lunes, 2 de marzo de 2009

El origen del sufrimiento: cómo trascender el dolor para vivir en plenitud y no fracasar en el intento (Tercera Parte)

7
Consecuencias de la caída de nuestros primeros padres


“Así como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y a través del pecado la muerte, así también la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”.
–San Pablo-








Comunicación rota

Además de las consecuencias en su espíritu, alma y cuerpo, la especie humana perdió la comunicación directa -sin intermediarios- que tenía Adán con Dios. Se perdió y no se ha recuperado a pesar de la venida de Jesús, pues aún hoy para comunicarnos con Dios debemos ir primero al Hijo, que es el único y verdadero Mediador entre Dios y los hombres, según revela la Biblia (1ra Timoteo 2: 5; San Juan 14: 6) La Biblia enseña que para atendernos, como atiende un padre amoroso y justo a su hijo, Dios nos ve a través del sacrificio de Su Hijo Jesucristo, y nos toca orar y pedir en el Nombre de Jesús. (San Juan 14: 13) Eso es bellísimo y más. Pero, antes, Dios hablaba con Adán como dos amigos reunidos para conversar. Es cierto que la Biblia no afirma que Adán viera a Dios, aunque por ser perfecto no me extrañaría que lo viera. La Biblia asevera que Adán oía la voz de Dios. Hoy no es así. Que sepa, nadie oye la voz audible de Dios como la oía Adán. (Insisto, la Biblia enseña que Dios hoy habla al espíritu del cristiano, no al corazón) No pongo en duda que alguien la haya oído una vez en su vida. Mas, ¿todos los días como Adán? La Biblia registra que Dios platicaba “cara a cara” con Moisés, es decir, directamente, y a Abraham lo llama “amigo de Dios”, pero ya no es como en los días de Adán. La comunicación de Dios con Adán era cotidiana y sin mediadores ni interferencias o “ruidos en el canal”, como enseñan en comunicación social. Con la Caída el privilegio de comunicación directa se rompió.
Después de la Caída y antes de la venida de Jesucristo, el ser humano para agradar a Dios debía ofrecer un cordero perfecto o un palomino, si el penitente era muy pobre. Y se comunicaba con Dios a través del sumo sacerdote judío. Solo una vez al año. Ahora, en la Dispensación de la Gracia, no tengo que ofrecer sacrificio alguno, pues ya el Señor Jesús se ofreció a sí mismo como el Cordero de Dios que quita mi pecado; y accedo al Padre por medio de su Hijo Jesucristo, sin mediador humano o angelical de ningún tipo. (1ra San Juan 2: 1; Hebreos 4: 14-16) Insisto, para comunicarme hoy con el Creador debo hacerlo necesariamente por medio de Su Hijo Jesucristo. Aquí no se aplica el dicho: “todos los caminos conducen a Roma”. Porque Jesús es el único Camino al Padre. (San Juan 14: 6) De igual manera, Jesús es el único sacrificio acepto delante del Padre. (Hebreos 9: 11-14)
Hagamos un alto: Aunque los enemigos de Israel, los escépticos, agnósticos y ateos lo rechacen, el pueblo israelita es la única nación a quien Dios ha revelado directamente una religión en dos etapas: Antiguo y Nuevo Testamento. Primero, por medio de Moisés. Segunda, a través del Señor Jesucristo. Pero, san Pablo -hebreo de hebreos- escribe que al rechazar ellos a Jesús los cristianos gentiles hemos sido injertados en las ramas del pueblo judío para salvación mediante la fe en el resucitado Cristo histórico que es judío, “porque la salvación viene de [a través de] los judíos”. (Romanos 11: 11-24; San Juan 4: 22; Romanos 3: 1, 2; 9: 4, 5; Isaías 2: 3) Por ello es imposible que un verdadero cristiano -nacido de nuevo por el Espíritu de Jesús- sea antisemita. Obvio, hay conductas reprochables de los comerciantes y empresarios judíos, pero ello no es razón para ser antisemita. Si ser deshonesto es motivo para llenarse de amargura y odiar, viviremos amargados y resentidos con media humanidad porque la mayor parte de comerciantes, empresarios y profesionales son plateros. Sigamos.
(En cuanto al punto de la mediación del Señor Jesucristo ante Dios surgen preguntas interesantes que toca responder: a) ¿Qué será de aquellos que aún no han oído hablar de Jesús? ¿Se perderán?; b) ¿Por qué Jesús es el único camino a Dios si “hay otras religiones que también hablan de Dios y de una relación con Él”?; c) ¿Por qué tuvo que morir Jesús de manera tan ignominiosa?; ch) ¿Deben tomarse en serio obras que hablan de Jesús ligado sentimentalmente con María de Magdala y con hijos o una hija? Estas inquietudes las responderemos a lo largo del libro)
A pesar de que Dios no quería perder la comunicación con Adán y deseaba impedir que su criatura más perfecta se arruinara en todo sentido, el Omnipotente Dios estaba impotente. ¡Qué paradoja! No podía violar la libre voluntad con la que había dotado a la especie humana. Por tal razón no pudo evitar -aunque fuese lo que más deseara- que Adán y Eva cayeran en pecado. Dios nunca irá contra Su Palabra y lo que ha establecido. Es decir, jamás violará el libre albedrío del ser humano. Tampoco se desdice ni se contradice como nosotros. “Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre, para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no ejecutará?”. “Es imposible que Dios mienta” o viole el libre albedrío nuestro. (Números 23.19; Hebreos 6: 18) Recordemos: Dios no pudo detener a Adán y Eva para que no pecaran, porque era imposible que violara el libre albedrío de nuestros ancestros.
Ya analizamos que en la Caída perdimos la potestad que Dios nos había dado sobre la naturaleza y demás seres vivientes. ¿Acaso no sabemos que terremotos, maremotos, huracanes y otros fenómenos de la naturaleza azotan a veces a la humanidad? ¿Quién no recuerda el maremoto en el sudeste asiático el 26 de diciembre de 2004? Desde la Caída, ni la naturaleza ni los animales, que ahora llamamos salvajes, se someten a nuestro dominio; aunque, si nos paramos sobre el fundamento real de la fe, podremos hacer maravillas. Jesús ha dado autoridad a los creyentes sobre enfermedades, demonios, fenómenos naturales. (Ojo, Dios no está para responder caprichos y necedades. Si nos metemos en la jaula de los leones, nos devorarán) No obstante, viejas y nuevas enfermedades nos someten por no utilizar las herramientas proporcionadas por Jesús. ¿Acaso no dice el Maestro de maestros que cosas mayores que las que Él hizo haríamos los creyentes, porque Él iba al Padre? (San Juan 14: 12) Leonard Ravenhill en Porqué no llega el avivamiento (Editorial Betania) pregunta: “¿Dónde está el Dios de Elías?”. Y responde que el Dios de Elías “ha estado siempre en su trono”. Pero, vuelve y pregunta Ravenhill: “¿Dónde están los Elías de Dios?”. Dios sigue siendo Todopoderoso y hace milagros, los que han cambiado para mal somos nosotros. En este nuevo milenio, el ciudadano o cristiano promedio es incrédulo. Creemos en Dios, pero no le creemos a Dios. (Algunos creyentes de la reencarnación aseguran que Juan el Bautista era Elías reencarnado. Nada más falso. Elías era Elías y Juan el Bautista era Juan. Además, la reencarnación no tiene sostén bíblico)
Hoy solo podemos someter a ciertos animales con un látigo en mano, pero teniendo en cuenta que esa bestia se puede rebelar contra su pretendido amo en cualquier momento.
Por otra parte, la Biblia repetidas veces asegura que “el príncipe de este mundo” es Satanás y él tiene el control de los reinos de este mundo; además, enceguece el entendimiento de muchos a fin de que no les resplandezca el Evangelio de Cristo y se salven. (2da Corintios 4: 4) (Reitero, el ateísmo es una creencia irracional nacida del mismísimo infierno) El diablo no es más fuerte que Dios ni guerrea contra el Creador, pues Satanás en ningún terreno puede vencer a Dios (además, ya Jesús lo venció en la cruz del calvario), sino que hace ‘guerra’ a Dios por medio de su criatura más amada, el humano. Adán y Eva voluntariamente le cedieron al diablo la autoridad que Dios les había concedido sobre la Tierra y toda la creación. ¿Quién más que el diablo puede llevar al ser humano a inventarse modos de pensar y estilos de vida que a leguas se ve que han nacido del mismísimo ‘corazón’ de Lucifer y han hallado terreno fértil en el corazón del escéptico, agnóstico y ateo? ¡Cuidado! Satanás también coloca falsa doctrina en las mentes de gentes religiosas y fanáticas. Pablo llama a dichas enseñanzas “doctrinas de demonios”. (1ra Timoteo 4: 1)
En cierta ocasión, siete hijos de un sacerdote judío llamado Esceva acordaron expulsar un demonio de una persona, “invocando el nombre de Jesús, el que predica Pablo”. El demonio les respondió: “A Jesús conozco, y sé quién es Pablo, pero ¿ustedes quiénes son? Y el hombre endemoniado se lanzó de un salto sobre ellos, y dominándolos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron... desnudos y heridos”. (Hechos 19: 13-16) Los demonios conocen a Jesús y saben quién está bajo la suprema autoridad de Cristo, que a su vez está sometido al Padre. No olvidemos el principio de autoridad: para tener autoridad debo estar bajo autoridad.
Dios sabía muy bien a qué se exponían Adán y Eva si conocían el mal. La muerte era el destino. El infierno sería su morada eterna. Y no solo la muerte física; también la muerte de su espíritu y de su alma. La muerte en todo su ser: espíritu, alma y cuerpo. Por la muerte de su espíritu, el ser humano vive “muerto por sus delitos y pecados” (Efesios 2:1), y de espaldas a Dios. Con un espíritu muerto incapacitado de percibir a Dios, que es Espíritu.
Al vivir de espaldas a Dios se pierde el respeto a la vida y se la desprecia por mucho humanismo, moral o ética que tengamos, afirma Viktor E. Frankl. (¿Será que la mayor parte de gentes pro aborto, eutanasia y destrucción de embriones son creyentes evolucionistas, escépticos, agnósticos y ateos? Puedes poner tu firma que así es; con todo y las flores que se tiran de ser humanistas, éticos y morales. La falta de temor de Dios es al fin y al cabo el despeñadero por el cual suelen caer los incrédulos)
Por la muerte de su alma, el humano vive con vacío existencial y sin sentido para vivir, agravados por padres abandonantes, abusadores, fanáticos religiosos, fanáticos racionalistas, cientificistas, opresores y carentes de afecto natural. El resultado es angustia existencial, desórdenes emocionales y mentales, el apego a relaciones, al sexo, al romance, que nos lleva a fantasear y pretender llenar o sanar nuestro vacío existencial, sentimientos de abandono, soledad y carencias de amor y afecto con personas, bienes materiales, dinero, profesiones, teorías, filosofías, religiones. O, en el peor de los casos, pararemos a una institución siquiátrica.
Frankl afirma que “en general hoy el hombre no está frustrado sexualmente [Freud], sino existencialmente. Hoy sufre menos de un sentimiento de inferioridad [Adler] que del sentimiento de falta de sentido. Y a decir verdad -agrega- ese sentimiento de falta de sentido generalmente va acompañado de un sentimiento de vacío, de un vacío existencial”. (1)
Aunque lo ampliaremos más adelante, permíteme insistir en que a raíz de la caída de Adán y Eva todos los seres humanos nacemos con necesidades y vacíos espirituales y existenciales, conflictos emocionales, sentimentales y sicológicos, y con un cuerpo frágil y propenso a la enfermedad que pueden reventar en crisis o atenuarse un poco, dependiendo del tipo de relación dada con nuestros progenitores, especialmente con mamá, la que por lo general influye más en la vida de un pequeño. Ya lo dijimos, la mayor parte de filosofías, ideologías y pensamientos escépticos, agnósticos, ateos e irreligiosos nacen en el corazón de personas abusadas u oprimidas por padres, tutores o educadores que nunca les demostraron afecto en la niñez ni adolescencia. (También se abusa de un pequeño adoctrinándole con falsa espiritualidad y fanatismo racionalista y cientificismo) Esos chicos crecieron como niños huérfanos de padres vivos y a merced de castigo, regaños y humillaciones de docentes faltos de amor por los niños y jóvenes. También he conocido gentes incrédulas marcadas con odios, rabias, amarguras y resentimientos porque en la niñez o adolescencia perdieron a mamá o a papá.
En el capítulo 10 veremos otra de las consecuencias de la caída de la especie humana en pecado.

Muerte, destino de todos

La muerte es lo más terrible con lo que nos ha tocado convivir desde aquel primer pecado de desobediencia de nuestros primeros padres. Abundantes explicaciones filosóficas más que científicas hay para intentar entender la muerte. Además de los muchos nombres puestos a la muerte a fin de tratar de apaciguar el golpazo que representa esa transición de un estado material a otro inmaterial. A la muerte la llamamos: pelona, fallecer, morir, perecer, patear el balde, cantar el último cuplé, pelar el bollo, estirar la pata, colgar el violín, entregar el alma al Creador, ser llamado por el Señor, etc.
Millones y millones de niños nacen cada día, pero asimismo otros millones de niños y personas mueren de diversas causas. Durante años el humano ha ‘burlado’ la muerte en películas, novelas, series televisivas, y en años más recientes mediante cirugías, operaciones y transplantes. En el antiguo Egipto y otros pueblos la momificación era parte importante de los ritos mortuorios debido a la creencia de que ella aseguraba la inmortalidad del muerto. Uno de los embalsamadores de Lenin expresó hace un tiempo que el cadáver del líder bolchevique puede durar cien años más. Además de lo político o religioso, ¿qué más hay detrás de embalsamar un cadáver? Pienso que la inmortalidad, tal como lo reconociera Miguel de Unamuno (1864-1936), Sartre y un sinnúmero de pensadores es el sueño humano por excelencia. Otros quizá no nos atrevamos a expresarlo en público, mas la buscamos consciente o inconscientemente, tratando de dejar huellas que perduren más allá de nuestros días. Algo muy nuestro que trascienda y nos mantenga “vivos”. Como cristiano, sé que ese vehemente deseo lo ha puesto Dios en cada ser humano.
Óscar Wilde (1854-1900) en El retrato de Dorian Gray (1891) expresa el claro deseo del ser humano por no envejecer y ser inmortal. Mas la realidad es que la naturaleza humana es corruptible. Envejecemos, las energías se agotan y empezamos a perder las capacidades físicas y mentales, hasta morir. Hay quienes -como el Manual Merck- sostienen que el envejecimiento empieza con el nacimiento. Esto es, apenas nacemos empezamos a morir. Corporalmente, eso es cierto. Pero... san Pablo escribe que aunque “el hombre exterior [cuerpo] va decayendo, el interior [espíritu del cristiano], no obstante, se renueva de día en día”. (2da Corintios 4: 16)
Con todo y que la muerte es temida por todos de una u otra manera, morir de muerte natural con locomoción propia, lucidez mental y en avanzada edad es bastante tranquilizador, pero ¿qué hay de esas personas que mueren por causas trágicas, o de los que se apagan lenta y agónicamente debido a una prolongada y terminal enfermedad? Sea como fuese la muerte que tenga que enfrentar una persona, la pregunta es: ¿Por qué morimos? ¿Podemos detener el inexorable paso de la vejez y la muerte? La Biblia revela contundentemente que el ser humano envejece y muere por razón del primer pecado de Adán. San Pablo en 1ra Corintios 15: 56 da una revelación extraordinaria acerca de por qué morimos los seres humanos. Escribe el Apóstol: “El aguijón de la muerte es el pecado”.
Según Pablo, enfermamos, sufrimos, envejecemos y morimos porque el pecado actúa en nosotros como aguijón para que enfermemos, suframos, envejezcamos y muramos. ¡Dios no es el causante de nuestros males! ¡Es el pecado! En esa misma epístola y capítulo, versículo 26, el Apóstol nos dice inspirado (theopneustos) por Dios que “el último enemigo que será destruido es la muerte”. Esto es, cuando hago mía la Obra de Jesús en la cruz del calvario, mi ser entero (espíritu, alma y cuerpo) comienza a ser redimido de todas las maldiciones que acarreó el pecado de Adán y Eva: enfermedades, dolor, sufrimiento, envejecimiento y muerte.

En griego [soteria] y en hebreo [yasha] ‘salvación’ lleva implícita la idea de liberación, seguridad, preservación, sanidad [salud] y de ser seres completos. ‘Salvación’ es la gran palabra global del evangelio, palabra que reúne en sí todas las acciones y los procesos redentores tales como justificación, redención, gracia, propiciación, imputación, perdón, santificación y glorificación [términos que escépticos, agnósticos y ateos no entienden y por ello los rechazan antes de examinar a conciencia sus efectos en la vida del humano. Luego hacen alarde de ser racionales y científicos. No son ni racionales ni científicos; son fanáticos racionalistas y cientificistas]. La salvación tiene tres tiempos: (1) El cristiano fue salvado de la culpa y el castigo del pecado (Lucas 7: 50; 1ra Corintios 1: 18; 2da Corintios 2: 15; Efesios 2: 5, 8; 2da Timoteo 1: 9) y está seguro [en su salvación]. (2) El cristiano está siendo salvado del hábito y dominio del pecado. (Romanos 6: 14; 8: 2; 2da Corintios 3: 18; Gálatas 2: 19, 20; Filipenses 1: 19; 2: 12, 13; 2da Tesalonicenses 2: 13). (3) En el regreso del Señor, el creyente será salvado de todas las debilidades del cuerpo que son resultado del pecado y son maldición de Dios [como resultado de la desobediencia de Adán] sobre el mundo pecador (Romanos 8: 18-23; 1ra Corintios 15: 42-44), y será transformado conforme a [la imagen de] Cristo (Romanos 13: 11; Hebreos 10: 36; 1ra Pedro 1: 15; 1ra Juan 3: 2)”. (2) (Las negritas son mías)

En otras palabras, la salvación del creyente en Cristo Jesús actúa en tres tiempos: pasado, presente y futuro. Y abarca su espíritu, alma y cuerpo. ¿Qué sicoterapia puede lograr tal cobertura? ¡Ninguna! No hay sicólogo ni siquiatra comparable al Señor Jesucristo. Además, el mejor libro de sicología es la bendita Palabra de Dios, la Biblia.
Al pecar (desobedecer) Adán comenzó a envejecer y murió al final de sus días, novecientos treinta años, y esa letal epidemia llamada muerte la transfirió a sus descendientes, pues morimos en nuestro tridimensional ser: espíritu, alma y cuerpo. Después de la muerte corporal no desaparecemos ni vagamos como ánima en pena, buscando en qué cuerpo reencarnar, sino que vamos, unos, al paraíso o presencia de Cristo (Filipenses 1: 21, 23), y, otros, a condenación o infierno. (San Lucas 16: 22-26) No existe ningún lugar intermedio donde vayan las almas. Solo hay paraíso o infierno. La única oportunidad de arrepentimiento para vida eterna es mientras vivamos en el cuerpo. Y el único lugar donde podemos limpiar nuestros pecados es al pie de la cruz del Cristo histórico que murió y resucitó por nosotros. (Romanos 5: 8-11) En vida tengo la bendita oportunidad de venir a Jesús y reconocerlo como mi Señor y Salvador, a fin de reconciliarme con Dios el Padre. (2da Corintios 5: 19, 20) Después de muerto no hay oportunidad alguna. (Hebreos 9: 27; Daniel 12: 2; Apocalipsis 11: 18) Dicen que el infierno está lleno de arrepentidos de no haber hecho caso al tema del infierno. Una vez un siquiatra contrariado por cierto abogado me dijo que en el Cielo no hay abogados. Por lo visto ignora que allí tampoco habrá siquiatras porque todos estaremos sanos.
Aunque la muerte es el gran misterio que a todos reclama, hay una esperanza para la humanidad. Jesús venció a la muerte, y aun cuando todos muramos, no tenemos que morir en la muerte segunda que es la de eterna condenación en el lago de fuego o infierno. (Apocalipsis 20: 6) Vivos aún, podemos decir como escribió san Pablo: “Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en este cuerpo resulta para mí en beneficio de la predicación del Evangelio, no sé entonces qué escoger. Porque de ambos lados me siento apremiado, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en este cuerpo es más necesario por causa de ustedes”. (Filipenses 1: 21-24)
El sufrido y atribulado Job en medio de su dolor preguntó: “Si el hombre muere, ¿volverá a vivir?”. (Job 14: 14) Dios responde que sí porque Jesús es la resurrección y la vida; el que cree en Él, aunque haya muerto vivirá, y el que esté vivo y crea en Él, no morirá eternamente. ( San Juan 11: 25, 26) El común de los humanos piensa que la muerte acaba con todo. ¡Error! La muerte es solo transición de un estado material a otro inmaterial. De lo físico a lo espiritual. De lo tangible a lo intangible. En física nos enseñaron que la materia no se destruye sino que se transforma. Si eso es cierto en la vida natural, ¿por qué no ha de serlo en la vida sobrenatural? No olvidemos que el ser humano es espíritu, alma y cuerpo. El cuerpo “vuelve al polvo de donde procede, y el espíritu vuelve a Dios que lo dio”. (Eclesiastés 12: 7) La Biblia habla de que seremos resucitados “unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua”. Muchos serán reunidos delante del Rey de reyes y Señor de señores para ser separados “como separa el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Vengan, benditos de mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo [...]. Entonces también dirá a los de la izquierda: Apártense de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. (Daniel 12: 2; San Mateo 25: 32-34, 41)
Jesús enseña que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. (San Juan 12: 24) Pues bien, para trascender del estado corruptible al incorruptible es insoslayable pasar de muerte a vida. El grano de trigo o cualquier otra semilla debe morir antes de germinar y dar frutos; si no muere, esa semilla se pudrirá y quedará sin fruto alguno. La Biblia dice que Jesús al resucitar se constituyó en las primicias de los que serán vivificados. (1ra Corintios 15: 22, 23) Jesús es el primero de los que resucitaremos.
A mediados de los setenta tuve la oportunidad de ver una película basada en el libro Más allá del umbral de la muerte (Beyond death’s door) de Maurice Rawlings. En dicha película y en el libro se afirma que ha habido innumerables casos de personas que han muerto clínicamente y han tenido una segunda oportunidad de regresar y estar todavía entre nosotros. Unos en su experiencia encontraron a un Ser lleno de luz al final de un túnel. Otros, fueron al infierno. Ambos grupos vuelven con la firme convicción de que hay vida después de la muerte, pero con experiencias tanto placenteras como desagradables.

Rawlings comparte lo siguiente:

He descubierto que la mayoría de las experiencias malas son prontamente suprimidas y lanzadas a lo profundo del subconsciente del paciente. Estas experiencias malas son tan dolorosas y perturbadoras que son borradas del recuerdo consciente para que sólo se recuerden las experiencias agradables, o que no se recuerde ninguna. Ha habido casos en que el paciente “muere” varias veces: se le detiene el corazón cada vez que se interrumpe el proceso de resucitación; pero vuelve en sí cuando se le reanudan los latidos del corazón. En esos casos, el paciente pudo haber tenido varias experiencias fuera del cuerpo. Sin embargo, por lo general solo recordará los detalles placenteros... Luego de haber interrogado yo a pacientes que personalmente he resucitado, me sorprendía al descubrir que han tenido experiencias malas. Si los pacientes pudieran ser entrevistados inmediatamente, creo que los investigadores descubrirían que las experiencias malas son tan frecuentes como las buenas. Sin embargo, porque no quieren ser identificados por creencias espirituales [o porque “nosotros sí somos ‘hombres de ciencia’”, diría un cientificista y fanático racionalista], temen preguntar a sus pacientes acerca de sus experiencias posteriores a la muerte. (3) (Las negritas son mías)

Raymond A. Moody, hijo, en su conocida obra Vida después de la vida (Life after life); Elisabeth Kübler-Ross en Sobre la muerte y los moribundos (On Death and Dying); Karlis Osis y Erlendur Haraldsson en A la hora de la muerte (At the Hour of Death); entre otros, han estudiado casos de personas muertas clínicamente; y todos coinciden en que sin lugar a dudas hay vida después de la muerte.
Ahora bien, sabido es que la medicina convencional puede explicar en parte el proceso físico de las experiencias de las muertes clínicas o “casi muertes”, revelando que la falta de oxígeno en el cerebro provoca que las células responsables de la visión capten túneles de luz, y la segregación de endorfinas produzcan placenteras sensaciones. Pero, ¿de dónde sale el Ser de luz visto por muchos y los horribles lugares que aseguran ver otros? Ahora bien, favor no invocar a Freud para decir que los sueños (“deseos reprimidos”) de ver a Jesús de algunos pacientes hacen posible su visualización, pues eso no lo creería ni Freud el ateo. Las explicaciones naturalistas que tratan las experiencias transpersonales como productos de procesos neurofisiológicos son incapaces de responder muchas cuestiones que viven quienes experimentan muerte clínica. Tampoco llegará el día de poder explicarlo todo, pues al ser sobrenaturales las muertes clínicas no pueden colocarse en un tubo de ensayo ni bajo el microscopio, mi querido Trueno. (Trueno es el ateo del capítulo 4 que reniega de Dios y no quiere creer en Él, pero sí cree en Dios por lo ya discutido en ese capítulo) Y necio es quien intenta encajonar lo sobrenatural en lo natural.
Un estudio publicado en la revista Resuscitation (febrero, 2001) proveyó evidencia en cuanto a que la conciencia (del alma) continúa después de que el cerebro de una persona deja de funcionar y el paciente es declarado muerto clínicamente. La periodista Sarah Tippit acotó: “La investigación resucita el debate acerca de si hay vida después de la muerte y si existe una cosa tal como el alma humana”. (4)
Los autores del estudio son el médico Sam Parnia y el neurosiquiatra Meter Fenwick, y realizaron su investigación en sesenta y tres (63) víctimas de ataques cardíacos, descontando como factores los efectos de la falta de oxígeno en el cerebro o de las drogas. En otro caso, se descubrió que una mujer al morir clínicamente y salir su dimensión espiritual del cuerpo vio una zapatilla en el techo del hospital. ¿Cómo se explica que haya visto el tenis en aquel lugar? ¿Se lo habrá imaginado? ¡En lo absoluto! Se confirmó que la zapatilla sí estaba en el lugar donde fue visto por esta mujer.
Si el reporte de Parnia y Fenwich no lo hubiese descubierto, y los estudios de Moody, Kübler-Ross et al no lo verificaran, yo como creyente en la Biblia seguiría pensando que después de esta vida hay una vida que nos aguarda. Hemos observado que el Libro revela acerca de dos lugares opcionales como destino del ser humano: cielo o infierno. La muerte no es el fin, sino el inicio de otro estado de vida. Jesús habló repetidas veces del cielo y del infierno. Pero muchos no le han creído y se mofan de algo tan crucial como es nuestro destino eterno después de la muerte corporal. (Más adelante veremos que la realidad del infierno era piedra de tropiezo para Bertrand Russell como lo es hoy para fanáticos racionalistas, cientificistas, gente religiosa y teólogos liberales)
En vista de que hay vida después de la muerte, no comulgo con la eutanasia o “muerte asistida”. Ahora bien, como otros temas controversiales, hay situaciones en la vida en las cuales es probable hallarnos entre la convicción religiosa y la realidad; la eutanasia, debo admitirlo, es uno de ellos. Donde estén mis intereses, emociones y sentimientos involucrados es extremadamente difícil ser objetivo y realista, aun cuando tengas convicciones cristianas.
Debo señalar por lo menos dos puntos en cuanto a la eutanasia: 1) Creo que, en general, las intenciones de quien aplica eutanasia son buenas, mas nadie tiene la potestad de quitarle la vida a otro con o sin su consentimiento. (Aquel que premeditadamente siega la vida a otro debe atenerse a las consecuencias que merece su acción) Tampoco el fin justifica los medios. 2) ¿Qué sé yo si a quien “ayudo” a “no sufrir más” está preparado para el paso más importante de su vida? ¡No sea yo hallado enviando a alguien al infierno! No olvidemos que aunque el infierno sea piedra de tropiezo y de escándalo para los incrédulos es tan real como el Cielo. “Está establecido a los hombres morir una sola vez, y después de esto el juicio”. (Hebreos 9: 27) Ya manifesté que cuando morimos no deambulamos por ahí ni reencarnamos en otro cuerpo ni nada parecido. San Pablo escribe que para el cristiano “estar ausente del cuerpo” es “estar presente al Señor”, porque para los cristianos “el vivir” debe ser Cristo y “el morir, ganancia” (2da Corintios 5: 8; Filipenses 1: 21, 23) (La eutanasia la tratamos en A propósito de eutanasia...)
También el Apóstol habla de un “acto” de premiación a los cristianos por lo que hayamos hecho con el Mensaje de buenas nuevas: si lo compartimos o lo enterramos. Habrá galardones y reconocimientos; pero también la vergüenza de no haber hecho nada a favor del que tuvimos a nuestro alcance y no le hablamos nunca del resucitado Cristo histórico. O si nuestra vida fue piedra de tropiezo para otros. Insisto, este no será juicio de condenación, sino un momento para premios, galardones y reconocimientos. (1ra Corintios 3: 11-15; 9: 1-27) San Pablo revela que habrá quienes se salven así como “a través del fuego” o quien sale huyendo de un edificio en llamas, pues no han hecho nada con el Evangelio que les fue encomendado. (1ra Corintios 3: 15; 9: 27)
En cuanto al que no es cristiano, rechazó el Evangelio o nunca lo oyó, la Biblia en el Antiguo Testamento habla de que todos van al “reino de la muerte” (Job 7: 7-19; Salmos 6: 5; Eclesiastés 9: 10), o lugar donde deben esperar para definir su situación. (De este momento de transición hablo en el capítulo 11) Y los que no salgan bien librados de ahí irán al juicio final ante el gran Trono Blanco del Señor Jesucristo. Todos los que vayan a ese juicio del Trono en cuestión ya se han condenado a sí mismos, pues no olvidemos que Dios no condena a nadie; allí solo se les notificará su situación de condenación eterna. (San Juan 3: 36; Apocalipsis 20: 11-15)
(Hay quienes para intentar justificar la eutanasia acusan a los creyentes de contradecirse al ser partidarios de la pena de muerte. La eutanasia y la pena capital son puntos diferentes. Por lo general, quien mata o permite que maten a un moribundo actúa basado en subjetividad [emociones y sentimientos], aunque haya buenas intenciones. El fin no justifica los medios. Solo Dios sabe si la gravedad de un rico o millonario es aprovechada por los herederos -en conspiración con el médico y/o enfermera- para deshacerse del desahuciado y quedarse con la fortuna. Donde hay dinero y/o bienes de por medio cualquier cosa puede pasar.
Por su lado, la pena de muerte -justamente aplicada- es retribución a graves actos de seres que, casi siempre, tienen embotado el entendimiento, la conciencia cauterizada, padecen aplanamiento emocional y viven desconectados de la realidad; son sicópatas criminales o malhechores incorregibles, asesinos en serie, excluidos de regeneración; soltarlos sería exponer a otros seres inocentes; dejarlos con vida es correr el riesgo de fuga, y alimentarlos es oneroso al Estado. Lo aceptemos o no, hay lacras sociales que nunca se regenerarán. Caso diametralmente opuesto del que sin antecedentes penales ni sicológicos, por accidente, en defensa personal, o un momento de ira o droga en la cabeza y sangre siega la vida a otro. En ninguno de estos ejemplos debe aplicarse la pena de muerte. Cada caso debe ser analizado sin caer en polarizaciones ni prejuicios raciales, sociales ni religiosos. Algo más: ¿qué dirían o cómo reaccionarían los opositores de la pena capital -justamente aplicada- si el asesinado y/o violado fuera su hijo, madre o cónyuge? ¡Qué cómodo es filosofar cuando el problema no nos afecta! Como diría san Pablo, “dichoso el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba [o desaprueba]”. Romanos 14: 22b)
De paso veamos qué enseña la Biblia sobre el suicidio. El Libro de Dios para nosotros revela que la vida la da Dios y es el único con autoridad para quitarla. “Todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía [...]”. (Ezequiel 18: 4) Uno de los mandamientos que Dios nos dio por medio del legislador Moisés afirma: “No matarás”. (Éxodo 20: 13) “No matarás” no solo es aplicable de mi persona hacia otras, sino también de mi persona hacia mí porque yo no me hice a mí mismo. “Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; porque tú [Dios] formaste mis entrañas; tú me tejiste en el vientre de mi madre; me vestiste de piel y carne, y me tejiste con huesos y nervios. Vida y misericordia me concediste, y tu cuidado guardó mi espíritu”. (Salmos 100: 3; 139: 13; Job 10: 11, 12) No me pertenece la vida que tengo. Me la prestó Dios y Él me pedirá cuentas por lo que hice con ella. Estos pasajes bíblicos dan pie a por lo menos dos temas controversiales como el aborto y la experimentación con embriones humanos.
No creo en el aborto que persigue tapar una irresponsabilidad o llenar con dinero ensangrentado los bolsillos del abortista. Sí lo apruebo en casos de deformaciones accidentales o enfermedades congénitas del embrión y/o bebé, cuando el embarazo sea producto de una violación o incesto, o la vida de la mujer corra peligro real. No comparto la destrucción de embriones porque cada embrión es un ser en formación. Ya tiene el soplo de Dios (espíritu) y hay vida en él; es humano aun cuando su cerebro ni su cuerpo se hayan desarrollado. David escribió: “Mi embrión lo veían tus ojos, mis días estabas previstos, escritos todos en tu libro, sin faltar uno. [Dios], tú formaste mis entrañas; Tú me tejiste en el vientre de mi madre. No fueron encubiertos de Ti mis huesos, aun cuando en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra”. (Salmos 139: 16, 13, 15) Job asegura: “Acuérdate que como a barro me diste forma [...]; Me vestiste de piel y carne, y me tejiste con huesos y nervios [cuerpo]. Vida [alma] y misericordia me concediste, y tu cuidado guardó mi espíritu”. (Job 10: 9, 11, 12)
Más claro no canta el gallo: un embrión es un ser humano en desarrollo, y el bebé ya formado posee individualidad, aunque algunos sicólogos digan que no. (No me gusta la palabreja “feto”, del latín fetus = cría, porque además de significar embrión también quiere decir abortón y persona fea. El término feto es despectivo y de poco valor. Lo correcto y apegado a la Biblia es el vocablo bebé. ¿Qué madre en sus cinco sentidos llamaría “feto” al bebé que lleva en su vientre? No he oído a ninguna) Quien diga lo contrario solo quiere ver su sesgado punto de vista por intereses muchas veces económicos o ganas de figurar. Recordemos lo tratado en el capítulo 1 acerca del extremado narcisismo de muchos científicos convencionales. Reitero, donde estén los intereses, emociones y sentimientos involucrados es extremadamente difícil ser objetivo y realista.
Ahora bien, si a pesar de las pruebas en contra definimos al ser humano como “cerebro funcional”, como creen algunos, entonces la exterminación de discapacitados mentales, la eutanasia, el aborto y la destrucción de embriones están plenamente justificados. Mas la vida no es solo cerebro. Ya lo expresamos en la introducción, yerra el blanco quien vea al humano solamente desde la perspectiva de su profesión o especialidad, puesto que somos espíritu, alma y cuerpo. Pasarlo por alto es ignorancia o necedad.
Debo hacer hincapié en algo: las investigaciones dirigidas a curar o aliviar enfermedades que azotan a la humanidad deben ser alentadas en cuanto sea posible. A mi juicio, una buena alternativa para evitar complicaciones éticas y teológicas sería trabajar con embriones defectuosos o producto de violación e incesto, o con los embriones abortados por estar en peligro real la vida de la mujer. (No me extrañaría que alguien me llame “hereje” por tal proposición)
Toca aclarar dos puntos en cuanto a los que pasan del estado material al inmaterial. Nadie, absolutamente nadie, puede regresar de la tumba y aparecerse y/o hablar a los que estamos aún en el mundo físico ni tampoco salir del cuerpo y entrar en otro (reencarnación), o andar paseando por ahí (viaje astral) ni de noche ni de día. Observamos que hay quienes para hallar apoyo bíblico a su filosofía aseveran que Juan el Bautista era Elías reencarnado. Eso es falso, pues aunque Juan venía con poder y una unción espiritual parecida a la de Elías, no era Elías. Elías no murió, Juan sí pereció a manos de Herodes. (El capítulo 2 trata del peligro de hacer doctrina o filosofía basados en un versículo aislado)
Hay cualquier cantidad de creencias sobre el espíritu y el alma. Pero ninguna sin real cimiento bíblico es cierta. Entendamos esto: Dios es la máxima autoridad sobre temas espirituales, y la Biblia es el libro de información e instrucciones que Dios nos ha dado al respecto. Quienes creen en la aparición de los muertos pretenden apoyarse en el caso de “Samuel” hablándole a Saúl a través de la pitonisa de Endor. (1ro Samuel 28: 3-19) Si analizamos bien ese pasaje, veremos que el supuesto Samuel no dijo nada nuevo a Saúl, y mintió (v. 19).
Veamos: hay millones de seres espirituales de maldad por todas partes; ellos saben qué hemos hecho o dicho, además de que imitan voces, gestos (en el rostro del médium) y gritos para engañar a los familiares de un finado, que por desespero, herencias u otras razones acuden a gentes que invocan a los “muertos”. Pero los muertos no responden ni salen; son demonios los que se manifiestan. Sí, demonios. Los demonios conocen nuestro pasado, mas no el futuro. Los demonios y sus instrumentos humanos sugestionan de tal manera a las personas que los consultan que ellos mismos en esa atmósfera de condicionamiento mental y emocional cumplen lo que se les dijo. (La muerte vudú y otras diabluras operan gracias a la sugestión y obrar de los demonios) En momentos difíciles por la pérdida de un familiar muy querido el ser humano es vulnerable y presa fácil de estos estafadores e instrumentos del diablo. Dudo que haya algún médium que no sepa que los demonios responden sus invocaciones y los poseen para hablar a sus clientes. Algo más, ¿quién no sabe que la mente humana es poderosa? ¡Condicionada y sugestionada hace maravillas o cosas terribles! ¡La mente tiene tanto poder que produce la mayor cantidad de enfermedades de la gente! La mente puede producir el efecto placebo o el nocebo. ¿Será por ello que los simpatizantes de la antisiquiatría como Thomas S. Szasz hablan del “mito de la enfermedad mental”? ¿Y otros nieguen el carácter científico de la sicología y del sicoanálisis? Por supuesto, creo en la sicología y la siquiatría. Mas no creo en todos los sicólogos ni siquiatras. Creo en Jesús, pero no en todos los que dicen ser cristianos. Ni en aquellos que se creen dueños de la “verdad completa” del cristianismo.
¿Qué otra fuerza que no sea demoníaca puede estar detrás de adultos y niños capaces de doblar cucharas, detener relojes, levitar, caminar descalzos sobre brasas, ser penetrados por cuchillos y espadas sin sangrar? (No ignoro que hay trucos, sugestión e ilusionismo, pero hay fenómenos detrás de los cuales está Satán) San Pablo escribió que “el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz” para engañar también a los creyentes. A veces a nosotros también nos engaña. Por ello lo imprescindible del don de “discernimiento de espíritus”. (2da Corintios 11: 14; 1ra Corintios 12: 10) San Juan nos exhorta a “no creer a todo espíritu, sino probarlos para ver si proceden de Dios; porque muchos falsos profetas [y falsos cristos y cristianos] están en el mundo”. (1ra San Juan 4: 1) El común de los mortales cree que todo lo sobrenatural o metafísico es de Dios. ¡Nada más falso! En el mundo espiritual no solo se mueve Dios y sus ángeles, sino además Satanás y sus demonios. Y no es que Satanás sea capaz de enfrentar a Jesús; pero lo “desafía” mediante el ser humano que vocifera contra Dios o consulta las fuerzas del mal. Quien consulta a los muertos (demonios) o se introduce en el campo de los demonios consciente o inconscientemente atrae maldiciones para sí y su familia, vimos en el capítulo 5.
Al cristianismo lo han criticado mucho por hablar de bienestares futuros, de un cielo, por ejemplo. Y también de perder las perspectivas terrenas. Hay cierto grado de verdad en dicho cuestionamiento. Pero de las palabras del apóstol Pablo entrevemos que la felicidad eterna; esto es, el cielo, puede empezar aquí en la Tierra. En mi aquí y en mi ahora. En mis veinticuatro horas. Todo depende de la actitud con que vivo y enfrento las situaciones del diario vivir. “Las actitudes son más importantes que los hechos”, expresa Karl Menninger. No hablo de felicidad y gozo total puesto que en esta vida terrena eso no existe; de lo que se trata es que haya un pedazo de Cielo en nuestro corazón muy a pesar de lo que pueda pasar.
Desventurado aquel que ha perdido la esperanza y con filosofía de Salsipuedes* compone y/o canta canciones como esta: “Imagínate que no hay Cielo/ Es fácil si lo intentas/ Imagina que no hay infierno debajo de nosotros/ Solo un cielo atmosférico arriba”. Horrible es que al morir el ateo se da cuenta de su terrible equivocación. Pero en esa caja de cambios o transmisión no hay reversa.
Desde el momento en que alguien me pide imaginar que no hay Cielo ni Infierno, o niega a Dios y lo sobrenatural, revela creer en la posibilidad de que haya Cielo e Infierno; que exista Dios y que los milagros sean posibles. No se puede negar o rechazar lo que no existe; pues su calidad de inexistencia lo hace innegable, y quien lo niega o rechaza hace el papel de Nabal, el marido insensato y necio de Abigail. (1ro Samuel 25: 10, 11) Si no creo en algo o en alguien, tan solo lo ignoro o soy indiferente y punto. Pero si me empeño obsesiva y compulsivamente en negarlo y renegarlo, doy a conocer, entre otras cosas, un vehemente deseo de que lo que pienso sea verdad o que tengo algún trastorno de personalidad. Es decir, revelo inseguridad en lo que creo y desequilibrio mental. Insisto, el ateísmo es una creencia irracional. Bien lo dijo Pascal: “el ateísmo es una enfermedad”. Más, ya observamos que en verdad el ateísmo es una posición filosófica sin ningún fundamento científico. Eso de “ateo intelectualmente satisfecho” es cuento chino.
Si analizamos sicológicamente los postulados de filósofos y autoproclamados científicos y fanáticos racionalistas de ayer y hoy, nos percatamos que la mayor parte de su pensamiento está profundamente inmerso en resentimientos infantiles y rebeldías irresueltas de la adolescencia; además, su razonamiento suele decantar por intrincadas e irreconciliables contradicciones y circunloquios. Escriben o hablan de algo que apenas entienden; solo conocen de sopetón.
Pues bien, a pesar de que muramos físicamente, hay una inmensa e imperecedera esperanza para el que cree en las palabras del Maestro, que asegura: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”. (San Juan 11: 25, 26) Jesús le dijo a Tomás: “Porque me has visto, Tomás, has creído; bienaventurados los que no me vieron, y creyeron”. (San Juan 11: 29) “No se turbe tu corazón ni tengas miedo; la paz te dejo, mi paz te doy; yo no te la doy como el mundo la da”, nos promete Jesús. (San Juan 14: 27) Si creemos en Jesús y sus promesas de resurrección y paz en medio de la tormenta, somos más bienaventurados que aquellos que lo vieron y creyeron. Ya que ellos creyeron porque vieron. Nosotros creemos en Él sin haberlo visto físicamente, pero hemos experimentado su presencia y obrar en nuestra vida. Eso es fe. Creer en Alguien que no vemos, pero que es real. No veo el amor, pero lo siento. No sé cómo hacen los que pretenden desvirtuar los hechos del Evangelio para explicar la realidad del sentimiento más noble del universo: el amor. Jesús es mucho mayor que el amor, pues Él es amor. Es la fuente del amor. El amor es un valor universal absoluto. Jesús es la verdad espiritual absoluta del universo. Y se revela a quien se acerca a Él con corazón contrito y humillado. Jesús no mira la cabeza o conocimiento del humano ni su apariencia sino su corazón, la actitud con la que vamos a Él. Mientras no cambiemos nuestra disposición de ánimo o conducta los hechos del cristianismo y el mismo Jesús serán simple y llanamente historia religiosa antigua o mito. El problema no está ni en Jesús ni en el Evangelio, sino en la actitud del ser humano.

Guerras en la historia de la humanidad

Llegamos a un punto que los enemigos del cristianismo y de las religiones esgrimen para -según ellos- demostrar que la religión es “opio del pueblo”, “raíz de todo mal”; y califican al cristianismo de “virus de la fe”. (Aquí nos daremos cuenta de que los virus están en otro lado y los portadores son otros)
Quien niegue que no pocos conflictos y desmanes se han generado y se dan por factores religiosos, peca de ingenuo o desconoce la historia de la Iglesia y de otros grupos religiosos. Verdad es que perseguir o asesinar a reformadores como Savonarola, Wycliffe, Huss, Lutero, Tyndale..., las Cruzadas, la Inquisición, el juicio de brujas de Salem y hostigar a científicos naturalistas o poner trabas a nuevas investigaciones que no atentan contra la ética ni enseñanzas bíblicas bien interpretadas han sido (y son) páginas negras escritas por el fanatismo religioso. También es cierto que existen sectas y religiones institucionalizadas que alienan el pensamiento de sus gentes; falsos guías espirituales que violan a los niños; líderes religiosos inescrupulosos que malinterpretan el Evangelio para su conveniencia y enriquecimiento ilícito; sicópatas religiosos que provocan envenenamiento y muerte colectiva de decenas de personas; que enfrentamientos armados de grupos religiosos son una vergüenza para el Cuerpo de cristianos (Iglesia), y el testimonio de algunos cristianos es piedra de tropiezo para muchos y causa de vituperio al Nombre de Jesús. Sin embargo, de ahí a expresar tajantemente que todos o la mayoría de enfrentamientos, muertes y abusos los han provocado grupos genuinamente cristianos hay gran diferencia. Tampoco todos los cristianos somos hipócritas, aunque por un tiempo le hayamos fallado a nuestro Señor Jesús. Decir las cosas a medias es mentir.
¿Has notado cómo los enemigos del cristianismo usan los mismos trillados argumentos de filósofos prejuiciados, traumatizados, pesimistas, fatalistas y relativistas? ¡Argumentan en círculo! Los repiten y transmiten de una a otra generación. Llama la atención que los críticos del cristianismo aceptan los hechos acaecidos durante la Inquisición, las cruzadas y demás barbaries cometidas por fanáticos religiosos en la Edad Medieval, pero hacen de la vista gorda de las bestialidades ejecutadas por los ateos en épocas modernas.
Léase bien: bastantes luchas armadas religiosas y ocupaciones territoriales acaecidas y que se producen no son protagonizadas por cristianos nacidos de nuevo, sino por creyentes nominales y fanáticos religiosos de otras religiones. Esos cristianos nominales son nacidos en familias bajo alguna de las ramas religiosas tradicionales del cristianismo. Hemos señalado que lamentablemente -desde los tiempos de Constantino- muchos, si no la mayoría, de ciudadanos de Occidente de hoy se denominan “cristianos”. Han sido y son cristianos nominales o culturales. Pero no han tenido una experiencia transformadora con el resucitado Cristo histórico. No han nacido de nuevo. Su vida espiritual, mental y emocional no ha sido transformada. ¿Que cómo puedo estar seguro de que no han nacido de nuevo? Jesús da la prueba de oro: “Por sus frutos los conocerás”. (San Mateo 7: 20) El nacido de nuevo por obra exclusivamente del Espíritu Santo podrá meter la pata por un tiempo, pero se arrepiente, repara el daño si es posible y no vuelve a sus andanzas. (1ra San Juan 2: 19; 3: 6-10)
En realidad, la mayor parte de guerras y conflictos mundiales ha sido causada por la avaricia y mal corazón del ser humano y por extremistas religiosos ajenos al cristianismo bíblico. Cuestiones políticas, étnicas e intereses socio-económicos han sido y son génesis de enfrentamientos internacionales, dos guerras mundiales, invasiones, levantamientos armados, conflagraciones y guerras civiles. (Estamos en el estadio de las invasiones por razones petroleras y de megalómanos con poder por estar sentados en barriles de petróleo. Al que usa el barril de petróleo para sentarse es bueno recordarle que el petróleo además de ser fuente de muchas ganancias también es altamente inflamable) Mi abuela en su típico lenguaje folclórico advierte: “El pez grande siempre se come al pequeño”. El que diga lo contrario, tratando de inculpar solo a la cristiandad de la Biblia desconoce la naturaleza humana o es un mentiroso.
Quien vea revueltas y desmanes en el cristianismo o en grupos con cultura cristiana, y pase por alto las valiosas contribuciones del cristianismo -de cualquier denominación- en la abolición de la esclavitud, a las ciencias convencionales modernas, filosofía, benevolencia y caridad, normas de justicia más elevados, respeto por la vida humana, derechos humanos, a la alfabetización; la creación de universidades de renombre internacional, bibliotecas, hospitales especializados, clínicas de fama mundial, orfanatos, asilos; el robustecimiento de valores morales, principios, éticas, ideal democrático, fe, esperanza, y reconocimiento de la mujer logrados a lo largo de más de dos mil años, ve solo lo que sus presuposiciones y ansias de protagonismo le permiten. Tiene un virus que ha afectado su “disco duro” y desconfigurado el sistema operativo. Reitero esta máxima: es extremadamente difícil por no decir imposible ser objetivo o imparcial cuando nuestros intereses, sentimientos y emociones están involucrados. Y los intereses, sentimientos y emociones de la mayor parte de los criticastros del Evangelio están envueltos en sus opiniones o creencias. Son jueces y partes del tema a tratar. Da pena cómo los hipercríticos del Evangelio, la Iglesia y de Dios hablan y escriben de las creencias con tanto desprecio, casi mueven a lástima.
En su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo, el sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) admite el papel facilitador de los medios protestantes al desarrollo científico, e intenta hallar una relación causal de la ética protestante en la ética económica, tratando de demostrar la influencia de la religión protestante en la economía. A propósito de poderío económico, ¿te has fijado cuáles son los países más desarrollados de Occidente? ¿En qué fundamentos se consolidaron sus bases? ¡Los más ricos y desarrollados fueron fundados sobre la Biblia y la ética cristiana bíblica! Las generaciones modernas y contemporáneas han estado cosechando los frutos de las buenas siembras de sus antepasados creyentes en un Dios único y un resucitado Cristo histórico que transforma al ser humano. Negarlo es querer tapar el Sol con un dedo. ¿Será que los criticastros del Evangelio conocen ese hecho histórico? Los críticos del cristianismo suelen tomar algunas de sus manifestaciones históricas como su verdad esencial; toman la apariencia como la esencia. Así, sus análisis quedan flotando muchas veces en la superficie; son metodológicamente muy pobres, y no pocas veces se encarnan en lo mítico, como el niño que asesina a su padre en el complejo de Edipo de Freud, ateo con intenciones de desacreditar la religión y la creencia en Dios, catalogándolas de producto neurótico e ilusión, respectivamente.
Como contraste a los países más desarrollados cimentados sobre la cultura cristiana, están los pueblos y sistemas políticos subdesarrollados o menos avanzados por hacer énfasis en creencias y prácticas paganas, idolatría y supercherías ajenas al Evangelio. No vale la pena mencionar nombres. Baste expresar que son países latinos de América y Europa. El gran error de los pueblos europeos es que al intentar acabar con el fanatismo religioso y creencias paganas se han extremado atacando el Evangelio o permitiendo prácticas antinaturales, ilógicas y anticristianas. Han arrancado el trigo y la cizaña indiscriminadamente. Nos han metido a todos en un solo saco.
Otro tercer grupo ha perseguido todo tipo de creencia y principios religiosos, suprimiendo el Libro de Dios y sus enseñanzas. Los resultados han sido caóticos: colapsaron con todo y su andamiaje materialista y ateo. Parafraseando a Pascal, diríamos que tanto la superstición religiosa como el ateísmo son virus que conviene combatir antes de que nos maten. ¡Cuidado! No he dicho que la persecución religiosa haya sido determinante en la caída del bloque socialista soviético, pero contribuyó a ello en gran manera. Insisto, ni la religiosidad ni el fanatismo religioso ni el materialismo ateo engrandecen a los pueblos; la prosperidad y el desarrollo son -además del trabajo duro, la buena administración y el ahorro, temas bastante tratados en la Biblia- el resultado de fijar bases sobre los principios eternos y universales proclamados por las sagradas Escrituras, pues “la justicia engrandece a las naciones, pero el pecado es la vergüenza de los pueblos”. (Proverbios 14: 34)
Por otra parte, Dios no es autor de las guerras ni de la violencia que siega tantas vidas inocentes, esencialmente de niños. “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre ustedes? ¿No es de sus bajas pasiones, las cuales combaten en su interior? Ustedes codician algo, y no lo obtienen; matan, y arden de envidia por alguna cosa, y como no la pueden conseguir, luchan y se hacen la guerra”. (Santiago 4: 1, 2) ¡Fíjate cómo es de asertivo Santiago al señalar dónde se originan las guerras! Salen de adentro, y “lo que sale del corazón contamina al hombre”, enseña Jesús. (San Marcos 7: 20, 21)
El deseo de tener poder “conduce inevitablemente a luchar por su posesión, lo cual con frecuencia lanza al padre contra el hijo, y al hermano contra su hermano”, y a una nación contra otra. (4) Cualquier parecido con la historia y la presente realidad de las familias y naciones es solo “coincidencia”. Tener dinero es una bendición, pero puede convertirse en maldición por la cantidad de ‘amigos’ y enemigos que las riquezas atraen, cual imán a la tachuela. “Las riquezas atraen a muchos amigos; mas el pobre se ve apartado de su amigo”. (Proverbios 19: 4) Se sufre por falta de plata o por exceso de ella. “De todos modos la calavera es ñata”, dice mi abuela. Nietzsche en su filosofía y Adler en su sicología personal plantean que la fuerza que mueve al mundo es la del principio del poder.
“Si hay deseos ilimitados, ni aun la mayor producción puede mantenerse al ritmo de la fantasía universal de tener más que los vecinos. Necesariamente, los más fuertes, más astutos, o más favorecidos por otras circunstancias, tratarán de establecer una posición favorable, e intentarán aprovecharse de los menos fuertes, sea por la fuerza y la violencia o por la sugestión”. (5) (Las cursivas son mías)
¿Conoces un caso parecido? ¿Qué podemos decir de profesionales y comerciantes deshonestos, por mencionar algunos casos? Dan ganas de romper en llanto cuando ves cómo se han metalizado disciplinas vitales como la fe, la sicología y la medicina. Los campos que abarcan las tres dimensiones del humano. Tal parece que la deshonestidad es la moneda de curso legal y la lengua oficial de nuestra civilización. “Poderoso caballero es don Dinero”, reza el viejo refrán. Los tres dioses del ser humano moderno son dinero, poder y sexo.
Atribuir a Jesús las barbaries de extremistas religiosos y de cristianos que en un momento dado perdieron la brújula del amor y la misericordia es igual que achacarles a Nietzsche, Marx y a las ciencias naturales las bestialidades cometidas por los nazis, los sistemas criminales que una vez torcieron sus palabras, sacándolas del contexto, y las armas de destrucción masiva que desde la partición del átomo nos tienen en vilo. No obstante, como escribe el español David Galcerá, “los principios que vertebran su pensamiento [de Nietzsche y Marx] han servido para justificar las atrocidades que se han cometido en ambos regímenes”.

