padres. O sus papás escépticos, agnósticos o ateos les envenenaron el juicio contra Dios, la fe, la Biblia y Jesús. ¿Hasta cuándo van a seguir negándolo los ateos modernos? Es raro que tales personajes admitan su esclavitud a los resentimientos, prejuicios, supuestos y dogmas de sus viejos incrédulos.
Aunque el ambiente del niño no determina sus acciones, sí le afecta en gran manera. Algunos biógrafos de Darwin creen que duró veinte años en publicar su teoría de la evolución por temor a su generación religiosa pero sobre todo a su padre, un médico religioso. Finalmente se impuso, consideran los biógrafos, el resentimiento entremezclado con admiración que sentía Darwin por su padre. Por obtener el poder, diría la sicología. Por lo visto, había un conflicto de voluntades entre Darwin y su padre, como suele haber entre padres sobreprotectores y dominantes y sus hijos.
Pues bien, Dios no está muerto ni fe es lo que señalan el filósofo, el biólogo, el comunicador y otros. Ello podrá ser cualquier cosa, menos fe. Fe no es cometer suicidio intelectual, como dijera en el capítulo 1. Fe no es dejar de pensar yo. Eso no es fe, sino tontería, fanatismo. (Debo aclarar que habrá cuestiones que no entenderé por la finitud de la razón y la infinitud de Dios; y tocará aceptarlas no con fe ciega [la fe bíblica nunca es ciega; la “fe” en la teoría de la evolución sí es ciega e irracional], sino porque tengo la convicción -certeza- de que Dios no miente y sabe lo que hace; tal cual hizo María ante el anuncio del nacimiento virginal de Jesús. Ojo, rechazar algo so pretexto de que “no lo entiendo”, “es inexplicable” o es “metafísica pura” es tan insensato como aceptarlo todo sin usar el cerebro) Fe no es un salto al vacío y sin paracaídas.
Bueno, después de todo, ¿qué dice la Biblia que es fe? Te aseguro que no señala los disparates antes citados y otros que pululan por ahí. Según la traducción Reina-Valera, 1960, tal vez la traducción más popular en español, Fe es “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. (Hebreos 11: 1) No perdamos de vista que la fe bíblica gira en torno a la certeza y la convicción.
Permíteme compartir contigo lo que expresa literalmente ese pasaje en el original griego, tal como aparece en el Nuevo Testamento Interlineal griego-español, de Francisco La Cueva, Editorial Clie: “Y es (la) fe, de lo que se espera base segura, de realidades prueba convincente que no se ven”.
Ello significa que la fe es base inamovible de lo que espero por ser real; la fe también es la prueba convincente (convicción) de las cosas que no veo con los ojos físicos, mas existen. La fe, amigo, descansa y se alimenta de hechos comprobables -no de “esperanzas e hipotéticas revelaciones”-, y las evidencias están a disposición de quien tenga dudas honestas, no supuestos, prejuicios y resentimientos. Esos hechos no admiten probabilidades de que sean o no sean porque son. Pueden ser cuestionados pero jamás rebatidos; son irrefutables. No hay argumento, palabrería, alharaca, racionalismo, cientificismo ni filosofía suficientes para rebatir los hechos reales que narra la Biblia. No digo que no se investiguen. Hablo de su irrebatibilidad. Dejemos algo claro: quien haga declaraciones presuntuosas sobre la supuesta refutación de los hechos del Evangelio -tal cual aparecen en el Nuevo Testamento- y las conversiones al resucitado Cristo histórico, simple y llanamente está soñando. La vida es sueño porque “soñar no cuesta nada”, escribió Calderón de la Barca. Pero, “si no te quieres caer, ten cuidado en qué lugar de la cama te duermes, mi pequeño Saltamontes, porque te puedes caer”, diría el maestro al discípulo.
La traducción Reina-Valera Actualizada, 1989, Editorial Mundo Hispano, traduce Hebreos 11: 1 de la siguiente manera: “Fe es la constancia de las cosas que se esperan y la comprobación de los hechos que no se ven”. Nótese la certeza o realidad alrededor de la cual rota la fe. La fe está fundada en hechos reales.
Dios habla hoy, popular por su claro lenguaje, traducción de las Sociedades Bíblicas Unidas, traduce Hebreos 11: 1 de este modo: “Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos”. La “plena seguridad” es debida a que sé que recibiré lo que pedí. Más, ya lo he recibido pues lo solicitado es real, no mero deseo o fantasía mía.
La Nueva Versión Internacional (NVI), de la Sociedad Bíblica internacional, traduce que “la fe es tener la seguridad de lo que esperamos y la certeza de lo que no vemos”. Conforme a esta traducción, fe es la certidumbre de lo que aguardamos y de lo que no podemos ver.
Aunque no es una traducción, la paráfrasis Biblia al Día, de la Living Bibles International, dice: “¿Qué es fe? Fe es la plena certeza de que lo que esperamos ha de llegar. Es el convencimiento absoluto de que hemos de alcanzar lo que ni siquiera vislumbramos”.
Aun una traducción amañada como la de los Testigos de Jehová “traduce” en su Traducción del Nuevo Mundo de las Sagradas Escrituras, de Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc., and International Bible Students Association Brooklyn, New York, U. S. A., de la siguiente manera: “Fe es la expectativa segura de cosas esperadas, la demostración evidente de realidades aunque no se contemplan”.
En mi opinión, la Biblia Nácar-Colunga es la mejor entre las versiones católicas, y traduce Hebreos 11: 1 de esta manera: “Ahora bien: es la fe la garantía de lo que se espera, la prueba de las cosas que no se ven”. La fe, conforme a esta traducción, es seguridad de lo que espero y la evidencia de lo invisible.
Otra versión católica es la Biblia Latinoamérica, y traduce: “La fe es aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver”. Me aferro a lo esperado porque tengo la seguridad de su realidad.
La Biblia de Jerusalén, traducción católica, de Desclée de Brouwer, S. A., traduce Hebreos 11: 1: “La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven”. Fe es garantía al cien por ciento de que lo que espero ya es mío, pues aunque no lo vea es real.
El Nuevo Testamento de Ediciones Paulinas de la Editorial Verbo Divino, otra versión católica, traduce de la siguiente manera: “La fe es la manera de tener lo que esperamos, el medio para conocer lo que no vemos”.
Quizá la más famosa y popular de las traducciones en lengua inglesa sea la King James, de The National Publishing Company Philadelphia, PA., y traduce Hebreos 11: 1: “[…] Faith is the substance of things hoped for, the evidence of things not seen”. En español sería: “Fe es la sustancia de cosas que se esperan, la evidencia de cosas que no se ven”.
Otra traducción en inglés es la New International Version, de la Holman Bible Publishers, que traduce: “[…] Faith is being sure of what we hope for and certain of what we do not see”. En nuestra lengua es: “Fe es estar seguro de lo que se espera y la certeza de lo que no vemos”.
El New American Standard New Testament, también de Holman Bible Publishers, traduce: “[…] Faith is the assurance of things hoped for, the conviction of things not seen”. En nuestro idioma sería: “Fe es la seguridad de cosas que se esperan, la convicción de cosas que no se ven”.
Para Srîla Prabhupâda, fundador del movimiento Krisna, la fe es de tres tipos; manifestados en el plano de la bondad, de la pasión y de la ignorancia. Y lo que determina la naturaleza y posición de la persona (“entidad viviente”) en una de estas modalidades es la relación que tenga con un “maestro espiritual genuino” y si pone en práctica las enseñanzas del Bhagavad-gîtâ (libro sagrado Krisna) y lo aprendido del maestro. Temo que no pocos cristianos han fundado su fe en la pasión, mientras que escépticos, agnósticos y ateos han hecho lo propio en la ignorancia.
Pues bien, cualquier traducción fiel a los originales que leamos de la Biblia, sin importar el idioma ni la corriente religiosa, dice lo mismo con otras palabras, tal cual traduce la Biblia Reina-Valera, 1977, de Clie, que he utilizado desde 1979: “[...] Fe es la firme seguridad [base de sustentación] de las realidades que se esperan, la prueba convincente de lo que no se ve”.
¿De dónde rayos se originó el desatino de que la fe es ciega? ¿Que es un suicidio intelectual? ¿O que “[se nutre] de esperanzas e hipotéticas revelaciones”? Una de dos: o lo inventó un creyente que malinterpretó la definición de fe por desconocer las Escrituras, o es una mofa de un incrédulo a la fe de los cristianos. Pienso que los dos bandos son responsables de tal tergiversación de término. William James lo dijo muy bien: “No hay mayor mentira que la verdad mal entendida”.
El pensamiento Krisna cree que “la fe ciega en una determinada modalidad de la naturaleza no puede ayudar a una persona a elevarse hasta la etapa de la perfección. Uno tiene que considerar las cosas cuidadosamente, con inteligencia, en compañía de un maestro espiritual genuino. De ese modo, uno puede cambiar su posición e ir a una modalidad superior de la naturaleza”. (3) (Las cursivas son mías) ¿Qué tal? Coincido bastante con esa declaración. Difiero en lo que ellos llaman “un maestro espiritual genuino”, pues para una guía espiritual completa no hay como el cristiano nacido de nuevo discipulado y comprometido con Jesús.
La fe tal cual aparece en el Nuevo Testamento no es ni ciega ni un suicidio intelectual ni está fundada sobre suposiciones o deseos mentales. La fe es pragmática y muy consciente de lo que cree, pues sabe (por saber tiene la convicción) que lo que espera es real, aunque no lo vea. Es cierto que la fe trasciende la razón, mas no van contra ella. Una cosa es que traspase los límites del razonamiento humano y otra muy diferente es que vaya contra él.
Decía que una fe verdadera -la fe bíblica- siempre está consciente de lo que cree. Dios no pide que seamos kamikazes intelectuales ni que cometamos harakiri. (Para nuestro ejemplo, sería destortillarse la mente, en lugar del vientre) Por ser seres finitos y con muchas limitaciones, habrá cosas que no entendamos de un Dios infinito y puede venir la duda, pero Dios nos demanda que confiemos en Él, no que cometamos suicidio intelectual. Jesús expresa: “Conocerás la verdad [no dijo “ignorarás”] y la verdad te hará libre. “Si ignoras la verdad del Evangelio, seguirás siendo esclavo”, asevera Jesús. Cuando me convertí a Jesús no me lavaron el cerebro ni dejé de pensar Al contrario, mi espíritu revivió, mi alma fue vigorizada, mi entendimiento se despejó y mi rostro fue hermoseado con el gozo de la salvación.
En el plano natural, conocer la verdad contribuye a la libertad mental y emocional. En el pasado el conocimiento de la verdad libertó a las naciones, a los negros, al indígena y otras razas. Mas en el ámbito espiritual -del cual habla Jesús en el pasaje citado- la verdad espiritual nos hace libres de cadenas espirituales y emocionales.
La fe y el conocimiento de los creyentes cofundadores de la Iglesia (apóstoles y demás discípulos) estaba sustentada por lo que vieron, oyeron, tocaron y experimentaron al convivir con el resucitado Cristo histórico tres años y medio. Israel había sido conquistado por Roma. Los judíos -incluyendo a los discípulos y apóstoles de Jesús- veían cómo era hollado su pueblo. Y lo que más querían y esperaban de Jesús era que Él fuera el Mesías que libertara a su pueblo del yugo romano. Tan profundo era el deseo, que poco antes de ascender Jesús al Cielo, después de resucitar, le preguntaron: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”. (Hechos 1:6)
De algo estoy segurísimo por conocer algo de la conducta humana, si los seguidores de Jesús no hubieran visto milagros y prodigios portentosos e irrefutables realizados por Jesús durante el tiempo que estuvo con ellos, ni lo hubiesen visto vivo y tocado durante cuarenta días después de resucitar, ninguno hubiera estado dispuesto a desafiar a los líderes religiosos de su pueblo ni al Imperio Romano, hasta el punto de morir por Jesús. (Judas, a pesar de lo que digan ciertos “expertos” que aseguran fue malinterpretado, es el prototipo del sujeto que no cree a pesar de lo que ve [por deshonestidad intelectual]; que teme examinarlo a conciencia por condicionamiento y retorcidos intereses que pueden más que los hechos acordes con la verdad, pues también él vio y experimentó milagros y maravillas procedentes de las manos de Jesús.
En abril de 2006, un “investigador” halló un “Evangelio de Judas”, donde se excusa y justifica al traidor y ladrón Judas Iscariote diciendo que Jesús le había pedido que lo traicionara para que se cumplieran las profecías del Antiguo Testamento, y dizque Judas era uno del círculo íntimo de Jesús. Como están las cosas, un día de estos encontrarán un “Evangelio de Barrabás” y un “Evangelio del diablo”, en los cuales se “revele” que Barrabás no era ningún ladrón y asesino sino un hombre de bien, un pío ciudadano que lo único que deseaba era la libertad de su pueblo. Varón digno de ser imitado por la Iglesia. Y que Satanás no es padre de mentira ni malo y perverso como lo pintan los apóstoles de Jesús y el mismo Cristo, sino un santo ángel que solo ha querido que abramos los ojos y no nos dejemos engañar por Dios y ese mentiroso libro llamado Biblia. ¡Tiempos, evangelios y expertos veredes, Sancho!)
En una de las primeras apariciones del Cristo resucitado en un cuerpo de carne y hueso glorificado (no me preguntes cómo es un cuerpo de carne y hueso glorificado, pues no lo sé. Solo sé que es tangible y atraviesa paredes. No cometeré la estupidez de negarlo y decir que no es posible por no entenderlo y porque “viola” leyes físicas. Además, expresamos que no vivimos en la física de los absolutos de Newton, y el universo está abierto a todas las posibilidades. ¡Qué bueno que Dios no sea humano!), Tomás no estaba con los apóstoles, y ellos le dijeron: “Hemos visto al Señor”. Él respondió: “Si no veo en sus manos [muñecas] la señal de los clavos, y meto mi dedo en su costado, no creeré de ningún modo”. Me alegro de que esto sucediera porque muchos nos identificamos con Tomás al pedir evidencias reales para sustentar nuestras convicciones y no tener meras creencias. Y Jesús nos responde, como le dijo a Tomás ocho días después de su veredicto de escepticismo e incredulidad: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos [muñecas]; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Y entonces Tomás respondió y le dijo: ‘¡Señor mío, y Dios mío!’. Jesús le dijo: ‘Porque me has visto Tomás, has creído; bienaventurados lo que no vieron, y creyeron’”. ( San Juan 20: 24-29)
Ahora bien, después de los apóstoles y discípulos todos los cristianos hemos recibido por medio del oído (de ahí viene el vocablo “fe”, dice san Pablo) lo que ellos ayer y las escrituras del Nuevo Testamento hoy testifican de Jesús. Es cierto, solo ellos vieron y tocaron a Jesús, antes, durante y después de resucitar.
En tiempos modernos, casi nadie ha tenido semejante privilegio. (Sé de hermanos en la fe que testifican haber visto a Jesús: lo creo) A lo que quiero llegar es que la fe hoy en el Cristo resucitado y triunfante sobre la cruz romana es sustentada por esos hechos que vivieron los apóstoles y más de quinientos hermanos a los cuales se les apareció el Señor Jesucristo vivo después de resucitar. Ellos vieron y creyeron. Nosotros no hemos visto nada, pero hemos creído. De las palabras de Jesús a Tomás se desprende que nosotros somos más bienaventurados que los apóstoles, incluido Tomas, pues ellos para creer tuvieron que ver. Y nosotros hemos creído en el resucitado Cristo histórico sin haberlo visto. Eso es fe. Y a medida que nos relacionamos más y mejor con el Señor Jesús nuestra fe crece, robustece y madura, hasta transformarse en una gloriosa convicción de vida.
Los hechos presenciados por los apóstoles no son invenciones de ellos ni de los quinientos ni son supuestas revelaciones ni ellos eran tan ignorantes que malinterpretaron a Jesús. Nadie está dispuesto a dar su vida por una mentira, mas sí ofrendamos la vida -como hicieron ellos- por algo que creemos o sabemos que es verdad. Entiéndase bien, los autores del Evangelio y otros autores religiosos registran que luego de ver a Jesús resucitado y haber compartido con Él a lo largo de 40 días los discípulos y apóstoles de Jesús dieron sus vidas por lo que habían oído, visto, tocado y vivido con el Hijo de Dios. Por esas experiencias de vida junto a Cristo Jesús sus apóstoles y discípulos sabían que Él era y es el Camino, la Verdad y la Vida. (¿Quién no?) Los que aseguran hoy que esos hechos ocurridos en tiempo y espacio reales son fábulas, leyendas, mitología y tergiversación por parte de los testigos oculares son los filósofos, eruditos y teólogos modernos (muchos con máscara y bata de científicos) que no han visto nada, viven a miles de kilómetros de distancia de los lugares de los hechos y a más de dos mil años de lo acaecido, y no investigan con honestidad intelectual. ¡Qué cómodo resulta negar o rechazar algo antes de investigarlo con seriedad! ¿Es eso científico? ¿Es ser fiel a la Historia? ¿Es ese un erudito a carta cabal? ¿O serán deseos de protagonismo y amor a Mamón? Bien dice san Pablo que Dios ha convertido la sabiduría del mundo en necedad. Muchos de los oponentes al Evangelio no son ni historiadores ni científicos, son majaderos. Y ciertos eruditos y teólogos solo aman la gloria del mundo.
San Juan, uno de los apóstoles que vio, tocó y vivió con Jesús tres años y medio escribió: “[...] Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos [...] eso les anunciamos también [...] Porque la vida fue manifestada y la hemos visto [...]”. (1ra. San Juan 1: 1-3) Algunos “expertos” y sabiondos creen que los discípulos de Jesús eran tan ignorantes que no supieron transmitir lo vivido, o transmitieron la verdad como la entendieron, tratando hacernos creer que tener pocos estudios es sinónimo de estupidez. Además, entre los seguidores de Jesús había gente muy intelectual capaz de elevarse a alturas teológicas y sumergirse en honduras filosóficas. Sócrates dijo que “la verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia”.
Me gusta en demasía San Marcos 11: 23, 24 porque allí ilustra y explica Jesús qué es fe. Afirma el Maestro: “En verdad les digo que cualquiera que le diga a este monte: ‘Quítate de ahí y arrójate al mar’; y no dude en su corazón, sino que crea que lo que está hablando sucede, lo tendrá [literal: será para él] Por eso les digo que todo cuanto rueguen y pidan, crean que lo están recibiendo [Literal: recibieron] y lo tendrán” [Literal: será para ustedes]. Fe es creer sin duda alguna que lo que estoy pidiendo sucederá apenas termine de decirlo; más, que empieza a suceder y ya es mío antes de que termine de orar. Fe es creer que lo que estoy rogando y pidiendo a Dios lo estoy recibiendo en ese preciso momento. Este pasaje habla de una acción (creer por estar convencido; saber) seguida de una reacción inmediata (recibir). Causa y efecto instantáneo. Es decir, es de puro dinamismo. Pero, la incredulidad centra su atención en las palabras mal entendidas “y lo tendrá”. Pensamos que la fe actúa en el futuro. ¡No! La fe opera en el presente activo: “crean que lo están recibiendo”, y si lo creo, lo tendré de una vez, aunque para mí se manifieste después, pero ya en el cielo ha sido dado, ejecutado, desatado. (San Mateo 18: 18) El ángel le dijo a Daniel: “Desde el día que dispusiste tu corazón a entender y humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras [...]”. (Daniel 10: 12) “Dios llama las cosas que no son [no existen para mí] como si fuesen”. (Romanos 4: 17) “Todo es posible para el que cree”. (San Marcos 9: 23) Si creo, todo es posible. Al referirse a la palanca, Arquímedes dijo: “Dame un punto de apoyo y moveré al mundo”. Jesús, al hablar de fe, asegura: “Cree, y todo te será posible”, pues “la fe mueve montañas”.
Ahora bien, he oído a algunos afirmar que hay milagros progresivos, esto es, hechos sobrenaturales salidos del Dedo de Dios que empiezan hoy y se concretan horas o días después. No sé de dónde sacaron tal doctrina, pero al repasar las sanidades hechas por Jesús encontré que los milagros del resucitado Cristo histórico siempre ocurren en el aquí y en el ahora, en mis 24 horas. No días después de la intervención del Maestro. (No olvidemos que hay quienes cometen el error de hacer doctrinas de sus experiencias)
San Marcos 7: 31-35; San Lucas 17: 14 y San Juan 9: 6, 7 hablan no de milagros progresivos, sino de cambio de metodología. Jesús hace las cosas diferentes en dichos casos. El hecho es que aunque Hebreos 13: 8 diga que “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos” no significa en lo absoluto que el Señor no cambie de método en algunas ocasiones.
Únicamente en San Marcos 8: 22-26 se narra que Jesús realizó un milagro progresivo al tocar a un ciego y preguntarle si veía, a lo que responde: “Veo los hombres como árboles, pero veo que andan”. Luego Jesús coloca sus manos otra vez sobre el ciego, “y le hizo que mirara; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos”. Como vimos en el capítulo 2 al hablar de la forma correcta de interpretar las sagradas Escrituras, es incorrecto hacer doctrina de un solo versículo. Toda enseñanza (gr. dogma) o doctrina deberá contar con varios versículos y pasajes que le respalden para alcanzar tal nivel. No creo que ese pasaje sea suficiente para enseñar sobre sanación progresiva. Pero tampoco caeré en la trampa de ser dogmático y presuntuoso para señalar que no se dé. Solo hago notar que no he hallado otros pasajes que la apoyen.
Sigamos con otro ejemplo de fe bíblica: Jesucristo está frente a la tumba de su amigo Lázaro, y antes de resucitarlo ora no como lo haríamos nosotros, sino de la siguiente manera: “Padre, gracias te doy por haberme oído [pasado]. Yo sabía [pasado] que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado. Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! [Ojo, Jesús no dijo: “¡Lázaro, resucita!”. Dijo: “¡Lázaro, ven fuera!”. Mientras Jesús oraba, Lázaro era resucitado por la oración de fe de Jesús. Cuando Jesús ordenó “¡Lázaro, ven fuera!”, ya Lázaro estaba resucitado] Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario”. (San Juan 11: 41, 42)
¿Por qué dijo Jesús “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes”? Y no manifestó “¿Padre, te pido que me ayudes a resucitar a Lázaro?”. Sí, es cierto que Jesús tiene una posición exclusiva en la relación con el Padre, pero nota que no expresó lo que tú o yo diríamos: “Padre, te pido que me uses para resucitar a Lázaro”, o “Padre, por favor, resucita a Lázaro”. No, ya Jesús lo ve y lo da como un hecho. ¡Ve a Lázaro resucitado! Posible es que mientras Jesús oraba ya Lázaro, como digo arriba entre corchetes, era resucitado. Jesús sabe; ve que su oración ya ha sido contestada. Lo ve como un hecho. ¡Eso es fe! Los ojos de la fe permiten ver lo invisible o inmaterial. (Hebreos 11: 27) Esperar que Dios resucite a Lázaro (futuro) no es fe, sino esperanza. Creer que Dios puede contestar la oración que estoy haciendo no es fe, sino esperanza. La fe en la oración obra sobre la convicción, no sobre una suposición. Así lo manifestó Marta la hermana de Lázaro: “Ya sé que [Lázaro] resucitará [futuro] en la resurrección, en el último día”. (Versículo 24) Eso no es fe, sino esperanza.
El problema humano es que en lugar de ver a Dios y lo que puede hacer por ser infinito y todopoderoso ve el obstáculo que está delante. Cuando aprenda a ver a Dios en vez de las aguas y las “inmutables” leyes físicas, podré mover montañas y caminar sobre las aguas como lo hizo Simón Pedro mientras mantuvo su mirada en Jesús. Empezó a hundirse en el momento en que quitó los ojos de Jesús y miró las grandes olas y percibió el viento. (San Mateo 14: 29, 30) (San Mateo 14: 29, 30) Nos cuesta creer que Dios esté sobre las leyes de la naturaleza por la fijación en tales leyes, obstáculos y dificultades, por el panteísmo de creer que Dios y las leyes naturales son la misma cosa o por el racionalismo y cientificismo que nos carcomen.
Tal vez alguien piense que hablar de que Jesús tuviera fe es una herejía o perogrullada por ser Jesús Dios hecho Hombre. Veamos, pues, a ciertos personajes bíblicos que hicieron uso de la herramienta fe: Abraham es llamado “padre de la fe” precisamente porque creyó la promesa divina de darle un hijo aun cuando su cuerpo y el de Sara su esposa naturalmente no fueran capaces de engendrar y concebir. Esto es, Abraham creyó aunque humanamente (¡qué bien que Dios no es humano!) era imposible que él y su mujer tuvieran un hijo. Cuando lo tuvieron, Abraham, creo yo, no dudó en obedecer a Dios tras la extraña orden de ofrecerlo en holocausto, pues su fe estaba más robustecida. (El incrédulo ignora que la fe del cristiano se fortalece a medida que su vida espiritual crece a la estatura del Varón perfecto Jesucristo. Sus credos pasan del estadio teórico al práctico. De la simple creencia, a la convicción. Eso solo ocurre en la relación con el Cristo resucitado que ofrece el cristianismo bíblico)
El profeta Elías, siendo hombre con sentimientos y emociones semejantes a los nuestros, tuvo fe en Dios y creyó que Dios lo respaldaría y no sería avergonzado ante los profetas del ídolo Baal. Por ello se atrevió a convocar al pueblo de Israel y desafiar al rey Acab y a sus idólatras profetas. De tal magnitud era la fe de Elías, que provocó la intervención de Dios al hacer descender fuego del cielo que consumiera la ofrenda preparada por el profeta con el objeto de demostrar que el Dios de la Biblia era (y sigue siendo) el único Dios verdadero. (1ro Reyes 18: 20-40) Con esa misma fe, Elías pidió que no lloviera por tres años y medio; y que luego de pasado ese tiempo cayera la lluvia. Todo sucedió como lo creyó y pidió el profeta. (1ro Reyes 18: 41-46)
Moisés en el desierto, luego de sacar a su pueblo de Egipto donde había sido esclavo por 430 años, se mantuvo como “viendo al Invisible” al ser testigo de los múltiples y portentosos hechos que Dios realizó hasta introducirlos en la tierra que “fluye leche y miel”. Si alguien vio cómo Dios suspendía o violaba (como quieras llamarlo) leyes físicas para socorrer a Israel, fue el legislador Moisés. Tal era el trato de Dios con este prohombre que las Escrituras dicen que Dios le hablaba “cara a cara” y le permitió ver las “espaldas de Dios”. Desde luego, esto es simbólico puesto que Dios es Espíritu y los espíritus no se ven, y si fuera posible ver a Dios, nadie puede ver al Soberano y seguir viviendo, mas Dios tenía un trato especial con Moisés. No por la linda cara del líder hebreo, sino por su fe en el Dios de la Biblia.
Muchos confunden fe (gr. pistis) con esperanza (gr. elpizo). La fe obra en la certeza, en la firme persuasión y convicción; en lo real. Sobre hechos. Actúa de una vez. Mientras que la esperanza, cuando no la tenemos puesta en Dios, se mueve no necesariamente en lo real, sino en las probabilidades, en lo que espero (confío) que sea y ocurra. Es decir, puede que sea o no sea, que venga o no venga. Dios sin lugar a dudas actúa en medio de la fe, pues “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11: 6), pero no es seguro que esté detrás de la esperanza; salvo que la esperanza sea bíblica; esto es, esté cimentada o sustentada en lo que Dios ha prometido en su Palabra la Biblia. En ese caso es bendita esperanza.
La fe proviene de Dios porque es uno de los elementos componentes del Fruto del Espíritu Santo. (Gálatas 5: 22) La esperanza (esperar, confiar), si no está fundada en las promesas de Dios, es del ser humano. Cuando la esperanza tiene como fundamento la Biblia está acompañada por la fe (Romanos 4: 18), y es de Dios. Entiendo que si tengo fe, no necesito necesariamente esperanza, puesto que creo y punto. Pero si tengo esperanza, necesito fe porque el que confía debe creer en Quien confió. Para interactuar con Dios necesito fe. Para transaccionar con los seres humanos preciso más esperanza que fe, aunque hay un camino “por excelencia”. Ojo, no digo que no necesite fe, sino que preciso más de esperanza. En otras palabras, en el mundo espiritual o sobrenatural necesito más fe que esperanza. En el mundo material o natural preciso más esperanza (confianza) que fe. ¿Por qué se da esto? Porque la fe solo proviene de Dios, mientras que la esperanza puede ser de Dios o del humano. La fe nunca llega tarde, y siempre viene; la esperanza a veces demora, o no llega, y “es tormento del corazón” cuando tarda. (Proverbios 13: 12) “Por la fe [Moisés] abandonó Egipto, no temiendo la cólera del rey; porque se mantuvo firme, como viendo al Invisible”. (Hebreos 11: 27)
Manifestamos que la fe hace posible ver lo invisible. Materializa lo inmaterial. Provee la base segura de las cosas que aún no veo pero existen. Que yo no lo crea es mi problema de incredulidad, pero ello no anula la verdad de que la fe permite ver lo que los ojos naturales no pueden ver. El profeta Eliseo rogó a Dios que abriera los ojos de su criado para que viera que eran más los que estaban con ellos que los enemigos que habían sitiado la ciudad. “Entonces el Señor abrió los ojos del criado, y este vio que el monte estaba lleno de gente [ángeles, seres espirituales] de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo. (2do Reyes 6: 16, 17)
Examinamos que fe tampoco es un salto al vacío, sino pasos firmes y seguros sobre hechos históricos comprobables de que Jesús, el Hijo de Dios, vivió entre nosotros, murió, resucitó al tercer día y culminó su magna obra espiritual. Pudiéramos abonar a la definición de fe antes señalada que fe es un salto al vacío con un excelente y perfecto paracaídas desde un avión trimotor (diseñado, fabricado y piloteado por el Padre, Hijo y Espíritu Santo) en perfectas condiciones mecánicas y suficiente combustible. El paracaídas son los irrefutables hechos de que Jesús vivió, murió, fue sepultado y resucitó corporalmente al tercer día. Las ciencias naturales y sociales se basan en hechos reales. Pero no todo lo que cree, dice o postula el científico convencional es ciencia. La fe bíblica también está establecida sobre actos; hechos que el fanático racionalista y el cientificista aseguran son difíciles de probar. Difíciles, pero posibles de demostrar. Hemos aseverado que los hechos (actos) pueden ser cuestionados e investigados pero son irrebatibles.
Digamos esto otra vez: así como es posible repetir experimentos en ciencias naturales, la eficacia y beneficio de los hechos narrados por los evangelistas pueden ser retrotraídos y aprovechados por aquel que crea y confíe en lo que hizo Jesús en la cruz de palo. “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta”, dice Jesús. (San Juan 7: 17) En otras palabras, quien quiera saber si Jesús es lo que afirma ser debe venir a Él para darse cuenta personalmente si lo que asegura sobre Él es cierto o falso. La cuestión es que muchos críticos saben que el mensaje de Cristo es demandante y por ello no están dispuestos a investigar con honestidad intelectual, pero sí a criticar lo que apenas conocen de oídas o someramente. Insisto, como señalara en el capítulo 1, la fe en Cristo sí ofrece resultados cuantificables, predecibles y replicables. Pero escépticos, agnósticos y ateos -sin vivenciar nada y sin darle la oportunidad al Cristo resucitado en la vida de ellos- escriben y hablan de lo que ignoran. ¡Qué simplista es rechazar algo sin investigarlo a cabalidad y con honestidad intelectual! ¡Y qué deshonesto es rechazar lo que sé que es cierto, por no cuadrar con mis intereses y emociones o porque me enseñaron lo contrario en la universidad! Nuestro asesor de tesis y profesor de periodismo aseveraba: “El periodismo es una cosa en las aulas de clases, pero otra muy distinta en la calle”.
Retomemos la definición de fe dada por Hebreos 11: 1: “Fe es la firme seguridad [certeza; base de sustentación] de las realidades que se esperan, la prueba convincente [convicción] de lo que no se ve”. En primer lugar, notemos que la fe gira alrededor de dos palabras clave: certeza o “firme seguridad” y convicción o “prueba convincente”. ¡Más claro no puede cantar el gallo!
Matthew Henry en su afamado Comentario afirma que “la fe y la esperanza van juntas” y “las mismas cosas que son objeto de nuestra esperanza son el objeto de nuestra fe”. (4) Cierto, pues ello es dado en el cristiano. Sin embargo, vimos que si tengo fe no necesariamente necesito esperanza, pues creo y listo. Entiendo que la fe actúa en el presente, no en el futuro. La fe del futuro la necesitaré en el futuro. Sin embargo, hoy debo tener fe para creer y saber que mi futuro con Cristo está asegurado. (San Juan 14: 2, 3) La fe es activa en el presente porque en el pasado se llevó a cabo el hecho o se dijo la palabra que necesito hoy para obtener óptimos resultados. O sea, los efectos reales de mi oración de fe hoy son el fruto de lo que ya hizo y prometió Jesús en el pasado, valga la redundancia. “Simón [Pedro] le respondió [a Jesús] diciendo: “Maestro, toda la noche hemos estado trabajando y nada hemos pescado; pero en tu palabra [Lit. “sobre tu palabra”] echaré la red”. (San Lucas 5: 5b)
Más aún, fe es la firme seguridad o la convicción que tengo de las realidades que espero después de mi oración, estoy convencido o sé que van a suceder, no aquellas que espero o me parece que van a suceder. Considero que muchas veces no recibo lo que pido porque no estoy convencido o no sé si Dios me ha respondido (presente activo), sino que espero (futuro) que Dios me conteste la oración. Eso no es fe, sino esperanza. Creo que Dios lo puede hacer y espero que lo haga, pero no estoy convencido o no sé si Dios lo está haciendo tal como estoy pidiendo. Desde luego, Dios no está obligado a responder mis oraciones como yo quiero. En los evangelios y en el libro de Los Hechos de los Apóstoles leo que todos los enfermos eran sanados en ese mismo instante. ¿Por qué hoy no pasa lo mismo? ¡Claro, Dios es soberano! Pero así como hoy es soberano, ayer también lo era. Pero ayer todos se sanaban, hoy no. ¿Sabes que creo? Pienso que los que oramos por los enfermos hoy no creemos, no estamos convencidos (no sabemos) de que Dios los quiere sanar a todos. (¡Qué hermoso sería que mi relación con el Señor Jesús fuese tan estrecha que yo supiera cuando Dios quiere sanarlos a todos! Pero eso no pasa. Todavía hay áreas de mi vida por entregarle al Señor. Falta más entrega y crecimiento espiritual) Nuestra fe está limitada. Y la fe limitada limita a Dios, “corta” su mano. Jesús reprochó en varias ocasiones a sus discípulos no su falta de fe (incredulidad), sino por la poca fe que tenían. A Pedro le dijo cuando se hundía en el mar: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”. (San Mateo 14: 31)
¡Cuidado! No confundamos fe con conocimiento. Si creemos en Dios, eso es fe. Si creemos lo que revela la Biblia en cuanto a ese Dios, ello es fe. Si nos convertimos a Jesús y confiamos en Sus palabras a pesar de lo que digan el Seminario de Jesús y los incrédulos, eso es fe. Todo ello es fe; mas no creemos porque se nos calentó la cabeza para creer o necesitamos una muleta para vivir, sino porque hay un sinnúmero de evidencias reales y contundentes que demuestran la existencia de Dios, la divinidad de Cristo y la confiabilidad de la Biblia. Sin embargo, si veo lo que Dios me pide que crea, ya no es fe sino conocimiento. Si Jesús decidiera aparecérseme, ya no sería fe sino conocimiento de Él surgido de una revelación directa y personal.
Espero no haber dado la impresión -como creen algunos- de que fe es saber que algo es verdad sin lugar a duda, y que debemos intentar probar tal fe mediante la evidencia empírica. Pienso que hay cuestiones demostrables, puesto que la vida cristiana es una relación con Jesús. Pero por su propia naturaleza de fe y que no vivimos por los sentidos, otros elementos quedarán en el campo de mi experiencia íntima con el resucitado Cristo histórico. Bienaventurado aquel que pueda demostrar toda su fe por medio de la experiencia. Mas esa no es la regla sino la excepción.
Nota que en todo lo declarado sobre la fe hemos hablado de la fe en la oración; de eso tratan los pasajes citados. En la cotidianidad de la vida, es normal que de vez en cuando venga la duda. Quien diga que vivir una vida de fe es ausencia de duda tiene un enfoque equivocado de la fe, porque vivir la vida caminando sobre la fe no significa ausencia de duda, sino creer a pesar de esa duda que de vez en cuando nos da sus zarpazos. No olvidemos que la certeza absoluta no existe en ningún campo del conocimiento humano. Debemos investigar a conciencia, analizar los argumentos para ver cuáles se ajustan más y mejor a los hechos; pero, sobre todo, bogar mar a dentro con nuestro Dios y Salvador Jesucristo a fin de conocerlo mejor. Señor, pon en mí el querer y el hacer de conocerte más, porque conocerte es amarte.

Incrédulos y escépticos ante la fe

Creo que todos por naturaleza somos incrédulos y escépticos, o por lo menos tenemos rasgos de incrédulos y escépticos. Condicionamos al Creador del universo y la vida al considerar nuestras limitaciones espirituales, emocionales, sicológicas, intelectuales, físicas y financieras. Al estar mi mente predispuesta por mis limitaciones, automáticamente traslada sus incapacidades a Dios, quien por ser el Creador del universo, la vida y las leyes físicas está sobre toda ley natural. Pero la mente natural no puede entender a ese Dios infinito, y aunque no queramos ser incrédulos y seamos nacidos de nuevo, es propensa a rechazar lo sobrenatural. (Es algo muy inconsciente en los cristianos; en los incrédulos es consciente y hasta premeditado) Por consiguiente, la mente no puede entender que un milagro pueda estar por encima de un principio natural como la enfermedad, por ejemplo. ¿Puede Dios curar un tumor maligno? ¿Puede la oración de fe desaparecer una metástasis? ¡Puede Dios sanar el VIH-sida? “¡Imposible!”, contesta la mente natural. Esa mentalidad de la cual habla san Pablo en 1ra Corintios 2: 14 cuando escribe: “[...] El hombre natural [gr. psuquikos] no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender porque se han de discernir espiritualmente”. (Cierto es que no todos por los cuales oramos son sanados, pero hay un número considerable de casos de sanidad sin la intervención natural del medicamento, quimioterapia, cirugía, efecto placebo... ¿Por qué se sanan unos y otros no? No sé; tal vez por lo que manifestara sobre la falta de fe)
¿Cuál crees tú es la primera reacción del humano cuando Dios anuncia un milagro? “¡Eso es imposible!”, es la típica respuesta. “¿Cómo puedo quedar encinta si no he tenido relaciones íntimas con ningún varón?”, preguntó María al ángel que le anunciaba el nacimiento virginal de Jesús. La respuesta inmediata del mensajero de Dios fue: “Ninguna cosa [Lit. palabra] será imposible para Dios”, pues “lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”. (San Lucas 1: 34; 18: 27)
María fue la primera en no creer que un nacimiento virginal fuera posible. Considero que esta santa mujer pensó que el ángel le hablaba en jerigonza. Cuando lo creyó, vio y experimentó el milagro: Jesús. Ojo, Dios no le pidió a María ni nos exige a nosotros cometer suicidio intelectual al no entender el nacimiento virginal de Jesús. Pero requirió de ella y pide de nosotros confianza en que Dios hacía y hace lo correcto aunque ella ni nosotros lo entendamos. Dios, los milagros y lo sobrenatural no dependen de nuestra capacidad para entender ni credulidad o incredulidad para existir o hacerse efectivos. Si la razón y los sentidos son poco confiables ante muchas verdades cotidianas del mundo secular y material, ¡cuánto menos lo serán para intentar “entender” y “explicar” al infinito Dios creador del universo y la vida! En realidad, sería soberbia de mi parte pretender meter al Infinito Dios en mi cerebro, en el laboratorio o en el tubo de ensayo.
En esto consiste la piedra en que tropiezan el fanático racionalista y el cientificista: “como las narraciones de la Biblia no caben en mi masa encefálica ni cuadran con el método científico [naturalista] y yo no las entiendo ni puedo explicar, son falsas y no tienen ningún valor histórico”. Dios no pide que nos suicidemos mentalmente; solo requiere que investiguemos con honestidad intelectual, y al hallar la verdad aceptemos tales hechos y le demos la oportunidad a Jesús resucitado revelarse a nuestras vidas. Si así lo hago, personalmente me convenceré que la Biblia tiene razón y que las ciencias humanas no pueden encajonar al Dios del universo y la vida.
Espero que mis amigos católicos no me malinterpreten y no aseguren que digo que María no creyó en el nacimiento virginal de Jesús (y sigan leyendo a pesar de algunas verdades bíblicas escritas aquí). De lo que se trata es que su primera reacción fue la clásica reacción de todos nosotros: dudar. María tuvo fijación en la barrera de la ley natural. Quedó profundamente sorprendida por las palabras del ángel. Pero, aunque no las entendió, sometió su voluntad y su razón falible y finita a la voluntad de Dios. Alguien ha dicho que el conocimiento humano tiene que ser entendido para ser creído (expresamos que muchos científicos y seudocientíficos naturalistas aceptan postulados de las ciencias naturales aunque no los entiendan del todo, mas por prejuicios religiosos rechazan a priori todo lo que les huela a religión. Al rechazar la Biblia, estos señores llaman a Dios mentiroso, puesto que sin investigar con honestidad intelectual aseguran que la Biblia no es la Palabra de Dios ni una revelación divina al ser humano. Son atrevidos y majaderos), mas el conocimiento o hechos divinos tienen que ser creídos para ser entendidos. Ya observamos que por la finitud de mi mente y la infinitud de Dios es imposible entenderlo todo por muy espiritual, inteligente, entendido o estudioso que yo sea. Y aceptar y creer lo que Dios anuncia o revela no implica suicidio intelectual, sino confianza (convicción) que lo que dice o hace Dios es cierto y es perfecto. ¿Por qué crees que Jesús enseña que si no nacemos de nuevo y no somos como los niños pequeños no podremos ni siquiera ver el Reino de Dios? (San Juan 3: 3) ¡Porque el niño pequeño cree y acepta lo que dicen sus padres! Dios mío, ayúdame a ser como un pequeño niño.
Si a un varón le dijeran hoy que su esposa está encinta, a sabiendas que él es estéril, concluirá de inmediato que ella le ha sido infiel. Lo último que pensará es que Dios respondió su oración de fe de querer tener un hijo. A veces pedimos algo a Dios y cuando lo recibimos somos los primeros en sorprendernos de que Dios nos haya respondido. ¡Somos incrédulos por naturaleza! La Iglesia primitiva oraba por la liberación de Pedro de manos de Herodes, y cuando Pedro sale de la cárcel por intervención de un ángel la Iglesia es la primera en no creer que es Pedro quien llama a la puerta. “Debe ser su espíritu”, decían creyéndolo muerto. (Hechos 12: 13-16) ¿Qué te parece? ¿Creemos o no creemos? No pocas veces somos creyentes incrédulos. ¡Qué contradictorios somos!
Notemos algo, el único evangelio que registra el pasaje completo del nacimiento virginal de Jesús fue escrito por el médico Lucas, científico e historiador que al igual que Teófilo, a quien remitía la carta, era griego convertido al cristianismo, y al cual advertía haber investigado todo a conciencia. La conclusión de Lucas luego de ordenar “las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas [...]” y “[...] después de haber investigado todo con esmero desde su origen”, es que Jesús tuvo un nacimiento sobrenatural, pues nació de una virgen. (San Lucas 1: 1, 3)
Hagamos un paréntesis: El hecho de que Lucas haya sido médico no lo convirtió automáticamente en científico. Ese es el error de quien considera que todo lo que cree, piensa y hace es ciencia porque estudió una ciencia equis o su credo lo escribe o dice un “experto”. Una cosa es conocer herramientas para investigar y hallar una verdad equis y otra muy distinta es que sus afirmaciones o creencias sean ciencia porque investiga con honestidad intelectual. “El hábito no hace al monje” ni la bata blanca hace al científico naturalista. Cierro el paréntesis.
Tal vez alguien arguya que la medicina y ciencia cultivadas por Lucas no tienen gran credibilidad hoy porque en el siglo I no estaban tan avanzadas como en el siglo XXI. Ello es indiscutible. Empero, Lucas aventaja a muchos autoproclamados científicos, historiadores, expertos y doctos en que la actitud de Lucas era buscar la verdad hasta encontrarla; no escamotearla (era un honesto intelectual) ni dejarse llevar por resentimientos y despersonalizarse en paradigmas y argumentos de filósofos trasnochados; ni suprimir los hechos que chocan contra su verdad, supuestos, racionalismo y cientificismo. (¡Qué fácil es ser deshonesto intelectual por soberbia y otros factores!)
Ahora bien, tanto ayer como hoy sabemos que humanamente es imposible que una mujer conciba sin la intervención directa o indirecta del espermatozoide del varón. También sabemos que hay madres sustitutas o vientres de alquiler y otros avances. Pero resulta que Dios no es humano; es sobrehumano, vive en lo sobrenatural, mas interviene en lo natural, responde y hace milagros, hechos sobre-naturales. Un hecho sobrenatural está sobre, por encima, de las leyes naturales. Si no lo creo, es mi problema y decisión, pero ello no invalida la realidad de que Dios hace milagros, interviene en la vida de las personas y si tiene que pasar por arriba de las leyes humanas y naturales, lo hace. Si Dios no pudiera moverse por encima de las leyes que creó, ¿qué clase de Dios sería ese? No fuera Dios, sino una invención de los seres humanos, tal como piensan algunos.
En una reciente lectura y estudio de la Biblia, empecé a entender mejor lo ocurrido allá en el siglo I D. C. cuando el ángel Gabriel fue enviado por Dios a María. Ante la inquietud de María de cómo iba a quedar embarazada si aún no conocía varón, Gabriel le responde: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual el santo ser [engendrado] será llamado Hijo de Dios”. (San Lucas 1: 35)
Los judíos piadosos como María sabían que la Shekiná de Dios se había manifestado muchas veces en forma de nube al posarse sobre el Tabernáculo o sobre los siervos de Dios. La nube de Dios también guió al pueblo de Israel en el desierto y los protegió del ejército egipcio. Cada vez que la Shekiná del Altísimo se presentaba había manifestación del poder ilimitado de Dios. Ese mismo poder estuvo en acción al crear el universo, la Tierra y la vida. Ahora ese mismo Espíritu de poder descendería sobre esta sierva del Señor en ese pueblito insignificante de Nazaret y se posaría sobre ella, y el poder [gr. dunamis] del Altísimo la cubriría con Su sombra para engendrar [gr. gennao] en ella un Santo ser que sería llamado Hijo de Dios y podía salvar y librar al mundo de sus pecados. El razonamiento lógico debe ser: si ese poder inmensurable fue capaz de crear el cosmos y la vida, ¿le sería difícil engendrar a un ser en el vientre de una virgen sin usar los elementos naturales esperma y óvulo? ¡De ninguna manera! La impotencia no está en el omnipotente Dios creador y sustentador de la vida, sino en la mente finita del ser humano para entender los actos del Creador. Los límites no los tiene ese Dios creador; están en las ciencias naturales que no ha podido ni podrá crear vida humana sin el esperma y el óvulo.
No faltarán aquellos que se salgan por la tangente y digan -creyendo librarse de la dificultad- que “Dios no existe” y no creen en divinidades ni en nada por el estilo. A ese grupo minoritario y desconectado de los más recientes descubrimientos en cosmología, astronomía, astrofísica y de la física de la relatividad de Einstein -en la cual el universo está abierto a todas las posibilidades- y de la necesidad más urgente del ser humano -como es la espiritual- es bueno recordarle tener cuidado puesto que ser ateo consecuente es terriblemente peligroso para la salud sicológica y emocional (ni hablar de otras consecuencias en el espíritu, que también ellos niegan) como ya expresamos y consideraremos en este mismo capítulo.
Prosigamos: el padre de un muchacho endemoniado por un espíritu de mudez, al cual los discípulos de Jesús no pudieron sanar y liberar por su incredulidad (falta de fe), le dijo al Maestro: ‘“Si tú puedes hacer algo [por mi hijo], muévete a compasión por nosotros y ayúdanos’. Jesús le respondió: ‘Si puedes creer, todo es posible para el que cree’. Al instante, el padre del muchacho dijo a gritos: ‘Creo; ven en auxilio de mi poca fe’”. (San Marcos 9: 22-24) Eso debo pedir a Jesús: Señor, tengo poca fe, por favor, aumenta mi fe.
Por ser un don espiritual la fe tiene procedencia divina. El ser humano no produce fe; ninguna religión provee fe; nadie puede impartirme su fe. No obstante, pienso que por ser criaturas de Dios nacemos con un tipo de fe natural incipiente, capaz de desarrollarse y madurar al oír o leer la Palabra de Dios. Si así no fuera, ¿de dónde surge la fe que hace posible que creamos y aceptemos a Jesús como Señor y Salvador? Conforme a la Biblia, en una relación con el Dios creador del universo y la vida esa pequeña fe natural se incrementa y agiganta a medida que crezco a la estatura del Varón perfecto Jesucristo. Al nacer de nuevo, el Espíritu Santo empieza a renovar mi mente (sin lavarme el cerebro) para que la vida me sea transformada. (2da Corintios 5: 17; Romanos 12: 2)
Dios no demanda “fe ciega”; eso no existe en la Biblia. Jamás he oído esa frase en ninguna iglesia de los países visitados. Pero sí entre gente que no conoce a Jesús. Dios quiere que seamos conscientes de lo que creemos y cómo actuamos en nuestra relación con Él. En el Cielo, ningún ángel fue obligado a someterse a Dios. En el Edén, Adán y Eva no fueron constreñidos a obedecer a Dios. En medio del desierto, Dios le dijo a Israel: He puesto delante de ti la vida y la muerte. Escoge tú. Al escoger a los Doce, Jesús nunca presionó a sus seguidores a seguirlo, a creer en Él o a traicionarlo. (De ahí la patraña del mal llamado Evangelio de Judas) En la Iglesia, nadie está forzado a creer y cometer suicidio mental. Cualquier otra cosa que llamemos fe no es tal si nos pide “fe” ciega. Tampoco es fe lo que no tenga a Cristo Jesús -Dios hecho Hombre- en el corazón de sus convicciones. (Existen religiones autodenominan cristianas, pero no aceptan ni creen que el Señor Jesucristo es igual al Padre, como enseña el Nuevo Testamento y analizaremos en el capítulo 11. Algunos, como Miguel Servet, rechazan la Trinidad; y otros no tienen una Trinidad sino una Cuatrinidad al colocar a un santo o santa al lado de las Tres divinas Personas: Padre, Hijo, Espíritu Santo)
Por último, el verbo creer (gr. pisteuo) en el Nuevo Testamento significa ser persuadido de, estar convencido de, apoyarse en. No es creer o confiar en una creencia, enseñanza (gr. dogma) o filosofía, o en un libro o tradición por el simple hecho de creer. Tampoco es poner mi confianza en algo irreal, o en alguien ya muerto como sucede en religiones y filosofías. No obstante, insisto, otras enseñanzas y filosofías que no son cristianas tienen ciertas cuestiones interesantes que enseñar a los cristianos.
A nosotros nos toca examinarlo todo, desechar lo que esté en pugna con el Evangelio y retener lo bueno. (1ra Tesalonicenses 5: 21) No hacerlo así es ser estrechos de mente. Por su parte, el cristianismo, como toda verdad absoluta, es exclusivo y enfatiza que fe es apoyarse en hechos verdaderos ocurridos en la vida de una persona real llamada Jesucristo.
La fe es buena porque a través de ella vas a Jesús, pero quien salva es el resucitado Cristo histórico, no la fe. Si ni siquiera la fe que nos conduce a Jesús salva, ¿qué podemos decir de la religión cristiana? ¿Salva? Entiéndase bien, la religión, ninguna iglesia cristiana ni dogma alguno salvan. Quien salva es el resucitado Cristo histórico. (Sugiero seguir leyendo a quien piense que no necesitamos ser salvados de nada. Si ha llegado hasta este punto sin saltarse nada y con honestidad intelectual, le aseguro que va por buen camino. Si continúa así, le auguro que antes de que acabe de leer toda la obra hallará la verdad espiritual de la cual este libro es portador: Jesús vive y cambia vidas en el siglo XXI y en cualquier otro siglo)
Quizá alguien argumente: “Pero, ‘el justo por su [la] fe vivirá’”. (Habacuc 2: 4; Romanos 1: 17) Cierto. Mas, vivirá no por la fe en sí misma, sino por colocar esa fe en la Persona correcta: Jesús. Porque el que salva es Jesús, no la fe ni el bautismo ni otro sacramento ni ningún mandamiento de hombres. Ojo, no insinúo que el bautismo bíblico (inmersión de todo el cuerpo en el agua en la edad adulta) sea mandamiento de hombres. (Véase San Mateo 3: 16; 28: 19, 20; San Marcos 1: 10; San Lucas 3: 21; Hechos 2: 38; 2: 41; 8: 12, 36-38; 18: 8; Romanos 6: 3, 4) Pues es un mandato del mismísimo Jesús. Digo que tampoco ese ni otro bautizo salva al ser humano. (Tampoco salvan las obras, pero el nacido de nuevo producirá o dará buenos frutos como consecuencia de su relación con Jesús) La fe es el vehículo, el medio, para llegar a Jesús, que salva. Pero al creer de corazón nacemos de nuevo y obedecemos el mandato de Jesús de bautizarnos. A mí me bautizaron a inicios de los ochenta, aunque me convertí en 1979. Sí, estoy consciente de que debí bautizarme apenas creí y nací de nuevo, pero por desconocimiento y falta de discipulado se dio así.
Ahora bien, hay fe verdadera -impartida por el Espíritu de Jesús- y falsa fe inventada por los hombres. Algunos no entienden qué es fe y consideran que no importa dónde pongas tu “fe” con tal que creas en lo que sea. Otros como el Seminario de Jesús y demás creen erróneamente que hay gran diferencia entre el Cristo de la historia y el Cristo de la fe. Según ellos, el Cristo histórico era un hombre sabio, humilde, ingenioso y nunca alegó ser el Hijo de Dios, mientras que el Cristo de la fe ha surgido de unas cuantas ideas de bienestar a fin de que las personas vivan mejor, pero que a final de cuentas están basadas en falsas esperanzas. Creen, además, que la investigación histórica no puede en lo absoluto descubrir al Jesús de la fe porque tal Jesús no tiene asidero histórico. La presunción de estos señores es sobremanera disparatada puesto que la verdad teológica está arraigada en la historia y corroborada por nuestra experiencia con el resucitado Cristo histórico, no en añadidos legendarios y mitológicos. Los miembros del Seminario de Jesús aseveran saber más que todos los eruditos juntos y ser capaces de discriminar entre las palabras del resucitado Jesús y poder entresacar solo el 20 por ciento como genuinas. Empero, si analizamos sus propuestas caemos en cuenta de sus supuestos y criterios cargados, echando por tierra su hipotética imparcialidad y objetividad en la búsqueda de la verdad en cuanto a la vida del Señor Jesucristo.