En el caso de Marx -añade Galcerá- se presenta a la historia como un proceso necesario que llevará a la supresión del capitalismo, cuando esto no sucede de forma natural es fácil, como ha ocurrido históricamente, dejarse seducir por la tentación de imponer a la fuerza el sistema y eliminar los obstáculos que impiden que esa historia avance. En el caso de Nietzsche, si nos tomamos en serio el que hay que afirmar todo en la vida, entonces hay que aceptar todo lo bueno y todo lo malo, lo santo y lo diabólico [pues ‘no existe ninguna manera racional de discernir entre’ ellos, asegura Fernando Savater]. Freud pensaba en el ‘dios ciencia’ como remedio para la humanidad. Realmente la ciencia se ha convertido en un dios, en un dios al que el mayor de los ignorantes acepta sin rechistar. Sin embargo, la ciencia [convencional] ha resuelto algunos problemas, pero su uso también ha ayudado a las grandes barbaries de nuestro siglo (la ciencia y la cultura en general alcanzaron su mayor plenitud y desarrollo en el país de donde surgió el mal más terrible y diabólico de la historia de la humanidad en el siglo pasado) y a ejercerse como único horizonte sentido. La ciencia [convencional] ya no es solo la esperanza que quedó en la caja de Pandora, sino también uno de los males que salieron de ella. (6)

En el Antiguo Testamento, vemos a Dios ordenar a Israel exterminar a los cananeos, cuyas tierras Dios le promete dárselas a esa nación siempre y cuando no fuera tras los ídolos e iniquidades paganas. Al leer por primera vez esos pasajes, me preguntaba por qué Dios actuaba de tal manera. Creo haber entendido gracias a la Biblia y las excavaciones en Gezer (1904-1909) de R. A. S. Macalister y otros arqueólogos, que al descubrir las bestialidades de las prácticas cananeas con los bebés recién nacidos ofrecidos a Baal; los niños sacrificados para enterrarlos entre las paredes de cada casa que construían (“sacrificios de los cimientos”) para la buena suerte y los actos inmorales y barbaries en ritos y adoración a Baal y Astoret (Astarte), se preguntaron por qué Dios no los había destruido antes. (7) ¿Se equivoca Dios? ¿Es cruel el Creador o inhumano al mandar desarraigar el pecado? ¡Claro que no! ¿Quién se cree que es el ser humano al pretende sentar a Dios en el banquillo de los acusados? ¡Grande es la soberbia de quien lo aspire!
Dios no se equivoca. Mandó a destruir a los cananeos y otros pueblos porque eran naciones impías a las cuales les había advertido muchísimo a lo largo de incontables generaciones sobre sus innumerables maldades, idolatría y paganismo, pero jamás se arrepintieron. Por el contrario, más se hundían en sus pecados. (Deuteronomio 9: 4, 5) El Antiguo Testamento habla de naciones y ciudades como Nínive, Sodoma y Gomorra, a las cuales Dios les advirtió de su destrucción si no corregían sus caminos. A Jonás envió a Nínive, y Nínive se arrepintió. (Jonás 1: 2; 3: 10) A Sodoma y Gomorra envió ángeles y sus habitantes quisieron violarlos. A esas grandes ciudades y otros pueblos destruyó Dios. A otros tomó por asalto. No sin antes sacar a los justos que allí había. Lot (sobrino de Abraham) y su familia, y Rahab (la ramera) y su familia, son ejemplos de la gracia de Dios aun en la Dispensación de la Ley. (Josué 2: 8-21; 6: 25) Cuando Dios era más implacable con la maldad.
El incrédulo que condena al Dios del Antiguo Testamento pasa por alto que Dios nunca destruyó a los justos con los malvados porque es misericordioso y justo. Siempre preservó la vida de los justos en las naciones impías. Abraham, el amigo de Dios, lo ‘recordó’ a Dios antes de que destruyera a Sodoma y Gomorra. Expresó Abraham: “El Juez de toda la Tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?”. (Génesis 18: 25)
Dios tuvo misericordia de Nínive y se molestó con Jonás por no querer llevar el mensaje de arrepentimiento a ese pueblo, que no sabía discriminar entre su mano derecha y la izquierda. Al arrepentirse Nínive, Dios la perdonó y guardó.
¿Será que hoy no hay naciones tan impías como Canaán, Nínive, Sodoma, Gomorra, Jericó y otros pueblos que menciona el Libro de Dios para nosotros? ¿Será que en el siglo XXI no hay padres degenerados que maltratan y abusan sexualmente de sus hijos? ¿Qué decir de quienes asesinan, violan, abusan, trafican, secuestran y explotan sexualmente a los niños? Claro que ese tipo de escoria ha aumentado y hay ciudades, países y gentes peores que esas naciones. (Si yo fuera Dios, los habría desarraigado de la tierra por perversos y diabólicos) El obrar de Dios no es como el nuestro; es paciente pero nadie se saldrá con la suya. Dios tiene un nuevo trato con la humanidad. A esa nueva relación Dios-humanidad se la llama Dispensación de la Gracia. Porque ya Dios no actúa con el humano como lo hacía en aquellos tiempos que muchos incrédulos no entienden y los cristianos a veces no comprendemos. Antes quien la hacía ahí mismo la pagaba. (De ahí que seres profanos y sin temor de Dios blasfemen y etiqueten al Dios del Antiguo Testamento de “tirano”, “iracundo”, “vengativo”, “intolerante”, “inhumano”... En el período de la Gracia, ¿cómo llaman a Dios ahora por “no hacer nada” contra los que maltratan, abusan, asesinan, violan y explotan a los niños? Admito que me afecta mucho lo que algunos hacen a los niños, pero que yo no entienda y me conmueva no significa que Dios no exista o sea alcahuete o inhumano. Solo sé que Dios no hace daño a los niños; son los desquiciados y endiablados a quienes Dios concedió libre albedrío. Además, Dios no existe para corregir o evitar lo que nos toca resolver a nosotros. Los padres deben cuidar más a sus hijos y dedicarles más tiempo) Una de esas famosas leyes era la muy conocida ley del Talión, que expresaba: “Ojo por ojo, diente por diente”. (Éxodo 21: 23-25)
Hoy Jesús enseña: “Ustedes oyeron que fue dicho [por la Ley]. Pero yo les digo [...]”. (San Mateo 5: 21, 22, 27, 28; 31-34; 38, 39) Ya los tiempos duros de la Ley habían pasado. Ahora la humanidad entra a una nueva etapa o dispensación: la Gracia, que es la penúltima de las siete dispensaciones. Las dispensaciones son: 1) Dispensación de la inocencia o la libertad. 2) Dispensación de la conciencia o de la autodeterminación. 3) Dispensación del gobierno civil. 4) Dispensación de la promesa o del gobierno patriarcal. 5) Dispensación de la ley mosaica (Diez Mandamientos). 6) Dispensación de la gracia. 7) Dispensación del milenio.
Luego de la Dispensación de la gracia sigue la Dispensación del milenio, que Charles C. Ryrie describe de la siguiente manera:

Después de la segunda venida de Cristo el reino milenial será establecido en cumplimiento de todas las promesas dadas en ambos Testamentos en los pactos abrahamaico [con Abraham] y davídico [con David]. El Señor Jesucristo personalmente se hará cargo de dirigir los asuntos del mundo durante esa edad y será el personaje central de esa dispensación. Esta continuará por mil años, y el hombre será responsable de obedecer al Rey y sus leyes. Satanás será atado, Cristo estará reinando, la justicia prevalecerá, y la desobediencia manifiesta será inmediatamente condenada. Pero al final de este período habrá un suficiente número de rebeldes para formar un ejército formidable que se atreverá a atacar el centro del gobierno (Apocalipsis 20: 7-9). La sublevación [comandada por Satanás suelto de nuevo] fracasará y los rebeldes serán condenados al castigo eterno [en el lago de fuego y azufre. Y ya no habrá más guerras en este atribulado planeta Tierra]. (8)

Bien, ahora unas palabras de aliento a quienes creen en una posible Tercera Guerra Mundial. El Libro de Dios revela que no habrá la tan temida conflagración nuclear; si ocurriera, sería la última guerra mundial por la horrible capacidad autodestructiva que el hombre ha hecho posible. Habrá lo que san Juan revela en Apocalipsis 20: 7-9 y que Ryrie comenta arriba. Juan lo llama Armagedón en Apocalipsis 16: 16.
El último hecho relatado por la Biblia sobre la implacabilidad de Dios fue allá en la Iglesia primitiva cuando los esposos Ananías y Safira le mintieron a Simón Pedro y cayeron muertos a los pies del Apóstol por mentirosos. (Hechos 5: 1-11) ¿Qué pasaría si Dios hoy destruyera a las naciones y ciudades como lo hizo en el pasado? ¿O matara a los embusteros, mentirosos y blasfemos como lo hacía antes? Creo que más de medio mundo desaparecería del mapa. Y más de la mitad de la población del planeta caería muerta. “Por cuanto no se ejecuta luego sentencia contra las malas acciones, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal”. (Eclesiastés 8: 11) Este pensamiento habla de aquel que sigue haciendo maldad o maldiciendo porque no le pasa nada después de sus fechorías. No sabe que tendrá un triste final donde “su gusano nunca muere, y el fuego no se apaga”. (San Marcos 9:48)

Hay cosas que no entiendo

Ahora, Dios me libre de dar la impresión de sabelotodo. Hay cosas que no entiendo y cuestiono a Dios. Aunque este libro no responda todas las preguntas y dudas honestas de escépticos, agnósticos y ateos, para mí ello es irrelevante porque en estos años he descubierto que Dios existe, Jesús es real y la Biblia es su inspirada Palabra. El cristiano cree y sabe por sus vivencias con Jesús que la Biblia es la Palabra de Dios, pero el incrédulo por lo general solo cree que no lo es por criterios cargados y resentimientos.
No es irreverente cuestionar a Dios. Estoy seguro de que el Creador gusta de que le expresemos lo que no entendemos y el malestar sentido. Al fin y al cabo, Él sabe lo que sentimos y pensamos; mas quiere que seamos transparentes; honestos con nosotros mismos y con Él. En realidad, quien obtiene beneficio de la sinceridad ante Dios soy yo. El problema no es cuestionar a Dios o expresarle mi desacuerdo. Mi actitud es lo importante. Lo de mayor valor es guardar la reverencia debida a Dios.
Aunque a mi ego no le gusta que lo cuestionen, soy beneficiado con críticas y cuestionamientos. Agradezco muchísimo los comentarios de lectores y amigos en cuanto a las anteriores ediciones de esta obra. En el período entre la segunda y tercera edición, recibí cualquier cantidad de elogios. Mas en octubre de 2007 me llamó una lectora que no conozco para llenarme de alabanzas por este primer libro. En realidad, varios lectores -entre ellos la joven que me llamó- me han infundido mayor ánimo con tantas palabras bellas, y les doy gracias por sus declaraciones y buenos deseos. ¡A Dios sea la gloria! Pero -aunque parezca ilógico- también agradezco a Dios por los criticastros e hipercríticos del Evangelio porque aunque al inicio no me gustan sus extremistas puntos de vista e inexactitudes, me animan a ser mejor cristiano e instan a investigar más para robustecer más y mejor mi fe en el resucitado Cristo histórico que desde 1979 no ha parado de bendecir y transformar mi vida. Y, debo admitirlo, las críticas -más que los encomios- me exigen ser mejor; a superar errores y proponerme no volver a cometerlos. De ahí que con toda libertad y franqueza pueda decir a quien critica exacerbadamente: Gracias por tu hipercriticismo y soberbia, pues al leer tus escritos he visto mi soberbia y necedad. Además, tus creencias me han ayudado a conocer mejor tu pensamiento y así poder refutarlo con mayor tolerancia y empatía.
Te confieso algo, mis hijos me cuestionan cuando no entienden algo o están inconformes. Pablo y David son los que más cuestionan. Al principio, a mi ego no le agrada que lo hagan ni ellos ni Jonatán, mas luego de analizar la situación termino dándoles gracias por ayudarme a ver sus puntos de vista y por corregirme. Si hay que pedir disculpas o perdón, lo hago pues ellos aprenden más de mi conducta que de las palabras. Mis hijos saben que papá no lo sabe todo y se equivoca. Pero pido a mis hijos que transmitan su desacuerdo o enojo sin insultar ni faltar el respeto a los demás.
Consideremos cuatro puntos antes de proseguir: Primero, un ingrediente esencial en la grandeza de un ser humano es saber reconocer con humildad que no lo sabe todo ni es inerrante, y, cuando se equivoca, aceptarlo y hacer lo que esté a su alcance para no cometer los mismos errores. “De humanos es errar, pero de sabios es reconocer el error”; enmendar el yerro y no caer en lo mismo. Segundo, sabio y entendido es aquel que ha aprendido a no insultar en medio de una diferencia de opinión con otro (s), y saber escuchar con respeto y tolerancia opiniones adversas. Tercero, no creo que sea imposible hablar de política y religión sin sofocarse y faltar el respeto. Pienso que hay es gentes que no han crecido emocionalmente, puesto que para casos como estos se conducen con su Niño interior. Cuarto, una cosa es inteligencia craneal, presente en todos nosotros, y otra no muy común es la inteligencia emocional; es decir, que el Niño interno le permita a mi Adulto manejar situaciones embarazosas.
Aunque Dios es perfecto, no por ello mi mente entiende todo lo que hace o permite que pase. En realidad, el problema no está en Dios, sino en mi finitud. Pretencioso sería de mi parte querer entender lo sobrenatural, cuando hay cosas naturales que tampoco entiendo. Si quisiera cuestionar a Dios y preguntarle qué hace o por qué lo hace, sabiendo que Dios no es generador del mal, me remitiría a las palabras de san Pablo: “¡Oh profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán inescrutables son tus juicios, e insondables tus caminos! Porque, ¿quién penetró en el pensamiento del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él y para él son todas las cosas”. (Romanos 11: 33-36ª) No pretendo tener todas las respuestas a los grandes interrogantes que la vida nos presenta; pero, sin cometer suicidio mental, acepto las sabias palabras que Dios le dio al gran legislador Moisés: “Las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley”. (Deuteronomio 29: 29) Además, como afirma Rémy Chauvin, “[...] si Dios bajara a explicárnoslo estaría perdiendo el tiempo, porque no seríamos capaces de entenderlo [...]”.
Sin pretender evadir mi responsabilidad de ser pensante responsable (hay muchos pensadores irresponsables. Con tal de comunicar su “verdad”, escriben y hablan sin importarles a quien ofenden e irrespetan. Su soberbia, insensatez y desprecio por las creencias u opiniones de los demás son visibles para todo el mundo menos para ellos, claro está. Persiguen “acabar” la intolerancia con intolerancia. “Apagar” el fuego con gasolina), debo señalar que las cosas espirituales deben ser entendidas espiritualmente; esto es, con una mente espiritual.
El hombre o la mujer natural (gr. psuquikos) puede ser muy inteligente (alma), preparadísimo y súper estudiado (alma), entendido (alma), y religiosísimo (alma), pero si su pneuma (espíritu) no ha nacido de nuevo o no ha sido regenerado (vivificado) por el Espíritu de Dios (gr. Pneumatos), como enseña Jesús en San Juan 3: 3, 5, sigue enraizado y limitado a lo meramente terrenal; a lo natural. En realidad, está muerto espiritualmente. No podrá entender cuestiones espirituales (gr. pneumatikos) aunque así lo desee, o tenga doctorado en teología, divinidad, filosofía, astrofísica, biología, cosmología, física... Jesús le reveló cosas espirituales a un líder religioso y no las entendió. En esa situación, Jesús le hizo ver: “[Nicodemo], si te he dicho cosas de la Tierra, y no crees [ni las entiendes], ¿cómo creerás si te digo las del cielo [espirituales]? (San Juan 3: 3, 12; Romanos 8: 7; 1ra Corintios 2: 14, 15ª)
Jesús le decía a Nicodemo que si no entendía el nuevo nacimiento, que es algo que sucede entre nosotros -aunque es una intervención divina en la vida del ser humano-, menos podría comprender temas del Cielo donde hay cosas que ningún ojo vio ni oído oyó ni ninguna mente ha podido concebir.
Más, tengamos pendiente que aunque tenga mente espiritual estoy limitado porque mi mente es finita y no puede entender la mayor parte de fenómenos espirituales. Dios es infinito, no tiene límites de ninguna índole. Los límites los tengo yo. Dios también es Espíritu. Vive en una dimensión sobrenatural, pero interviene en el mundo natural. Hace cosas espirituales. Y muchas de esas cosas no las puedo entender por su grandiosidad y por mi finitud. Entonces, ¿cómo pretendo entender -encerrar- a Dios en mi mente finita y comprender todas las cosas que hace, y otras que no hace, pero permite? ¡Es absurdo! Si pudiera ‘meterlo’ en mi mente, en una gaveta o en un tubo de ensayo, no fuera Dios, sino un dios (ídolo) creado por nosotros. Y el hombre no creó a Dios. Dios creó al ser humano. (Romanos 11: 33, 34)
Bien dijo Voltaire que “si Dios no existiera, habría que inventarlo”. No tenemos que inventarlo puesto que Dios existe aunque creencias irracionales y anticientíficas como el ateísmo lo nieguen. Dios tampoco es una muleta que hemos inventado para intentar dar sentido a la existencia, tal cual creía Nietzsche. Reitero, aunque no quiera, el ateo -por el espíritu que tenemos- sí cree en Dios. Mas lo niega porque no quiere creer. En término sicológicos, puede expresarse que el ser del ateo está escindido entre lo que por intuición espiritual sabe, y la negación del ego (intelecto, parte del alma) que no quiere saber ni aceptar. Nótese el desgaste de energía dado por la oposición del alma contra el espíritu. Con razón el ateo consecuente casi siempre acaba demente o recluido en una institución siquiátrica. Nietzsche es un triste ejemplo de ello.
Conclusión a esta sección: El pecado de nuestro primer padre Adán, nuestras bajas pasiones, las ansias de poder y la codicia del corazón mueve al ser humano levantarse contra otro, o a una nación querer someter a otra. Dios nada tiene que ver con deseos mezquinos y engañosos. Entonces dejemos de atribuirle cosas malas a Dios como si fuera el responsable del mal reinante en el mundo, o de lo malo que nos sucede.
Sí, estoy consciente de que es más fácil hablar y escribir que vivir y aceptar que Dios no tiene parte ni suerte en las cosas malas que pasan en el mundo y que a veces golpean nuestra puerta. Cuando estamos en serias dificultades o Dios permite que alguna calamidad asalte nuestra vida o una enfermedad toque a un ser querido, empezamos a dudar de nosotros y de Dios. (San Mateo 11: 2, 3) Quedamos renegando de Él. Ojalá que en medio de todo recordemos esto: Dios no es generador del mal.
Tampoco hay que inventarlo a Dios porque ya existe, y está interesado en nuestras cosas pues nos ama con amor eterno. Tanto nos ama que permitió que Su Hijo Jesucristo muriera en nuestro lugar. (San Juan 3: 16) Y el Padre ha levantado al Hijo de entre los muertos para hacernos justos y sin pecado. Solo nos toca creer a Jesús y venir a Sus pies a pedirle perdón y que principie a transformarnos la vida.


































(1) La psicoterapia en la práctica médica, p. 21. Editorial San Pablo, Argentina, 1995.
(2) Cyrus Ingerson Scofield. Nueva Biblia de Estudio Scofield, Versión Ampliada, Reina-Valera 1960, p. 1022. Broadman & Holman Publishers. Corea, 2001.
(3) Maurice Rawlings. Más allá del umbral de la muerte, pp. 58, 59. Editorial Betania, Puerto Rico, 1980.
(4) Alexander Lowen. Miedo a la vida, p. 12. Editorial Era Naciente, Buenos Aires, 1980.
(5) Erich Fromm. ¿Tener o ser?, p. 114. Fondo de Cultura Económica, Méjico, D. F., 1978.
(6) David Galcerá. ¿Hay alguien ahí?, p. 216. Editorial Clie, España, 2006.
(7) Halley, Henry H. Compendio Manual de la Biblia, p. 157. Casa Bautista de Publicaciones, Estados Unidos, 1955.
(8) Dispensacionalismo, hoy, pp. 71, 72. Publicaciones Portavoz Evangélico, Barcelona, 1975.
*Nota del autor: “Salsipuedes” es un lugar de venta de mercancía, libros y revistas de segunda mano en ciudad de Panamá, famoso por el estrecho espacio para caminar y los módicos precios.












8
El sufrimiento en la caída
de Adán y Eva

“Dios perfeccionó a su Hijo Jesucristo por medio de lo que sufrió; y, además, Jesús aprendió obediencia por lo que padeció”.
–San Pablo-



Origen del mal y del sufrimiento

Entramos de lleno en el tema titular de esta obra. (En los capítulos anteriores intenté demostrar que la vida no tiene sentido sin Dios y sin la revelación de la infalible Palabra de Dios. A partir de ahora pretendo probar que el Creador es Dios de toda consolación y el Señor Jesucristo es el Hijo de Dios y el único Camino para ir al Dios creador del cual hablamos en el capítulo 3) Pido a Dios desarrollar de tal manera el tema del sufrimiento que responda las inquietudes del lector y de aquel que vive una situación extrema que le ha robado las ganas de vivir.
Someramente hemos analizado el origen del mal y del sufrimiento. Ahora invito al lector a que tratemos el sufrimiento y el dolor con la seriedad y honestidad intelectual que ameritan. Por experiencia sé que el Espíritu de Dios, Guiador de los cristianos, no pocas veces abre los ojos espirituales para que veamos y encontremos en un libro cristiano más de lo que el autor desea que descubramos o entendamos, puesto que la mayor parte de esos libros son básicamente bíblicos. Esto es, más que usar perecederas y contradictorias tradiciones y doctrinas de hombres citan e interpretan correctamente la infalible, completa y eterna Palabra de Dios para sustentar sus ideas. Y la Biblia tiene una particularidad que no poseen otras obras religiosas o seculares: puedes leerla de tapa a tapa un millón de veces, mas cada vez que lo hagas hallarás nuevas verdades que renuevan tus energías espirituales y te ayudan a madurar y crecer a la estatura del Varón perfecto: Jesucristo. De modo que pido al lector -lo crea o no- leer y analizar este capítulo 8 con los sentidos alerta. Si ha tenido la experiencia trascendental con Jesús llamada por la Biblia “nuevo nacimiento”, deberá pedirle al resucitado Cristo histórico descubrir lo que Él quiere que vea, ya sea para su beneficio o para auxiliar a otros.
Ahora bien, en el capítulo 5 dijimos que en ciencias naturales y sociales muchos consideran que temas como el diablo y los demonios tienen un fuerte ingrediente con sabor a trastorno sicológico. Resulta cómodo etiquetar o diagnosticar sin antes investigar a conciencia y con honestidad intelectual. (Hay quienes con suma presunción se aventuran a diagnosticar los mecanismos inconscientes de los apóstoles de Jesús y del mismísimo Cristo. No se conocen lo suficiente a sí mismos, pero son tan atrevidos para diagnosticar sobre la sicología de personajes que vivieron hace más de 2 mil años, ignorando que mucho de lo en sicología y siquiatría se afirma con tanto dogmatismo y radicalismo son meras hipótesis o teorías sin confirmación alguna. Además, el humano no se sintetiza en dos más dos son cuatro) De igual manera, lejos está la ciencia convencional y el conocimiento humano de saberlo y entenderlo todo y poder explicar cada situación o fenómeno de la vida humana. Variables como el sufrimiento, dolor, amor y los demonios están fuera de las capacidades intelectuales del ser humano y del campo de estudio de investigaciones naturalistas y sociales.
La Biblia revela que “vio Dios todo lo que había hecho, y era bueno en gran manera”. (Génesis 1: 31) Si la Biblia al describir la creación de la Tierra, la naturaleza, las aves de los cielos, las bestias y al ser humano asegura que todo lo que Dios había creado era “bueno en gran manera”, ¿entonces quién lo arruinó todo? ¿Quién es culpable de las calamidades y enfermedades que afligen la vida del humano? ¿Será Dios? Responder estas preguntas es clave, puesto que hay personas que niegan a Dios porque si existiera -dicen- eso no sucedería. Otros preguntan: “¿Dónde estaba Dios cuando...?”. “¿Por qué sufren y mueren los niños?”. “¿Por qué permite Dios que religiosos pervertidos sexuales abusen de los niños?”. “Si Dios es todopoderoso, amoroso, sabio y justo, ¿por qué hay tanto odio, guerras e injusticia en el mundo? En fin, el incrédulo expresa muchos pensamientos contra la supuesta inexistencia de Dios por cosas malas que suceden y las que muchos religiosos han patrocinado, obrado u ocultado. Y a los que confesamos creer en Dios a veces la fe tambalea por lo visto y oído en los medios.
En una entrevista a Anne Graham, hija de Billy Graham, después de los actos terroristas del 11 de setiembre de 2001 a las Torres Gemelas de Nueva York, le preguntaron: “¿Cómo pudo Dios permitir que sucediera esto?”. A lo que Anne respondió con palabras sabias y sencillas: “Al igual que nosotros, creo que Dios está profundamente triste por este suceso, pero durante años hemos estado diciéndole a Dios que salga de nuestras escuelas, que salga de nuestro Gobierno y que salga de nuestras vidas. Y siendo el caballero que Él es, creo que se ha retirado tranquilamente. ¿Cómo podemos esperar que Dios nos dé Su bendición y Su protección cuando le hemos exigido que nos deje estar solos?”.
¿Qué te parece? Corremos a Dios de nuestras vidas y luego queremos que nos proteja y nos bendiga. Lo sacamos de las escuelas, colegios y universidades, Constitución, leyes y gobierno, y después esperamos que nos ilumine y nos socorra en momentos de desastres. (Ojo, no hablo de estar metida la Iglesia del Señor Jesús en el Gobierno, pero tampoco de los que con laicismo desenfocado u oportunista persiguen erradicar las creencias en la Biblia y en Dios. De lo que se trata es que los gobernantes tomen en cuenta en sus decisiones a las distintas confesiones y líderes cristianos. ¿Quién mejor que un siervo de Jesucristo para asesorar en cuestiones que tocan las necesidades más trascendentes del ser humano? Creo en los gobiernos laicos que respetan creencias y convicciones teológicas tocantes a la familia, educación, vida, matrimonio, sexualidad, aborto, etc. Necesitamos gobernantes que teman a Dios y respeten su Palabra; que no sean ni fanáticos religiosos ni dogmáticos racionalistas ni materialistas ateos. Consultémonos y respetémonos para vivir en paz, pues nadie lo sabe todo ni es autosuficiente)
Sacamos a Jesús de nuestros hogares, y le pedimos que nos proteja y bendiga a nuestros hijos. ¿Será que somos incongruentes? ¡Seguro que sí! Reitero, no se trata de tener familias religiosas tradicionales, o ser católico o protestante, sino que haya personas y familias comprometidas con el resucitado Cristo histórico y su país. Las religiones, tradiciones y doctrinas de hombres sin el Jesús de amor y misericordia por lo general enredan la vida del humano y colocan yugo sobre sus hombros, dando pie al incrédulo para que despotrique, haga catarsis o vomite contra Dios, el cristianismo, la Biblia y el Señor Jesús; mientras que el resucitado Cristo histórico transforma a la persona de pies a cabeza. Equilibrio, equilibrio, ¡cuánto te necesitamos!
Quizá una ilustración responda a quienes aseguran no creer en Dios por la maldad y numerosos males que pasan en el mundo que camina de espaldas a Dios y en el que el príncipe de este mundo es Satanás.
Un creyente en Cristo fue a la barbería a cortarse el pelo. Mientras lo motilaban, se habló de muchos temas y salió a colación la hipotética inexistencia del Creador, y Trueno, el barbero, empezó a argumentar que Dios no existía pues cómo era posible que hubiera tanto mal, desastres y gente perversa en el mundo y Dios no hiciera nada. O que en Su nombre se cometieran tantas injusticias y patrocinaran guerras y Dios no dijera ni esta boca es mía. Para “reforzar” sus argumentos, Trueno citó a cuanto fanático del racionalismo y cientificista no comulgaran con la fe, y para ello usan a punta de lanza medias verdades, inexactitudes y resentimientos. El cristiano calló. Pero, al salir de la barbería, vio acercarse unos chicos con grandes melenas, barbas y desaliñada apariencia. El creyente entró a la barbería y le dijo al barbero, señalando a los chicos: “¿Sabes qué? Tú dijiste no creer que exista Dios por las cosas malas y guerras religiosas que ocurren en el mundo. ¿Cierto?”. Trueno asintió. De inmediato el cristiano arguyó: “Los barberos ni los peluqueros existen, pues ¿cómo es posible que haya tantos jóvenes mechudos y con fachas como estas por las calles?”. El barbero respondió: “Los barberos y los peluqueros sí existimos; prueba de ello soy yo. Sucede que esos chicos no quieren venir a nosotros para mejorar su pinta”. El creyente manifestó: “¿Ves? Tú tienes la respuesta a tus dudas. Dios existe, mas muchos no quieren venir a Él para que los transforme en nuevas personas de tal manera que no hagan maldad al prójimo ni guerreen y dañen a otros supuestamente en el nombre de Dios”. ¿Qué te parece?
Pues bien, como expresara, para analizar el origen del sufrimiento y el dolor me remito a la Biblia porque ni la filosofía ni la ciencia natural o social ni la religión tienen respuestas confiables, y porque el Libro de Dios para hombres y mujeres es el documento histórico-religioso más creíble y completo.
(A pesar de las tribulaciones, sufrimiento, dolor, vejez y muerte, al hacer de Jesús nuestro Señor y Salvador recuperamos todo lo que perdimos, y ganaremos más cuando Él se manifieste por segunda vez)
La Biblia revela que al ver Satanás que Dios lo había expulsado de los grandes privilegios que disfrutaba, puso sus maléficos ojos en la criatura más perfecta que Dios había creado: el humano. Y decidió tentarle para que desobedeciera a Dios. En efecto, su plan dio resultado; ni el hombre ni la mujer creyeron la advertencia divina. Ya manifestamos en qué consistió la tentación y creo que dejamos claro que la maldad, el dolor y sufrimiento surgieron de la desobediencia de nuestros primeros padres Adán y Eva. Si no lo quiero aceptar es mi problema y decisión.
Me llama la atención que ciertos personajes son incrédulos cuando de religión o moral bíblica se trata; mas, ¡cuán crédulos son para abrazar y creer las irracionalidades de teorías absurdas y anticientíficas o pensamientos que a todas luces son insensatos en cuanto al origen del universo, la vida, el dinero, sexo y poder! Como diría mi abuela, “cada uno cree lo que le conviene creer, nieto mío”. Así es, abuelita.

Existen tres fuentes primarias del mal en la Tierra:

Primera, todo mal y sus diversas ramificaciones tuvieron origen en la Tierra por la caída del hombre y su mujer en pecado. “Así como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte [y todo tipo de calamidad], así también la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. (Romanos 5: 12) En el capítulo 6 nos explayamos en ese punto.
No olvidemos, la revelación bíblica es que por medio de Adán y Eva entró primero el mal y la enfermedad a la raza humana. Mas el mal se originó en el universo a través de la rebelión de Satanás.

Segunda, el diablo y sus ángeles caídos atacan a las personas. A unas más que otras, pero lo hacen sin que las gentes se den cuenta. Muchos autores de horrendos crímenes han confesado que alguien les ordenaba “mátalo, mátalo, mátalo...”. O, alguien le decía: “húrtalo, nadie te atrapará. Además, todo el mundo lo hace”. Lo creo. El diablo actúa así. Inyecta ese tipo de pensamiento en el inconsciente del humano que más temprano que tarde se apoderarán de él si no sabe manejarlos. (2da Corintios 10: 3-5) Los demonios actúan con el mismo principio subliminal y constante de comerciales, cuñas y propagandas de los medios de comunicación masiva. En la mente del ser humano es donde se libra la descomunal batalla por su alma y voluntad. Porque “cual es su pensamiento en su corazón, tal es el hombre”. (Proverbios 23: 7) El diablo lo sabe y por ello nos bombardea con pensamientos malos para que produzcan emociones y sentimientos distorsionados que intentarán tomar por asalto la voluntad que no tiene poder directo sobre las emociones, sino sobre los pensamientos. Por tal razón el apóstol Pablo nos exhorta a “destruir fortalezas” mentales, “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando todo pensamiento a la obediencia a Cristo”, y a pensar solo en lo “respetable, justo, puro, amable, lo que es de buena reputación; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza”, a fin de obtener la paz mental que anhelamos. (2da Corintios 10: 4, 5; Filipenses 4: 8). En La actitud es clave para resolver conflictos vemos a fondo el tema de los pensamientos, emociones y sentimientos.
Hay otros males que ocurren al ser humano surgidos de la Caída y las torpezas y pecado de la raza humana. ¡Los niños son los más vulnerables! Sabemos que virus, bacterias, hongos, parásitos y gérmenes producen grandes estragos al cuerpo. ¡Los niños son los más indefensos! Por otro lado, hoy la mayor parte de científicos naturalistas atribuyen a la mano del hombre el calentamiento del planeta que provoca oleadas de calor, huracanes, inundaciones, sequías y otros fenómenos casi ajenos a la naturaleza. ¡Los niños son los más desvalidos! El hambre y enfermedades curables diezman a la raza humana, matando a un niño cada 8 segundos. ¡De nuevo los niños son los más vulnerables del egoísmo y desidia humana!
En muchas ocasiones la naturaleza avisa antes de ocurrir el desastre, mas el humano en su insensatez o ignorancia hace caso omiso o no toma las medidas necesarias para evitar la tragedia. Ejemplos: la erupción del volcán Nevado del Ruiz en Colombia (noviembre de 1985); el tsunamis en el sudeste asiático (diciembre de 2004); el huracán Katrina en Estados Unidos (agosto de 2005), etc. De nuevo ¡los niños son los más frágiles! Pero lo más bochornoso es que el personal civil y militar encargado de socorrer a los niños en emergencias abuse de ellos sexualmente o les venda como si fueran perros y gatos. ¿Es eso culpa de Dios? ¡Desde luego que no!
El Nuevo Testamento repetidas veces asocia las enfermedades e impedimentos físicos con el diablo y los demonios. Por ejemplo, Lucas - “el médico amado”- escribe que a Jesús lo acompañaban “algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades”. (San Lucas 8: 2) En Hechos 5: 16 Lucas de nuevo hace la asociación de las enfermedades con “espíritus inmundos”. “Y aún de las ciudades circunvecinas de Jerusalén venían muchos, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados”. Jesús en reiteradas ocasiones habla del azote del diablo por medio de una enfermedad. Me parece oír a alguien expresar que en los tiempos de Jesús la ignorancia y la cultura hacían a la gente atribuir toda alucinación visual o auditiva a los demonios. Ya hemos observado que en efecto hay superstición, alucinaciones y trastornos mentales que hacen posible “ver” una serie de fenómenos “sobrenaturales”, mas atribuye todo movimiento sobrenatural a superstición o trastornos sicológicos es ignorar y sesgar el tema debido a que los demonios y sus manifestaciones son reales y no pueden ser investigados en el tubo de ensayo ni bajo el microscopio. Y Dios también se revela al humano. Decir lo contrario sin investigar a fondo fenómenos paranormales o sobrenaturales, es pecar de parlanchín y cientificista.
“Enseñaba Jesús en una sinagoga en sábado; y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad [una enfermedad causada por un demonio], y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: ‘Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó al instante, y glorificaba a Dios. Pero el principal de la sinagoga [en lugar de alegrarse], enojado de que Jesús hubiese sanado en sábado, dijo a la gente [no se atrevió a decirlo a Jesús directamente]: ‘Seis días hay en que se debe trabajar; en éstos, pues, vengan y sean sanados [que yo sepa, en las sinagogas solo hay servicio religioso los sábados], y no en sábado’. Entonces el Señor [Jesús] le respondió y dijo: ‘Hipócrita, cada uno de ustedes ¿no desata en sábado su buey o su asno del pesebre y lo lleva a beber? Y a ésta que es hija de Abraham, a quien Satanás tuvo atada durante dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en sábado?’”. (San Lucas 13: 10-17). Este es el típico caso del que coloca su religión o tradición por encima de la Palabra de Dios. “Cuelan el mosquito, pero se tragan el camello”, afirma Jesús. Quienes suponen que estas narraciones bíblicas son alucinaciones, efectos colaterales, histeria colectiva y trastornos mentales deberán explicar teológicamente, no en términos cientificistas ni con subterfugios racionalistas, cómo es posible que Jesús -siendo tan sabio, iluminado y entendido- también asegurara que los demonios y sus manifestaciones sean reales. Nota que atribuye a Satanás la enfermedad de la anciana.
En Hechos 10: 38, Lucas otra vez pone de manifiesto que muchas enfermedades son opresiones satánicas: “[...] Cómo ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo”. Según Juan, Jesús vino para “deshacer las obras del diablo”. (1ra San Juan 3: 8b)
Ahora bien, que muchas enfermedades sean opresiones demoníacas no significa que todas las enfermedades, padecimientos y dolencias tengan esa procedencia. Pero sí debemos estar alertas ante esa posibilidad y discernir con nuestros sentidos espirituales si hay participación diabólica en alguna enfermedad o sufrimiento. Muchísimos pasajes del Evangelio revelan que detrás de muchos padecimientos e impedimentos humanos está Satanás, enemigo de nuestras almas. Pregunto: ¿cuánto del diablo habrá en personas con serios trastornos de personalidad? No sería extraño que la mano del diablo esté detrás de algunos casos. No hablo precisamente de posesión demoníaca, pero sí de opresión satánica.
Como señalara, Satanás oprime -como quien exprime un limón- la mente (gr. nous) del ser humano, tratando de alcanzar su voluntad mediante dardos de fuego (pensamientos malos y pervertidos) que le lanza para que den origen a emociones que faciliten el sometimiento del órgano volitivo de la persona. Si lo consigue, tiene al sujeto a sus pies. No necesariamente endemoniado, pero con una voluntad pasiva y alienada que le hace títere del diablo. San Pablo nos revela que existen “principados, potestades, dominadores de este mundo de tinieblas y huestes espirituales de maldad en las regiones celestes [aires o primer cielo -cielo atmosférico-, de los tres que hay]”, que operan subrepticiamente en el mundo y las mentes de las personas. (Efesios 6: 12, 13; 2: 1-3)
En 2da Corintios 10: 4, 5, Pablo habla de “fortalezas, argumentos y altivez que se levantan contra el conocimiento de Dios”, por consiguiente, es menester destruirlos, derribarlos y llevar cautivo todo ese tipo de artimaña que erige Satanás en las mentes de muchos. Hay gente sesuda convencida de que los pensamientos que surgen en su mente contra Dios, Jesús, la Biblia y la fe se originan en su cabeza; esto es, están segurísimos de que son creados por ellos; pero, conforme a la revelación paulina, todo tiene como génesis la diabólica mente del príncipe de las tinieblas -Satanás- que lo siembra, cultiva y abona. Todo ese arsenal ideológico del humano enemigo del cristianismo es auxiliado y nutrido por su historial personal de niño/adolescente y por prejuicios, ideologías, supuestos, resentimientos y traumas. No olvidemos que los prejuicios que cargamos de niños y/o adolescentes fueron transferidos a nosotros por nuestros padres o tutores. Expresamos que muchos pensadores son cautivos del pensamiento e ideología de sus padres sin darse cuenta.
(Además del cielo atmosférico, existe el cielo sideral donde están los planetas y estrellas y el cielo espiritual, habitación del Ser Supremo, al que los creyentes occidentales llamamos Dios. Pablo es quien habla de la existencia de tres cielos en 2da Corintios 12: 2b)
Pues bien, tras que la especie humana por su naturaleza caída tiene maldad en el corazón, viene el diablo a echar más leña al fuego. La maldad del ser humano también se refleja al explotar y marginar a su prójimo. Ni Dios ni el diablo violan la voluntad nuestra. Pero mientras Dios trata de persuadir -no manipular- con amor al humano para que haga su voluntad; el diablo presiona u oprime a la persona, intentando ganar su voluntad y mintiéndole que “el diablo no existe”.

Tercera fuente de maldad: el ser humano daña a sus semejantes al explotarles y marginarles. Hobbes asevera que “en estado natural” -sin Jesús, diría yo- “el hombre es el lobo del hombre”. El hombre es el lobo del hombre cuando un humano quiebra el espíritu de otro ser humano y no respeta su dignidad de criatura de Dios. No hay como el cristianismo para preservar y hacer cumplir los derechos humanos, pues la ética es invención imperfecta de ese mismo hombre que es lobo del hombre. ¿Será posible que el tigre proteja al ciervo sin comérselo? Lo protege de otros predadores para devorarlo él. Por consiguiente, las comparaciones entre la falible y situacional ética humana y la infalible, imperecedera y universal moral cristiana que hacen los fanáticos de la ética son estériles y sin sentido.
Desde los albores de nuestras civilizaciones ha habido los que explotan y discriminan a otros por una u otra razón. En nuestros países subdesarrollados la explotación del empleado o trabajador es “normal”. El rico o potentado cree tener derecho de hacer lo que le da la gana con los derechos del trabajador, pues gobiernos, autoridades y leyes se prestan para ello. Eso en sí es malo, pero lo más perverso es la actitud sumisa y servil que en muchas ocasiones desarrollamos y mantenemos. (Ojo, ni proveer plazas de trabajo ni la necesidad de trabajar para comer justifica la explotación del trabajador) Gandhi lo ha expresado en estos términos: “Lo más atroz de las cosas malas que hace la gente mala, es el silencio de la gente buena”.
En el momento en que se violan los más elementales derechos del ser humano, puede decirse como afirma Sartre, “el infierno es convivir con los demás”. Un refrán reza: “Mientras más conozco a la gente, más amo a mi perro”. Tanto el filósofo como quien inventó el dicho tienen que haber tenido pésimas experiencias con otros humanos. (Hay quienes también la tienen con su mascota al ser agredidos por ella) Todos las tenemos. Lo importante es aprender de ello y no prejuzgar a todos con la misma medida, “porque con la misma vara con que midas serás medido, y una cuarta más”, expresa Jesús. (San Marcos 4: 24)
Aunque las injusticias y abusos no justifican la violencia, han sido causales para el surgimiento de filosofías e ideologías muchas veces peores que la enfermedad porque “la fiebre no está en la manta”. Otros, han perdido la causa ideológica e incursionan por la guerrilla y el terrorismo. He observado algo: la mayor parte del tiempo nos extremamos al querer erradicar el mal de raíz, y hacemos tanto daño o más que lo combatido. Siendo así, puede expresarse: “El ‘remedio’ es peor que la enfermedad”. ¡Cuánto cuesta guardar el equilibrio en la vida! Y... ¡cuánto lo necesitamos!
Por otra parte, la Caída afectó de tal manera al humano que, según Freud, hay personas cuyo comportamiento reclama la “necesidad de castigo”, y que él define como la fuerza que los impulsa a sufrir y a buscar situaciones penosas y humillantes y a complacerse en ellas. Estos sujetos -sostenía Freud- no solo encuentran satisfacción en el sufrimiento, sino que además rehúsan la curación y no quieren en absoluto desapegarse de la enfermedad y del sufrimiento. (Es desafortunado saber que la mayoría de nosotros -con todo y que no actuamos así abiertamente- sí nos complacemos en situaciones contrarias a la dignidad humana)
Freud hace la diferenciación de los dos casos que, según él, existen: Primero, el de las personas que dan la impresión “[...] de hallarse bajo el dominio de una conciencia moral intensa, aun cuando tal supermoral no sea en ellas consciente. Una investigación más profunda nos muestra de modo claro la diferencia existente entre tal prolongación inconsciente de la moral y el masoquismo moral. En el primer caso, el acento recae sobre el sadismo reforzado del superyó, al cual se somete el yo [castigarme a mí mismo para castigar a mi padre por no castigar]; en el segundo caso, en cambio, recae en el masoquismo del yo [este autocastigo puede llevar al suicidio], que reclama el castigo, tanto si éste viene del superyó como de los poderes parentales externos”. (1)
A mi juicio, Freud tenía razón. Pienso, además, que otros tenemos conflictos que en una u otra manera nos arrastran a rechazar a otras personas para que ellos a su vez nos rechacen y nos provean las caricias negativas a las cuales nos programaron nuestros padres. Al rechazar a los demás, refuerzo mi sadismo; al reaccionar las gentes a mi rechazo, rechazándome, me proveo de la necesidad de castigo (masoquismo) a la cual me condicionaron el abandono y mensajes parentales. Formándose así lo llamado compulsión a la repetición.
Pregunto: ¿Será ese uno de los conflictos que cargan quienes tienen la obsesión y compulsión de escribir contra las creencias? Hay quienes se complacen y disfrutan hacerse odiar y ser rechazados por las mayorías. Desde luego, no somos pocillo de oro para caerle bien a todo el mundo y no debemos callar ante lo chueco, pero si en mis escritos, libros, charlas y relaciones con los demás imperan las medias verdades, inexactitudes, enemistades, contiendas, pleitos, divisiones, sectarismos, toca hacer honesta introspección a ver si algo en mí busca que me rechacen y castiguen.

La tensión emocional y el estrés
enferman al cuerpo

Existen otras fuentes del mal, sufrimiento y enfermedades que vienen a la vida del humano, y en las cuales la persona interviene de manera indirecta más que directamente. Desde hace años se ha descubierto que la tensión emocional (alma) daña de manera paulatina e inexorable al cuerpo (soma) porque revienta como enfermedades sicosomáticas. Tal es el daño del aparato sico-emocional en el cuerpo, que se considera entre setenta y ochenta por ciento las enfermedades de origen sicosomático. Y una de las investigaciones más interesantes hoy en sicología es referente a la injerencia que tiene el estrés en la salud, azote del hombre moderno. El asesino silencioso del siglo XXI.
Muchos tendemos a convertir el estrés sicológico y social en una enfermedad corporal. En dicho mecanismo de conversión la persona inconscientemente convierte un conflicto sicológico en un síntoma físico. Esto es, la mente enferma al cuerpo.
Por un tiempo se creyó que no existían trastornos físicos originados exclusivamente por factores sicológicos. Es decir, se pensaba que un trastorno corporal tenía necesariamente un componente biológico que combinado con factores ambientales, sociales y sicológicos desarrollaban una enfermedad sicosomática.
No obstante, las investigaciones han demostrado que el cerebro (parte física de la mente = gr. nous) es capaz de enfermar el cuerpo debido a que se comunica con las células de la sangre que se mueven por todo el cuerpo a través del flujo sanguíneo, los vasos linfáticos y los nervios. Por ejemplo, la urticaria puede ser producida por una alergia física o por una reacción sicológica. La depresión puede predisponer al deprimido a ciertas infecciones, como las causadas por los virus de la gripa, impidiendo que el sistema inmune le proteja.
En otras palabras, la tensión emocional (depresión, ansiedad, furia, etc.) como el estrés (producido por problemas económicos, presión laboral, ruptura sentimental, muerte de un familiar, etc.) mal tratados o encauzados de manera incorrecta pueden desencadenar momentos trágicos en el sujeto, causándole incluso la muerte.
Tanto el estrés social como el sicológico pueden activar o agravar un amplio abanico de enfermedades como la diabetes mellitus, el lupus, la leucemia y la esclerosis múltiple. Empero, la importancia de los factores sicológicos varía ampliamente entre diferentes personas con el mismo trastorno.
Aunque sabemos que para que el estrés interno conduzca a la depresión depende de la predisposición genética, este incide en el sistema nervioso vegetativo (sistema nervioso autónomo), el sistema simpático y la glándula hipófisis. Luego de una respuesta de estrés aguda se produce un impacto sobre el eje hipotalámico-hipofisario-suprarrenal: el hipotálamo regula el impacto y se activa la glándula hipófisis (pituitaria), produciendo adenotirotropa o corticotrofina (ACTH), la cual es liberada al torrente sanguíneo y se dirige a las glándulas suprarrenales, y se activa la producción de adrenalina (epinefrina) o cortisol, la hormona del estrés. Desde este momento se produce una variedad de reacciones pues esta hormona cortical en poco tiempo alcanza todo el organismo provocando el aumento de las palpitaciones del corazón, la intensificación del pulso, la irrigación de los músculos; las reservas de grasa y azúcar se mueven y aumenta la reacción muscular y se incrementa la coagulación de la sangre. Una perenne situación de estrés suele desembocar en agudas crisis sicológicas, emotivas y físicas. Por no hablar de lo que ocurre en el espíritu, columna vertebral del aparato central de la salud integral del humano. (2)
Un famoso sicólogo lo ha resumido de esta manera: “Dios perdona nuestros pecados; la gente también a veces los perdona. Pero el sistema nervioso no los perdona nunca”. Las preocupaciones, estrés, tensión emocional, odios, resentimientos, ira y otras emociones reprimidas o mal canalizadas tarde o temprano pasan factura. (El cóndor macho en cautiverio destruye los huevos de su propia cría por estrés. Por tal razón lo cambian de jaula. En realidad, muchos animales en cautiverio presentan conductas típicas del estrés y demás desórdenes emocionales)
Si las cosas son de ese tamaño, pregunto: ¿cuál es el medicamento apropiado para curar una enfermedad sicosomática? ¿Será la medicina convencional? ¿La medicina alternativa? ¡No! Lo apropiado es resolver el conflicto emocional y aprender a reaccionar a los estímulos ambientales e internos a fin de que la “enfermedad” desaparezca, esto es, un cambio de actitud ante el conflicto interno y la presión externa. No es tan sencillo como suena, pero tampoco imposible de practicar. Si soy consciente de que un choque emocional con alguien me afecta con un insoportable dolor de cabeza, lo indicado es sacar (no reprimir) o permitirme sentir la emoción apretando una pelota de hule, escribiendo lo sentido o contando del uno al diez, hasta que el malestar desaparezca. Es decir, el displacer debe ser resuelto y liberado para que el dolor físico se esfume. Poco ayudará la ingesta de medicamentos, pues lo físico pierde peso y se va por donde vino si resuelvo lo emocional. (Muchos por falta de autoconocimiento no saben identificar sus emociones -tonalidades de los sentimientos- y las confunden con lo que piensan de ellas)
La feliz resolución de un conflicto emocional debe ser tratado por un especialista de la conducta o un siquiatra especializado en emociones que no tienda a “curar” todo con medicamentos. De lo contrario, el tratamiento errará el blanco por seguir solo la moda médica de recetar.
Somos propensos a dar importancia a los achaques corporales o a lo que por intolerable nos impide funcionar, mas como los trastornos sicológicos y mala salud emocional casi no se ven no les damos la trascendencia debida. ¿Qué decir de la salud espiritual? Ni hablemos de eso. Si en lo sicológico llueve, en lo espiritual no escampa. Lo más triste es que si con mesura tomas tiempo para nutrir tu espíritu, no faltará quien te etiquete de fanático religioso. Para malestar de escépticos, agnósticos y ateos, tú puedes hablar de Dios casi en cualquier lugar del mundo, pero apenas mencionas a Jesús te miran como bicho raro en no pocas culturas.
El siquiatra estadounidense Alexander Lowen fundó en su país una organización dedicada a ayudar a las gentes a resolver y liberar tensiones y rigidez corporal -frutos amargos de conflictos emocionales- con una terapia de ejercicios bioenergéticos que aplican principios que Lowen aprendió de quien fuera su sicoanalista, el alemán Wilhelm Reich. (Aun cuando no considero que todo en el sicoanálisis sea científico, como no lo es todo en ninguna ciencia convencional, no por ello me atrevo a ser radical y dogmático calificándolo de “no ser científico”. Solo sé que la ignorancia es insolente)
No tenemos que ir a Estados Unidos para aprovechar las valiosas herramientas que coloca en nuestras manos la terapia bioenergética, puesto que otros institutos de bioenergética han sido fundados en diversos países, y Lowen ha escrito varios libros al respecto; entre los cuales conozco Ejercicios de bioenergética, Editorial Sirio, S.A., y Bioenergética, Editorial Diana.
Allá por 1963 S. I. McMillen publicó la obra Ninguna enfermedad (None of These Diseases), Tipografía Unión, Medellín, 1971, donde da a conocer una lista parcial de las enfermedades provocadas por la tensión emocional. A estas alturas del partido; o sea, ya en el siglo XXI, esta lista ha aumentado porque se han descubierto nuevas enfermedades originadas por la tensión emocional. Infortunadamente, no podemos asegurar que han sido erradicadas, como ocurre con las enfermedades orgánicas, porque, si no hay cambio de actitud, no hay mejoría. Asimismo, el humano moderno, observamos, es golpeado hoy por el estrés.
McMillen hace la observación de que esta lista no significa que las emociones sean la única causal de estas enfermedades.

Desórdenes en el Sistema Digestivo
Úlceras en la boca, estómago e intestinos
Colitis ulcerativa
Pérdida del apetito
Hipo
Estreñimiento
Diarrea

Desórdenes en el Sistema Circulatorio
Alta presión de la sangre
Decaimiento del corazón
Taquicardia paroxismo
Arteriosclerosis
Trombosis coronaria
Gangrena en las piernas
Fiebre reumática
Embolias cerebrales de apoplejía

Desórdenes en el Sistema Genitourinario
Cólicos menstruales
Falta de menstruación
Tensión e irritabilidad premenstrual
Frigidez y vaginismo
Coito doloroso
Orina frecuente y dolorosa
Nefritis glomérulo agudo (enfermedad de los riñones)
Síntomas de menopausia
Impotencia


Desórdenes en el Sistema Nervioso
Dolores de cabeza de diferentes tipos
Alcoholismo
Epilepsia
Psiconeurosis
Insanias tales como la esquizofrenia
Demencia senil

Desórdenes en las Glándulas de Secreción Interna
Hipertiroidismo
Diabetes
Obesidad

Desórdenes Alérgicos
Urticaria
Romadizo (catarro alérgico)
Asma

Desórdenes en las Articulaciones
Dolores de espalda
Dolores y espasmos de los músculos
Artritis reumática
Artritis ósea


Infecciones
Mononucleosis infecciosa
Polio
Muchas, quizás todas, de las infecciones. (3) (Citado con permiso)


Veamos otra lista más actualizada de enfermedades sicosomáticas o sicógenas más frecuentes:
· Trastornos digestivos: colon irritable o síndrome de intestino irritable, úlcera, colitis ulcerosa, aerofagia y dispepsias, hipo, neurosis gástricas, gastritis, reflujo, dispepsia por trastorno de la motilidad, espasmo de piloro, evacuatorias, constipación, hemorroides y alteraciones a nivel de la vesícula, diarreas, meteorismo, estado nauseoso, dolor abdominal crónico funcional, globus o globo histérico, sensación de tener un nudo en la garganta que causa disfagia y otras formas de disfagia orofaríngea.
· Trastornos respiratorios: asma bronquial, bronquitis, rinitis alérgica, tos, hiperventilación. La depresión produce suspiros, las situaciones inesperadas cortan la respiración, la angustia ahoga y la emoción sofoca.
· Trastornos cardiovasculares: enfermedad coronaria, taquicardia, arritmia, hipertensión arterial, infarto de miocardio y hemorragias cerebrales, neurosis cardiaca, astenia neurocirculatoria.
· Trastornos genitourinarios: vaginismo, desórdenes menstruales, dismenorrea (sensación de “dolor” aparecido durante la menstruación), enuresis, disfunciones sexuales, paruresis (síndrome de la vejiga tímida), disuria (dolor, molestia o sensación imaginaria urente que se siente al orinar), vejiga nerviosa, polaquiuria (frecuencia miccional o repetidas ganas de orinar).
· Trastornos endocrinos: bocio, diabetes, hipertiroidismo y obesidad.
· Trastornos dermatológicos o cutáneos: eczemas, alopecia, soriasis, dermatitis, alopecia areata -caída del cabello, barba o vello en zonas específicas-, acné, picazón intensa, prurito o urticaria, hiperhidrosis, vitíligo, sensación de hinchazón, hormigueo, entumecimiento, sensaciones extrañas.
· Trastornos osteomusculares: cefaleas tensionales, fibromialgia, tortícolis y otros trastornos y movimientos espasmódicos.
· Trastornos sexuales y de la identidad sexual: disfunciones sexuales, parafilias, alteración de los patrones sexuales.
· Trastornos de somatización: son síntomas físicos múltiples, recurrentes y variables, presentes desde hace cierto tiempo y sin una adecuada explicación corporal. Generalmente existe resistencia a aceptar el diagnóstico médico; en dicha sintomatología no hay una evidencia de afección orgánica, trayendo esto aparejado, además de la inconformidad del paciente, un creciente grado de afectación en el comportamiento en y de su entorno familiar y social.
· Trastornos hipocondríacos o hipocondría: consisten en una distorsionada creencia o sensación persistente de la presencia de al menos una enfermedad y en la dificultad en la aceptación de explicaciones médicas adecuadas. La característica esencial de este trastorno es la preocupación persistente de la posibilidad de tener una o más enfermedades somáticas graves progresivas, puesta de manifiesto por la presencia de quejas somáticas insistentes o por preocupaciones tenaces sobre el aspecto físico. Con frecuencia el enfermo valora sensaciones y fenómenos normales o frecuentes como excepcionales y molestos, centrando su atención casi siempre solo sobre uno o dos órganos o sistemas del cuerpo.
· Trastornos de inicio en la infancia, la niñez o la adolescencia: se afecta el aprendizaje, la atención (déficit atencional e hiperactividad), el habla, desarrollo, alimentación, control de esfínteres, estado de animo, tics, conducta, etc.
· Trastornos de la memoria: amnésicos y cognitivos, incluye delirios, demencias, amnesias y trastornos que alteren la función cognitiva.
· Trastornos sicológicos debidos a una enfermedad orgánica médica: presencia de síntomas sicológicos como consecuencia directa de una enfermedad orgánica.
· Trastornos vinculados al uso, consumo y abuso de sustancias: abuso de drogas, incluye alcohol, tabaco, medicamentos y exposición a tóxicos.
· Trastornos del estado de ánimo: alteración del humor, depresivos, maniacos o hipomaniacos -estado de ánimo explosivo, exaltado, irritable-, trastorno bipolar, tristeza.
· Trastornos de ansiedad: pánico con y sin agorafobia, agorafobia, fobias específicas, fobia social, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno por estrés postraumático o por estrés agudo, ansiedad generalizada, trastorno de ansiedad debido a enfermedad médica, trastorno de ansiedad inducido por sustancias y trastorno de ansiedad no especificado
· Trastornos facticios: manifestaciones, síntomas físicos, sicológicos o seudo enfermedades, generados, sentidos, percibidos y manifestados como una enfermedad real pero sin una base orgánica.
· Trastornos de la ingesta y conducta alimentaria: alteraciones alimentarias, entre ellos obesidad, bulimia y anorexia nerviosa.
· Trastornos del sueño: insomnio, terrores nocturnos, dificultades para dormir, disomnia, movimiento e inquietud
· Trastornos del control de los impulsos: La sintomatología básica consiste en no poder controlar o manejar el impulso, deseo o tentación de una conducta dañina para el sujeto o para otros. Antes del acto, está presente una creciente sensación tensional. Al consumarlo, la persona siente placer, gratificación o liberación; no obstante, después puede haber vergüenza, culpa, autorreproche, etc.
· Trastornos adaptativos. La característica esencial del trastorno adaptativo es el desarrollo de síntomas emocionales o conductuales en respuesta a un estresante sicosocial identificable.
· Trastornos de la personalidad: se manifiestan como un comportamiento que no coincide con la cultura a la que pertenece la persona, tiene como inicio la adolescencia o al inicio de la edad adulta, se mantiene a través del tiempo y acarrean malestares y perjuicios para el que los padece.
· Trastornos somatoformes: En estos trastornos los síntomas físicos o su gravedad y duración no pueden ser explicados por ninguna enfermedad orgánica subyacente. Los trastornos somatoformes incluyen el trastorno de somatización, el trastorno de conversión y la hipocondría. Los síntomas se presentan con frecuencia en circunstancias que sugieren que el dolor está relacionado con conflictos o problemas.
· Otros trastornos somatoformes: En estos trastornos los síntomas no están mediados por el sistema nervioso vegetativo y se limitan a sistemas o a partes del cuerpo específicos, lo que contrasta con la presencia de quejas frecuentes y cambiantes sobre el origen de los síntomas y del malestar del trastorno de somatización y del trastorno somatomorfo indiferenciado. No existe lesión tisular.
· Trastorno del sistema inmunológico: competencia inmunológica, cáncer, enfermedades infecciosas, problemas de alergia, de piel. (4)
Un interesante estudio intitulado “Relación entre ciertas actitudes y emociones específicas y algunas enfermedades corporales”, realizado entre ciento veintiocho paciente por W. J. Grace y D. T. Graham, nos revela, asimismo, el fuerte influjo de las emociones (psuque) sobre el cuerpo (soma). (Si esto pasa en el cuerpo, ¿qué sucederá en el espíritu?). Las entrevistas, que duraban casi una hora, se efectuaron en una clínica sicológica. (A propósito, el 19 de setiembre de 2005 se inauguró la clínica sicológica “Horacio Harris” de la Escuela de Sicología de la Universidad de Panamá) La mayoría de los pacientes hicieron un total de diez visitas o más para ser entrevistados. El primer objetivo de dichas entrevistas consistía en definir las situaciones temporalmente relacionadas a los síntomas de los ataques que sufría el paciente. Y, por último, se le pedía una descripción clara acerca de la emoción sentida cuando se presentaba el síntoma. (Es triste que muchos confundan lo que sienten con lo que piensan de las emociones. No saben, además, definir una emoción; esto es, la tonalidad de lo que sienten. Y razonan las emociones en lugar de darse el permiso de sentirlas, pues siendo niños les prohibieron y castigaron por sentir) Los resultados fueron los siguientes:


1. Urticaria o erupciones – 31 pacientes
Aparecían cuando el paciente se sentía maltratado. Se sentían como quien recibe un golpe, y no puede hacer nada para impedirlo. Sus expresiones típicas son las siguientes:
“Sentía como si me estuvieran aporreando”.
“Mi novio me dejó por los suelos, pero ¿qué podía hacer yo?”.