El problema no está en la fe

Ya vimos que mucho del problema está en que mis limitaciones me predisponen ante lo que esté por encima de lo común y corriente, lo que vaya contra las leyes de la naturaleza. Veámoslo así: un mal hábito cuesta un mundo romperlo porque se arraiga en nuestra personalidad. Por ello algunos no creen en la efectividad de la superación personal para desarraigar defectos caracterológicos. Pues bien, en nuestra naturaleza no está creer en lo sobrenatural, lo intangible, sino aceptar solo aquello que podemos ver, tocar y percibir con los sentidos. (La sensualidad impera en todos los ámbitos y profesiones de los seres que habitamos este planeta. “Si no es perceptible con los sentidos, no es ciencia”, gritan fanáticos racionalistas y cientificistas creyentes del sensualismo.)
El inconveniente no está en la Biblia ni en los hechos históricos que narra, pues pueden ser comprobados por medio de la prueba histórica legal. Tampoco estriba en la fe en Jesús, que es intelectualmente aceptable por no ser ciega, sino en lo que el ego quiere o no aceptar y creer, o en lo que la naturaleza incrédula me permite creer. De inmediato debo advertir no usar la incredulidad innata como excusa para prejuicios y escepticismo tan elevados que ninguna prueba puede convencerle, puesto que si investigo con honestidad intelectual y pido ayuda a Dios, puedo empezar a ver la verdad, y todo es posible al que cree. (Ya observamos que algunos están prejuiciados con la palabra creer; para ellos creer lo que revela la Biblia significa cometer suicidio intelectual, pues siguen empeñados en aplicar el método científico de las ciencias naturales a la verdad bíblica que debe ser analizada con los cánones de la prueba histórica legal)
En numerosas ocasiones el problema está en el corazón. En términos conductuales, el conflicto anida en el aparato sicológico. “Lo que me preocupa de la Biblia no es lo que no entiendo, sino lo que puedo entender”, dijo Mark Twain. ¿Qué te parece? Por lo menos debe reconocerse la honestidad del escritor. Algo que brilla por su ausencia en muchos intelectuales y hombres de ciencias naturales. Obvio, me preocupa eso que entiendo de la Biblia porque es un espejo donde me veo tal como soy. Y no me gusta lo que veo. Bertrand Russell tampoco quiso ver al Cristo de los evangelios. Escribió no preocuparse por la historicidad de Cristo, pues le parecía “dudosa”. “Me ocupo de Cristo tal como aparece en los Evangelios, aceptando la narración como es [...]”. Pero, claro está, dándole su muy amañada interpretación para que el Evangelio diga lo que Russell quiere que diga. (En Por qué no soy cristiano, Russell revela su desconocimiento del Evangelio contenido en el Nuevo Testamento; además, deja ver sus prejuicios religiosos, extremismo, rencor y odio hacia las creencias religiosas y en particular hacia la cristiandad. Sería saludable leer una imparcial biografía de Russell y otros escépticos, agnósticos y ateos con el fin de descubrir qué pudo haber pasado en su infancia, adolescencia o adultez que los arrastra a ser tan intolerantes con las creencias, religiones y el cristianismo institucional. Si lo que Russell y otros llaman “religión cristiana” o “moral de Cristo” fuera el Evangelio bíblico, yo tampoco fuera cristiano)
Hace muchos años un ateo en Londres manifestaba que lo que más le quitaba el sueño era que la Biblia fuera verdad y Jesús viniera otra vez. ¿Ves? La Biblia es un espejo donde el ego retorcido se ve proyectado sin máscaras, y porque la luz del Cristo de los evangelios alumbra los secretos más oscuros de la vida. Esos que avergüenzan y a veces llevan a no soportarnos. Los griegos creían que el mundo era un gran escenario donde los actores somos nosotros. Cada uno con sus máscaras o caretas por temor a ser genuinos para que no nos rechacen o abandonen. (¡Cuidado! La sinceridad no da ocasión al irrespeto, grosería, patanería ni a la insensatez al hablar o comunicarnos con los demás. La virtud sinceridad va acompañada de la virtud sensatez para conducirnos, hablar o escribir) Eso es miedo a ser yo; en primer lugar, porque no me acepto como soy; segundo, por miedos y baja autoestima. En una frase, miedo a la vida. (Llama la atención la cantidad de deportes extremos existentes hoy. ¿Cuántas ganas de morir o miedo a vivir hay inconscientemente en sus practicantes? Temo que muchos son suicidas en potencia)
Abundantes partes médicos, reportes científicos y experiencias sobrenaturales revelan innumerables casos de curación mediante la fe. Pero el cientificista y el fanático racionalista intentan viciar los milagros y la sanidad sobrenatural sin haber investigado nada porque tales hechos no embonan en sus creencias y paradigmas ni en su “ciencia” y “poderosa” razón. Y, naturalmente, objetarán los milagros y sanidad divina pues ellos son “científicos”, no fanáticos religiosos. (Toda esa hueca verbosidad es excusa para justificar una o más razones: vida inmoral, megalomanía, deshonestidad intelectual, o simple y llanamente es incredulidad disfrazada de intelectualismo)
Tendría yo unos nueve o diez años de convertido a Jesús cuando los jóvenes de la iglesia y líderes de jóvenes nos trasladamos a un pueblito distante de la ciudad. Recuerdo que habíamos pasado un buen tiempo de oración, alabanza y adoración al resucitado Cristo histórico bajo un precioso cielo estrellado de verano; ya en casa, observé a un joven que nunca supe si era familiar o amigo de la anfitriona; la cuestión es que, según me enteré, no podía caminar sin el bastón que usan los discapacitados de las extremidades inferiores. En un arranque de fe, le pregunté al joven delante de los jóvenes del grupo si creía que Jesús le podía sanar, hacer un milagro en él; a lo que respondió “sí” (claro, la presencia del grupo debe haber influido en su “sí”, mas no en su fe, si acaso la tuviera para recibir un milagro). Sin pensarlo dos veces le pedí que caminara hacia mí (si lo hubiese pensado, estoy seguro de que mi naturaleza incrédula me hubiera gritado: “¡estás loco; no lo hagas; se va a caer!”), y mientras lo hacía le quité el aparato con el que caminaba; el muchacho, ante el asombro de los jóvenes que me acompañaban y estaban alerta ante una “posible” caída, empezó a caminar y a andar recto sin el dichoso bastón. ¿Condicionamiento? ¿Sugestioné al chico? ¿Hubo histeria colectiva? No creo haber sugestionado al joven pues pocas fueron las palabras cruzadas con él; además, ni imaginaba que le quitaría el bastón; lo que sí sé es que lo sentido en ese momento pocas veces lo he vuelto a experimentar. Me invadió algo extraordinario e inexplicable, como quien tiene poder. Jesús sintió que había salido poder de Él cuando la mujer con fe tocó su manto y sanó. (San Marcos 5: 25-30)
En cuanto a una posible histeria colectiva, entre los presentes no había fe sino incredulidad. Aun cuando la histeria colectiva -por la sugestión sicológica subyacente en ella- condiciona al sujeto, no sana enfermedades límites como un cáncer o cualquier otra afección terminal ni produce milagros ni fenómenos sobrenaturales. Esto es, con todo y que la sugestión particular o colectiva es capaz de lograr ciertas curaciones casi como lo hace un placebo, no sana enfermedades mortales ni hace milagros ni fenómenos sobrenaturales propiamente dichos. Más, me atrevo a asegurar que la sugestión y el efecto placebo únicamente curan achaques sicosomáticos, es decir, enfermedades existentes solo en la mente de la persona. (Veremos que se calculan entre el setenta a ochenta por ciento las enfermedades de tipo sicosomático y que el efecto placebo -debido a las creencias de las gentes- es mucho más eficaz de lo que cree y reconoce la mayor parte de médicos) Y provocan trastornos de la visión, mas nunca realizan hechos sobrenaturales o milagros. Léase bien, las enfermedades mortales solamente las cura Dios si así lo decide. Y un fenómeno sobrenatural o milagro no es una alucinación ni hipnosis. Si no lo acepto por cientificista o fanático racionalista, es mi decisión y problema, pero de ahí a aseverar con radicalismo que la sanidad divina y los milagros son imposibles e indemostrables, y que los fenómenos sobrenaturales no ocurren, es insolencia de una mente ignorante y reduccionista. Quien crea que en cultos cristianos solo hay elementos emotivos sin un genuino mover del resucitado Cristo histórico, su desconocimiento de causa le ha polarizado y habla de cosas que desconoce.
Al mirar retrospectivamente lo ocurrido en las afueras de la ciudad hace tantos años, me doy cuenta de que la mayoría -si no todos los jóvenes de la iglesia- no creía que Jesús podía hacer caminar a ese joven sin bastón. Días después en la iglesia, una líder de jóvenes me hizo un comentario que dejaba entrever su asombro ante lo acontecido. ¿Ves? Los mismos creyentes no podían creer lo que veían. Y considero que, después de tantos años, si me tocara vivir la misma experiencia, de pronto no tenga la misma fe. Dios lo sabe. Jesús hizo el milagro en el joven, y aún hoy hace milagros y maravillas, mas ello es insuficiente para quien ya está condicionado por su propia naturaleza, por supuestos, creencias naturalistas y oscuros movimientos del alma a no creer lo sobrenatural, aunque lo vea frente a sus ojos. (San Lucas 16: 31) No olvidemos que el humano cree lo que está predispuesto a creer, salvo que toque fondo, se le rompa la soga o su corazón sea tocado y cambiado por el resucitado Cristo histórico.
Jesús hizo muchos milagros y resucitó. Ten por cierto que si los evangelistas hubiesen inventado lo que narran los evangelios, la obra de Gabriel García Márquez Cien años de soledad (1967) -obra cumbre del realismo mágico, y considerada en febrero de 2007 como una de las mejores veinte novelas en la historia de la literatura universal- les quedara chiquita por la espectacular “imaginación” registrada en ellos. No existiría ningún escritor que los superara por muy imaginativo y creativo que fuera. Bien ha dicho alguien que “si el Jesús de la Biblia no fuera real, [yo] hubiera necesitado adorar a quien lo inventó”.
Los discípulos y apóstoles han transmitido lo que presenciaron o consultaron de fuentes de primera mano. Juan aseguró (San Juan 20: 30; 21: 25) que no escribió sobre todas las “señales” hechas por Jesús porque eran muchas. (Como toda herejía, de ese versículo de San Juan se agarran los gnósticos para expresar que hay muchas “verdades” sobre Jesús escondidas aviesamente por la Iglesia cristiana. Nada más falso) No obstante, algunos intelectuales e intelectualoides del siglo XXI no quieren creer ni aceptar lo que discípulos y apóstoles vieron, vivieron y tocaron. Te aseguro que si Jesús hiciera hoy lo mismo delante de los ojos de muchos incrédulos pocos le creerían. Entonces, ¿dónde está el problema? ¿En Jesús, en los milagros, en la Biblia, en Dios, en los tiempos o en los incrédulos? Por cierto que en ellos, los incrédulos posmodernos.

Los niños y la fe

Cada vez que leo y analizo la Biblia con mis menores hijos, les pregunto si creen lo que leemos; la respuesta es sí. Estoy seguro de que ese “sí” no es para agradarme o por temor a llevarme la contraria. A mis hijos he dado libertad de expresar con respeto su desacuerdo conmigo. (Hace un par de años íbamos ellos y yo en un ascensor, y formaron tal desorden que, luego de varios llamados de atención caídos en oídos sordos, me exasperé y grité a mis hijos. Después de la agresión en forma de grito, Jonatán Eliseo -uno de los mellizos- dijo en broma y en serio: “¡Qué carácter!”. Los cuatro soltamos la risa)
A raíz del desarrollo de esta obra he pedido a mis hijos sus opiniones sobre lo que les comparto de la Biblia a fin de ver qué responden. Pero me pongo en el lugar de alguien que no cree en la inspiración (gr. theopneustos) sobrenatural de la Biblia; y, para mi sorpresa, mis hijos responden con tal certeza y firmeza que traen a memoria lo que enseña Jesús en cuanto a los niños: “Si no se vuelven y se hacen como los niños, de ningún modo entrarán en el reino de los cielos”. (San Mateo 18: 3) Jesús sabe que los niños al creer algo creen y punto. Los niños pequeños tienen fe. Considero que el tipo de fe innata del cual hemos hablado lo tiene el niño en su máxima expresión. Y si sus padres son cristianos y la saben cultivar, dándole el buen ejemplo en palabra y conducta, ese niño puede ser un gigante espiritual mañana. Desde hace unos años he visto y oído niños predicadores que Dios usa con poder para trazar su Palabra y sanar a los enfermos.
Si quieres conocer la verdad, pregúntasela a un niño pequeño. Casi nunca inventa aunque maximice o malinterprete las cosas por su nivel de cognición y absolutismo con que ve la vida. (Algunos niños aprenden a manipular de sus padres y la televisión) Los pequeños no argumentan, no cuestionan ni le buscan la quinta pata al gato. Creen y punto. ¡Son humildes! Son ingenuos, pero no tontos ni nada parecido; tampoco tienen la cabeza cuadrada por prejuicios y el entendimiento enturbiado por el ego, como los sabihondos e inventores de la sabiduría del siglo XXI. (Padre, ojo con lo que manifieste tu hijo. Créele lo que te diga. Cuida que nadie le dañe en ningún sentido)
Precisamente porque un pequeño no tiene malicia cree lo que le digas. La inocencia y credulidad del niño -incorporadas por el Creador- parten del principio de presunción de inocencia aplicado de tal manera que mientras no se demuestre lo contrario, es cierto cuanto le digas a un niño pequeño. Mientras que -por enredos mentales, criterios cargados y emociones encontradas- para escépticos, agnósticos y ateos las narraciones históricas bíblicas son falsas hasta que no demuestren su validez. Peor aun, ya ellos han decidido que nada de lo registrado en la Biblia es cierto. Con tales premisas por delante ninguna evidencia por contundente que sea será suficiente para derribar prejuicios, presuposiciones, creencias, supuestos y paradigmas, pues una mente predispuesta es prácticamente imposible de penetrar con la luz de la verdad religiosa o no. Antes de investigar, ya el incrédulo ha descartado la Biblia porque según él su razonamiento es suficientemente apto e infalible para discriminar entre la verdad y la mentira. Ese chiste está bueno. ¿Me puedo reír?
En pocas palabras, el sujeto en cuestión percibe la vida a través de los binóculos de su razonamiento y llega a la verdad por medio del conducto de su ciencia y creencias. Para él, la razón, el laboratorio, el tubo de ensayo, el telescopio, el microscopio y un poco de imaginación (ciencia-ficción) son capaces de penetrar toda propuesta o enunciado y descubrir el engaño y las fuerzas subyacentes en ella. Tan necio es el crédulo por no discriminar lo falso de lo cierto, como lo es el incrédulo que rechaza todo por creer que la verdad deberá ser entendida por el poder de la razón y el cientificismo para ser verdad. O por dejarse envolver por la falsa premisa de los laboratorios de que ninguna hipótesis o teoría que conduzca a Dios y a lo sobrenatural es científica. Reitero, si la inteligencia y la percepción humanas son poco fiables para conocer realidades humanas, y el método científico de las ciencias naturales no es funcional para valorar toda verdad terrenal, ¿cuánto no serán de inútiles los esfuerzos por conocer verdades que trascienden la mente y el laboratorio? No tomar esto en cuenta es pecar de ingenuo. Ojo, la fe trasciende la mente, pero no va contra ella. Que un hecho real narrado por la Biblia no pueda ser captado por la mente humana no significa que sea irracional o no haya ocurrido. Insensato es querer entender hechos espirituales con una mentalidad carnal, pues las cosas espirituales deben ser entendidas espiritualmente, acomodando lo espiritual a lo espiritual. (1ra Corintios 2: 13, 14) Además de que el inconveniente no está en el hecho registrado por la Biblia, sino en mi finitud incapaz de entender a un Dios infinito.
No olvidemos que la fe nunca es un acto suicida, pues la fe de la cual habla la Biblia no es ciega, sino muy consciente de lo que cree. Pero reconoce sus limitaciones y no pretende encasillar al objeto de su fe: Jesús, quien es Dios encarnado.
Los niños saben y entienden más de lo que imaginamos. Jesús y muchos pensadores aseguran que los niños “son maestros” de los adultos. ¡Los que tenemos hijos pequeños deberíamos saberlo!
En una película vista hace un tiempo, había una escena donde papá pide a su pequeño hijo lanzarse de un edificio en llamas, pues él lo apañaría abajo. Si mi padre con una especie de red me pidiera tal cosa a esta edad, lo pensaría más de dos veces. Cavilaría sobre mi peso y la resistencia de la red, la dirección del viento, el golpe de mi cuerpo y la malla al caer desde esa altura por la acción de la gravedad; en que si mi padre me dice la verdad en cuanto a la resistencia de la red para no golpearme, en la dureza del suelo en el cual de pronto caería; en fin, creo que miraría primero si puedo bajar todavía por las incendiadas escaleras. Pero el niño de la película se lanzó sin más reparos que la fe puesta en su padre. ¿Tenía fe natural? Sea lo que fuese, tenía más fe que muchos. Ese pequeño estaba convencido de que papá no lo iba dejar caer al suelo. Ese es un niño con fe en su padre, y ese otro soy yo el adulto incrédulo y con más mañas que un gato. (Cabe resaltar que a medida que el niño crece más miedos descubre y tiene. Las razones son varias, pero no las abordaremos aquí. Nuevamente me parece oír a Jesús expresar: “Si no te haces como los niños, no puedes entrar al reino de los cielos”.) El que creyendo ser sabio, se hace necio. ¿Por qué será que el necio cuando no quiere aceptar los hechos ocurridos en tiempo y espacio reales suele presentar argumentos abundantes en contenido pero huérfanos de sensatez? Más pesa y vale un gramo de sensatez que una tonelada de necedad.
En uno de esos recorridos evangelizadores hechos por Jesús, de pronto se detuvo y “se regocijó en el Espíritu Santo, y dijo: ‘Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la Tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios y entendidos, y las has revelado a niños. Sí, Padre, porque así fue de tu agrado. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar’. Y volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: ‘Bienaventurados los ojos que ven lo que ustedes ven; porque les digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron’”. (San Lucas 10: 21-24)
¿Por qué oculta Dios cosas a los sabios y entendidos y las revela a los niños? Lo hace por la actitud de incredulidad de los primeros, y de fe de los niños. La actitud del sabio y entendido en cosas del mundo es de sabelotodo, autosuficiencia, incredulidad, soberbia. La del niño, de alguien que no sabe, quiere aprender, creer lo que se le dice, humildad. No prometamos a un niño si no tenemos intenciones de cumplir. No digas nada que no sea cierto a un niño, pues cuando te descubra no te creerá más y le harás perder su confianza en lo que dices.
¿De qué niños habla Jesús aquí? Habla de la disposición de corazón que tuvieron sus discípulos al creerle y seguirlo. Jesús los compara con niños y expresa que son bienaventurados porque le creyeron. Al creerle, Él estaba en libertad de revelarles al Padre y darse a conocer como lo que es: el Hijo de Dios. En ese principio de humildad que lleva a reconocer mi ignorancia e insuficiencia, de querer saber para aprender y de fe para creer lo que se expresa se basan las Buenas Noticias del Evangelio de Cristo. La soberbia y autosuficiencia son enemigas del Señor Jesús. Cuando bajamos la guardia de la arrogancia y la presunción de que lo sabemos todo, Jesús se nos revela. “El hombre natural [sin Cristo] no capta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él [actitud] son locura, y no las puede conocer [Jesús no se las revela], porque se han de discernir espiritualmente”. (1ra Corintios 2: 14) Dejemos, pues, que nuestro Niño interior crezca y madure en la fe que Jesús quiere proporcionarnos. Dios mío, ayúdame a ser humilde como los niños para que Jesús se me revele como Tú quieres.
Debo ser como un niño si quiero entrar al reino de Dios. Algunos se creen tan sabios y entendidos que las verdades sencillas de Dios les parecen locura, tontería, nocivas o “perversas”. Y por tener esa clase de enredo en la cabeza pierden las bendiciones que Dios tiene para ellos aquí en la Tierra y en el cielo que ahora desprecian. “Agradó a Dios salvar a los creyentes por medio de la locura de la predicación” del Evangelio, escribió Pablo, el intelectual de los apóstoles de Jesús. (1ra Corintios 1: 21) ¿Un Cristo clavado en una cruz para salvarme? ¡Eso es una locura! Bendita locura que llena mis vacíos existenciales, me salva y transforma.
Cuatro son las razones por las cuales una persona no viene al resucitado Cristo histórico: 1) Ignorancia de quién es Jesús y de su poder para transformar vidas; 2) Soberbia por creer que es autosuficiente o se las sabe todas; 3) Inmoralidad por estar enredado en conductas que chocan con las buenas costumbres y la moral bíblica; 4) Deshonestidad intelectual que pasa por alto verdades que chocan contra sus verdades, creencias o supuestos.
Algo llama mi atención: Pablo es considerado uno de los diez hombres más sabios de la humanidad. Ese súper sabio asevera: “No me avergüenzo del evangelio, porque es poder [dinamita] de Dios para salvación a todo aquel que cree...”. (Romanos 1:16) ¿Qué le pasó a Saulo de Tarso en el camino a Damasco para que su vida cambiara de una manera tan radical? Algo extraordinario tiene que haberle ocurrido. Después del Señor Jesús, es Pablo el apóstol quien más inspira mi fe en el Señor Jesucristo.





Nosotros y la fe


Ahora bien, reconozco que la Biblia no goza de la confianza de hace muchos años debido en parte al gran avance científico y tecnológico que nos ha condicionado a la sensualidad de realidades concretas y comprobables a través de los sentidos (sin caer en sensualismo, la obra de Cristo en la cruz de palo también puede ser experimentada; solo basta venir con fe a Él y pedírselo), convirtiéndonos en seres sensuales, escépticos e incrédulos en cuanto a las evidencias históricas, contundentes e imperecederas proclamadas por la Biblia, pero imposible comprobarse a través del método científico convencional, porque es inoperante para probar verdades que deben demostrarse mediante la prueba histórica legal y un encuentro personal con el resucitado Cristo histórico. Vimos el ejemplo de mi asistencia al gimnasio esta mañana.
Y, como verdades inmateriales, las narraciones bíblicas suenan abstractas, remotas y desfasadas en un mundo programado y acostumbrado a que se le hable en términos materialistas y sensuales; y que duda hasta del fluido eléctrico, del viento y del amor porque no los ve. Vivimos en sociedades incrédulas que lo ven todo en función de los sentidos. Gentes incrédulas cuando no les conviene creer. Pero crédulas cuando es de su conveniencia abrazar la creencia naturalista, social, filosófica... No tienen fe de la que hemos hablado. El ser humano posmoderno se cree autosuficiente y rechaza valores absolutos universales bíblicos de hace más de tres mil años por confundir el conocimiento, que es progresivo, con la verdad, que es eterna.
En tiempos de contradicciones e ironías, muchos que en el siglo XXI no creen en la Biblia y/o se burlan de los milagros no salen de casa sin antes consultar el horóscopo, leer el periódico o la literatura con la cual se identifican para sentirse apoyados en sus retorcidos pensamientos y luego envalentonarse contra Dios, pelearse con la vida y condenar a los creyentes y vomitar sobre sus convicciones y creencias. (Hay quienes todo les hiede; pues “todo el mundo está mal, menos yo”. Son de la posición existencial: “Yo estoy bien, tú está mal”)
Otros ponen su confianza en los movimientos de los astros y/o en lo que aparece en diarios, revistas “especializadas” (tan avezadas son que “hasta un burro las engaña” con avances seudocientíficos) o “revela” alguna “autoridad” del conocimiento humano; mas no creen lo que comunica Dios en su Palabra. ¿Cosas no? Desde luego, cada uno es libre de creer y creerle a quien desee. Empero, es extremarse acoger a pie juntillas lo que aseveran hombres resentidos y medios falibles con grandes intereses económicos. El profeta Jeremías asegura que es reprensible el humano que deja de confiar en Dios para apoyarse en el brazo de carne y poder de otro humano, cuyo aliento va a la tierra y fenece. (Jeremías 17: 5; Salmos 146: 3, 4)
Examinamos que no se trata de ser crédulos y creer en pajaritas preñadas, sino aceptar y creer cuando toca creer. En el momento en que todas las evidencias así lo confirman a fin de ser honestos intelectuales. Pero todo hay que examinarlo: lo bueno se retiene y lo malo se desecha, tal afirma san Pablo en 1ra Tesalonicenses 5: 21. La Biblia manifiesta también que “el simple todo lo cree, mas el avisado mira bien sus pasos”. (Proverbios 14: 15) El peligro consiste en desechar lo excelente y provechoso basados en prejuicios y orgullos, o en aceptar lo falso y medias verdades por falta de criterio propio. Es difícil mantener un equilibrio, mas no es imposible; tal planteamiento lo hago en El intrincado punto medio… Quizá algunos cuestionen: “¿Cómo es posible que en el siglo XXI algunos sigan creyendo en un libro tan anticuado y obsoleto como la Biblia?”. Para empezar, la Biblia no está obsoleta. Si la verdad ocurrida en tiempo y espacio reales estuviese supeditada al tiempo para seguir siendo verdad, no habría verdad válida más allá de nuestros escasos 60 u 80 años que pocos seres mortales suelen vivir. La falacia de que la Biblia está obsoleta es una creencia prejuiciosa porque rechaza las verdades bíblicas sin antes examinarlas de manera responsable y con honestidad intelectual. El promedio de los seres humanos hoy día considera la Biblia un libro más de historia saturado de leyendas y prohibiciones y escrito por hombres falibles; y, por tanto, lleno de verdades relativas, porque “todo es relativo”. Es innegable que existe tal rechazo a la Palabra de Dios, pero nos roba la gran riqueza y ayuda espiritual presentes en ella. Solo basta examinar esas verdades con seriedad para darnos cuenta de la riqueza espiritual existente en las escrituras judeocristianas. Casi a diario me topo personas con muchas dudas, pero prefieren la zona cómoda de la dubitación y escepticismo en lugar de tomar el tiempo para investigar y absolver tales dudas.
Por otro lado, intelectualoides y cientificistas sienten que la Biblia afrenta su intelecto (ego) al ver cómo un libro antiquísimo y religioso hace declaraciones desafiantes -y comprobables científicamente a través de la prueba histórica legal y convirtiéndose al Señor Jesús- acerca del origen del universo y la vida. Lo que algunos ignoran o quieren pasar por alto es que no pocas de las afirmaciones en cuestión han sido ya confirmadas, y las conversiones pueden también ser probadas. Por tanto, el obeso ego de estos señores se siente ofendido por el llamado a la humildad y sumisión de la Biblia ante la sobrecogedora revelación de Dios en el universo y la vida. (Génesis 1 y 2; Job 38 al 41; Salmos 19: 1-6; 33: 6; 136 y 148; Romanos 1: 18-32)
Bien lo escribe el astrofísico Hugh Ross, “ninguna sociedad ha visto tanta evidencia de Dios como la nuestra. Pero también ninguna otra sociedad ha tenido acceso a tanto conocimiento, investigación y tecnología. Estas son cosas que los seres humanos tienden a atribuirse a ellos mismos, especialmente aquellos que se consideran los amos del conocimiento [e inventores de la sabiduría], la investigación y la tecnología”. (5) Las palabras de Ross retrotraen las declaraciones de Feyerabend al hablar de la tiranía de las ciencias naturales y de que los creyentes y defensores de tales ciencias suelen juzgarlas superiores sin investigar adecuadamente otros campos del saber humano.
Por otra parte, el maltrato infantil al cual fueron sometidos algunos por padres cristianos confesos -más que cristianos eran tiranos, fanáticos y legalistas religiosos- provoca que hoy mucha gente esté amargada y resentida con Jesús, la Biblia y la fe. También el mal testimonio de muchos creyentes en Cristo ha causado que quienes conviven con nosotros y nos encontramos a diario no crean ni acepten al Jesús que profesamos creer. Al ver a su pueblo sometido y hollado por los que decían ser cristianos, Gandhi decía creer en Cristo, pero no en los cristianos. Por supuesto, habrá gentes que no creerán aunque Jesús se levante de nuevo de los muertos frente a ellos y estén rodeados de excelentes cristianos. Ya están condicionados a rechazar todo lo que suene a Jesús, Biblia, fe. O, como suelen decir, “religión”. Presuponen y creen que el cristianismo es sinónimo de oscurantismo, fanatismo, superstición. Ya lo vimos, hay los que colocan sus estándares de prueba tan elevados que ninguna evidencia les satisface por muy contundente que sea. En realidad, no quieren creer ni aceptar los hechos del Evangelio. No creen por falta de evidencias, sino que no creen y rechazan los hechos a pesar de las evidencias. Ante una mente así nada es suficiente, porque “ningún camino que conduzca a Dios y lo sobrenatural es científico”, recitan como papagayos.
Algo más sobre el maltrato infantil: maltrato o abuso infantil no es solo hacer trabajar a un niño, pegarle alocadamente o violarle carnalmente, sino que el abuso además puede ser emocional y sicológico. Por ende, no solo algunos creyentes en Dios y ciertos cristianos maltratan o abusan de sus hijos. También lo hacen los padres escépticos, agnósticos y ateos recalcitrantes al adoctrinarles y envenenarles con dogmas, creencias e ideas absolutistas sobre la supuesta inexistencia de Dios y la hipotética irrealidad de los milagros y lo sobrenatural. Este asunto es tratado más a fondo en el capítulo 8 y en el ensayo ¡Paremos ya la maldad contra los niños!
Pues bien, basados en mi experiencia de vida, en los millones de vivencias cristianas y en la prueba histórica legal para demostrar que esas evidencias históricas, científicas y testimoniales son lo suficientemente contundentes y demandantes de un veredicto me atrevo a utilizar la Biblia como fuente para analizar el origen del sufrimiento que golpea impíamente a la raza humana.