2. Eczemas –27 pacientes
Aparecían cuando la persona sentía que le estorbaban y le impedían hacer algo, y no se le ocurría cómo manejar la frustración.
“Quiero que mi madre entienda, pero no lo consigo”.

3. Manos frías y húmedas –10 pacientes
Cuando el sujeto sentía que tenía que comenzar algún tipo de actividad, aun cuando no supiera precisamente qué debía hacer.
“Simplemente, tenía que mantenerme ocupado”.

4. Rinitis vasomotora o coriza –12 pacientes
Aparecía cuando la persona se enfrentaba a una situación ante la cual no podía hacer nada. Deseaba que la situación desapareciera, o que alguna otra persona se hiciera cargo del problema. La membrana mucosa comenzaba a segregar en exceso, para arrastrar la sustancia extraña, para eliminarla.
“Quería borrarlo todo. Quería construir una pared entre él y yo”.
“Quería meterme en la cama y taparme hasta la cabeza con la sábana”.

5. Asma –7 pacientes
Aparecía en situaciones idénticas al síntoma anterior (resfrío normal).
“Simplemente, no podía enfrentarme con la situación”.
“Quería que se marcharan”.

6. Diarrea –27 pacientes
Aparecía cuando la persona quería que una situación se acabara, o librarse de algo o de alguien.

7. Estreñimiento –17 pacientes
Aparecía cuando el paciente estaba firmemente resuelto a seguir adelante, aun cuando tuviera ante sí un problema que no podía resolver.
“Tengo que seguir con esto, aunque no me guste”.
“Me mantendré firme, aunque no consiga nada”.

8. Náuseas y vómito –11 pacientes
Aparecían cuando el paciente estaba pensado en algo que deseaba que nunca hubiese ocurrido. Estaba preocupado por el error que había cometido, más que por lo que debería haber hecho.
“Ojalá nunca hubiera ocurrido”.
“Cometí un error”.
Algunos se sentían muy culpables por algún hecho desagradable de su pasado. Más de una mujer ha tenido muchos ataques de vómitos de este tipo después de quedar embarazada. No por problemas físicos, sino porque no deseaba tener el bebé.

9. Úlcera del duodeno –9 pacientes
Aparecía cuando el paciente quería vengarse. Deseaba herir a la persona o cosa que le había dañado.
“Quería vengarme”.
“Él me hizo daño, así que yo quería hacérselo a él”.
“Esa mujer me carcome”.

10. Jaqueca –14 pacientes
Aparecía cuando una persona había estado haciendo un intenso esfuerzo por llevar adelante un determinado programa o alcanzar objetivos prefijados. El dolor de cabeza se producía cuando el esfuerzo ya había terminado, independientemente de que la actividad hubiera concluido con éxito o fracaso.
“Tenía que terminarlo de cualquier modo”.
“Tenía miles de cosas que hacer antes del almuerzo”.
“Estaba tratando de terminar todo aquello”.

11. Hipertensión arterial –7 pacientes
Aparecía cuando el sujeto sentía que debía estar constantemente preparado para enfrentarse a cualquier tipo de amenaza.
“Nadie me va a derrotar jamás. Estoy preparado para todo”.
“Me tocaba a mí resolver todos los problemas”.




12. Dolores de cintura –11 pacientes
Se presentaban cuando el paciente quería realizar alguna acción que requería movimientos con todo el cuerpo. La actividad en la que tales pacientes solían pensar, era marcharse o alejarse de una situación.
“Sencillamente, quería alejarme de la casa”.
“Quería escapar”. (5) (Citado con permiso)


Por otro lado, las enfermedades más comunes mencionadas en la Biblia son:

1. Esterilidad femenina: Génesis 29: 31.
2. Ceguera: San Mateo 9: 27.
3. Diversos desórdenes de la piel: Job 30: 30.
4. Sordera: San Marcos 7: 32.
5. Hidropesía: San Lucas 14: 2.
6. Mudez: San Marcos 7: 37.
7. Disentería: Hechos 28: 8.
8. Fiebre: Hechos 28: 8.
9. Inflamación: Deuteronomio 28: 22.
10. Lepra: 2do de Reyes 5: 27.
11. Desórdenes mentales: 2da San Pedro 2: 16.
12. Parálisis: San Lucas 5: 18.
13. Salpullido: Éxodo 9: 9-11. (6)

De igual manera, notamos que hay otras enfermedades atribuidas a la posesión y/u opresión demoníaca. “En la Biblia aparece expresada, por una parte, la idea de la responsabilidad colectiva en el bien y en el mal [por ejemplo, el caso del ciego aparecido en San Juan 9: 1b] (Éxodo 20: 5, 6; 34: 6, 7; Números 14: 18; Deuteronomio 5: 9, 10; Jeremías 32: 18; Romanos 5: 12-21) y, por otra, la de la responsabilidad personal (Deuteronomio 24: 16; Éxodo 18: 2-20)”. (7)
Ya vimos el desafortunado caso de la anciana que tenía muchos años de vivir encorvada. Al entrar Jesús un sábado a la sinagoga, como era su costumbre desde niño, “había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía un espíritu de enfermedad [un espíritu maligno que le causaba dicha enfermedad], y en ninguna manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó, y le dijo: ‘Mujer, quedas libre de tu enfermedad’. Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó al instante, y glorificaba a Dios”. Y el principal de la sinagoga en lugar de alegrarse, se enojó porque Jesús sanó en sábado. “Entonces el Señor le respondió y dijo: “Hipócrita, ¿acaso ustedes no desatan su asno o su buey en sábado y lo lleva del pesebre al abrevadero a tomar agua? Y a ésta que es hija de Abraham, a quien Satanás tuvo atada durante dieciocho años, ¿no se le había de desatar de esta ligadura aunque fuera sábado? (San Lucas 13: 11, 14-16)
Como hemos observado, las tensiones emocionales y el estrés se transfieren al cuerpo y este padece de diversas maneras, convirtiéndose la tensión emotiva y el estrés en lo que comúnmente conocemos como somatizar. Por fortuna, hay herramientas a las cuales podemos recurrir para canalizar esa tensión o estrés que durante tanto tiempo hemos acumulado por no saber dar cabida a la expresión de nuestras emociones porque de niños nos enseñaron que ser afectivo o sentir era malo o sinónimo de debilidad. Hay momentos vividos en la niñez que perduran en la memoria por lo agradables y placenteros. Pero, lo que más recuerda el humano por el daño a su Niño interior son los abusos y maltratos de infancia, niñez y adolescencia.

Todos sentimos que la vida debería ser algo más que una lucha por sobrevivir, que debería ser una experiencia gozosa y que las personas deberían estar imbuidas de amor. Pero cuando nuestra vida carece de amor y de goce, soñamos con la felicidad y corremos en pos de la diversión. No nos damos cuenta de que el fundamento de una vida feliz es el placer que sentimos en nuestros cuerpos [y en el espíritu] y de que sin este placer corporal [y espiritual] de estar vivos, vivir se transforma en la necesidad sombría de sobrevivir, de la cual nunca está ausente la amenaza de la tragedia. (8) (Las cursivas son mías)

Por otra parte, en mi opinión, una de las emociones que más cuesta manejar es la ira. El club de los que no saben controlar o canalizar la ira es inmenso y universal. La ira se manifiesta de diversas maneras. Es tan sutil que no nos percatamos de que estamos enojados. Hace un tiempo envié un correo sobre la ira a varios de mis contactos electrónicos; y la reacción de uno fue mera racionalización de la ira. Su planteamiento tenía razón en parte. Pero, además de dudar que se haya dado cuenta de su enojo al escribirlo, percibí que mi contacto tiene problemas con la emoción ira.
“Yo no estoy enojado”, expresamos con enojo. No nos percatamos. Pero los ojos que brillan como el fuego, el rostro desfigurado y las respuestas a los correos recibidos dicen lo contrario. Le damos tantos nombres a la ira mal canalizada con el fin de menguar sus terribles efectos. Mas cambiarle el nombre no apacigua al monstruo que es la ira. Tanto mal hace la ira reprimida como la ira mal expresada. Tengo la impresión de que uno de los momentos en los cuales más nos airamos es al conducir el automóvil por las calles y carreteras atestadas de vehículos y de conductores irresponsables. Estar pegado a la bocina del auto, refunfuñar, comentar, criticar, gritar, insultar, manejo desordenado, pasarse la luz roja, exceso de velocidad, etc., suelen ser apenas unos cuantos síntomas de la ira, o por lo menos de enojo. Ira que permanece en el pecho como el supuesto volcán dormido, pero que en cualquier instante hace erupción y arrasa con todo. Es posible que la ira no se manifieste abiertamente, pero vivimos agrediéndonos a nosotros mismos o a otros. Ojo, a veces la agresión es pasiva; muy sutil, mas es ira y enferma el cuerpo.
El libro de Proverbios habla muchísimo de la ira y de la persona iracunda. “El que fácilmente se enoja hará locuras”. “No te juntes con el iracundo, ni te acompañes con el hombre violento, no sea que aprendas sus maneras, y pongas trampa para tu alma”. “La cordura del hombre detiene su furor, y es un honor para él pasar por alto la ofensa”. “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad”. (Proverbios 14: 17; 22: 24, 25; 19: 11; 16: 32) ¿Cuánta ira hay detrás de guerras y crímenes? ¡El 99.99 por ciento es amargo fruto de la ira! Dios, por favor ayúdame a saber canalizar la ira y el enojo de tal manera que no me haga daño yo ni perjudique a otros.
LaHaye relata en su excelente libro Usted se enoja porque quiere (Editorial Vida), ya citado, que un ¡sicólogo! aseguró un día: “El primer bribón que me ponga furioso, me va a matar”. Así sucedió. En una reunión científica un expositor hizo afirmaciones que irritaron al caballero en cuestión. Y mientras se ponía de pie para -según él- refutar las aseveraciones del orador, su enojo le produjo tal convulsión en el corazón que cayó fulminado. ¡Cuidado con el enojo y con lo que decimos! “Lo que dices recibes”, escribió Don Gossett.
En bioenergética existe una serie de ejercicios que nos ayudan a canalizar y dar rienda suelta al enojo, ira o cualesquiera de las emociones más fuertes sin dañar a los demás y sin enfermar nosotros. Ataquemos el conflicto o problema sin hacernos daño; no seamos suicidas.

Uno de los ejercicios que sugiero a mis pacientes en su hogar es el de golpear la cama. Yo mismo he puesto en práctica este ejercicio a lo largo de los años, para liberar la tensión en los hombros y desarrollar un movimiento suelto de los brazos, que considero esencial para expresar el enojo. Al principio, era consciente de que, aunque sentía poder en mi brazo derecho, el izquierdo parecía débil e impotente. Nadie puede ser un buen luchador con un solo brazo. Solía dar de 50 a 75 golpes todas las mañanas. Con el tiempo, mi brazo izquierdo se liberó y los golpes de ambos brazos se igualaron en fuerza y fluidez. Golpear la cama no es sólo un ejercicio terapéutico para liberar los brazos de una tensión crónica: también sirve para liberar las tensiones que se acumulan a consecuencia del estrés de la vida cotidiana. No siempre estamos en condiciones de expresar nuestro enojo en el momento de la herida o el insulto. En ocasiones, no sentimos el enojo en el momento del insulto porque nos encontramos en estado de shock, pero luego, cuando este estado desaparece, nos damos cuenta de cuán enojados quedamos por lo que ocurrió. En algunos casos, es demasiado tarde o se hace imposible expresar el enojo a la persona causante de nuestra herida, pero podemos desahogarnos golpeando la cama en nuestra casa [o un saco de boxeo]. De esa manera, recobramos nuestra integridad y el buen sentimiento que se había perdido. (9)

Hace un tiempo compré una pelota de hule con carita feliz que uso para momentos de ira o enojo y tengo colocada al lado del computador para no golpear la mesa ni descargar mi enojo contra la máquina, pues, como dice Zig Ziglar, tendemos “patear el gato”. Muchas veces buscamos chivos expiatorios. (Hasta Jesús se enojó y sacó a los mercaderes del Templo. [San Lucas 19: 45, 46] San Pablo advierte: “Pueden airarse, pero no pequen”. [Efesios 4: 26] Enojarse o airarse no es dañino. Al principio el enojo no es malo sino un aliado; lo pecaminoso es no canalizar bien el enojo y la ira. Lo que haces o dices al estar enojado o airado es lo importante. Cuidado con la ira o enojo que no exteriorizamos y lanzamos al inconsciente, pues suele causar estragos al cuerpo, o al salir explosiona cual olla a presión que cobra víctimas fatales. Creo que no conocemos bien a una persona hasta no verla enojada o airada)
Además de la tensión emocional, el estrés y la ira reprimida, comer desordenadamente, el constante trasnocho, el abuso de drogas y el descontrol en el instinto sexual y fumar diezman las fuerzas de quien no sabe manejar el placer sexual y consume drogas y cigarros. La falta de ejercicio físico y la indisciplina socavan las energías a tal punto que algunos de 40 años o menos parecen cincuentones. Y aparecen achaques prematuros de salud. Hoy mucha gente de menos de treinta y cuarenta años está muriendo no propiamente por enfermedades cardíacas sino por cómo canalizan la tensión emocional y el estrés. De manera que si seguimos así no podemos culpar a Dios por nuestros malos manejos. Yo soy el único responsable. “La insensatez del hombre tuerce su camino, y luego se irrita su corazón contra el Señor”. (Proverbios 19: 3)
Una respuesta muy usual de aquel que fuma y bebe en exceso es “de algo tiene que morirse uno”, o “yo puedo controlar el alcohol”. Claro que de algo nos vamos a morir, pero contribuir a morirse uno es insensatez. Y cuando alguien expresa que puede controlar el alcohol, pero pierde el control ante la ingesta de bebidas embriagantes es claro indicio de la negación del problema.
Ahora, hay personas que atribuyen el dolor del sufriente a algún supuesto pecado oculto. Lanzan frases como estas: “Eso te pasa porque algún pecado cometiste”. “Si te portaras bien, no estuvieras así”. Puede que haya algo cierto en esas afirmaciones, pero es peligroso y errado lanzar insinuaciones como que el sufrimiento lo manda Dios como castigo por lo que hiciste. Además, ¿quién soy yo para juzgar y condenar a otro? Recordemos: Dios no manda enfermedad y sufrimiento al ser humano. Dios sí usa el sufrimiento y las enfermedades para obrar en nuestras vidas seamos creyentes o no. Más si ya somos creyentes en Cristo.
Para concluir esta sección, es menester señalar que ni la terapia bioenergética ni ninguna otra terapia o cuerpo de ejercicios son panaceas capaces de resolver todas nuestras tensiones y rigidez corporal. Ayudan muchísimo, pero no desaparecen todos los conflictos y tensiones, pues mientras vivamos confinados y sometidos a este “cuerpo de muerte” (san Pablo), una que otra tensión molestará de vez en cuando. Lo importante es tener y usar las herramientas que nos colaboren a saber manejar cualesquiera de los superados conflictos que quieran levantar su fea cabeza en nuestro ser interior. No desesperemos si nos parece que no avanzamos o que los “monstruos” aún nos acechan. Pues el mismo apóstol Pablo, con todo lo entregado y santo que era, pudo decir: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya haya conseguido la perfección total; pero una cosa hago, olvidando lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta, para conseguir el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. (Filipenses 3: 12-14)
Neruda manifiesta: “No olvides que la causa de tu presente es tu pasado [resuelto o no], como la causa de tu futuro, tu presente”. Yo creo que no soy culpable por lo que me haya pasado en la infancia, niñez o adolescencia, pero soy responsable de solucionar mis conflictos del pasado y del presente.

Cómo trascender el sufrimiento

En primer lugar, es menester tener claro que afrontar el dolor corporal y el sufrimiento del alma no es tarea fácil por varias razones; entre ellas, porque a veces los seres humanos percibimos y reaccionamos ante el sufrimiento y el dolor en formas diametralmente distintas. Es decir, la cultura, la religión, la ideología, los estados anímicos y nuestros achaques influyen en cómo entendemos el sufrimiento y el dolor, incluso en la manera en que los sentimos.
Hace varios años conocí a una señora con afecciones que prácticamente la habían condenado a vivir postrada en cama durante muchos años. Jamás oí a mi anciana amiga quejarse ni expresarse en cuanto a que Dios tuviera un despropósito con ella. Por el contrario, se aferraba a su fe y a Jesús con vigor extraordinario.
Para desdicha de los enemigos del Evangelio, está comprobado científicamente (cómo gusta esa frase a los cientificistas porque creen que toda verdad para ser verdad tiente que pasar necesariamente a través del filtro del método científico convencional. ¡No están ni tibios!) que ir a la iglesia y orar -sobre todo, la fe en Jesús- son excelentes para prevenir el estrés, y capaces de apaciguar, sobrellevar y trascender el dolor y cualquier tipo de vicisitud. Jesús dice: “[...] No se afanen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propia inquietud. Le basta a cada día su propio afán”. (San Mateo 6: 34)
San Pablo escribió: “Por nada se inquieten, sino que sean presentadas sus peticiones delante de Dios mediante oración y ruego con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa a todo entendimiento, guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”. (Filipenses 4: 6, 7) Parafraseemos la última parte de las palabras de Pablo: Y la paz de Dios, que ninguna mente humana puede explicar o entender, será efectiva en sus corazones y mentes porque Cristo Jesús estará en ustedes.
En esa misma línea, Walter Riso escribe que las personas con sentido de vida y una vida espiritual rica y equilibrada logran una visión más completa y profunda de la vida, de manera tal que el sufrimiento y el dolor se reubican en otro contexto y se les da un nuevo significado. Las personas con una profunda vida espiritual son más fuertes ante la adversidad y emocionalmente más maduras, y menos apegadas a las cosas del mundo y a las relaciones sentimentales. (10) ¿Qué te parece? ¿Será que es funcional ser cristiano? ¡Seguro que sí!
Para los criticastros del Evangelio y la fe en Jesús es fácil criticar sin ahondar en las cuestiones de fe, y los receptores de sus mensajes ignoran que...

La mayoría de las objeciones a la existencia de Dios por el problema del sufrimiento llegan de observadores externos que están bien cómodos [en sus oficinas refrigeradas], mientras que a menudo los que en verdad sufren se transforman en creyentes más fuertes por los sufrimientos. (11)

Aun cuando las creencias han sido ignoradas por la comunidad médica, son más eficaces para sanar enfermedades de lo que ciertos grupos cientificistas y adversarios del Evangelio creen. La historia y estudios científicos revelan que las creencias han sido fundamentales en hallar propósito para vivir, sanar o contrarrestar la enfermedad y la muerte. En pocas palabras, se equivocan quienes creen que la religión es “cosa secundaria”. ¡Cuántas tontadas dice uno cuando opina sobre temas que no domina! Antes de escribir deberían asesorarse bien o investigar con honestidad intelectual.
Ahora bien, fácil es aconsejar, hablar y escribir sobre cómo tratar con el dolor y el sufrimiento, y sumergirse en honduras filosóficas y en hueca palabrería. Pero cuando el dolor y el sufrimiento tocan nuestra vida olvidamos la teoría y probablemente nos volvemos un ocho. Díganmelo a mí que estuve con hipertensión arterial entre los años 2005 hasta casi todo 2007. En 2007 hubo un par de días que pensé seriamente que “patearía el balde con todo y trapeador”, suele decir un compañero de terapia. Al sentirse uno mal tantos días y meses consecutivos, el léxico y pensamiento suelen cambiar y piensas que te vas a morir. No es fácil sobrellevar una prolongada enfermedad o un dolor muy agudo. En mi caso, lo peor es que me estoy convenciendo que buena parte de la hipertensión es emotiva. ¿Qué tal?
Más aún, cuando el sufrimiento o el dolor toca a uno de nuestros hijos el sufrimiento es inexpresable. Desearíamos estar nosotros en el lugar de nuestro retoño. Cómodo es hablar y aconsejar a otros, lo muy difícil es aplicar a mi vida lo que sé sobre el sufrimiento. Jesús asegura que algunos le dirían: “Médico, cúrate a ti mismo”. (San Lucas 4: 23) “Para otros tengo consejos, pero para mí no tengo”, narraba el hermano Pablo al contar el caso de alguien que para muchos tenía consejos, pero cuando le tocaba decidir no sabía qué hacer. Es mi convicción que todos hemos sufrido aunque el dolor y sufrimiento no hayan tocado el cuerpo. Se sufre en el espíritu, las emociones y mente. Y el dolor por lo general es sentido en el cuerpo. Seamos o no cristianos, la vida trae de vez en cuando sus malos ratos. ¡Dios nos ayude a hallar la salida en medio del dilema, el dolor y el sufrimiento! Padre, ayúdame a levantar los ojos a Ti cuando el dolor y el sufrimiento me opriman y lleven las fuerzas.
¿Será cierto que el remedio para el dolor es eliminar el deseo y luego de eliminado alcanzar el estado Nirvana en el cual el dolor desaparece y se pierde la personalidad propia porque “me apago” para fusionarme con el universo? Pienso que ese tipo de creencia nace del interés por ayudar al ser humano a trascender el sufrimiento. Empero, parte de concepciones nada claras en cuánto a qué origina el deseo y de quién es Dios. Los deseos se originan en lo que conocemos como memoria uno, o primera, y está implantada en las células y órganos. También se conoce como instintos. Los instintos primarios o necesidades vitales son beber, comer, respirar, dormir, excretar. Estos instintos preservan la vida. No puedo eliminarlos por mucho que lo intente. Nací y moriré con ellos. Existen otros deseos que nacen del pensamiento, o son creados por ellos. A ellos apelan los mensajes subliminales de comerciales y propagandas. Con ellos sí es posible trabajar, pero no con los primeros. A los instintos puedo regularlos, no eliminarlos. Los segundos se eliminan con solo cambiar la forma de pensar. Lutero aseguraba: “No puedo evitar que los pájaros vuelen sobre mi cabeza, pero sí que hagan nido en ella”.
Por otro lado, para hallar la paz de espíritu y del alma no es menester acceder a un estado de Nirvana o de meditación trascendental, sino tener total confianza en que Dios me ama, está pendiente de mí y conoce mis necesidades (San Mateo 6: 31- 34), tal cual vimos arriba. La mente en blanco o “apagarnos”, como sugieren el estado Nirvana, filosofías y religiones orientales es un trance peligroso porque en ese momento opera el diablo, que, como león rugiente, está a nuestro alrededor buscando a quien devorar. (1ra San Pedro 4: 8) Ha habido un sinnúmero de casos de manifestaciones demoníacas en momentos de “apagones” mentales.
Tampoco es efectivo negar la existencia verdadera de la realidad empírica, entendida como lo que abarca a los seres, sucesos y vivencias buenas o malas experimentadas por nosotros y son parte de nuestra historia personal. Enconcharnos en nuestro mundo interior (sicotizarnos) para negar la realidad de la vida diaria no es saludable para el bienestar integral. El filósofo griego Epicuro -portador de la sensualidad y la creencia irracional llamada ateísmo- a fines del siglo IV y a principios del III antes de Cristo enseñaba que el supremo bien de la vida era la felicidad libre de dolor y temor. Cierto es que Dios no me ha dado espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura. (2da Timoteo 1: 7) Pero el dolor a veces es inevitable por ser consecuencia de la caída y del legado de nuestros primeros padres. Y, si no logro eliminar el dolor de mi vida, ¿viviré amargado y desgraciado? Seguro que sí.
Sobre las corrientes que nos exhortan a eliminar el dolor mediante esfuerzos mentales, Zig Ziglar cita un sermón del pastor O. S. Hawkins que sostiene: “En el instante en que se encuentre usted ante la muerte, ninguna filosofía de la Nueva Era [o cualesquiera de las que pululan por ahí], ni las actitudes del pensamiento positivo ni los hábitos ‘exitosos’ le servirán de nada”. (12)
Notemos algo, Hawkins afirma que “[...] ni las actitudes del pensamiento positivo [...]” servirán de nada ante la muerte. ¿Será que dicha cita puede interpretarse como que Ziglar -reconocido expositor del pensamiento positivo en medio mundo- perdió la fe en lo que enseñaba y de lo cual ha escrito obras tan renombradas? ¡En lo absoluto! Ziglar sigue creyendo en el pensamiento positivo, pero a raíz de la muerte de su hija mayor Suzan está consciente de que ante la muerte o de cualquier otro dolor extremo todo ello se nos olvida o es inoperante, y la mejor opción es recurrir a Jesús, que está dispuesto a consolarnos y fortalecernos.
Cuando la ciencia convencional, filosofía, religión, fe y la ciencia teológica se nos vienen abajo o son inoperantes, lo único que puede sostenernos en pie es el amor que profesemos a Jesús. Si amamos a Dios como Él desea que lo amemos, ese amor podrá soportar vendavales, ríos, fuego y tormentas, porque está fundado sobre la Roca, que es Cristo. Si no amamos a Jesús como Él nos pide y nos ama, estamos en problemas. ¿Sobre qué está fundada nuestra vida: sobre la arena o sobre la Roca? ¿Sobre una religión o sobre el resucitado Cristo histórico?
Dudo que alguien que no ame a Jesús y no lo tenga como Señor y Salvador salga bien librado de un sufrimiento extremo. Una de dos: lanza ese dolor al inconsciente y lo acalla con ocupaciones y adicciones, o el dolor le acaba postrándole. (En el primer caso el ego opera como un paliativo y/o muleta, pero el derrumbe suele ser fatal)
Cuando hacía mis pinitos en radio tuve la dicha de conocer a un excelente comunicador que me abrió las puertas de su noticiero. Pasaron los años y un día lo vi en la sala de un hospital en una condición física y emocional que me rompió el alma. Le percibí tan mal anímicamente que mi fe en Jesús se cohibió y no me atreví a hablarle por temor al rechazo. El hecho es que sin importar lo que nos pase, somos nosotros los que decidimos qué hacer con las situaciones. Solo Jesús puede ayudarnos a sobrellevar el dolor extremo. Sabemos que el dolor arrojado al inconsciente sale al preconsciente y más tarde salta al consciente para causar estragos. La neurosis no es otra cosa que el impulso reprimido que, disfrazado, ha logrado irrumpir gracias a la represión. En pocas palabras, la neurosis surge a raíz de lo que arrojamos al inconsciente.
En cuanto a filosofías o religiones que intentan negar la realidad, Fernando Tola y Carmen Dragonetti afirman que el propósito de una filosofía religiosa como esa “está destinada a negar la existencia real de las principales manifestaciones y categorías de la realidad empírica: el surgimiento y la desaparición de los seres y cosas, la causalidad, el tiempo [...], la pasión y su sujeto, la acción y el agente, el sufrimiento, las consecuencias de las acciones (karma) [...], el ser y la nada, etc.”. (13) (Citado con permiso) (La negrita es mía)
No es negando la realidad que estamos atravesando por un valle de lágrimas que logramos trascender el sufrimiento, sino reconociéndolo y aceptando nuestra condición de sufrientes y buscando el propósito de Dios que se esconde en nuestro dolor. Si no hallamos el propósito de nuestro sufrimiento y la fe nos falta y la teología se derrumba, hay un camino más excelente para sobrellevar las vicisitudes de la vida. Esto no significa que dejemos como último recurso el camino más excelente, sino que nos agarremos más que nunca de Jesús cuando lo demás falla. De ese camino excelente hablaremos más adelante.
Para trascender el dolor debemos partir de la imperiosa necesidad de tener sentido para vivir, que eso nos dé razón para seguir viviendo, porque el mayor sufrimiento jamás experimentado por el humano es pensar que ya no vale la pena vivir. Que su deseo de vivir sea fulminado.
El sentido para vivir puede ser las ganas de vivir que tenemos (aunque a veces no lo sintamos; ello es peligroso) o el placer de sentirnos vivos, nuestros hijos, padres, cónyuge, los negocios, dinero, profesión, sexo, religión. El peligro de poner el sentido para vivir en cosas materiales, fetiches, personas, filosofía o religión es que si perdemos a un ser querido, si las finanzas se van al piso o las personas en las cuales ponemos nuestra esperanza nos fallan, nuestro bienestar espiritual, emocional y mental se hundirán como un gran barco golpeado por un témpano. Perderemos el sentido a la vida. No corramos entonces el riesgo de poner nuestra razón de vivir en nada ni en nadie. “Porque donde esté tu tesoro allí estará también tu corazón”, manifiesta el Maestro en San Mateo 6: 21. ¿Dónde está mi corazón? ¿Dónde están mi fe y esperanza? ¿Están en mi pecho, o puestos en una persona, religión, filosofía, fetiche o profesión? ¿O está en las bóvedas de un banco? ¿Quizá en los bienes y vanagloria de esta vida, en el sexo, o en las faldas, piernas, pechos, caderas y cuerpo de una mujer?
En cierta ocasión, un hombre a quien se le había muerto su esposa fue a consultar al sicoanalista Viktor E. Frankl. El sujeto -destrozado- le contó lo que pasaba, y Frankl le preguntó: ¿Ha pensado en el dolor que le ha ahorrado a su mujer si hubiera sido usted el muerto? El hombre sorprendido le contestó que no había pensado en eso. Pueden parecernos graciosas las palabras de Frankl, o un chiste cruel, pero tienen mucha seriedad y cordura. Pienso que a partir de ese momento el intenso dolor del paciente de Frankl encontró un porqué, y su depresión y profunda tristeza desaparecieron, pues ya había encontrado el propósito de su dolor; trascendió su dolor. El hombre, según Frankl, podía hallar el propósito de su sufrimiento pensando que había evitado a su cónyuge un sufrimiento igual o peor. Igual puede decirse de quien pierde un ser amado. Claro que nos duele. Raro fuese que no nos doliera. Mas, ¿nos quedaremos estancados en el dolor? Si no nos duele la muerte o pérdida de un ser querido no le queremos o tenemos algún trastorno emocional.
El paciente de Frankl tenía su porqué vivir puesto en su esposa, pero la mujer murió; por tanto, el sentido a la vida del hombre pereció con la mujer. Ese es el grave peligro al que estamos expuestos si nuestro sentido para vivir está colocado en personas, cosas materiales y lo antes mencionado. Cuando los perdemos o nos defraudan, también el sentido para vivir perecerá; se diluirá y quedará en nada. Nuestra vida perderá el combustible que generaba su energía, su movimiento. Se ha descubierto que cuando un paciente con una enfermedad terminal pierde el sentido para vivir se acelera su muerte, o desea que le apliquen eutanasia. (Los médicos creyentes en la “muerte asistida” se equivocan al acoger los deseos de muerte del paciente, sugiriéndole o practicándole eutanasia. El médico ético y practicante del juramento Hipocrático admite su impotencia y recomienda un ministro espiritual al paciente para ayudarle a recobrar las ganas de vivir, que es un estado emocional superable. De ahí que la ideología y creencias determinen el estilo de vida y práctica profesional de no pocos médicos) Contrario del que aún se aferra a la vida porque tiene un porqué vivir. “El ánimo [alma] del hombre le sostiene en su enfermedad; mas ¿quién sostendrá al ánimo angustiado?”. “El corazón alegre constituye un buen remedio, mas el espíritu triste seca los huesos”. (Proverbios 18: 14; 17: 22) Lo que menos necesita un enfermo terminal es un consejero que le aconseje sobre temas que desconoce como la muerte.
Raymond A. Moody, hijo, en su obra Humor y Salud (Editorial Edaf, S. A.) sostiene que el humor no solo tiene un importante poder curativo, sino que además propone la inclusión de actividades que incluyan este tipo de terapia en clínicas y hospitales. (¿Qué tal la terapia de oración a Dios sin caer en extremos de hacer cultos en hospitales?) Añade Moody que en el transcurso de muchos años ha encontrado un número considerable de casos de pacientes que se recuperaban de una enfermedad por el simple hecho de reírse de sí mismos, o por lo menos el buen sentido del humor lo utilizaban como atenuante positivo y adaptable a la enfermedad. (En este punto sería sensato que quienes expresan radicalmente que la religión es “raíz de todo mal” o ven al cristianismo y a Dios como malos bajen la cerviz y acepten que la fe en el Dios de la Biblia y en Jesús -Dios encarnado- juega un rol extraordinario e inigualable en la recuperación de los enfermos; o, por lo menos, proporciona suficientes herramientas a los desahuciados para aceptar y enfrentar con gallardía su condición de paciente terminal)
¿Qué hacer ante la pérdida de un familiar, padre, hijo o cónyuge? ¿Cómo reaccionar ante la muerte de uno de esos seres que ocupan un lugar especial en el corazón? En primer lugar, lo saludable es darme el permiso de sentir el dolor con toda su intensidad y profundidad, no negarlo. (Una de las mentiras que manejamos inconscientemente para no sentir es que si nos damos el permiso de sentir nos volveremos locos. Si no podemos manejar la emoción, debemos ir a un especialista) Quien lo niega o reprime lo posterga pero no lo sana. Segundo, luego de sentirlo es vital atravesar una etapa de duelo que deberá tomar un tiempo prudencial, en el cual he de sacar todo el dolor que hay dentro. Si no puedo solo, debo buscar ayuda profesional de un excelente sicoterapeuta y de un pío ministro de almas. Ojo, toda pérdida debe llevarnos a un proceso de duelo. Mas no todo sufrimiento conlleva duelo. El duelo es para sanar, no para quedar postrados, enfermar y morir. También sirve para demostrar que amamos a la persona perdida, pero no más que nuestra propia vida. Quien ama a otro más que su vida está perdido; exceptuando a Jesús, claro está. (Aun el amor por Jesús debe ser administrado por el Espíritu Santo, pues hay quienes confunde el celo por Dios y las cosas sagradas con fanatismo y legalismo)
León Tolstoy (1828-1910) expresa que “solo las personas capaces de amar intensamente pueden sufrir también un gran dolor, pero esta misma necesidad de amar sirve para contrarrestar su dolor y curarles”. Esto es, el mismo amor con que aman trae en sí el antídoto ante el dolor de la pérdida del ser amado. Únicamente quien de veras ama su propia vida y a los demás trasciende el dolor y la muerte.
Zig Ziglar sostiene que “los gritos de angustia, los profundos sollozos y el temblor y las convulsiones del hombre desconsolado son prueba de que el hombre que ama profundamente llorará profundamente. Cuando un hombre llora, llora desde los pies hasta la cabeza”. (14) Así es, por nuestra naturaleza, cultura y machismo no somos propensos a llorar, pero cuando un hombre llorar es conmovedor porque es prueba fehaciente de que le duele o ama de verdad.
El dolor, la prueba, el fracaso y el duelo son oportunidades que Dios y la vida nos permiten para que trascendamos más allá de nosotros mismos y del sufrimiento. Si no hay enfermedad, no hay sanación; si no hay prueba, no hay gozo; si no hay fracaso, no hay éxito; si no hay dolor, no hay consolación; si no hay duelo, no hay curación. Si no existe el aguijón en la carne, no tengo la oportunidad de experimentar el gozo inefable de depender totalmente de las fuerzas que el Señor me da. “Diga el débil: ‘Fuerte soy’”, exhorta a proclamar Joel 3: 10b.
Aun el atribulado Nietzsche señalaba: “Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo”. Interesantes las palabras del filósofo, pero no olvidemos tener cuidado dónde ponemos el sentido para vivir. Mi sentido o razón para vivir debe estar puesto en Jesús y en mí. (En el capítulo 11 observaremos que Jesús es el puerto seguro donde puede anclar el barco del alma humana) Primero en Jesús porque Él no se equivoca, yo sí fallo y cometo errores; me equivoco y dependo mucho de las circunstancias de la vida y de los vaivenes emocionales y sentimentales que se mueven cual remolino en mi pecho y mente. Y como no me conozco lo suficiente -recordemos a Pedro al asegurar a Jesús no negarlo jamás- puedo claudicar el día menos pensado. Por tanto, “fíate del Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia [sabiduría del alma]. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas. No seas sabio en tu propia opinión; teme al Señor, y apártate del mal; porque será medicina para tu cuerpo y refrigerio para tus huesos...”. (Proverbios 3: 5-8ª)
Aclaremos algo: no hablo de no confiar en mí ni de que Jesús anulará mi personalidad. El Señor jamás me anulará. Debo apoyarme primero en Jesús y luego en mí porque Él es infalible, yo soy falible. Él y todo lo que tiene es eterno, imperturbable; yo soy perturbable y vulnerable. Él es garantía total (cien por ciento) de que mi propósito para vivir no perecerá jamás. (Desde hace unos días para acá he optado por orar así: Señor, dame sabiduría para conducir mi vida) No se trata de religión, pues religiones hay muchísimas, y no pocas veces en lugar de ayudar enredan la vida al humano con prohibiciones antibíblicas. Hay fanáticos religiosos que en nombre de su dios matan y promueven el terror, creyendo brindarle un servicio a Dios. Otros colocan sus tradiciones extrabíblicas y doctrinas de hombres sobre el Evangelio. Y un tercer grupo clasifica todo como pecado, interpretando la Biblia a su antojo y haciendo negocio con la fe.
Hay religiones y religiosos que uncen yugo sobre el ser humano en lugar de romper y descargar cadenas y pesos que agobian a la humanidad. (Isaías 58: 6) De los escribas y fariseos modernos expresa Jesús: “En la cátedra de Moisés [lit. en la silla de Moisés] se sientan los escribas y fariseos. Así que, todo lo que les digan que guarden, guárdenlo y háganlo, porque dicen, pero no hacen. Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas”. (San Mateo 23: 2-4)
Con razón el colapsado marxismo enseñaba que “la religión es el opio del pueblo”. Y otros extremistas, hemos observado, afirman que la religión es “raíz de todo mal” o que todo lo relacionado con Dios es “inhumano”. La religión se convierte en opio de la persona cuando el humano se deshumaniza y fanatiza. Y, es cierto, en el cristianismo ha pasado porque los cristianos, veremos, hemos malinterpretado el Evangelio de Jesús. Se ha creído que el Evangelio es sinónimo de pasividad; dejar hacer, dejar pasar. Jesús no es religión, sino el Hijo de Dios hecho Hombre para enseñarnos cómo vivir en plenitud y prepararnos para nuestro viaje a la eternidad. (Tanto el legalismo como la liberalidad se han entronizado en muchas iglesias y cultos cristianos. Confieso que no me gusta el término “evangélico”; me suena a sectarismo, religiosidad. En efecto, muchos usan ese vocablo para referirse al cristiano de manera despectiva. Y a muchos cristianos les gusta el vocablo. Aunque en la Iglesia primitiva a los seguidores de Jesús se les llamaba cristianos despectivamente, hoy para mí y otros creyentes es un honor que nos llamen así. El nacido de nuevo es cristiano, no evangélico. Cristiano es el individuo que insoslayablemente ha tenido un encuentro con Cristo. Mientras que el evangélico no necesariamente ha nacido de nuevo y suele tener el Evangelio como un fetiche, no como la bendita y eterna Palabra del Dios vivo y Creador. Además, la palabra evangélico no se halla en el Nuevo Testamento. Y a los seguidores del resucitado Cristo histórico se les llamó “cristianos” -no evangélicos- desde que la Iglesia empezó a expandirse allá en Antioquía [Hechos 11: 26])
Pues bien, hablo de confiar plenamente en el resucitado Cristo histórico. Colocar mi vida a Sus pies; confiar en Él; “echando toda nuestra ansiedad sobre Él, pues Él tiene cuidado de nosotros”. (1ra San Pedro 5: 7)
Siguiendo a los católicos comprometidos con Jesús, diríamos que debo abandonarme en las manos del Señor. Rendirme al Cristo que “no consideró el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo”, y dio Su vida por mí, un pecador separado de Dios por el pecado de nuestros primeros padres Adán y Eva y por los míos. (Filipenses 2: 6, 7)

El amor, antídoto del sufrimiento

Hemos expresado que solo quien de verdad ama su vida y a otros trasciende el dolor y la muerte. Cuando Jesús es la razón de mi existir -mi propósito para vivir- nada ni nadie me hará desesperar o angustiar hasta desear morir y atentar contra mi vida (autocastigo). Reitero, es fácil hablar de esto y escribirlo; lo difícil es vivirlo. Es difícil mas no imposible. Jesús facilita las cosas.
Veamos qué dice un hombre que lo vivió en carne propia: “¿Quién nos separará del amor [gr.agape] de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro o espada? Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Porque estoy persuadido de que ni la muerte [ni las enfermedades ni la pérdida de un ser querido], ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades [jerarquías de demonios], ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor [agape] de Dios, que es en Cristo Jesús nuestro Señor”. (Romanos 8: 35, 37-39)
¿Por qué san Pablo estaba tan seguro de que nada ni nadie, incluyendo a la muerte, podría separar a los cristianos del amor de Dios que es en Cristo Jesús? Verdad es que el creyente en Cristo no debe vivir por lo que ve (1ra Corintios 5: 7) ni lo que siente, y que “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11: 6ª); pero, ¿qué pasaría si la fe se nos hace papilla por uno o varios golpes de la vida? ¿Por la muerte de un hijo, por ejemplo? ¿Qué nos queda? ¿Maldeciremos a Dios, como aconsejaba la esposa de Job? (Job 2: 9) Ese es el camino fácil de la gente que no conoce a Dios y no tienen esperanza. Lo único que resta y trasciende las enfermedades, muerte de un hijo, quedar tetrapléjico en una cama, fracasos, sufrimiento, dolor, ruina, pérdidas, y hasta nuestra muerte es... ¡El Amor! Sí, nos queda el amor que tengamos por el Señor Jesús, ese amor que ha sido “derramado en nuestros corazones”. (Romanos 5: 5) Suene romántico o no, solo el amor trasciende todo.
En este mundo sometido por el pecado y la maldad, y donde reina Satanás, pueden venir a la vida tribulaciones, aflicciones, tempestades y tormentas, pero lo único que puede sostenernos cuando la fe se va y nuestra ciencia teológica se hace añicos es el amor. ¿Acaso no dice la Biblia que “el amor es paciente [...] todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta”? Dice más, “el amor no caduca [no deja de ser, no desaparece] jamás”. Y agrega Pablo: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor”. Más claro que eso solo el agua de la tinaja de mi abuela. El amor es superior a la fe y la esperanza. La fe y la esperanza pasarán porque en el Cielo no las necesitaré. Pero el amor es eterno e imprescindible allí.
Cuando estamos en duras tribulaciones todo puede dejar de ser: fe, filosofía, ciencia convencional, esperanza, ciencia teológica..., y quedar como el fin del clásico Lo que el viento se llevó. Empero, si de verdad amamos a Jesús, ese amor (que es de Él y está en nuestros corazones, si le conocemos y hemos nacido de nuevo) trascenderá. Jesús no nos ha prometido -a los que profesamos ser creyentes en Él- vivir en un jardín de rosas, pero sí nos dio Su palabra que estaría con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. (San Mateo 28: 20)
Cristianos o no, la vida puede golpearnos por uno o dos costados. Depende de nosotros qué hacer con las situaciones que se presenten. Soy yo quien determina el paso a seguir. La fe y el amor al Cristo vivo nos ayudará a trascender.
Me pregunto, sin intentar desmeritar la fe, ¿por qué Pablo no manifiesta que nadie nos separará de “la fe [gr. pistis] de Dios que es en Cristo Jesús”? Esto es lo que expresa: “del amor [gr. agape] de Dios que es en Cristo Jesús”. Me atrevo a pensar que es debido a que el Apóstol sabía que lo único; sí, lo único que puede trascender tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada, la muerte, la vida [con sus tentaciones y luchas], ángeles [caídos], principados [satánicos], potestades [diabólicas], lo presente, lo por venir, lo alto, lo profundo o cualquier otra cosa creada es el Amor que tengamos por Cristo Jesús, si de veras le amamos sobre todas las cosas. (San Marcos 12: 29, 30)
San Pablo asevera que el amor es el camino más excelente, y que si no hay amor en lo que pienso, hablo y hago, nada soy, de nada sirve. El amor es la fuerza más potente en el universo. No existe bomba ni arma más poderosa que el amor. El amor vence, puede y trasciende todo. Bien lo ha dicho Juan Simarro Fernández en su excelente obra Sendas de sufrimiento: “El sufrimiento regado con el amor se dulcifica y no cae en amarguras”.
No comparto la opinión de los autores que creen en la insuficiencia del amor en una relación sentimental. El genuino amor por mí y mi pareja basta y sobra doquiera que lo aplique puesto que trae en sí los ingredientes insoslayables en una relación sana y madura. Temo que muchos confunden el amor con otra cosa. El tema lo ahondamos en La excelencia del amor...
¿Sabes cuál es el problema? No amamos a Jesús lo suficiente. Él ocupa el segundo, tercer o último lugar en nuestras vidas. Otros no solo rechazan Sus divinos atributos, sino que también lo vituperan y maldicen y atacan a los cristianos con filosofías y huecas sutilezas. Por tal razón, al perder lo adherido al corazón, nuestra ciencia convencional, filosofía, fe y ciencia teológica se nos derrumban. Quedamos en el aire. “Locos y tirando piedras”, dice mi abuela.
Me gusta el pasaje que habla de la prueba de Dios a Abraham, “padre de la fe”. Dios le pide a Abraham “toma tu hijo, tu único hijo, Isaac [risa], a quien amas, y vete a tierra de Moria, y ofrécelo allí en holocausto”. (Génesis 22: 2) ¿Cómo es posible que después de esperar veinticinco años el cumplimiento de la promesa divina de tener un hijo ahora Dios se lo pide en sacrificio, violando Sus propias reglas? Creo que Abraham no entendió nada y hasta renegó, pero obedeció y creyó que Dios levantaría a su hijo de la muerte, pues dijo a sus siervos: “Esperen aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a ustedes”. (Génesis 22: 5) Eso es fe. En general, nosotros no tenemos ese tipo de fe. Abraham es llamado “padre de la fe”, el “amigo de Dios”. (El cantautor vallenato Juan Polo Valencia se equivocó al escribir que Dios “anda en el aire” porque “aquí en la Tierra Dios no tiene amigos”; Abraham era amigo de Dios) Pienso que la fe de Abraham es fuera de serie, no tiene comparación. Dios le pidió aquello que en general es lo más querido para los padres: sus hijos. Y este hombre está dispuesto a sacrificar a su único hijo por obedecer a Dios. Nosotros debemos hacer lo mismo. Esto es, sacrificar en el altar espiritual de Dios lo más querido para que nos lo devuelva bendecido, santificado y multiplicado. Dios no quiere que nada ni nadie usurpe su lugar en nuestro corazón. Por esa razón, creo yo, a veces permite pruebas difíciles para que meditemos sobre nuestros caminos y actitud y hagamos los correctivos necesarios. Con suma facilidad nos apegamos a las personas y cosas. Jesús quiere ser lo primero en mi vida. (Me parece oír a alguien refunfuñar que Dios es narcisista y ególatra. ¿Quién soy yo para altercar con Quien lo sabe y creó todo, y nunca se equivoca?)
Con la gran fe de Abraham estaba emparejado el profundo amor que sentía por Dios. Si Abraham no hubiese amado más a Dios que a su hijo no habría estado dispuesto a sacrificar a Isaac (su único hijo) por obedecer a Dios. Su amor por Dios era mayor que su fe. Dondequiera que iba, Abraham levantaba altar al Señor y le ofrecía sacrificio de olor grato y agradable. ¿Qué haríamos nosotros si Dios nos pidiera sacrificar lo más adherido a nuestro corazón? ¿Le amamos o no le amamos? Considero que Dios quería demostrarle a Abraham que su primer amor debía permanecer en su Dios, no en su hijo, su único hijo. ¿Acaso Dios no sabía que Isaac era su único hijo, y que Abraham lo amaba? Entonces, ¿por qué se lo recuerda en el momento en que le da la extraña orden? Dios lo sabe todo y conoce nuestro corazón. (Jeremías 17: 9, 10; San Juan 2: 24, 25; Hebreos 4: 13) Solo Él sabe qué había o que estaba a punto de suceder en el corazón del Patriarca con relación a su hijo. ¿Lo estaría “amando” (casi idolatrando) más de la cuenta, de tal manera que lo estaba poniendo en el lugar de Dios? No lo sabemos. Dios lo sabe. (Ojo, coloco amando entre comillas porque ese tipo de sentimiento no es amor sino enfermedad. Como no es amor la obsesión)
Solo después de que Abraham estuviera dispuesto a dar a Dios lo más amado, Abraham pudo reírse del diablo y del sufrimiento sentido al pedirle Dios a su único hijo Isaac, que significa “risa”. Luego de la prueba, el sufrimiento o la muerte, Jesús nos imparte gozo inefable para reír. “Has cambiado mi lamento en baile, y me ceñiste de alegría. A fin de que mi alma te cante y no esté callada. Señor Dios mío, te alabaré por siempre”. (Salmos 30: 11, 12)
Si el ejemplo de Abraham es ejemplarizante, el de Ana contado en 1ro de Samuel 1 es enternecedor. Esta mujer estuvo dispuesta a desprenderse de su único hijo por cumplir una promesa que hiciera a Dios, quien se lo había concedido en oración. Para un hombre es muy duro separarse de su único hijo que ama. Pero para una mujer el dolor es indescriptible por su naturaleza de mujer y por haberle llevado varios meses en el vientre.
La Biblia narra que Ana era estéril y le prometió a Dios que si le permitía tener un hijo lo llevaría al templo para que desde pequeño sirviera al Señor. Pues Ana concibió, y al destetar a su hijo Samuel (hebreo = “su nombre es Dios”) lo llevó al templo y allí lo dejó para que sirviera a Dios. Cualquier entendido en sicología pudiera acusar a Ana de ser una madre “abandonante”, mas no creo que Ana fuera una madre desnaturalizada debido a que esta excelente mujer debe haber estado pendiente de la crianza, educación e instrucción de su hijo aunque él viviera en el templo. Creo que aquí pasó lo que hizo la hija de Faraón al pedir a la mamá de Moisés que le criara al niño que había hallado en el río. (Éxodo 2: 8-10) La cuestión es que Ana fue capaz de desapegarse de su bebé porque amaba al Señor más que su propia vida y más que a su hijo. Dios aún busca hombres y mujeres como Abraham y Ana dispuestos a abandonarse en sus manos. Ayúdame, Señor, a ser como Abraham y Ana y a no vivir apegado a las personas y cosas materiales.
Jesús advierte: “Si alguno viene a mí, y no aborrece [no me ama más que] a su padre, y madre, y su mujer e hijos, y hermanos y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo”. (San Lucas 14: 26) Si el amor que siento por Jesús no es mayor que el sentido por otra persona o cosa o por mí, no soy digno de ser discípulo del Maestro. (Esta es una verdad paradójica, y como tal no puede ser entendida muchas veces y es piedra de tropiezo para no pocos)
A Pedro lo prueba Jesús preguntándole: “Pedro, ¿me amas [gr. agapas] más que estos [otros apóstoles]?”. Pedro respondió: “sí, Señor, tu sabes que te aprecio [gr. fileo]”. Después le preguntó por segunda vez: “Pedro, me amas [agapas]”. Pedro le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te aprecio [fileo]”. Por tercera vez le preguntó Jesús: “Pedro, me aprecias [fileo]”. Ahí Pedro se entristeció porque Jesús ya no le preguntaba si lo amaba (agapas), sino que le preguntó si lo apreciaba (fileo). Pedro tiene un juego sicológico e invita a Jesús a jugar, pero el Señor le cambia el argumento, y Pedro entristece. Jesús no quiere que lo apreciemos ni lo queramos, sino que lo amemos más que todas las cosas. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente [sin cometer suicidio intelectual]”. (San Mateo 22: 37) ¿De veras amo a Jesús con todo mi corazón, con toda mi alma y con toda mi mente? Si así es, nada ni nadie -dice Pablo- me podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús. El sufrimiento, el dolor, la prueba y el fracaso no podrán contra el insondable amor que tengo (es posible que ni lo sienta) por Cristo Jesús. Siendo así, trascenderé cualquier sufrimiento, incluyendo la muerte.
“He aquí que yo encadenado en el espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me acontecerá; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio solemne, diciendo que me esperan cadenas y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo [no amargado ni resentido], y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar solemne testimonio del evangelio de la gracia de Dios [para con los seres humanos]”. (Hechos 20: 22-24)
Esas palabras son de un hombre que para nada estima preciosa su vida, sino solo para amar y servir a su Señor y Salvador. San Pablo no tenía problemas con sus pulsiones de muerte ni sentía necesidad alguna de castigo ni nada por el estilo. Pablo era un hombre de fuertes y profundas convicciones en Cristo, que vivía, respiraba y transpiraba el amor de Cristo que había sido derramado en su corazón. Nunca antes ni después de él hubo un ser tan entregado incondicionalmente al Maestro de maestros. Pablo vivía para su Señor, y su meta era predicar a todo el mundo el evangelio que personalmente recibió de su Señor. “Para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia”. (Filipenses 1: 21)
Seré más neurótico en tanto esté yo más ocupado, inquieto y afanado en obtener cosas y vivir para mí y para satisfacer caprichos. La turbación, preocupación y tensión del afán de conseguir, amontonar y tener dinero y poder me hace vulnerable a neurosis y demás desórdenes emocionales. En una palabra, me autodestruyo. Por el contrario, el amor, quietud y confianza en Cristo Jesús me libra de las típicas enfermedades del siglo presente: tensión emocional y estrés. Jesús, Pablo y los demás apóstoles lo sabían. “No se afanen, pues, diciendo: ‘¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos vestiremos?’. “Por nada se inquieten, sino sean presentadas sus peticiones delante de Dios mediante oración y ruego con acción de gracias”. “Echen toda su ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de ustedes”. (San Mateo 6: 31; Filipenses 4: 6; 1ra San Pedro 5: 7) (Sí, sé que aquellos tiempos no son iguales a los nuestros en los cuales el dinero se ha convertido en algo mucho más infaltable para comer, beber y vivir con la dignidad propia de una criatura de Dios. Pero el principio es el mismo: ¿De qué vale la acumulación de cosas materiales en detrimento de mi salud espiritual, mental, emocional y física? “Porque, ¿de qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? [San Mateo 16: 26ª] Jesús nos llama a la cordura)
No se trata de ser vago, esperando que todo caiga como maná del cielo, pues “el que no quiere trabajar, que tampoco coma”. (2da Tesalonicenses 3: 10) Yo debo hacer mi parte con juicio y mesura, que Dios hará la suya. (Aunque el dicho “Ayúdate que Dios te ayudará” no es bíblico, contiene su porción de verdad) Bien dice el Predicador, “mejor es perro vivo que león muerto”. (Eclesiastés 9: 4) Yo con afán, ansiedad y preocupación me hago daño. Muero, y el mundo sigue igual. Y... “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!”, escribió Gustavo Adolfo Bécquer.
En cierta ocasión, un hombre de negocios fue a consultar a su siquiatra, quien al oírle que vivía ocupado con tremenda cantidad de trabajo que debía terminar enseguida, y lo llevaba a casa, pues “nadie más lo podía hacer por él”, le dio este extraño consejo: descansar dos horas todos los días de trabajo, dando un paseo; asimismo, descansar medio día a la semana e ir a un cementerio y observar las tumbas. Al preguntarle el paciente el porqué de esa extraña sugerencia, el terapeuta le explicó que quería que pensara que muchos habían llegado allí porque creían que el mundo descansaba sobre sus hombros. Y cuando le llegara a él ese día de estar en una tumba, todo seguiría igual, y, a pesar de la importancia de su persona, habría otros capaces de hacer su trabajo. Le sugirió, además, repetir estas palabras del Salmo 90: 4: “[...] Mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche”. (15)
Jesús hace la diferencia entre los propósitos para vivir. Los demás son pasajeros y circunstanciales; el sentido para vivir que deposito en Él es eterno. “Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1: 21), escribió Pablo. ¿Qué clase de ser humano es ese? Uno que tiene su razón para vivir puesta no en las cosas efímeras de este mundo, ni aun en su religión, sino en Cristo. “Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo...”. (Filipenses 3: 7, 8) ¿Cuáles son esas cosas que Pablo estima ahora como pérdida por amar y seguir a Jesús? Son su linaje, apellido... ¡su religión! ¡Cuántos debemos perder nuestra religión para amar, seguir y servir a Cristo! Debemos perderla porque nos es piedra de tropiezo y roca de escándalo para amar a Jesús y al prójimo como Jesús manda. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (San Mateo 22: 39)

Cuando soy débil, entonces soy fuerte

Por años me ha gustado 2da Corintios 4: 7-10, 16-18 porque habla de la fragilidad de mi cuerpo (soma) y de la potencia del poder de Dios que reside en cada creyente en Cristo. La palabra empleada por Pablo y traducida al español “poder”, “milagro”, es la voz griega dunamis, de ella deriva la palabra dinamita. Escribe san Pablo: “[...] Pero tenemos este tesoro [vivencia de Cristo en mí] en vasos de arcilla [en nuestro cuerpo], para que la excelencia del poder [dunamis] sea de Dios, y no procedente de nosotros; que estamos atribulados en todo, mas no estrechados [acorralados]; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; a cada rato este cuerpo nuestro se enfrenta a la muerte igual que Jesús para que quede de manifiesto que el Jesús viviente que está en nosotros se manifestará en nuestros cuerpos [cuando venga por segunda vez]. Por lo cual, no desmayamos; sino que, aunque este nuestro hombre exterior [cuerpo] va decayendo, el interior [espíritu], no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea nos produce, en una medida que sobrepasa toda medida, un eterno peso de gloria; no poniendo nosotros la mira en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”.
Si vivir con la perspectiva de un cielo futuro que principia en esta vida es considerada “perversa”, estamos entonces frente a lo que profetizara Isaías al escribir: “¡Ay de los que a lo malo llaman bueno y a lo bueno malo; los que llaman a la luz tinieblas y a las tinieblas luz; que catalogan lo amargo dulce y lo dulce amargo! ¡Ay de los que son sabios ante sus propios ojos, de los que son prudentes delante de sí mismos!”. (Isaías 5: 20, 21)
Con esas palabras de fe ante las vicisitudes y tropiezos de la vida en 2da Corintios 4: 7-10, 16-18 Pablo nos enseña que a pesar de que haya momentos en que el dolor y el sufrimiento nos muelan, como se muele la carne molida, tenemos la bendita esperanza de que así como nos identificamos con Cristo al morir al pecado y a los deseos engañosos del cuerpo (Colosenses 3: 5; Romanos 6: 6), el Señor se ha de manifestar en este cuerpo mortal (Colosenses 3: 4; Romanos 6: 5). El sufrimiento es una realidad en la raza humana; no lo podemos negar, y puede golpear a la puerta el día menos pensado. Pero no es igual enfrentar el dolor y las vicisitudes de la vida con Cristo que sin Él. Es Jesús quien nos da una nueva esperanza y razón para seguir viviendo y no desmayar aunque estemos postrados en una cama. No es el hecho (sufrimiento) lo más importante de todo esto, sino la actitud (mente, modo de pensar) con la cual enfrento el dolor, ya que mi actitud ante los hechos es más importante que los hechos en sí. Recordemos algo: Somos lo que pensamos. (Proverbios 23: 7) Y lo que pienso, atraeré.

Asimismo, Pablo escribe:

No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea desacreditado; antes bien, nos recomendamos en todo a nosotros mismos, como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en estrechez; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos [y en hambres], en pureza, en conocimiento, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia para la mano derecha y para la izquierda; a través de gloria y de deshonor, de calumnia y de buena fama; como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí que vivimos; como castigados, mas no entregados a la muerte; como entristecidos, mas siempre gozosos; como menesterosos, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? Si es necesario gloriarse, me gloriaré en lo que es de mi debilidad, para que habite en mí el poder de Cristo, porque cuando soy débil entonces fue fuerte. Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo [cuerpo], se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha con manos, eterna, en los cielos. Porque también gemimos en esta morada, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial. Así que vivimos siempre animados, y sabiendo que entretanto que habitamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero cobramos ánimo, y preferimos estar ausentes del cuerpo, y habitar en la presencia del Señor. Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en este cuerpo resulta para mí en beneficio para la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambos lados me siento apremiado, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor, pero quedar en este cuerpo es más necesario por causa de ustedes [corintios]. Por lo cual también anhelamos, o ausentes o presentes, serle agradables. (2da Corintios 6: 3-10; 11: 29, 30; 12: 9, 10; 5: 1, 2, 6-8; Filipenses 1: 21-23; 2da Corintios 5: 9)

A muchos cristianos e inconversos estas palabras podrán parecer poesía. Y a otros que no hemos pasado por ahí nos pueden sonar a mera retórica del gran apóstol de los gentiles. Pero esas bellas palabras no son poesía ni retórica: son la vívida experiencia de un hombre entregado al Cristo resucitado que se le apareció camino a Damasco y transformó su vida de tal manera que no podía dejar de hablar de lo que ese Cristo había hecho en él. Ya lo hemos expresado, no hay prueba más fidedigna a favor del cristianismo que la experiencia personal con Cristo. Esa metamorfosis que el resucitado Cristo histórico empieza a operar en uno al venir a Él a fin de que nos cambie la vida.
Puede ser que los tiempos nuestros sean más peligrosos y demandantes que los del apóstol Pablo, pero el resucitado Cristo histórico no ha cambiado. Sigue sentado en Su Trono y con ganas de hallar otro Pablo dispuesto a llevar Su Palabra hasta el fin de la Tierra sin otro estandarte que el amor y la fe en su Señor. Un hombre o mujer que se entregue incondicionalmente a Él y le apremie la salvación de aquel que aún no ha tenido un encontronazo con el Cristo resucitado. Una vez oí decir que un día de estos alguien va a creer el Evangelio de corazón y hará lo que en tiempos pasados hicieron los prohombres de la Iglesia primitiva. Lo creo. Si hay algo que necesita la Iglesia de hoy es una revolución de amor equilibrado por Jesús y el prójimo.
¿Qué hace posible que una persona de carne y hueso y con sentimientos semejantes a los nuestros pueda vivir con tal actitud positiva a pesar de los golpes de la vida? San Pablo nos da el secreto: “para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”. Parece fácil, pero no lo es. No lo fue en los tiempos del Apóstol ni lo es hoy. No es fácil porque nadie puede vivir la vida de Cristo. Nadie con sus propias fuerzas ha podido poner en práctica lo que Jesús enseña en el Evangelio. La clave del cristianismo es permitirle a Cristo vivir su vida en mí. (Gálatas 2: 20) No digo que Cristo anule mi personalidad, sino que sea Él quien viva su vida en mí. Como humanos, no podemos; mas contamos con el Espíritu de Jesús que nos colabora y guía. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece; porque Dios es el que en ustedes [y en mí] opera tanto el querer como el hacer por su buena voluntad”. Por consiguiente, “lucho según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí”. (Filipenses 4: 13; 2: 13; Colosenses 1: 27) (Para un estudio profundo sobre la vida cristiana recomiendo La vida cristiana normal y La cruz en la vida cristiana normal de Watchman Nee. En verdad, cualquier libro de Nee sobre Cristo en el creyente es de tremenda bendición, pero su mejor y más completa obra al respecto es El hombre espiritual)
¿Qué movía a Pablo a vivir no para él, sino para su Maestro? La actitud de Pablo nacía de la manera en que veía la vida a través del cristal del amor que Cristo había derramado en su corazón y que le apremiaba a predicar el Evangelio a pesar de lo que fuera: necesidades, estrechez, azotes, cárceles, tumultos, trabajo y fatiga, preocupación por las iglesias fundadas, desvelos, ayunos, hambres, calumnias, injurias, críticas, deshonor, enfermedades, peligros de muerte, naufragio, lapidación, peligros de ladrones, peligros entre falsos creyentes, etc. El poderoso motor que movía al apóstol Pablo a ser incansable e imperturbable era el amor de Dios derramado en su corazón. Ese amor que le impelía cual poderoso generador a hablar a todo el mundo sobre el amor de Dios revelado por medio de su Hijo Jesucristo. Para Pablo era justo que “si uno [Cristo] murió por todos”, luego todos deberían ser capaces de poner su vida a disposición de ese Cristo ejemplarizante, sin importar peligros, enfermedades, sufrimiento, muerte... “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, porque el amor de Cristo nos apremia, para que no vivamos para nosotros, sino para aquel que murió por nosotros”. (Romanos 5: 5; 2da Corintios 5: 14, 15) La energía más poderosa en el universo es el amor. El amor de Dios que puede ser derramado en nuestros corazones tal como fue derramado en los apóstoles. Claro está, no todos seremos como el apóstol Pablo, pero sí podemos -con la ayuda de Dios- tener la misma mentalidad ante la vida, el sufrimiento, el dolor y la muerte, evitando así ser movidos y confundidos por voces de filósofos pesimistas, relativistas y fatalistas que aseguran ser realistas y científicos.
El sufrimiento y el dolor tienen un propósito en la vida del ser humano, aunque no veamos el porqué del sufrimiento prolongado en un niño. Creo que se sufre no solo en el cuerpo. Pienso que todos arrastramos sufrimiento en el alma, aunque físicamente estemos bien. Los términos griegos lupe y odune, que aparecen en el Nuevo Testamento, significan tanto dolor corporal (gr. somatikos) como mental. Mientras que enfermar o estar enfermo es astheneo y significa estar débil, perder la fortaleza física. El objetivo del sufrimiento corporal (somatikos) no lo vemos o entendemos al inicio, pero detrás de cada duro golpe de la vida hay una oportunidad para crecer y madurar. Juan Simarro Fernández asevera que “trascender el crecimiento es crecer. Aceptarlo con sentido es hacerse un gigante”.
Como seres humanos imperfectos y frágiles, nuestra primera reacción ante el sufrimiento es renegar contra Dios y la vida, pero en medio de la tormenta hay un pecho de amor que nos consuela y mano compasiva que nos acaricia y asegura que nos ama y cuida de nosotros. Dios promete estar con los suyos en todo tiempo: “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá en ti”. (Isaías 43: 2) Ojo, el Señor no promete librarnos de las aguas, de los ríos y del fuego, pues es posible que las aguas y los ríos me aneguen, y la llama me queme; pero, ¡Dios estará conmigo! Jesús nunca prometió que nada me ocurriría, pero sí me dio su Palabra de que estaría conmigo en medio de cualesquiera de las adversidades por las que atraviese. Y si Jesús lo prometió, lo creo. Él no es como la mayoría de políticos que prometen, mas no cumplen ni años. “Estaré contigo todos los días, hasta el fin del mundo”, promete Jesús en San Mateo 28: 20.
Él nos consuela para que podamos consolar a otros. Nos levanta, para que ayudemos a levantar al caído. “Bendecido sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios”. (2da Corintios 1: 3, 4) ¡Qué hermoso! Dios es Padre de misericordias porque aun en el dolor tiene misericordia de mí. Es Padre de consolación puesto que me consuela para que yo luego pueda consolar a otros que pasan igual o peor momento que yo. “Gratuitamente recibiste, da tú también gratuitamente”. (San Mateo 10: 8) Considero que cuando más zarandeados somos por el dolor más cerca de nosotros está Jesús. “Señor, mira, cuando más te necesité me dejaste solo, pues solo veo dos huellas”, reclamó el triste peregrino. “Ay, hijo mío, las huellas que ves son las mías. Yo te llevaba en mis brazos”, contestó Jesús. Jesús le reveló a Pedro que Satanás había pedido permiso al Señor para zarandearlo “como a trigo”. Pero el Maestro le reveló a su discípulo: “ yo he rogado por ti, que tu fe no falte, después que hayas sido zarandeado, fortalece a tus hermanos”. (San Lucas 22: 31, 32) Este pasaje revela varias cosas que analizaremos más adelante. Baste hacer hincapié en que Jesús está con nosotros en medio de la prueba.
Frankl asegura que en una situación de extremo sufrimiento podemos reaccionar de dos maneras: 1) Claudicar, desesperar y desmejorar como persona, o 2) Sacar lo mejor de nosotros. Cierto. El Sol que endurece la brea también puede ablandarla. En el ideograma chino de crisis están representadas muy bien lo que en verdad son las crisis. Dos signos fundamentales lo componen, a saber: Primero, uno que representa el “peligro”. Y el segundo, la “oportunidad”. Ello significa que aunque las crisis o cruzar el valle de sombras de muerte es harto difícil y provoca temores, miedos y a veces hasta la muerte, también traen en sí un gran potencial de desarrollo, madurez, purificación y curación interiores.
Resulta maravilloso saber que el dolor impide que nos autodestruyamos. Los leprosos pierden sus dedos, la nariz y otras partes de su cuerpo por perder la sensibilidad al dolor, y por esa razón literalmente se autodestruyen. Al no sentir dolor, se provocan daños sin darse cuenta.
Paul Brand, investigador y terapeuta, hablando de tres de sus pacientes (Lou, que pudo haber perdido su pulgar tocando un instrumento de cuerdas; Héctor, que no siente el daño que se hace en la mano cuando limpia el piso con un paño; y José que no quiere usar zapatos especiales para impedir perder los muñones que otrora fueron sus pies) afirma:

El dolor suele ser considerado como el gran inhibidor que impide ciertas actividades, pero yo lo percibo como el gran libertador. Miren estos hombres. Lou: buscamos desesperadamente una manera que le dé la simple libertad de tocar ese instrumento de cuerdas. Héctor: ni siquiera puede limpiar un piso sin causarse daño. José: demasiado orgulloso para el tratamiento apropiado, se le ha dado un zapato especial para que evite perder lo que le queda de sus pies. No puede vestirse bien ni caminar normalmente, pues para eso necesitaría la dádiva del dolor. (16)

C. S. Lewis escribió: “Dios nos susurra en nuestros placeres, habla en nuestra conciencia, pero grita en nuestros dolores; el dolor es su megáfono para despertar al mundo”. ¡Ojo! No es que Dios nos inflija dolor para despertarnos, sino que lo usa para que la maldad y el sufrimiento nos hagan ver cosas mejores que la enfermedad y la pobreza espiritual. Gracias, Señor, porque en medio de las pruebas y el dolor podemos bendecir tu Nombre porque Tú estás con nosotros y todo ello es tu instrumento para protegernos y ayudarnos a crecer, para así trascendernos a nosotros mismos, a la prueba y el dolor.
Es la actitud (mente, parte del alma) que tenemos ante las tribulaciones y el dolor la que hace la diferencia. ¿Vamos a accionar o a reaccionar? ¿Soy yo quien acciona por propia voluntad, sentimientos y emociones, o algo o alguien me controla y maneja mis sentimientos y acciones para reaccionar? ¿Soy causa o soy efecto? En la causa, soy genuino; en el efecto, soy controlado, manipulado. Soy inauténtico. ¿Soy yo o no soy yo? Neruda exhorta: “aprende a convertir toda situación difícil en un arma para luchar”.
Ahora bien, en caso de reaccionar, ¿es la reacción proporcional con el hecho que me hace reaccionar? ¿O la reacción sobrepasa el hecho en sí? Lo malo a veces no es tanto la reacción, sino el quantum de afecto o emoción invertida en la reacción. Cuando la reacción no es cónsona con el hecho, la emoción es inauténtica. La emoción auténtica siempre está acorde con lo que me hace reaccionar.
No digo que reprimamos los sentimientos y emociones ante la pérdida de un familiar o cualesquiera de las cosas que con frecuencia están apegadas al corazón, sino que después del luto normal y sano debemos tener la actitud del rey David ante la muerte del hijo que tuvo con Betsabé. Narra la Biblia: “Entonces David se levantó del suelo, se lavó, se ungió, se cambió de ropa y entró a la casa del Señor y adoró. Después vino a su casa, y pidió que le trajesen de comer, y comió. Y le dijeron sus siervos: ‘¿Qué es esto que has hecho? Por el niño vivo aún ayunabas y llorabas; y ahora que ha muerto él, te levantas y comes’. Y David respondió: Viviendo aún el niño, yo ayunaba y lloraba, diciendo: ‘¿Quién sabe si Dios tendrá compasión de mí, y vivirá el niño? Más ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí”. (2do Samuel 12: 20-23)
Es evidente que David amaba a su hijo por el cual oraba, ayunaba y lloraba a Dios para que lo sanara y viviera. Mas el niño murió. David -el hombre conforme al corazón de Dios- tuvo, luego de la muerte del bebé, una reacción que pocos tenemos: entendió que ya los días de luto habían llegado a su fin y no valía la pena prolongar el llanto, porque si seguía llorando sus lágrimas no iban a lograr que el niño volviera a él. Por tanto, pasó a otra cosa; no quedó anclado en la muerte de su hijo. Como David era hombre de fe, sabía (no solo creía) que vería a su hijo de nuevo. Bienaventurada esperanza tenemos los que creemos y sabemos que Jesús es la resurrección y la vida. ¡Pobre de aquel que no tiene esperanza ni fe!
No olvidemos que nuestra actitud ante el dolor tiene mucho que ver si lo sobrellevamos y salimos airosos o desmejoramos como ser humano. “Solo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos”, escribió Dostoievski, quien padecía de epilepsia. No creo que alguien piense que Dostoievski fuera masoquista. El escritor ruso como pensador religioso consideraba además que el sufrimiento es el valor más humano, que es muy diferente a sentir placer en el dolor. Tampoco inculpaba a Dios ni su enfermedad ni el dolor humano. De hecho, su obra Los hermanos Karamazov es considerada la obra monumental de las pasiones y de los sufrimientos humanos. Es, asimismo, como Eclesiastés, el reflejo del hombre sin Dios “debajo del Sol”. La cultura sin Dios, pero con fetiches.
Voltaire manifiesta: “El verdadero valor consiste en saber sufrir”. Si no sé cómo enfrentar el sufrimiento, estoy frito y viviré culpando a Dios por todo lo que ocurre en el planeta como hizo en setiembre de 2007 el senador estadounidense Ernie Chambers. El senador demandó a Dios por provocar “nefastas catástrofes”. Y como Dios no asiste a hechos extravagantes ni está para responder bobadas, Chambers acusa a todos los que predicamos, enseñamos y escribimos sobre Dios.
Hay gentes cuyo ego es tan obeso que siempre buscan escribir o hablar de temas controversiales como las creencias y la fe para robar cámara o conseguir protagonismo, pues de lo contrario morirían en el más absoluto anonimato.
Chambers y todos los que se la pasan sentando a Dios en el banquillo de los acusados deberían leer libros que explican el origen del sufrimiento y del dolor para darse cuenta de que Dios nada tiene que ver con catástrofes, enfermedades, perversidades e injusticias. Pues bien, puesto que el sufrimiento es, aunque no me guste, parte de la vida en la Tierra, toca aprender a lidiar con el dolor y el sufrimiento.
Shakespeare escribió: “Realmente la vida vale cuando tienes el valor de enfrentarla”. Si no tengo el coraje para vivir la vida como Dios manda, la vida no tiene sentido para mí. Y si no tiene sentido para mí, atentaré contra mí mismo, seré un suicida en potencia. O querré que me apliquen eutanasia al estar postrado en una cama, que, claro está, no es una posición existencial fácil de sobrellevar. Pero tampoco imposible de vivir.
San Pablo después de mencionar a los héroes de la fe, nos exhorta: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor tan gran nube de testigos [héroes de la fe] despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús [“pongan la mira en las cosas de arriba”, escribió en Colosenses 3:2], el Autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando [teniendo en poco] el oprobio, y está sentado a la diestra del trono de Dios”. (Hebreos 12: 1, 2)
Permíteme enfatizar lo resaltado en negrita. Antes de que Dostoievski y Voltaire lo dijeran, el divino Jesús sintió gozo en medio del sufrimiento y dolor que el oprobio, la humillación y la cruz le causaron, porque Él no veía el sufrimiento en sí, sino los frutos de su sufrimiento: la salvación eterna que en forma gratuita ponía a disposición de la humanidad entera. Y los muchos hijos espirituales que adoptaría a raíz de su sufrimiento. (Hebreos 2: 13b)
Debemos aprender a ver no en la perspectiva de la tormenta y huracanes, sino más allá del problema y nuestras limitaciones. Trascendamos los nubarrones y la tormenta, tal cual hace el águila al no huir de la tormenta, sino utilizando los vientos que trae el fenómeno natural para elevarse más alto y estar segura sobre la tormenta. Si logramos elevarnos -usando los “vientos” del problema- nos trascenderemos a nosotros mismos y cualquier inconveniente que se presente será superable. Si por el contrario no aprendemos a utilizar los vientos de la tormenta por no ver más allá de los ojos naturales, viviremos y moriremos amargados, resentidos y llenos de odio.
Algo semejante hizo Jesús ante la cruz, hace la mujer encinta cuando ha roto fuente y sabe que viene el bebé. No se concentra en el dolor o en el peligro que corre su vida al traer una criatura al mundo, sino en el gozo que será tener a su niño en brazos. Luego de nacida la criatura, ni se acuerda de los dolores. (Algunas mujeres experimentan depresión posparto que debe ser tratada por profesionales de la conducta y/o un ministro de almas)
Pablo allí mismo en Hebreos 12: 3 y 4 afirma: “Consideren, pues, a Aquel [Jesús] que ha soportado tal contradicción de pecadores [como si fuera uno de ellos] contra sí mismo, para que ustedes no desfallezcan faltos de ánimo [alma]. Porque aún [ustedes] no han resistido hasta derramar sangre, combatiendo contra el pecado”. ¿Qué significa? Considero que el autor -creo que fue Pablo- habla de que en la vida cristiana (y también en la vida secular) pueden llegar momentos en los cuales toque enfrentar situaciones que nos hagan llorar lágrimas de sangre por combatir contra el pecado o la corriente del mundo. O solo porque, lo queramos o no, la vida a veces trae sufrimiento y dolor. Pero, como actuó Jesús ante la cruz, se eleva el águila en medio de la tormenta y hace la mujer parturienta, no fijemos la mirada en la tormenta, sino remontémonos por encima de ella con el objeto de poder apreciar y contemplar el radiante Sol que está frente a nosotros. Enfermar también es sanar cuando la enfermedad y el dolor ayudan a crecer y madurar, pues sin dolor no hay crecimiento, no hay ganancia. Si no morimos a nosotros mismos, no habrá resurrección de entre las cenizas.
Sabemos que al aceptar mi conflicto surgido del sufrimiento y dejar de intentar solucionarlo, empiezo a resolverlo por extraño que parezca. Pablo, analizamos, aprendió esa gran lección en carne propia. “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”. (2da Corintios 12: 10b)

Lo que hace que estos conflictos sean neuróticos es la represión del elemento negativo. [Es decir, la negación e intentar suprimir el conflicto no ayuda en manera alguna, sino que lo aviva] Imposibilitado de enfrentar su dolor y el daño que le produce, el neurótico lucha por sobreponerse a sus temores, ansiedades, hostilidades y rencores. Una parte de él trata de elevarse por encima de la otra, lo que rompe la unidad de su ser, destruyendo su integridad. [De ahí que haya quienes hablen del individuo (indivisible) como alguien integrado emocional y sicológicamente] La persona neurótica lucha contra ella misma, y en esta lucha, por cierto, es derrotada. La derrota parece significar el sometimiento a un sino inaceptable, pero en verdad equivale a la autoaceptación que posibilita el cambio. En la medida en que en la cultura occidental la mayoría de la gente lucha por ser diferente, la mayoría es neurótica. Y puesto que ésta es una lucha que nadie puede ganar, todos los que se alisten en ella fracasarán. Curiosamente, nos liberamos de nuestra neurosis a través de la aceptación de la derrota. (17)

Pablo habla del sufrimiento que abarcaba su ser entero (espíritu, alma y cuerpo), aunque en el pasaje anterior especifica que un “aguijón en la carne” le producía mucho dolor físico. Se ha especulado en cuanto al “aguijón” del Apóstol. Por palabras del mismo Pablo en sus epístolas creo que su “aguijón en la carne” era una terrible enfermedad que lo tenía casi ciego y afectaba todo su ser. Por su parte, Lowen en las palabras arriba citadas habla de un sufrimiento emocional y mental por la escisión producida al luchar de manera equivocada contra un conflicto. Desde la Caída, el ser humano está a merced del sufrimiento y dolor en su tripartito ser: espíritu, alma y cuerpo. En sicología, hay quienes hablan de que pocos somos individuos (indivisibles) por estar escindidos por conflictos y traumas que arrastramos. Creo que tienen razón; de ahí que no abuse del término en el presente libro.
No perdamos de vista nunca que, contra todas las voces que quieren confundir y apagar nuestra fe, el Señor Jesucristo venció la muerte y el sufrimiento; por tanto, aunque aún nos aguijoneen solo existen en la perspectiva pasajera y terrena del aquí y el ahora. En el cielo ya no habrá más muerte, dolor ni sufrimiento.
Permíteme citar algo que me parece puede edificar la vida de cualquiera que pase por el valle de sombra de muerte:

El conflicto nos puede atacar, la enfermedad o el accidente puede llegar, el trabajo o un ser querido se pueden perder. Cualquiera de estas cosas nos puede afectar. Podemos quedar postrados para siempre en un lecho o silla de ruedas. Podemos tener pérdidas irrecuperables. Es cierto. Pero si ponemos nuestros ojos en el Señor y buscamos su cercanía, el desgaste va a ser solo externo. Quizás no se nos va a sanar nuestra columna o no vamos a poder desprendernos de nuestra silla de ruedas, pero la renovación interior puede ser un proceso tremendo y lleno de bendiciones, de crecimiento espiritual y de irradiación de felicidad hacia otros. Y esto puede ser una renovación y un crecimiento como dice el Apóstol: ‘día a día’. Y el siguiente versículo [de 2da Corintios 4: 16-18] tiene una afirmación rotunda: ‘Porque esta leve tribulación momentánea, produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria’ ¡Qué expresión! Un ‘peso de gloria’. Y la expresión ‘cada vez más’ indica esta gradación progresiva en la que nos podemos fortalecer en cualquier tribulación si estamos apoyados en Dios.

Simarro añade:

Si en nuestro sufrimiento buscamos esa renovación interior, esa transmutación de lo negativo a lo positivo, y ese deseo de sentir y palpar el ‘peso de gloria’, el sufrimiento va a perder intensidad y nos vamos a mover en la seguridad que da el sentir a Dios en nuestras vidas y el sentirnos a nosotros mismos instalados en Él. Es como si le pudiéramos palpar. (18)

Ahora veamos las palabras de Stephen Hawking al hablar sobre sus imposibilidades físicas. Hawking es uno de los más largos sobrevivientes de una enfermedad llamada esclerosis lateral amiotrófica, que por lo general mata en el transcurso de 2 años. Y es un mal neurológico progresivo e incurable. Él no es cristiano, pero tampoco es ateo; puede ser considerado deísta.
Dice Hawking:

Si usted tiene algún impedimento, debe emplear sus energías en las áreas en que no tiene ningún problema. Debe concentrarse en lo que puede hacer bien, y no lamentarse por lo que no puede hacer. Y es muy importante que no tenga lástima de sí mismo [autoconmiseración] Si usted tiene un impedimento y siente lástima de sí mismo, entonces nadie va a querer tener mucho contacto con usted. Una persona que tiene alguna incapacidad física, ciertamente no puede darse el lujo de también estar incapacitado sicológicamente. (19)

Ya hemos manifestado que la salud del humano debe ser integral; no solamente corporal. Puede ser que estemos postrados en una cama o en silla de ruedas y entre cuatro paredes grises o blancas, pero la peor postración es la espiritual, acompañada de la sico-emocional. Es en la pérdida de sentido que se desea morir y/o se pide eutanasia. Mientras nos aferremos a la vida, el dolor y el sufrimiento solo serán circunstanciales. Una situación existencial superable, aunque muramos con las botas puestas. Si el soldado muriese en medio del fragor y fuego cruzado de la batalla, puede sentirse satisfecho que murió peleando, no lamentándose ni resentido ni huyendo como un cobarde.
Job y Cristo son ejemplos de seres que enfrentaron el sufrimiento, pero salieron airosos. Lo interesante del conflicto que deseamos resolver pero que al escindir el ser nos derrota es que tanto san Pablo -apóstol- como Lowen -siquiatra- coinciden en que empezamos a vencer debilidades en el preciso momento en que reconocemos y aceptamos no poder más y rehusamos seguir luchando con fuerzas que ya no tenemos. No se trata de resignación que justifica “seguir pecando para que la gracia abunde” (Romanos 6: 1, 2), sino concienciación de que solo no puedo. Preciso de Jesús para salir airoso ante cualquier conflicto, dolor y sufrimiento.
Los creyentes en Cristo sabemos (no solo creemos) que esa es la puerta abierta para entrar Jesús en escena en nuestra vida. Pues si yo puedo con el dolor y el sufrimiento, ¿para qué ha de venir Jesús en mi auxilio? Si soy capaz de nadar y salvarme, ¿para qué el salvavidas? Pienso que un milagro sucede cuando he agotado recursos, fuerzas y talentos y no puedo hacer nada. Si yo puedo curarme solo y la medicina convencional y la alternativa pueden sanarme, no es milagro sino el fruto de una acción humana. ¿Quién llevará los créditos si puedo solo? ¡Yo! O, ¡el conocimiento humano! Pero si no puedo y la sabiduría natural es incapaz de curarme, ¡la gloria es del Señor! Un milagro ocurre con la sola intervención del Creador del universo y la vida y Diseñador del cuerpo humano, aunque los incrédulos digan no creer en milagros ni en el Dios personal de la Biblia, y los cristianos llamen milagro a todo. Los milagros no están condicionados a la voluntad ni especulación humanas.
Cuando la voluntad (gr. boulomai) humana y el poder (dunamis) de Dios se encuentran, entonces es colaboración de Dios, mas no un milagro (dunamis, semeion). Considero que a veces Dios nos colabora para que venzamos obstáculos o corrijamos conductas. El riesgo corrido es que le robemos los créditos a Dios y digamos que lo logramos solos. (Ello es típico de la soberbia humana) Por consiguiente, me parece que Dios se mueve más y mejor cuando ya no podemos más y nos concienciamos de que no podemos. Para no compartir su gloria con nadie. ¿Suena narcisista? Entonces Dios lo es pero no en el sentido peyorativo con que tipificamos al sujeto que cree saber, entender y poder explicarlo todo. (¿Sabes qué pienso? Los que niegan los milagros lo hacen, entre otras cosas, porque les da rabia sentirse impotentes y tener que aceptar que no pueden ayudar a otros ni explicar ni entender a Dios ni su modo de actuar. Eso sí es narcisismo malo)
No se trata de anhelar sufrir ni complacerse en el dolor. Sería masoquismo o “necesidad de castigo”, según Freud. Ni tampoco hablo de reprimir sentimientos y emociones para no sentir; ello no soluciona nada. Ya aseguramos que el dolor y sufrimiento reprimidos van de la mente consciente al inconsciente y de allí saltan de nuevo a la mente preconsciente, hasta emerger a la mente consciente cada vez que algo nos haga evocar los recuerdos de las situaciones que nos produjeron dolor y sufrimiento. O reaparecerán en nuestros sueños como pesadilla. Freud decía que la interpretación de los sueños es la “vía regia” al conocimiento de lo que hay en el inconsciente de una persona. Si no sacamos el dolor del inconsciente para curarnos, estaremos en un círculo vicioso. Lo apropiado es darnos el permiso para sentir, llorar, gemir, orar, ayunar y hacer todo el duelo necesario, a fin de descargar el dolor llevado dentro. Mas el duelo no debe prolongarse más de lo justo y necesario, es decir, del aquí y el ahora; puesto que en lugar de hacer bien nos descompondrá en el espíritu, alma y cuerpo. Ojo, hay duelos que pueden tomar días, semanas y meses. Pero no debemos vivir eternamente en duelo pues nos limitaría y no viviríamos en plenitud de vida. Una cosa es sentir dolor por la pérdida de un ser querido y otra muy distinta es vivir en duelo después de pasado un tiempo prudencial. Si lo último pasara, necesitamos la intervención de un pío pastor de almas y ayuda profesional.
En pocas palabras, para principiar a resolver el dolor o displacer primero toca aceptar el dolor -no rechazarlo-; esto es, admitir que me duele y sentirlo con toda su intensidad y profundidad. Rechazarlo y arrojarlo al inconsciente no resuelve nada, sino que estanca o posterga mi sanidad interior. Todo proceso de sanidad interior requiere honestidad, paciencia, tiempo y persistencia. El médico contribuye a la sanación del cuerpo, pero el pastor cristiano de almas, el sicólogo clínico y el siquiatra colaboran a curar el espíritu y el alma respectivamente. De ahí mi convicción del papel vital de profesionales en la salud integral del humano en la Tierra. No abarcar estas tres áreas es gastar pólvora en gallinazos.
Eric Berne expresa que una emoción auténtica es la manera como expresamos un estado afectivo conforme a la realidad del aquí y el ahora, comúnmente acompañada de una conducta que es la mejor reacción posible a la situación vivida, permitida y validada adecuadamente en nuestra infancia, y que casi siempre nos lleva a un mayor acercamiento con la persona que la validó correctamente. Es decir, una emoción es auténtica cuando yo, que siento la emoción, la expreso, termino con ella y luego paso a otra cosa. No me quedo estancado en la emoción. El llanto y la oración de David por su hijo enfermo es un excelente ejemplo: El rey David lloró, gimió, ayunó y oró mientras el bebé vivía. Después de que murió, se lavó, comió e hizo otros asuntos pendientes.
Por el contrario -agrega Berne- una emoción es inauténtica cuando es la expresión de cualquiera de mis estados afectivos que sea inadecuada a la realidad del aquí y el ahora, casi siempre acompañada de una conducta que no es la mejor respuesta posible (a veces patológica) a la situación vivida, que fue estimulada y validada como sustituto en la infancia de otra emoción que fue prohibida o descalificada, y que generalmente lleva a una dificultad en su expresión o control adecuado en relación con la persona que la invalidó.
Un hombre llamado Job pasó por muchas penurias como pocos seres humanos han vivido, pero en medio de su situación desesperante para muchos se atrevió a expresar: “El Señor me probará, y saldré como el oro”. (Job 23: 14) ¿Por qué Job habla de que Dios lo ‘probará’ y saldrá como el oro? ¿De dónde sale, en general, el oro? Cuando el oro está en bruto tiene muchas impurezas y en esa condición es poco comercial. Debe ser purificado, y para hacerlo toca lavarlo, refinarlo y/o pasarlo por la hornaza para obtener de él lo que se quiere. El agua y el fuego acabarán con las impurezas, mas no con el oro. Si el manipulador del oro lo deja en la hornaza más de lo que puede resistir el oro se queda sin el precioso y valioso metal. Dios sabía hasta qué temperatura podía resistir Job, y así lo hizo. Recordemos algo, Dios no nos manda cosas malas, pero las permite para que crezcamos, maduremos y lo busquemos más por lo que Él es y no por lo que nos da. Toda prueba de la vida, por dura que sea, tiene una lección para nosotros. Claro que hay circunstancias de la vida que son en extremo dolorosas, angustiosas y desesperantes, como escribió san Pablo. Asimismo, es verdad que cuando estamos en medio de una dura prueba pensamos que es la más difícil que cualquier ser humano pueda soportar. Es nuestro narcisismo lo que nos hace exagerar las cosas y no vivir en la realidad.
Ejemplo: Los asistentes al servicio religioso dominical debían dejar su cruz a la entrada del templo. Un creyente llegó con una cruz inmensa, y al ver otras cruces más pequeñas que la suya, se propuso que al salir la cambiaría por la de otro que fuera mucho más pequeña. Así hizo a la salida del culto; cual no sería su sorpresa al caer de bruces cuando trató de levantar una crucecita que estaba recostada a la pared del templo. Convencido por la experiencia vivida, tomó su cruz y se fue a casa consolado al saber que había otros de sus hermanos en la fe que debían cargar cruces más pesadas que la suya. Algunos pensamos que la vida es una cruz que toca cargar inexorablemente. No creo que la vida sea una cruz, pero detrás de cada prueba yace una cruz. Debemos pedirle a Dios que nos ayude a encontrar el porqué; o, mejor aún, la lección que hay para nosotros en medio de la prueba o dificultad.
Hagamos un paréntesis: Algunos creen que Jesús no murió en una cruz sino en un “madero”, y lo representan clavado en una estaca. En efecto, la palabra cruz en griego es stauros, que significa en primer lugar un palo o estaca derecha. La cruz es de origen pagano, de la antigua Caldea. Un instrumento de tortura que pasó de los fenicios a los griegos y de estos a los romanos, adoptada por los cristianos como símbolo de redención porque fue allí donde se consumó la salvación de toda la humanidad. Pero para ser efectiva debo venir al Cristo triunfante sobre la cruz, creer y aceptar lo que hizo por mí. De modo que es correcto enseñar y creer que Jesús murió por nosotros en la cruz del calvario. No obstante, es idolatría adorar o venerar la cruz en lugar de hacerlo al resucitado Cristo histórico. La cruz debe ser únicamente un símbolo; recordación de que fue allí donde Dios hecho Hombre nos compró con su preciosa sangre. Lo que se añada a eso es pecado. Cerramos el paréntesis.
En el momento en que el paciente de Frankl le halló un propósito a su dolor, el dolor no desapareció, mas se minimizó. Su depresión desapareció. Cuando tenemos un propósito para vivir y hallamos el porqué de nuestro sufrimiento, la cruz del dolor y sufrimiento se aligera. Se dulcifica. “Vengan a mí los que están fatigados y cargados, y yo les haré descansar. Lleven mi yugo sobre ustedes, y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón; y hallarán descanso para sus almas; porque mi yugo es cómodo y ligera mi carga”. (San Mateo 11: 28-30) Jesús en ningún momento promete lecho de rosas, pero sí nos da su palabra de que estará con nosotros hasta el fin del mundo, siempre y cuando queramos estar con él. Jesús es el único que puede hablar de sí diciendo que es “manso y humilde de corazón” sin que el ego levante su fea cabeza, puesto que Él era y es tres veces Santo; sin pecado alguno.
El Señor Jesús es llamado por Isaías “varón experimentado en quebrantos”. Alguien experimentado es una persona que tiene experiencia y está capacitado para hablar o poner en práctica lo aprendido. Puede hablar con propiedad. Jesús es experimentado en dolores y sufrimientos. Tiene la suficiente experiencia para ayudarnos ya sea para adquirirla o desarrollarla. Tanto la adquisición como el desarrollo de este tipo de experiencia requiere pasar a través del sufrimiento y dolor. Nadie adquiere experiencia sin haber vivido o laborado en lo que dice que tiene experiencia. Es teoría más práctica. Como observamos, san Pablo asegura que Jesús “soportó la cruz, menospreciando el oprobio” por “el gozo puesto delante de él”. (Hebreos 12: 2b) Jesús soportó los dolores y el sufrimiento que ningún otro ser humano ha experimentado porque sabía la razón de su calvario. Él conocía que el propósito eterno de su misión era salvar a la criatura más amada por Él. Por tanto, la cruz era motivo no de angustia y desespero, sino de gozo. Dios, ayúdame a no angustiarme ante el dolor extremo que pudiera llegar a mi vida.
Juan Simarro Fernández asevera que “hay dos grupos muy diferentes en el mundo sufriente”:

a) Los que sufren por causas naturales como, por ejemplo, los enfermos, los que son víctimas de catástrofes y terremotos, los que tienen accidentes fortuitos o pierden a sus seres queridos por la muerte natural...
b) Los que sufren por culpa de los otros. Aquí en este grupo, están todos los marginados que son excluidos por los desequilibrios causados por los acumuladores [de riquezas a expensas de las necesidades y miserias de otros] y por los que gastan más de lo que les corresponde; los inmigrantes [o desplazados por la guerrilla e invasiones] que huyen del hambre o de la miseria de sus países; las mujeres abandonadas y condenadas forzosamente a la prostitución de miseria y que solo lucra a los opresores. Todo este sufrimiento -añade Fernández- de este segundo grupo podría ser eliminado solo con incrementar la justicia y la solidaridad entre los hombres, tanto a nivel nacional como internacional. Aquí es donde se debería centrar la acción y la denuncia de los cristianos... el amor. (20)

Me gusta lo que escribe Simarro en el citado libro Sendas de sufrimiento porque escribe desde su experiencia en obras sociales en las calles de la capital española. En efecto, él fundó en su país una Misión cristiana que orienta, aconseja, consuela y ayuda a grupos marginados y sufrientes. Comparto con él su constante exhortación a la Iglesia a comprometerse con los colectivos marginados. (Te confieso que el libro en mención me arrancó lágrimas en varias ocasiones al igual que Confesiones de un cristiano dolorido de Zig Ziglar. Dios bendiga en gran manera a los hermanos comprometidos con los que más sufren. Así sea)
Considero que la Iglesia -formada por los nacidos de nuevo de cualquier denominación- tiene gran responsabilidad; primero, con los pobres y marginados de la sociedad que forman el Cuerpo espiritual de Cristo. Aquellos que Pablo el apóstol llama “familia de la fe”, “porque si alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo”. (1ra Timoteo 5: 8) Y, segundo, con los pobres, explotados y marginados de nuestro sufrido planeta, esos casos que usa el incrédulo resentido para decir no creer en Dios y vomitar sobre los cristianos y los creyentes en Dios. En el capítulo 11 veremos más y mejor la labor social de la Iglesia.
Permíteme citar una interesante obra de Lorenzo J. Baum, que relata un “sueño extraño” que puede ayudarnos a entender mejor los caminos de Dios:

A la orilla de un bosque y apartado de la gente, vivía un ermitaño entregado a reflexiones espirituales. Pero cuanto más consideraba lo que ocurría en este mundo, menos comprendía el trato de Dios con los hombres, lo cual lo tenía perplejo y lo confundía cada vez más.
Un día, meditando en esto, se durmió y tuvo un sueño de lo más extraño y aleccionador.
Soñó que debía hacer un largo viaje a través del bosque y se hallaba preocupado acerca de cómo llegar a feliz destino. En esas circunstancias, se le acercó un hombre.
-‘Sígueme, Andrés’ -le dijo-. ‘Tú solo no hallarías el camino a través del bosque. Yo te lo indicaré’.
Impresionado por la amabilidad del personaje y la autoridad con que le hablaba, Andrés se fue con él.
Al anochecer, llegaron a una casa cuyo dueño los recibió cordialmente, les dio una rica cena y les preparó una cómoda cama.
-‘Éste ha sido un día especial, uno de los más felices de mi vida, y debemos celebrarlo. Mi enemigo se ha reconciliado conmigo, y en prenda de amistad me ha regalado esta copa de oro, que guardaré entre mis más preciados tesoros’- les dijo.
A la mañana siguiente, se levantaron temprano para continuar su camino, le agradecieron su atención y desearon la bendición de Dios por su hospitalidad. Pero antes de despedirse, Andrés notó que su compañero tomaba secretamente la copa de oro y la guardaba entre sus ropas. Quiso reprocharle su actitud, pero el extraño le dijo:
-‘Silencio, éstos son los caminos de Dios’.
Al medio día llegaron a otra casa, la de un avaro que les negó hasta el agua para beber y los llenó de burlas y denuestos para alejarlos de su casa.
-‘Pasemos más adelante’- le dijo su acompañante-, pero primero sacudamos ante su puerta el polvo de nuestros pies. Y al decir esto, sacó la copa de oro y la entregó al avaro, quien la recibió con sorpresa y codicia.
-‘¿Qué haces?’ – preguntó intrigado Andrés. Pero su compañero, poniéndose el dedo sobre los labios, le respondió:
-‘Silencio, éstos son los caminos de Dios’-. Y siguieron andando.
A la caída de la noche, golpearon a la puerta de una choza miserable. Era la de un hombre pobre que luchaba contra la adversidad, que parecía ensañarse contra él. A pesar de todo su trabajo, había tenido que vender su propiedad, parcela por parcela, y lo único que le quedaba era la choza derruida.
-‘Soy muy pobre’ -les dijo el hombre-, ‘pero no puedo permitir que continuéis camino, hasta mañana. La noche es fría y oscura, y la senda peligrosa a estas horas. Pasad a compartir con mi familia lo poco que tenemos’.
A la mañana siguiente, le agradecieron su amabilidad y se despidieron.
-‘Dios te ayudará’- le dijo el compañero de Andrés. Pero cuando el hombre se dio vuelta para llamar a su esposa, el extraño colocó secretamente en el techo un fuego que media hora después habría de reducir a cenizas la choza y todo cuanto ella guardaba.
-‘¡No seas perverso!’- Casi le gritó Andrés al oído, al mismo tiempo que trataba de retener su mano. Pero el extraño le respondió:
-‘Silencio, éstos son los caminos de Dios’.
El tercer día, al anochecer, llegaron a la casa de un hombre que los recibió cortésmente, pero que parecía preocupado y taciturno, ausente de lo que pasaba a su alrededor. No mostraba alegría sino ante la presencia de su único hijo, un muchachito inteligente y despierto. Al otro día al despedirlos, los acompañó un trecho del sendero, pero luego les dijo:
-‘Los acompañaré sólo hasta aquí. Mi hijito les mostrará el camino hasta el puentecillo del torrente. Su corriente es rápida y profunda. Les ruego que cuiden de él para que no le suceda alguna desgracia’.
-‘Dios velará por su bien’- le respondió el extraño personaje, estrechando la mano del padre.
Cuando llegaron al puente, el niño quiso volverse, pero el misterioso compañero de Andrés le ordenó: -‘Pasa delante de nosotros’-. Y cuando el niño estuvo en el medio del puente, lo hizo caer a la espumosa y fuerte correntada. El ermitaño gritó desesperado:
-‘Prefiero morir perdido en el bosque antes que dar un solo paso más contigo. ¿Son éstos los caminos de Dios que quieres mostrarme?’. En ese instante, el misterioso compañero del ermitaño se transformó en un ángel de luz, y le dijo:
-‘Escucha, Andrés: La copa que sustraje al hombre hospitalario estaba envenenada; el avaro, en cambio de sus pecados y de su inutilidad en el mundo, beberá en ella su propia muerte; el pobre y trabajador removerá los escombros para levantar de nuevo su casa y hallará bajo las cenizas un tesoro que lo salvará a él y a su familia de la miseria de ahora en adelante; el hombre cuyo hijito hice caer en el torrente proyectaba un asalto en el camino mañana, y pensaba llevar por primera vez a su hijo para que aprendiera a ser salteador. Así el muchacho habría llegado a ser un asesino. La pérdida del hijo lo hará recapacitar y lo inducirá a buscar el buen camino, mientras que el niño murió en estado de inocencia y se salvará. Si no te los hubiera revelado, tú no podrías comprender los propósitos de Dios en esta serie de hechos inexplicables a tu manera. Has tenido un ejemplo de los caminos del Señor. Ahora, no te preocupes más por ellos en el porvenir’. Con esto, el ángel desapareció, y el ermitaño despertó curado de todas sus perplejidades. (21)

Aunque este sueño presenta dos dificultades porque Dios no causa daño al ser humano ni viola su voluntad, nos ayuda a comprender mejor cómo son a veces los caminos de Dios. Los caminos del Señor en no pocas ocasiones son misteriosos e insondables que solo nos toca confiar en que estamos en las Buenas manos de Dios y que “todas los cosas cooperan para bien de los que aman a Dios, de los que son llamados conforme a su propósito”. (Romanos 8: 28)
Nota que Romanos 8: 28 reafirma lo analizado acerca de que el amor es lo único que trasciende el sufrimiento y la muerte en el momento en que nuestra fe y teología se hacen papilla. Además, a los que amamos a Dios, detrás de todo lo que nos suceda subyace el eterno propósito de nuestro Señor. Entonces, la principal pregunta de lo que me ocurra no es “por qué me pasa esto a mí” y llenarme de amargura contra Dios. Sino: ¿Amo a Jesús lo suficiente como para trascender el sufrimiento y la muerte? Y confiar que estoy en las bondadosas Manos de Alguien que me ama con amor eterno y estará conmigo aun en el “valle de sombra de muerte”. (Salmos 23: 4)
Analicemos un poco ese Salmo 23 muy conocido por los cristianos y creyentes en Dios en medio mundo: David, su autor, asegura que “aunque pase por valle de sombra de muerte” no temería mal alguno porque el Señor Dios estaría con él. Dios no impediría que David pasara por tal valle, pero su Creador estaría con él. David agrega: “Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Aderezarás [prepararás] mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores. Ciertamente la bondad y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos días”. ¡Bendito Dios!
En medio del sufrimiento, dolor o persecución, están la bondad y misericordia de mi Dios y el mismísimo Señor conmigo; más aún, al final del oscuro túnel está la luz eterna de la Habitación de las moradas celestes que el Señor ha preparado para mí si muriera de muerte natural, por enfermedad, accidente, persecución o lo que fuese. No tengo asegurado el final del sufrimiento y el dolor; pero sí está garantizada mi morada con mi Dios. No sé si lo crees, lector, pero yo sí tengo fe y esperanza en esas moradas eternas.
Sabido es que, por lo general, la primera reacción nuestra en una dura prueba es reclamar y reprochar a Dios.
El consejero y sicólogo familiar James Dobson afirma:

Si la inteligencia y la percepción del ser humano son poco confiables en cuanto a valorar las realidades cotidianas, es decir, las cosas que podemos ver, tocar, oír, saborear y oler, ¿cuánto menos podemos confiar en ellas para evaluar al Dios del universo que es inescrutable? Nuestros esfuerzos para analizarle y comprenderle son tan poco confiables como nuestra capacidad para entender el mundo físico. Solo podemos escudriñar la mente de nuestro Creador hasta cierto punto antes de que se acabe nuestra habilidad para comprender más. Sin embargo, la arrogancia de los seres humanos al a veces pasar por alto o poner en duda la sabiduría del Omnipotente es increíble. (22)

A lo largo de la historia de la humanidad, el incrédulo ha mantenido y alimentado la misma actitud soberbia de Satanás al querer colocar su trono al lado del Creador del universo y la vida. Al analizar a mis pequeños hijos, he podido darme cuenta que cuando se ponen necios la necedad les turba de manera tal el entendimiento que no pueden ver las cosas más sencillas. Igual pasa con el incrédulo al empeñarse en su conducta arrogante e insensata. David escribió: “Dice el necio en su corazón: ‘No hay Dios’”. (Salmos 53: 1)
Jesús le dijo a un líder y erudito religioso llamado Nicodemo: “[Nico], tú eres maestro de Israel, ¿y no conoces estas cosas [nacer de nuevo, nacer de lo alto]? Si te he dicho cosas de la Tierra, y no las crees [ni las entiendes], ¿cómo creerás [y entenderás] si te digo las del cielo?”. (San Juan 3: 10, 12) Así estamos muchas veces: no entendemos las cosas terrenales y queremos entender al Dios sobrenatural e infinito. ¿Quién nos entiende? A veces ni nosotros mismos nos entendemos, mucho menos nos soportamos. ¡Dios nos ayude!