Necesidad del ser humano de creer
en Dios

Llama la atención que a pesar de tantas teorías e hipótesis en cuanto al origen del universo y la vida y de la proliferación de libros y escritos escépticos, agnósticos y ateos que bombardean a los cristianos y hacen mofa de sus creencias y convicciones y trasbocan sobre todo aquel que cree en Dios, el común de los seres mortales racionales confesamos creer en el Ser supremo, y no pocos aceptamos ser creación del Dios de la Biblia. (Para frustración e ira de ateos humanistas, su diagnóstico de que a estas alturas la mayoría seríamos ateos racionalistas, como “parte del progreso”, no se ha cumplido. Ni se cumplirá. Te pronostico algo basado en lo que veremos en esta sección, mientras la Iglesia del Señor Jesús esté en la Tierra nunca las mayorías serán agnósticas ni ateas)
¿Qué provoca que el ser humano sienta y tenga la urgente necesidad de creer y adorar un Ser superior a él? ¿Qué produce en nosotros sed y hambre de creer en Dios? El espíritu humano que Dios puso en cada uno de nosotros nos crea esa necesidad espiritual de creer en Alguien (Dios) omnipotente y omnisciente fuera de nosotros. Existe la noción de que creemos en Dios porque así nos lo enseñaron cuando éramos niños o por el inconsciente colectivo de Carl G. Jung (1875-1961). Claro, eso abona al terreno fértil que tenemos de creer en Dios. No obstante, los humanos creemos en Dios no solo por el inconsciente colectivo o porque nos lo inculcaron. (Viktor E. Frankl sostiene que todos tenemos un inconsciente espiritual) Esa es una de las funciones del espíritu humano que Dios nos dio, y no debe confundirse con el Espíritu de Dios. Dios no vive en sus criaturas (animismo) ni el universo es Dios (panteísmo). Él principia a vivir en una persona por un acto voluntario del ser humano (Romanos 10: 9, 10), que es el único con ese privilegio; ni siquiera los ángeles tienen esa grandísima bendición. ¿El Todopoderoso viviendo en mi vida? ¡Así es! “¿No saben ustedes que su cuerpo es santuario del Espíritu Santo, el cual está en ustedes, el cual tienen de Dios y que no se pertenecen a sí mismos?”. “¿O piensan ustedes que la Escritura [Génesis 6: 5] dice en vano: ‘El Espíritu [Santo] que él ha hecho habitar en nosotros nos anhela celosamente?”. (1ra Corintios 6: 19; Santiago 4: 5)
Dios no es producto de neurosis y deseos del humano de creer en algo o en alguien, sino que Él incorporó en nosotros un espíritu que nos hace conscientes de Su existencia, y colocó en nosotros la semilla de la necesidad de creer en Él. (Tal vez alguien acuse a Dios de narcisista. El narcisismo es bueno si está equilibrado. Ten por seguro que Dios es perfecto) Por el espíritu humano que nos dio creemos en Él independientemente de donde hayamos nacido o crecido.
La tenaz (y perdida) lucha del ateo es que su espíritu sabe (no solo cree) que Dios existe. Pero el ego (intelecto, parte del alma que nos da conciencia de nosotros) alienado, al ser obligado a creer que “Dios no existe”, lo niega muy a pesar de la voz de protesta del espíritu. En otras palabras, el ateo sabe intuitivamente de la existencia de Dios por la conciencia del espíritu, mas lo niega verbalmente con la razón del alma. (¡Qué terrible escisión del ser y qué desgaste de energía tan horrible negar lo que sabes que existe o es!) Y, contra los deseos del ateo, el raciocinio siempre lleva las de perder, salvo que la conciencia esté cauterizada.
A ello se debe que el ateísmo consecuente lleve a perder el juicio; y que los ateos consecuentes sean muy pocos. Un ejemplo puede ayudar a entenderlo mejor. El barco se hundía, y todos los pasajeros empezaron a invocar a Dios. De pronto alguien preguntó: “Oigan, ¿dónde está Trueno, el ateo?”. Y empezaron a buscarlo. Lo encontraron arrodillado en su camarote, bañado en lágrimas y orando: “Dios mío, no permitas que me ahogue; no quiero morir...”. Los pasajeros le preguntaron desconcertados: “Oye, ¿acaso tú no eres ateo? Trueno respondió: “Sí, lo soy, pero en tierra”.
A los pocos que aseguran no creer en Dios (hemos visto que en realidad todos creemos) sería bueno aplicarles la prueba del Polígrafo y preguntarles si creen o no en Dios. ¡Te aseguro que la aguja del Detector de Mentiras confirmaría lo ya sabido! Claro que creen en Dios, pero lo niegan o quieren engañarse y convencer a otros que ellos no creen.
En la película Alive (¡Viven!) -basada en el libro homónimo de Piers Paul Read que narra un hecho de la vida real llamado por muchos “El milagro de los Andes”- hay una escena de un joven negándose a rezar, afirmando ser agnóstico. De repente oyen un ruido que parece ser otra avalancha; la reacción del agnóstico es empezar a rezar por si acaso son reales sus temores. No cuesta nada decir ser agnóstico o ateo cuando todo está bien en tierra, tengo cuentas en los bancos, una excelente posición social, una profesión prometedora, nadie enfermo en la familia cercana y gozo de buena salud corporal. La puerca tuerce el rabo al estar en el límite de mis fuerzas y recursos y me siento impotente y reducido. Una terrible enfermedad toca mi cuerpo o estoy en medio del fuego cruzado de un hijo postrado en cama. Solo ahí sabremos quién soy, qué creo y cuáles son mis convicciones. Bien lo ha dicho Bacon: “El ateísmo aparece más bien en los labios que en el corazón del hombre”.
Con hechos reales de la infrahumana experiencia de millones de infortunados seres humanos se ha demostrado que en los momentos más extremos y en el túnel más tenebroso y macabro la mayor parte de los humanos mira hacia arriba y hace una pequeña oración salida de lo más profundo del ser. Tal vez la mayoría no sepa orar, pero el fervor con que hace tal súplica emerge de un alma necesitada y con ansias de ser rescatada y puesta a salvo. Negar nuestra inherente religiosidad es querer tapar el Sol con un dedo. Intentar extirpar tal inclinación de creer en Dios al humano es dar golpes al aire. Que unos pocos opten por fetiches y otras formas de religiosidad “moderna”, “progresista” y más “científica” no desvirtúa la verdad de que: somos seres religiosos y morales. Con la imperiosa necesidad de creer en algo o en alguien... En Dios, creador del universo y la vida. Nuestro Creador.
El filósofo Peter John Kreeft afirma sobre el ateísmo y el teísmo:

El ateísmo es de mal gusto en las personas porque dice fatuamente que a través de la historia nueve de cada diez personas se han equivocado referente a Dios y han llevado una mentira en su mismo corazón.
Kreeft argumenta: ¿Cómo es posible que más del noventa por ciento de todos los seres humanos, que han vivido en muchas circunstancias más dolorosas que nosotros, pueden creer en Dios? La evidencia objetiva, con solo ver el balance de placeres y sufrimientos en el mundo, parece que no justifica la creencia en un Dios absolutamente bueno. No obstante, esto ha sido la creencia casi universal.
¿Están todos locos? Bueno, supongo que uno puede creer eso si es un poco exclusivista. Pero quizá, como León Tolstoy, tenemos que aprender de los campesinos. En su autobiografía, lucha con el problema de la maldad. Vio que la vida tenía más sufrimiento que placeres y más maldad que bondad, y que por lo tanto al parecer no tenía significado. Se sintió tan desesperado que estuvo tentado a suicidarse. Dijo que no sabía cómo podría soportarlo.
Desde luego, después dijo: ‘Espere un minuto. La mayoría de las personas lo hacen. Lo soportan. La mayoría de las personas tiene una vida que es más difícil que la mía y, sin embargo, la encuentran maravillosa. ¿Cómo lo logran? No con explicaciones, sino con fe’. [Dios es infinito y por ende inexplicable. Toca creer y creerle] Lo aprendió de los campesinos y encontró la fe y la esperanza.
Así es que -agrega Kreeft- el ateísmo trata a la gente en una forma baja [la desvalora creyéndola animal]. También le roba el sentido de la muerte, y si esta no lo tuviera, ¿cómo al fin y al cabo la vida tendría sentido? El ateísmo degrada todo lo que toca, mire el resultado del comunismo, la forma más poderosa del ateísmo en el mundo.
Y al final, cuando el ateo muere y se enfrenta a Dios en lugar de la nada que predijo, reconocerá que el ateísmo era una respuesta barata porque negaba lo único que tiene valor: el Dios de valor infinito. (6) (Las negritas son mías)

Tanto el ateo del barco como el agnóstico del mencionado filme acerca del avión siniestrado en la cordillera de los Andes el 13 de octubre de 1972, no eran consecuentes con lo que profesaban ser. Norman L. Geisler señala que al ser consecuente o puro en su ateísmo -tratar de vivir sin Dios-, el ateo es propenso a cometer suicidio o enloquecer. Los inconsecuentes con su ateísmo (esos que se jactan de que la religión no les quita el sueño) viven bajo la sombra de un fetiche, de una ética, filosofía, estética, profesión o fundación humanista y social, aunque niegan la sombra en cuestión. Lo que no saben escépticos, agnósticos y ateos es que la mayor parte de valores morales, principios, derechos humanos, estéticas y éticas del mundo civilizado de Occidente tienen sus raíces en el cristianismo, que a su vez parte de principios mosaicos, de los cuales surgen los Diez Mandamientos, que algunos aseguran hay que reescribir sin saber de lo que hablan.
En general, los creyentes ateos se autoproclaman escépticos, librepensadores o agnósticos. Debido, hasta cierto punto, por la dificultad en sostener una postura atea. Con todo, los más fanáticos e irracionales persisten en negar a Dios. Uno empecinado en negar a Dios y hacer proselitismo ateo es Richard Dawkins. Este creyente del mito evolutivo asegura además ser un ateo “intelectualmente satisfecho”. ¿Será verdad que hay ateos “intelectualmente satisfechos”? Hemos visto que eso es cuento.
Analicemos: ya hemos observado que si no tengo un ego (intelecto) enajenado y soy intelectualmente honesto y además conozco las evidencias reales contra la creencia en la teoría de la evolución y todo tipo de idea y creencia atea, llegaré a la conclusión de que Alguien estuvo y está detrás de la creación del universo y la vida. Por el contrario, si he alienado y alineado mi intelecto o cometido suicidio mental y soy deshonesto intelectualmente, pasaré por alto las más claras evidencias y veré solo lo que quiero ver. En pocas palabras, no se puede ser un ateo “intelectualmente satisfecho” teniendo conocimiento de otras áreas del saber humano y siendo intelectualmente honesto. Quien busca la verdad sobre Jesús la hallará. Pero resulta que esa verdad demanda cambio de mentalidad y de vida, y es ahí donde tropiezan quienes no quieren creer, dudan o niegan a Jesús. ¡No quieren compromiso con Jesús y su canon moral! No olvidemos, de igual manera, que quien espera encontrar (o ver) lo que quiere encontrar (o ver), hallará (o verá) solo lo que quiere encontrar (o ver), y pasará por alto lo que esté contra sus presuposiciones y creencias. “No hay peor ciego que el que no quiere ver”, expresa el viejo adagio.
El otrora ateo Sartre (1905-1980) expresó que el ateísmo es “cruel”; el buscador de sentido Camus (1913-1960) lo calificó “terrible”; Nietzsche (1844-1900), que lo etiquetó “enloquecedor”, murió demente. Pascal (1623-1662) sostiene que “el ateísmo es una enfermedad”. (Epidemia con la cual desean contagiar los ateos proselitistas a los creyentes en Dios y a los cristianos) Insania mortal, reitero, si la persona es consecuente con el ateísmo. En realidad, el ateísmo es una creencia irracional; sin pies ni cabeza. Otro científico natural, el físico Lord Kelvin, expresa que “a nuestro alrededor hay pruebas increíblemente abrumadoras de un [real] diseño inteligente y benevolente... la idea atea es tan absurda que no puedo expresarla con palabras”.
Casi al final de sus días, Sartre dio estas declaraciones al diario Le Nouvel Observateur: “No me percibo a mí mismo como producto del azar, como una mota de polvo en el universo, sino como alguien que ha sido esperado, preparado, prefigurado. En resumen, como un ser que solo un Creador pudo colocar aquí; y esta idea creadora hace referencia a Dios”. (El énfasis es mío)
En su poema tardío El lamento de Ariadna, Nietzsche el ateo escribe, entre otras cosas: “[...] ¡Oh, vuelve/ Mi Dios desconocido, mi dolor!/ ¡Mi última felicidad!/ [...]”. Parece ser que el filósofo en medio de su dolor y vaciedad pide a Dios, que tanto se ha esforzado en negar, que vuelva e imparta la felicidad buscada en otros lados sin éxito alguno.
Cuarenta años después de la trágica muerte de Camus, el pastor metodista Howard Mumma reveló en El existencialista hastiado: conversaciones con Albert Camus (Editorial Voz de Papel) que este le confesó: “Soy un hombre desilusionado y exhausto. He perdido la fe, he perdido la esperanza (...). Es imposible vivir una vida sin sentido.” “[...] Amigo mío, ¡voy a seguir luchando por alcanzar la fe”. En otra parte del mencionado libro, Camus le confiesa a su amigo y confidente:

Sí, Howard, eso es totalmente correcto. La razón por la cual yo estoy viniendo a la Iglesia es porque estoy buscando. Me encuentro en algo que es casi como un peregrinaje; buscando algo que llene el vacío que siento, y que nadie más conoce. Ciertamente, el público y los lectores de mis novelas, aunque ven ese vacío, no encuentran las respuestas en lo que están leyendo. En el fondo tiene usted razón: estoy buscando algo que el mundo no me está dando. (…) Desde que estoy viniendo a la iglesia, he estado pensando mucho sobre la idea de una trascendencia, algo totalmente distinto de este mundo. Es algo de lo que no se oye hablar mucho hoy día. (7) (El énfasis es mío)

No sería extraño que haya quienes aseveren que el encuentro del autor de La Peste (1947) con el reverendo Mumma es una patraña, tal cual expresan quienes aspiran “rescatar” a Darwin de los caminos de la introspección, contrición y de vuelta a beber en las fuentes de la verdad pura de la Biblia para encontrarle sentido a la vida.
En entrevista concedida al periodista Lee Strobel, el ex pastor Charles Templeton, después agnóstico y autor del libro Despedida a Dios: Mi razón para rechazar la fe cristiana (Farewell to God: My Reason for Rejecting the Christian Faith), rompe en llanto al preguntarle Strobel sobre el atractivo de la personalidad de Jesús. Templeton no pudo contener las lágrimas al hablar en cuanto al Ser más excelso que ha pisado la Tierra y aun hoy continúa con los brazos abiertos a pesar de nuestras dudas, supuestos, incredulidad, resentimientos y pecados.
Al envejecer, el agnóstico Kant reconoció que Dios, la libertad y la inmortalidad del alma -postulados que rechazó siendo joven por considerarlos sin sentido para la “razón pura”- eran en realidad principios de la “razón práctica”; y, por ello, infaltables en la vida del ser humano. En el capítulo anterior hemos analizado las que se creen palabras de Darwin poco antes de morir y su sorpresa en cuanto a cómo sus inquietudes y dudas juveniles fueron acogidas como una religión. En fin, muchos son los casos de escépticos, agnósticos y ateos vueltos de sus tortuosos caminos para mirar dentro de sí y hacer correcciones al grueso de su pensamiento y a su vida por el torturante vacío existencial y el sinsentido.
Los hipercríticos ateos han objetado, pretendido remplazar y echar por tierra los absolutos de la teología cristiana, aprovechando la decadencia del cristianismo (debo admitir que la Iglesia de Jesús ha bajado la guardia y las cosas no se han hecho precisamente como ha enseñado el resucitado Cristo histórico), pero con sus propuestas filosóficas y al final de su paso por la vida han vuelto su mirada a lo que (Francis) George Steiner ha llamado “nostalgia del absoluto”. Aun cuando Steiner hace alusión a Marx (con una promesa de redención del proletariado), Freud (un tipo de reconciliación con la muerte) y Claude Lévi-Strauss (con una suerte de fin del mundo causado por la maldad humana), ello es visible en los postulados de muchos más filósofos y pensadores contemporáneos y de siglos pasados. Lo coincidente y curioso de los autores analizados por Steiner es que los tres son de origen judío.
Ahora bien, ¿tenía razón José Ingenieros al hablar que en la “bancarrota de los ingenios” decae la genialidad al punto de que cuando viejos negamos y contrariamos declaraciones esbozadas en la edad más fructífera y libre del ser humano como es la juventud? No comulgo del todo con su tesis. Sí creo que la vida es una escuela abridora de ojos; maestra y sensibilizadora de la realidad del espíritu que por lo general se niega, pasa por alto o se intenta acallar. La juventud es la etapa más fructífera; pero también de inquietud y adrenalina; donde crees ser dueño y centro del mundo. Si hay presentes fuertes rasgos narcisistas -en general, entre más genial es una persona más narcisista y melancólica es- estaremos convencidos de que el mundo entero debe rendirnos pleitesía, como los súbditos al rey. En contraste, la vejez es el estadio de quietud y observación retrospectiva, mas también de introspección. Ahí muchos ojos y entendimientos son abiertos para darse cuenta de que han pasado la vida sofocando una necesidad presente pero que por años de emociones y rebeldías propias de juventud no preocuparon ni quitaron el sueño. ¿Será dañino mirar hacia adentro cuando las fuerzas desaparecen y todo invita a la contemplación interna y a reflexionar qué has hecho con tu vida? Mirar internamente es saludable si lo hago con honestidad intelectual para hacer cambios en beneficios del ser, no para autoflagelación.
Como Viktor E. Frankl, el siquiatra italiano Roberto Assagioli piensa que las crisis son necesarias por ser preparaciones positivas para el progreso de la persona. Hacen surgir a la superficie debilidades temperamentales y/o defectos de carácter que deben ser examinados, cambiados o encauzados a fin de que el ser humano crezca y madure. (8)
San Pablo lo expresa de la siguiente manera: “[...] Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza; y la esperanza no avergüenza [...]”. (Romanos 5: 3-5)
La traducción católica La Biblia Latinoamérica traduce: “[...] Sabiendo que la prueba ejercita la paciencia, que la paciencia nos hace madurar y que la madurez aviva la esperanza, la cual no quedará frustrada [...].
El consejo del sabio Salomón es: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengas los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: ‘no tengo en ellos contentamiento’”. (Eclesiastés 12: 1)
Decíamos que mi espíritu me hace consciente de Dios y del mundo espiritual; el alma me da conciencia de mí. Descartes decía: “Pienso, luego existo”. (La conciencia anímica es piedra de tropiezo para los creyentes del fisicalismo, pues son incapaces de explicar cómo se puede obtener conciencia de la nada, que es la creencia manejada por ellos. ¿Qué tal si se enteraran de que también tenemos conciencia espiritual? ¡Les daría un faracho!) Claro, existo primero, pero pensar me hace consciente de que existo. El cuerpo da conciencia del mundo material. El espíritu humano nos relaciona con la creación espiritual y hace conscientes de la existencia de Dios. Ese espíritu humano está formado por la conciencia, intuición y la comunión con Dios. La conciencia nos provee la certidumbre de la existencia de Dios, creador de todas las cosas, “y discierne; distingue lo bueno y lo malo. Sin embargo, no lo hace por medio de la influencia del conocimiento almacenado en la mente, sino con un espontáneo juicio directo”, afirma Watchman Nee, y agrega: la intuición es la parte “sensitiva del espíritu humano [...] La intuición conlleva una sensibilidad directa independiente de cualquier influencia exterior. Ese conocimiento que nos llega sin ninguna ayuda del pensamiento, la emoción o la voluntad es intuitivo. ‘Sabemos’ por medio de nuestra intuición, y nuestra mente nos ayuda a comprender”. (9) La comunión nos permite comunicarnos con Dios. Con ella adoramos a Dios que es Espíritu. (San Juan 4: 24)
Conforme a lo que enseña la Biblia en el Nuevo Testamento, Dios se comunica con el ser humano exclusivamente a través de su espíritu. Es decir, la comunicación es de Espíritu de Dios a espíritu humano. (Romanos 8: 16; 1ra Corintios 2: 10-12; 6: 17; San Juan 4: 24) Dios no se comunica con el humano mediante otro órgano por dos razones fundamentales: 1) Dios es Espíritu -aunque Él también tiene las características del alma- voluntad, mente, emociones. 2) Ningún otro órgano es más confiable que el espíritu humano para actividades espirituales. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién podrá conocerlo? (Jeremías 17: 9) ¿Cómo puede Dios comunicarse con nosotros mediante nuestro corazón, siendo el corazón tan engañoso, perverso y voluble?
El alma (psuque) nos hace conscientes de nosotros mismos, y la forman la mente, voluntad y emociones. Ella es la conciencia de la cual habla la sicología, que no debe confundirse con la conciencia del espíritu (pneuma), y nos hace conscientes de la existencia de Dios. A la mente, voluntad y emociones se ciñe el sicoanálisis freudiano, la sicología individual adleriana, la sicología analítica junguiana, la bioenergética loweniana, la logoterapia frankliana y otras escuelas que intentan descifrar y estudiar la conducta humana. Intentan descifrar porque el humano es complejo. Somos complicados. Nadie tiene la clave para decodificarlo, aunque, si le estudiamos a conciencia, podremos predecir ciertas conductas y reacciones. Aun cuando hemos descifrado el genoma humano, nadie tiene la última palabra sobre la conducta y reacciones de las gentes. Mediante el sicoanálisis, Freud y otros estudiosos de la conducta humana nos acercaron a la cima del complicado ser que es el humano, y nos permitieron mirar dentro de esa amenazante vorágine, pero todavía quedan muchas cosas por explicar y resolver.
Pues bien, el ser humano no es solo alma (gr. psuque. Lat. anima), sino también espíritu (pneuma). ¿Quién sabe a ciencia cierta qué fuerzas se mueven en el espíritu? O, más sencillo aún: ¿Qué hay en el inconsciente de una persona? Dado que desde sus inicios la sicología y siquiatría estudian la sique (alma) humana, el espíritu humano no es de interés para el común de los estudiosos de la conducta humana, salvo con algunas honrosas excepciones. Amén de que muchas veces se confunde lo espiritual (pneumatikos) con lo anímico (psuquikos).
De acuerdo a Aristóteles (384-322 a. C.), hay alma vegetativa, alma animal y alma racional. (Hoy se habla de cerebro vegetativo, cerebro de vida y cerebro reptil como partes del núcleo del alma) El alma vegetativa -según el filósofo griego- está presente en las plantas, animales y humanos, y permite a los seres humanos las actividades vitales más básicas como la reproducción, el crecimiento y la nutrición. El alma animal es la percepción sensorial, deseos y autolocomoción. El alma racional nos faculta el pensamiento y voluntad. En la teoría aristotélica hay ciertos elementos parecidos con mi teoría del alma, teniendo en cuenta que no somos animales racionales, sino seres únicos e irrepetibles.
Antes de Aristóteles, Sócrates (470- 399 a. C.) había descrito el alma no en término místicos, sino como “aquello en virtud de lo cual se nos califica de sabio o de loco, bueno o malo”. Sócrates consideraba el alma como una combinación de la inteligencia y el carácter del sujeto. Y Platón (427-347 a. C.) hablaba del alma como “la sede de la inteligencia, la voluntad y la sensibilidad”. Es admirable cómo Sócrates, Platón, Aristóteles et al tuvieron la capacidad e inteligencia para discernir y estar claros en temas que el común de los mortales ignoraba. Conceptos que ampliaron y completaron en los siglos XIX y XX escritores cristianos como Andrew Murray ((1828-1917), Jesse Pen-Lewis (1861-1927) y Nee To-sheng (Watchman Nee) (1903-1972), entre otros, al ahondar en la trinidad del humano.
Hasta hace un tiempo sabía yo que somos conscientes de la existencia de Dios por el espíritu humano que forma parte del ser nuestro; pero, según una investigación aparecida en la revista Selecciones Reader’s Digest (febrero 2002), hasta el cerebro (parte física de la mente = gr. nous, pero no son la misma cosa) está dotado de ciertos circuitos que le facultan para experimentar y estar consciente de la realidad de Dios. ¿Qué tal? Creo que Dios nos ha hecho de tal manera que en cordura, libres de orgullos y prejuicios y siendo honestos intelectuales no podemos negar Su imagen y semejanza en nosotros. Tenemos sus huellas por todas partes. El hombre y la mujer en su tridimensionalidad (espíritu, alma y cuerpo) reflejan la trinidad de Dios: Padre, Hijo, Espíritu Santo.
El salmista, en un ímpetu de inspiración escribió: “Yo dije: ‘ustedes dioses [jueces] son, y todos ustedes hijos del Altísimo”’. (Salmos 82: 6) No es que seamos dioses o semidioses, sino que al juzgar el juez la causa del pobre y el necesitado hace el papel de un dios. San Pablo instruye que los creyentes juzgarán al mundo y a los ángeles. (1ra Corintios 6: 2, 3) Ya señalamos que tener el espíritu humano dado por Dios al crear a Adán no significa de ningún modo tener a Dios dentro ni que seamos una especie de diosito. Ni el Antiguo Testamento ni el Nuevo -compuesto por los 66 libros aprobados por el Canon de las Escrituras- enseñan que tengamos a Dios en nosotros. Ello depende de una decisión personal que hagamos por Cristo. Ese tema lo toco a fondo en el ensayo Qué es ser cristiano.

[Cristo] estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de él; pero el mundo no le conoció. Vino a lo que era suyo, y los suyos no le recibieron. Pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad [derecho, autoridad] de ser hechos hijos de Dios; los cuales no han sido engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación. (San Juan 1: 10-13; Romanos 10: 9, 10).

Por su parte, Jeffrey Kluger, en su obra Is God In Our Genes?, pregunta si está Dios en nuestros genes. Dios no está en nuestros genes, pero Su obra sí está presente en ellos. Dean H. Hamer en The God gene: How faith is Hardwired is into our genes (El gen de Dios...) cree que hay un “gen de Dios” en nosotros, y afirma que existe un gen responsable de la espiritualidad del ser humano. Pero aclara que ello no significa que haya un gen que produzca que la gente crea en Dios, sino que el gen en cuestión nos predispone a ser espirituales; querer alcanzar cosas inmateriales y buscar ser mejores. ¿Qué te parece? ¿Será que ello nos recuerda las confesiones arriba mencionadas de Camus? ¿O las inquietantes afirmaciones de Sartre y otros intelectuales?
Tal vez el gen del que habla Hamer no nos lleve a creer en Dios, mas basta que nos incline a buscar lo trascendental. A no estar enraizados en lo terrenal. Si lo natural (gen) no nos hace creyentes en Dios, ello sí es posible gracias a la dimensión sobrenatural (espíritu) que Dios nos dio.
Otro hombre de ciencia que asevera hay una base racional para creer en la existencia de un Creador y que los descubrimientos científicos “acercan al hombre a Dios” es Francis Collins, quien dirigió con J. Craig Venter el Proyecto Genoma, que permitió la lectura del genoma humano.
Collins en sus años de estudiante de medicina se definía ateo, mas al comprobar la fuerza y el coraje que daba la fe a sus pacientes más críticos quedó vivamente impresionado, y buscó respuesta a sus inquietudes, hallándola en el libro Mere Christianity (Cristianismo y nada más), de C. S. Lewis, otro que se catalogaba ateo. (Quien de veras tenga dudas intelectuales en cuanto a Dios, la Biblia y Jesús hallará las respuestas si realiza su búsqueda con honestidad intelectual. Así lo revelan millones de testimonios, entre ellos, quien escribe. Pero, señalamos, la mayor parte de escépticos, agnósticos y ateos son deshonestos intelectuales o no les interesan los temas “religiosos”. Sus supuestas dudas son justificación para vivir desordenadamente, o su soberbia y resentimiento y sed de protagonismo pueden más que la verdad del Evangelio)
Andrew B. Newberg, pionero en neuroteología, sostiene en su libro Por qué creemos lo que creemos (Why We Believe What We Believe) que el cerebro tiene un sistema subyacente encargado de gobernar nuestras creencias espirituales, sociales e individuales. Este sistema de creencias no solo moldea nuestra moral y ética, sino que también pude sanarnos el cuerpo y la mente y engrandecer y profundizar nuestras relaciones espirituales con otros. Sin embargo, tal sistema también puede ser utilizado para manipular y controlar porque nacemos con la tendencia biológica de imponer nuestras creencias a otros. (10)
Algunos echan mano del pansiquismo (cree que “la materia no es solo algo físicamente inerte, sino que también contiene estados proto-mentales”), del monismo reduccionista (o materialismo monista) (cree que hay una sola especie de sustancia, o de realidad, independientemente del número de realidades que haya; son monistas los que creen que aunque haya muchas cosas, todas son materiales) y del fisicalismo (cree que los procesos síquicos pueden reducirse a procesos físicos; y también que los procesos síquicos pueden explicarse en términos de procesos físicos) con la presunción de “explicar” la mente; “rebatir” la “hipotética” alma y la conciencia y “demostrar” que el ser humano se reduce meramente a lo físico. Tales creencias no son nuevas; son refritos de corrientes filosóficas retomadas por los naturalistas y materialistas ateos para intentar quitar a Dios del escenario del origen del universo y la vida. ¡Adorada sea la materia!
Ahora bien, la Biblia no enseña que seamos dioses, pero tampoco que somos un “mono desnudo” ni un “toro paleolítico”. El Libro de Dios para el hombre y la mujer siempre guarda el equilibrio que a nosotros nos cuesta hallar y mantener. Vimos que el espíritu que tenemos los humanos nos hace conscientes y sensibles a Dios y de los movimientos del mundo espiritual. El espíritu humano nos produce hambre y sed espirituales de creer en Dios. Todos sentimos esa necesidad apremiante. Unos más que otros, pero la sentimos. Cuando una persona incursiona en el mundo espiritual ya sea convirtiéndose a Jesús o mediante la entrega y consagración a una creencia religiosa o filosófica, o por medio de las “ciencias” ocultas, que introducen al reino de las tinieblas del diablo, se hace más consciente y sensible al mundo espiritual. Pero, por supuesto, de los tres grupos el cristiano bíblico experimenta más y mejor las energías espirituales positivas que Dios le transmite desde su Espíritu al espíritu humano, porque su espíritu ha sido vivificado por medio de la fe que depositó en Jesús, quien es el Rey de un reino de paz, amor y libertad. (Efesios 2: 1; San Juan 18: 36)
Que una persona esté obstinada en negar a Dios no significa en manera alguna que no crea en Dios. La experiencia revela que generalmente el sujeto niega a Dios porque achaca al Creador algo traumático que pasó en su vida o en alguien a quien admiraba y/o amaba. Al no entender por qué sucedió tal infortunio, cree que Dios es culpable, pues piensa que “si Dios existiera, lo hubiese impedido”. No lo evitó porque “Dios no existe”. “En el remoto caso de que existiera, saber que existe es tan improbable como si no existiera”. Conforme a esas circulares e irracionales creencias, “Dios es la creación fantasiosa y perniciosa de seres supersticiosos abrumados por problemas”. “Inventado, además, por los grandes poderes económicos del Norte [Estados Unidos] para someter a nuestros subdesarrollados pueblos”. Alguien debiera hacerles entender a estos filósofos que por monotemáticos y debido a sus argumentos en círculo son tan predecibles que sus ideas ni convencen ni conmueven a casi nadie; los únicos que se “deleitan” en su pozo de aguas estancadas son las minorías que se ven proyectadas en el pensamiento de los primeros. Por impartir tanta hiel dejan entrever que tuvieron una niñez y/o adolescencia desventurada. Si fuera el caso, sin justificar tanta amargura transmitida al escribir y/o hablar, de corazón les recomendaríamos ir a un pastor de almas y a un especialista de la conducta para comenzar a sanar.
Pues bien, el escéptico, agnóstico y ateo inventan toda esta burbuja sicótica para irrespetar, rechazar y escarnecer a Dios y las convicciones y creencias de los creyentes. (Ya lo manifesté: quienes niegan a Dios y lo sobrenatural abusan de la libertad que hay en países occidentales en los cuales las mayorías son creyentes en Dios. ¿Tendríamos los cristianos y demás creyentes tal libertad en un país escéptico, agnóstico y ateo? La historia enseña que los regímenes ateos han perseguido, torturado y asesinado a los cristianos, e impuesto su ateísmo a los teístas. Reitero, ¿somos los cristianos intolerantes por responder los irrespetos a nuestra fe en Cristo? ¿O no será más bien que quienes nos irrespetan son los verdaderos intolerantes por no aceptar que pensamos y actuamos diferente? Créeme que la intolerancia está en otro lado y otros son los intolerantes)
El incrédulo no puede o no quiere ver que Dios no es generador del mal ni tampoco lo impide. Si lo evita, es en su total soberanía que casi nunca podemos entender con esta mente finita. Dios es infinito, por ende, no podemos entender con mente limitada. Si pudiera meter a Dios en mi mente o en un laboratorio, no fuera Dios, sino un ídolo creado por la mano del humano. En su narcisismo, el ser humano atribuye la “creación” de Dios a su inteligencia. Bien lo señaló Pascal: “Una unidad al unirse a lo infinito nada le añade, ni tampoco se prolonga la longitud infinita por añadírsele un metro. Lo finito se aniquila en la presencia de Dios y se reduce a cero absoluto. Así es nuestro intelecto delante de Dios”.
Suficientes evidencias históricas y vivencias personales dan fe de que el humano es religioso por naturaleza a pesar de su también natural incredulidad, ya escrutada. Los estériles intentos de revoluciones como la francesa, norcoreana, china, soviética, cubana y demás por desarraigar la religiosidad de sus pueblos ha sido una crónica de un fracaso anunciado. Dichas revoluciones desaparecieron o están condenadas a colapsar, mas la religiosidad de las gentes se ha robustecido, reverdecido y florecido. La historia permite ver que la Iglesia siempre ha crecido gracias a la persecución y que el confort le ha sido un mortal sedante. No ignoro la ola de secularismo, sensualismo, hedonismo, laicismo, materialismo y mundanalidad en Europa, Estados Unidos y otros países desarrollados y en desarrollo. Mas el hombre y la mujer seguirán siendo seres religiosos y morales per se.
Hace un tiempo tuvimos en casa la oportunidad de conocer de cerca a una ciudadana de la desaparecida Unión Soviética. Quedé sorprendido por su religiosidad y de cuánto tiene presente a Dios en todo lo que hace. En verdad, era más religiosa que yo. De igual manera he tenido el privilegio de tratar a personas salidas de regímenes totalitarios y ateos como el cubano, y he notado como se persignan e invocan a Dios antes de tomar decisión alguna. ¿Qué ha pasado para que esos sistemas represivos y ateos no hayan logrado extirpar la religiosidad en la mayoría de sus ciudadanos?
Mario Vargas Llosa en Europa laica y creyente sostiene que “no se puede erradicar a Dios del corazón de todos los hombres [yo diría de ninguno, aunque algunos quieran desarraigar la creencia en Dios de su espíritu y cerebro]; muchos de ellos, acaso la mayoría, lo necesitan para no sentirse extraviados y desesperados en un universo donde siempre habrá preguntas sin respuestas”, no porque Dios no responda, no exista ni esté ocupado o muerto, sino por mi finitud de entenderlo todo. (11) (Las negritas son mías)
La historia bíblica y secular sobre la religiosidad humana enseña que el ser humano siempre ha creído en un poder superior a él: llámese Dios, Sol, Luna, estrellas, naturaleza, ríos, mares. Sin embargo, conforme a las enseñanzas de la Biblia, el hombre fue creado monoteísta y así actuó hasta bien entrada la historia. Con la caída en pecado y sus diversas ramificaciones, se pervirtió el monoteísmo y surgieron los ídolos mudos e inútiles, que “tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen; manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; no tiene voz su garganta. Semejantes a ellos serán los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos”. (Salmos 115: 5-8)
Si hay un pecado “odiado” por Dios, es la idolatría porque pone a los ídolos al lado o en el lugar del único Dios existente. De hecho, el primer mandamiento de los famosos Diez Mandamientos amonesta: “No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas, ni les darás culto...”. (Éxodo 20: 3-5ª) Jesús reafirmó ese primer mandamiento con las siguientes palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente [notemos que no es fe ciega, sino muy consciente de lo que cree]. Este es el primero y gran mandamiento”. (San Mateo 22: 39) Ahora, podemos ser idólatras sin ser religiosos. ¿Cómo así? Cuando colocamos a alguien o algo por encima de Dios o a su lado en nuestro corazón nos convertimos en idólatras. ¿Habrá algo en mi corazón que usurpe el lugar de Dios? ¿Habrá alguien más a quien le rinda yo adoración (enmascarada) de veneración? Si la honesta respuesta es “sí”, soy un idólatra e infrinjo el primer mandamiento de Dios.
Por complacer a mis pequeños hijos, fui a ver con ellos La guerra de las galaxias, Episodio III. Además de la violencia extrema presente también en programas televisivos, juegos de video y películas “para” niños, noté que no se menciona al Creador con la palabra “Dios”. Pero sí se habla de “Mega Fuerza” y de “la Fuerza te acompañe”. ¿De quién crees tú que hablan? Quien no lo vea quiere ver lo que le conviene o su predisposición.
Mientras el ser humano siga siendo humano (siempre lo será, nunca se convertirá en dios ni en semidiós), será mortal, tendrá necesidades espirituales, afectivas, emocionales y conductuales, y necesitará a Dios, a pastores de almas cristianos, especialistas de la conducta humana y la medicina. No admitirlo y querer vivir de espaldas a esa verdad no es vivir, sino sobrevivir. Vivir es trascender, sobrevivir es vivir por debajo de mí mismo y las circunstancias.
Ahora bien, ¿son el espíritu y el alma temas sin alguna importancia por ser invenciones de la religión cristiana? Ya hemos expresado que para ser tan dogmático y hacer ese tipo de señalamiento he de ser una de dos: omnisciente o un necio. Insisto por enésima vez, variables como el diablo, los demonios, el sufrimiento, el espíritu, el alma, el nuevo nacimiento, los milagros... no pueden ser colocados en un tubo de ensayo ni debajo del microscopio ni en una mente finita y poco fiable como la humana. Quien lo haga -pretendiendo hallar la verdad de esa manera- es un ingenuo, y quien crea las tonteras por él “descubiertas”, es igual de mentecato.
En el capítulo 1 expresé que el científico con criterios cargados al investigar espera que lo que cree suceda, pasando por alto los hechos más evidentes, y siendo embobado por prejuicios y formulismos. Más, como todos los supuestos, una presuposición “científica” plantea la posibilidad de convertirse en una predicción que se cumple, pues al suponer el investigador que algo es verdad, inconscientemente se demuestra a sí mismo que lo es. Todo lo deduce a la luz de su presuposición y actúa de acuerdo a ello. El paso siguiente es que sus acciones producen el resultado que el científico había anticipado y confirma su creencia en el supuesto.
Eso ha ocurrido cada vez que el escéptico, agnóstico o ateo ha emprendido una investigación con intenciones no de encontrar la verdad, sino para apoyar sus ideas preconcebidas. La conclusión es obvia: se reafirma su creencia en la presuposición o presupuesto.
Algunos de los estribillos más utilizados por los incrédulos son: ¡Dios está muerto! ¡Dios no existe! ¡El alma es una fantasía! ¡Los milagros no ocurren!
Cierro esta sección y capítulo con estas palabras de Salomón: “La conclusión de todo el discurso oído [leído] es esta: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre [y la mujer]”. (Eclesiastés 12: 13)
















(1) Diccionario Expositivo de Palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento Exhaustivo, p. 374. Editorial Caribe, Colombia, 1999.
(2) Ibíd., pp. 765, 662.
(3) A. C. Bhaktivedanta Swami Prabhupâda. El Bahgavad-Gitâ: Tal como es, Editorial Bhaktivedanta Book Trust International, pp. 722, 723. India, 1984.
(4) Matthew Henry's Complete Commentary on the Whole Bible, consultado en la Red: http://www.gregwolf.com/MHC00000.HTM
(5) Hugh Ross. El Creador y el cosmos, pp. 116, 117, Editorial Mundo Hispano, Estados Unidos, 1999.
(6) Lee Strobel, El caso de la fe, p. 39. Editorial Vida, Estados Unidos, 2001.
(7) Consultado en la Red en www.vozdepapel.info/catalog/prensa.php?prensa=32&pagina=0
(8) Stanislav y Christina Grof, editores, El poder curativo de las crisis, p. 67. Editorial Kairós, Barcelona, 1998.
(9) El hombre espiritual, Tomo I, p. 34. Editorial Clie, Barcelona, 1988.
(10) Consultado en la Red en http://www.andrewnewberg.com/
(11) (a) Diario La Prensa, suplemento Mosaico, edición 93, año 2, p. 13, Panamá, 18 de julio de 2004. (b) Diario El País, Opinión, 11-07-2004, España, consultado en la Red.














5
Dios no creó un diablo




“Lucero, eras perfecto en todos tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad”.
–Ezequiel-




Origen del diablo


En este capítulo proseguimos con la sección propiamente teológica del libro. El ser humano posmoderno, vimos, trata de refutar y restarle importancia a lo que no se ajuste a lo natural, a lo tangible y a lo percibido por los sentidos. Pero su filosofía del avestruz no invalida la trascendencia de las verdades que estudia la ciencia referente a Dios y el mundo espiritual o sobrenatural: la teología.
Espero que nadie se asuste y no pase por alto este apartado al ver el título y subtítulo. Prometo hacer de este el capítulo más breve, pues no estoy para hacerle comercial al diablo y sus demonios; mas, como dice la Biblia, no debemos ignorar sus artimañas. Además, para saber cómo surgió el mal es insoslayable hablar de quien lo originó: el diablo.
Sé que muchos niegan al diablo; también gente religiosa niega la existencia de Lucifer, y para cientificistas y fanáticos racionalistas creer en “divinidades”, el diablo y demonios “no” es propio de gente de ciencia porque “nada de eso es demostrable”, y ellos “desechan fábulas” y “analizan realidades”. Además, hoy “escasean teólogos progresistas”. En otras palabras, sus creencias sobre Lucifer y los demonios son “reales”, sustentadas por las ciencias naturales y apoyadas por teólogos “progresistas”. (¿Por qué será que me parece ver a Satanás y los demonios reírse de estos “científicos” y de razonamientos tan ingenuos por no decir aguados?) Una de las primeras mentiras que el “padre de la mentira” (así lo llama Jesús) deposita en la mente del humano es “el diablo no existe”. Sé (no solamente creo) que el diablo es real no porque yo no sea científico ni teólogo progresista, sino porque la Biblia y Jesús hablan del diablo, y porque he visto con estos ojos situaciones de gente endemoniada liberada por el poder de Dios en el Nombre de Jesús. Además, creo saber discriminar entre una posesión demoníaca y ataques epilépticos, esquizofrenia, convulsiones y disociaciones. Ni caigo en la trampa de creer que todo es posesión diabólica ni tampoco que toda posesión es una disociación, aun cuando el poseso pierde sus facultades y contacto con la realidad.
Leyendo mi Biblia, hallé un pasaje leído antes y donde San Marcos 9: 14-29 narra que Jesús sana a un chico con ciertos síntomas parecidos a la epilepsia. El incrédulo al leer a vuelo de pájaro dirá que el joven era epiléptico. Empero, el padre del joven y los discípulos de Jesús sabían que era un demonio. Y Jesús habla con el demonio y le manda salir del chico y no entrar más en él. ¿Se equivocó el padre del muchacho y los evangelistas que registran este pasaje al señalar que el joven tenía un demonio? ¿Erró Jesús el diagnóstico? Peor aún, ¿estaba loco al hablar con el demonio y mandarle salir del muchacho y no volver más a él? (Versículo 25b) Si leemos y estudiamos con honestidad la vida de Jesús escrita por sus cuatro calificados biógrafos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) nos percatamos de que Jesús no tenía ningún trastorno de personalidad. Sus hechos y palabras son siempre cuerdos y coherentes. Bien lo ha dicho alguien: si Jesús fuera un invento humano, tocaría adorar al que lo inventó.
Entiendo que la mayor parte de películas sobre exorcismo y demonios ha estado basada en casos de la vida real. ¿Fueron esos hechos casos reales de posesión demoníaca o simplemente eran graves trastornos de personalidad o alteraciones químicas del cerebro? El gran inconveniente está cuando el cristiano atribuye todo a los demonios y el cientificista considera que la ciencia naturalista es capaz de explicar y probar hechos inmateriales que trascienden la razón y el laboratorio.
En mi opinión, hay gente endemoniada con trastornos de personalidad y también existen disociaciones y trastornos con fuerte ingrediente demoníaco. El pastor cristiano de almas y los especialistas en la mente y la conducta se necesitan, y cada uno debe tener la suficiente humildad a fin de admitir sus limitaciones y retirarse cuando sus conocimientos y recursos estén agotados, permitiéndole al otro hacer su labor. En el capítulo 8 veremos que mucha gente es oprimida por el diablo y pocos son los casos reales de endemoniados. Aquí es donde creo que no pocos creyentes se equivocan: confunden la opresión e influencia satánicas con la posesión. Y el incrédulo mezcla lo natural con lo sobrenatural, pues para él las cuestiones sobrenaturales no son tema de discusión por ser “superstición”, “charlatanería”, “autosugestión”, “irrealidades”. En pocas palabras, “hechos naturales que pueden ser explicados y curados naturalmente”. El filme El exorcismo de Emily Rose es un claro ejemplo de cientificistas tratando dar explicación naturalista a hechos sobrenaturales. No olvidemos que para la sicología y la siquiatría la espiritualidad y la posesión demoníaca son enfermedades mentales. Con tal premisa por delante, ¿cuál podrá ser la conclusión? Pues que todos los que hemos nacido de nuevo por obra del Creador y sustentador del universo y la vida estamos ¡locos!
Es obvio que las dos posiciones están absolutamente equivocadas por extremas. No toda opresión e influencia diabólica es posesión ni necesariamente el poseso está trastornado mentalmente. El diablo existe, pero no se mete en la persona sin ser invitado ni puede ser introducido en un tubo de ensayo.
Así como la fuente del bien es Dios; el origen del mal es el diablo. Lo primero por aclarar es que Dios no creó un diablo, esto es, a alguien con malos instintos, sino un ser precioso, poderoso y con libre albedrío para escoger entre lo bueno y lo malo, igual que otros ángeles y el ser humano. El término “diablo” en griego es diabolos y significa acusador, calumniador. Se le endilga a Satanás porque es el acusador de los cristianos y de las personas. Y por extensión se aplica al sujeto que acusa y calumnia a otro. Ojalá el Código Penal y las leyes fueran más estrictos con las gentes que tienen costumbre de calumniar e injuriar a otros. Si lo fueran, pienso que los injuriadores y falsos testigos lo pensarían más de dos veces antes de proceder tan diabólicamente contra personas inocentes. No obstante, ninguna ley debe usarse con el objeto de intimidar, coartar la libertad de expresión y de prensa ni para perseguir a periodistas ni cerrar medios ni negarles reanudar contratos de frecuencia. Una nación sin prensa libre y responsable es una vergüenza para el mundo civilizado, y no hay argumento válido para silenciar a la prensa y perseguir a los periodistas.
Narra la Biblia que antes de crear el universo, la naturaleza, lo intangible y la vida el Creador había creado a Lucero, un ángel precioso en demasía, y a quien Dios también había dotado de gran poder. (Isaías 14: 12-14) Él era el director de alabanzas en el Cielo. De las criaturas de allí no había otro igual a él en belleza y poder, pero se llenó de orgullo al querer ser igual a Dios y anhelar sentarse en el trono de Quien lo había creado. Su peor pecado fue la rebelión contra la autoridad de Dios y desautorizarlo en presencia de millones de ángeles. (Ezequiel 28: 11-19; Isaías 14: 13, 14)
Algo muy importante de observar es que Dios le había concedido libre albedrío, pues notamos que Satanás pudo rebelarse contra la autoridad de Dios, no era un autómata ni ángelnoide. Así se originó el mal en el universo. Al crear a sus criaturas con libre albedrío, Dios hizo posible el mal; pero el diablo y los seres humanos lo hicimos evidente. “La imperfección -escriben Norman Geisler y Ron Brooks- provino del abuso de nuestra perfección moral como criaturas libres”. Y “cuando pecamos, en definitiva somos la causa del mal que hacemos, por nuestra propia voluntad”. (1)
Pues bien, Lucero usó mal el don de elección, su libre albedrío, pues se ensoberbeció y quiso ser semejante a Dios. Se descarrió. Adán y Eva también cayeron en el engaño de querer ser iguales a Dios. (Génesis 3:5) La soberbia es el peor pecado que puede haber en el corazón. Según el Diccionario, soberbia es la “altivez y arrogancia del que por creerse superior desprecia y humilla a los demás”. Un ego engrosado es capaz de lo peor, hasta matar de nuevo a Jesús.
El diablo cometió dos faltas contra Dios: 1) Infringió la autoridad de Dios y 2) transgredió la santidad de Dios. El peor de ellos, según el escritor chino Watchman Nee, es el primero:

Puesto que el pecado se comete en la esfera de la conducta, se lo perdona con más facilidad que la rebelión, pues esta es una cuestión de principios. Fue el intento de Satanás de poner su trono sobre el trono de Dios lo que violó la autoridad de Dios; fue el principio de la vanagloria y exaltación propia. El hecho de pecar no fue la causa de la caída de Satanás; ese hecho no fue más que el producto de su rebelión contra la autoridad. Fue la rebelión lo que Dios condenó. (2) (Las cursivas son mías)

La rebelión de Satanás aún persiste en el corazón nuestro. Es más aguda en aquellos que creen poder vivir sin Dios. En el capítulo 6 veremos que la caída de Adán consistió en rebelión contra Dios. Desobediencia a lo establecido por Él. De igual manera, señalamos que pareciera no haber entendimiento en cuanto a la gravedad de la desobediencia tanto en la dimensión natural como en la sobrenatural. Desobedecer es quebrantar leyes, y quien viola leyes se mete en problemas, sean humanas, naturales o sobrenaturales.
¿Por qué creó Dios un ser como Lucero a sabiendas de que se iba a rebelar y causar tantos problemas? No sé. Me inclino a pensar que lo hizo porque Dios gusta de la libertad, el libre albedrío, y deseaba tener criaturas que le amaran, sirvieran, alabaran y adoraran voluntariamente, aunque eso suene a narcisismo polarizado. No lo es porque la adoración y alabanza deben ser voluntarias. Tanto el diablo como Adán traspasaron los límites puestos por Dios. Al diablo también cabe la aplicación que haremos a Adán: saber Dios que el diablo iba a rebelarse no inculpa a Dios.
Toca hacer hincapié en algo. Dios nunca viola el atrofiado libre albedrío de sus criaturas. No lo hizo con Lucero ni con Adán, ni lo hará con nosotros. Somos nosotros los que decidimos. Dios sí trata de persuadirnos a hacer Su voluntad (Oseas 11: 4ª; Filipenses 2: 13), pero nosotros tomamos las decisiones. Él es un caballero; nunca impone nada ni entra por la fuerza a nuestras vidas. (Apocalipsis 3: 20; San Juan 1: 11, 12) A Israel le dijo en el desierto: “delante de ti he puesto la vida y la muerte: escoge tú”. (Deuteronomio 30: 19) No nos encerremos, por tanto, en el interrogante de por qué nos pone Dios a escoger. No perdamos de vista que Dios quiere que usemos la libre voluntad que nos ha dado. No quiere autómatas ni humanoides, sino seres pensantes que deciden por sí mismos, aunque a veces decidan mal. Es un don y un privilegio poder escoger lo que queramos. Por tal razón, es inadmisible que en el siglo XXI haya gobiernos que violen los principios más elementales de los derechos humanos de los pueblos que dicen representar.
Otra pregunta surgida pudiera ser: ¿por qué Dios no destruyó al diablo antes de que embolatara las cosas? No lo hizo porque al hacerlo los otros ángeles pensarían que Dios era un tirano que destruía sus oponentes. Y tenían que obedecerlo por temor, mas no por amor. Asimismo, si Dios exterminaba a Satanás los ángeles fieles a Dios quedarían con muchas dudas y temores sobre quién tenía razón: si Dios (Creador) o el diablo (sedicioso). Dejando las cosas correr su curso anormal todo llegaría a su divino cauce y las demás criaturas se darían cuenta de quién era el malo de la película. Y, en efecto, sucedió; a estas alturas del partido celestial las criaturas rebeladas con Lucero saben por experiencia que Dios es amor, bueno, justo y tres veces santo. Y quienes se sublevaron con Satán saben que la embarraron al seguirlo.
Por último, hay un misterio entre la caída del diablo y la de Adán. Mientras Adán y sus descendientes tenemos una segunda, tercera y cuarta oportunidad -hasta que muramos- el diablo y sus seguidores no gozan de ese privilegio de oro. Su cuerda se agotó. La Biblia no habla de que los ángeles caídos tengan oportunidad de arrepentimiento. Empero, sí enseña en cuanto a la oportunidad del ser humano de arrepentirse antes de pasar de esta vida a la otra. La oportunidad es mientras viva, no después. Según los 66 libros de la Biblia, entre cielo e infierno no hay escala ni término medio. Es cielo o es infierno, no hay nada más. Recordemos esto: la vida es una sola, es frágil y muy corta. Debemos aprender a vivirla sin hacernos daño ni perjudicar a otros. Dudo que alguien enredado en pecado no dañe a otros.

Fuerzas malignas detrás del ser humano

Un tema preocupa y ocupa a un sector de la Iglesia de Jesucristo, y es relacionado con las maldiciones que pasan de generación a generación. La Biblia en el Antiguo Testamento revela que hay maldiciones que pasan de una generación a otra. Son generacionales. En mi opinión, las maldiciones que pasan de generación a generación son las que introducen a la persona al mundo de los malos espíritus: brujería, cartomancia, nigromancia, espiritismo, hechicería, magia de cualquier color, etc. Detrás de cada maldición por practicar o involucrarse directa o indirectamente en esas actividades está el poder demoníaco. Hay sobrados casos de sujetos que por solo ir a un acto de esos quedaron automáticamente bajo la influencia y opresión de los demonios. “El que inocentemente peca, inocentemente se condena”, reza el dicho. Violar una ley que desconozco no me exime de culpa. “La insensatez del hombre tuerce su camino, y luego se irrita su corazón contra el Señor”. (Proverbios 19: 3) Fácil es perdernos en el laberinto que la vida suele ofrecernos y entrar por la puerta ancha y espaciosa de cosas malas, y luego culpar a Dios por el fruto amargo de nuestras malas decisiones. He aprendido que lo excelente cuesta; lo malo es barato, dañino y automático.
Dios “tiene misericordia de millares, perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y de ningún modo tendrá por inocente al malvado; visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación”. (Éxodo 34: 7) Este pasaje afirma, en primer lugar, que Dios, rico en misericordia, tiene misericordia de muchos, “perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado”. Pero también tiene en cuenta “la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación”. Cada generación dura más o menos veinticinco o treinta años. Si multiplicamos treinta años por cuatro generaciones, nos da ciento veinte años en los cuales Dios tiene pendiente, por decir algo, la iniquidad de los padres sobre sus hijos, nietos, bisnietos, tataranietos. ¿Qué significa? Quiere decir que aparte del castigo que el humano trae sobre su vida por su iniquidad (maldad maximizada), trae esas terribles consecuencias sobre sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos. Es decir, las maldiciones espirituales actúan parecido al gen enfermo transmitido de generación a generación. Algo similar ha sucedido con el sida que sin ser genético ha causado tantos estragos desde los ochenta.
Aclaremos algo, Dios solo permite que dichas maldiciones caigan sobre las personas que andan enredadas en prácticas demoníacas. (Dios no está para librarnos de las consecuencias de nuestras meteduras de pata, pues lo que la persona siembra, eso cosecha) Al cometer el humano abominables actos que le introducen al mundo de los demonios, suscita horribles fuerzas diabólicas contra sí y sus siguientes generaciones. Es tal el poder generado contra sí mismo, que dicha maldición alcanza hasta su cuarta generación. Al salirse del “abrigo del Altísimo”, como dice el Salmo 91, el sujeto trae sobre sí maldiciones, pestes, plagas. Pongamos un caso de la vida diaria: bien cubierto y con guantes, un buen paraguas y botas de hule puedo evitar mojarme con la lluvia, pero ¿qué pasaría si salgo de la cobertura del paraguas? Me mojo. Dios, por darnos libre albedrío, nos ofrece dos opciones: 1) Vivir una vida ‘normal’ como cualquier ser humano y teniendo a Jesús como el centro de la vida, o 2) No tener a Jesús como el centro de mi vida. Hay personas que no solo no tienen a Jesús como el centro de su vida, sino que también andan metidos en prácticas del mismísimo infierno, o son simpatizantes de dichas actividades (los fanáticos racionalistas y cientificistas que rechazan lo sobrenatural y al diablo deberían conversar, sin consultar en sesión alguna ni involucrarse, con esas personas sobre la realidad o no de fuerzas buenas y malas que operan en una dimensión inmaterial. Ten por cierto que desde ese momento los honestos intelectuales cesarán de negar lo sobrenatural y a los demonios). Estar metidos en esas diabluras o ser simpatizantes les atrae, cual imán, maldición generacional a ellos y sus próximas cuatro generaciones. El diablo lo que más desea del ser humano es su alma, y apenas da una oportunidad a los demonios, por muy pequeña que sea, se meten por ahí. Pero aun cuando “el ladrón [diablo] viene para hurtar, matar y destruir”, Jesús el Hijo de Dios “se manifestó para deshacer las obras del diablo”. (San Juan 10: 10; 1ra San Juan 3: 8b) Pero para obtener la ayuda y liberación de Jesús hay que buscarla y renunciar verbalmente y de corazón a las prácticas diabólicas. “El que viene a mí yo no le rechazo”, dice Jesús.
Si Dios nos abriera los ojos espirituales de tal manera que pudiéramos ver el movimiento y asechanzas del diablo contra nosotros, nos horrorizáramos por las trampas, ataques y maldades que el diablo planea. Pues si eso ocurre a los que no tuvimos un ancestro en prácticas diabólicas, ¿podemos imaginar qué no pasará alrededor de aquellos que tienen una maldición generacional? ¿Cómo saber si somos oprimidos por el diablo por tener una maldición generacional? Lo primero por hacer es convertirnos a Jesús de todo corazón, y luego ir a un ministro cristiano capacitado espiritualmente con poder y “discernimiento de espíritus”, a fin de discernir si estamos o no bajo una maldición ancestral. Hay personas que no pueden resistir orar con alguien lleno del Espíritu Santo, pues a los segundos comienzan a convulsionar, se caen y se retuercen en el piso.