El sufrimiento como terapia divina

Al leer este enunciado sacado de su contexto, es fácil imaginar que enseño la necesidad de sufrir para estar más cerca de Dios o algo por el estilo. Si se lee el contenido de esta sección y el libro entero, nos daremos cuenta que no instruyo al respecto.
Tal como aseverara, Dios usa el sufrimiento para trabajar en nosotros y en nuestros seres queridos adultos que sufren cuando estamos enfermos. Al estar sanos y nadie enfermo en la familia cercana, resulta fácil afirmarlo y hasta creerlo. La liebre salta cuando estamos enfermos o algo nos produce mucho sufrimiento o alguno de nuestros seres amados está postrado en cama. Mi abuela dice que nadie sabe de feria si no ha ido a una. Aquí hablaremos propiamente del dolor físico que surge por una enfermedad, accidente, etc. Recordemos: Dios no se ensaña con el ser humano. A los creyentes en Cristo se les advierte que van a sufrir por su nombre, pero que dicho padecimiento les capacitará para la obra que Él quiere hacer en ellos y por medio de ellos. (Hechos 14: 22)
Gracias al Libro de Dios para nosotros sabemos que hasta el sufrimiento extremo es un instrumento que Dios utiliza a fin de perfeccionar nuestro temperamento, carácter y personalidad. Más, considero que el sufrimiento logra que Dios acicale mi espíritu y lo purifique. No olvidemos que a pesar de que el espíritu humano es el órgano más puro en el humano, sin embargo puede sumirse en la maldad y ser tomado por un espíritu equivocado como la ira, maledicencia, violencia, celos, envidia, etc. (Gálatas 5: 19-21) No hablo de posesión demoníaca, ese es otro tema. Jesús reprendió a Juan y a Jacobo su hermano porque le preguntaron al Maestro si quería que ellos hicieran descender fuego del cielo y consumiera una aldea que no quiso recibirlos. Jesús les contestó: “Ustedes no saben de qué espíritu son; porque el Hijo del Hombre [Jesús] no ha venido para destruir las almas de los hombres, sino para salvarlas”. (San Lucas 9: 54-56) Ese es Jesús. A pesar de que los incrédulos se inventen disparates en cuanto a Jesús, Él sigue amándoles. Mas, si no se arrepienten, se los llevará candanga.
Es insoslayable manifestar y tener muy claro que el Evangelio bíblico consiste en sanidad para la especie humana en las tres dimensiones que componen su ser. Al revelarse Jesús, siempre salvó y sanó, o sanó y luego salvó, pero lo observamos haciendo las mismas actividades: salvar, sanar. En su prédica hubo en todo momento y lugar la salvación de la persona, pero también la sanidad del cuerpo. Algo más, creo que Dios a pesar de que usa la enfermedad para obrar ya sea en nosotros cuando estamos enfermos o bien en nosotros cuando es otro el enfermo; no obstante, no patrocina la enfermedad. ¿Entonces cómo deben interpretarse las palabras del apóstol Pablo en 1ra Corintios 11: 29 a 32?
Considero que lo que Pablo quiere decir al manifestar “mas al ser juzgados [los cristianos], somos corregidos por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo”, es que al momento de tomar la Santa Cena del Señor indignamente, o teniendo una vida desordenada, nos salimos del paraguas espiritual de Dios y nos exponemos a que una enfermedad surgida de la desobediencia o del diablo nos alcance y Dios tenga que usarla para corregirnos. Es decir, el hecho de que Dios use esa enfermedad no significa que la haya causado. La causé yo con mi desobediencia.
Con el sufrimiento permitido en nuestra vida y en la vida de quienes más amamos, Dios busca que volvamos a Él y confiemos en Él como nunca lo hemos hecho. “Fuimos abrumados sobremanera por encima de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida, y tuvimos la impresión de que íbamos a perder la vida para que no estuviésemos confiados en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos”. (2da Corintios 1: 9, 10) Es innegable que el común de los seres humanos nos acordamos y refugiamos más en Dios cuando estamos sumidos en el dolor, hay necesidad o alguien amado está enfermo que cuando tenemos todo lo material a nuestro alcance, disfrutamos de excelente salud y nadie sufre quebrantos de salud. Como revelara una encuesta publicada por la revista Newsweek para conocer la fe de los estadounidenses en la eficacia de la oración, “hay pocos ateos en las salas de los hospitales donde se encuentran los enfermos de cáncer [en las salas de urgencia de los hospitales infantiles] y en las filas de desempleados”. (23) Nada hace que Dios sea más real para el humano que la proximidad de la muerte.
Ya lo he expresado en otra ocasión, es cómodo ser escéptico, agnóstico o ateo cuando todo anda sobre ruedas. Y la presunción sin base científica, histórica y empírica de los incrédulos es mera metafísica. Otro gallo cantaría en circunstancias extremas vividas por los que con jactancia niegan a Dios. Bacon dijo que “el ateísmo está más bien en los labios que en el corazón del hombre”.
Ahora bien, debo acotar algo al respecto del sufrimiento de los niños en hospitales infantiles: admito que si tuviese que lidiar a diario con niños enfermos, abusados y maltratados por sus padres y familiares no sé cómo reaccionaría para con la vida, los padres de esos niños y Dios. Solo Dios sabe. Tal vez convivir con situaciones semejantes sea una de las razones por las cuales algunos optan por renegar de Dios y hablar contra las creencias y los cristianos. No obstante, aunque eso influye en nuestro estado de ánimo y perspectiva ante la vida y Dios, no debe determinar mi cosmovisión, puesto que el amor de Dios se revela diáfano y puro en la persona del Señor Jesús quien dio Su vida por nosotros en la cruz romana. El sufrimiento y el dolor infligidos a los niños -aunque preocupantes y desgarradores para los que tenemos hijos y amamos a los niños- no son atribuibles al Dios creador y amante, sino al ser humano que caminas de espaldas a Él. Atribuir el sufrimiento a Dios sería como achacar las enfermedades y dolor a los profesionales de la salud y laboratorios, con todo y la inmisericorde comercialización de la medicina y medicamentos por parte de personas y organizaciones de inescrupulosas.
Es injusto quien condena a Dios por los malos hechos humanos. Dios no existe para evitar nuestras guerras, maldades ni metidas de pata. Entre los que vomitan sobre Dios, las creencias, los cristianos y la Biblia es raro hallar a alguien que no esté resentido y no busque excusas para entrar a través de la puerta ancha y caminar por el espacioso camino de la perdición de los que habla Jesús. (San Mateo 7; 13, 14) La experiencia revela que la mayor parte de escépticos, agnósticos y ateos del pasado y del presente han sido y son resentidos, hedonistas, deshonestos y soberbios, y usan su postura filosófica anticristo como tapadera de su vida loca y amargada.
Sigamos: ¿qué podemos decir de los casos en que el tiempo de sufrimiento pareciera prolongarse más allá de las fuerzas naturales del humano adulto? ¿O de qué sirve el sufrimiento prolongado de un niño inocente? Para responder la primera pregunta debo expresar que considero que es ahí donde más se manifiesta el poder y señorío del Señor en nuestra vida. No creo que seamos probados más allá de nuestras fuerzas. Si ello pasara, es, como asegura san Pablo, para que no estemos confiados en nosotros mismos. “No les ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no permitirá que ustedes sean tentados más de lo que pueden resistir, sino que proveerá también juntamente con la tentación [o la prueba] la vía de escape, para que puedan resistir”. ( 1ra Corintios 10: 13; 1ra San Pedro 5: 10)
¿Qué pasaría si Dios no nos sanara de una prolongada enfermedad o perdemos a un ser querido? Si no nos sana o perdemos a uno de esos seres que suelen estar adheridos al alma, Dios nos dará las fuerzas necesarias para que podamos resistir. San Pablo aprendió por la vía del sufrimiento prolongado -que le producía un “aguijón en la carne”- que cuando aceptaba su debilidad e impotencia ante el dolor, entonces era más fuerte. No por él mismo, sino por las fuerzas y energías que Dios le impartía. Y es que el poder (gr. dunamis) de Dios se perfecciona en la debilidad mía. Esa es la oportunidad que tiene Dios para demostrarnos que su fuerza sostiene nuestra vida. Si retirara su aliento, pereceríamos. “Por lo cual, por amor a Cristo me complazco en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en estrecheces; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Porque “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. (2 Corintios 12: 9, 10; Filipenses 4: 13)
En cuanto a la segunda pregunta ¿de qué sirve el sufrimiento prolongado de un niño inocente? Debo manifestar con suma tristeza y dolor que no tengo la respuesta. No sé qué propósito se esconde en el sufrimiento prolongado de un niño. Ante ello, enmudezco y agacho la cabeza confiando en la soberanía y amor de ese Dios que pareciera no hacer nada ante el dolor de un niño pequeño. Debo confesar que para eso y otras cosas más también tocante a los niños no he encontrado contestación. Sin embargo, aunque no sabemos la razón por la cual permite Dios tanto mal a los niños, de algo estamos seguros: el dolor no es la última palabra.
¡Qué paradójico y complicado es tratar de entender a Dios, a Jesús y el Evangelio! A ello se debe, en parte, que narcisistas y omnisapientes se frustren y nieguen a Dios, a Jesús y el Evangelio. ¿Cómo voy a ser fuerte en la debilidad si sabemos que al faltar energías el cuerpo desfallece y muere? ¿Por qué complacerme en debilidades, afrentas, persecuciones y en la estrechez económica si ello significa enfermedad, humillación y pobreza? ¿Cómo seguir creyendo y confiando en un Dios que muchas veces no se siente y pareciera estar lejos cuando más lo necesitamos? Un punto a favor de Dios y del cristianismo es que el cristiano no debe vivir por lo que ve ni sienta. Además, las apariencias son solo eso: apariencias; no necesariamente realidades.
Uno de los libros cristianos que más ha impactado mi vida es El progreso del peregrino (1677), escrito por el inglés John Bunyan (1628-1688). Bunyan en su famosa obra narra el viaje de Cristiano, que advertido de la destrucción de su ciudad sale de ella rumbo al Cielo, dejando atrás su mujer e hijos. (¿Acaso no dice Jesús que “si alguno viene a mí y no pone su amor a Cristo por encima de su amor por su padre, madre, mujer, hijos, hermanos, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo”? ¿“Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo?”. [San Lucas 14: 26, 27]) En el camino, se encuentra con personajes que se burlan de él y quieren desalentarle. Antes de arribar a su destino, Cristiano padece necesidades, atraviesa pantanos, transita a través de la puerta angosta, llega a Casa del Intérprete, sube por el Collado de Dificultades, lucha con Apolión (Satanás), cruza el Valle de Sombras de Muerte, es atacado por espíritus malignos, pasa por la Feria de Vanidad, el Castillo de las Dudas y los Montes de las Delicias, hasta entrar a la Ciudad Celestial, donde está el Ser Resplandeciente (Jesucristo).
La vida, aunque bella, tiene escollos y adversidades en el camino. Sigamos a Jesús o no, habrá dificultades y posibles enfermedades que pueden matarnos si no tenemos la bienaventuranza de morir de muerte natural y con lúcida mente. No tengo nada que perder y mucho que ganar escogiendo el camino que lleva al resucitado Cristo histórico. Al final de la vida y en el Día del Juicio todos sabrán si los cristianos estábamos equivocados o no. Ojo, digo que todos sabrán quién estaba en la verdad espiritual; pues ya y aquí en el planeta Tierra el nacido de nuevo sabe en Quien ha creído.
Algo más, la vida cristiana no es una panacea. Al contrario, puede traernos más inconvenientes puesto que Jesús nos hace diferentes y no podremos callar lo que ha hecho y sigue haciendo en nosotros; es imposible vivir en el anonimato. No hay cristianos secretos en las filas del cristianismo bíblico. La gente me identificará como le pasó a Simón Pedro allá en el patio del sumo sacerdote Caifás mientras Jesús era juzgado y condenado por un pecado que nunca cometió. (San Mateo 26: 69-75)
Este camino es el más difícil de todos porque debo amar a Jesús sobre todas las cosas, negarme a mí mismo, tomar mi cruz cada día y seguirlo. En otras palabras, el cristianismo no es para cobardes debido a que “al reino de los cielos se entra solo mediante la violencia espiritual, y los valientes lo arrebatan”. (San Mateo 11: 12) De ahí que el Evangelio neotestamentario sea tan impopular entre inconversos y religiosos y esté en vías de extinción en la vida de tantos creyentes. (Para un profundo estudio al respecto sugiero el impactante libro La vida cristiana normal del escritor chino Watchman Nee y todas sus obras que tratan sobre la cruz de Cristo en la vida cristiana)
Volvamos a Job y veamos qué le pasó. Después de haber perdido a sus hijos, los bienes raíces y toda posesión material, Job fue tocado en su cuerpo. La Biblia dice que Satanás pidió permiso a Dios para causarle todo eso a Job. Dios lo concedió pero le hizo una advertencia al diablo: “Toca todo lo que tiene, hasta su cuerpo, pero no su vida [hebreo nepesh]. Y Satanás hirió a Job con llagas malignas desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza”. (Job 2: 6, 7) ¿Ves? Quien hirió a Job con esa enfermedad y trajo toda calamidad sobre Job y su familia fue el diablo. Job, como nosotros, estaba equivocado ya que pensaba que Dios había mandado ese mal a su vida. “Aceptaremos de Dios el bien, y el mal no lo aceptaremos? El Señor me lo dio, y el Señor me lo quitó”. (Job 2: 10b, 1: 21) Dios no le había mandado el mal a Job ni le había quitado nada. Era el diablo quien estaba detrás de todo. Pues bien, Satanás pidió permiso a Dios para tocar el cuerpo de Job y Dios lo concedió, pero no fue Dios quien enfermó a su siervo. Que Dios use las tribulaciones que el enemigo de nuestra alma y la vida pongan en nuestro camino no significa en manera alguna que sea alcahuete. Notemos: Dios puso un límite al diablo “no [toques] su vida”.
¿Por qué permitió Dios que Satanás matara la familia de Job e hiriera al mismo Job? No sé. Sin embargo, la Biblia afirma que había cosas en la vida de Job que a Dios no le agradaban. ¿Eran tan horribles que Dios tuvo que permitir todas esas cosas malas en la vida de Job? No pretendo absolver todos los interrogantes en cuanto a lo ocurrido en la vida de Job; pero, a mi entender, lo peor que tenía Job en su corazón era orgullo. Pienso que puedo ser cabal, recto, temeroso de Dios y apartado del mal; no obstante, ser orgulloso y soberbio. (He conocido hombres y mujeres usado por Dios con gran poder y excelente palabra, pero con tanto orgullo y soberbia que pareciera que miraran a otros por sobre el hombro) A mi juicio, es posible. “Seis cosas aborrece el Señor, y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos”. (Proverbios 6: 16-19) Observemos con qué pecado comienza la lista de las cosas que “aborrece el Señor”: “los ojos altivos”. El primer pecado en el universo fue el orgullo, y surgió en el ‘corazón’ de Lucero. Orgullo significa quitar a Dios del trono de mi vida para sentarme yo. Sí, cierto es que la Biblia enseña que Job era un hombre cabal y recto. No obstante, como ya señalé, es posible ser cabal y recto, y, además, orgulloso. Había cosas en él que debían salir. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿quién podrá conocerlo? [¿La sicoterapia? Solo en parte]”. “‘Yo, el Señor, [que] escudriño el corazón y pruebo los riñones [entrañas], para dar a cada uno según sus caminos, según el fruto de sus obras”. (Jeremías 17: 9, 10)
En el momento en que Job fue probado por Dios, emergió su ego. Quitó a Dios para ponerse él. Recuerdo a David, segundo rey de Israel. La Biblia a través de san Pablo y del profeta Samuel asevera que Dios expresaba que David era “varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero”. (Hechos 13: 22; 1ro Samuel 13: 14a) Y vemos cómo cayó David tan bajo al tomar la mujer de su prójimo y exponer al esposo de ella para que muriera en la guerra. ¿Se equivocó el Infalible Dios? ¿Es ese un hombre conforme al corazón de Dios? ¡Dios dice que sí! (David después escribiría que las misericordias de Dios son nuevas cada mañana) Luego de esa estrepitosa caída, salieron a relucir los quilates y diamantes que había en el alma de este varón de Dios. La vida de David es una de las biografías más atribuladas y conmovedoras de un hombre de Dios. El rey David temía a Dios. Algo que nos falta a nosotros hoy. No hablo del miedo que muchos padres infunden en sus hijos, sino de temor reverencial. Temor de pecar contra su majestad y santidad. (Temor de escribir, hablar y producir libros, documentales, artículos y películas que blasfemen el dulce Nombre de Jesús y la majestuosidad del soberano Creador del universo y la vida)
¿Cómo salieron a relucir los defectos y virtudes de David? ¡Mediante el fuego de la prueba! Ese perenne “yo ya yo” o “¡viva yo!” debe terminar para ser “no más yo, sino él en mí”. (Gálatas 2: 20) No se trata de que Jesús anule mi personalidad, pues no lo hará, sino que Él sea primero en todo.
Pues bien, Job tenía orgullo en su corazón además de que se justificaba a sí mismo y condenaba a Dios por su situación. (Véanse Job 7: 20; 9: 17, 18; 16: 7, 11) Claro, para nosotros a este lado de la escena del sufrimiento de Job nos es fácil criticarlo y hasta condenarle por su actitud. Empero, ¿qué haríamos en su situación? Al inicio de este capítulo, escribí que resulta difícil lidiar con el dolor. Fácil es hablar, dar charlas, seminarios y escribir sobre el dolor y el sufrimiento, pero qué cuándo el sufrimiento toca a nuestros seres queridos o la vida nuestra. Ahí tuerce la puerca el rabo. C. S. Lewis en El problema del dolor escribe: “Usted quisiera saber cómo me comporto yo cuando paso por momentos de dolor, no cuando escribo libros acerca del mismo. No hace falta adivinar, yo se lo puedo decir; soy un tremendo cobarde... Pero, ¿de qué aprovecha que le cuente acerca de mis sentimientos? Ya usted los conoce; son iguales que los suyos. Yo no discuto que el dolor no sea doloroso, porque lo es”. (24)
Hagamos un pequeño paréntesis para reiterar lo dicho en un capítulo anterior en cuanto a que hay esferas en las cuales la mujer supera al hombre. La mujer nos aventaja en cómo lidia y asimila mejor el dolor. Los hombres, en general, somos cobardes ante el dolor y el sufrimiento. Cuando la mujer se levanta y reanuda la marcha luego de una caída o fracaso, el hombre se refugia en el alcohol, en las drogas o se suicida. Dios, ayúdame a saber sobrellevar el dolor y el sufrimiento para que mi vida sea un espejo de tu ejemplo en la cruz del calvario.
Hemos observado que el sufrimiento a veces golpea por uno o los dos costados que más nos duele: nuestro cuerpo o un familiar amado. Bastante analizamos sobre lo primero; a Job le tocó vivir las dos caras de la misma moneda al sufrir por la muerte de sus hijos y pérdida de sus bienes y por el dolor de tener una llaga desde la cabeza a los pies. No obstante, lo más malévolo y que no entiendo es por qué el diablo no se llevó a una mujer tan impía como doña Job. Tener a esa mujer al lado diciendo estupideces tiene que haber sido sal y limón en las llagas de Job. Ella, en lugar de consolar y ayudar a su marido, le decía: “Maldice a Dios y muérete”. Parafraseando el dicho, diríamos que con mujeres como esa para qué enemigos.
En cuanto a sufrir por la enfermedad de un ser amado, Jorge Isaacs en su novela María hace unas anotaciones acertadísimas al expresar: “Cuando una enfermedad nos ha hecho temer la pérdida de una persona amada, aquel temor aviva nuestros más dulces afectos hacia ella y hay en los cuidados que le prodigamos, alejado ya el peligro, una ternura capaz de desarmar a la muerte misma”. (25) Eso está hermoso.
El capítulo 11 de la Epístola a los Hebreos es llamado el capítulo de los héroes de la fe. Todos los nombres registrados allí son de personajes sobresalientes porque mantuvieron su fe en Dios a pesar del vituperio, mofa y martirio a los que fueron sometidos. Unos “mediante la fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones [David, Sansón, Daniel], apagaron fuegos impetuosos, escaparon del filo de la espada, se revistieron de poder, siendo débiles, se hicieron fuertes en batalla [Gedeón], pusieron en fuga a ejércitos extranjeros. Las mujeres recibieron a sus muertos mediante resurrección [Elías, Eliseo, Pablo, Pedro]”. ¡Qué bello! Pero... “otros fueron torturados, experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados [Pablo], aserrados [Isaías], puestos a prueba [Abraham, Noé], muertos a filo de espada [Jacobo, hermano de Juan]; anduvieron de acá para allá cubiertos con pieles de ovejas y de cabras [Juan el Bautista], menesterosos, atribulados, maltratados... errando por los desiertos, por los montes [Moisés], por las cuevas y por las cavernas de la tierra [David, Elías]”. (Versículos 33-35)
Unos héroes de la fe fueron librados de morir en las pruebas a las que fueron sometidos por el diablo y el mundo que no les creyó. Mas los otros perdieron la vida en medio de la prueba. ¿Por qué unos son librados y otros no? ¿Por qué unos somos librados de la muerte y otros perecen sirviéndole a Jesús? ¿Por qué permite Dios que misioneros que no son miembros de ningún grupo espía sino dedicados a alfabetizar, sanar y evangelizar a los indios sean asesinados o secuestrados por terroristas y facinerosos? No sé. Solo sé que la maldad, las enfermedades y fenómenos de la naturaleza que azotan a nuestro planeta y provocan tanto dolor son el fruto no de la ira o castigo de Dios contra nosotros, sino el resultado de la caída de nuestros primeros padres en el pecado de desobediencia y lo malvados que son algunos humanos. Ello lo tratamos al inicio de este capítulo y lo veremos en el siguiente.
Tres jóvenes hebreos, Sadrac, Mesac y Abed-negó, son llevados ante Nabucodonosor rey de Babilonia por no adorar sus dioses (demonios) y la estatua de oro que el rey había erigido. El rey, pues, los interroga: “¿Es verdad, Sadrac, Mesac y Abed-negó, que ustedes no sirven a mis dioses, ni adoran la estatua de oro que he levantado? Ahora, pues, ¿están dispuestos para que al oír el son de la bocina, de la flauta, de la cítara, del arpa y de todo instrumento de música, se postren y adoren la estatua que he hecho? Porque si no la adoran, en aquel mismo instante serán echados en medio de un horno de fuego encendido; ¿y qué dios será aquel que los libre de mis manos?”. Sadrac, Mesac y Abed-negó respondieron al rey: “He aquí que nuestro Dios [el único que hay] a quien servimos puede librarnos del horno de fuego encendido; y de tu mano, rey, nos librará. Y si no [nos libra], has de saber, rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado”. (Daniel 3: 14-18)
¿Qué vemos en ese pasaje? ¿Cómo interpretarlo? ¿Literal o simbólicamente? Tal como señalamos en el capítulo 2, los fanáticos racionalistas dirían que el pasaje no debe entenderse de manera literal. ¡Pamplinas! Parafraseadas, las palabras de los tres jóvenes serían: “Nabucodonosor, el Dios al que servimos puede librarnos del horno de fuego y de tu mano, y si no lo hace, de todas maneras no serviremos a tus dioses ni adoraremos tu estatua”. Ellos sabían que Dios podía librarlos del horno de fuego y de la mano del rey babilónico. Lo que no sabían era si Dios tenía en sus planes librarlos. Esto para mí significa que Dios a veces nos libra del sufrimiento y de la muerte, y otras veces no. Sus caminos y pensamientos son más altos que los míos. (Isaías 55: 9) ¿Por qué nos libra a veces? ¿Por qué otras veces no nos libra? No sé. “Insondables son sus caminos”. (Romanos 11: 33b) Y sus pensamientos no son los míos. (Isaías 55: 8)
Creo que esos tres jóvenes sabían muy bien de lo que hablaban. No hablaron con arrogancia, sino con convicción (convicción, más que creencia. La convicción se fundamenta en hechos; está cimentada en la genuina fe como vimos en el capítulo 4; la creencia se basa no necesariamente en hechos, sino en lo que me imagino que es, o deseo que pase; en la suposición y querer humano. Tanto creyentes como incrédulos enemigos del cristianismo caen en la trampa de confundir creencia con convicción, y creencias también hay en las ciencias convencionales). Dios no impidió que fueran lanzados al horno de fuego. Pero sí que se quemaran, pues había un propósito divino que la Biblia deja ver. Al darse cuenta Nabucodonosor de que los tres jóvenes se paseaban en medio del fuego acompañados de un cuarto personaje y que salieran ilesos y ni siquiera con olor a humo, el rey quedó atónito y creyó en el Dios de los tres jóvenes. No solo eso; decretó que todas las naciones sometidas a su imperio respetaran, sirvieran y adoraran al Dios de la Biblia. (Versículos 25-29)
Dios mandó a Jeremías a la casa del alfarero, “y he aquí que él trabajaba sobre las dos ruedas. Y siempre que la vasija que él hacía se echaba a perder en su mano, volvía a hacer otra vasija, según le parecía mejor hacerla. Entonces vino a mí palabra del Señor, diciendo: ‘¿No podré yo hacer de ustedes como este alfarero [...]? He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así son ustedes en mi mano’”. (Jeremías 18: 3-6) Considero que todo ser humano está en las manos del Creador. Unos más que otros, pero nos tiene en su corazón y mente. Él trabaja en nosotros como bien le parece, y usa a las personas y circunstancias de la vida para perfeccionar su obra en nosotros. ¿Cómo le facilitamos ese trabajo a Dios? En primer lugar, haciendo de Jesús nuestro Señor y Salvador y permitiéndole a su Espíritu Santo obrar en nosotros. (Romanos 10: 9, 10; 6: 12, 13; 8: 13; Gálatas 5: 16, 17)
Jacob era engañador y suplantador, pero Dios dice “amé a Jacob y a Esaú aborrecí. (Malaquías 1: 1, 2; Romanos 9: 13) ¿Por qué amó Dios a Jacob y aborreció a Esaú su hermano? (Debo aclarar de inmediato que Dios nunca “aborrece” al ser humano; odia la actitud de ciertos humanos. Dios no confunde -como nosotros- las actitudes con la persona) ¿Por qué Dios aceptó la ofrenda de Abel y no la de Caín? ¿Acaso no enseña Dios que no debemos hacer acepción de personas? El quantum de afecto de Dios difiere para con el ser humano debido a la actitud del corazón de la persona. Dios sabía que a pesar de que Jacob era embustero y usurpador tenía un corazón con el cual Dios podía trabajar, y no se equivocó. No pasó lo mismo con Esaú y Caín. Al primero le importó un rábano la bendición de la primogenitura; el segundo, no creyó que la ofrenda que debía ofrecer era como Dios lo había establecido. Dios trata de lejos al soberbio, contumaz e incrédulo. “El Señor es excelso, y atiende al humilde, mas al altivo lo trata a distancia”. (Salmos 138: 6) ¿Qué actitud del corazón tenemos ante Dios? De ahí depende que nos asista o no.
Jacob significa engañador. Dios le dijo a Jacob, antes de cambiarle el nombre por el de Israel, “he aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que vayas, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho”. (Génesis 28: 15) San Pablo escribió: Estamos persuadidos de esto, que “el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. “Todos nosotros [...] vamos siendo transformados de gloria en gloria a la misma imagen de Jesús, por la acción del Señor, del Espíritu Santo”. “El Señor completará sus designios sobre mí”. (Filipenses 1: 6; 2da Corintios 3: 18b; Salmos 138: 8ª) La diferencia del trato de Dios para con nosotros la hace la disposición del corazón.
La Biblia enseña que aunque muramos en el intento de vivir en plenitud a raíz de un infortunio o enfermedad, es posible recibir lo prometido en las moradas eternas que Jesús ha preparado para los que le aman y esperan su venida. En otras palabras, existe la posibilidad de que muramos en el intento, pero no debemos fracasar. Juan Simarro Fernández asegura que “asumir el sufrimiento y trascenderlo, dándole nuevos vectores de vida en plenitud y de sentido, es vencer el sufrimiento, aunque humanamente éste continúe ahí azotándonos”. (26)
No corramos como a la ventura ni peleemos con el aire. (1ra Corintios 9: 26) Antes de darnos la promesa de moradas eternas, Jesús revela que “en el mundo tendrán aflicción; pero, ánimo [confíen], yo he vencido al mundo. No se turbe su corazón, ni tenga miedo; crean en Dios, crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no [fuese así], ya se lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para ustedes. Y si me voy y les preparo lugar, vendré otra vez, y les tomaré conmigo, para que donde yo estoy, ustedes también estén”. (San Juan 16: 33; 14: 1-3, 27b) Esa es la bendita esperanza de la cual habla san Pablo a los tesalonicenses cuando les escribe que el Señor Jesús aparecerá por segunda vez “con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo” para llevarnos a todos los creyentes que estemos vivos o muertos. Pero los que hayamos quedado vivos cuando él venga no precederemos a los que hayan muerto, puesto que ellos primero serán levantados de la tumba, y “nosotros los que vivamos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes, para salir al encuentro del Señor, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, aliéntense los unos a los otros con estas palabras”. (1ra Tesalonicense 4: 15-18) Creo firmemente esas palabras de Jesús para nosotros los cristianos. Y cuando nuestro Señor aparezca ya no habrá llanto ni dolor ni sufrimiento, sino alegría, gozo, amor y paz junto al Ser más hermoso que hay en el universo: Jesucristo.
Permíteme cerrar esta sección con estos pensamientos que vienen como anillo al dedo a todo aquel que hoy llora y sufre: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron”. “Bienaventurados los afligidos y los que ahora lloran, porque recibirán consolación y reirán”. “Sabemos que todas las cosas cooperan para bien de los que aman a Dios, de los que son llamados conforme a su propósito”. “¿Qué gloria es [tienes], si pecando eres abofeteado, y lo soportas? Mas si haciendo lo bueno sufres, y lo soportas, esto ciertamente es aprobado por Dios”. Puede ser que ahora no entendamos el origen y propósito de nuestro dolor y sufrimiento, y “veamos mediante un espejo [de los tiempos de Pablo], borrosamente”, mas al final de todo “veremos cara a cara”. “Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré tan cabalmente como soy conocido”. (Apocalipsis 21: 4; San Mato 5: 4; San Lucas 6: 21; Romanos 8: 28; 1ra San Pedro 2: 20; 1ra Corintios 13: 12)
“No temas en nada en lo que vas a padecer [o estás padeciendo]. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”, nos dice Jesús. (Apocalipsis 2: 10)

Jesús, varón de dolores y
experimentado en quebrantos

Jesucristo, Dios hecho Hombre, a pesar de ser el Ser más perfecto del universo, tuvo que padecer como ningún otro ser humano ha sufrido. Si alguien debió renegar del dolor y sufrimiento ese era Él. Isaías -el profeta evangelista- describe los padecimientos extremos por los que tuvo que pasar el Maestro. (Isaías 53) Jesús fue sometido al dolor más indescriptible porque venía a rescatar a la humanidad del hoyo en que estaba; esto es, el pecado. Ningún teólogo, escritor, director de cine ni ser humano alguno puede entender, representar ni explicar los padecimientos por los que era menester que pasara Cristo Jesús.
Jesús sufrió en el espíritu, alma y cuerpo. En el espíritu (gr. pneuma) padeció con la sola idea de tener que cargar con los pecados cometidos desde Adán, hasta el final de los tiempos. (Romanos 3: 23) Su santo ser rechazaba la sola idea de tener que “hacerse pecado” por nosotros. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. (2da Corintios 5: 21; ver también 1ra San Pedro 2: 24) El espíritu de Jesús veía horrorizado el hecho de cargar las iniquidades de todos nosotros. Para muchos el pecado no significa una tragedia griega ni nada por el estilo. Pero para Él era horrendo, pues sabía con exactitud el alcance y profundidad que ello tenía. La muerte sería la paga. Y muerte significaba separación entre Él y el Padre. No sé cómo sería eso, puesto que Jesús es Dios manifestado en la carne. Mas no lo negaré por no entenderlo. Solamente sé que Jesús exclamó en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. (San Mateo 27: 46)
Antes de proseguir, recordemos el significado etimológico de la palabra pecado. El término pecado en el hebreo de la Biblia es ‘awen y significa iniquidad; vanidad; dolor. Vimos que el mismo vocablo pecado encierra en sí la razón por la cual Dios no deseaba que el humano pecara. Si pecaba, la iniquidad, vanidad, debilidad, dolor, sufrimiento y muerte se apoderarían de su espíritu (pneuma), alma (psuque), cuerpo (soma) y de toda la creación, que hasta el día de hoy “gime con dolores de parto”, afirma san Pablo. Ello precisamente es lo que ocurrió apenas Adán desobedeció a Dios. En griego, la expresión pecado se origina de la voz jamartia y denota literalmente “errar el blanco”. (27) Más aún, el pecado es tan malévolo que nos distorsiona la realidad y la verdad, provocando que a lo bueno llamemos malo y a lo malo se lo considere bueno. ¿Acaso podemos entender un poco más porqué el santo ser de Jesús se horrorizaba con la idea de cargar con nuestro pecado heredado de Adán y los de nuestra cosecha?
En el alma (gr. psuque) sufrió cuando expresó: “Mi alma está abrumada de una tristeza mortal”. (San Mateo 26: 38) Y oró que, si fuera posible, el Padre le librara de la cruz. “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. (San Mateo 26: 39, 42) Tal era su angustia, que “un ángel se le apareció para fortalecerle”, y su sudor era como “grandes gotas de sangre engrumecidas”. (San Lucas 22: 43, 44) Asimismo, padeció en su santa alma al saber que sus discípulos lo abandonarían; uno lo negaría y otro lo vendería por treinta piezas de plata como si fuera un animal o mercancía, como solía hacerse en el Antiguo Testamento. (San Mateo 26: 15) Creo, además, que a Jesús le dolió en demasía la pérdida de una de sus ovejas, representada en Judas, a quien escritores gnósticos e incrédulos pretenden librar de su maldad. Jesús sufre cuando un ser humano muere sin el perdón de sus pecados.
Jesús padeció en el cuerpo (gr. soma) como ningún otro ser humano. Jesús corporalmente tiene que haber sido un individuo muy fuerte por el trabajo que desarrollaba de carpintero desde niño. En esos tiempos no contaban con las herramientas de carpintería que tenemos hoy. Eso debe haberle desarrollado un cuerpo muy fuerte y bien formado, casi hercúleo. Sin embargo, el inhumano castigo al que fue sometido fue de tal magnitud que el rostro de Jesús fue tan desfigurado que no parecía un ser humano. (Isaías 52: 14) Su cuerpo era una masa de carne sangrante que parecía increíble que todavía viviera. Su cabeza estaba tan hinchada por los golpes de puñetazos y vara que Jesús en algún momento tiene que haber perdido el conocimiento (El Evangelio revela que en la cruz Jesús estaba totalmente consciente de lo que pasaba y murió a voluntad). Por la corona de largas y filosas espinas su frente y cabeza sintieron dolores como quien es atravesado por garfios y puñales. Las pocas fuerzas que le acompañaban le abandonaron luego del espantoso castigo del que fue objeto por parte de los soldados romanos que lo azotaron con látigos de partículas de metal incrustadas. Tal era el castigo, que las carnes de las espaldas de Jesús quedaron como grandes y largos surcos de arador. (Salmos 129: 3) Sus padecimientos fueron tan extremos que de camino al Gólgota tuvo que ser ayudado por Simón de Cirene a cargar la cruz. (San Mateo 27: 32)
Hagamos un alto: si Jesús no es lo que decía que era, esto es, Dios encarnado, el Hijo de Dios, entonces fue un verdadero insensato por dejarse matar de la manera en que lo hicieron. Una de dos, era un sicótico o en verdad es Dios hecho Hombre. No hay término medio. Ello será analizado en el capítulo 11.
Antes de ser crucificado, Jesús rechazó el vino mezclado con mirra que le ofrecieron como sedante ante el dolor. (San Marcos 15: 23) Jesús no quiso mitigar el dolor, sino sentir el sufrimiento (Jesús sabía -antes que los estudiosos de la conducta humana lo descubrieran- que no hay ganancia con sedar o reprimir el dolor, sino que para trascenderlo debo darme el permiso de sentirlo) que le costaba nuestra redención, pues “por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, teniendo en poco el oprobio”. (Hebreos 12: 2) Creo que Jesús se desangró en la cruz, puesto que la Biblia enseña que Jesús derramó su sangre por nosotros. (Apocalipsis 5: 9) En la sangre está la vida, y Jesús vino a dar su sangre, su vida, por ti y por mí. (Hebreos 9: 12, 14) Asimismo, cuando el soldado romano le traspasó con la espada para cerciorarse si ya había muerto, san Juan registra que de su costado salió agua y sangre. Algunos piensan que la pena emocional de Jesús era tan abrumadora que Su corazón explosionó. A pesar de tan inmisericorde castigo, nadie le quitó la vida a Jesús, sino que Él la entregó voluntariamente y cuando ya la obra de redención estaba consumada. (San Juan 10: 17, 18; San Mateo 27: 50) En ese preciso momento -no antes ni después- el Creador del universo y de la vida encarnado en Jesucristo, exclamó: “Consumado está”, y “expiró”. (San Juan 19: 30) Y selló su grandiosa obra al resucitar al tercer día, tal como lo había revelado a sus discípulos y anunciado los profetas del Antiguo Testamento, entre ellos el gran Isaías.
Hagamos un paréntesis: Contrario a lo que creen algunos y representó la obra Jesucristo Superestrella, Jesús sabía quién era, por qué había venido y hacia dónde iba. Jesús no estaba confundido ni nada lo cogió por sorpresa. En tres ocasiones anunció a los Doce su pasión, muerte y resurrección. Así lo demuestran San Mateo 16: 21; 17: 22; 20: 17; San Marcos 8: 31; 9: 30-32; San Lucas 9: 22, 43; 18: 31; San Juan 2: 19-21; Isaías 53: 10. Quien asegure que Jesús de Nazaret no sabía quién era o que tenía miedo a la cruz, no sabe lo que afirma. Cerramos paréntesis.
Jesús tuvo que padecer para rescatarnos de las garras del pecado y de Satanás y cancelar todo edicto en contra nuestra. (Hebreos 2: 14b; Colosenses 2: 14, 15) Al pecar Adán allá en el Edén, nos entregó al pecado, al sufrimiento y muerte, y nos vendió a Satanás. Por tal razón era imprescindible que Jesús nos comprara, “no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa” que derramó por nosotros en la cruz. ( 1ra San Pedro 1: 18, 19)
Al ser molido por nuestro pecado (hebreo ‘awen), Jesús aprendió obediencia y fue perfeccionado para luego socorrernos y ser nuestro Sumo Sacerdote y Abogado ante el Padre. “No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nosotros, sino uno que fue tentado en todo, pero sin pecado”. “Si alguno peca, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”. (Hebreos 4: 15; 1ra San Juan 2: 1)
Jesús en medio del sufrimiento se gozó porque vio que su trascendental obra no quedaba sin frutos, sino que a través de ella tendría muchos hermanos que Dios el Padre le daba. (Hebreos 2:13; Isaías 53: 11) Y por su obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz, “Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la Tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”. (Filipenses 2: 8-11)
¿Qué crees que hubiese ocurrido si en lugar de actuar con amor y compasión ante los que le torturaban y llevaron a la cruz Jesús se hubiera encolerizado o bordernalizado. Hoy no habría salvación para ti ni para mí. El Señor Jesucristo siempre mantuvo la calma de espíritu y supo canalizar toda situación por dura que fuese. Nunca transfirió sus problemas con los saduceos, escribas y fariseos a la gente humilde que lo buscaba, respetaba y quería. Él no reaccionó, sino que actuó. Siempre fue dueño y Señor de las circunstancias. Nada ni nadie perturbó su paz ni le hizo salir de sus casillas. Jesús era un inteligente emocional, mantenía bien encauzadas (no reprimidas) sus emociones. Solo lo vemos enojado con los falsos líderes religiosos y con los mercaderes del Templo que convirtieron la Casa del Señor en un mercado persa y por su hipocresía. Pero aun en esos momentos nunca pecó y estuvo dispuesto a atender la necesidad de quien venía a Él. (San Mateo 21: 14) No reventaba con el pueblo. El sujeto promedio explota con el que nada tiene que ver con sus conflictos internos o dificultades con los demás. Jesús además de ser la imagen del Dios invisible, es el Hombre perfecto. Y el plan de Dios desde la creación del humano ha sido hacer al hombre y a la mujer a la imagen de su Hijo Jesucristo, “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. (Efesios 4: 13)
Jesús antes, durante y después de su pasión siempre fue cien por ciento Dios y cien por ciento el “Hijo del Hombre”, como se llamaba Él mismo. Si no hubiese sido así, hoy no habría salvación para nadie. Que yo no entienda esa grandísima verdad del Evangelio no significa que sea falsa. Mis limitaciones intelectuales no son límites para Dios. La verdad absoluta de Dios es independiente de mi verdad relativa y subjetiva. En el universo, la vida y la naturaleza hay fenómenos que no entiendo, pero no por ello me atrevería a negar su realidad. Tampoco es verdad que algún día las ciencias convencionales podrán entenderlo y explicarlo todo. ¿Será cierto que “todo lo real es racional, todo lo racional es real”, como aseguró Hegel? ¡De ninguna manera! El ser humano está limitado por sus propias limitaciones, pero ¿qué es imposible para Dios? Para Dios es imposible no hacer lo imposible. Si no fuera así, no fuera Dios, sino un ídolo de los millones que hay. “El hombre está siempre dispuesto a negar aquello que no comprende”, afirma Luigi Pirandello. Claro, es fácil negar y rechazar lo que no entiendo. Lo difícil es tener la suficiente humildad para bajar la cabeza y asentir que aunque no lo entiendo hay suficientes evidencias que demandan un veredicto de mi parte, aun cuando ello incurra en la estrepitosa caída de lo que he creído toda la vida. Me parece oír a Saulo de Tarso y otros miles de intelectuales y científicos convertidos a Jesús decir: “¡Amén!”.
Algunos son más fáciles para convertirse, otros precisan que se rompa la soga y toquen fondo, o ser confrontados con la muerte y la verdad de Cristo. (Muchos de los que han muerto clínicamente han vuelto creyendo de corazón en una vida después de la muerte y en el Autor de la vida. Otros que no han tenido tales experiencias al morir clínicamente se polarizan y aseguran que son tonterías) Sea como fuese, la mirada de amor y de compasión de Jesús no ha cambiado para con nosotros. “Al que mucho se le perdona, mucho ama”, asegura Jesús. Él nos ama y acepta tal como somos. No importa que seamos Nicodemo, María Magdalena o Judas. Lo de suma importancia es nuestra actitud ante Él, pues Él mira el corazón, no lo externo.

Cómo preparar a los hijos
para enfrentar el sufrimiento


“Un buen padre vale por cien maestros”, Rousseau

Ahora unas palabras a los que tienen hijos pequeños y/o adolescentes. Interactuar con niños es una de las empresas más difíciles de la vida porque los niños... son niños. Muy a menudo lo olvidamos y los tratamos como adultos, no como niños. En pocas palabras, los tratamos como adultos porque también nosotros somos niños emocionales. Físicamente hemos crecido, pero en las emociones somos niños. Nos falta inteligencia emocional. La resiliencia necesaria para trascendernos a nosotros mismos y las circunstancias. En nuestra irracionalidad pretendemos, además, que los niños piensen, accionen y reaccionen como adultos: “no corras”, “no grites”, “no saltes”, “no molestes”, “quédate quieto”. Y ello nunca será posible. Mientras el niño sea niño no dejará de ser niño. Desde luego, no hablo de dejar hacer dejar pasar, sino de no pretender que los niños dejen de jugar y divertirse, pues para los niños pequeños eso es lo más importante. Lo que toca enseñarles y hacerles ver en su nivel cognitivo es que jueguen y se diviertan sin gritos y peleas innecesarios. Cuando tengan responsabilidad escolar o colegial, instruirles a responder a sus deberes, antes de jugar.
Piaget llamó a los niños “extraños cognoscitivos” y creo entenderlo porque ellos, a su nivel, entienden más de lo que nos imaginamos. En verdad, los niños son maestros de los adultos. Si los observáramos más a menudo, cometeríamos menos errores en nuestro trato con ellos.
Los niños no piensan ni actúan como adultos. Se polarizan, pues para ellos no hay bueno o malo ni blanco o negro. Es todo o nada. “Me amas o me odias”. Los niños operan en el absolutismo. Es negro o blanco; no negro y blanco ni blanco y negro. Ellos no pueden entender que sus padres tengan debilidades temperamentales o defectos de carácter. Para ellos soy buen papá, o un mal papá. No conciben que sea un excelente papá y a la vez tenga defectos de carácter.
Lamento muchísimo no haber disfrutado bien la primera niñez de mi hijo mayor. Sin embargo, como ya aprendí (y aún sigo aprendiendo), estoy gozando de su segunda niñez y preadolescencia y de la primera niñez de los mellizos. (Los niños son las criaturas más especiales y hermosas que hay en el universo, y la bendición más grande que Dios le pueda dar al ser humano, después de la salvación de su alma. No olvidemos esto: los niños son excelentes maestros)
Los padres tenemos gran responsabilidad en la educación y crianza de nuestros hijos. Considero que la primera tiene que ver con el desarrollo de sus facultades intelectuales y talentos; la segunda, con la orientación o adoctrinamiento que debo impartirles mucho antes de que acudan a la escuela. No debo esperar que la escuela y el colegio me críen a mi hijo. Esa es tarea mía. En la crianza, debo preparar a mi vástago para enfrentar las diferentes situaciones de la vida; que sepa que no todo el tiempo la vida es color rosa, que aprenda a dominar sus emociones, no a reprimirlas. Eso es lo que de unos años para acá se ha llamado ‘inteligencia emocional’ y resiliencia.
Inteligencia emocional que le apertrechará con las herramientas necesarias que lo ayuden a manejar las distintas circunstancias que se le presentarán en la vida: gozo, dolor, alegría, frustración, calma, desasosiego, placer, displacer, etc.
Resiliencia que le capacitará para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas algunas veces graves.
Aclaremos eso en cuanto al adoctrinamiento de los hijos: hay quienes como Dawkins -declarado y resentido enemigo del cristianismo- solo ven la parte negativa o lo que les parece negativo -muy usual en fundamentalistas racionalistas- al catalogar de “abuso infantil” que los padres inculquen a sus hijos las enseñanzas del Evangelio; entre ellas, que les infundan terror a la “condenación” en el infierno. (Sin pretender excusar tal error al transmitir horror a los niños en familias religiosas, ¿cómo catalogar que escépticos, agnósticos y ateos impongan dogmas y supuestos a sus hijos en cuanto a la hipotética inexistencia de Dios y les enseñen que la Biblia “está atiborrada de mitos y supersticiones” ¿O que a través de textos escolares básicos se les lave el cerebro a niños y jóvenes con relativismo moral y objeciones a los valores objetivos del cristianismo? ¿Es menos grave el abuso porque lo cometen estos “científicos” y “librepensadores” de la “nueva” moral?)
Cierto es que a muchos nuestros padres -para que les obedeciéramos- nos enseñaron que a Dios hay que tenerle miedo y está pronto a castigarnos por lo malo que hagamos. Pero esa no es toda la verdad, pues aunque muchos padres fallen por ignorancia o por fanatismo religioso, el cristianismo bíblico no enseña tales presuposiciones; al revés, ayuda a la sana autoestima de los padres para que ellos a su vez la transfieran a sus hijos. Si hay un libro que habla de sana autoestima y relaciones humanas, es la Biblia. Además, el Evangelio bien tomado aboga por el respeto a la vida y honra que debe dispensarse al prójimo y a la gente mayor; sobre todo a los padres. A los hijos exhorta: “Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien sobre la Tierra”. Mas a los padres amonesta: “Ustedes, padres, no provoquen a ira a sus hijos, sino críenlos en disciplina y amonestación del Señor”. (Efesios 6: 2-4)
En otro pasaje, san Pablo de nuevo exhorta: “Padres, no exasperen [gr. excitar, agitar, provocar en mal sentido] a sus hijos, para que no se desalienten”. (Colosenses 3: 21) Parafraseando a Pablo, diríamos: “Padres, no provoquen a ira a sus hijos extralimitándose en sus funciones para que no se desanimen en la fe de Cristo que ustedes les transmiten”. Hay quienes no se ciñen al Evangelio bíblico, sino que tienen su propio evangelio y sus propias leyes que inculcan a sus hijos. Está de más expresar que casi siempre esos “evangelios” y “normas” son incompatibles con el Evangelio del Nuevo Testamento)
La Biblia siempre guarda el equilibrio que a ti y a mí nos falta muchas veces. Pero ello no quieren verlo o ignoran los enemigos de la verdad de Cristo. Siempre se apoyan en parte de la verdad (medias verdades) o en los notorios errores y faltas de los creyentes o de los que dicen ser cristianos a fin de intentar desviarnos del puro Evangelio del Cristo resucitado. (Ya analizamos que, en general, los escépticos, agnósticos y ateos tuvieron padres de extrema rigidez religiosa, estudiaron en centros religiosos que no supieron comunicar el Evangelio del Señor Jesús o sus progenitores o tutores fueron incrédulos resentidos, pesimistas y relativistas. Si los que decían ser cristianos hubiesen hecho su labor como exhorta Pablo, te aseguro que muchos de los sujetos en cuestión no estuvieran hoy vomitando sobre la Biblia, la fe, Dios Jesús, los cristianos y creyentes en Dios. Claro, las pésimas experiencias familiares no los exonera de su responsabilidad; porque, con todo que ello influye en gran manera en un niño, no debe determinar la conducta de un adulto. Si una situación vivida en mi niñez o adolescencia fija los términos de mi conducta en la adultez, sabido es que emocional y sicológicamente estoy estancado en esas etapas de mi vida. ¿Cuántos adultos -niños emocionales hoy- hay detractando contra Dios, Jesús y los milagros? Pienso que la mayoría son escépticos, agnósticos, ateos, herejes, apostatas, teólogos y líderes religiosos liberales. El muchacho criado en un régimen autoritario y fanático religioso se rebela contra la autoridad de sus padres, y una manera de hacerlo es rebelándose [negando] contra el Dios de sus padres. Padres, hagamos bien nuestro trabajo de evangelización doméstica. Ganamos más con el ejemplo y amor que con palabrería y cantaleta. Los niños más conflictivos no proceden de hogares muy estrictos, sino de aquellos en los cuales la prédica y el ejemplo se contraponen. La juventud se vuelve contra el Señor Jesús y su Iglesia al ver que sus padres en la iglesia rinden culto verbal a las normas bíblicas, pero practican lo contrario en el hogar.)
Pues bien, aprendamos a validar correctamente las emociones y sentimientos de nuestros hijos, no hacerlo es decirles que no sientan, que supriman sus emociones, lo que sienten. Si el niño llora, una de las viejas frases usadas es: “No llores”. En verdad lo que expresamos es: “no sientas el dolor que sientes; reprímelo”. Porque “los hombres no lloran”. A mis hijos les he demostrado con lágrimas en los ojos que los hombres también lloramos. Cuando siento una emoción que amerite unas lágrimas, las derramo sin ocultarme a fin de que aprendan con el ejemplo. No olvidemos, las conductas son aprendidas. Y los niños aprenden más de lo que hacemos que de lo que decimos.
Ojo, aseveré que validemos de manera correcta las emociones y sentimientos de nuestros hijos. Como todo en la vida, hay polos opuestos, extremos que evitar. No se trata de validar excesivamente ni de invalidar la emoción o sentimiento del hijo. Convalidar exageradamente sería darle más importancia de la que tiene la situación vivida por el niño, o mostrarle un camino errado. Es hacerle daño. Ejemplo: si el niño llora porque su hermano le golpeó, no digamos: “amor, ven acá. Ve y pégale un puñetazo a tu hermano”. En su lugar toca llamarlos a los dos y averiguar qué pasó y ver qué responsabilidad tiene cada uno. Al obrar así demostramos al niño que llora que nos preocupamos por él y estamos interesados en sus cosas y hacer justicia. Dicho sea de paso, también aprenderá obrar con justicia y no tomarse la justicia por su propia mano.
El polo opuesto sería -como señalara- decirle al niño que no llore porque los hombres no lloran y todas esas otras palabras que suelen decir los padres a los niños cuando lloran.
Permitamos que nuestros hijos sientan y expresen sus emociones con respeto y responsabilidad. Mis hijos saben que tienen libertad de manifestar sus emociones, cuestionarme y estar en desacuerdo con mamá y sus hermanos, siempre y cuando lo hagan con respeto y consideración hacia sus padres y sus hermanos. No permitírselo sería conflictivo y propiciar que los chicos se llenen de rabia que más tarde explosionará cual olla a presión.
No quiero pasar por alto una anécdota familiar que expresa vívidamente cómo validar las emociones y sentimientos de nuestros hijos e interesarnos en sus cosas.
El Día del Niño de 2007, mientras los niños panameños celebraban su Día en escuelas y colegios, mi hijo Jonatán (11) se ganaba un pollito en una tómbola escolar.
No era la primera vez que mis hijos regresaban con pollos de la escuela, pues hacía unos años me habían preguntado si podían llevar unos pollitos a su apartamento. No puse objeción y su madre tampoco lo hizo. De manera que tres pollos fueron acogidos en la familia, y después de crecidos fueron llevados a casa de una amiga.
El pollito ganado por Jonatán era un caso diferente. Ese día del premio, los mellizos (Jonatán, recuérdese, es mellizo con David) estaban rebosantes de contento por el pollito, y lo metieron en una bolsa para transportarlo. Con todo, David lamentó no haber ganado un pollo. Al subir al auto, dije a mis hijos que soltaran al pollito en el piso para que piara y se alimentara.
Pasaron días y semanas, y Pollito (así lo llamaba su dueño) creció; y junto con un conejo, unos pececillos y una perrita contribuía a la alegría del hogar.
Una noche, la mamá de mis hijos me llamó y con triste voz manifestó que Jonatán y David lloraban desconsoladamente porque Pollito había sido golpeado por la puerta de la cocina y estaba moribundo. Mientras me mudaba de ropa para ir a ver qué pasaba, un zarpazo de sentimientos y emociones encontrados me recordó que cuando era niño tenía unos periquitos que un hambriento gato había devorado. Y solo quedaron pocas plumas como recordatorio. Créeme que eso fue devastador para mí. De modo que sabía perfectamente bien lo que sentían los mellizos, especialmente Jonatán, el dueño del pollo. (Quizá para alguien sea una tontada contar y escribir sobre un pollo, y hasta pensará que el problema se habría solucionado comprando otro. Uno de los terribles errores que los padres cometemos con los hijos es no validar correctamente sus sentimientos y emociones y abandonarles física y afectivamente, criándose nuestros hijos como niños huérfanos de padres vivos)
Al llegar al apartamento, encontré a Jonatán llorando a lágrima viva y a Pablo (13), mi hijo mayor, contemplando y abanicando al desdichado pollo. Lo primero que hice fue abrazar a Jonatán y preguntarle qué pasaba. Entre llantos y sollozos me contó lo que su madre ya había narrado a través del teléfono.
Miré el pollo; se veía muy mal. Estaba más muerto que vivo. Supuse que no sobreviviría e intenté preparar a mis hijos para lo peor. Me equivoqué. Mientras trataba de consolar a Jonatán, David salió del cuarto llorando. De pronto Pablo exclamó que el pollo estaba vivo. La mamá de mis hijos dijo que David se había arrodillado a orar por el pollo.
Contra los diagnósticos, el pollo sobrevivió; y los mellizos lo atribuyeron a un milagro. Decían que Dios había escuchado sus plegarias. Cierto o no, el pollo se recuperó gracias al cuidado de los niños y a las sugerencias que una veterinaria nos diera a Jonatán y a mí.
Los días pasaron... y el 20 de agosto me llamó de nuevo Zuleika, la mamá de mis hijos, comunicándome que Jonatán por accidente había atropellado a Pollito con un carrito que montan los niños pequeños.
En efecto, Pollito estaba muerto y Jonatán lloraba a cántaros. Traté que el chico no se sintiera culpable, y en medio de todo percibiera mi consuelo, amor y empatía. En ningún momento le insinué reprimir el llanto, sino que convalidé sus emociones y le animé a expresar su dolor.
La tarde del 20, los mellizos y yo fuimos a enterrar a Pollito, Pablo no había regresado del colegio. Camino al entierro, Jonatán advirtió: “de ahora en adelante no tendré más mascotas tan frágiles”; se refería a la vulnerabilidad de los animales pequeños.
Después de cavar para enterrar a Pollito, le pedí a su dueño que lo colocara en la excavación. Me partió el alma lo manifestado por Jonatán al exteriorizar el profundo cariño que tenía al pollo. También me preguntó: “Papá, ¿los pollos van al cielo?”. Le respondí no saber; que la Biblia no dice nada al respeto. (A solas con mis pensamientos y meditando en la pregunta de mi hijo, recordé que la Biblia revela que en la Nueva Jerusalén habrá animales, pero las bestias salvajes no harán daño ni al niño de pecho, y morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará) Mas sabía que los humanos tenemos la opción de ir o no a tan hermoso y placentero lugar. Además, aseveré a mis hijos que esto era una lección para que viéramos la brevedad, unicidad y fragilidad de la vida. Pero que los cristianos tenemos fe y esperanza de que nos reencontraremos con nuestros seres queridos, donde habita Jesús.
Al ver la tristeza y el amor de mi hijo por su muerto y sepultado pollo, las lágrimas brotaron y quedamos llorando los dos por Pollito, el pollo que el Día del Niño vino a formar parte de la familia y del corazón de tres niños. (Esta anécdota la escribí el 22 de agosto de 2007 en memoria de Pollito, la mascota de mi hijo Jonatán Eliseo)
A la fecha, mi hijo Jonatán sigue visitando el lugar donde enterramos a su mascota Pollito. Ello me enternece por ver que un niño pequeño tiene sentimientos tan nobles como recordar y seguir queriendo un animalito para muchos tan insignificante como un pollo.
Nuestros hijos deben saber y sentir que los amamos, que son importantes para nosotros con hechos, no con meras palabras. ¿Cuántas veces al día abrazamos, besamos y decimos “te amo” a nuestros hijos? Si algo les preocupa y nos lo quieren transmitir, escuchémosles, suspendamos lo que estamos haciendo y prestemos atención a lo que nos dicen como si fuera el mismísimo Jesús quien nos habla. Miremos a nuestros hijos a los ojos mientras se dirigen a nosotros. Todo ello hará que su autoestima crezca y se desarrolle de manera sana, sin sentimiento ni complejo de inferioridad ni traumas. Más adelante veremos que el temperamento es heredado, pero el carácter es la página en blanco sobre la cual escribimos los padres en la vida de nuestros hijos. Si “escribimos” bien en la vida de nuestros hijos, tendremos menos chicos en drogas; menos divorcios y pocos delincuentes; excelentes políticos y profesionales, y los escépticos, agnósticos y ateos prácticamente desaparecerán. El reto es: ¡Escribamos bien en la vida de la gente menuda, pues son el futuro de la nación, del continente y del planeta!
Estemos pendientes de las cosas y de la vida de nuestros hijos sin violar ni su libertad ni su privacidad. Preguntarles cómo les fue en la escuela, colegio o en la universidad y tener en cuenta su mundo sin ser policías ni metiches provoca en nuestros hijos sentimientos de que nos preocupamos por ellos porque les amamos, no para controlarlos. (¡Qué revoltura de emociones siente uno con padres controladores y dominantes!) Temo que algunas veces nuestras palabras de que les amamos no concuerdan con nuestros actos para con nuestros hijos. ¿Será que nuestros hechos hacen tanto ruido que impiden que nuestros hijos oigan que les amamos?
Algunos padres interpretan mal las cosas y piensan que al hijo se le ama si se le da todo lo que pide, y lo que no pida. (Lamentable es expresar que muchos obran así para “quitarse” al hijo de encima; para que no “moleste” pues los “marea”) El hijo acostumbrado a que se le cubran sus caprichos, colmado de dádivas y a que se le evite el menor sufrimiento es un niño que no sabe lo que es frustración, displacer. Mañana, cuando pase por un momento difícil no sabrá cómo reaccionar y tal vez crea que el suicidio es la vía de escape. Si no lo es el suicidio, “¿por qué no probar las drogas, alcohol o promiscuidad?”, talvez se pregunte. Un niño cuyos caprichos han sido colmados es un niño candidato a ser el tirano e intransigente del mañana consigo mismo y con los demás. “La vara [disciplina sin golpes que dañen] y la corrección [con amor] dan sabiduría [para enfrentar la vida]; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre”. (Proverbios 29: 15) No creo que todo amerite una nalgada, pero cuando sea menester darla, debo darla... con amor; no con ira. En eso fallamos muchos padres. No hemos aprendido a corregir sin enojo.
Un padre que nalgueaba a su hijo le dijo al pequeño: “...Y que conste que me duele más a mí que a ti”. A lo que respondió el niño: “Sí, papá, pero no en el mismo lugar”. El niño sabía que su padre le amaba, y lo corregía precisamente porque lo amaba. “El que escatima el castigo a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige”. (Proverbios 13: 24) Al pegarle papá, el niño estaba consciente de que lo hacía por su bien, no porque a papá le gustaba pegarle. Por tanto, sabía que a su papá le dolía en el corazón tener que pegarle. Los niños saben y entienden más de lo que uno se imagina. Te confieso que me duele pegar a mis hijos. Y las pocas veces que lo hago recurro a ello estrictamente porque lo amerita. Algo más, en general, a medida que crecen los hijos deben desaparecer los castigos o disciplina física o de contacto.
Antes de ir a un restaurante a cenar, papá le había dado a conocer a su hijo de unos ocho años cómo debía comportarse. En medio de la cena, el niño por lucirse delante de la gente alrededor se portó de manera tal que ameritaba una firme y amorosa corrección. Al salir del restaurante, papá cogió al niño, lo llevó a un costado del restaurante y le dio unos correazos en las nalgas. Una señora que pasaba por ahí, al ver lo que sucedía, reclamó al padre en tono de regaño que dejara de “maltratar” al niño. A lo que el mismo niño respondió preguntándole a su papá: “Papá, ¿qué le pasa a esa señora?”. El niño sabía que merecía la disciplina paternal y por ello se extrañó de la inoportuna intervención de la señora. No subestimemos la inteligencia de nuestros hijos. Los niños saben que algo pasa cuando sus padres son afecto sin disciplina. Y también sienten que algo sucede cuando hay vara sin amor. Ellos saben mucho. Los que ignoran y desconocen cómo tratar a los niños son aquellos sicólogos y paido-siquiatras que creen saberlo todo sobre niños. Los niños desean que hallemos y mantengamos el equilibrio en el trato con ellos. Hablemos muchísimo con nuestros hijos. Seamos sus amigos. Sus mejores amigos; así nos confiarán sus secretos, preocupaciones, tentaciones, conflictos, broncas.
Estoy asombrado de la capacidad de razonar de mis pequeños hijos. De ahí mi responsabilidad de actuar con cautela y decir delante de ellos solo lo necesario. Hablar y hacer más de la cuenta me ha valido la censura y cuestionamiento de mis hijos. Siendo niños, relativamente podemos engañar a nuestros hijos, mas cuando sean grandes serán nuestros jueces.
Aunque nos parezca inverosímil, muchos de nuestros niños y jovencitos viven deprimidos, irritados y aburridos. Muchas son las causas, pero la mayor es que su necesidad de amor y afecto no ha sido satisfecha, están hambrientos de amor de sus padres. Quieren sentir y ver que sus papás les aman, pero con hechos, no de dientes para afuera. Lamentable es decir que muchos chicos son huérfanos de padres vivos. Cuentan que cuando papá o mamá dice al niño “adiós, mi amor, nos vemos luego”. El niño se despide sonriendo. Pero cuando la empleada se va el niño llora, porque ella está más tiempo con el niño que los padres del pequeño. Temo que muchísimos padres han sido desplazados del corazón de sus hijos por las empleadas domésticas. No por culpa de ellas, sino porque lo padres modernos tienen tiempo para todo y buenas palabras para todo el mundo, menos para sus hijos. Como afirma mi abuela, “son luz en la calle y oscuridad en su casa”.
Pues bien, al no llenarse esa necesidad de amor, el niño o el joven intenta cubrirla con juguetes, amiguitos, televisión, juegos electrónicos, sexo, alcohol... droga, que tienen esclavizados a no pocos niños y jóvenes. Los padres por estar muy ocupados no prestamos atención a nuestros hijos, hasta que ¡revienta el problema! Y en lugar de ayudar al niño la cogemos con el chico. (Adán culpó a Eva, Eva a la serpiente)
Recuerdo un mensaje que salía en televisión acerca de una madre que mientras planchaba hacía alarde de conocer a su hijo, y aseguraba: “mi hijo es un buen chico, hace sus tareas... y no toma drogas”. Pero en el traspatio se veía al hijo de la despistada señora comprando droga. Muchos padres juran y perjuran que conocen a sus hijos, mas la realidad es que no se conocen ni a ellos mismos; mucho menos a sus hijos. ¿De veras conocemos a nuestros hijos? ¿Sabemos dónde se meten, qué lugares frecuentan, qué leen, qué música oyen, qué programas o películas ven, o quiénes son sus amigos? No hablo de formar un estado policíaco, sino de conocer a nuestros hijos. Interesarnos en su mundo sin ser entrometidos.
¿En realidad sabemos por qué es tan difícil mantener a nuestros jovencitos lejos de las garras de la droga? El problema real no está en la oferta, sino en la demanda. Y ya vimos esencialmente por qué hay mucha demanda. Lo creamos o no es por las hambres de amor y afecto de niños y jóvenes. Desde luego, hay causales emocionales, sicológicas y presión de grupo. Pero la razón principal es porque en ese jovencito hay una gran carencia de amor y afecto que le han dejado un vacío existencial tan grande como los huecos que tiene nuestra capa de ozono, y ve en la droga la solución para llenar sus vacíos.
En su autobiografía, el cantautor brasilero Nelson Ned revela su experiencia con la cocaína al decir que “el efecto inmediato de la droga no es malo [displacentero]. En esto radica el poder satánico de la droga, su aliciente. Si su efecto inmediato fuera malo [displacentero], nadie la utilizaría. Nadie paga mucho por algo malo [que produce displacer]. Lo malo, lo pésimo, lo desastroso es la consecuencia que tiene. Se vuelve mala [displacentera] después. Primero viene el up [subidón], la euforia, y después viene el down [bajón], la depresión. O sea, cuando uno se encuentra bajo el efecto de la droga, todo le parece maravilloso (uno está en el up), pero después que falta el efecto, lo maravilloso [lo placentero] se vuelve horroroso [displacentero], y uno cae en el down. El down, amigo mío, es horrible, es demoníaco. Es cuando vienen las ideas de suicidio, de miedo, aquella neurosis de persecución”. (28)
¿Por qué cito a Nelson Ned? Por dos razones: Una, Ned revela que al inicio de usar cocaína o cualquier otra droga se siente placer, que es lo que busca la persona que usa droga, además de querer escapar de la realidad. (En toda adicción -química, emocional o sicológica- rige el mismo principio de la adicción: el placer sentido al hacerlo. Por tal razón, el sujeto se mantiene bajo la adicción muy a pesar de saber que le puede ocasionar la muerte) Placer que muchas veces los padres no proveen a los hijos, y ellos recurren a las drogas buscando el placer ausente en casa. Dos, entre los drogadictos suele haber círculos de “amigos”, camaradería y personas que se “interesan” por otros. Al ver los jóvenes que en casa no tienen a quien revelar sus cuitas y que nadie se interesa por sus cosas, se incrementa más el deseo por la droga. No por la droga misma, sino por el placer y compañerismo ausentes en sus vidas traducidos en amor y confianza de sus padres.
¿No queremos que nuestros hijos tomen droga? Empecemos a demostrarles amor y ganemos su amistad por medio de un interés genuino por ellos y sus cosas; que sin sermonearles descubran que les amamos y estamos dispuestos a escucharles aun lo que nos irrita. Es motivo de sano orgullo que tus hijos te confiesen cosas que saben no te gustarán. Es ahí cuando toca usar inteligencia emocional para no exasperar y no cerrar con nuestros alocados estados de ánimo la puerta abierta que nuestros hijos anhelan que tengamos para ellos. Si la cerramos, es muy difícil que vuelvan a confiar en nosotros. No es fácil controlarse, pero tampoco es imposible. Si equilibramos la atmósfera, veremos cómo responden de bien nuestros hijos. Los niños y jóvenes aprenden rápido, y al ver que sus padres les aman de corazón no esperan perfección de ellos, pero sí transparencia.
Nuestros hijos requieren bastante tiempo; tiempo de calidad. No inventemos diciendo que no tenemos tiempo, pero les damos lo mejor de nosotros cuando estamos con ellos. Eso es una excusa barata. A veces lamentablemente hasta la relación de pareja se acaba. Pero los hijos siempre serán nuestros hijos, aunque crezcan y se vayan. Mi esposa y yo podremos divorciarnos y cada uno rehacer su vida, mas los hijos en común siempre serán nuestros hijos. (El divorcio casi siempre es la salida que toman los niños emocionales. Los adultos emocionales buscan ayuda en pareja y hacen lo que esté a su alcance para vivir en amor y armonía; más si hay hijos de por medio)
Sobre el suficiente tiempo y su calidad, observemos una ilustración: Voy a un fino restaurante y pido una langosta o la comida que más me guste. Al traerla el mozo, noto que es la langosta más pequeña que he visto en mi vida, y me la comería en un santiamén. Le reclamo al mesero, y él me responde: “Respetado cliente, aquí servimos calidad, y aunque su langosta sea pequeñita es la más exquisita de la ciudad”. ¿Me quedaría callado y satisfecho con la contestación del mesonero? ¡Te aseguro que no! Entonces, ¿por qué queremos aplicarles a nuestros hijos lo que no nos gusta a nosotros? Mi abuela llama a eso “ley del embudo”. Queremos lo ancho para nosotros y lo angosto para otros. De manera que demos el suficiente tiempo que necesiten nuestros hijos, mas que sea el mejor; no para regaños ni recriminaciones, sino para amarles de verdad.
No contribuyamos, pues, a que nuestros hijos no sepan enfrentar la vida que de vez en cuando nos trae su cuota de dolor y sufrimiento. No necesariamente hablamos del dolor físico causado por una enfermedad o accidente, sino de ese displacer que sentimos por la frustración de no haber alcanzado lo que queremos. Alguien expresó: “el hombre es un aprendiz y el sufrimiento es su maestro”. Por tanto, “el que no ha sufrido, nada sabe”. San Pablo escribió a su joven hijo espiritual Timoteo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”. Por consiguiente, “me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, el juez justo...”. (2da Timoteo 4: 7, 8)
Si no peleo la buena batalla de la vida cristiana ni acabo la carrera que empecé, ni mantengo mi fe, de ninguna manera habrá corona. No podré cosechar si no siembro. Pero debo sembrar bien para segar excelentes y eternos frutos.
Para cerrar, debo añadir que Dios no está para tapar nuestras estupideces y pecados. Él deja que las cosas se den aunque los resultados sean catastróficos para nosotros o para otros. Dios no es ni alcahuete ni tapadera de nadie ni existe para resolver los problemas que nosotros hemos creado y debemos resolver. A ello se debe que muchas veces no entendamos por qué Dios no interviene para que los niños no sean dañados, por ejemplo. No lo entiendo y me cuesta aceptar que las cosas se aclararán y nadie se saldrá con la suya. Pero puedo estar seguro de que Dios existe, es amor y al final del túnel todo se resolverá aunque no sea en las perspectivas pasajeras de esta vida terrenal.


