Algunas consecuencias de posibles maldiciones ancestrales pueden ser:

1) Pobreza o insolvencia financiera todo el tiempo. Algunas personas nunca levantan cabeza por mucho que estudien o se esfuercen por prosperar. Creo que la pobreza es una maldición. Todos no vamos a ser ricos, pero por lo menos debemos contar con el tener existencial que nos permita cubrir necesidades básicas. Billy Graham afirma que “parte de nuestro problema de endeudamiento es que hemos confundido las necesidades con los deseos. Los lujos del pasado se han convertido en las necesidades del presente” porque vivimos en una sociedad de consumo convencida de que lo nuevo siempre es mejor. (3)
2) Esterilidad e impotencia, abortos y otras complicaciones en la reproducción. El pueblo judío del Antiguo Testamento consideraba la esterilidad de la mujer como una maldición. Hubo casos en que después de orar, varias mujeres pudieron concebir y tener familia: Sara, Rebeca, Raquel, Ana, Isabel.
3) Muertes prematuras y muertes por causas no naturales. Hay familias testigos de este tipo de situaciones penosas. Tienen pérdidas muy seguidas de seres queridos.
4) Enfermedades y dolencias, principalmente afecciones crónicas y hereditarias. Muchas personas jóvenes y relativamente jóvenes no han salido de una dolencia cuando ya tienen otra. Viven enfermas todo el tiempo; de un achaque a otro.
5) Vidas con traumas que van de una crisis a otra. Viven medicadas todo el tiempo y con un médico, sicoterapeuta o pastor permanente. Son dependientes del medicamento, la terapia y el consejo. (Situación muy aprovechada por mercaderes de la salud, sicología y la fe) Bien porque sus conflictos o enfermedades tienen origen genético, bien porque sufren de trastornos sico-emocionales, o viven con perennes culpas. ¿Será que algunos trastornos sicológicos y enfermedades genéticas son producto de una maldición generacional? Tocaría analizar cada caso. Todas las enfermedades surgieron de la Caída en pecado. Quien diga que “no” debe proporcionar las pruebas que demuestren lo contrario. Sabemos de la muerte celular y que los tejidos y órganos se paralizan hasta el cese de funciones, pero ¿qué provoca todo el deterioro y muerte? La Biblia lo llama “pecado”.
6) Trastornos mentales, emocionales o de personalidad. Aunque todos tenemos algún conflicto emocional, mental o espiritual, hay personas que no viven plenamente, sino que sobreviven por los muchos conflictos que arrastran, trasmitidos por sus padres, y que estos a su vez recibieron de sus padres, hasta llegar a la cuarta generación. (4) (Usado con permiso)

Ojo, escribí “posibles” maldiciones. Si conocemos algún caso no significa necesariamente que sea una maldición generacional. Tocaría discernir espiritualmente a ver qué pasa y así dar un diagnóstico acertado, no surgido de sueños narcisistas de omnisapiencia y omnipotencia. (Muchos profesionales viven en una burbuja narcisista de este tipo. Creen saberlo, entenderlo y poder explicarlo todo. Piensan que tienen la “última palabra” en todo. Y que la “ciencia” cultivada por ellos puede saberlo y explicarlo todo) Ahora, tal vez el origen del mal parezca fantasioso, mitológico o simbólico, pero aunque suene increíble tiene más fundamento y seriedad que lo asegurado por los evolucionistas sobre el origen del ser humano. La Biblia da respuesta a nuestras inquietudes sobre el origen del hombre, la mujer, el mal, y de muchos interrogantes espirituales. Nos responde, de igual manera, por qué la situación del mundo actual. No así las ciencias convencionales, que están lejos de saberlo y explicarlo todo. Eso de que algún día las ciencias convencionales podrán entender y explicar todo es cuento chino.
Creámoslo o no, lo revelado por la Biblia acerca de un mundo espiritual donde se mueven millones y millones de seres cuyo objetivo es ganar la mente, voluntad y emociones de las personas es una realidad. Pero, como los espíritus no se ven, el racionalismo y cientificismo los rechazan y achacan las manifestaciones demoníacas en una persona a procesos bioquímicos y/o sicológicos. Se engañan inventando explicaciones seudo científicas. Y mi naturaleza incrédula, vimos, tampoco cree. Pero lo crea yo o no, ello no desvirtúa la verdad.


Limitaciones del enemigo
de nuestras almas

Aun cuando el diablo tiene mucho poder, está limitado. Sabe que jamás ha podido ni podrá enfrentarse a Dios. Cuando Jesús estuvo en la Tierra, Satanás y sus ángeles lo temieron. Más, le tenían terror porque sabían que el Señor Jesucristo podía enviarlos al infierno. Nunca lo enfrentaron. El diablo sabe que la única manera en que puede vociferar contra Dios es a través del ser humano, por el libre albedrío y porque mientras viva tiene oportunidad de arrepentirse.
Satanás y los demonios estuvieron de parranda cuando los humanos -en la “hora de las tinieblas”- llevamos al Señor Jesús al abuso y humillación más atroces de los cuales tenga registro la Historia. En el Edén, Satanás propinó un duro golpe a Dios mediante la desobediencia de Adán y Eva. Caímos en desgracia. Al crucificar nosotros a Jesús, Satanás imaginó que todo estaba perdido para la humanidad.
Empero, al tercer día de muerto, los papeles se le embolataron al príncipe de este mundo porque Cristo Jesús resucitó corporalmente. (San Lucas 24: 36-43; San Juan 20: 24-29) De esa manera el Señor Jesucristo -Dios hecho Hombre- le dio el golpe mortal a Satanás. (Génesis 3: 15; 1ra San Juan 3: 8; Colosenses 2: 15) Y desde ese momento ha sido juzgado y sentenciado. (San Juan 16: 11) Sabe que está frito. Lo que hace contra la humanidad es puro pataleo de ahogado, puesto que tiene los días contados y al final será echado al lago de fuego y azufre, donde será atormentado él y los que le paren bolas. (Apocalipsis 20: 10)
(Debo agregar que en el ínterin de los días finales de Satanás, esto es, mientras el diablo espera el cumplimiento de su condenación, quiere llevarse a la mayor parte de humanos al infierno. De ahí la vital importancia de entregar la vida y corazón al resucitado Cristo histórico)
Otra cosa que el diablo no puede hacer es poseer a una persona sin su consentimiento. (En el capítulo 8 hablaremos de las artimañas del diablo contra niños pequeños y la juventud mediante juegos electrónicos, maquinitas, música y televisión) Puede oprimirle e influenciarle a fin de condicionarle, pero no puede violar la voluntad del humano. (Ojo, los niños pequeños y la juventud son muy vulnerables) Como tampoco puede leer los pensamientos de las gentes. (No creas en clarividencia, telepatía ni precognición; son charlatanería pues ningún humano tiene tales facultades. Algunas personas son utilizadas por demonios que les revelan datos e información sobre hechos y personas para hacerles creer que son ellas quienes tienen dichos poderes) Dios sí sabe lo que pienso, no así el diablo ni ningún ser humano. El maligno lo intuye, pero no lo sabe. El diablo sí puede lograr que una persona se obsesione con un pensamiento, condicionarle y oprimirle para que haga lo que el maligno quiere. En fin, aunque el diablo tiene poder y muchas mañas por conocer la naturaleza humana, está limitado porque es solo una criatura con muchas limitaciones. Dios es Creador, el diablo es criatura, creación. No olvidemos que Dios no creó un diablo. El diablo se hizo malo solo. Usó mal su libre albedrío y pagará por ello
De igual manera, los que hagan mal uso de su libre voluntad cosecharán lo sembrado. “No se dejen engañar; de Dios nadie se mofa; pues todo lo que el hombre [o mujer] siembre, eso mismo segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne cosechará corrupción; mas el que siembra para el espíritu [humano], del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo cosecharemos, si no desfallecemos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, y mayormente a nuestros familiares en la fe”. (Gálatas 6: 7-10)





























(1) Norman Geisler y Ron Brooks. Cuando los escépticos pregunten, p. 74. Editorial Unilit, Colombia, 2003.
(2) Watchman Nee. Autoridad espiritual, p. 11. Editorial Vida, Miami, Florida, 1979.
(3) Esperanza para el corazón afligido, p. 16. Editorial Unilit, Colombia, 1992.
(4) Frank Hammond, Rompiendo las maldiciones, pp. 17, 18. Editorial Carisma, Bogotá, 1995. Los puntos fueron tomados del libro de Hammond, el desarrollo es nuestro.





















6
En qué consistió la caída
de Adán y Eva

“Por la desobediencia de un hombre, todos fueron constituidos pecadores”.
–San Pablo-


Mitos en cuanto a la tentación


Luego de ver cómo se originó el mal en el “corazón” de Satanás, toca analizar la tentación diabólica a nuestros primeros padres. La creamos o no; la aceptemos literalmente o no, ello no cambia el desastre en que nos sumió la caída de Adán y su mujer.
Después de su catastrófica caída, no creas que Lucifer quedó quieto. Puso sus maléficos ojos en las criaturas que Dios había creado perfectas: Adán y Eva. (Ya manifesté que quien dude aún de la existencia de Adán y Eva debería investigar con honestidad intelectual sobre las tabletas de la biblioteca Ebla y obras como A Scientific Investigation of the Old Testament, del políglota y erudito Robert Dick Wilson)
Antes de nada, toca aclarar en qué consistió la tentación diabólica a Adán y su mujer. Primero, el fruto prohibido no se especifica; por tanto, es aventurado señalar que era una manzana. Segundo, el pecado de Adán no fue tener relaciones sexuales con Eva, su mujer, pues sería contradictorio con la ordenanza divina de crecer y multiplicarse. (Génesis 1:28) Notemos, asimismo, que el mandato de “crecer y multiplicarse” viene luego de la creación del hombre y de la mujer, no después de la caída. (Génesis 3) Asegurar que “el fruto del mal simboliza la fornicación” espiritual, primero, de Eva y Satanás al obedecer esta a la serpiente, y luego de la unión carnal de Adán y Eva al parar bolas Adán a su mujer, es buscar la quinta pata al gato.
No se trata de satanizar ni de espiritualizar verdades, sino de buscar y mantener un punto medio entre los dos polos. Pues bien, no hubo ningún “acto de amor ilícito” entre Eva y Satanás, ni entre Eva y su marido.
El pecado de Adán y Eva fue desobedecer el mandamiento divino. Tercero, el diablo al dirigirse a Eva dijo varias mentiras y omitió la seria advertencia (no amenaza) de Dios a Adán y su mujer. Primera mentira diabólica: “¿Conque Dios les ha dicho: ‘no coman de ningún árbol del huerto?’”. (Génesis 3: 1) El Creador no dijo eso. Dios advirtió: “de todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol de la ciencia [conocimiento natural] del bien y del mal, no debes comer, porque el día que de él comas, ciertamente morirás”. (Génesis 2: 16, 17)
Satanás omitió: “[...] el día que de él comas, ciertamente morirás [tú, tu mujer y todos tus descendientes]”. Segunda mentira: la serpiente, endemoniada, afirmó que el hombre no moriría, aunque comiera del fruto prohibido. (Génesis 3: 4) Y luego expresó una sarta de mentiras mezcladas con medias verdades que confundieron a Eva. (Génesis 3: 5) (Esta estrategia satánica la utilizan muchos para enredar a los incautos) Y “vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio a su marido, el cual comió así como ella”. (Génesis 3: 6) Lo que sigue es la triste historia de los descendientes de Adán y Eva. La desobediencia de Adán la analizaremos más adelante. Note el lector que la serpiente habló. Pudo hacerlo porque estaba poseída por el diablo. Los posesos manifiestan características que no les son propias.
Ahora bien, ¿codició Eva el árbol del conocimiento del bien y del mal? ¡De ninguna manera! Ni Adán ni Eva sentían esos retortijones del alma. Fueron hechos perfectos. Nuestra madre Eva sintió cu-rio-si-dad. Si alguna vez se aplicó el dicho “la curiosidad mató al gato”, fue aquí. ¡Nos mató a todos!
¿Por qué tentó el diablo a Eva y no a Adán? Algunos sostienen que el diablo tentó a Eva porque al ser más emotiva era más vulnerable al engaño. Lo creo. Considero que la mujer por ser más emocional y sentimental que el hombre es más propensa a ser engañada. El diablo sabía eso. En general, la mujer se deja llevar más por las corrientes emotivas y sentimentales del corazón que por los caudales intelectuales del razonamiento. ¿Se equivocó Dios al crearla así? ¡En ninguna manera! Dios es sabio: hizo hombre y mujer para que se complementen. Lo que tiene en menos proporción el hombre, la mujer lo posee en abundancia. De lo que carece la mujer, está presente en el hombre. Nos complementamos de manera increíble. Tal para cual. (¿Insistirán todavía algunos en que somos frutos del azar y la casualidad? Francamente, en esto solo veo causalidad)
Por algo Dios dispuso este orden en el matrimonio: Marido, mujer, hijos. Entre otras cosas, el hombre protege a su mujer de los hijos y de fuerzas externas que se levantan contra ella. (¿Has notado cómo suele abusarse de la mujer que vive sola y sin un hombre que la represente y respalde?) No hablamos de machismo, sexismo o imposición masculina, sino de ser el hombre escudo a la mujer contra fuerzas naturales y demoníacas. Satanás odia la familia. Y el materialismo ateo contribuye a la destrucción de ella.
El hombre como cabeza del hogar y de la mujer debe protegerla en todo tiempo y lugar. Adán debió proteger a su mujer en el Edén y no lo hizo, como tampoco lo hace hoy el hombre posmoderno. Por desgracia, muchos hogares hoy son acéfalos o bicéfalos. Si no tienen cabeza, tienen más de una. ¡Terrible! Por ello, el común de las familias de hoy (marido, mujer e hijos) andan al garete. Cada uno en su mundo disfuncional. Cuando se rompe el diseño original que Dios quiso para la familia, hay problemas porque se rompe la espiritualidad.
“Lo que hace disfrutable una relación son los intereses comunes; lo que la hace interesante son las pequeñas diferencias”, manifiesta Todd Ruthman. Hombre y mujer no son iguales, pero tampoco uno es superior al otro. Mucho menos hay sexo débil. Tampoco la esposa es esclava del marido, aunque, al caer en desobediencia, Dios le dijo a Eva (representante de todas las mujeres) “tu deseo será para tu marido [desearás el amor de tu marido], él se enseñoreará de ti [tu voluntad estará sujeta a tu marido]”. (Génesis 3: 16b) Esto es, la apetencia y voluntad de la mujer estarían -a partir de ese momento- sometidas al varón. Sí, suena machista y esclavista, pero así fueron establecidas las cosas por Dios al dar Eva oídos a Satanás.
No soy partidario del machismo y sociedad patriarcal en la cual hemos vivido desde ese fatídico Día de la Caída porque coloca a la mujer muy por detrás del hombre, violando aun la disposición de Dios, que es de sujeción al hombre pero a su lado, no detrás. En efecto, el sentido literal de la palabra “juntó” que Jesús usa en San Mateo 19: 6 cuando dice: “lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”, es “ha uncido al mismo yugo”. Y del término yugo (gr. zugos) se origina la palabra española o castellana cónyuge. En pocas palabras, marido y mujer están “uncidos” al mismo yugo. (Favor no tener fijación con el vocablo “yugo” para aseverar que “el matrimonio es un yugo”, una pesada carga; pues un matrimonio de seres maduros emocionalmente es una bendición) Uno al lado del otro. La mujer casada, por tanto, no está ubicada detrás del hombre, sino al lado de este. Por ello estoy en desacuerdo con el dicho que reza: “Detrás de un gran hombre hay una gran mujer”. La mujer no debe estar atrás, sino al lado del hombre. (Este tema lo analizamos más y mejor en La excelencia del amor…)
A Adán (representante de los hombres) le tocó una buena porción de la sentencia divina: “Porque obedeciste a la voz de tu mujer y comiste del árbol del que te mandé diciendo: ‘No comas de él’, sea maldita la tierra [y todo lo creado] por tu causa. Con dolor comerás de ella todos los días de tu vida; espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo [también animales: Cf. Génesis 1: 31; Levítico 11: 1-8; Deuteronomio 14: 3-20; San Mateo 15: 11; San Marcos 7: 15, 18; Hechos 10: 12, 15; 11: 6, 9; Romanos 14: 14; 1ra Corintios 8: 8; Colosenses 2: 16, 21-23; Hebreos 9: 10]. Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo volverás”. (Génesis 3: 17-19) Ojo, el trabajo o trabajar no es una maldición ni vino como castigo por desobedecer; desde antes de la Caída, ya Adán labraba y atendía su lugar de residencia. (Génesis 2: 8, 9) Lo que el pasaje de Génesis quiere significar es que al hombre y su descendencia les costaría más obtener el fruto de la tierra para su existencia. (¿Te has preguntado por qué hay tantos bichos y maleza en la naturaleza? Creo que aquí está la respuesta: “espinos y cardos te producirá…”.)
Quien crea que el hombre es superior a la mujer simple y llanamente está equivocado y vive en siglos pasados. Estoy convencido de que la mujer nos supera a los hombres en muchas cosas. “¡En muchísimas!”, pensará alguna lectora. Ninguno es superior o inferior. Nos complementamos. Nuestras almas son muy diferentes, pero complementarias. (La relación hombre-mujer la toco en La excelencia del amor y otros ensayos...) Tampoco tenemos doble sexualidad, como aseguran el sicoanálisis y los junguianos.

Desobediencia, pecado capital

Es importante analizar la caída del hombre y su mujer en detalle porque de ahí se desprende el origen del mal en la Tierra. Vimos cómo surgió el mal en el universo. Moisés escribe que Dios mandó al hombre diciendo: “De todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol de la ciencia [conocimiento natural] del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, de seguro morirás. (Génesis 2: 16,17) Pero el hombre desobedeció. No dio oído a las palabras del Señor, por decir lo mínimo del gravísimo pecado (hebreo‘awen) de Adán. Al desobedecer, Adán entró en franca rebelión contra Dios. Fue tan letal el pecado (‘awen) de rebeldía (hebreo marah) de Adán y Eva, que hasta el día de hoy vemos sus fatales consecuencias.
No está claro si en el momento de la advertencia Eva ya había sido creada. Aun cuando un pasaje anterior como Génesis 1: 27 lo insinúa: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. Este pasaje narra la creación de Adán y Eva en el Sexto día de la creación. Los detalles son dados en el capítulo 2 de Génesis. Pues la responsabilidad de mantener la especie en el camino correcto era compartida por ambos. A los dos hacía Dios responsables de la suerte que corriera la humanidad.
Algunos teólogos y filósofos como Kierkegaard han cuestionado que “si Adán era inocente, ¿cómo fue posible que pecara?”. Antes de analizar esa pregunta y dar una respuesta, toca aclarar que afirmamos que Adán pecó (hebreo ‘abar; gr. jamartia) porque era la cabeza de la raza humana. Al errar Adán el blanco -eso significa jamartia- todos nosotros erramos el blanco. En realidad, fue Eva quien “incurrió en transgresión” [‘abar] al ser engañada (hebreo shaw’ ) por el diablo. Comió del fruto de la ciencia [conocimiento natural] del bien y del mal; “y dio también a su marido, el cual comió así como ella”. (1ra Timoteo 2: 14; Génesis 3: 6) Adán, como amaba a su mujer, comió a causa de su afecto por ella. Puede manifestarse que Eva fue engañada, y Adán fue seducido por una Eva con conocimiento del bien y el mal. (La autora de mis días asegura que el hombre no conquista a la mujer, sino que la mujer conquista o seduce al hombre. Cierto o no, por lo menos, casi siempre es la mujer quien da el “sí”. Ojo, la mujer no es ninguna serpiente como aseveran algunos. Ni la mujer fue creada por el diablo en un descuido de Dios, como expresan otros. La mujer es la criatura más hermosa que hay en el planeta y la más especial después de los niños)
Ahora analicemos el interrogante: “si Adán era inocente, ¿cómo fue posible que pecara?”. La Biblia narra que “el primer hombre, sacado de la tierra, es terrenal”, pero perfecto. (1ra Corintios 15: 47) Tan perfecto era Adán que su libre albedrío le brindaba la posibilidad de pecar. De igual manera, tenía la potestad de tomar decisiones correctas o incorrectas, buenas o malas. El hecho de que tomara una decisión incorrecta -como lo hizo al oír la voz de su mujer- no significa que fuera imperfecto, sino libre. Libre para decidir: obedecer (gr. akouo = oír; prestar atención o escuchar) o desobedecer a Dios.
Cuando mi hijo Pablo Saulo tenía nueve años, me hizo un cuestionamiento en cuanto a Adán y Eva que me sorprendió. El chico preguntó: “Papá, ¿qué habría pasado si Adán no le hubiese hecho caso a Eva de comer el fruto prohibido?”. Confieso que por unos segundos quedé atónito ante semejante pregunta. Le contesté que aunque Adán no comiera del Fruto de todas maneras el pecado se entronizaría en el mundo, puesto que el pecado de uno era el pecado del otro, como lo fue el pecado de Adán y Eva para todos nosotros. Tanto Adán como Eva eran los representantes de la raza humana. Es cierto que Adán era la cabeza de Eva (lo digo sin ánimo de ser machista; así dice la Biblia), pero el pecado de cualquiera de los dos alcanzaría al otro y a todos nosotros sus descendientes. “Por cuanto todos pecaron están destituidos de la gloria de Dios”. “Por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores”. “Debes saber que tu pecado te alcanzará”. (Romanos 3: 23; 5: 19; Números 32: 23)
Además, la mujer fue tomada del hombre; si su cuerpo se afectaba por la corrosión del pecado, también el de Adán lo sería, pues los dos estaban conectados espiritual, anímica y corporalmente. La afección de uno era el mal del otro. Cuentan que los gemelos (no los mellizos) están conectados por ciertas energías y conexiones que la emoción de uno es la emoción del otro. En Colombia, el 28 de febrero de 2006, gemelas de 76 años murieron de la misma enfermedad (hipertensión) y a la misma hora, pero en diferentes lugares del Caribe colombiano. Casualidad o no, si ello es posible a estas alturas del partido de la humanidad, donde genes, neuronas, células y órganos están atrofiados por años de enfermedades y afecciones, ¿cómo habrá sido en tiempos de Adán y Eva, cuando recién empezaba la degeneración de nuestro ser?
Basados en que aproximadamente solo el 5 por ciento del ADN es funcional, desde hace unos años se habla de “ADN basura”. Pues bien, algunos entendidos creen que un porcentaje de tales genes pudo tener en el pasado funciones concretas que en la actualidad se habrían perdido, y por ello no están activos. (Cuidado, no pocas afirmaciones en cuanto a la supuesta inactividad de ciertas partes del cuerpo son solo afirmaciones dogmáticas de algunos investigadores)
Según la Biblia, Adán y Eva eran perfectos en todo sentido. Asimismo, el Libro de Dios sostiene que el pecado atrofió mucho de esa perfección; de ahí mi convicción de que muchos genes estén inactivos por acción de la Caída. Más, también sabemos que pocos son los humanos que usan más del diez por ciento de su capacidad intelectual, y al que la utiliza le llamamos “genio”.
Antes de proseguir con el pecado de desobediencia (no escuchar a Dios) de nuestros primeros ancestros, tocar ver qué significa el término pecado en hebreo, uno de los tres idiomas en que se escribió el Antiguo Testamento, donde está registrada la Caída.
“Pecado: ‘awen, [significa] ‘iniquidad; vanidad; dolor’. Este término tiene dos cognados [parentescos] arábigos, ‘ana (‘estar fatigado, cansado’) y ‘aynun (‘debilidad; dolor; pena’)”. (1) (Las negritas son mías) Más claro no puede cantar el gallo.
Como vemos, el mismo vocablo pecado encierra en sí la razón por la cual Dios no deseaba que el hombre pecara. Si pecaba, la iniquidad, vanidad, debilidad, dolor, sufrimiento y muerte se apoderarían de su espíritu (pneuma), alma (psuque) y cuerpo (soma). Y de toda la creación que aún gime como si tuviera dolores de parto. (Romanos 8: 22; Colosenses 1: 20) Al caer, Adán se percató de que Dios le había dicho la verdad, cuando le advirtió: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia [conocimiento del alma sobre el espíritu] del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comas, ciertamente morirás [en tu espíritu, alma y cuerpo]”. (Génesis 2: 16, 17) Pero ya era demasiado tarde. El mal, la iniquidad, vanidad, dolor, sufrimiento, enfermedad y la muerte se extendieron a toda la raza humana. (Romanos 5: 12) El pecado y todos sus fatales efectos nos arroparon empezando por la boca de Adán, y penetrando hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y de los tuétanos, la mente (gr. nous) y el corazón (gr. kardia), hasta alcanzar todo el cuerpo (gr. soma) que es el envase que guarda tan valioso tesoro. Hasta el día de hoy vemos los efectos catastróficos del pecado.
Le restamos importancia a la desobediencia de Adán y Eva (y ha sido motivo de burla y chiste para no pocos. Temo que dichas burlas son consecuencia del miedo que yace detrás de ellas), que fue el pecado capital de nuestros primeros padres, porque no entendemos lo crucial que es la obediencia (gr. akouo) para la vida.
Veámoslo así: para mí, padre de familia con virtudes y defectos de carácter, es fundamental que mis hijos me obedezcan. Que presten atención a lo que les digo y lo pongan por obra, pues para mí significa, entre otras cosas, que mis hijos me aman, confían en mí y me respetan. ¡Cuánto más importante será la obediencia para Dios que no tiene esas negras manchas caracterológicas que las personas solemos arrastrar! Dios, cual Padre amoroso, anhelaba con toda su alma que su criatura más amada lo obedeciera, ya que así Dios y Adán tendrían comunicación directa, sin intermediarios. Y la humanidad se ahorraría las penas, sufrimientos e iniquidades que hoy nos anonadan y son utilizadas por el incrédulo para desbarrar contra Dios y las creencias.
Tal es la valía de la obediencia del niño a la autoridad de sus padres que si el niño no aprende obediencia y respeto a la autoridad en el núcleo familiar, jamás respetará ni querrá ni podrá someterse a ninguna autoridad en la adultez, puesto que el valor del sometimiento y respeto a la autoridad debe asimilarlo en la relación con sus padres. Si no obedecí a papá y mamá (o en su defecto, a la persona que me crió), es mentira que obedeceré y respetaré a las autoridades fuera del círculo familiar. Al aprender a obedecer y respetar la autoridad externa de papá y mamá, el niño emprende el aprendizaje del autocontrol o dominio propio y se fortalece su conciencia espiritual; es decir, la obediencia a la autoridad inmediata del niño favorece que sus sentidos espirituales (gr. pneumatikos) se ejerciten en el discernimiento del bien y del mal y al buen desarrollo de su estado del yo Adulto, que tiene todo niño. (Desde luego, lo más fácil pero que más nos ha metido y mete en problemas es el desenfreno que doblega al sensualismo y hedonismo, azuzados por personajes de “avanzada” del “primer mundo”)
No hablo de miedo a la autoridad, sino de respeto a la autoridad, que es muy diferente. Existe una diferencia insondable entre autoridad y poder. La autoridad dirige, orienta; el poder controla. Quien ostenta poder lo hace para su provecho a fin de someter a otros. Una persona con autoridad es respetada; el que tiene poder es temido; y, por tanto, obedecido. Al ver a un sujeto que no respeta las señales y leyes de tránsito, por ejemplo, podemos estar seguros de que no aprendió en su casa obediencia a la autoridad, a las leyes; por consiguiente, no desarrolló un sentido de culpa sana, que le llevara al autocontrol. Si hubiésemos aprehendido obediencia a la autoridad (gr. exousia) en casa (autoridad externa), y fortalecido nuestro autocontrol (autoridad interna), ¿fuera imprescindible la presencia de guardias de tránsito en calles y carreteras? ¿O que colocaran tantos avisos para prohibirnos un sinfín de cosas: “no pise el césped”, “no estacione”, “no fume”, “no rebase”, “no bote basura so pena de multa”, “cuando maneje no tome”? ¡Claro que no! Muchos solo obedecen por temor a la multa de tránsito o la penalización, y actúan como el chico al que su papá repetidas veces mandó a sentar y el niño no obedecía, hasta que el papá lo amenazó con pegarle para que se sentara. A los cinco minutos de estar sentado, el pequeño dijo a su padre. “¿Sabes, papá? Tú me ves aquí sentado, pero en mi corazón estoy parado”. Eso es miedo a la autoridad, mas no es respeto a la autoridad. (En Sexo: autocontrol y caos vemos cómo el autocontrol nos libra de problemas y de la muerte)
Tengo la impresión de que a nuestra naturaleza rebelde le gusta sentirse amenazada por el poder para someterse a la autoridad. ¿Quién no recuerda al educador o progenitor que respetaba y temía más? ¡Era aquel con fama de dictador! ¡A ese precisamente se le obedecía más! ¿Será por la “necesidad de castigo”, de la cual habla Freud? No respetamos la autoridad, pero sí tememos a la persona que hace uso de su poder y/o autoridad. Nuestra civilización destaca por transgredir leyes (algunos las estudian para saltárselas, dice Cantinflas); querer hacer lo que me da la gana; irrespeto a todo tipo de autoridad. El niño del ejemplo anterior es clásico caso del rebelde. Lamentable es que los padres para darse respetar de sus hijos tengan que usar el poder. Ello significa que los hijos obedecen no por respeto a sus padres, sino por temor al cinturón o al castigo.
Hace unos años había en televisión una campaña que afirmaba que el niño obedece por amor; eso está cojo. La obediencia por amor se da o debe darse en el mundo espiritual, puesto que Jesús enseña que si le amamos debemos obedecer sus mandamientos. (San Juan 14: 15) Pero por conocer algo de la rebelde naturaleza humana no considero que algún niño o adolescente obedezca a sus padres solo por amor. El hijo obedece cuando hay una atmósfera correcta de autoridad que le ama y de amor que le corrige o sanciona cuando desobedece. (Esto lo escudriñaremos más en el capítulo 8)
Benjamín Spock (1903-1998), adalid de la permisividad, cosechó malos frutos en su familia. Y casi al final de sus días afirmó, reconociendo el valor de las enseñanzas de su devota madre: “He llegado a la conclusión de que muchos de nuestros problemas se deben a la carencia de valores espirituales”. ¿Qué dirán de esto los colegas de Spock? No te extrañes que aseguren que el pediatra no dijo eso. Dios mío, ayúdanos a reconocer que la mayor necesidad humana es nacer de nuevo y que tu Hijo Jesús reine en nuestro corazón.
Norman Vincent Peale (1898-1993) considera que estamos llegando a los umbrales de la autoridad interna que lleva al autocontrol, debido a que por naturaleza adámica somos rebeldes y tendemos a desafiar toda autoridad o ley, o porque de tanto decirnos o prohibirnos algo, nos hastiamos y hacemos precisamente lo vedado con tanta insistencia y a veces necedad. Muchas reglas, normas y leyes son duras y producen en el humano la reacción contraria a la que han pretendido normar. (De ahí el fracaso de cualquier religión sin el bálsamo del amor cristiano) Por consiguiente, el pasado ordenado por leyes y autoridades nos está conduciendo a la transición de la autoridad externa a la autoridad interna del sujeto. Es decir, del mandato a la conciencia espiritual. Como escribiera el doctor Peale, ya a inicios de la era cristiana, Jesús creía y enseñaba en cuanto a los controles internos del ser humano más que en las prohibiciones de la ley mosaica. En “amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas, y a tu prójimo como a ti mismo” se resume toda la ley. Ojo, no intento hacer apología a la abolición de la autoridad y las leyes porque las considero necesarias para orientar, disuadir y corregir a la especie humana, pero sí me parece que el sometimiento a mi autoridad interna es vital para luego desear estar sujeto a cualquier tipo de autoridad externa; ese aprendizaje ha de lograrse en el entorno familiar, y desarrollar fuera de casa. Añade Peale que no es la puerta de hierro ni la policía lo que puede disuadir al ladrón a que entre a hurtar en la casa del vecino, sino la voz de la conciencia del amigo de lo ajeno. Esa voz de autoridad interna que se yergue sobre otras voces.
A fin de comprender mejor la trascendencia de la obediencia de Adán al mandato de Dios, es necesario tomar en cuenta que si Adán obedecía a Dios o se mantenía bajo el paraguas de Su autoridad, tendría autoridad sobre el resto de la creación porque en toda verdadera autoridad subyace un principio infaltable: Quien tiene autoridad sobre otros debe estar bajo autoridad. Esto es, la persona con autoridad debe a su vez estar sometida a una autoridad superior a ella, y así sucesivamente, hasta llegar a Dios, Cabeza de toda autoridad. (Romanos 13: 1-4
Dios dio el señorío al hombre sobre toda la creación, mas al faltar Adán a la autoridad de Dios perdió su autoridad sobre la creación. (Por lo cual hoy la naturaleza -si fuera “madre”, como aseguran los que niegan a Dios, sería una madre desnaturalizada- porque nos azota despiadadamente. Vivía yo todavía en Barranquilla cuando en vísperas de la Navidad de 1972 un terremoto destruyó Managua. ¿Quién no recuerda el terremoto en ciudad de México el 19 y 20 de setiembre de 1985? ¿El huracán Mitch en Centroamérica entre octubre y noviembre de 1998? ¿O el huracán Katrina de terrible recordación en Nueva Orleans por su devastador paso el 29 de agosto de 2005? ¿Acaso olvidará Pakistán el terremoto que mató a más de 50 mil habitantes en octubre de 2005? ¿U olvidará Perú el terremoto que devastó Pisco y otras ciudades en agosto de 2007?)
Hoy son pocos los animales domésticos y muchos los que no se someten a la autoridad del ser humano. Pero al final de los tiempos, cuando todo vuelva a su orden original, escribe el sagrado escritor que “morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostara; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán en compañía; sus crías se echarán juntas; y el león comerá paja como el buey. Y el niño de pecho jugará sobre el agujero del áspid, y el recién destetado extenderá su mano hacia el escondrijo de la víbora” sin sufrir daño (Isaías 11: 6-8). Para sorpresa de muchos, en Samburo, África, una leona llamada Kamunyak = la bendecida, adoptó a un pequeño antílope oryx y luego adoptó a cinco becerros más antes de desaparecer sola. ¿Qué tal?
Ahora bien, solo quien se sujeta a la autoridad puede ser autoridad. Si no estoy bajo autoridad y tengo autoridad sobre otros, corro el peligro de ser dictatorial o creerme un dios. ¿Quiero tener autoridad? Debo someterme a mi autoridad. No se trata de servilismo ni de obediencia debida, ciega o irracional, sino de obediencia a la autoridad. La autoridad puede ser natural (padres, familiares; normas, moral, ética); divina (principios bíblicos, moral cristiana); o legalmente instituida (autoridades superiores, leyes). Mi obediencia debe llegar hasta donde lo racional, los principios de Dios (o de mi conciencia espiritual), los derechos míos y de los demás lo permiten.
Obediencia, obedecer (gr. akouo). ¡Cuánto cuesta ser obediente! Cuesta un mundo porque mi corazón (kardia) es rebelde (gr. apeithes). Me gusta medir fuerzas y busco desesperadamente poder (Adler). Poder que me dé autonomía y autosuficiencia, o por lo menos el espejismo llamado “autonomía y autosuficiencia”, ya que al fin y al cabo para crecer y madurar debo interactuar con otros. Al desobedecer (gr. apeitheo), Adán le dijo de manera implícita a Dios que no necesitaba de Él, de su autoridad; que podía conducirse y gobernarse con la sabiduría del alma que adquirió al desobedecer. Colocó el alma (psuque) sobre su espíritu (pneuma). Se creyó autosuficiente, sin necesidad de Dios, quien le había dado la vida y todo lo que tenía. En pocas palabras, le dijo: “no te necesito, puedo vivir sin Ti con la sabiduría anímica que tengo”. Así habla quien vive de espaldas a Dios. El alma sobre el espíritu. Lo natural por encima de lo sobrenatural. La actitud de Adán es continuada por sus descendientes de hoy que creen poder vivir sin Dios y sin principios y valores morales bíblicos. (Ya observamos que la ética utilizada por quienes niegan a Dios vive bajo la sombra de principios propugnados por el cristianismo)
Dios toma tan en serio la obediencia a Su autoridad, que a Moisés, el hombre más manso de la Tierra en ese momento, lo disciplinó por haber desobedecido. Dios le había dicho al Legislador: “Háblale a la peña a vista de ellos [pueblo de Israel]; y ella te dará agua [...]”. Pero, Moisés, enojado por las constantes quejas del pueblo, golpeó (no habló) dos veces la roca, y la roca era símbolo de Cristo, enseña la teología cristiana. (Números 20: 8, 11) Por desobediente, Moisés no pudo entrar a la tierra Prometida. Por desobedecer, se ahogó en la orilla después de tanto nadar. La semilla de desobediencia, rebeldía y obstinación está en todos nosotros desde la caída de Adán. De manera que Moisés no está solo. Ojo, no usemos esa verdad para persistir en desobediencia.
Tan crucial es la obediencia para Dios, que en el Antiguo Testamento hay capítulos enteros sobre las bendiciones de la obediencia. Pero también sobre las maldiciones que contra sí acarrea el desobediente. (Deuteronomio 28) En el Nuevo Testamento se hace muchísimo énfasis en cuanto a las bendiciones de ser obediente, y sobre las maldiciones de la desobediencia. Si Adán es el representante de la desobediencia, el Señor Jesús es el máximo ejemplo de obediencia “al hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. (Filipenses 2: 8) Para decirlo en breves palabras: el mundo está dividido en obedientes y desobedientes; responsables e irresponsables. En vista de que hay gentes que no entienden por qué tuvo que morir Jesús, ahondaremos el tema en capítulos siguientes.
Como padre, valoro más la obediencia de mis hijos que los esfuerzos que hagan por estudiar o de cualquier otro tipo. Para mí la obediencia tiene mayor valía que los sacrificios o regalos que mis pequeños me dispensen. Ojo, no digo que no me interesen los gestos y detalles de mis hijos; de lo que se trata es que la obediencia es superior. Si para un ser imperfecto como yo es así, ¿cuánto será para un ser perfecto como Dios? “¿Se complace Dios tanto [en sacrificios y penitencias], como que se obedezca [su Palabra la Biblia]? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios [penitencias], y el prestar atención más que la grosura de los carneros. Porque como pecado de brujería es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. (1ro. Samuel 15: 22, 23ª)
Detrás de toda desobediencia -no prestar atención- está la rebeldía y obstinación. Vivimos en sociedades rebeldes que oyen, pero no escuchan. Culturas anárquicas que claman por sus derechos, mas nada quieren saber de sus deberes. Libertad sin responsabilidad es libertinaje, anarquía, caos. Una vida sin autocontrol es libertina, sensualista y hedonista.
Viktor E. Frankl (1905-1997), sobreviviente de varios campos de concentración nazi, fue invitado por sus amigos estadounidenses a visitar la estatua de la Libertad en Nueva York. Ellos querían conocer las impresiones de tan ilustre visitante. Frankl observó el monumento y calló. Sus anfitriones le preguntaron qué opinaba al respecto. El superviviente de varios campos de concentración nazis dijo a sus anfitriones que en una de las islas del frente debían erigir una estatua a la Responsabilidad. ¿Qué tal?
¿Libertad? ¡Sí! Pero... ¡Con responsabilidad! Queremos libertad, pero rehusamos la responsabilidad moral de nuestros actos. Somos muy dados a justificarnos y excusarnos para no afrontar las consecuencias de nuestros actos, y así pasar agachados. ¿Será verdad que “desde que se inventaron las excusas nadie quedó mal”? ¡En ninguna manera! Cuentan que una vez Churchill llegó tarde a un compromiso, y en lugar de justificarse como haríamos muchos expresó: Llegué tarde porque salí tarde. La irresponsabilidad es irresponsabilidad en todo momento y lugar.
Sin importar cómo la llamemos, la irresponsabilidad sigue siendo irresponsabilidad, y quien no responda por sus actos y palabras es un irresponsable. El cianuro no deja de ser mortífero porque le cambien la etiqueta y le añadan miel de abejas. ¿Qué es libertad? Libertad es la facultad del alma para hacer aquello que sé que debo hacer. Y para dejar de hacer lo que sé que no debo hacer. Suena a trabalenguas. No lo es. Si soy libre, podré dejar de hacer aquello que sé que no debo hacer con el objeto de hacer lo que sé que debo hacer. Si no tengo dicho poder o facultad anímica, soy un esclavo (gr. doulos). Tan sencillo como eso. (La libertad tiene mucho que ver con el conocimiento de la verdad; hay personas esclavas sin saberlo; pero eso es materia para otro momento. Baste señalar que Dios en el Antiguo Testamento asevera: “Mi pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento”. [Oseas 4: 6] Jesús en el Nuevo dice: “Conocerás la verdad, y la verdad te hará libre”. [San Juan 8: 32])
A mi juicio, al prohibirle Dios al hombre y su mujer comer del árbol de la ciencia del bien y del mal no quería impedirles conocer la ciencia convencional como la conocemos hoy, sino que su intención era librarle conocer el mal, sentir dolor y experimentar en carne propia el sufrimiento, la maldad y todo lo que ella implica: penas, guerras, enfermedades, hambres, impiedades, injusticias, pobreza, miseria, muertes, etc.
¿Qué había detrás de la prohibición divina de que el ser humano no comiera del árbol de la ciencia del bien y del mal? Si no tenemos cuidado, podemos malentender y sacar conclusiones apresuradas de que Dios quería que la especie permaneciera en ignorancia, y eso no es cierto. (Hay científicos naturalistas que creen que Dios colocó a la Tierra en un lugar privilegiado no solo para permitir la vida, sino además para que el universo pudiera ser escrutado por el humano) Creo que Dios le prohibió a Adán y Eva probar la fruta de la ciencia del bien y del mal porque al comer de ella el alma (psuque) humana prevalecería sobre su espíritu (pneuma). Esto es, el fruto del conocimiento del bien y del mal elevaba al alma (natural, terrenal) sobre el espíritu (sobrenatural, dado por Dios); lo suprimía y hacía su siervo. Más, la comunión directa con Dios se entorpecería como en efecto ocurrió.
El conocimiento es bueno si está supeditado al espíritu. Cuando la cabeza crece más que el espíritu, hay problemas y andamos diciendo y escribiendo sandeces como que “Dios no existe” o “no creo en divinidades ni en milagros”, y nos inventamos decenas de teorías absurdas con tal de intentar quitar a Dios de la escena del origen del universo y la vida. “El conocimiento envanece [Lit. hincha], pero el amor edifica”. “La letra mata, pero el espíritu vivifica”. (1ra Corintios 8: 2; 2da Corintios 3: 6) ¿Cuántos con cabeza grande hay por ahí hablando y escribiendo majaderías y medias verdades sobre Dios y la vida? Algunos creen ser aptos para enseñar y hablar de todo y orientar a grandes y pequeños. La intolerancia y el fanatismo racionalista salen a flote cuando el cientificista cree que su ciencia alcanza para entender y explicar todo, hace declaraciones dogmáticas o se entremete en cuestiones teológicas. Otros, se mueven por la vida como robots programados y sin sentimientos ni emociones. En verdad, estos tipos de personas son cabezas enormes (no escribo “cabezones”, por sonar peyorativo) sobres espíritus raquíticos o “muertos”, así los llama la Biblia. Las sagradas Escrituras dicen que quien no ha nacido de nuevo está muerto espiritualmente. (San Juan 3: 3, 5; Efesios 2: 1)
Los humanos somos propensos a ser cautivados por la belleza externa de las personas y de las cosas. Dios no ve apariencias sino la actitud y propósito que hay detrás. (1ro Samuel 16: 7) Muchas de las dificultades de la humanidad se deben a que no nutrimos bien al espíritu o no lo alimentamos, sino que consentimos el alma y somos alcahuetes del cuerpo. No se trata de traicionar el cuerpo descuidándolo y maltratándolo, sino de no dejarnos arrastrar por sus bajos instintos. Si anduviéramos en el espíritu, como manda la Biblia, nos meteríamos en menos problemas. (Gálatas 5: 16) El conocimiento y la sabiduría del mundo son necedad para Dios. (1ra Corintios 1: 20) No porque Dios rechace el conocimiento y la sabiduría, sino porque el llamado sabio y docto han rechazado a Cristo, pues para ellos el Evangelio es locura. (1ra Corintios 2: 14)
Dios anhelaba que su criatura más amada no viviera separada de Él. Adán disfrutaba de comunicación directa con Dios. Dios, además, quería que Adán y su mujer aprendieran sobre la obediencia a la autoridad, como mencionara antes. Dios era la autoridad de Adán y Eva, pero después de la Caída tanto Adán como Eva y todos sus descendientes vivimos en franca rebeldía contra todo lo que sea o represente autoridad. Pareciera como si estuviéramos en cruzada contra la autoridad. Vivimos en constante lucha por obtener poder. Poder que nos dé emancipación de la autoridad que tanto nos choca.
Alfred Adler (1870-1937) en su sicología individual creía que quien busca poder tiene un “sentimiento de inferioridad” surgido de minusvalías orgánicas. Claro, Adler se proyecta (habla de él) en su afirmación. Sin embargo, estoy convencido de que quien presume de posesiones, conocimiento, títulos... tiene baja autoestima. Entre más inflado es el ego de una persona, más pobre es su autoestima. Todavía no he conocido persona alguna que de veras tenga cordiales relaciones con la autoridad. La rebeldía a la autoridad -aseguran algunos- se engendra en los primeros años de vida del niño y muestra su fea cara en la adolescencia, pero en verdad esa debilidad temperamental la hemos heredado de nuestros ancestros Adán y Eva. Hablamos que Lucero es el prototipo del ángel rebelde. Adán lo es del hombre desobediente y rebelde. Mientras que Jesús es el mejor ejemplo del varón experimentado en quebrantos, pero obediente. “Porque así como por la desobediencia de un hombre [Adán], los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno [Cristo], los muchos serán constituidos justos”. (Romanos 5: 19)
En todo tiempo y lugar Dios ha tenido siervos obedientes y humildes de corazón. Desde Abraham, el rey David, María, la madre de Jesús, hasta llegar a Pablo el apóstol, vemos una gran nube de hombres y mujeres que han dado el ejemplo. Abraham es llamado “amigo de Dios” y “padre de la fe” por creerle a Dios en esperanza contra esperanza; David es “el hombre conforme al corazón de Dios”. María, “bendita entre las mujeres” y “la esclava del Señor”. Pablo, “el apóstol a los gentiles”, “el instrumento escogido”.
María, de quien poco escriben los evangelios y raras veces se la menciona en ciertos círculos cristianos, es un claro ejemplo de humildad y obediencia. María fue mujer virtuosa como pocas, y siempre supo reconocer su necesidad de que Jesús, el Salvador del mundo, la socorriera y salvara como ser humana que era. La grandeza de María está en ser sabedora de sus propias limitaciones como descendiente de Adán y Eva que precisaba de un Salvador. (San Lucas 1: 46-48) Agustín asevera: “Cuando halles a alguien no nacido de Adán habrás hallado un nacido sin culpa. Nunca lograrás arrancar de manos cristianas esta verdad: ‘Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres por aquel en quien todos pecaron’ (Romanos 5: 12)”. (2)
María tenía algo que pocos tenemos: humildad. Humildad para reconocer su pobreza espiritual y obediencia para someterse a la voluntad de su Señor y Salvador. (San Lucas 1: 38, 46-48; San Juan 2: 5; 19: 25-27) Pero, sobre todo, amaba a Dios. Si hay una mujer que admiro de la Biblia, es María. La admiro por tres razones: su amor a Dios, humildad y obediencia aun a riesgo de la deshonra y posible muerte que le acarrearía quedar embarazada por obra del Espíritu Santo. (Dios supo escoger también a un hombre justo como José al no denunciarla y aceptar la voluntad de Dios en su relación con María) Así nos la presentan las sagradas Escrituras porque María amaba a Dios sobre todas las cosas; era humilde y obediente. Para ser obedientes primero debemos caminar por el sendero de la humildad de corazón, no con falsa humildad. Toca aprender de la humildad y obediencia de María, quien a pesar de no entender lo que Dios le reveló en cuanto al nacimiento de Jesús, siendo ella virgen, creyó y se sometió a la voluntad de su Señor.
Dos extremos debemos evitar en cuanto a la personalidad de esta “esclava del Señor”, como ella misma se llamaba: 1) Ignorarla o degradarla. 2) Deificarla o darle un rol en “la historia de la salvación” y de la Iglesia que ella nunca reclamó para sí, y ni Jesús ni el Evangelio bien interpretado revelan le fuera dado. (Los dogmas de “María colaboradora” o “Auxiliadora en la redención” y “Madre de la Iglesia”, como otros en cuanto a esta extraordinaria y santa mujer, no aparecen en las sagradas Escrituras, sino en promulgaciones papales promulgadas desde el año 381, casi 400 años después de fundada la Iglesia al descender el Espíritu Santo el Día de Pentecostés en el siglo I [Hechos 2: 1-4], y bajo la sombra de religiones paganas adoradoras de una mujer como divinidad)
Esta virtuosa mujer sin ser diosa ni madre de la Iglesia ni menos que ningún otro personaje de la Biblia es en efecto la mujer “bendita entre [no “sobre”] las mujeres” y tomada por “dichosa de todas las generaciones”, la madre del Señor Jesús que merece nuestro respecto y admiración, y cuyo ejemplo es digno de ser imitado tal como lo expresara de sí el apóstol Pablo al escribir: “Sean imitadores de mí, como yo lo soy de Cristo”. (1ra Corintios 11: 1; Filipenses 3: 17; 4: 9).
Quien diga o escriba más de eso es torcer las Escrituras y entristecer el corazón de Jesús, nuestro Hermano mayor, y de María, nuestra hermana en la fe. Dios, ayúdame a hallar una esposa tan santa y virtuosa como María, la madre de tu Hijo Jesús. En el nombre de Jesús. Así sea.
Debo añadir algo a fin de despejar cualquier duda en cuanto a mi posición acerca de María, la madre de Jesús: sin ser mariano, admiro y respeto a María y considero que ella es el modelo a seguir para las mujeres. María es aquella mujer de la cual habla Salomón en Proverbios 31. Me gustaría oír prédicas o enseñanzas en las iglesias cristianas protestantes en cuanto a María. En los años de convertido al resucitado Cristo histórico no recuerdo haber oído a nadie predicar o enseñar al respecto. ¿Será que hay miedo de hablar sobre la mujer más maravillosa de la cual hace referencia el Libro de Dios para nosotros? ¿Será esa una de las razones por las cuales nuestros amigos y hermanos católicos (aunque muchos cristianos no lo crean, hay católicos convertidos a Jesús) piensan que los cristianos odiamos y no creemos en María?
Pablo y María fueron extraordinarios no por ellos mismos ni por lo que hicieron, o cómo los usó Dios, sino por la gracia y misericordia de Dios para con ellos y porque ellos supieron aprovechar a lo sumo esa gracia y misericordia divinas siendo humildes y obedientes a la voluntad de su Salvador y Señor. Ellos reconocían su insignificancia y la grandeza de su Señor. (1ra Corintios 15: 9, 10; San Lucas 1: 38, 48) (Sé que para algunos lo escrito sobre María será suficiente razón para sentarme a la silla eléctrica. Para decirlo al estilo paulino, respondería: “Si por deciros la verdad soy vuestro enemigo, pues así será y lo siento muchísimo por vosotros; pero ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio completo!”)
Mientras más cerca de Jesús estoy más me doy cuenta de mi pobreza espiritual y de la majestad de mi Señor. El Maestro enseña: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. (San Mateo 5: 3) Es decir, dichoso aquel que tiene corazón de pobre y carece de toda autosuficiencia espiritual, pues depende de Dios. No hablo de dejar de hacer lo que me toca hacer y pretender que Dios lo haga por mí, sino de hacer mi parte y abandonarme en lo que le corresponde a Dios.
Todo siervo de Jesús ha tenido tres particularidades infaltables en un genuino esclavo de Jesús: amor a Jesús sobre todas las cosas, humildad y obediencia. Ante Juan el Bautista fueron sus discípulos a quejarse que Jesús hacía y bautizaba más discípulos que Juan. El Bautista respondió: “Es necesario que Él [Jesús] crezca, y que yo mengüe”. (San Juan 3: 30) ¿Cuántos están dispuestos a que el ego enfermo decrezca para que la luz y sal de Jesús hagan su obra en sus vidas y sean luz y sal para otros? Dios nos pide: ámame sobre todas las cosas, sé humilde y obediente. “Aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarás descanso para tu alma”, asegura Jesús. (San Mateo 11: 29) El soberbio y obcecado no tiene descanso en su alma pues vive para su insaciable sed de hacer y tener más en detrimento de su ser, suprimiendo el requerido equilibrio entre el ser y el hacer para tener. Si soy por lo que tengo, corro el riesgo de no ser si perdiera el tener. Si valgo por lo que poseo, caeré en bancarrota emocional al perderlo.
El orgullo es síntoma de baja autoestima. El orgulloso simplemente utiliza la máscara orgullo para ocultar su complejo de inferioridad. Quien tiene sana autoestima (o, como enseña san Pablo, “el concepto correcto de sí”) no necesita presumir delante de los demás, ya que está seguro de quién es, qué tiene y hacia dónde va. Está seguro de sí. Vive confiado como un león. “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, el juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida”. (2da Timoteo 4: 7, 8)
Lo expuesto, pienso yo, proporciona un panorama de la magna importancia que tienen para Dios la obediencia y humildad. Sin eso, no hay bendición, sino maldición. La soberbia y rebeldía se enquistan en el ego del ser humano; y, como sabemos, la parte enferma del ego es nuestro peor enemigo; nos estorba para crecer y liberarnos de las debilidades temperamentales y defectos de carácter. Adán al desobedecer arrastró con su pecado a la humanidad y la condenó a la esclavitud de su ego enfermo y de sus bajas pasiones. El pecado de nuestros primeros padres fue el peor acto que una criatura podía cometer contra su Creador.