(1) J. LaPlanche y J-B. Pontalis. Diccionario de psicoanálisis, p. 233. Editorial Labor, S. A., España, 1983.
(2) Notas tomadas en la clase de Psicología General con el profesor Jorge Delgado, Escuela de Psicología, Universidad de Panamá, Panamá, 2005.
(3) Ninguna enfermedad, pp. 80, 81. Tipografía Unión, Medellín, 1971.
(4) Instituto Gubel, Buenos Aires, Argentina, 2007. Consultado en http://www.hipnosisnet.com.ar/Enfermedades_Psicoso. Manual Merck de información médica consultado en 2007 en el sitio http://www.msd.es/publicaciones/mmerck_hogar/seccion_07/seccion_07_081.html.
(5) Tim LaHaye. Usted se enoja porque quiere, pp. 40 a 43. Editorial Vida, Deerfield, Florida, 1992.
(6) Santa Biblia Reina-Valera 1995: Edición de Estudio, Diccionario, p. 70. Sociedades Bíblicas Unidas, Estados Unidos, 1995.
(7) Ibíd., p. 1376.
(8) Alexander Lowen. La experiencia del placer: vivencias corporales, creatividad y bioenergética para alcanzar una vida más plena, p. 25. Ediciones Paidós, Ibérica, Barcelona, 1994.
(9) Alexander Lowen. El gozo: la entrega al cuerpo y a los sentimientos, p. 132. Editorial Era Naciente, Buenos Aires, 1996.
(10) Walter Riso, ¿Amar o depender? Grupo Editorial Norma, Colombia, 1999.
(11) Lee Strobel. El caso de la fe, p. 55. Editorial Vida, Estados Unidos de América, 2001.
(12) Confesiones de un cristiano dolorido, p. 58. Editorial Mundo Hispano, Estados Unidos, 2000.
(13) Budismo Mahayana, pp. 78, 79. Editorial Kier, Argentina, 1980.
(14) Op cit., Zig Ziglar, p. 58.
(15) Norman Vincent Peale. El poder del pensamiento tenaz, p. 106. Editorial Grijalbo, S. A. Méjico, D. F., 1983.
(16) Norman Geisler y Ron Brooks. Cuando los escépticos pregunten, pp. 77, 78. Editorial Unilit, Colombia, 2003.
(17) Alexander Lowen. Miedo a la vida, pp. 23, 24. Editorial Era Naciente, Buenos Aires, 1980.
(18) Juan Simarro Fernández, Sendas de sufrimiento, pp. 283, 284. Editorial Clie, España, 1995.
(19) James Dobson, Cuando lo que Dios hace no tiene sentido, p. 165. Editorial Unilit, Colombia, 1993.
(20) Op cit, Simarro, pp. 187, 188.
(21) El problema del sufrimiento humano: su origen y su solución feliz, pp. 76 a 79. Publicaciones Interamericanas, Estados Unidos, 1972.
(22) Op cit, Dobson, p. 77.
(23) Ibíd., p. 108.
(24) Billy Graham. Esperanza para el corazón afligido, p. 96. Editorial Unilit, Colombia, 1992.
(25) J. Isaacs. María, p. 154. Editorial La Oveja Negra, Cali, Colombia.
(26) Op. Cit., Simarro, p. 183.
(27) W. E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento, p. 640. Editorial Caribe, Colombia, 2001.
(28) Nelson Ned: el pequeño gigante de la canción, p. 108. Editorial Vida, Miami, Florida, 1998.






























9
Por qué probó Dios a Adán y Eva si sabía que fallarían

“Dios es demasiado bueno para desear engañarnos”.
–Descartes-


Dios no creó autómatas


En el capítulo 6 vimos que Dios puso a prueba al ser humano poniéndolo a escoger para que le obedeciera y con el supremo deseo de que Adán aprendiera sobre la obediencia a la autoridad de Dios. El Creador le dio autoridad a Adán a fin de que gobernara a las demás criaturas, pero a su vez puso a la especie humana bajo Su autoridad con el fin de que Adán fuera consciente de lo crucial que es para Dios el principio de obediencia a la autoridad. Adán tendría autoridad siempre y cuando obedeciera la autoridad de Dios que estaba sobre él. “Solamente el que se sujeta a la autoridad puede ser autoridad”, sostiene Watchman Nee.
Por otra parte, todo producto de paquete debe ser probado antes de salir al mercado, pues así las fábricas evitan el engorroso camino de los tribunales por demanda de los afectados. Más si lo involucrado es la vida del consumidor. Pues bien, en el Paraíso estaba en juego no solo la vida de Adán y Eva, sino también la de todos sus descendientes y la creación toda. Es cierto, Dios sabía que el ser humano fallaría, los que no lo sabían eran Adán y Eva. (Las pruebas no son para que Dios nos conozca; ya sabe cómo somos. Son para que yo me conozca mejor y crezca) Por tal razón puso al humano a prueba no para que cayera, pues Dios no tienta a nadie, sino para darle la oportunidad de escoger voluntariamente. Y, si caía, no culpara a Dios por su mala decisión. Dios anhelaba a un ser que le adorara y sirviera consciente y voluntariamente, no por temor al castigo o por obligación. Norman Vincent Peale asevera que “si siempre y en cada ocasión algo [o Dios] nos obligara a hacer el bien, no tendría ningún mérito nuestra rectitud. Es precisamente esta libertad de obrar bien o mal, la causante de que el bien sea una cosa maravillosa y fortalecedora”. (1)
El filósofo Peter John Kreeft lo expresa de esta manera:

[...] La creación de un mundo donde existe el libre albedrío y no se tiene la posibilidad de pecar es una contradicción en sí misma, y eso abre las puertas a que las personas escojan el mal antes que a Dios, trayendo como resultado el sufrimiento. La abrumadora mayoría del sufrimiento en el mundo se debe a nuestras elecciones de matar, difamar, de ser egoístas, de las desviaciones sexuales, de romper nuestras promesas, de ser imprudentes. (2)

Ahora bien, el previo conocimiento divino de la caída de Adán y Eva en pecado no inculpa a Dios ni lo hace cómplice o responsable. Mucho menos malo por haberles brindado la valiosa oportunidad de escoger. Es decir, el hecho de que Dios supiera que ellos iban a fallar no hace a Dios culpable ni malo por la caída de Adán. Ninguna criatura racional está obligada a obedecer a Dios, incluido el humano. ¿Entendemos en realidad lo que eso significa? Ese es el don más preciado que Dios le ha otorgado al ser humano: la libre voluntad de hacer con su vida (por cierto prestada por Dios) lo que bien le parece. Aun escupir a Jesús si así lo quiere el humano. (Pero que la libertad de “escupir” o hacer catarsis no sea salpicando a los creyentes en Cristo, rayana en el libertinaje. ¿Libertad? ¡Sí! Con responsabilidad. Si irrespeto a otros es irracional de mi parte no esperar que las gentes reaccionen de igual o peor manera) Eso es libertad. No una imposición. Dios no nos impone nada, pero nos advierte de las cosechas de nuestras malas siembras. “No se dejen engañar; de Dios nadie se mofa; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará”. (Gálatas 6: 7) Dios nos pedirá cuentas por lo que hayamos hecho o dicho.
En el campo de la ciencia convencional, cibernética y tecnología existen experimentos e inventos que han conseguido imitar muchas de las acciones y especificaciones del ser humano; esto es, máquinas con características y formas humanas que trabajan con inteligencia artificial, mas no razonan, no deducen ni intuyen. Humanoides y androides que hacen exactamente lo que su programador les ha predeterminado. Tal es el caso del supercomputador Deep Blue, que en 1997 le ganó al ruso Garry Kasparov, el mejor jugador de ajedrez de todos los tiempos.
David Gelernter de la Universidad de Yale, Estados Unidos, aclara que el triunfo de Deep Blue construido por la IBM no demuestra que sea inteligente, pues “es solo una máquina. No es más inteligente que un florero. [...] La conclusión principal es esta: el ser humano es un gran inventor de máquinas. El cerebro es una máquina capaz de crear un ‘Yo’. El cerebro puede imaginar, y los computadores no”.
Gelernter añade:

[...] Las máquinas seguirán haciendo la vida más fácil, más saludable, más gratificante y más interesante. Pero los seres humanos seguirán preocupándose, en última instancia, por las mismas cosas de siempre: por ellos mismos, por los demás, y en el caso de muchos, por Dios. En lo que a esto respecta, las máquinas nunca han conseguido nada. Y nunca lo conseguirán. (3)

Dios jamás pensó en hacer una máquina al crear a Adán y Eva; les dio total libertad para escoger entre seguir el camino de Dios o su propio camino, ya que ninguna criatura racional está constreñida a obedecer a Dios. En entrevista concedida a un periodista hace unos años, Ernesto Sábato aseguró que el hombre moderno está “robotizado”. Cierto, pero aún pensamos y decidimos por nosotros mismos, aunque estemos influenciados por instintos, estímulos, el pasado, el temperamento, el carácter, o, en la actualidad, por máquinas, teléfonos móviles, computadores e internet.
Con toda honestidad considero que el meollo de todo este asunto es el libre albedrío. La libertad. Dios ama la libre voluntad. Pero, desde la caída, sentimos miedo a la libertad de ser nosotros mismos, ser genuinos, sin máscara alguna o fachada que oculte nuestro verdadero ser, porque cuando éramos niños papá y mamá no validaban de manera correcta nuestros sentimientos y emociones. Por consiguiente, vivimos temerosos de ser rechazados de nuevo y nos enmascaramos. Nos aterroriza el fracaso, el abandono de los que amamos o queremos; nos horroriza la soledad y censura de los demás. No somos nosotros mismos, sino lo que otros quieren que seamos. Vivimos pendientes de la aprobación y aplauso de los demás. (Tampoco se trata de polarizarnos e irnos al otro extremo del poco importa y que el mundo se caiga y que hablen de mí lo que quieran, pues si lo que dicen es cierto, mi posición existencial es equivocada y lo que he sembrado segaré) Lo más triste de todo es que conforme al círculo en que nos movamos nos ponemos una máscara. ¿Con cuántas más-caras viviré? Más-cara = una cara más. Según Jung, no todas las máscaras son malas, y son utilizadas conscientemente por un sujeto para representar un papel ante sí mismo y otros conforme a lo que se espera de él y no de acuerdo a los elementos más genuinos de su individualidad.
Viktor E. Frankl asegura que “al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la última de las libertades humanas -la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir su propio camino”. Frankl se refiere a que “las experiencias de la vida en un campo [de concentración] demuestran que el hombre tiene capacidad de elección” aun en situaciones tan avasalladoras de la dignidad humana. (4) Ya vimos que Frankl sostiene que una persona ante un sufrimiento extremo puede tener una de dos actitudes: desesperar y angustiarse, o sacar lo mejor de ella.
Erich Fromm -paradójicamente- manifiesta que “factores dinámicos existentes en la estructura del carácter del hombre moderno” le hacen desear “el abandono de la libertad en países” con regímenes opresivos y totalitarios, pues hay desórdenes caracterológicos que le llevan a las “ansias de sumisión”, y a estar sometidos a un líder. (5) Fromm habla de rarezas que suceden en algunas personas condicionadas a vivir cómodos en la incomodidad. No hay nada peor en el ser humano que el autoengaño o tener un ego enajenado. Freud habla de “pulsiones de muerte”, de “necesidad de castigo” o autocastigo que experimentan ciertas personas.
A mi juicio, lo que afirman Fromm y Freud son desórdenes en el aparato síquico y emocional de la persona. Decirme a mí mismo que estoy bien, cuando sé -o por lo menos siento- que estoy mal, muy mal, es una negación del problema que se utiliza como mecanismo de defensa con el objeto de negar y reprimir el dolor, pues me aterra enfrentarlo. No puede aplicársele a Adán el miedo a la libertad ni pulsiones de muerte y necesidad de castigo, pues él fue hecho perfecto. Era libre de esos miedos y temores irracionales que nos dan sus zarpazos en el momento más inesperado. Adán empezó a sentir miedo después de la caída. “[Dios], oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo [vergüenza]; y me escondí”. (Génesis 3: 10)
Para muchos es difícil entender y hacer funcional la libertad porque se varan en conflictos internos que les encadenan a su errónea concepción de libertad, pero Dios cual adalid de la libertad sabe con precisión de reloj suizo qué es la libertad y qué elementos encierra en sí misma para ser libres de verdad, no meros títeres de nuestros prejuicios y equivocada manera de ver la vida. Posible es que sea sincero y honesto en lo que hago, y para lo cual vivo, pero puedo estar sinceramente engañado. Y tratar de justificarme o acallar la conciencia con “correré el riesgo” es irracional pues lo que hay en juego es demasiado elevado en costo. “Hay camino que al hombre le parece derecho, pero al final es un camino de muerte”. (Proverbios 14: 12) Uno da su vida por algo que cree cierto, pero nadie ofrece su vida por lo que sabe que es mentira, a menos que esté mal del coco. (El capítulo 10 ahonda el tema del libre albedrío)
Esa libertad de elegir a conciencia fue lo que Dios le permitió ejercer a Adán y su mujer. En mi opinión, a Eva -tentada por el diablo- la curiosidad por saber qué pasaría si comía del fruto prohibido. “Tomó del fruto [prohibido], y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”. (Génesis 3: 6b)
Simón Pedro le dijo al Señor Jesús: “aunque tenga que morir contigo, no te negaré”. Considero que Pedro fue sincero con Jesús al decir esas palabras; pero, Pedro -como muchos- no se conocía a sí mismo. Pedro tuvo que pasar por esa dura experiencia de negar a Jesús tres veces y llorar amargamente -tocar fondo- para tomar conciencia de que Jesús tenía razón y de que él era capaz de vender a su Señor. Jesús sabe que soy pecador, débil y muy frágil; pero yo todavía no me doy por enterado. (San Juan 1: 47-49; 2: 23-25; Hebreos 4: 13)
¿Qué méritos tendría el cristiano bíblico si no pudiera hacer el mal, sino solo el bien? ¿Podría Dios decir que en la Tierra hay un pueblo que le alaba y adora porque le ama? No, pues el cristiano obedecería a Dios no más por temor al castigo, mas no por amor. ¿Cuántos seguirían yendo a la iglesia si se descubriera que ni el cielo ni el infierno existen? Dicho sea de paso, aunque no nos guste el tema del infierno, ese caldero infernal es real. Jesús repetidas veces habló del infierno. (Véanse San Mateo 5: 22, 30; 10: 28; 25: 46; San Lucas 16: 19-31) No obstante, quiero ir al Cielo no por huir del Infierno, sino porque amo a Aquel que me amó primero a pesar de ser yo un pecador.
La Biblia narra que Dios se dio cuenta de que el humano había pecado, pues “oí tu voz en el jardín y tuve miedo, porque estaba desnudo. Por eso me escondí”, dijo Adán. Aquí empezaron los temores, miedos y conflictos espirituales, anímicos (alma) y corporales de la raza humana. Mientras la especie humana no conocía el mal, no tenía miedos ni temores ni le daba vergüenza andar desnudo. No hay ser humano sano en la Tierra o que no tenga conflictos de ningún tipo. Sí considero que hay unos que están más enfermos que otros, pero todos tenemos conflictos en el espíritu y en el alma que nos han llegado por herencia adámica. De hecho, la Biblia enseña que nacemos con una naturaleza caída y sometida a las más bajas pasiones. (Romanos 3: 9-18; 5: 8; Colosenses 3: 5)
Algunos creen que nacemos libres de conflictos y que estos surgen en la relación primaria con mamá, luego con papá y más tarde a raíz de nuestro paso por la vida. Lo primero es falso; lo segundo, cierto. Por herencia adámica, nacemos con el espíritu y el alma muertos. Incapaces de retomar la posición original de Adán y Eva antes de caer. Verdad es, nuestros padres y la vida escriben en nosotros con letra casi indeleble.

Las acciones del hombre [y la mujer] no deben ser gobernadas por el conocimiento del bien y del mal; deben ser motivadas por un sentido de obediencia. El principio del bien y del mal consiste en vivir según lo bueno y lo malo. Antes de que Adán y Eva comieran del fruto prohibido, su bien y su mal estaba en las manos de Dios. Si no [pecaban] vivían delante de Dios, no sabían nada, pues su bien y su mal estaba realmente en Dios. Al tomar del fruto del árbol de la ciencia [conocimiento] del bien y del mal, Adán y Eva descubrieron una fuente del bien y del mal en algo [pecado] diferente de Dios. Por consiguiente, después de la caída los hombres [y las mujeres] no necesitan hallar en Dios el sentido del bien y del mal. Lo tienen en sí mismos. Esto es un resultado de la caída. La obra de la redención [en Cristo] consiste en llevarnos de vuelta adonde ahora hallaremos nuestro bien y mal en Dios [no en la moral ni ética falibles y situacionales del ser humano]. (6) (Las cursivas y negritas son añadidas)

¿Sabemos en realidad por qué muchos creen que todo es “relativo”? ¿O que no hay una moral única como la cristiana? Antes de nada, porque su principio del bien y del mal no está fundado en la obediencia a Dios y en lo que Él dice en la Biblia que es el bien y el mal, sino que su percepción del bien y del mal yace en su falible y subjetiva cosmovisión. Creen que conocer el bien y el mal es igual a discernir entre lo bueno y lo malo. Esto es, tener absoluta autonomía en el campo moral. No olvidemos que el ateo parte de la creencia presupuesta de que Dios no existe; por tanto, “no hay” a quien rendirle cuentas. No pocos de los que así piensan andan por chuecos caminos. “A pocos les agrada escuchar los pecados que les gusta practicar”. ¿Quién dijo eso? ¿Acaso fue un predicador? No, lo escribió Shakespeare. Si las cosas son así, podemos aseverar que la conclusión más pueril y acomodadiza es expresar que “todo es relativo” y que “no hay moral única”. Ese es el camino espacioso y las mangas anchas de los perdedores. Todo es relativo y no hay moral única con valores objetivos en la loca cabeza de muchos, mas no en la realidad. El profeta Isaías lo describió hace muchísimos años: “Vendrán tiempos en los cuales a lo bueno llamarán malo, y a lo malo, bueno. Y lo amargo les parecerá dulce, y lo dulce, amargo”. (Isaías 5: 20)

Nada malo proviene de Dios

A lo largo de la historia humana, ha habido ciertas creencias muy generalizadas tanto en círculos religiosos como en los seculares. Una creencia antiquísima es esta: “O Dios quiere abolir la maldad y no puede; o puede, pero no quiere; o no puede y no quiere. Si quiere pero no puede, es impotente. Si puede y no quiere, es malvado y débil; y, por tanto, no es ningún Dios. Pero si Dios puede y quiere abolir la maldad, lo cual es aplicable a Dios, ¿cómo viene la maldad al mundo o por qué no lo elimina?”. Otra sería: “Dios quiso que me enfermara”. El primer argumento -atribuido a Epicuro por Lucio C. F. Lactancio- tiene apariencia razonable, pero yerra al culpar a Dios de la maldad humana, e ignora la esencia del Creador como amante y respetuoso del libre albedrío de Sus criaturas.
Veamos: Eliminar la maldad del mundo sería cercenar la libertad del ser humano, que es precisamente optar entre hacer el bien y obrar el mal. En todo caso, si Dios siempre quitara el mal del ser humano, sería un Dios cómplice, encubridor y alcahuete, provocando el reforzamiento de la mala conducta en lugar de corregirla, pues “con misericordia y verdad se corrige el pecado. Y con el temor de Dios los hombres se apartan del mal”. (Proverbios 16: 6)
Al no corregirse el pecado, se maximiza el deseo de obrar mal. En realidad, el planteamiento epicúreo dista de ser sabio. Además, Epicuro no era ateo como se ha creído popularmente; pero creía que los dioses estaban demasiado alejados de nosotros y eran indiferentes a nuestras vicisitudes, por lo que no tenía sentido temerles. Contraria a la revelación bíblica, entre los antiguos paganos había mitos que enseñaban que el mundo había sido creado por dioses caprichosos, sin propósito alguno o incluso con un carácter maligno. Eso creía el filósofo griego Epicuro. Pero del dicho al hecho, hay mucho trecho.
El segundo razonamiento suena como que el Señor anda ensañándose con los pobres humanos; ¿o será que no tiene nada que hacer y revienta con nosotros? ¿Patea Dios al gato con nosotros?
Según la Biblia, nada malo proviene de Dios, pues “su voluntad es buena, agradable y perfecta”. (Santiago 1: 16, 17; Romanos 12: 2) La voluntad de Dios para conmigo es “buena, agradable y perfecta”. Bueno, debo decir de inmediato que a veces la voluntad de Dios no me agrada al inicio, especialmente cuando choca con mis intereses y emociones. Pero, al final del trato de Dios conmigo me doy cuenta de que su voluntad era lo mejor que me podía pasar. En realidad, era lo que yo necesitaba. En una palabra: era perfecta. Que Dios permita que una mala hora toque a nuestros hijos no significa que Él sea generador del mal, sea un Dios malvado o que no exista. Los infortunios llegan a la vida siendo o no creyente en Cristo. “Dios no puede ser tentado por el mal, ni Él tienta a nadie”. (Santiago 1. 13) Y cuando permite que el dolor llegue a mi vida está conmigo, no me abandona. Ni permitirá que el dolor sea más grande de lo que yo pueda resistir. “No les ha sobrevenido ninguna tentación [o prueba] que no sea humana; pero fiel es Dios, que no permitirá que ustedes sean tentados [o probados] más de lo que pueden resistir, sino que proveerá juntamente con la tentación [o prueba] la vía de escape, para que puedan soportar”. (1ra Corintios 10:13)
Job expresaba: “El Señor me probará [examinará], y saldré como el oro”. (Job 23: 10b) Dios es tan genial que de las situaciones amargas o de la hiel produce miel. “Sabemos que todas las cosas cooperan para bien de los que aman a Dios, de los que son llamados conforme a su propósito”. (Romanos 8: 28) El mal, el sufrimiento, el dolor y muerte vienen a la vida del ser humano a raíz del pecado. El pecado es el aguijón que todos llevamos dentro y nos hace la vida de cuadritos. “El aguijón de la muerte es el pecado”. (1ra Corintios 15: 56) El pecado es el aguijón que utiliza la muerte para operar en nuestro tripartito ser: espíritu, alma y cuerpo.
Día a día me convenzo más y más de que la mayoría de desgracias ocurridas en el mundo se dan por error o descuido humano. Muchas veces por exceso de confianza (orgullo al creer que nos las sabemos todas). Asimismo, casi siempre, las cosas malas que suceden a los niños -los más vulnerables en accidentes, muertes, desastres y dolor- les pasan por culpa y/o descuido de los padres o tutores. Si lo analizáramos con mente fría y libre de supuestos, cesaríamos de culpar a Dios por lo que pasa en el mundo.
La Biblia nos exhorta a ser agradecidos “en todo” (1ra Tesalonicenses 5:18); es decir, en medio de toda situación debemos saber dar gracias a Dios. No por lo malo, sino porque aun los problemas, errores y golpes de la vida son instrumentos que el Señor utiliza para bendecirnos y mejorar nuestro carácter, “sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia carácter probado, y el carácter probado, esperanza, y la esperanza no avergüenza”. (Romanos 5: 3-5)
En otras palabras, los infortunios y hasta la muerte usa Dios de manera tan misteriosa para encauzar el temperamento y formar nuestro carácter. Más si somos cristianos, pues Dios quiere que crezcamos a la estatura del Varón perfecto.
Neruda escribió: “El triunfo del verdadero hombre surge de las cenizas del error”. Son los errores los que me enseñan a levantar los pies y a no tropezar con la misma piedra. Sí, es cierto que el neurótico tropieza con la misma piedra muchas veces, pero de ello aprende; no del éxito. Tocar fondo es la lección máxima para el neurótico. Del éxito y bienestar, ¿qué se aprende? Casi nada. Pero sí de los errores. De un tocar fondo, de un rompimiento de soga. “Un fracasado es un hombre que ha cometido un error, pero no es capaz de convertirlo en experiencia”, señala Elbert Hubbard.
Sabemos bien que la prueba, el dolor y el sufrimiento son maestros. Nos ayudan a crecer y madurar. Quien no sufre, no sabe de la vida. Ojo, no digo que debemos sufrir o anhelar sufrir para conocer la vida o tener experiencia. De eso no se trata, sino que la vida -queramos o no- trae a veces su cuota de pena y sufrimiento. Aprendamos de ellos; de esa manera seremos mejores seres humanos capaces de trascenderse a sí mismos y las circunstancias; idóneos en ayudar a los demás que poco saben de la vida.
Veamos un ejemplo a fin de entender mejor esto de que Dios no hace mal al ser humano, sino que el mal, la enfermedad y desórdenes en los fenómenos naturales provienen de un mundo bajo el poder del pecado surgido de la Caída de Adán, y en cuyo mundo el hombre y la mujer deben utilizar su atrofiado libre albedrío. Estoy en la cocina preparando unos emparedados; entra uno de mis pequeños hijos y me pregunta qué hago y que si puede tocar el filo del cuchillo que estoy usando para rebanar el pan. Le digo “no”, porque puede cortarse. Mientras saco los ingredientes de la nevera, el chico toca el filo del cuchillo, se corta y grita, mostrándome el dedo que le sangra por una pequeña herida. Esta experiencia, aunque dura, le hará entender -la vivió- que el cuchillo, en efecto, corta, y que se cortó por desobedecer. Es su culpa. Pero si yo en lugar de que el niño experimente por sí solo le pongo el dedo en el filo del cuchillo y se corta, pensará con sobrada razón que soy un padre malo, pues provoqué que se cortara. Y si escondo el cuchillo del niño le evitará la amarga experiencia de la cortadura, pero no aprenderá que el cuchillo corta y puede hacer daño. Más, tal acción despertará en él curiosidad y le llevará a desear más tocar el cuchillo. Esa -creo yo- es fundamentalmente la diferencia entre hacer mal o permitirlo. Dios sabía que Adán y Eva podían fallar; ellos lo ignoraban. Lo aprendieron después de caer.
El libro de Job enseña que el diablo causó todas las calamidades en la vida de este hombre justo y casi perfecto. Como vimos, Dios da el permiso al diablo para probar a Job, y le advierte: Toca todo lo que tiene (incluidos sus hijos), pero “su vida no la toques”. (Job 2: 6) “En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno”. (Job 1: 22) Más adelante nos damos cuenta de que el problema de Job era otro, y ello era lo que Dios quería que Job viera que había en su corazón. Con el objeto de cumplir su propósito en la vida de Job, Dios usó al diablo en la vida de este hombre. Así es la soberanía y presciencia de Dios: Hasta las cosas malas de la vida y al diablo usa Dios para cumplir su propósito en mí. Al final del libro de Job, se registra que este hombre de Dios tuvo muchísimo más de lo que el diablo le arrebató. Dios no quitó nada a Job, aunque era eso lo que Job creía. Se demostró que Dios es bueno y justo todo el tiempo, nada malo proviene de Él. Si Dios me quita algo es porque me hace daño o no estoy preparado para tenerlo. Cual padre que ama y cuida a su hijo, así es Dios con sus hijos.
San Pablo asevera: “Para que por la grandeza de las muchas revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dada una espina en la carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de muy buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo”. (2da Corintios 12: 7-9) Dios usaba al diablo para mantener humilde a su siervo y terminar de cumplir su propósito en el apóstol Pablo. Satanás le hizo un favor a Dios y al apóstol de los gentiles, aun cuando no creo que Pablo pensara eso. El diablo hace los mandados a Dios. ¡Pobre diablo! (¿Cuántos necesitaremos un aguijón en la carne para que no se enaltezca el corazón?)
“Me fue dada una espina en la carne”, escribe el Apóstol. ¿Quién le dio una espina en la carne? ¿Habrá sido Dios? ¡De ninguna manera! Considero que Dios permitió esa “espina en la carne” de Pablo para cumplir un propósito en su siervo. Así como Dios no me quita nada bueno -que no me perjudica- tampoco me da cosas que me hagan daño. El Señor no me quita lo que no me daña, pero tampoco me da que yo pueda usar mal. El diablo sí quita cosas buenas y remplaza por malas. “Tu alma por dinero”, me imagino suele decir. Y no es que el dinero sea malo, sino que es piedra de tropiezo para muchos.
“Un mensajero de Satanás que me abofetee”, dice Pablo. ¿Será que lo vemos? El mensajero que lastimaba a Pablo era un obrero del diablo. Dios no abofetea a sus hijos. Quien de verdad ama a sus hijos no los daña, a menos que tenga un conflicto emocional y/o esté mal del coco. Dios disciplina pero no maltrata a sus hijos. En ninguna dispensación la disciplina de Dios ha sido para destruir a los suyos. Dios ama al ser humano, pero odia el pecado de la persona. A veces Dios tiene que colocarnos en sus piernas y darnos unas buenas nalgadas, pero su corrección es “para que lo cojo no se desvíe, sino que sea sanado”. (Hebreos 12: 13b) Si está cojo, es porque está enfermo. Dios hace que lo cojo no se salga del camino y sea sanado.
“Esta leve tribulación momentánea nos produce, en una medida que sobrepasa toda medida, un eterno peso de gloria. Y nos gloriamos en las tribulaciones. Porque yo sé en Quién he creído, y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi recompensa para aquel día final”. (2da Corintios 4: 17; Romanos 5: 3; 2da Timoteo 1: 12). ¿Qué clase de hombre es este? En nada ve ensañamiento divino para con él. Esto no es masoquismo ni fanatismo ni es patológico, sino que es firme convicción de alguien consciente de que todo lo que le pasa es por su bien, porque el Que comenzó en él la buena obra la perfeccionará, aunque tenga que usar al mismo diablo.
A ver si lo vemos mejor de manera jocosa: Un ateo de esos que se la pasan refunfuñando contra Dios y desdeñan las convicciones y creencias de los creyentes tenía un vecino cristiano. (¿Será que has notado que los ateos suelen ser personas amargadas y resentidas? Conocí el caso de uno que literalmente pateaba la Biblia; otros vomitan sobre ella y los cristianos al escribir despreciando sus enseñanzas) El hombre veía que el cristiano atribuía todo lo bueno a Dios. Siendo así, se propuso hacer mercado y colocar las bolsas de víveres a la puerta del creyente con el objeto de ver cuál sería su reacción, y de paso mofarse de él. Así lo hizo el ateo. Invirtió mucho dinero en una compra y la colocó en el pensado lugar. A un toque de timbre del ateo que se esconde, el cristiano abre la puerta; cuál no sería su sorpresa al ver semejante mercado, y en alta voz agradece a Dios para que oiga su vecino el ateo, que desde la ventana ve la reacción del cristiano. Al casi grito de agradecimiento del creyente, el ateo responde: “¡Qué Dios ni qué Dios! Yo coloqué esas bolsas de comida allí”. A lo que contesta el cristiano: “Gracias, Dios mío, porque aun a los que te niegan y se burlan de tus hijos usas tú para bendecirnos”. ¿Qué tal?

Las imposibilidades de Dios

Por considerarlo importantísimo no debemos pasar por alto que -aunque parezca increíble- hay cosas que Dios no puede hacer. Y hay quienes confunden la omnipotencia de Dios para crear el universo, la vida y hacer milagros con la capacidad para hacer o evitar cualquier cosa, incluido el mal. A ello se debe que no entiendan que si Dios impidiera el mal entonces nos quejaríamos de que nos coarta la libertad, pues un mundo con seres libres como el humano presenta la posibilidad de la manifestación del mal. ¡Qué ironía! El ateo no quiere el mal, pero desea libertad. El relativista niega la verdad absoluta desde su pináculo del relativismo, mas espera que lo traten como alguien con valor absoluto. ¿Será que muchos son contradictorios en sus creencias y autoderrotistas en su cosmovisión? ¡Así es! Insisto, es una equivocación ver la omnipotencia divina como la facultad de hacer o evitar cualquier cosa.
Ahora bien, ¿acaso la Biblia no enseña que “lo que es imposible para el hombre, posible es para Dios”, porque “para Dios no hay nada imposible?” (San Marcos 10: 27; San Lucas 1: 37) Las primeras palabras las dijo Jesús a sus discípulos al advertirles que las riquezas muchas veces son estorbo para nuestro desarrollo personal y crecimiento espiritual. Tanto es así, que hasta pueden impedir que entremos al cielo. Lo segundo lo expresó el ángel Gabriel a María al anunciarle el nacimiento virginal de Jesús.
Sí, es cierto que para el Omnipotente no hay nada imposible. Si así no fuera, Dios no fuese Omnipotente ni hubiese creado el universo y la vida. Sin ánimo de pasar de listo ni de ser catalogado de hereje (se me ha acusado de hereje por otras enseñanzas que no vienen al caso), debo expresar que hay cuestiones que el Altísimo no puede hacer. Esa incapacidad no se da porque Dios no tenga suficiente poder para hacerlo ni porque su mano se haya cortado para bendecirnos. No, no se trata de eso. Dios puede hacer cualquier cosa que requiera su infinito poder, como crear el universo y la vida de la nada absoluta (ex nihilo), dividir el mar de Juncos para que su pueblo pase en seco, “detener” al Sol y la Luna hasta que su pueblo derrote a sus enemigos... Milagros tan cuestionados por fanáticos racionalistas y cientificistas que como Hegel creen que “toda verdad es racional, lo racional es verdad” y que “solo la razón hace tambalear las historias bíblicas”.
Bien, Dios no puede hacer lo que cae en el campo de la conducta o moral. Las cosas que Dios no puede hacer son muchas, pero por lo pronto veamos estas:

1) Dios no puede mentir. Dios le prometió un hijo a Abraham siendo un anciano de casi cien años, y cuando Sara su mujer era muy vieja. Ambos estaban decrépitos físicamente; naturalmente, era imposible que procrearan: que Abraham engendrara y Sara concibiera. Aun así, Dios cumplió lo prometido a su siervo. “Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no lo hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?”. (Números 23: 19, 20)
Cuando Dios prometió engrandecer y bendecir a Abraham y su descendencia, no pudiendo jurar por nadie mayor que Él, interpuso juramento y juró por Sí mismo, por cuanto “es imposible que Dios mienta”. (Hebreos 6: 18)
2) Dios no puede contradecirse. No dice una cosa ahora y otra más tarde. Su Palabra es inmutable. Los seres humanos nos contradecimos muy a menudo. Hay doblez de palabra en mucho de lo que decimos. Hoy creemos una cosa; mañana, otra. Jugamos con las palabras, y a veces nos convertirnos en traficantes de palabras y pensamientos. Si Dios dice algo ahora, no lo muda después. Jesucristo es el mismo hoy y por los siglos”. (Hebreos 13: 8; Isaías 41: 4)
3) Dios no puede hacer mal ni daño alguno al ser humano. A lo largo del libro hemos observado que Dios no daña al humano, Su máxima creación. A pesar de vivir de espaldas a Dios, Él no nos rechaza si acudimos a Él. (San Juan 6: 37) En su infinita gracia y misericordia nos ayuda a pesar de que le demos la espalda. Y, si ya le conocemos, “él permanece fiel, aunque seamos infieles”. (2 Timoteo 2: 13) Dios no nos manda dolor y enfermedades como “castigo” por habernos desviado del Camino. Lo que sí ocurre es que hay pecados que aunque nos arrepintamos y Dios nos perdone, debemos cosechar lo sembrado. Dios perdonó a David, pero su hijo Absalón se subleva contra su padre, y David -siendo el rey- huye de su propio hijo, hasta la muerte de Absalón por mano de Joab, general de David. (2do Samuel 15-19)
4) Dios no puede dejar de amarme. Haga yo lo que haga, Dios no puede dejar de amarme. Su amor es incondicional, no depende de lo que yo haga o no haga. Aseveramos que la imagen que tenemos de nuestro papá es en general la imagen que nos hacemos de Dios. Si tuvimos un padre déspota, autoritario, abandonante, sin afecto natural... pensaremos que Dios es déspota, poco importa con nosotros, frío... “Aunque mi padre y mi madre me abandonasen, con todo, el Señor me recogerá”, escribió David, el hombre que a pesar de todo era conforme al corazón de Dios. (Salmos 27: 10) Hay padres que abandonan a sus hijos. Unos lo hacen físicamente al dejarlos con la empleada doméstica, la abuela u otra persona; otros, de pronto estén físicamente, pero están ausentes afectiva y emocionalmente. Dios jamás nos abandona a nuestra suerte. Soy yo quien se aleja de él.
5) Dios no puede perdonar al pecador que no se arrepiente y no quiere saber de su Hijo Jesucristo. Debido a que Dios no se contradice y no va contra su Palabra la Biblia, no puede perdonar a la persona que rehúsa venir a Jesús y pedir perdón por sus pecados. (San Juan 3: 36) Yo no puedo evitar que llueva, pero sí que me caiga el agua encima. No puedo evitar que Dios me ame, mas sí que su amor me alcance. Agustín decía: “El que te creó no puede salvarte sin ti”. Somos colaboradores de Dios en nuestra salvación; no porque las obras salven, sino debido a que sin mi voluntad Dios no puede salvarme.
6) Dios no puede violentar el atrofiado libre albedrío del ser humano. Sea que decida seguir o no a Jesús, ir al cielo o al infierno, la persona es la única responsable por sus decisiones. Si decido amar y servir a Jesús, el Padre se complacerá por ello, pero no quebrará mi voluntad si decido escupir y maldecir a Jesús. Insisto, que ese “escupir” no sea libertinaje para ofender y atacar con medias verdades a Jesús ni ninguna otra figura considera sagrada por credos religiosos. Libertad con responsabilidad. Verdades sin ofensas. Que la razón o verdad no nos quite el entendimiento, afirma mi madre.

Dios no tienta ni mete
zancadillas al ser humano

Dios no instiga al humano a hacer lo malo, pues no hay maldad en Dios. Al no ser generador del mal, sería descabellado pensar que Dios me induce al mal. Lo que sí hace Dios es probarme con circunstancias o pruebas que permite en mi vida, pero esas pruebas no son con el objeto de dañarme o para saber si le voy a fallar o no, ya que Él lo sabe todo.
Si las pruebas no son para perjudicarme, entonces, ¿cuál es su objetivo? El fin es: 1) Sacar impurezas o defectos de carácter de mi vida, o cargas (conflictos o pecados) que estorban mi peregrinación por la vida. 2) Para que me mentalice de que lo que soy y tengo se lo debo a Él. 3) Que yo tome conciencia de que estoy en pie por su gracia e infinita misericordia. En pocas palabras, Dios nos auxilia para que logremos un mejor autodescubrimiento que nos conduzca por el sendero de la sana autoestima y una vida espiritual equilibrada. Y, aunque parezca increíble, la prueba y el dolor nos ayudan a crecer y madurar. De hecho, no hay crecimiento y madurez sin dolor y/o displacer. Que sepa, nadie ha crecido en la tranquilidad y comodidad del placer egoísta. Son las pruebas, hastíos, darme cuenta que puedo cambiar, los errores, las caídas, los toques de fondo, el rompimiento de la soga, lo que nos ayuda a desarrollarnos y mejorar como seres humanos; que dejemos de ser personas escindidas por conflictos y traumas, para ser individuos en el sentido etimológico del término.
En suma, en vista de que la vida trae de vez en cuando sufrimiento y dolor, podemos decir que si sufro o me equivoco, crezco; si no sufro (algo que prácticamente es imposible) y no me equivoco, me estanco, y las aguas estancadas crían bichos muertos que contaminan el agua y la hacen insalubre.
De manera que para crecer y madurar emocionalmente debo superar el miedo al sufrimiento, al dolor y al fracaso. Desde luego, esto es más fácil escribirlo y decirlo que ponerlo por obra, pues los golpes, decepciones y rompimientos de corazón nos predisponen a huir del sufrimiento o por lo menos de lo que nos parecen potenciales amenazas de dolor y sufrimiento. Tocaría medir bien los pasos y correr riesgos sensatos para no estancarnos y no seguir siendo niños emocionales.
¿Cómo se aprende a nadar, montar bicicleta, patines, patineta? Temo que dándonos buenos y dolorosos golpes o tragando agua. Por lo menos así aprendí yo a nadar y montar bicicleta. Aprendí jugar fútbol y tenis con unos cuantos golpes y caídas. Una vez me golpeé con la raqueta de tenis. Al recordar cómo aprendí a nadar, me parece chistoso; pero, claro, entonces me parecía aterrador tragar agua como un camello. Mas, ¿por ello desistí aprender? En lo absoluto. Hoy, es motivo de sano orgullo decir que aprendí solo a montar bicicleta y a nadar, aunque me haya costado golpes, tragar agua y varios sustos.
“Que nadie diga cuando es tentado: ‘Estoy siendo tentado de parte de Dios’; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie, sino que cada uno es tentado, cuando es atraído y seducido por su propia concupiscencia. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, produce la muerte”. (Santiago 1: 13-15)
Analicemos las declaraciones del apóstol Santiago: ¿Cómo es posible que un carpintero como él esté más claro en cuanto a la naturaleza humana y el pecado que muchos teólogos, eruditos bíblicos, sicólogos, siquiatras, fanáticos racionalistas y cientificistas? La claridad meridiana de Santiago al respecto es prueba fehaciente de que las revelaciones no son cuentos de viejas ni supersticiones, querido amigo. Dios revela Su Palabra y sus verdades a quien le busca de corazón humilde y reconoce su pobreza espiritual. Dios, ayúdame a ser como un niño a fin de que me reveles tu voluntad y tu Palabra.
Según la cita de Santiago, Dios no me tienta para que yo haga el mal, sino que mis propias bajas pasiones me inducen hacia el mal, atraen y seducen, y si me dejo engañar, mi naturaleza caída me atrapa. Al ser cautivado y hacer lo que me dicta el deseo pecaminoso, se agrava la muerte espiritual en mí. En otras palabras, no es Dios quien me tienta, sino que lo hace mi propia naturaleza pecaminosa heredada de mis primeros padres Adán y Eva. Esa naturaleza la hemos heredado todos. Todos tenemos los mismos bajos instintos, por mucho que oremos o ayunemos. (La oración y el ayuno contribuyen a “hacer morir el viejo hombre” o encaminar mejor las bajas pasiones, pero los instintos seguirán intactos hasta que muera físicamente)
Santiago nos amonesta a no pensar que Dios nos tienta, diciéndonos que no erremos porque “toda buena dádiva, y todo don perfecto viene de arriba; desciende de parte del Padre de las luces, en el cual no hay fases ni períodos de sombra”. (Versos 16, 17) Más claro no puede cantar el gallo: De Dios solo viene lo bueno, nada malo proviene de él.
Dios increpó a Caín antes de llenarse de envidia contra su hermano Abel y asesinarlo, al decirle: “¿por qué te has enfurecido? ¿Por qué ha decaído tu semblante? Si haces lo bueno, ¿no serás enaltecido? Pero si no haces lo bueno, el pecado está a la puerta [de tu corazón, voluntad, emociones, mente; alma], como fiera que te acecha; sin embargo, puedes enseñorearte de él”. (Génesis 4: 6, 7) ¿Será que Dios no sabía lo que le pasaba a Caín? ¡Claro que lo sabía! Él ve lo que hay en nuestro corazón. (San Juan 2: 24, 25) El que ignoraba qué se cocinaba en su inconsciente, preconsciente (subconsciente) y consciente era Caín. Dios advirtió a Caín de lo que veía en su alma, pero no prestó atención y permitió que la ira y la envidia le controlaran y empujaran a matar a su hermano, cometiendo así el primer asesinato en la historia de la humanidad. Caín permitió que su ego y naturaleza caída se aliaran para enseñorearse de él. Las ofrendas de Caín (labrador) y Abel (pastor) hablan de su personalidad: Caín era terrenal, mundano e incrédulo, pues ofreció ofrenda que Dios no había ordenado. Abel era espiritual y lo demostró al creer y ofrecer ofrenda de fe, que miraba al futuro Cordero de Dios: Jesús. (Hebreos 11: 4)
Algo interesante revela también el padrenuestro. Hay versiones de la Biblia que traducen literalmente esta parte de la oración que Jesús nos enseñó: “No nos metas en tentación...”. (San Mateo 6: 13, San Lucas 11: 4) ¿Será que Dios ‘nos mete’ en tentación? ¿Cuál es el sentido real de lo que dijo Jesús? Gracias a Dios hay gente especializada en estos menesteres de las traducciones y exégesis bíblicas. Ellos señalan que el Maestro quiso decir: “No nos sometas a pruebas demasiado duras, mas líbranos del maligno”. Dios no nos somete a nada malo. (Los incrédulos usan pasajes como estos para asegurar que los exegetas andan acomodando la Biblia para que no nos percatemos que contiene errores e inexactitudes. He dicho que el fanático racionalista y el cientificista no aceptarían lo sobrenatural aunque Jesús haga milagros delante de ellos. Esto es, el problema real no son los milagros ni las correctas interpretaciones, sino la incredulidad autoimpuesta usada como excusa para rechazar el cristianismo bíblico)
A medida que crecemos en la fe, más duritas serán las pruebas a las que nos somete Dios con el objeto de que crezcamos y maduremos más cada día. ¿Sabes qué pienso? Muchas veces Dios no tiene ni que probarnos porque nosotros mismos nos metemos en problemas. Vamos en pos de la tentación y el pecado, o la vida misma se encarga de presentarnos obstáculos en el camino.
Observamos que Abraham es un duro y bello ejemplo de pruebas difíciles. Dios probó a Abraham, para ‘ver’ si su siervo obedecía. Le pidió que sacrificara a su único hijo Isaac, el de la Promesa. (Génesis 22: 1, 2) Dios no se contradice, pero en este pasaje pide algo que contradice su modo de actuar. ¿Qué pasó ahí? Dios abomina los sacrificios humanos, incluyendo los que pudieran ofrecérsele a él. Entonces, ¿por qué ordena semejante sacrificio a Abraham? Lo hizo con el fin de probar (no tentar) al padre de la fe. Dios sabía quién era Abraham, el que no sabía quién era Dios o hasta dónde podía llegar su fe y necesitaba crecer más en fe era el patriarca.
Para terminar, el término ‘tentar’ suena a poner zancadillas. Dios no mete zancadillas ni tira cáscaras de banano para que caigamos. Ni juega dados con nosotros, como bien aclaró Einstein. (Ojo, un genio como Einstein no se atrevió a negar la existencia de Dios, pues lo “veía” en el átomo, el universo y sus leyes, mas los “genios” modernos y posmodernos sí cometen tal sicopatía. Por ello mi convicción de que el ateísmo es una creencia irracional, al igual que la teoría de la evolución) Lo que sí hace es probar nuestra fe, mas no con pruebas que nos harán daño, sino con pruebas que me robustecerán más y ayudarán a crecer hasta la plenitud del Varón perfecto que es Cristo. Y cuando nos prueba, juntamente con la prueba nos da la salida para que podamos resistir, dice san Pablo, otro varón probado hasta los tuétanos. (1ra Corintios 10: 11-13)
Más todavía, en medio de las pruebas o tribulaciones Dios nos consuela “para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios”. (2da Corintios 1: 4) ¿Quién mejor que el ex adicto al sexo, a los romances o a las relaciones para ayudar al adicto al sexo, a los romances y a las relaciones? En círculos de recuperación de adicciones suele decirse que “el adicto es adicto para siempre”. Solo sé que lo imposible para el hombre, es posible para Dios. “Si el Hijo de Dios te liberta, serás verdaderamente libre”. (San Juan 8: 36) No son solo palabras lindas, sino además la experiencia viva y real de millones de seres que día a día experimentan esa verdad. Ni la vida sin Cristo ni la vida con Cristo es un lecho de rosas, pero lo grandioso es que Dios -el mismísimo creador del universo y la vida- en su misericordia nos da la fuerza y consolación necesarias para seguir y levantarnos cual ave fénix que se levanta de sus cenizas. “Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; mas los impíos se hundirán en la desgracia.” “He aquí el orgulloso: su alma no es recta en él, mas el justo por la fe vivirá”. (Habacuc 2: 4)












(1) Pecado, sexo y autocontrol, p. 33. Editorial Grijalbo, S.A., Méx.ico, D. F., 1983.
(2) Lee Strobel, El caso de la fe, p. 42. Editorial Vida, Estados Unidos de América, 2001.
(3) ¿Existe un Creador que se interese por nosotros?, p. 51. La Torre del Vigía, A. R., México, D. F., 2005.
(4) El hombre en busca de sentido, p. 99. Editorial Herder, España, 2001.
(5) El miedo a la libertad, pp. 27, 28. Ediciones Paidós Ibérica, España, 2000.
(6) Watchman Nee. La autoridad espiritual, pp. 21, 22. Editorial Vida, Miami, Florida, 1979.





















10
Mi lucha interior, otro
efecto de la caída de Adán

“Yo soy carnal, vendido al poder del pecado”.
–San Pablo-

Por qué hago lo que no quiero

Otra consecuencia de la caída de la raza humana en pecado es la descomunal batalla que experimentamos en lo más profundo del ser: el alma contra el espíritu; el cuerpo contra el alma; el alma y el cuerpo contra el espíritu, un miembro contra el otro; la mente contra la voluntad. Lo irracional contra lo racional. En fin, una batalla campal en la cual casi todo el tiempo somos derrotados por nuestros conflictos o la parte enferma, como sostiene la sicología; o por la naturaleza caída, revela el Evangelio de Jesús.
San Pablo describe esto en forma dramática: “[...] no comprendo mi proceder, pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso es lo que hago. Porque yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien lo tengo a mi alcance, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso es lo que pongo por obra. Y si lo que no quiero, eso es lo que hago, ya no lo obro yo, sino el pecado que mora en mí. Encuentro, pues, esta ley: Que, queriendo yo hacer el bien, el mal está presente en mí. Porque según el hombre interior me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que hace guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. (Romanos 7: 15, 17-23)
Ante esa lucha interior inmisericorde, el Apóstol exclama, pregunta y da gracias: “¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado”. (Romanos 7: 24, 25)
¿Qué significa a grandes rasgos lo descrito por san Pablo? Una corriente asegura que el Apóstol explica allí su lucha interior antes de convertirse a Jesús, y una segunda escuela afirma que esa era todavía la lucha de Pablo. Otros -como el alemán Gerd Lüdemann- creen que este pasaje habla de la admiración reprimida del apóstol Pablo antes de convertirse a Jesús. (Algo así como: “si no puedes con tu enemigo, únete a él”. Si de eso se trata, los ateos y criticastros del Evangelio -incluido Lüdemann- deben tener cuidado porque nunca podrán rebatir la verdad del Evangelio; por ende, pueden acabar convirtiéndose a Jesús y predicando el Evangelio que ahora intentan desprestigiar) Considero que el Apóstol describe su vida antes de convertirse, puesto que en Cristo el cristiano tiene señorío sobre el pecado. No quiero decir que las pretensiones del pecado por seguir esclavizando al creyente se hayan acabado. (Romanos 6: 12, 13) Cuando el cristiano se descuida, el pecado que le acecha le apresa de nuevo. Jesús nos da la victoria en cada área que le sea presentada y que tenga que ver con pecado, pero hay que velar. “La idea de la perfección sin pecado es una distorsión de la doctrina bíblica de la santificación, tanto como lo es la de la imperfección pecaminosa”. (1)
Hagamos un alto: La emancipación del cristiano de la inmoralidad sexual, por ejemplo, es una irrebatible verdad y una de las evidencias más contundentes de la existencia de Dios y prueba irrefutable de que Jesús es el Salvador del humano, el único Camino al Cielo. Quien diga lo contrario sin experimentar la salvadora y liberadora acción del Cristo resucitado, tratando de dar explicaciones con sofismas racionalistas, científicos y sicológicos al incontrovertible hecho del nuevo nacimiento, habla de cosas que desconoce.
Sigamos: Analicemos lo resaltado en negrita de Romanos 7: 15, 17-23. Pablo principia diciendo: “no comprendo mi proceder”. Sería como expresar que no entiendo lo que hago y por qué lo hago, pues no hago el bien que tengo a mi alcance, sino lo malo, lo que aborrezco. Es como si una fuerza mucho más fuerte que yo me arrastrara a hacer lo que sé que está mal. Pablo afirma que sabe que en su cuerpo no mora el bien por los resultados antes mencionados, y lo llama “el pecado que mora en mí”. Esto es, el pecado original heredado de Adán me constriñe a seguir haciendo lo malo aunque yo no quiera. El Apóstol dice más al descubrir que existe una ley que él no puede quebrantar aunque quiera, que consiste en no poder dejar de hacer el mal; porque en su hombre interior -en su espíritu- se deleita en lo que Dios pide de él, pero hay una inexorable ley en sus miembros que se opone tenazmente contra lo que él está consciente que debe hacer, y le esclaviza por medio de sus miembros para llevarle a pecar.
Aseveramos que la sicología sostiene que desde el momento en que intentamos resolver un conflicto provocamos una división en nuestro ser que nos lleva a un inútil desgaste de energía, porque al escindirse el ser se debilita y se hace presa fácil de la derrota ante el conflicto que deseamos resolver. Por el contrario, cuando dejamos de luchar y aceptamos el conflicto, sin buscar ocasión para seguir en la enfermedad, la integración del ser facilita la resolución del conflicto.
Este “cuerpo de muerte” del que habla Pablo es tomado de la analogía del castigo que imponían los romanos al reo de homicidio. Encadenaban el muerto a un pie del homicida, hasta que perdiera el juicio por el horrendo espectáculo y hedor insoportable de cargar con un cadáver. ¿Acaso a veces no desesperamos de este cuerpo de muerte? Seguro que sí. No esperemos ese momento para buscar ayuda de Jesús o de un excelente terapeuta.
Si “la frase ‘Yo soy carnal, vendido al pecado’ (7: 14) describe la vida de Pablo como cristiano, ¿qué haremos con Romanos 6: 14: ‘El pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia?”. “¿No debiera haber escrito Pablo: ‘El pecado seguirá teniendo dominio sobre vosotros, aunque no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia’”? (2) Como expresara, el pasaje tratado habla de la vida de Pablo cuando era un fariseo orgulloso de sí y su religión. Por otro lado, la libertad que tiene el creyente es que antes de Cristo en su vida seguía la corriente de sus pensamientos y sus impulsos, mas hoy tiene la opción de hacer el bien o el mal. Antes no había elección.
¿Qué significa la frase “vendido al pecado”? El vocablo “vendido” viene del término griego perao, que significa vender o exportar, y que Pablo usa como metáfora para ilustrar que el hombre sin Cristo o el cristiano que todavía se somete al pecado está totalmente bajo el dominio del pecado como lo está el esclavo bajo su amo.
Pablo reconoce sin lugar a dudas que Jesucristo es el único que pudo ayudarle a romper con la tiranía del pecado -naturaleza caída o viejo hombre- para no ser más esclavo. Lo da como un hecho, además, en el capítulo 6 de esta misma carta a los Romanos y en todas sus epístolas. Jesús, en efecto, asegura que Él es el único que puede libertarnos del poder de nuestra naturaleza caída que nos lleva a vivir esclavizados a las bajas pasiones. “Si el Hijo [de Dios] te liberta, serás verdaderamente libre”. (San Juan 8: 36)
Permíteme contar algo que no sé si sucedió o es solo una leyenda, por ciertos matices pienso que es legendario: Un vendedor de esclavos ofrecía a la venta un negro alto, fornido y soberbio que gritaba a voz en cuello que si alguien lo compraba no le serviría. Un inglés se interesó por el esclavo y lo compró. El negro -arrogante- repitió lo que ya el interesado sabía: “Si me compra, no le serviré”. Sin importarle sus necias palabras, el comprador hizo la transacción y lo adquirió. Pero ocurrió algo inusitado: El hombre soltó las cadenas del esclavo y le manifestó: “vete, eres libre”. Sin salir de su asombro, el esclavo se postró a sus pies y con lágrimas en los ojos le dijo que no se iría, sino que lo serviría toda la vida. Igual que el comprador, Jesús da libertad a cada persona que viene a Él; y ella por gratitud y amor lo sirve y sigue. Sí, es cierto que de la esclavitud del pecado pasamos a ser esclavos de Jesús, mas lo que predomina en esa relación es amor y gratitud por lo que Él ha hecho y sigue haciendo por y en el cristiano. (Romanos 6: 17-23) Señor Jesús, ayúdame a servirte solo a ti y a amarte cada día más.
Jesús promete: “Si ustedes permanecen en mi Palabra, serán verdaderamente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad les hará libres”. (San Juan 8:31, 32) Si analizamos las palabras de Jesús desde un enfoque secular, nos damos cuenta por lo menos de algo: Quien estudia y lee se libra de la esclavitud de la ignorancia, corriendo el riesgo que el mucho conocimiento le envanezca. (1ra Corintios 8: 1b).
El envanecimiento por lo conocido es el extremo de la ignorancia. Y créeme que prefiero ser ignorante del mundo a ser un sujeto hinchado de soberbia que cree saberlo todo y ser superior a otros. El narcisista por su idilio consigo mismo vive sueños de omnisapiencia y omnipotencia. Mas un muchacho campesino de cualesquiera de nuestros pueblos que conozca el Evangelio y lo comparta a otros es más efectivo, a largo alcance, que un erudito de Harvard, Oxford, Cambridge, Sorbona o de alguna de nuestras prestigiosas universidades con sus argumentos intelectuales, pues está demostrado hasta la saciedad que el Cristo de los evangelios cambia y transforma vidas en el siglo XXI. Quien diga lo contrario sin haber investigado con honestidad intelectual no sabe nada.
A raíz de la grandísima verdad de que solo Jesús puede libertar al ser humano de la dictadura del pecado (incluidos los pecados sexuales), estoy convencido de que Jesús es la única solución a los problemas espirituales del humano. La sicología y la siquiatría trabajan con la mente, emociones y cuerpo. La bioenergética, vimos, atiende las tensiones emocionales y el cuerpo. Pero Jesús trata no solo con eso, sino incluso con el espíritu, que es el eje del ser humano. Sin temor a equivocarme, pienso que si los seres humanos que decimos ser cristianos viviéramos en la presencia de Dios como algunos personajes bíblicos vivieron sin ser fanáticos ni legalistas, casi no habría necesidad de sicólogos ni de médicos; tal vez ni siquiera de consejeros matrimoniales.
El espíritu humano nos sostiene cual columna vertebral que mantiene erguido al cuerpo. Cuando nuestro espíritu es sanado o liberado de la prisión del alma y del cuerpo, principia a sanar todo nuestro tripartito ser. Esto es, intelecto, emociones, sentimientos, voluntad, cuerpo. Y el ser humano comienza a experimentar el original propósito de Dios: felicidad y plenitud total. No obstante, no pasemos por alto que la vida puede darnos sorpresas.
Para concluir, el predicador Alejandro Whyte, citado por David Wilkerson, escribió: “Los escritores han tenido miedo de declarar abiertamente toda la verdad acerca de sus tribulaciones. La persona veraz [sincera] debe admitir que no ha existido jamás nadie tan débil y con un corazón tan malo como ella, ni vida alguna tan mala como la suya; ningún pecador tan asediado por tentaciones y pruebas como ella. Debe admitir su propia experiencia interior de pecaminosidad; saber que su pecado es dañino; que el pecado a veces ejerce dominio sobre él aún; que una maldad indescriptible está al acecho en su corazón. Esta es la agonía diaria que sufren todos aquellos que están conscientes de lo que pasa en su propio corazón”’. (3)
Alguien dijo una vez: “Si usted me conociera como me conozco yo, no me hablaría. Pero, espere un momento, si yo le conociera como usted se conoce tampoco le hablaría. Así que mejor sigamos juntos”.
No hago lo que quiero sino lo que aborrezco por la naturaleza pecaminosa que heredé de Adán y Eva. Pero, aquí viene la buena nueva del Evangelio: Cristo nos da libertad de nuestra naturaleza pecaminosa que nos impele al pecado.

Mi lucha interior no me exime
de la responsabilidad de cambiar

El hecho que haya una guerra en nuestro interior no nos exonera de la responsabilidad de cambiar y ser mejores seres humanos. A pesar del legado de pecado adámico, no soy responsable por lo que Adán hizo ni soy culpable por lo que me haya pasado en la infancia, niñez, preadolescencia o adolescencia, pero sí es mi responsabilidad hacer que las cosas cambien hoy dentro de mí. Solo yo tomo la resolución sobre mi futuro. Lo único que puede limitar a un ser humano a ser consciente de sí mismo y querer ser diferente es un severo daño en su cerebro o que esté poseído por el diablo; de ahí que ni el temperamento ni el carácter ni los mensajes parentales ni el ambiente ni la presión de grupo sean determinantes en el destino de una persona. Influyen muchísimo; te pueden condicionar y predisponer hasta cierto punto. Pero quien toma la resolución o tiene la última palabra eres tú. Lo grave es que yo esté mal, pero no me dé cuenta de que estoy mal. A eso llamo puntos ciegos. (Falta de autoconocimiento) Debilidades temperamentales o defectos de carácter, mas no las veo; sin embargo, otras personas ven que forman parte de mi personalidad. Yo me veo subjetivamente, porque me observo a través de emociones y condicionamientos. En cambio la gente me ve más objetivamente. Desde afuera. Obvio, los prejuicios, resentimientos, amarguras y odios distorsionan la visión que una persona tenga de uno. Con todo, el concepto que tenga una persona de otra -libre de emociones encontradas- es casi siempre más exacto que el del mismo sujeto de sí.
“Tú eres el resultado de ti mismo. No culpes a nadie, nunca te quejes de nada ni de nadie, porque fundamentalmente tú has hecho tu vida”, escribió Neruda. Y añade: “Nunca te quejes del ambiente o de los que te rodean; hay quienes en tu mismo ambiente supieron vencer; las circunstancias son buenas o malas según la voluntad o fortaleza de tu corazón; aprende a convertir tu situación difícil en un arma para luchar”.
Robert Schüller escribió: “Serás lo que quieras ser”. Esa es una decisión que solo tú determinas. Nada ni nadie más. Solamente tú. San Pablo declara: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. (Filipenses 4: 13) Karl Menninger asegura: “Las actitudes son más importantes que los hechos”. Es mi actitud ante la vida y sus vicisitudes lo que me llevará a vivir de triunfo en triunfo o de derrota en derrota. Yo hago la diferencia y labro mi propio destino. Por consiguiente, dejemos de culpar a otros de nuestro presente. “No olvides que la causa de tu presente es tu pasado, como la causa de tu futuro es tu presente”, escribe Neruda.
Frankl enseñaba que el humano es responsable de encontrar sentido a su vida, y reconciliarse con la vida. “El hombre no está totalmente condicionado [conductismo] y determinado [determinismo]; él es quien determina si ha de entregarse a las situaciones o hacer frente a ellas. En otras palabras, el hombre en última instancia se determina a sí mismo. El hombre no se limita a existir, sino que siempre decide cuál será su existencia y lo que será al minuto siguiente”. (4) (La cursiva es mía) ¡Eso es maravilloso! Frankl creía, asimismo, que la primera fuerza motivadora del ser humano no es el principio del placer (Freud) ni la voluntad de poder (Nietzsche y Adler), sino la voluntad de sentido, o de encontrarle sentido a su vida. (5) Frankl solía citar al atribulado Nietzsche, que manifestaba: “Quien tiene algo [sentido de la vida] por qué vivir, es capaz de soportar cualquier como”. (El tema del vacío existencial es medular en nuestro ensayo ¿Por qué estoy tan vacío?) El filósofo también creía que el hombre es “un animal enfermo de sentido”. Como creyente en la evolución, Nietzsche creía que los humanos somos animales. No somos cuadrúpedos pero sí es cierto que precisamos de un sentido para vivir.
Noto que la tesis de Freud acerca del principio del placer es rechazada por no pocos entendidos, porque no creen que todas las neurosis del ser humano se deban exclusivamente a la represión sexual, que subyace en el planteamiento freudiano. No está de más recordar que la mayoría de pacientes de Freud eran sujetos reprimidos sexualmente por la época que les tocó vivir. De ahí los equivocados consejos del padre del sicoanálisis de dar rienda suelta a los placeres sexuales.
El reduccionismo presente en la teoría freudiana en cuanto a que todas las neurosis surgen de la represión sexual la falsea. No obstante, pienso que el principio del placer está detrás de la voluntad de poder (Nietzsche/Adler) y de la voluntad de sentido (Frankl), principio que gobierna los procesos inconscientes. Es decir, la especie humana busca poder y un sentido a la vida porque los instintos de buscar placer están en el inconsciente. Leo un libro porque espero que me proporcione el placer de leer una excelente obra, o quiero experimentar el placer de refutar las ideas de su autor. Voy al cine pues deseo disfrutar una película que me guste, o soy crítico de cine que disfruta cuestionar películas. Como una comida con el objeto de paladear una buena cena, etc. Los instintos son inconscientes y nacen conmigo.
Asimismo, Freud considera que un complejo de Edipo (o de Electra, según el caso) irresuelto o mal resuelto trastoca la personalidad del humano, puesto que su feliz resolución es la clave del ser y de la personalidad. A mi juicio, para Freud el principio del placer no era solo el sano desarrollo de mi sexualidad, sino también, como ya observamos, el buen desenvolvimiento de mi personalidad. No obstante, no comparto que el pansexualismo sea el problema medular de la raza humana. La problemática que más afecta al ser humano no es anímico (alma) ni somático (corporal), sino espiritual. Frankl afirma que el hombre y la mujer modernos no viven frustrados en su vida sexual (en La excelencia del amor y otros ensayos... planteo que bastantes mujeres viven frustradas sexualmente por la desatención de su marido), sino existencialmente. Las neurosis -agrega- no solo tienen origen en la represión de la libido (Freud), sino que además pueden originarse en lo mental y somático.
Por otra parte, considero que además de reconciliarme con la vida debo reconciliarme conmigo mismo, pues a veces no me acepto a mí mismo. No me amo y no me perdono por errores cometidos, o simplemente porque vivo con culpas o vergüenzas tóxicas. Esto es, emociones inauténticas. Inauténticas porque se han prolongado más allá del aquí y el ahora; es decir del tiempo en que ocurrieron. ¿Qué culpa tiene una persona de lo que le haya pasado en la niñez o adolescencia? ¡Ninguna! Tampoco es culpable por haber sentido placer en lo que ahora como adulto razona que no debió sentir. Es normal sentir placer orgánico al ser estimulado. Lo anormal sería no haber sentido nada. Lo malo no está en el placer experimentado, sino en el depravado que lo despertó y pervirtió cuando no era el tiempo de su despertar. Si por ello me siento avergonzado o culpable, esa emoción es una culpa o vergüenza tóxica que me impide avanzar. (Ojo, a nuestro alrededor hay más gentes abusadas sexualmente de lo que podemos imaginar. Padres, cuidemos a nuestros hijos. No los confiemos a nadie hasta no estar seguros de que tal persona no sea capaz de dañar lo que más queremos: los hijos. Mejor es prevenir hoy que llorar mañana y vivir arrepentidos toda la vida)
Recordemos, no soy culpable por lo que pasó en mi niñez, preadolescencia o adolescencia, pero soy responsable de mi recuperación hoy. Soy responsable de encontrarme a mí mismo a fin de resolver esos conflictos internos arrastrados desde la niñez o adolescencia y que me avergüenzan y me hacen la vida insoportable, porque me tiranizan cual implacable tirano a su indefenso esclavo.
John Bradshaw habla de una meditación escrita originalmente por Leo Booth y que por su importancia citaré completa:

Mi nombre es Vergüenza Recurrente [tóxica]

Estuve allí cuando fuiste concebido
En la adrenalina de la vergüenza de tu madre
Me sentiste en el fluido de la matriz de tu madre
Llegué a ti antes de que pudieras hablar
Antes de que entendieras
Antes de que tuvieras manera de conocer
Llegué a ti cuando estabas aprendiendo a caminar
Cuando estabas desprotegido y expuesto
Cuando eras vulnerable y estabas necesitado
Antes de que se te limitara

MI NOMBRE ES VERGÜENZA RECURRENTE [TÓXICA]

Llegué a ti cuando eras mágico
Antes de que pudieras saber que yo estaba allí
Partí tu alma
Te perforé hasta el fondo
Te infundí sentimientos de ser imperfecto
Te inspiré sentimientos de desconfianza, fealdad, estupidez,
Duda, falta de valor e inferioridad
Te hice sentir diferente
Te dije que había algo malo en ti
Manché tu semejanza con Dios



MI NOMBRE ES VERGÜENZA RECURRENTE [TÓXICA]

Existí antes que la conciencia [anímica]
Antes que la culpa
Antes que la moralidad
Soy el amo de la emoción
Soy la voz interna que susurra palabras de condena
Soy el estremecimiento interno que maldice a través de ti sin un razonamiento previo

MI NOMBRE ES VERGÜENZA RECURRENTE [TÓXICA]

Vengo de tutores ‘desvergonzados’, del abandono, el ridículo,
el abuso, el descuido, de los sistemas perfeccionistas
Me fortaleció la impactante intensidad de la ira de un padre
Los crueles comentarios de hermanos
La enternecedora humillación de otros niños
El inexacto reflejo en los espejos
El contacto que se siente repulsivo y espantoso
La bofetada, el pellizco, la sacudida que rompe la confianza
Estoy avivado por
Una cultura racista, sexista
La [in] justa condena de los fanáticos religiosos
Los temores y presiones del aprendizaje
La hipocresía de los políticos
La vergüenza multigeneracional de los sistemas familiares disfuncionales

MI NOMBRE ES VERGÜENZA RECURRENTE [TÓXICA]

Puedo transformar a una mujer, un judío, un negro, un homosexual, un oriental, un niño precioso,
en una mujerzuela, un despreciable, un apestoso, un maricón [sin rehabilitación ni salvación], un pequeño granuja
Tengo un dolor que es crónico
Un dolor que no desaparecerá
Soy el cazador que te acecha noche y día
Todos los días en todas partes
No tengo fronteras
Tratas de esconderte de mí
Pero no puedes
Porque vivo dentro de ti
Te provoco la desesperación
Como si no hubiera salida

MI NOMBRE ES VERGÜENZA RECURRENTE [TÓXICA]

Mi dolor es tan insoportable que deben pasarme a otros a través del control,
El perfeccionismo, el desprecio, la crítica, la culpabilidad,
La envidia, el juicio, el poder y la ira.
Debes cubrirme con adicciones, actuaciones rígidas,
Representaciones y defensas inconscientes [mecanismos de defensa] del ego
Mi dolor es tan intenso
Que debes adormecerte para dejar de sentirme
Te convencí de que me fui, de que no existo; experimentas
Ausencia y vacío
MI NOMBRE ES VERGÜENZA RECURRENTE [TÓXICA]
(6) (Usado con permiso)

Esa reflexión arriba mencionada resume las formas en que nuestro maravilloso Niño interior fue herido poco a poco. Si el Niño está herido, el Adulto vivirá intoxicado y el Padre será crítico, rígido e inflexible consigo mismo, con su pareja, hijos, etc. (Recordemos que funcionamos en alguno de los tres estados del yo: Padre, Adulto, Niño) Nuestras actitudes y comportamiento son la repetición de conductas previamente aprendidas.
La pérdida de su yoicidad resulta en una bancarrota emocional y sicológica para cualquier niño. Esa vergüenza impide vivir a plenitud y debo resolverla para ser lo que Dios quiere que sea. ¡Qué ironía! Aquello que tanto escondo y avergüenza preciso sacar y sentir en toda su intensidad y profundidad para empezar a sanar. Mientras lo mantenga oculto y reprimido (en la sombra, según Jung), no sanaré. Si lo quiero sanar es menester pagar el precio que, aunque elevado, es la única vía para sanar. No sana quien se enconcha, sino el que con gallardía se da el permiso de sentir la emoción que le avergüenza y enfrenta la situación. Nunca las fugas geográficas han resuelto problemas. Al contrario, empiezo a resolver un problema apenas lo enfrento.
A mi parecer, una de las mayores víctimas del verdugo llamado “vergüenza tóxica” es el niño abusado por sus padres. Alice Miller afirma que un niño abusado por sus padres padece más que una persona confinada en un campo de concentración porque quien está en un campo tiene absoluta libertad de odiar a sus verdugos e incluso compartir su odio con otros presos, mas no así el niño que se siente culpable si odia a sus padres y teme perder su amor si lo hace. De manera que a diferencia de los presos de un campo de concentración, el niño abusado se enfrenta con un torturador al que ama. Como señalara, esa situación conduce al niño a una bancarrota emocional y sicológica puesto que le lleva a la pérdida de su yoicidad.
Es tal el daño al Niño, que ahora en la etapa adulta muchas veces nos cuesta ver el perjuicio causado por nuestros progenitores; precisando que los desmitifiquemos para sentir por ellos lo que hemos reprimido (en general es: odio, rabia, resentimiento) y así empezar a sanar. Es mentira que Dios nos condenará por reconocer que sentimos odio por nuestros padres; Dios no espera de nosotros perfección, pero sí honestidad pues Él mejor que nadie sabe lo que hay en nuestro corazón. Además, si un padre o los dos hicieron mal las cosas, o abusaron de su hijo, es natural que haya rabia, odio, tristeza y demás emociones en el corazón del niño. Lo malo no es que haya esas emociones; lo realmente importante es qué haré con dichas emociones. ¿Las dejaré ahí para que me destruyan y viviré amargado toda la vida, o las sacaré canalizándolas correctamente?
Ahora bien, cierto es que hay vergüenzas auténticas que nacen de actos que pugnan contra la conciencia espiritual del humano y le llevan a conflictos internos que le roban la paz mental y emocional y suelen reventar en somatizaciones. Mas lo aquí tratado es sobre esas vergüenzas que surgen de la descalificación, burla y condena de nuestras emociones por parte de nuestros padres o de quien nos crió. Estas vergüenzas son hijas de la descalificación de nuestras emociones cuando éramos niños. Por ello el nombre de ‘tóxicas’, porque envenenan el alma del niño.
Volvamos a la imperiosa necesidad que hay de reconciliarme conmigo mismo antes de emprender la marcha hacia la reconciliación con los demás. Permíteme ponerme de ejemplo y escribir tantas veces las iniciales de mi nombre. La reconciliación conmigo mismo es el primer paso en mi proceso de recuperación. Debo aprender primero a vivir conmigo mismo para luego vivir con otra persona. Nadie me garantiza que una mujer vivirá conmigo toda la vida. Pero sí está cien por ciento garantizado que viviré con J. E. C-A toda la vida: duermo con J. E. C-A, me levantó con J. E. C-A, me baño con J. E. C-A, desayuno con J. E. C-A, almuerzo con J. E. C-A, trabajo con J. E. C-A, ceno con J. E. C-A, me baño y hago mis necesidades fisiológicas con J. E. C-A, y moriré con J. E. C-A. Entonces, ¿por qué vivir peleado con J. E. C-A, siendo que viviré con J. E. C-A toda la vida? Aunque parezca mentira, muchas veces vivo peleado con J. E. C-A porque no amo a J. E. C-A, no lo acepto ni respeto ni valoro lo suficiente. No tengo el autoconcepto correcto de J. E. C-A. Vivo en una fenomenal batalla con J. E. C-A. Y si vivo peleado con J. E. C-A, pasaré la vida en problemas con la gente. El conflicto interior lo traslado a los demás. San Pablo escribió que entre los frutos de la carne (naturaleza caída) están las “enemistades, pleitos, celos, explosiones de ira, contiendas, divisiones, sectarismos, envidias, homicidios”. (Gálatas 5: 20, 21)
Notemos que todos esos “frutos” son problemas con las gentes. Malas relaciones interpersonales; conflictos internos que el sujeto no ha sabido o podido resolver. Peor aún, hay personas que ni siquiera se dan cuenta de que tienen conflictos, y cuando por una u otra razón alguno de esos conflictos detona, piensa equivocadamente que su mal empezó en ese preciso momento. Cuando la realidad es que desde niño empezó el problema que ha vivido arrastrando sin resolver.
El autoconocimiento adquirido al entrar en un proceso de recuperación desde 1997 me ha permitido y permite ver mi conducta y soberbia; pero también ser más asertivo al identificar la arrogancia y enojo de las gentes al interactuar. Si de buenas maneras tratas de hacerles notar sus reacciones, suelen negarlo y responder con mayor enojo y altivez, pues no se dan cuenta de sus malas actitudes. En realidad, son ciegos de su mala conducta. Por consiguiente, he optado no discutir con gente petulante y enojona.
Ahora bien, ¿en qué consiste la inteligencia emocional? En breves palabras, es saber relacionarme conmigo mismo y con las personas que me rodean o encuentro en mi diario caminar por la vida. Es, además, ser dueño y señor de mis emociones.

El libre albedrío y sus condicionantes

Sabido es que el libre albedrío es aún tema controversial en muchos campos del conocimiento humano, incluida la teología. Hay los que sostienen que nacemos libres como el viento y las aves y otros lo niegan. Soy partidario de la primera tesis pues creo que nacemos con la potestad de escoger entre lo bueno y lo malo.
Libre albedrío es la facultad o potencia que tiene mi alma para decidir y poner en orden mi vida. Considero que casi todos los seres humanos nacen con dicho poder para tomar decisiones. Sin embargo, hay factores que inciden en mi toma de decisiones, a saber: naturaleza pecaminosa, el temperamento, mensajes parentales grabados en mi inconsciente, carácter, medio ambiente y presión de grupo. A raíz de la caída, todas las funciones del espíritu, alma y cuerpo se atrofiaron. Y el libre albedrío se trastocó. Amigo, el pecado -lo señalamos- ha distorsionado la operatividad del ser humano como ente tridimensional. De ahí la imperiosa necesidad de nacer de nuevo y vivir guiado por el Espíritu Santo del Dios creador del universo y la vida.
El conductismo o behaviorismo watsoniano afirma que el sujeto está condicionado por los estímulos de las situaciones circunstanciales de la vida diaria, no por la conciencia del humano (alma), considerada como un epifenómeno.
John B. Watson, creador del conductismo, escribió:

Denme una docena de lactantes sanos y sin ninguna deficiencia física o mental y mi mundo especializado para criarlos. Les garantizo que escogeré al azar cualquiera de ellos y lo adiestraré para convertirlo en el tipo de especialista que yo prefiera: médico, abogado, artista, un gran comerciante y por su puesto, limosnero y ladrón, sin que importen sus talentos, sus inclinaciones, sus capacidades, su vocación ni su raza. (7)

Por otro lado, el determinismo freudiano señala que la conducta del hombre y la mujer no es libre, sino el producto de su pasado. O sea, que actuamos como lo hacemos por lo vivido en nuestros primeros años de vida. Gilbert Seldes asegura que “el hombre es una criatura de las circunstancias”, negándole también autonomía a la raza humana.
Tanto el determinismo de Freud como el conductismo de Watson le coartan al humano el precioso don del libre albedrío, que, aunque atrofiado por la caída de Adán, le hace un ser autónomo, libre para decidir por encima de las injerencias de su temperamento, historia de vida y carácter. Creo que Ortega y Gasset fue bastante asertivo cuando afirmó “yo soy yo y mis circunstancias”, puesto que a mí me hacen la naturaleza adámica, temperamento, carácter, ambiente y circunstancias de la vida, no solo las circunstancias del diario vivir (conductismo) ni lo vivido en el pasado (determinismo).
Si nos guiamos por lo que expresa el determinismo y el conductismo, entonces la persona no es responsable de sus actos. “Al que mató a otro por conducir ebrio no se le puede responsabilizar porque también su padre era alcohólico y eso fue lo que vio y vivió de niño”. “Ni es responsable el que roba para comprar la droga que consume, puesto que fue presionado por sus amigos a enrolarse en el vicio”. No está en nuestro ánimo acusar ni señalar vicio alguno; doy ejemplos para ver la posición equivocada de esas dos corrientes. El siquiatra Thomas A. Harris asevera que la posición determinista, implícita en la mayoría de informes siquiátricos, es que el sujeto no es responsable por lo que vivió en el pasado, y se contrapone a la posición legal que afirma que la persona sí es responsable.
Pregunto: si Dios todopoderoso y omnisciente no viola el libre albedrío del ser humano, ¿colocaría en nosotros una conciencia espiritual incapaz de prevalecer sobre los constantes estímulos que intentan condicionarnos o reducir nuestra voluntad únicamente a las experiencias vividas en la niñez? Si ese fuese el caso, sería lógico concluir que Dios se equivocó, pero como Dios no es falible como nosotros ni es malévolo como creen algunos, la respuesta es que la raza humana sí puede trascender y elevarse por encima de los fuertes influjos de los estímulos y de sus primera vivencias infantiles.
El ser humano no es una marioneta de los estímulos (conductismo), ni un títere de su pasado (determinismo). No nos simplificamos en causa y efecto, como tampoco somos el resultado del pasado. Sin embargo, no se trata de intentar desvirtuar ninguna de las dos posiciones porque aunque rechazo su dogmatismo, reduccionismo, generalizaciones y filosofía naturalista acepto que tanto los estímulos ambientales como el pasado tienen mucha injerencia en el comportamiento del ser humano, sin dejar de lado el dominio del pecado sobre el ser humano, el temperamento (heredado) y el carácter (formado). Esos elementos juntos determinan la conducta de la especie humana: naturaleza adámica, estímulos, pasado, temperamento, carácter. Lo único que determina la conducta del humano es su naturaleza pecaminosa, como ya señalamos.
Veamos cada uno de los elementos condicionantes del libre albedrío:

Naturaleza pecaminosa. Es el legado adámico heredado de nuestros primeros padres. Creo que la naturaleza pecaminosa es lo único que esclaviza al ser humano desde su nacimiento. David escribió: “En maldad he sido formado y en pecado me concibió mi madre”. (Salmos 51: 5) Es verdad que este pasaje no habla de que las relaciones sexuales en el matrimonio heterosexual sean pecaminosas, pero sí considero que David expresa que aun desde el vientre de su madre el pecado lo acompañaba.
Hemos visto la descripción paulina de la feroz lucha interior de toda persona contra las bajas pasiones y deseos engañosos. Batalla en la cual estamos destinados a ser derrotados. “Porque el querer el bien lo tengo a mi alcance, pero no el hacerlo”. (Romanos 7: 18) Además, la Biblia enfatiza que somos una raza caída esclavizada (vendida, gr. perao) al pecado. (Romanos 3: 23; 5: 12; 7: 14) La corrosión del pecado abarca mi ser integral: espíritu, alma y cuerpo.
Al pecar Adán y Eva, el pecado alcanzó mi espíritu, alma y cuerpo. Los tres fueron afectados en sus funciones y se trastornó el orden establecido por Dios que era el señorío del espíritu sobre mi alma y cuerpo. En otras palabras, perdí el libre albedrío en mis dimensiones inmateriales: espíritu y alma. Desde ese aciago día en que nuestros primeros padres pecaron, son muchos más los ocupados por su cuerpo que por su espíritu. O alimentando solo su alma en perjuicio del espíritu. En círculos de anímicos (alma = psuque) se confunde lo del alma con lo espiritual. A lo anímico se lo llama espiritual. Ya analizamos que el vocablo espíritu proviene del griego pneuma, que significa viento, respirar, soplar. De manera que lo espiritual (pneumatikos) es lo derivado de espíritu, no del alma (psuque).
Hay filosofías y religiones autodenominadas espirituales, pero el espíritu de sus miembros no ha sido liberado de su prisión anímica ni podrá serlo porque solo el Espíritu Santo libera o da vida al espíritu humano. Al hablar de mandamientos y preceptos de hombres, san Pablo explica que tales enseñanzas “tienen, a la verdad, cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y duro trato al cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne”. (Colosenses 2: 23)
Se puede ser religioso sin ser espiritual y por ende estar muerto espiritualmente. Nuestra naturaleza pecaminosa es la única que nos coarta el libre albedrío que Dios nos concedió porque desde la caída de Adán y Eva está “vendida al pecado”. (Romanos 7: 14)

Temperamento (lat. Temperaméntum): Es la combinación de rasgos heredados recibidos de nuestros progenitores. A mi parecer, el temperamento (genético) tiene fuerte injerencia en la conducta del humano porque pone las bases para el carácter que más tarde se formará en la persona. Creo que después de nuestra naturaleza pecaminosa lo que más influye en nosotros es el temperamento, que heredamos de nuestros padres. En él encontramos puntos fuerte y débiles. Virtudes y defectos temperamentales. El temperamento pone los cimientos sobre los cuales se edificará la infraestructura del edificio de mi individualidad.

Mensajes parentales. Son mensajes o grabaciones en mi inconsciente mandados por mis padres, o, en su ausencia, mis tutores. Pueden ser buenos o malos. “Eres un lindo niño muy inteligente”. O, “eres un estúpido bueno para nada”. Son validaciones o invalidaciones de quien estuvo a mi alrededor en la primera infancia. Según la corriente determinista (Freud y algunos de sus discípulos) los mensajes parentales y sucesos del pasado determinan mi conducta como ser humano. Analizamos que esa posición es equivocada porque libra al sujeto de responsabilidad conductual, basado en los acontecimientos del pasado. Le hace pelele del pasado. Limitándose en la secuencia en cadena de causa y efecto, o efecto dominó. Cierto es que los hechos del pasado tienen gran influencia en nosotros, pero no determinan nuestra conducta “puesto que las causas del comportamiento humano se encuentran no solo en el pasado, sino [también] en la capacidad del hombre para contemplar el futuro o calcular las probabilidades”. (8)
Ortega y Gasset describe al ser humano como “un ser que consiste no tanto en lo que es como en lo que va a ser”. Según el filósofo español, la persona no es solo por lo que es en sí misma, sino además por lo que desea ser. Es por dos elementos: por sí misma como ser y por lo que la mueve o motiva. Soy también por lo que quiero ser. Si lo queremos de verdad, lo lograremos con la ayuda de Dios. ¿Acaso no dice Jesús que “si puedes creer, al que cree todo le es posible”? (San Marcos 9: 23)

Carácter (gr. kharassein): Es la médula o núcleo de nuestra personalidad y moralidad. (En el capítulo 1 hemos manifestado que antes de ser éticos, somos seres morales. Nazco con un chip o circuito integrado de moral divina infalible, común a todos los seres humanos; la ética -y buena parte de la moral humana y mandamientos de hombres- es impuesta, falible y situacional) El carácter se forma con las experiencias buenas o malas de la persona. El término carácter significa grabar, acuñar. En latín, el vocablo es character y significa “señal o marca que se imprime, pinta o esculpe en algo”, según nuestro Diccionario. Los padres transmitimos el temperamento a nuestros hijos, y luego “escribimos” en su carácter. ¿Qué escribieron mis padres en mí? ¿Qué estoy escribiendo en mis hijos? Las conductas, palabras e ideologías son aprendidas y suelen repetirse.

Medio ambiente o presión de grupo. La presión de grupo tiene mayor repercusión en los niños y jóvenes nuestros. En el hogar les enseñamos algo, y en los grupos reciben otras enseñanzas contrarias a las hogareñas. Y el chico por no quedar mal o no ser humillado por sus amigos opta por lo enseña el grupo. A medida que el chico forma su criterio puede empezar a poner límites sanos y a darse cuenta de que sus padres no están tan equivocados como expresan sus amigos.

Predestinación

¿Qué podemos decir de la predestinación? ¿Predestina Dios a unos para salvación y a otros para condenación? ¡De ninguna manera! Predestinar (gr. proorizo) es determinar u ordenar por anticipado. En el Nuevo Testamento la predestinación denota la acción divina de predeterminar al humano para un plan equis. Esa predestinación es fundamentada no en un capricho de Dios, sino en Su conocimiento anticipado que tiene de la actitud de una persona para con Él. Antes de que yo naciera, Dios ya sabía cuál sería mi disposición de ánimo o respuesta al Evangelio. Dios en su presciencia (gr. prognosis = conocimiento anticipado) u omnisciencia ve el futuro y el corazón (gr. kardia) del sujeto. De ahí las palabras de Jesús al expresar que “muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”. ¿Por qué pocos son escogidos? ¡Por la actitud del humano para con ese llamado de Jesús! A todos se hace el llamado, pero pocos responden, porque “el reino de los cielos sufre violencia [o se entra por la fuerza], y solo los valientes lo arrebatan”, asegura Jesús. (San Mateo 11: 12) De manera que el atrofiado libre albedrío que tenemos no es violentado por Dios al predestinar a una persona. El Creador por su gracia elige al humano, pero no anula su voluntad. Insisto, Dios preordena o elige basado en nuestra disposición de corazón y voluntad para con la obra de Jesús en la cruz. Dios ya nos conocía (gr. proginosko) antes de que naciéramos. (San Juan 2: 24, 25)

Conclusión: Lo único que coarta el libre albedrío es mi naturaleza pecaminosa. Las bajas pasiones son las únicas que pueden esclavizar al ser humano. “Yo soy carnal [de carne], vendido [sometido] al poder del pecado. ¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”. (Romanos 6: 14, 24) Pablo presenta la única salida a la esclavitud del pecado en el versículo 25 de Romanos 7: “Gracias doy a Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”, puesto que “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Es decir, los que no se conducen conforme a la carne, sino según el Espíritu que Dios les dio cuando creyeron y recibieron a Cristo Jesús. (Romanos 8: 1) El Libertador de libertadores afirma: “Si el Hijo [de Dios] te liberta, serás verdaderamente libre”. (San Juan 8: 36) Jesús me liberta apenas creo y me identifico con Él en su bautismo, muerte y resurrección. (Romanos 6: 4-7) Todo lo demás influye en gran manera, pero no es determinante. Dios no predestina a unos para vida eterna y a otros para perdición y confusión perpetua. Esa doctrina no es bíblica. El tema expuesto en el apócrifo Evangelio de Judas no tiene asidero bíblico.


Enemigos del ser humano

La especie humana tiene enemigos que quieren verla arrastrar la manta y destruirla. Pocos son los que tienen conciencia de esta verdad y critican a los cristianos y al cristianismo porque ven con recelo las bajas pasiones y los instintos que si no se canalizan bien nos hacen daño y tiranizan. La ciencia de la conducta humana reconoce que el ego contaminado o enfermo puede ser un aliado o un enemigo. Diversas religiones y filosofías místicas nos enseñan que la carne con sus bajas pasiones es una enemiga. Jesús y los escritores del Nuevo Testamento instruyen que el cristiano bíblico tiene tres enemigos: la carne, el diablo y el mundo; en ese estricto orden.

Enfoque de la sicología moderna. Según este punto de vista, los elementos hereditarios (temperamento) no influyen al ser humano, y este nace como una tabla rasa o “página en blanco” (John Locke, Freud, Jung, Adler, Rogers, Skinner...) y básicamente bueno; y solo aprende a hacer lo malo debido a la influencia social. Es decir, el medio ambiente y experiencias de vida le moldean su personalidad. En sicología hay diversas corrientes, pero las tres grandes escuelas vienesas son representadas por sus fundadores Sigmund Freud (sicoanálisis), Alfred Adler (sicología individual) y Viktor E. Frankl (logoterapia).

Enfoque de religiones y filosofías místicas. Pregona el estorbo en que se constituye el ego enfermo para crecer, pero profundiza más al plantear que la naturaleza humana es tan baja y corrupta como una bestia salvaje que hay que domar y mantener domesticada. En estas corrientes hay creencias que llevan al ser humano a vivir aislado de la civilización porque también la consideran enemiga del desarrollo del ser. El asceta es un claro ejemplo de esta creencia. Existen, además, filosofías y religiones que sostienen que somos “dioses” o podemos convertirnos en “dioses” sin tener que depender de nadie, tal como exclamó Hamlet: “Ser como un dios”.

Enfoque del Evangelio: Los seres humanos tenemos dos enemigos en común. El creyente en Cristo tiene tres: la naturaleza adámica, el diablo y el sistema corrupto con sus antivalores. Los enemigos que todos tenemos son la naturaleza de Adán, de la que surge el ego, y el diablo. El ego intoxicado es el mayor inconveniente para mi crecimiento y desarrollo como ser humano. Todo lo puede, todo lo sabe; es autosuficiente. No necesita de nada ni de nadie. En otras palabras, el mundo y los demás giran alrededor del planeta Ego. (Eso suena a ateísmo, creencia irracional)
Reitero, el cristiano pelea con tres enemigos que le roban la calma y quieren destruirle: su naturaleza caída, el diablo y el mundo o el sistema, que es contrario a los valores y principios cristianos bíblicos. En mi opinión, la carne es todo lo que representa el alma del humano: voluntad, intelecto, emociones, sentimientos. Allí en el alma está el ego insano, que a mi juicio es el peor enemigo que tengo, ya que me sabotea lo bueno que hago, no se somete a ninguna ley ni tampoco puede, y siempre quiere hacer su voluntad.
Sin embargo, eso no es todo. Parece que no hemos entendido que emociones como la ira, el resentimiento, odio, amargura, miedo, etc., pueden arruinarnos la vida si no les prestamos atención. El enojo y el miedo son nuestros aliados al principio, pero si no los sabemos encauzar se convierten en terribles enemigos que destruyen nuestro ser integral: espíritu, alma y cuerpo.
Ya aseveramos que se calcula que entre el setenta u ochenta por ciento de las enfermedades son sicosomáticas; es decir, mentales o emocionales que irrumpen en el cuerpo. Psuque: mente, intelecto. Soma: cuerpo, carne. La mente daña al cuerpo. Lo intangible perjudica lo tangible. Esos porcentajes son demasiado elevados para el origen de las enfermedades. Ello significa que la mente y las emociones insanas enferman el cuerpo.
La sicología y la medicina han descubierto desde hace muchos años que la vida mental y emocional de una persona puede causar innumerables enfermedades. Una ‘simple’ y ‘tonta’ discusión con otra persona puede provocar que ciertas glándulas especializadas del cuerpo produzcan un exceso de hormonas necesarias para caso de emergencia, como una huida, por ejemplo; mas no en una conversación que se supone es amena.
No nos damos cuenta de que al permitir que otro me haga enojar he cedido mi poder a esa persona. Poder que pongo a sus pies a fin de que me controle y tenga dominio sobre mi vida, como un esclavo ante su amo. Tal vez suene tonto, mas es verdad. Ello sucede cuando vivo en el continuo efecto de lo que dicen o no dicen las personas, o de lo que hacen o no hacen los sujetos con los cuales interactúo o me comunico a diario u ocasionalmente. En lugar de ser causa, soy efecto. No acciono (actúo), sino que re-acciono (me hacen actuar; soy efecto de la acción de otro). Esto es, no actúo por decisión propia, sino que me controlan. Estoy en la reflexología de Pávlov, y en el conductismo de Watson. Ahora bien, supongamos que reacciono ante la acción o reacción de alguien. Pues que mi reacción sea acorde a la realidad y a los hechos. No una emoción inauténtica envenenada ni condicionada. A propósito, de los estudios de Pávlov se inspiró Watson para su teoría conductista.
Puede darse el caso de que ni siquiera vea a la persona, pero cada vez que me acuerdo del incidente o alguien me habla al respecto pierdo la serenidad y la paz. Soy esclavo de la persona a quien he cedido consciente o inconscientemente mi poder. He rendido a sus pies mis emociones, intelecto y voluntad. En una palabra: mi alma. (Algunos incrédulos preguntan: ¿dónde está el alma? Ya lo tratamos: el alma lo forman el intelecto, emociones, sentimientos y la voluntad)
Eleanor Roosevelt dijo una vez: “Nadie puede hacerme sentir mal si yo no lo permito”. En una conversación sobre reacciones, una amiga dijo: “Si sabes que eres guapo, no tiene por qué afectarte que te digan feo”. Estas dos mujeres tienen razón. Solo yo puedo dar paso a que la opinión de otro me afecte. Si tengo sana autoestima, no viviré amargado o resentido por ser feo. Pues uno de los peldaños de la autoestima correcta es la autoaceptación. He conocido mujeres hermosas que se sienten el patito feo, porque crecieron creyendo las mentiras de quien les dijo que eran feas. Lo realmente importante no es lo que dicen otros, sino lo que creo de lo que manifiestan. Si acepto lo que expresan.







































(1) Jack W. MacGorman. Romanos, el evangelio para todo hombre, p. 97. Casa Bautista de Publicaciones, Estados Unidos, 1978.
(2) Ibíd., p. 97.
(3) David Wilkerson. Mi lucha interior, pp. 17, 18. Editorial Vida, Miami, 1981.
(4) El hombre en busca de sentido, p. 179. Editorial Herder, España, 2001.
(5) Ibid, p. 139.
(6) Volver a la niñez, pp. 62-64. Selector, S. A., de C.V., Méjico, D. F., 1995.
(7) Charles G. Morris y Albert A. Maisto. Psicología, p. 15. Pearson Educación, México, 2001.
(8) Thomas A. Harris. Yo estoy bien, tu estás bien. p. 112. Editorial Grijalbo, S. A, Méjico, D. F., 1978.


















11

Dios llega al ser humano


“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer”.
–San Juan-

Jesús, el Enviado

Al ver Dios que Adán y Eva se habían enemistado con Él allá en el Edén, decidió hacer algo para restablecer esas relaciones y evitar que la especie humana y todos sus descendientes fuéramos a parar al lugar destinado para el diablo y sus ángeles: el infierno. “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo único para que todo aquel que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. “La paga del pecado es muerte [infierno], mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. (San Juan 3:16; Romanos 6: 23)
Adán y Eva fallaron y pecaron, pero Dios prometió enviar a su Hijo Jesucristo. Y “en el cumplimiento del tiempo” Dios envió a su Hijo para deshacer espiritualmente, primero, lo que el diablo logró en el Edén. En el futuro todo volverá a su estado original de sanidad, vida y justicia. (Todavía enfermamos y morimos y hay maldades, pero la venida de Cristo Jesús hizo posible hoy la salvación para el que cree y vive conforme a lo que cree. En la segunda venida de Jesús el Padre restaurará las cosas y serán mejores de cómo las creó) Allí Satanás ganó el primer tiempo del partido, pero vino la segunda parte, y en ella Jesús -a pesar del sufrimiento e indescriptible dolor- salió victorioso al someterse a la voluntad del Padre y levantarse de los muertos como poderoso gigante.
¿De verdad sabemos cuál es el mensaje medular de la Biblia? ¡Es el amor! Sí, el amor de Dios por la raza humana: primero, crea a Adán y Eva, quienes le dan las espaldas a Dios y Dios les promete seguir buscándoles por amor. Segundo, Dios saca de la idolatría a un hombre llamado Abraham y promete hacerle una gran nación, y así lo hace, pero ese pueblo también se aparta de Dios. De todas maneras Dios promete que de ellos suscitará un remanente, del cual saldrá el Mesías (Cristo) prometido que vendrá a morir y resucitar por amor a los descendientes de Adán y de Abraham. En el cumplimiento del tiempo, viene Jesús, y la humanidad le rechaza y lo crucifica como un malhechor, mas al tercer día Jesús se levanta triunfante de la tumba y durante cuarenta días se aparece vivo a su pequeño remanente de fieles, y a más de quinientos hermanos a la vez. Jesús asciende a los cielos y les promete enviarles a la tercera Persona de la Trinidad, que les fortalecería y guiaría a toda verdad. De nuevo, en el cumplimiento del tiempo, Jesús envía su Espíritu y este desciende en forma de lenguas de fuego y funda la Iglesia de Cristo Jesús. Con esa potencia (gr. dunamis) de Dios, los discípulos y apóstoles predican el mensaje de las Buenas Nuevas de Jesús, y ofrendan su vida por lo que vieron, palparon y oyeron. (Hay quienes han muerto por lo que han creído que es verdad. Mas nadie muere por algo que sabe que es mentira, a menos que le falte un tornillo)
Por último, Jesús, por amor a su cuerpo espiritual la Iglesia, vendrá por segunda vez a buscar a todos sus creyentes para que estén y reinen con Él por la eternidad. Ese es el mensaje del Libro de Dios: su amor eterno e incondicional por la humanidad. Dios busca al ser humano, y este le huye. “No me eligieron ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes”. “Con amor eterno te he amado; por tanto, te he prolongado mi misericordia”. “Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor; y fui para ellos como los que quitan el yugo de sobre su cerviz, y puse delante de ellos la comida”. (Jeremías 31: 3; San Juan 15: 16; Oseas 11: 4)
Si narro a mis hijos la historia del amor de Dios por la humanidad y cómo hemos huido de ese amor todo el tiempo, me creen. Dios también desea que creamos para que tengamos vida eterna a partir de ese momento en que depositemos nuestra fe en lo que Él testifica acerca de su Hijo Jesucristo. De algo estoy seguro: el Cielo no empieza cuando el creyente en Cristo muere, sino que comienza apenas vengo a Jesús y creo de corazón lo que el Evangelio revela que hizo Jesús por mí. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, pues todas son hechas nuevas”. (2da Corintios 5: 17) ¿Qué significa “estar en Cristo”? Quiere decir confesar con tu boca que Jesús es el Señor, creer en tu corazón que Dios levantó a Jesús de los muertos, y permitirle a Jesús vivir Su vida en ti.
Cuando Adán pecó al desobedecer (no olvidemos, el pecado de Adán y Eva no fue tener relaciones sexuales entre ellos ni Eva fornicó con el diablo) no solo rompió las relaciones con Dios, sino que también nos predestinó al infierno eterno. Nuestro destino irrevocable era el lago de fuego, como también se conoce al infierno. Ello sucedería luego de la muerte física que conocemos. (Romanos 3:23; 6: 23) San Pablo revela que nadie tiene porqué ir al infierno, puesto que Cristo, quitándoles las llaves de la muerte y del infierno al diablo y sus ángeles, los ridiculizó públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz. (Colosenses 2: 15)
Si la humanidad hubiese podido hacer algo para reparar esa amistad rota con su Creador, Dios no habría venido aquí a la Tierra. Es decir, nada que hiciera el humano le podía comunicar de nuevo con su Hacedor. Solamente Dios tenía (y tiene) la solución para hacer las paces con nosotros y evitarnos el infierno eterno. Dios usó una fórmula maravillosa. Se redujo al tamaño de un ser humano, se hizo igual a este. Me gusta el título que le dieron a una de las versiones más populares de la Biblia: “Dios llega al hombre”. Dios llega al hombre y a la mujer porque es Él quien busca al humano. No nosotros a Dios. Mientras yo huía, Dios venía detrás de mí, hasta que me alcanzó a inicios de 1979. Siendo ya cristiano, he corrido para escapar de Él a raíz de malas decisiones tomadas, pero Él siempre corre más rápido y me alcanza. Y no es que Él coarte mi libertad, sino que como es el Buen Pastor termina con las cien ovejas con las que empezó, no con noventa y nueve.
San Juan el apóstol amado escribió: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos acerca del Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y les anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y nos fue manifestada); lo que hemos visto y oído eso les anunciamos también [...]”. (1ra. San Juan 1: 1, 2) Ese Jesús que vivió entre nosotros, murió y resucitó es el Único que tiene respuesta para el dilema espiritual de la raza humana, puesto que fue Él el encomendado por su Padre para que nos reconciliara con Dios. Es Jesús exclusivamente el Enviado para cumplir ese propósito eterno y sublime.
A partir de Génesis 3: 15, que dice: “Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el talón”, la Biblia nos manifiesta sin lugar a dudas que Jesús es el Único Camino al Padre.
En cierta ocasión Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre, sino por medio de mí”. ¿Qué quiso decir Jesús con esa afirmación tan dogmática? Esa declaración es un axioma. Pero no están de más unas palabras al respecto: Jesús asegura que Él es el único camino para ir a Dios el Padre, el Creador del universo y la vida. El Único que nos puede reconciliar con su Padre, el único Dios que adoran casi todas las religiones monoteístas. Tal como escribiera un comentarista bíblico, Jesús con esta afirmación ha hecho de las religiones, filosofías y líderes religiosos un callejón sin salida. Pilato le preguntó a Jesús: “¿Qué es la verdad?”. (San Juan 18: 38ª) El Señor Jesús nos responde: “Yo soy la verdad”. (San Juan 14: 6) Esa verdad espiritual absoluta que niegan temerariamente relativistas, escépticos, agnósticos y ateos por no poder entenderla ni explicarla.
Felipe, uno de los discípulos de Jesús, que caminó con Él durante más de tres años, le pidió: “Señor, muéstranos el Padre y nos basta”. A lo que respondió Jesús: “¿Tanto tiempo hace que he estado con ustedes, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: ‘Muéstranos el Padre’”. (San Juan 14: 8, 9) Razón tiene san Pablo al decirnos que Jesús “es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda [la] creación”. (Colosenses 1: 15) (Mejor no tocamos las palabras que siguen al pasaje citado de Pablo pues, para empezar, no agotaríamos el tema, y porque nos desviaríamos del punto tratado)
Alrededor de la vida tan conspicua y extraordinaria de Jesús se ha tejido un sinnúmero de especulaciones y detracciones con el fin de intentar desvalorar lo que el Señor Jesús es e hizo por la humanidad. Pero las evidencias históricas y las vidas de aquellos que hemos tenido un encuentro espiritual con Él echan por tierra todo tipo de suspicacia. “No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír”, asegura el refrán. Ya expresamos que el empeñado en rechazar los hechos ocurridos en espacio y tiempo reales presentará cualquier cantidad de argumentos ricos en contenido, pero huérfanos de sensatez y verdadera ciencia. Objetan los hechos no por falta de evidencias, sino que lo hacen a pesar de las evidencias. En verdad, no son científicos ni historiadores honestos intelectualmente, sino que son filósofos resentidos.
Esto debe estar claro de una vez por todas: Existen más evidencias históricas y espirituales en cuanto a la vida, pasión, muerte y resurrección corporal de Jesús que de cualquier otro personaje histórico. Entonces ¿por qué algunos dudan y otros intentan enlodar el nombre de Jesús? Porque una mente predispuesta es prácticamente imposible de penetrar por la luz del Evangelio o por cualquier otra verdad. Y también porque Jesús, como ningún otro, toca el centro moral y ético de la mujer y el hombre, llamándoles a conversión. ¿Por qué tú puedes hablar de cualquier líder religioso y de Dios y nada pasa, pero apenas mencionas el nombre de Jesús te miran como bicho raro? Porque Jesús es el único que nos confronta con nuestro pecado y nos exige corregir nuestros pasos y seguirlo. Jesús todavía tiene rayos láser en sus ojos que ven lo que hay en el corazón humano. “A pocos les agrada escuchar [o leer] los pecados que les gusta practicar”, dijo Shakespeare.

El ser humano huye de Dios
y de un proceso de recuperación

Así como el humano ha estado huyendo de Dios a lo largo de la historia de la humanidad para no ser sanado, transformado y salvado, Freud cree que hay personas que por sus conflictos sienten la “necesidad de castigo” y aunque asistan a un terapeuta mantienen una “reacción terapéutica negativa”; es decir, “[...] Una fuerza que se defiende por todos los medios contra la curación y que no quiere en absoluto desprenderse de la enfermedad y del sufrimiento”. (1)
Analizamos que Erich Fromm sostiene que hay factores sicológicos que predisponen a ciertos sujetos a vivir sometidos a un líder y rehuir de la libertad, tanto como otros anhelan escapar de la opresión. ¿Cómo se explica que en pleno siglo XXI haya todavía regímenes totalitarios capaces de someter a todo un pueblo? Desde luego, siempre han tenido un conjunto de cómplices y prensa que vende su conciencia y su pluma. El fenómeno no es nuevo, pero comprensible si advertimos que así como hay personas que añoran la libertad, otros más contribuyen a que se los avasalle, y se condicionan a vivir bajo el dominio de un líder por muy tirano que sea, porque tienen miedo a la libertad. Bien lo expresa Karl Menninger, “las actitudes son más importantes que los hechos”. Si creo ser un miserable condenado que merece castigo y muerte, viviré como tal. La mente manda y el cuerpo obedece. Soy lo que pienso.
Viktor E. Frankl observó en los campos de concentración donde estuvo recluido que aquellos detenidos que habían perdido el “sentido de la vida” eran fácil presa al trato inhumano de los nazis, o en su desesperación provocaban que los mataran. Por el contrario, el que mantenía un por qué vivir o la esperanza de salir algún día de allí su voluntad no era doblegada aunque sus fuerzas físicas desfallecieran. Como viéramos, Nietzsche afirma que “quien tiene algo por qué vivir es capaz de soportar cualquier cómo”. Baste recordar que ese “algo” deberá tener sustentación que trascienda más allá de la vida misma, porque si no, corremos el riesgo de perder el sentido a la vida si perdiéramos ese “algo”.
Kafka narra que “el condenado tenía un aspecto tan perrunamente sumiso que, al parecer, lo hubieran podido dejar suelto en las pendientes circundantes, y en el momento de la ejecución solo se necesitaría silbarle para que viniera”. (2) Ya en su mente el condenado estaba muerto antes de morir. Su programación mental había logrado que bajara las defensas y deseos de vivir, de tal manera que aunque le concedieran la libertad o tuviera la oportunidad de escapar, no lo haría.
Por su parte, san Pablo nos describe de manera magistral al expresar que “no comprendo mi proceder; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso es lo que hago”. (Romanos 7: 15) Pablo habla de la fenomenal lucha que se lleva a cabo en el ser humano por causa del pecado que mora en él y que levanta al alma contra el espíritu, y a los miembros contra la mente, dando como resultado que el sujeto no haga lo que debe hacer.
Finalmente, sujetos con conflictos de autoestima autosabotean relaciones sentimentales o cualquier otra transacción porque están convencidos de que no merecen nada bueno de la vida o que nadie les quiera. Y buscan situaciones penosas o humillantes. Si lo que dicen Freud, Fromm, Frankl, Kafka y Pablo son los movimientos oscuros del aparato síquico de no pocas personas, ¿qué pasará, entonces, en la división del espíritu (gr. pneuma) y alma (gr. psuque) donde se libra una feroz batalla entre ambos por tomar el órgano volitivo del humano? No sería honesto de nuestra parte usar esa realidad para justificar una falta de compromiso con Jesús, señalando que hay fuerzas ocultas que me impiden tomar una decisión al respecto, o utilizar argumentos seudo científicos para no dar un paso hacia el resucitado Cristo histórico.
Sin embargo, tengamos pendiente que aunque hay personas que no están bajo un régimen totalitario o detrás de las rejas, la soberbia, prejuicios y mandatos parentales deforman de tal manera su cabeza que impiden que cualquier verdad pueda penetrarla. En el momento en que una persona depone el orgullo y presuposiciones y desecha los mandatos de sus padres impartidos en la niñez o adolescencia empieza a ver la verdad y a tener la “vivencia” -diría Ortega y Gasset- de la presencia de Jesús, o a experimentar libertad mental y emocional.
En el área espiritual, cuando el sujeto se convierte y nace de nuevo comienza a sentir que ve y entiende más de lo que pudo haber imaginado. San Pablo hablando a los corintios sobre Moisés y el pueblo judío asegura que los pensamientos de los hijos de Israel “se embotaron; porque hasta el día de hoy [tiempos de Pablo y en el siglo XXI], cuando leen el antiguo pacto [Antiguo Testamento], les queda el mismo velo [que usaba Moisés después de recibir los Diez Mandamientos] no descubierto, el cual desaparece en Cristo [cuando se convierten y nacen de nuevo]. Pero hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés [Pentateuco], el velo está puesto sobre el corazón de ellos. Mas siempre que alguno se convierte al Señor, el velo se quita. Ahora bien, el Señor es Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor allí hay libertad”. (2da Corintios 3: 14-17)
Antes de cerrar esta sección, cabe profundizar una pregunta ya formulada: ¿Qué es libertad? La verdadera libertad debe abarcar las tres dimensiones del ser humano: espíritu (gr. pneuma), alma (gr. psuque) y cuerpo (gr. soma), en ese estricto orden. Si no, dicha libertad está incompleta. La libertad en cada una de esas áreas complementa y sustenta a la otra. Para el Evangelio, la preeminencia de la libertad es romper el yugo espiritual del ser humano y someter sus bajas pasiones a la dirección de su espíritu, guiado a su vez por el Espíritu de Dios. El estudio de la conducta humana pone el énfasis en el aparato síquico de la persona. Un proceso de recuperación que le lleve a sanar y resolver conflictos sico-emocionales. El común de los mortales ve la libertad corporal como la liberación por excelencia, siempre y cuando esté cimentada sobre un sólido fundamento socio-económico. Cada uno de esos enfoques tiene su verdad, mas ninguno es excluyente y autónomo de los otros, sino complementario. Pero, ¿qué es libertad? Libertad es la facultad de hacer lo que sé que debo hacer, y dejar de hacer lo que sé que no debo hacer. Podrá sonar muy simplista, mas no lo es.
Sin el conocimiento de la verdad completa y la acción en consecuencia no puede haber libertad absoluta, si acaso fuera posible obtenerla. (Vimos que aun cuando el ser humano tiene libre albedrío está muy condicionado por fuerzas oscuras) Por nuestras limitaciones creo que nadie tiene la verdad completa de la vida. Todas las verdades se necesitan, y una complementa a la otra. (Tal vez he dado la impresión de estar contra las ciencias naturales y los científicos de tales ciencias. Pero ello no es así: amo las ciencias naturales y las sociales, pero lamento la actitud de los cientificistas y fanáticos racionalistas que creen poder entenderlo todo y explicar a Dios y lo sobrenatural a través de su “ciencia” y la razón. Me cae mal su reduccionismo. Igual me desagrada el fanatismo religioso y el legalismo fundado en doctrinas ajenas al Evangelio puro del Nuevo Testamento) Podré estar en la verdad absoluta en cuanto a la fe, pero ello no significa en manera alguna que no haya otras verdades que me ayuden a ser mejor cristiano, por ejemplo. No sugiero que Jesús no sea la verdad espiritual absoluta y universal o que el Evangelio esté incompleto ni tampoco que todo sea relativo. ¡Dios me libre de afirmar tales cosas! Pero existen verdades en otras áreas de la vida -inclusive en lo religioso- que pueden colaborarme a caminar mejor por la senda de Jesús, quien es el Camino, la Verdad y la Vida. Tampoco creo que ninguna iglesia en particular tenga la verdad absoluta del cristianismo. Quien lo diga se engaña a sí mismo y peca de sectario. Léase bien: la verdad absoluta y eterna sobre el Señor Jesucristo y su Iglesia cristiana -formada por todos los nacidos de nuevo de cualquier denominación o iglesia- está única y exclusivamente en el Nuevo Testamento.
Para concluir, debo aclarar que aunque hay aspectos de la verdad espiritual en otras religiones, la suma total de esa verdad reside en el resucitado Cristo histórico, el Hijo de Dios.