Condición de la raza humana
después de la Caída

¡Qué bueno que Dios no quedó cruzado de brazos después de que caímos en desobediencia y fuimos expulsados del Paraíso! Actúo apenas se dio cuenta de que su criatura más perfecta y amada le había fallado. Le prometió con rigor de juramento enviarle un Embajador, Salvador y Reconciliador. Génesis 3:15 afirma que Dios le dijo a la mujer y al diablo, que estaba detrás de la serpiente: “Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu descendencia y su descendencia; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón”. La condición del humano luego de la Caída fue de tal indefensión y desastre que el Creador sabía que necesitábamos un Salvador. Alguien que restaurara la posición y condición que perdimos antes de la caída de Adán y Eva. Si no fuera así, ¿cómo explicamos tanta maldad, enfermedades, infortunio, sufrimiento y vaciedad en la vida del ser humano? Ya dijimos que la mejor respuesta con la que contamos es revelada por la Biblia, el Libro de Dios para nosotros.
Pongamos en blanco y negro lo siguiente: debido a la Caída, la raza humana murió en tres sentidos. En el espíritu (pneuma), en el alma (psuque) y en el cuerpo (soma). Al pecar Adán y Eva, murieron instantáneamente en su espíritu y alma. Corporalmente murieron pasados algunos años. Esa herencia de muerte la heredamos de ellos. Nuestro espíritu murió; y, al morir, la lámpara de Dios en nosotros se apagó. “Lámpara del Señor es el espíritu del hombre, la cual escudriña lo más profundo del corazón”. (Proverbios 20: 27)
Al morir, nuestro espíritu quedó ciego y se extinguió en él muchísimo de su conciencia. A ello se debe que la gente que no ha nacido de nuevo (frase que escépticos, agnósticos y ateos rechazan y hacen mofan por no entender sus efectos en el nuevo creyente) no capte lo pernicioso del pecado. Aunque parezca increíble, muchos religiosos no han nacido de nuevo. Únicamente tienen religión. Otros, son teólogos y maestros de las Escrituras... Mas están tan muertos espiritualmente como el más porfiado de los ateos. (¿Sabías que es más fácil alcanzar a un escéptico, agnóstico y ateo para Jesús que un religioso que se justifica a sí mismo y refugia en su religión y verdad teologal? Más aún, los peores enemigos del cristianismo bíblico son los falsos líderes religiosos intolerantes y sectarios que no ven más allá de su dogma y tradición extrabíblica. Casi siempre son ellos los que alienan la mente y someten a sus feligreses o miembros de su institución religiosa) Por lo cual san Pablo escribe: “Despiértate tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo”. (Efesios 5: 14)
Cuando morimos espiritualmente allá en el Edén, nuestra comunión con Dios se cortó, perdimos la frecuencia divina en el dial de nuestro espíritu, y la dirección y soberanía del espíritu sobre el alma murió. (Efesios 2: 1) En esa muerte, intensa oscuridad y encierro, el espíritu humano fue sometido por las emociones, sentimientos y bajas pasiones del alma y el cuerpo. (Efesios 2: 3; Colosenses 3: 5) La sique (gr. psuque) quedó afectada. Creo que desde ese momento surgieron genes de neurosis, esquizofrenia, paranoia, sicosis y todo tipo de trastorno de personalidad. Aunque la mayoría no padezcamos inestabilidad mental, en todos hay rasgos neuróticos, esquizofrénicos, paranoicos, narcisistas, sicóticos, limítrofes que pueden detonar conforme a la historia infantil de cada uno y de cómo encauzamos cada afección emocional.
Pues bien, ¿qué significa que el espíritu sea doblegado por emociones y sentimientos? Considero que esto habla de que desde ese fatídico día de la Caída muchas emociones y sentimientos dominan al humano. Fíjate cuánto cuesta no apegarnos a las personas, a una relación sentimental, a los hijos; a cosas materiales. Amar es una cosa. Vivir adherido o ser dependiente emocional, es otra. Me gusta lo que escribe Walter Riso en ¿Amar o depender? (Grupo Editorial Norma, Colombia: 1999): “Te amo, pero puedo prescindir de ti”. (En La excelencia del amor y otros ensayos... hablo de ello)
¿Qué quiere decir que al morir el espíritu surgieron enfermedades mentales? Como señalara arriba, mi teoría es que gran parte (si no todas) de las enfermedades sicológicas tiene su génesis en la caída de Adán y Eva. En otras palabras, son genéticas. La familia humana las heredó de sus primeros padres. De hecho, el temperamento es uno de los legados genéticos de padres y abuelos.
Las bajas pasiones del alma y el cuerpo -catalogadas por la Biblia como “obras de la carne”- como el adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, explosiones de ira, contiendas, divisiones, sectarismos, rencor, odio, amargura, resentimiento, envidia, codicia, avaricia, lujuria, concupiscencia, etc., nos controlan muchas veces.
En general, nuestra mayor lucha es con el sexo y la emoción ira. (Muchísimos no luchan porque se han rendido a él o no pueden someterlo) En el capítulo 8 veremos que la ira descontrolada es madre de la mayor parte de crímenes y guerras. El sexo -mayor placer experimentado por el ser humano- se ha constituido en el peor tirano de la especie. La bendición de Dios se ha trastocado en maldición por no saber el humano encauzarlo, controlarlo, transmutarlo. Yo resumo el control que tengo sobre mi sexo con estas palabras: dime cómo es tu sexo y te diré quién eres. (Tema ahondado en Sexo: autocontrol o caos)
Al morir en su espíritu, el humano perdió la razón espiritual o sobrenatural para vivir y surgió el agobiante vacío existencial que aún en el siglo XXI nos ocupa y preocupa. En pocas palabras, el alma y el cuerpo ahogaron al espíritu. Hasta que no liberemos al espíritu de la cárcel del alma y el cuerpo no se manifestará en nosotros lo que la Biblia llama “fruto del Espíritu [Santo]”, que consiste en amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, dominio propio”. (Gálatas 5: 22, 23) ¿Sabes por qué hay tan poco o nada de esto en nosotros? Por lo menos, dos son las razones: 1) Estamos muertos espiritualmente. 2) Si hemos nacido de nuevo por acción del Espíritu de Jesús, no hemos aprendido a ser guiados por el Espíritu de Dios.
Cuentan que Diógenes andaba con una lámpara encendida a pleno día buscando a un hombre que se comportara, según él, como ser humano. Como contraste a Diógenes, muchos andan a oscuras, con la lámpara (espíritu) apagada y buscando naderías.
La palabra espíritu aparecida en el Nuevo Testamento procede del término griego koiné pneuma que “denota en primer lugar el viento (relacionado con pneo, respirar, soplar; también aliento) [...]”. (5) De pneuma vienen también los vocablos neumático (gr. pneumatikos = espiritual), neumología y neumólogo, que son la ciencia y el profesional encargados de estudiar las enfermedades de los pulmones o de las vías respiratorias.
El aliento o soplo de vida de Dios llenó los “neumáticos” o pulmones de Adán y Eva y los nuestros y vinimos a ser seres vivientes. Morimos si falta ese soplo divino de vida. Igual perecemos si el oxígeno no llega a los pulmones, cerebro, células, sangre, corazón, órganos.
Al caer en pecado, nuestro espíritu (pneuma; componente espiritual = pneumatikos) o neumático (pulmones) quedó sin aire. La lámpara se apagó, escribe Salomón. (Proverbios 20: 27) Se cree que al morir perdemos 21 gramos. Aunque hay dudas sobre el experimento realizado por Duncan MacDougall a inicios del siglo pasado, existen sobradas razones para creer en la realidad inmaterial del espíritu. (El incrédulo dirá que en caso de que el muerto pese menos es porque los pulmones no tienen aire dentro... Suena lógica la contestación, mas creo que pesaría menos por la ausencia del hálito de vida, el espíritu [“aire” que Dios nos dio], que ha salido de la persona)
Nuestro espíritu tiene procedencia directa de Dios. No así el alma, que se formó al contacto del espíritu (pneuma) con el cuerpo (soma). El cuerpo (carne) fue tomado del polvo de la tierra. En hebreo, la palabra para espíritu es rüaj, que significa aliento, hálito, aire, viento, brisa. Alma es nepesh, y su significado es ser, vida, persona. (¿Podemos ver las diferencias entre espíritu y alma? El espíritu es vida o energía del alma y la carne. El alma es la personalidad o individualidad del humano) Carne (cuerpo) es basar.
Al morir el alma (psuque), la voluntad, el intelecto, las emociones y sentimientos del ser humano se atrofiaron de tal manera que la voluntad quedó tan pasiva que lo más insignificante nos somete y esclaviza. “No comprendo mi proceder; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso es lo que hago”. (Romanos 6: 15) Por años se ha creído equivocadamente que el coeficiente intelectual que usamos casi todos es solo del diez por ciento; aunque sea falsa la creencia, Adán era mucho más inteligente que el común de los seres humanos y era capaz de poner nombres a los animales y luego recordarlos todos. (Génesis 2: 19) ¿Qué te parece?
Las emociones y sentimientos se dispararon de manera tal que es inusual no encontrar a una persona que no sea impelida por ellas de una u otra forma. “Ustedes aún son carnales; pues habiendo entre ustedes celos, contiendas y disensiones, ¿no son carnales y andan conforme a la corriente de este mundo? (1ra Corintios 3: 3) El yo, primero, y el ego, después, se erigieron en tiranos de la especie humana. “Veo otra ley en mis miembros, que hace guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. (Romanos 6: 23)
Freud habla de pulsiones de muerte que se dirigen primero al interior de una persona (masoquismo) y tienden a la autodestrucción (suicidio, autoflagelación, entre otros); y en segundo término se dirigen hacia el exterior (sadismo), revelándose en forma de pulsión agresiva o destructiva: odio, rencor, etc. A mi parecer, la tesis de Freud tiene sentido ya que la Biblia enseña que vivimos en un “cuerpo de muerte” (Romanos 7: 24) sujeto al pecado, dolor, sufrimiento y muerte. (Romanos 7: 14) El libre albedrío lo perdimos sobre el poder del pecado. En tanto, estamos muy condicionados por el temperamento, los mensajes o mandatos parentales dados en la niñez, al carácter y medio ambiente. Sobre el libre albedrío volvemos en el capítulo 10.
En cuanto al intelecto (ego), el hombre y la mujer de la Época Medieval lo aceptaban y creían prácticamente todo sin “examinarlo y retener lo bueno”, diría san Pablo; y desde la época moderna hasta el posmodernismo de hoy nos hemos ido al otro extremo de creer que nos las sabemos de todas, todas. Hemos colocado el intelecto (la razón; no pocas veces la sinrazón) en lugar de Dios. Sacamos a Dios de nuestras vidas, del gobierno, de la familia y de la nación. Creyendo ser sabios, nos hemos hecho necios. En una palabra, estamos polarizados. No se trata de ser fanáticos religiosos, pero tampoco fanáticos racionalistas ni cientificistas.
Antes de seguir, notemos algunas paradojas e ironías de la vida: Después de la Caída, se pervirtió el culto al Único Dios verdadero, y muchos pueblos consideraban dioses a los astros y la naturaleza; desde los tiempos del Renacimiento hasta nuestros días, muchos librepensadores y seudocientíficos creen que la naturaleza es una diosa y nuestra “madre”, pues le atribuyen a ella y la materia cualidades y poderes sobrenaturales capaces de crear el universo y la vida inteligente. En pocas palabras, se ha retornado al pensamiento fantasioso del hombre medieval. Pero, ahora tal creencia tiene un cariz “científico”. De ahí que muchos que se consideran hombres de ciencia y más inteligentes que el sujeto promedio abracen con tanto fervor religioso todo planteamiento que les suene a ciencia, mas repudian a priori cualquier alusión a Dios y las religiones convencionales. Más aún, no olvidemos que en universidades y laboratorios se afirma dogmática y paradigmáticamente que todo camino que conduzca a Dios y lo sobrenatural no es científico. Pues bien, esos mismos “científicos” atribuyen poderes especiales a la naturaleza y la materia. Simple y llanamente, le “quitan” el poder al Dios de la Biblia y lo transfieren a la naturaleza y la materia, cambiándole el nombre a su religión, mas las divinidades son las mismas del hombre de la antigüedad: naturaleza y materia. ¿Qué te parece? Bien lo dice Salomón, “no hay nada nuevo debajo del Sol”. (Eclesiastés 1: 9)
Más, desde la antigüedad, el hombre ha estado inventado falsos dioses para dominar al hombre, basándose muchas veces en el miedo. (En esto concuerdo con algunos pensadores escépticos, agnósticos y ateos) No obstante, desde la modernidad hasta el posmodernismo, el hombre está creando dioses “científicos”, llámese ciencia o tecnología, para seguir controlando a la humanidad, apoyándose en la vanidad y el consumismo. Pregunto: ¿Quién de los dos bandos tiene autoridad ético-moral para cuestionar y condenar al otro? Pienso que ninguno. Como dice Jesús: “¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano”. (San Mateo 7: 5)
Parafraseando al matemático francés Henri Poincarè (1854-1912), diríamos, sobre tal trueque ideológico-religioso, que, para interpretar el universo, el hombre moderno recurre a la causa y efecto como el hombre primitivo invocaba a los dioses. Lo hace no porque tal método sea más apegado a la verdad, sino porque le conviene más.
Pues bien, el cuerpo se ha constituido en recipiente de enfermedades congénitas y otras que manaron desde ese fatídico Día en que fallamos en el Paraíso. Además, este estuche (cuerpo) se desgasta con el paso del tiempo y las energías se agotan y aparecen los comunes achaques de salud, hasta no quedar en él ningún hálito (hebreo hebel) de vida y morir. Esa es, en breves palabras, la condición integral del ser humano desde la Caída de Adán y Eva. ¿Hay otra explicación que satisfaga de veras nuestro intelecto y sed de conocer la verdad? No ignoro que existen teorías que intentan explicar la razón de la extinción de la vida física. Perfecto, pero, ¿qué origina toda esa degradación, degeneración, corrupción y muerte de sangre, células, órganos, tejidos, músculos, etc.?
Si queremos una definición natural, el Nuevo Manual Merck de Medicina General nos la proporciona al afirmar:

La vida es un proceso de cambio gradual espontáneo, como resultado de la madurez y el transcurso de la infancia, la pubertad y la juventud. Por tanto, es el resultado del deterioro en la edad madura y avanzada de numerosas funciones corporales. El envejecimiento es un proceso continuo que empieza con el nacimiento y prosigue durante todas las etapas de la vida. Ello implica tanto el componente positivo del desarrollo como el negativo de la decadencia”. (6)

Esa acepción habla de lo que ocurre en el ser humano al pasar por las diferentes etapas de la vida, hasta envejecer y morir. Pero, no dice qué provoca todo esos cambios o deterioro físico. La Biblia sí revela qué lo origina.
Si nos interesa el punto de vista de la teología cristiana, la Biblia de manera taxativa señala que la muerte es el legado pecaminoso de Adán. En otras palabras, el pecado es el responsable de que envejezcamos y muramos. “Así como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre [Adán], y por medio del pecado la muerte, así también la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron [en Adán]”. (Romanos 5: 12)
Ahora bien, ¿qué es pecado? La palabra pecado -jamartema en el griego bíblico- denota un acto de desobediencia a la ley (voluntad) revelada de Dios. Tanto la posición natural como la teológica son ciertas e importantes en sus respectivos campos de estudio; y se complementan puesto que el humano es tridimensional al contar con espíritu, alma y cuerpo. La primera concepción habla de la plenitud de la vida corporal y su constante apagamiento con el transcurrir de los años. La segunda, de la extinción de la vida a partir del espíritu por causa de su implacable verdugo: el pecado.
El Libro de Dios para nosotros revela que luego de la Caída el Señor dijo a Eva: “Tus embarazos serán penosos y darás a luz los hijos con grandes dolores y sufrimientos”. A Adán expresó: “maldita será la tierra por tu causa [la Tierra sometida a vanidad y corrupción]; y con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá... Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”. (Génesis 3: 16-19) Aquí por primera vez se habla de dolor y sufrimiento, y de la muerte como último estadio de la vida en la Tierra. Todo por causa de la desobediencia. Pero en Apocalipsis se nos dice que al final de todas las cosas habrá “un cielo nuevo y una Tierra nueva; porque el primer cielo y la primera Tierra desaparecieron, y el mar ya no existía más”. Y los que creyeron y aceptaron a Jesús estarán con Dios, “y Dios mismo estará con ellos [como su Dios]. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. (Apocalipsis 21: 1, 4) Al final de los tiempos, el dolor, sufrimiento, maldad y muerte desaparecerán porque Dios acabará con ellos.
Debo señalar que Génesis 3: 16, donde se dice: “[Eva] multiplicaré en gran manera tus dolores [...]”, se nos presenta como si Dios se ensañara al aumentar el dolor a la mujer en sus embarazos. No obstante, sostengo que Dios no disfruta el dolor nuestro. Esa traducción está en pugna con el espíritu de la Biblia de que Dios no inflige daño al ser humano. Por consiguiente, pienso que la dificultad está en la interpretación que podamos dar de lo que Dios expresó, no en la Biblia. Además, una de las normas de la hermenéutica (vistas en el capítulo 2) asegura que cada pasaje tiene sus limitaciones. Esto es, no debemos hacer doctrina de un solo versículo. Las doctrinas deben estar apoyadas en otros pasajes que tratan el mismo tema.
En mi opinión, lo que expresa Génesis 3: 16 es la misma idea de san Pablo allá en Romanos 1: 28 cuando escribe: “Y como ellos [hombres y mujeres en depravaciones sexuales] no tuvieron a bien reconocer a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas impropias”. Dios no “entrega” al humano al mal o el dolor (en el caso de Eva) si la persona antes no se ha entregado o dedicado a hacer el mal. Al pecar, Eva se entregó al dolor; y, al entregarse, Dios la entregó (la dejó) al (en) dolor. Al multiplicarse la maldad en la Tierra y ver que los “designios de los pensamientos del corazón de los hombres era de continuo solamente el mal”, Dios dijo: “‘No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne’”. (Génesis 6: 5, 3) Parafraseemos eso: “No pelearé con la persona que no quiera saber de mí y se entrega a sus bajas pasiones. Le dejaré que se hunda en su maldad”.
Algo más, otra norma para una exégesis correcta señala que entre pasajes claros y otros oscuros debemos optar por los claros para interpretar los oscuros. Y, a mi parecer, Génesis 3: 16 es un texto oscuro en lo primero que afirma: “Multiplicaré en gran manera tus dolores”. Igual pasa con otros versículos, pasajes y salmos que sugieren que Dios hace daño al ser humano. Dios disciplina pero no destruye la máxima obra de sus manos. El humano mismo se destruye. En efecto, el infierno -revela la Biblia- no fue hecho para nosotros, sino para el diablo y sus ángeles. Empero, muchos pasarán allí la eternidad por propia decisión, no porque Dios les condene a habitar en tan horrible lugar.
Después del surgimiento del dolor registrado en Génesis 3: 16-19, Dios expresó: “He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Echó, pues, fuera al hombre [y su mujer], y puso al oriente del huerto de Edén [actual Irak] querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”. (Génesis 3: 22-24) ¿Con quién habla Dios aquí al decir “el hombre es como uno de nosotros”? Pienso que habla con el Hijo y el Espíritu Santo, las otras dos Personas de la Trinidad. En última instancia, pudo haber hablado con los ángeles de mayor jerarquía. ¿Puedes imaginarte a toda la humanidad viva desde los tiempos de Adán hasta ahora, sumidos en dolor y sufrimiento? Sería un verdadero caos y terrible prueba convivir en semejante situación. Es inimaginable. Además, no habría planeta para tanta gente. Ojo, no insinúo que era menester caer en pecado y morir, pues ese nunca fue el plan divino.
Conforme a la teología cristiana, Génesis 3:15 es la piedra angular sobre la cual se edificaría todo el Plan de salvación de la raza humana, pues es allí donde se revela por primera vez que vendrá Alguien a interceder a favor nuestro, y nos libertaría de bajas pasiones y nos impartiría una nueva esperanza. Y ese Salvador, según la Biblia, y la experiencia transformadora de millones de personas a lo largo de estos XXI siglos, es Jesucristo, el Hijo de Dios, Dios encarnado. Emanuel, Dios con nosotros.
Observamos que el ser humano arruinó el orden de lo creado por Dios, por no creer la advertencia divina; y, peor aun, se sublevó contra la autoridad de Dios. Prefirió hacer caso a las mentiras del diablo. Por la desobediencia de nuestros primeros padres y la maldad existente en los corazones, los niños sufren (¡escándalo mayúsculo es que algunos encargados de orientar y guiar a los pequeños a Dios sean sus abusadores sexuales! Bien lo dice Jesús, “[...] Al que haga tropezar a algunos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino de asno, y que le hundieran en el fondo del mar”. [San Mateo 18: 6]) Por su caída, hay enfermedades, violencia, crímenes, guerras, violaciones, robos, corrupción, pobreza, miseria, inequidad, injusticia, iniquidad, maldades, terremotos, inundaciones, inmoralidades de todo tipo, libertinaje, caos, y un sinsentido en la vida. Dios no es culpable de que haya tanta impiedad, desorden en el mundo y caos en las emociones, sentimientos y mente de la raza humana. La especie humana es la única responsable; tuvo que elegir y eligió mal. Dios todo lo hizo bien. No se equivocó en nada. Si se equivocara no fuera Dios.
El Libro más leído, amado y atacado del mundo registra momentos en que Dios en su dolor y afán por arreglar lo que el humano había arruinado hizo desaparecer de la Tierra a casi toda la raza humana con el diluvio universal (Génesis 6: 13, 14), y prendió fuego a ciudades enteras como Sodoma, Gomorra y otras más (Génesis 19: 13), pero al final se dice a Sí mismo: “No volveré más a maldecir la Tierra por causa del hombre; porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud; ni volveré a destruir todo ser viviente, como he hecho”. (Génesis 8:21) Más, Dios se propuso no contender con el humano, pues su corazón es malo desde antes de nacer, por el pecado original de Adán. (Salmos 51: 5) Y estableció que los días que podía vivir el hombre serían 120 años. (Génesis 6: 3) El caso del haitiano residente en Cuba, que en junio de 2006 cumplió 126 años y murió en octubre de ese mismo año, es una rareza. Moisés en el Salmo 90: 10 afirma: “Los años de nuestra vida son setenta años; y, en los más robustos, hasta ochenta años [...]”. A pesar de que la vida del ser humano se volvió a alargar por los avances de la medicina convencional, hoy es inusual que alguien llegue a los noventa años a pesar de tales avances.
La Biblia también revela que los actuales cielos, los sistemas planetarios y la Tierra serán renovados, desarraigando de ellos todo vestigio de pecado, “porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la revelación de los hijos de Dios” cuando Jesús venga a poner orden y a reinar. (Romanos 8:19)
Cuando el hermano mayor de mis hijos tenía unos diez años, me preguntó: “¿quién creó a Dios?”. Mi respuesta de ayer y hoy es que nadie creó a Dios, pues si alguien lo hubiese creado, no fuera Dios, sino un dios. Un ídolo creado por la imaginación y manos del hombre. El ser humano no creó a Dios, como creen algunos en su narcisismo. Dios nos creó a nosotros. Dios tampoco “nació mujer” ni tuvo principio. Si tuviese principio, no fuera Dios, sino un ídolo inventado por nosotros. Por no ser materia, la existencia de Dios no depende de fuerzas e intervención externas como la nuestra. Dios no está confinado a una media dimensión del tiempo como lo estamos nosotros. (Algunos adultos de casi cien años y otros considerados “genios” hacen igual pregunta sin percatarse del carácter infantil de tal interrogante)
La naturaleza humana de Jesús tuvo principio en el vientre de María, no así su naturaleza divina. (Ni mi incapacidad de entender ni mi incredulidad hace mitológica la doble naturaleza de Jesús. Tampoco mi credulidad matrimonia al resucitado Cristo histórico con María de Magdala) No malinterpretemos el pasaje que revela: “Un Niño nos ha nacido [Jesús, nombre y naturaleza humanos], un Hijo nos es dado [Cristo, Ungido, Mesías, el Dios Hombre prometido y eterno] y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre: Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno [no tiene principio ni fin] Príncipe de paz”. (Isaías 9: 6) (Temo que no pocos ateos al decirles tú “Dios te bendiga”. Respondan: “gracias”. Como quien dice: “si existe Dios, quiero que me bendiga y proteja”. No olvidemos que por el espíritu que nos es común creemos en Dios, pero algunos no quieren creer y enajenan su mente para creer que no creen)
María fue el instrumento y recipiente humano sobre el cual posó el Espíritu Santo y reposó el bebé Jesús nueve meses. No me preguntes cómo hizo el Padre para sustentar a su Hijo en el vientre de María sin que la naturaleza adámica de ella contaminara la naturaleza divina de Cristo porque no lo sé. (Nadie lo sabe, aunque por ahí hay un dogma sin asidero bíblico que pretende explicar tal misterio) Lejos está la ciencia convencional, la ciencia teológica y el conocimiento humano de saberlo, entenderlo y explicarlo todo. Pero si el ser humano es capaz de producir niños in vitro y bebés probeta, colocar óvulos fecundados en una madre sustituta, clonar animales; y, tal vez algún día, personas (por ahora, Dios es el único clonador de gentes, pues desde los inicios de la raza humana ha habido nacimientos múltiples). ¿Por qué no creer que Dios puede lograr que una virgen conciba sin intervención humana? Dios no está limitado por leyes naturales como estamos nosotros. Si así fuera, ¿qué clase de Dios es ese?
Y como los hechos del Evangelio no pueden repetirse en un laboratorio ni meterse en un tubo de ensayo -como cualquier hecho del pasado incluida la cacareada y mitológica teoría de la evolución- y nadie puede explicar a Dios por infinito y porque nuestras mentes son finitas, algunos lo niegan o aseguran dogmáticamente que tales hechos carecen de veracidad y valor científico. (El ateísmo y otras creencias irracionales y pesimistas enferman el espíritu y afectan el ser) Dado que es imposible explicar y entender cómo una civilización tan antigua pudo construir pirámides tan perfectas en Egipto, concluyo que las edificaron extraterrestres. ¡Qué cómodo es escamotear lo que no entiendo o no encaja en mi ciencia!
(Unas palabras a los que creen que la figura de Dios hecho Hombre -Jesucristo- y las enseñanzas del cristianismo bíblico han sido tomadas de creencias ya existentes en Sumeria [sur de Mesopotamia] y Egipto y de la mitología griega: Las creencias sumerias y egipcias surgieron del deseo innato del humano de inmortalidad y de creer en un Ser superior. Por otra parte, relatos semejantes, como resurrecciones, de la mitología helénica no se atribuían a sujetos de carne y hueso, sino a personajes ficticios y mitológicos. Ello no sucede en el cristianismo, donde todos los hechos históricos se atribuyen al Señor Jesús, un ser real que vivió en tiempo y espacio reales; además, la mayor parte de escritores del Nuevo Testamento conocieron a Jesús personalmente. En el capítulo 11 profundizamos en el carácter de Jesús. En el 12 observamos Su resurrección corporal, un hecho histórico real contado por testigos oculares de carne y hueso y reconfirmado por millones de seres nacidos de nuevo al tener un encuentro con el resucitado Cristo histórico. Ya manifestamos que el cristianismo es una religión cimentada en hechos históricos reales y empíricos cuantificables, demostrables y repetibles, no en mitos, leyendas ni supersticiones. El problema no está en los hechos ocurridos en tiempo y lugar reales, que están disponibles al que los quiera investigar, sino en el fanático racionalista y cientificista que los rechaza a priori porque parte de la falacia de que vivimos en un sistema cerrado que no admite hechos sobrenaturales. El incrédulo filosofa, pero no investiga a conciencia u honestidad intelectual. Hemos observado que el escéptico que se atreve a investigar con honestidad intelectual confirma personalmente que la Biblia tiene razón en lo que afirma)

Original malo produce
copias malas

He oído frases como esta: “¿Por qué debo yo pagar lo que otra persona hizo?”. Si piensas así, permíteme manifestarte que si tú o yo hubiésemos estado en el lugar de Adán, no habríamos hecho mejor las cosas. Adán era el mejor representante de los seres humanos, y por desgracia falló. Asimismo, “Dios encerró [incluyó] a todos [los seres humanos] en [la] desobediencia [de Adán], para tener misericordia de todos [cuando Jesús murió y resucitó]”. (Romanos 11:32) Si mi padre hubiese muerto antes de procrearme, yo no existiría. La suerte de Adán era la nuestra, como la suerte de mi padre era la mía.
No olvidemos que “[...] Adán fue la cabeza de la raza humana” así como en un país “[...] el presidente es la cabeza del Gobierno. Cuando el presidente [democrático] desempeña las funciones de su oficio, es realmente el pueblo que actúa por medio de él. Cuando toma una decisión [equivocada o no], ese acto vale por la decisión del pueblo entero”. “Adán tiene la posición de cabeza... de la raza humana. Cuando fracasó, cuando sucumbió a la tentación y cayó, las generaciones no nacidas aún cayeron juntamente con él...”. (7) “Así como por la desobediencia de un hombre [Adán] los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de un hombre [Jesús] los muchos serán constituidos justos”. (Romanos 5: 19)
(Ojo, a lo largo del libro hallaremos que no todo es malas noticias como suelen transmitir medios y periodistas porque el mundo va de mal en peor y por fijación que tienen medios y comunicadores en lo malo. Pues bien, cierto es que Adán cayó y sobre la humanidad ha venido sufrimiento, dolor, enfermedad y muerte. Sin embargo, hay buenas nuevas. Al morir y resucitar Jesús, nos ha hecho justos y sin pecado a los que creemos y aceptamos Su magnífica Obra en el madero. Lamentablemente, debo expresarlo, mientras lo primero [transferencia pecaminosa de Adán] es automática. La salvación y justificación en Cristo Jesús deben ser creídas y aceptadas para empezar a disfrutarlas terrenalmente y ver su cumplimiento total en el futuro celestial. Con todo, en el capítulo 11 hemos de observar que si Jesús no hubiese muerto ni resucitado nadie que haya rechazado a Cristo o no haya oído el Evangelio pudiera ser librado gracias a religión, filosofía, creencia o ética alguna. La venida de Cristo Jesús hizo posible esa gracia divina. ¿Hay alguien que aún dude del inmensurable amor de Dios? Pablo lo dice de esta manera: “[...] Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió [y resucitó] por nosotros”. [Romanos 5: 8])
¿Cómo crees tú que saldrán las copias si el original está dañado? Adán es nuestro original, nosotros somos sus copias. Hay quienes afirman que el humano se ha superado a sí mismo. Es verdad el logro de muchísimos avances en ciencia y tecnología y que hoy estudiamos y ostentamos más títulos académicos que nuestros abuelos y bisabuelos. Pero en valores familiares, moral y principios eternos como los bíblicos y en nuestro ser interior (espíritu, alma y cuerpo) hemos retrocedido. Vamos cuesta abajo como dice el tango de Gardel.
Heidegger (1889-1976) lo expresó de esta manera: “Ninguna época ha sabido tantas y tan diversas cosas del hombre como la nuestra. Pero en verdad, nunca se ha sabido menos qué es el hombre”. ¿Qué te parece?
Quien vea al mundo en el caos, desastre y crisis de valores existentes hoy y diga que estamos avanzando, no sabe de lo que habla o miente deliberadamente. Los medios de comunicación social a diario nos informan sobre la deplorable condición neurótica e insana de nuestra civilización. Mas no todas son malas noticias. El Evangelio del resucitado Cristo histórico tiene buenas nuevas para ti y para mí. De manera que no creas las malas noticias e informaciones de los profetas y escritores de mal agüero que se la pasan vomitando contra Dios y las creencias en Él. Claro que hay cosas que toca superar y corregir, pero más es lo bueno que lo malo, querido lector. Por lo menos puedo hablar de la cristiandad cuyo objetivo fundamental es Jesús y el Evangelio bíblico es su estilo de vida.






























(1) W. E. Vine. Diccionario Expositivo del Antiguo y del Nuevo Testamento Exhaustivo, p. 240. Editorial Caribe, Colombia, 1999.
(2) Helgue Berntsson. Creemos en María, p. 25. Cristo para todas la Naciones, Inc., Estados Unidos, 1974.
(3) Narcisismo o la negación de nuestro verdadero ser, pp. 36, 37. Editorial Pax México, 1987.
(4) Ibíd., pp. 36, 37.
(5) Op. Cit., Vine. Diccionario expositivo del Antiguo..., p. 348.
(6) Nuevo Manual Merck de Medicina General, p. 18. Editorial Océano, España, 2007.
(7) Billy Graham. Paz con Dios, pp. 59, 60. Casa Bautista de Publicaciones, Estados Unidos, 1979.




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