Quién es Jesús y por qué solo Él
es el camino, la verdad y la vida

Para aquel que todavía no cree o no quiere creer (quien no quiere creer o rechaza los hechos sin investigar honestamente por tener criterios cargados es más difícil de convencer con la verdad) que Jesús y el Dios eterno son “uno solo” (San Juan 10: 30; 17: 11, 21, 22; 14: 8-11; 1: 1-3), o piensa que toda verdad debe ser probada por el método científico, caben tres cuestiones.
Antes, respondamos alguna posible objeción acerca de la divinidad del Señor Jesucristo: Alguien argumentará que el único evangelio que afirma que Jesús y el Padre son uno solo es el Evangelio de Juan. Eso es falso puesto que a pesar de que el Evangelio según san Juan sí es el único donde el mismo Jesús asegura ser la parte física de Dios y “uno solo” con Él; no obstante, los otros evangelios y las epístolas de los apóstoles dejan muy claro esto: el Señor Cristo Jesús es el Hijo de Dios, Dios hecho Hombre, quien murió, fue sepultado y resucitó corporalmente para justificarnos y salvarnos. (San Marcos 2: 5; 14: 60-64; San Lucas 7: 48-50; Colosenses 1: 9-20) Que yo no entienda muy bien esa verdad teologal no la desvirtúa. Mis limitaciones racionales no son obstáculos para el infinito y supremo Dios de la Biblia. Quien rechace y no quiera ver la divinidad del Señor Jesús en el Nuevo Testamento tiene una traducción espuria o solo ve sus supuestos y prejuicios enseñados en su grupo sectario.
Ahora sí escudriñemos los tres puntos que debe tener pendientes quien crea que toda verdad debe pasar por el filtro del método científico de las ciencias convencionales:
Una, Jesús hizo muchísimas declaraciones revolucionarias que nadie jamás se había atrevido hacer, entre ellas la siguiente: “Yo y el Padre somos una sola cosa [Uno solo]”. Entonces los que lo oyeron decir eso tomaron piedras para apedrearle. Jesús les dijo: “Muchas buenas obras les he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me van a apedrear? Y le respondieron: No te queremos apedrear por ninguna buena obra, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios”. (San Juan 10: 30-33) Los judíos entendieron bien lo que Jesús afirmaba. Los que parece que no lo entienden son los criticastros de los evangelios de nuestros tiempos. Jesús aseguraba -lo registra Juan en su evangelio- ser Uno con el Dios eterno que adoran casi todas las religiones monoteístas. Surge un interrogante: ¿Es Jesús quien decía ser, o es un impostor, un fanático religioso, o un charlatán? No hay término medio: Decía la verdad o mentía acerca de sí mismo.
Sobre la unicidad del Señor Jesucristo con el Creador del universo y la vida inteligente, el erudito en griego del Nuevo Testamento. A. T. Robertson afirma que la palabra “uno” (gr. hen) utilizada por Jesús en San Juan 10: 30 es neutra, no masculina (heis). Jesús no quiere decir ser una Persona con el Padre, sino una misma esencia o naturaleza con Él y así lo entendieron los judíos que lo escuchaban. (San Juan 10: 31) Por medio del plural sumus (“somos”, personas separadas, del versículo 30) queda refutado Sabelio, y con unum (“uno” o “una” sola cosa, también en el versículo 30) se rebate a Arrio. Esto tampoco da pie a quienes creen que Dios es madre y no Padre, o Padre y Madre al tiempo; puesto que el Padre es identificado con el género masculino, igual que el Hijo, el Señor Jesucristo, y el Consolador (gr. parákletos), el Espíritu Santo. (3)
Dos, en el capítulo 3 probamos que toda verdad no puede demostrarse a través del método científico debido a que las ciencias naturales se ocupan del estudio de la materia; no sirven para escrutar el mundo intangible o situaciones de la vida diaria. Pero ello no desvirtúa una verdad inmaterial ocurrida en tiempo y espacio reales. En pocas palabras, algo tan natural como las ciencias convencionales y su método científico son inoperantes para estudiar, entender o investigar cosas sobrenaturales. Espero que eso esté claro en la mente del fanático racionalista y del cientificista.
Como recodaremos, un hecho ocurrido en tiempo y espacio reales no puede llevarse a un laboratorio ni colocarse en un tubo de ensayo. ¿Será falso por ello? ¡De ninguna manera! ¿Cómo demostrar que estuve esta mañana en el parque para caminar como lo hago todos los días? ¿Cómo podemos probar que estudié periodismo en la Universidad de Panamá? ¿Cómo demuestra un excelente y honesto abogado que su defendido es inocente? ¿Vivió Bolívar? ¿Es Freud el padre del sicoanálisis? ¿Vivió, murió y resucitó Jesucristo al tercer día? El método científico -afirma Josh McDowell- “solo es útil para probar lo que puede repetirse”. Por tanto, es inapropiado para probar o desaprobar situaciones relacionadas a un sujeto o un evento histórico. Con el método científico no se pueden absolver esos interrogantes. A fin de demostrar que lo ocurrido corresponde a la realidad debemos remitirnos a las evidencias circunstanciales e históricas (testigos, huellas, hallazgos arqueológicos, tesis de grado, diplomas, escritos, libros, etc.) que haya al respecto. McDowell llama a esto “prueba histórica legal”, que se fundamenta en demostrar que algo es un hecho real que está fuera de toda duda razonable. (Muchas dudas de los cientificistas y fanáticos de la razón ¡impura! son irracionales o fanáticas y deshonestas. No más basta escudriñar sus argumentos y te darás cuenta de lo que afirmo: son ricos en contenido filosófico pero carentes de sensatez) Llegamos a un veredicto teniendo como fundamento el abrumador peso de las evidencias. De manera que el método científico no es el único medio para probar una verdad.
Hay quienes ignoran o no quieren resignarse a que las verdades espirituales no se pueden probar o refutar a través del método científico de las ciencias convencionales. Y las ciencias naturales no son omnímodas.
(El creyente en Cristo tiene una extraordinaria ventaja sobre otros creyentes o seguidores de religión, filosofía, ideología y cualquier tipo de creencia o posición porque cuenta con la experiencia vivencial e irrefutable del nuevo nacimiento, que constituye en sí mismo la evidencia más contundente a favor de la realidad de Cristo en la vida del humano. El nuevo nacimiento no es solamente una revolución mental o de emociones en el alma, como ocurre en otras religiones o filosofías, sino que además se da sobre todo en el espíritu del creyente. De muerte espiritual, el cristiano pasa a vida espiritual. Solo quien ha experimentado tal hecho puede entenderlo. De ahí que quien no haya pasado por tal experiencia sea incapaz de hablar del tema con propiedad y objetividad. Si osa hacerlo, filosofa y habla de realidades desconocidas para él. Mi abuela dice que “nadie sabe de feria si no ha ido a una”)
Tres, en el Señor Jesucristo se cumplieron ¡60 profecías! importantes del Antiguo Testamento anunciadas más de 400 años antes de su nacimiento. ¿Qué te parece? Me imagino que los cientificistas y fanáticos racionalistas desconocen esa grandísima verdad. ¿Las conocerá el tristemente célebre Seminario de Jesús? ¡Sus miembros tienen los criterios cargados!
Bien, hablemos de estadísticas y probabilidades que nos encantan tanto como a George Gallup (1900-1984), citado en el capítulo 3: Peter W. Stoner en un análisis estudiado concienzudamente y avalado por la American Scientific Affiliation afirma que la probabilidad de que ¡ocho! profecías se cumplieran en una misma persona es de 1 entre 100.000.000.000.000.000. ¿Qué tal? (4)
Pues bien, si es extremadamente difícil que solo ocho profecías se cumplan en una persona, ¿te parece posible que 60 profecías tengan cumplimiento por “casualidad” en el resucitado Cristo histórico? ¡En ninguna manera!
Ojo, hay dudas honestas, deshonestas y fanáticas. Esto es, existen dudas reales u honestas y dudas deshonestas y extremistas. Las dudas honestas las tenemos todos: los cristianos y los que no son cristianos. Las dudas deshonestas son utilizadas por algunos como evasiva para seguir en sus caminos que el Evangelio de Jesús desaprueba. Las dudas fanáticas son banderolas izadas por las gentes que no se dan el permiso de analizar las pruebas a conciencia, aspirando aplicar racionalismo y cientificismo a todo cuerpo de verdad; al no lograrlo, se frustran y sienten minimizados, pues por Su naturaleza es imposible que Dios, Jesús y lo sobrenatural quepan en su minúsculo cerebro, en el tubo de ensayo y en el laboratorio.
Hay dudas y dudas. ¿Tienes dudas? ¿De qué tipo son? Dime cómo son tus dudas y te diré quién eres. Ya hemos expresado que hay quienes colocan su escepticismo tan alto que nada podría llegar a convencerlos. (Esas son dudas fanáticas racionalistas o cientificistas) Es decir, sus demandas de pruebas son estándares tan irracionales que ninguna evidencia racional les convencerá por muy bien fundada que sea. El problema no está en las evidencias, sino en la actitud de ellos ante la verdad teológica. Los criterios cargados son semejantes a los dados cargados porque producen inevitablemente los resultados deseados desde un principio. Habrá quienes no compren ni lean ni toquen esta obra por mi posición teológica cristiana. Lo más triste es que no todos serán escépticos, agnósticos o ateos, sino incluso gente religiosa.
No te dejes convencer por cientificistas y fanáticos racionalistas con todo y su arsenal seudocientífico. Pues el cientificismo no es ciencia sino el fallido intento de verlo todo a través del conducto de una falsa ciencia. Es pretender conocer una casa por medio del hueco de la cerradura de la puerta. Y el racionalismo es una hinchazón en la cabeza. Como dijera en un capítulo anterior, es tener la cabeza más grande que el espíritu. Esto es, tener la razón (alma) por encima del órgano más puro del humano: el espíritu.
Una de las acepciones de cientificismo, según el Diccionario, es: “Doctrina [dogma] según la cual los métodos científicos deben extenderse a todos los dominios de la vida intelectual y moral sin excepción”. ¿Qué te parece? Otra definición: “Teoría [filosofía] según la cual los únicos conocimientos válidos son los que se adquieren mediante las ciencias positivas”. Una última acepción: “Tendencia a dar excesivo valor a las nociones científicas o pretendidamente científicas”. El fanatismo, radicalismo y dogmatismo son obvios en estas concepciones seudocientíficas.
Prosigamos: Analizamos que la fe en Jesucristo es susceptible a ser comprobada como hecho histórico porque está fundada sobre hechos reales y evidencias histórico-espirituales contundentes y comprobables por medio de la “prueba histórica legal”. Pero resulta que para cientificistas y fanáticos racionalistas (con criterios cargados) los hechos históricos que narra la Biblia “no” tienen validez porque a ellos se les ocurre afirmar que “no son dignos de confianza”. Si los hechos del Evangelio no son dignos de confianza, entonces la historia de la humanidad tampoco es fiable. Contra lo que el incrédulo piensa, los hechos reales del Evangelio y de la Biblia entera son más dignos de confianza que cualquier suceso histórico por estar cimentados en el Dios vivo que creó el universo y la vida y el Cristo que murió y resucitó. Y de ello hay muchísimas evidencias reales. Más aún, contamos con mejor documentación histórica fidedigna sobre el Señor Jesús que de cualquier fundador de otra religión. (A muchos cristianos no les gusta decir que el cristianismo es religión. Claro que lo es, pero el resucitado Cristo histórico no es religión y mi relación con Él -fundador del cristianismo- debe ser renovada cada día; no una mera religiosidad) He expresado que el incrédulo suele colocar sus estándares de prueba tan elevados que ninguna evidencia es suficiente por muy fehaciente que esta sea.
Recordemos que muchas instituciones científicas creen y sostienen dogmáticamente que toda hipótesis o teoría que conduzca a Dios y lo sobrenatural no es científica. ¿Qué preferimos creer: hechos reales ocurridos en lugar y tiempo reales y vidas transformadas sacadas del sinsentido, alcoholismo, drogas y la mala vida por el poder del resucitado Cristo histórico? ¿O especulaciones filosóficas con vestimenta de ciencia?
En efecto, para pensadores como Popper hay momentos en los cuales la ciencia convencional deja de ser conocimiento absolutamente seguro para ser hipotético, especulativo. Deja el método inductivo para encaminarse por lo deductivo. Desiste del principio de verificación para abrazar el de falsificación. Por último, Popper sostiene que la ciencia no significa poseer la verdad, sino persistente búsqueda, con criterio crítico, sin concesiones, de esa verdad. (5)
Hay quienes creen (gracias a Dios es solo una creencia) que si una declaración es religiosa tiene que ser necesariamente una falacia. O afirman basados casi siempre en sus creencias, no en hechos demostrados por ninguna ciencia: “Desde el punto de vista religioso... pero según la ética o la ciencia...”. Dicho de otro modo, lo que desean significar es que sin importar los hechos y las evidencias el punto de vista o las afirmaciones religiosas siempre están equivocadas, por el “pecado imperdonable” de ser religiosas. Estos prejuiciosos antirreligiosos ignoran que la verdad es autónoma de quien la transmita. La verdad es verdad aquí y en cualquier parte del universo. Y lo que menos importa es quien la diga. Si para nosotros es más importante el mensajero o portador del mensaje que el mensaje, somos sectarios aunque no seamos religiosos. Los que tienen criterios cargados creen que todo debe tener un origen material y una explicación racional. No están ni tibios, pues por no ser materia Dios no tiene principio ni fin, y la incapacidad del escéptico de entender eso no falsea la comprobada verdad de la existencia de Dios.
Resumiendo, diríamos que hay científicos que no son científicos, sino filósofos vestidos de científicos. O por lo menos son más filósofos que científicos. Narcisistas con delirios de grandeza y omnisciencia y deseos protagónicos. Tienen tantas presuposiciones (criterios cargados) en la cabeza que automáticamente se descartan para ser investigadores imparciales. Hay “ciencias” que no son ciencia. Ni el cientificismo ni el racionalismo son ciencias. Son posiciones extremistas del racionalista materialista y leguleyo ateísta. La verdadera fe y la genuina ciencia no son excluyentes, sino que la ciencia convencional reafirma lo que la fe ya sabe por experiencia propia, no por cuento o conjetura. (No pasemos por alto que una creencia religiosa o cientificista es casi siempre un parecer, una especulación; mientras que la convicción bíblica y los aportes científicos surgen de un hecho empírico e histórico) Esos llamados científicos no crean, no descubren leyes ni colaboran a modificarlas para bien; solo especulan. En realidad no son hombres de ciencia, sino filósofos. No es malo ser filósofo. Lo censurable es usar la máscara de científico o una profesión relacionada con alguna ciencia natural o social para engañar y confundir. Insisto, ninguna ciencia es inerrante porque el ser humano no lo es. Lejos está la ciencia convencional de saberlo, explicarlo y entenderlo todo.
Ahora bien, no olvidemos que es inusual tener evidencias exhaustivas en cualquier campo del conocimiento humano que despejen toda posibilidad de duda, pero podemos hallar suficientes evidencias para determinar que lo que creemos es creíble y objetivamente cierto. En esta vida, dijimos, no hay prueba absoluta de nada. Toca investigar con honestidad intelectual y ver qué argumento se ajusta más y mejor a los hechos; no a nuestros prejuicios, presupuestos y resentimientos, pues los criterios y emociones cargados son pésimos consejeros.
El apologista cristiano Josh McDowell lo describe de esta manera:

¡Cuidado! Yo no estoy diciendo que probé más allá de una sombra de dudas que Jesús es el Hijo de Dios. Lo que hice fue investigar la evidencia y poner en la balanza los pro y los contra. Los resultados mostraron que Cristo debe ser quien él afirmaba ser, y que yo debía tomar una decisión, lo cual hice. La reacción inmediata de muchos es: ‘Encontraste lo que querías encontrar’. Ese no es el caso. Yo confirmé por medio de la investigación lo que quería refutar. Me prepararé para desacreditar al cristianismo. Yo tenía preferencias y prejuicios no a favor de Cristo, sino en contra de él.
Hume diría que la evidencia histórica es inválida porque uno no puede establecer la ‘verdad absoluta’. Yo no estaba buscando la verdad absoluta sino más bien la ‘probabilidad histórica’. [Esto es] [...] las suficientes evidencias como para establecer que lo que creemos es creíble y objetivamente cierto. (6)

Ya hemos hablado que el conocimiento humano no es completo en ninguna disciplina porque nuestras limitaciones de saberlo todo son obstáculo para conocer todo cabalmente, mas las evidencias reales recabadas dan fe de que lo que creemos es aceptable y objetivamente cierto. Dudar de ello sin investigar honestamente es ser irresponsable y tener criterios cargados.
En cuanto a la compatibilidad o incompatibilidad entre las ciencias naturales y la ciencia teológica, el físico matemático y ministro religioso John Polkinghorne sostiene:

Nadie nunca ha visto un quark, y creo que nadie nunca podrá verlo. Están tan juntos el uno al otro dentro de los protones y neutrones que nada puede hacer que se separen. ¿Por qué, entonces, creo en estos quarks invisibles? ... En resumen, es porque los quarks tienen sentido a partir de una gran cantidad de evidencia física... Deseo emplear una estrategia similar con respecto a la realidad invisible de Dios. Su existencia les da sentido a muchos aspectos de nuestro conocimiento y experiencia: el orden y la fertilidad del mundo físico; el carácter múltiple de la realidad; las experiencias humanas casi universales de adoración y esperanza; el fenómeno de Jesucristo (incluyendo su resurrección). Creo que en ambos casos se involucran procesos de pensamiento muy similares. Yo no creo que se efectúa un cambio intelectual extraño en mí cuando me muevo desde la ciencia [natural] hacia la religión [cristiana]... En su búsqueda de la verdad, la ciencia [convencional] y la fe [en hechos reales] son primas intelectuales bajo la misma piel.
[Sin embargo,] El conocimiento religioso [cristiano] es más demandante que el conocimiento científico [convencional]. A la vez que requiere una atención escrupulosa al tema de la verdad, también exige una respuesta de compromiso con la verdad descubierta. (7)


Recordemos lo tratado en el capítulo 1 al señalar que ese “compromiso con la verdad descubierta” es lo que impide, o, mejor dicho, utilizan muchos como excusa para rechazar a priori el Evangelio y las demandas del resucitado Cristo histórico. Tal actitud es lo que catalogamos deshonestidad intelectual.
Y no pocos filósofos con bata blanca son deshonestos al pretender escamotear los más recientes descubrimientos de las ciencias naturales sobre el origen del universo y la vida inteligente con tal de rehuir del compromiso implícito en esa verdad descubierta. Lo dijimos, eso de “ateo intelectualmente satisfecho” es mito, salvo que la persona tenga un ego (intelecto) enajenado.
En una carta dirigida a la Junta de Educación del Estado de California (E. U. A.), Wernher von Braun, padre del programa espacial de la NASA, se refiere a la parcialidad y deshonestidad de muchos a favor de la tesis evolutiva en estos términos:

Muchos hombres inteligentes y de buena fe dicen que no pueden visualizar a un Diseñador [en el origen del universo y la vida]. Bien, ¿puede un físico visualizar [representar objetivamente] un electrón? El electrón es materialmente inconcebible y, sin embargo, es tan conocido por sus efectos que lo usamos para iluminar nuestras ciudades, para dirigir los aviones a través del cielo nocturno, y para tomar las medidas más exactas. ¿Qué extraño razonamiento hace que algunos físicos [y otros autodenominados científicos] acepten la realidad de los inconcebibles electrones [y quarks], mientras que a la vez rehúsan aceptar la realidad de un Diseñador porque no pueden concebir tal idea? Temo que aunque en realidad ellos tampoco comprenden el electrón [ni el quark], están dispuestos a aceptarlo [s] porque lograron producir un torpe modelo mecánico de él [ellos] empleando su experiencia limitada en otros campos, pero no sabrían cómo comenzar a construir un modelo de Dios. [Jesús es el perfecto modelo de Dios por ser la cara visible del Dios inmaterial e infinito]

Más adelante, Braun añade:

No debería permitirse que lo inconcebible de un asunto fundamental (que siempre estará fuera del alcance de la resolución científica) descarte una teoría que explica la interrelación de los datos observados y es útil para predecir.
En [la] NASA a menudo nos preguntaban cuál fue la verdadera razón de la asombrosa cadena de éxitos que tuvimos con nuestros vuelos Apolo a la Luna. Creo que la única respuesta honesta que podíamos dar era que tratamos de no pasar por alto nada. En ese mismo sentido de honestidad científica [ausente en muchos], apoyo que en las clases de ciencia [natural] se presenten teorías que son alternativas respecto al origen del universo, la vida y el hombre. Sería un error pasar por alto la posibilidad de que el universo haya sido planeado en vez de haber surgido por casualidad. (8)

La pregunta que salta es: ¿le creo a Dios que sabe con certeza lo ocurrido allá en los orígenes del universo y de la raza humana porque los creó, o le creo al humano que presume saberlo todo y en verdad no sabe casi nada, pues ni siquiera conoció a su tatarabuelo, esto es, al papá de su bisabuelo o tercer abuelo, pero hace alarde de saber de nuestros antepasados? Prefiero creerle a Quien sabe cómo fueron las cosas porque estuvo allí y nos lo revela en Su palabra la Biblia, no a un montón de especuladores deshonestos que jamás estuvieron allí y pasan por alto ciertas declaraciones y hechos solo porque no cuadran con su “ciencia” y razón.
Por otro lado, no pocos están prejuiciados con el vocablo dogmático y con justa razón porque ha habido y hay muchísimo dogmatismo perverso (Tomás de Aquino) en iglesias y credos. (Filósofos y autodenominados científicos tampoco escapan del virus dogma) Quienes no entienden la fe o son partidarios del fideísmo pretenden que el creyente acepte dogmas sin darse el permiso de pensar y cuestionar si es preciso hacerlo. Pues bien, lo malo no es ser dogmático, sino ser sectario, fanático, inflexible, irracional. Toda doctrina cristiana o no es dogma (enseñanza), como lo es toda posición ideológica, científica, filosófica o de cualquier índole, aunque los relativistas no crean en verdades absolutas. Algunas veces debes ser dogmático en lo que crees; más en las convicciones hijas de tu experiencia con Jesús y hechos históricos que sustentan al cristianismo. Pero, sin ser sectario ni extremista ni permitirte escuchar y respetar opiniones distintas o disidentes.
En el capítulo 2 observamos que la verdad es dogmática y exclusiva por excluir la mentira. Las matemáticas son dogmáticas; las leyes de la naturaleza son dogmáticas. Las empresas e instituciones de servicios públicos son ¡tan dogmáticas! No pagues la luz, el agua, el teléfono, la internet y la televisión por medio del cable para ver qué pasa. ¿Puedes imaginar lo que sucedería si los banqueros y personal de un banco no fueran dogmáticos con las cuentas? ¡Quebrarían en segundos o se harían millonarios con dineros ajenos!
Jesús y cualquier otro maestro de religión o de la vida han sido dogmáticos. Los filósofos del pasado y del presente que han presumido y se vanaglorian de antidogmáticos y científicos también han sido y son ¡dogmáticos! (no se dan cuenta de su extremado dogmatismo, o “se hacen los locos para pasar buen tiempo”, dice mi abuela) Jesús hizo muchas afirmaciones dogmáticas que le suscitaron serios problemas con la clase religiosa dominante de sus tiempos. La sentencia contra Jesús para llevarlo a la cruz fue porque afirmó (fue dogmático) ser el Hijo de Dios (igual a Dios) delante de los fanáticos religiosos de su época que le envidiaban, pues el pueblo le oía con gusto y lo seguía. Jesús no fue condenado a la cruz por lo que había hecho, como mandan las leyes de nuestros tiempos (a menos que la persona incurra realmente en calumnia e injuria), sino por lo que había dicho. Las cosas como que no han cambiado, puesto que hoy el inocente a veces es culpable hasta que no demuestre lo contrario. Bien lo afirma el genial Cantinflas al ser detenido injustamente, “mientras las cosas se aclaran, yo veo oscuro”.
El Señor Jesús en cierta ocasión interrogó a sus discípulos con esta pregunta: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” Los discípulos le contestaron: “Unos, [dicen] que [eres] Juan el Bautista; otros, que [eres] Elías; y otros que [eres] Jeremías, o alguno de los profetas”. Y Él insistió pero de otra manera: “¿Quién dicen ustedes que soy yo”. Y Simón Pedro en un chispazo de revelación divina le contestó: “Tú eres el Cristo [ungido; Mesías], el Hijo del Dios viviente”. (San Mateo 16: 13-16)
Ahora, que eso lo digas tú o yo -gentiles- ajenos al pueblo de Israel no es extraordinario. Pero que lo asegure un ex pescador judío como el apóstol Pedro o un doctor en letras, leyes, teología y divinidad como san Pablo es algo fuera de serie por el trasfondo monoteísta de los hebreos. Para ellos solo hay un Dios verdadero, tal cual enseña el Antiguo Testamento. Pero resulta que ese Dios se reveló mediante el Señor Jesús, el Cristo. Y de ello fueron testigos oculares los apóstoles, los discípulos y Saulo de Tarso. ¿De veras podemos imaginar el caos al que quedaron sumidos el conocimiento, religión y teología de un hombre tan ilustrado y sabio como Saulo de Tarso? Las creencias y teología de ellos fueron revolucionadas al manifestarse en carne y hueso el Hijo de Dios, que para confirmar más sus pretensiones divinas se les apareció vivo por más de cuarenta días. Lo vieron, tocaron y comieron con Él durante esos 40 días. Pablo, por su parte, tuvo audiencias especiales con el resucitado Cristo histórico que se le presentó para explicarle personalmente el Evangelio. (A pesar de las evidencias de la excepcional conversión de Saulo, el incrédulo es capaz de hallar cualquier explicación por muy extraña o absurda que sea)
El Señor Jesucristo hizo muchas declaraciones revolucionarias que nadie en la historia de la humanidad se ha atrevido a decir. Ha habido quienes han asegurado ser el Cristo, pero al momento de demostrarlo con milagros y prodigios desaparecen por donde vinieron. En el momento en que escribo conozco dos casos de predicadores autoproclamados el Cristo. Narra la Biblia que en cierta ocasión unas personas trajeron un paralítico en una camilla para que Jesús lo sanara, “y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: ‘Ten ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados’. Entonces algunos de los escribas y fariseos [líderes religiosos monoteístas] decían dentro de sí: ‘Éste blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo Dios?’. Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ‘¿Por qué cavilan maldades en sus corazones?’”. (San Mateo 9: 2-4; San Marcos 2:7)
Deseo resaltar lo siguiente: “¿Qué es más fácil decir -preguntó Jesús-: ‘Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?”’. (San Mateo 9: 5) ¡Por supuesto, Jesús, es más fácil hablar que hacer! Más fácil es decir “tus pecados te son perdonados” que sanar al paralítico. Para demostrar que no hablaba tonterías, Jesús manifestó: “Pues para que sepan ustedes que [Yo] el Hijo del Hombre tiene potestad [autoridad] en la Tierra para perdonar pecados (le dijo entonces al paralítico): ‘Levántate, toma tu camilla, y vete a tu casa’”. (San Mateo 9: 6) ¿Qué pasó luego de esas imponentes palabras? Marcos y Lucas, que también registran este incidente, pero con otras palabras y desde otro enfoque periodístico -si se me permite la expresión- escriben: “entonces él [el paralítico] se levantó, y tomando enseguida su camilla, salió a la vista de todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaban a Dios, diciendo: ‘Nunca hemos visto nada como esto’”. (San Marcos 2: 3-12; San Lucas 5: 18-26)
Ahí está la abismal diferencia. Jesús respaldaba sus palabras con milagros, prodigios y señales. Nadie más ha podido hacerlo con la grandeza, señorío y autoridad del carpintero de Nazaret, aunque Él reveló que si teníamos fe y creíamos en Él, mayores cosas haríamos. (San Juan 14: 12) En los siglos XX y XXI ha habido y hay personajes religiosos con sabiduría poco común, y se asegura que hacían y hacen prodigios y milagros. Puede ser cierto que hagan milagros, pero ninguno se compara a Jesús de Nazaret. Jesucristo es fuera de serie. Las evidencias históricas y la experiencia religiosa de los que le rendimos la vida así lo confirman, aun cuando los que rechazan a priori lo sobrenatural no lo tomen en cuenta, porque no cuadran con su razón y “ciencia”.
Por otra parte, también hemos señalado que Jesús no fue sacado de la mitología griega ni nada parecido como aseveran algunos que rechazan la historicidad del resucitado Cristo histórico. Hay más evidencias históricas, escriturales y sobrenaturales sobre la vida, pasión, muerte, resurrección corporal y ascensión de Jesús que las que existen sobre los fundadores de otra religión antigua. (Como señalara arriba, la fe en Jesús tiene una extraordinaria ventaja sobre cualquiera de los sistemas religiosos, filosóficos o ideológicos porque la experiencia del nuevo nacimiento transforma al humano de raíz y para bien, de tal manera que no vuelve a ser el mismo. Jesús aún está empeñado en cambiar vidas)
Bertrand Russell es uno de esos sujetos evasivos de la Historia que se salen por la tangente y osan aseverar que “históricamente, es muy dudoso el que Cristo existiera, y, si existió, no sabemos nada acerca de Él, por lo cual no me ocupo de la cuestión histórica que es muy difícil”, ignorando que hay ¡39! fuentes extrabíblicas que registran la historicidad de Jesús y los principios de la Iglesia cristiana desde cerca del 4 d. C., hasta la década del año noventa d. C. (9) (Las negritas son mías)
Russell pretende, como dicen en Panamá, “coger los mangos bajitos” en cuanto al carácter histórico de Cristo Jesús. Rehuye a la historicidad de Jesús porque “es muy difícil” y por temor a hallar suficientes pruebas de que Jesús no solo existió, sino que también murió, resucitó y todavía en el siglo XXI transforma vidas. (Otros grandes ex escépticos, agnósticos y ateos... pero convertidos al cristianismo al intentar refutar históricamente el Evangelio son: Sir William Ramsay, Lew Wallace, Giovanni Papini, Josh MacDowell, C. S. Lewis, Frank Morison, Gregory Boyd, et al. ¿Será que quienes aman leer obras de escépticos, agnósticos y ateos conocen a estos apologistas cristianos? ¡Lo dudo!)
La incoherencia de Russell es notable al expresar que “[...] no sabemos nada acerca de Él [Jesús]”; mas se dio a la resentida tarea de escribir y hablar de Alguien que apenas conocía de oídas (por lo que oyó del Evangelio) y por las posibles hojeadas a los evangelios. Dificulto que alguien que escriba tantos disparates en cuanto al Evangelio contenido en el Nuevo Testamento haya leído y estudiado seriamente el Evangelio bíblico. Debe ser que leyó un evangelio apócrifo de esos que abundan por ahí y que buscan los que tienen comezón de oír y leer algo “diferente” con tal de “desmeritar” el Evangelio canónico. O se dedicó a estudiar lo “escondido” por la Iglesia primitiva y por la Iglesia católica en tiempos modernos para evitar que se supieran otras “verdades” en cuanto a Jesús (Los Russells del siglo XXI leen el “Evangelio de Judas” y otros “evangelios” y novelillas, y ven peliculillas y documentalillos en lugar de ceñirse a las fuentes oficiales del cristianismo. Están como los “periodistas” y medios que por vender y llenar espacios inventan fuentes e historietas, o aquellos “escritores” que por ganar protagonismo y dinero escriben morbosas novelas)
Pues bien, ningún historiador serio se atreve hoy a expresar que Jesús es un mito; tal vez lo haga un economista o un filósofo con ínfulas de científico, pero no un historiador.
A fin de profundizar sobre la personalidad de Jesucristo de Nazaret y la inerrancia de la Biblia recomiendo las obras de Josh MacDowell Evidencia que exige un veredicto (Editorial Vida), Evidencia que exige un veredicto: evidencias históricas de la fe cristiana, Volumen II (Editorial Clie), o la actualización de esas dos obras titulada Nueva Evidencia que demanda un veredicto (Editorial Mundo Hispano) y Más que un carpintero (Editorial Betania y Editorial Unilit).
Entre otros apologistas cristianos tenemos a Philip Schaff, F. F. Bruce, J. W. Montgomery, Craig Blomberg, Bruce Metzger, Jonathan Wells, Robin Collins, Michael J. Behe, Stephen C. Meyer, J. P. Moreland, Peter J. Kreeft, William Lane Craig, Walter I. Bradley, Norman L. Geisler, C. S. Lewis, Ravi Zacharias, John D. Woodbridge, Lynn Anderson, Edwin Yamauchi, John McRay, Gary Habermas, Gregory Boyd, Ben Witherington, III, Gary Collins, D. A. Carson, Louis Lapides, Alexander Metherell… (La mayoría han sido entrevistados por el periodista Lee Strobel, quien fuera ateo. Sería bueno que quien tenga aún dudas honestas sobre Jesús y la fiabilidad de la Biblia investigue acerca de estos autores y sus obras por medio de la gran ayuda que es internet. En las obras de Strobel, citadas en la Bibliografía, son entrevistados estos eruditos y se mencionan los libros de estos apologistas y otros más)
Pues bien, solo Jesús se atrevió a declarar y a respaldar con hechos expresiones como estas: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”. (San Juan 11: 25, 26) Esto lo aseveró ante la tumba de su amigo Lázaro, al que resucitó. “Yo soy el pan de la vida, el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”. (San Juan 6: 35) Aquí Jesús toca las necesidades físicas más importantes del ser humano: agua y pan. ¿Decía Jesús la verdad sobre sí, o era un farsante o sicótico que engañaba al pueblo?
Ya expresamos que a Jesús la traición de Judas Iscariote, su arresto, juicio, condena y crucifixión no lo tomó por sorpresa ni fue víctima de las circunstancias. Jesús siempre tuvo el control de la situación porque sabía quién era, a qué había venido, lo que quería y hacia dónde iba. “El Padre me ama, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo la pongo por mi propia voluntad. Tengo potestad [autoridad] para ponerla, y tengo potestad para volverla a tomar”. (San Juan 10: 18)
A manera de paréntesis, toca aclarar un punto importante: un lector desprevenido o lego en las Escrituras puede ser sorprendido en su buena fe por publicaciones sensacionalistas de evangelios apócrifos donde se intenta por todos los medios ensalzar a los antihéroes. Otros, leyendo los evangelios canónicos pudieran arribar a la conclusión de que Judas fue el chivo expiatorio de las circunstancias, inclusive de los designios de Dios, pues “tenía que traicionar a Jesús aunque no lo quisiera”. O -como asegura el supuesto “Evangelio de Judas”- que Jesús le pidió a Judas que lo traicionara para que las profecías del Antiguo Testamento se cumpliesen, haciendo al falso apóstol víctima de los propósitos divinos.
Algunos aseguran: “Judas se arrepintió”. El hecho que Jesús supiera de antemano la traición de Judas no hace a Jesús culpable ni cómplice. Dios sabía que Adán fallaría, pero ello no imputa a Dios pecado alguno. Solo demuestra la presciencia (gr. prognosis = conocimiento anticipado) de Dios, o su omnisciencia, como solemos llamarla. Predestinar (gr. proorizo) se compone de dos vocablos: pro, por anticipado; y orizo, determinar. Esto es, predestinar es determinar (gr. diatasso) por anticipado. Nunca en la predestinación está encerrada la idea de destinar a alguien al infierno. Dios no predestinó a Judas a que traicionara a Jesús; Dios sí sabía que Judas lo haría y por tal razón lo dio a conocer a los profetas siglos antes de que Jesús viniera. Ni el mismo Judas ni ninguno de los apóstoles tenían conocimiento de lo que haría el Iscariote. El único que tenía conocimiento de lo que sucedería era Jesús, mas ello no lo hace malvado ni inmoral.
Dijimos que Dios tampoco predestina a unos para salvación y a otros para condenación. Él escoge a alguien por adelantado y lo prepara tal como hizo con Saulo de Tarso, el rey David y otros porque ya sabe cuál será la actitud de esa persona para con Dios, aunque en ese momento sea irracional e inflexible. Dios ve más allá de lo que nosotros podemos ver. Detrás de un sujeto fanático y radical contra los asuntos de Dios puede haber un instrumento de Dios que lleve Su Palabra al mundo entero. Eso ha sucedido en reiteradas ocasiones. Pero el caso más notable es el de Saulo de Tarso, más tarde san Pablo. De ser el enemigo número uno del cristianismo del siglo I, pasó a ser el hombre más grande y revolucionario de la cristiandad después del mismo Jesucristo. Aún en el siglo XXI la vida y las palabras de Pablo son inspiración a millones de hombres y mujeres. Prácticamente no ha habido avivamiento en la Iglesia que no esté fundado en las doctrinas paulinas, a su vez empapadas de las enseñanzas del Señor Jesús. Es evidente que ello solo lo hace en el ser humano Aquel para Quien vivía y por Quien murió Pablo el apóstol.
Vimos que Dios dijo de Jacob y Esaú: “A Jacob amé, y a Esaú aborrecí”. ¿Es injusto Dios? Dios no se equivocó. A pesar de que Jacob fue engañador por un tiempo, cambió de actitud (mente). Mientras que Esaú demostró que lo espiritual le importaba un comino. ¿Se equivocó Dios al aceptar la ofrenda de Abel y repudiar la de Caín? ¡En lo absoluto! Caín sacó a relucir lo mundano y desobediente que era. Abel brilló con luz espiritual al aceptar y obedecer a Dios sobre el tipo de ofrenda para su Creador, que miraba al Cordero de Dios que derramaría su sangre por nosotros. Dios lo sabe todo y no ve el físico de la persona, su conocimiento, títulos, posesiones, apellidos, raza o clase social; Él observa el corazón y las actitudes del humano; lo que hay detrás de los títulos, posesiones, apariencias y el físico. Si de veras Judas se hubiera arrepentido no habría recurrido al suicidio, pues la tristeza en los caminos de Dios lleva al arrepentimiento (gr. metanoeo = cambio de mente o actitud; cambio de dirección), no al desespero y a la muerte. Judas debe haber sentido angustia mezclada con remordimiento por haber entregado a un inocente a la muerte.
Continuemos con Jesús; en otra ocasión el Maestro reveló también que tenía señorío sobre la vida y la muerte al expresar: “Destruyan este templo [mi cuerpo] y en tres días lo levantaré”. Los incrédulos no entendieron, pues Jesús no hablaba del templo de Jerusalén, sino de su propio cuerpo. “Por eso, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron a la Escritura [profecía del Antiguo Testamento sobre Jesús] y a la palabra que Jesús había dicho”. (San Juan 2: 19-22)
Jesús fue y sigue siendo un revolucionario espiritual que culminó su obra en la cruz del calvario cuando exclamó: “Consumado está”. (San Juan 19: 30) Y así lo demostró al resucitar pasados tres días de su muerte. Ascendió a los cielos luego de manifestárseles vivo durante cuarenta días a sus discípulos, y “después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez [que lo vieron y tocaron] [...] “Después se apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles. Y al último de todos, como a un abortivo, se me apareció a mí”, escribe san Pablo con la tristeza propia de quien en sus tiempos de ignorancia había perseguido a la Iglesia de Jesús. (San Lucas 24: 36-43, 50, 51; San Juan 20: 24-29; 1ra Corintios 15: 6-8) Quien tenga quinientos buenos y veraces testigos oculares para una audiencia judicial de seguro gana el caso en el que litiga. (Las falacias manejadas por seudocientíficos acerca de alucinaciones e hipnotismo multitudinarios, convulsiones parciales complejas, fascinación inconsciente por Jesús que había estado reprimida por un tiempo... no servirán ante un juez que no se deje manipular ni impresionar por los traficantes de la verdad)
Recordemos el interrogante anterior: ¿Es Jesús quien decía ser? ¿O es un impostor, un fanático religioso, un charlatán o un sicótico? No puede ser un excelente maestro (como afirman muchos) si engañaba al pueblo y a todo el mundo con declaraciones tan revolucionarias y dogmáticas. ¿Decía Jesús la verdad o no sobre Él? ¿Es bueno o es malo? No puede ser bueno y malo al mismo tiempo. Las evidencias históricas y la experiencia de millones de individuos reafirman sin lugar a dudas que Jesús es quien dice ser y que la fe en Él es intelectualmente aceptable. Por ende, no cometo suicidio mental al creer en Él y aceptar lo que hizo por mí en la cruz del calvario. Jesús no es solo uno de tantos maestros religiosos o profetas que ha habido, sino que además es el mayor y mejor. Él no tiene parangón en ningún sentido. Sin ánimo de subestimar a nadie, ¿quién de los otros líderes religiosos habló (o habla) con tanta autoridad como Jesús? ¿Quién se atrevió a decir que el Altísimo y Él son una sola Persona? ¿Que Él es la luz del mundo, sal de la Tierra, el Camino, la Verdad, la Vida, la Resurrección, el pan de vida? ¿Quién ha sido capaz de aseverar con tanta autoridad que nadie puede ir a Dios sino excepto por medio de él? ¿Quién ha tenido potestad sobre la naturaleza y la muerte como Jesús? ¡Absolutamente nadie! Una de dos: O Jesús decía la verdad sobre Él, o es el peor engañador que ha pisado el planeta. O Jesucristo decía la verdad sobre sí, o es el peor farsante que ha existido. O Jesucristo es Dios hecho Hombre, o es un sicótico, digno de atar y encerrar por su peligrosidad. El punto clave aquí no es de creencias o religión, sino que es cuestión de veracidad o falsedad. ¿Es Jesucristo quien dice ser o no lo es? Cristo Jesús no puede ser veraz y engañador al mismo tiempo. No puede ser un excelente maestro si engañaba a sus oyentes con reclamaciones de divinidad y pretensiones espirituales de ese tipo. (Desde luego, habrá quienes como Russell y el Seminario de Jesús se escaparán por la tangente y se inventarán otro cristo para intentar desprestigiar al Jesucristo de los evangelios o afirmarán no creer en divinidades creyendo salir bien librados)
Dejémonos de ambivalencias y decidamos: si Jesucristo no es el Hijo de Dios, esto es, Dios manifestado en la carne, es el peor ser humano que ha pisado el planeta porque engañó, mintió y blasfemó, puesto que usó el Nombre de Dios en vano. ¿Es o no es? No digamos -para salir del paso y no comprometernos, o salir con una cantinflada- que es un gran profeta de Dios, el Hijo de Dios, un buen maestro... Porque si mintió al decir ser igual a Dios, engañó y blasfemó; es un desalmado, farsante y sicótico que bien merecía la muerte de cruz.
Si Jesucristo de Nazaret no es quien decía ser, entonces el Séptimo Arte debería otorgarle un Óscar por ser el mejor actor de todos los tiempos. Si no es un farsante ni un mentiroso ni sicótico, entonces es Dios manifestado en la carne y es digno de que nos postremos a sus pies y le hagamos nuestro Señor, Salvador y Maestro.
Traigo a colación los textos sobre la unicidad y perfecta unidad de Dios el Padre y su Hijo Jesucristo para dejar sentado y sin lugar a equivocaciones que el Único autorizado por Dios para reconciliarnos con Él es Su Hijo Jesucristo; más nadie. En esto, el Evangelio de Jesucristo es excluyente y dogmático porque la verdad cualquiera que sea lo es. No olvidemos que la verdad excluye la mentira. Y ello no me hace intolerante; como intolerante no es quien asegure que Santa Fe de Bogotá es la capital de la República de Colombia. Aunque no nos guste, no lo entendamos o no queramos aceptarlo.
Es Jesús o es Jesús; o los cristianos estamos en la verdad o los cristianos estamos equivocados, no hay otra alternativa. San Pablo expresa que Jesús “es la imagen del Dios invisible”. (Colosenses 1: 15) San Juan escribió: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo [Jesucristo], que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. (San Juan 1: 18) Dios el Padre no da otra opción ni hay atajos. Es Jesús o es Jesús. (Pero el cristianismo ni ninguna religión debe imponerse con la espada ni llamar “infieles”, “hermanos separados”, “hijos del diablo”, “intolerantes” o “fundamentalistas” a los que no creen lo mismo que yo)
En San Juan 14: 6, Jesús manifiesta: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por medio de mí”. Más claro que eso solo el agua potable de la tinaja de mi abuela. Jesús está diciendo que Él es el único camino, la única verdad y la única vida eterna y que solamente a través de Él se va al Dios que creó el universo y la vida. Muchos acusan al Evangelio de exclusivista. Jesús sí enseña en el Evangelio que solo Él conduce al único Dios verdadero. Sin embargo, también las otras grandes religiones del mundo son exclusivistas. Pero la gran diferencia es que todas las evidencias y nuestra experiencia con ese resucitado Cristo histórico apuntan a que Jesús decía la verdad al afirmar que Él es el único camino, la verdad absoluta y la vida eterna está en Él; y solo Él lleva a Dios. Ya expresamos que la verdad por definición es exclusiva porque excluye (expulsa) la mentira. De modo que, según Jesús, las evidencias y las experiencias nuestras, Cristo Jesús decía la verdad. Si alguien quiere enojarse, que lo haga con Él, pues no lo digo yo; lo asevera Él. Las evidencias y las experiencias únicamente confirman lo que Él aseguró. (Esto plantea una pregunta que responderé más adelante en cuanto a la salvación y condenación)
De manera que es una patraña lo que cree el teólogo y filósofo John Hick al indicar que las religiones del mundo son respuestas diferentes acondicionadas culturalmente al supremo o verdadero Dios. Hay declaraciones que parecen lógicas, y muchos creen que son bíblicas por venir de un teólogo; mas pueden ser píldoras de muerte doradas con razonamientos, tradiciones y doctrinas de hombres sin real asidero bíblico.
“Hay camino que al hombre le parece derecho, pero al final es un camino de muerte”, escribe el sabio Salomón en Proverbios 14: 12. El gran teólogo y filósofo de la Iglesia Pablo advierte: “Tengan cuidado, que no haya nadie que les esté llevando cautivos [engañando, embobando] por medio de filosofías y huecas sutilezas, según la tradición de los hombres, conforme a los principios elementales del mundo, y no según Cristo”. (Colosenses 2: 8) Juan el teólogo y escatólogo exhorta al cristiano: “Amados, no crean a todo espíritu, sino prueben si los espíritus proceden de Dios; porque muchos falsos profetas [maestros, pastores, evangelistas, apóstoles, teólogos y eruditos liberales] han salido al mundo”. (1ra San Juan 4: 1) (Si “han salido [gr. exercomai = ir fuera de, salir] al mundo” es porque por un tiempo estuvieron en la Iglesia del Señor, y ahora han salido a la luz para que se manifestase que nunca fueron ni son parte de la Iglesia y para oponerse a toda verdad espiritual. [1ra San Juan 2: 19])
Veamos: No solamente el Evangelio según San Juan nos revela que Jesús y Dios son una sola Persona. Literalmente todo el Nuevo Testamento y un sinnúmero de textos del Antiguo así lo afirman. Jesucristo es Dios manifestado en carne. Y es el único mediador entre Dios y el ser humano. Hagamos sucinta y directa toda esta dialéctica acerca de Jesucristo. Vayamos al grano: Que Jesús sea el único medio para la salvación de mi alma y exclusivo camino a Dios depende de que Él sea Dios hecho Hombre, ¿cierto? Pues bien, las evidencias históricas, escriturales y espirituales que demuestran sin lugar a dudas que Jesús es lo que dice ser están al alcance de nuestra mano. Si el crítico las quiere estudiar y analizar y solo persigue filosofar buscando protagonismo para seguir cebando el ego, es otra cosa. Las evidencias existen y están a su disposición. Toca tener la voluntad de investigar a fondo y con honestidad intelectual y sacar conclusiones. Una investigación científica no se hace especulando ni dándole rienda suelta a la lengua y el lapicero ni echando mano de supuestos seudocientíficos. De algo estoy seguro, quien busca la verdad sobre Jesús la hallará, puesto que el Cristo resucitado no está escondido ni los hechos del Evangelio se dieron en el sótano de una casa abandonada en un pueblo brujo de Jerusalén hace más de dos mil años. Además, ahí están los millones de testimonios de personas transformadas y hogares reconstruidos por obra del resucitado Cristo histórico. Si eso no es más que suficiente, ¿qué es lo suficiente para convencer al que sigue rechazando hechos reales? ¡Nada lo será! En realidad, tal sujeto no aceptará nada aunque el mismo Jesús se le revele como lo hizo con el incrédulo Tomás.
Si me molesta o temo examinar evidencias que alguien gentilmente me invita a escrutar, es debido -entre otras cosas- a la intolerancia de no saber lidiar con hechos contrarios a mis verdades, creencias o a ideas preconcebidas de que ya existe un cuerpo de verdad, desde luego, conocido por mí, y lo demás es pura vaciedad y superchería.
Hume es el ejemplo perfecto del dogmático, prejuicioso y narcisista que cree saberlo todo; por tanto, no ve la necesidad de escudriñar otras verdades por considerarlas -a priori- razonamientos “engañosos”:

Cuando revisamos las bibliotecas, persuadidos de estos principios [de la investigación del conocimiento humano], ¿qué daño podemos hacer? Si tomamos en la mano cualquier volumen, de divinidad o de metafísica, por ejemplo, preguntémonos: ¿Contiene algún razonamiento respecto a cantidad o número? No. ¿Contiene algún razonamiento experimental respecto a asuntos de hecho o de existencia? No. [Cómo se nota que Hume ignora que el cristianismo bíblico descansa sobre hechos históricos ocurridos en tiempo y espacio reales y en mis propias experiencias transformadoras con el Cristo resucitado] Echémoslo al fuego, porque no contiene nada sino sofistería [razonamiento sutil y engañoso] e ilusión. [De ahí que la futilidad e ilusión de invalidar la verdad espiritual con sofismas y vaniloquio sean propias de Hume y de los que piensan como él, no de los cristianos] (10)

Todos somos libres de expresar y publicar lo que creemos nuestra verdad. Pero, a mí me daría vergüenza señalar en público que soy ateo o que no creo en divinidades ni en demonios, pues ello más que cualquier otra cosa revelaría a los entendidos la ignorancia e irracionalidad de mis creencias. Más, sería un tipo científica y filosóficamente irresponsable puesto que -ya lo expresamos- no vivimos en la física newtoniana, sino en la física de Einstein en la cual el universo está abierto a todas las posibilidades. Insisto, el ateísmo es una creencia y/o posición irracional, como lo es -ya analizamos- el mito transformista llamado teoría de la evolución. Y el cientificismo es una perversión de la ciencia convencional como lo es el racionalismo de la razón y la buena filosofía.
A nuestro alrededor hay más gente intolerante y sectaria de la que nos imaginamos. Solo que algunos por vestir bata blanca son venerados y hasta adorados por culturas buscadoras de ídolos. Algunos de los autodenominados benefactores de la humanidad no recurren a la violencia física para agredir a los cristianos y creyentes en Dios, pero utilizan los medios de comunicación social alcahuetes para afrentar e irrespetar a quienes no cumplen sus requisitos de gentes de ciencia.
Muchos confunden la tolerancia con la verdad. Ya expresamos que tolerancia no es agregar la mentira a la verdad. Pues la verdad excluye la mentira. La luz excluye la oscuridad. Tolerancia es escuchar las verdades de todos aunque yo sepa (ojo, no digo crea o piense. Escribí: “aunque yo sepa”) que están equivocados. Es la aptitud de investigar verdades de otros y acoger con honestidad intelectual lo cierto de tu verdad y hacerlo parte de la mía. (Si no he examinado a conciencia otras verdades, ¿cómo puedo ser tan radical al señalar que otros están equivocados y yo estoy en la verdad? ¿Cómo estar tan seguro que el equivocado no soy yo? ¿Será que soy omnisciente? No hay excusas para tal obcecación de pensamiento, puesto que es una falacia aseverar o creer que existe un cuerpo establecido de verdad y lo demás es falso. El universo se ha abierto a un abanico de posibilidades. Quien diga lo contrario es un irresponsable y mentecato)
No se trata de aceptar las evidencias del cristianismo con una simple aceptación mental del cerebro pensante, sino de un asentimiento que abarque el cerebro emocional y al espíritu. “Tú crees que Dios es uno; haces bien”. Recuerda que “también los demonios creen y tiemblan”, advierte Santiago 2: 19. Que tu fe en Cristo afecte de tal manera tu vida que empieces a experimentar una especie de metamorfosis. Pero no para morir como Gregor Samsa, sino que sea salvadora, renovadora y sanadora que salve tu alma, la transforme y principie a llenar tus vacíos existenciales.
San Pedro hablando ante líderes religiosos que habían rechazado a Jesús como Mesías, les asegura que “éste [Jesús] es la piedra angular desechada por ustedes los constructores, la cual ha venido a ser [la] piedra angular”. Y “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. (Hechos 4: 12). “Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”. (1ra. Timoteo 2: 5)
Jesús muchas veces causó controversia entre sus seguidores por las afirmaciones dogmáticas que hacía. Eran de tal magnitud las polémicas que sus declaraciones suscitaban, que a veces algunos seguidores no le seguían más y se iban. En una de esas polémicas, Jesús preguntó a los Doce: ‘“¿Quieren acaso irse también ustedes?”’. (San Juan 6: 67) Simón Pedro, en uno de esos momentos de iluminación, le contestó con unas palabras que son piedra angular en la vida cristiana: “Señor, ¿a quién iremos? [Solo] Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”’. (San Juan 6: 68)
Escrutemos un poco la asombrosa afirmación de Simón Pedro: Pedro habla de que él y los demás apóstoles primero habían creído que Jesús era el Hijo del Dios viviente. [Eso es fe] Esto es, él y los otros pensaban o consideraban que Jesús era igual al Creador del universo y la vida inteligente. Pero, a raíz de su convivencia con Él y Su resurrección, ya no creían o pensaban que Jesús era el Altísimo encarnado; ahora sabían (experiencia, vivencia, revelación, conocimiento) que en efecto el resucitado Cristo histórico era y es el Hijo del único Dios verdadero. De una suposición, creencia en cuanto a la identidad de Jesucristo, Pedro y los demás apóstoles y discípulos ahora conocían por experiencia propia que Quien había vivido con ellos tres años y medio era y es: “el Hijo del Dios viviente”. Dios hecho Hombre. (¿Qué argüirán a esto los incrédulos? Desde luego, han dicho que la vida de Jesús se ha mezclado con leyendas para dar preponderancia al simple carpintero de Galilea. ¡En el capítulo 2 demostramos la falsedad de tal postulado!)
A semejante conclusión irrefutable llega el creyente nacido de nuevo que a lo largo de los años ha experimentado y visto la Mano de Jesús sobre su vida. Por consiguiente, ¿quién puede rebatirle tan convincentes pruebas? ¡Nadie! Por mucha filosofía o argumentos cientificistas o racionalistas que sean esgrimidos. (Me duele decir que hay creyentes que no han nacido de nuevo; no son cristianos aunque asistan a la iglesia, sean religiosos y cumplan con muchos requisitos doctrinales. Son creyentes pero no cristianos)
Confieso que yo necesito creer en Jesús pues es el único que me da garantía eterna de triunfo al final del paso por la vida. Me hago eco de las palabras de Simón Pedro: ¿A quién iré, Señor? Solo tú tienes palabras de vida eterna, y yo creo que tú eres el Mesías prometido por Dios el Padre en el Antiguo Testamento. Sé, además, Jesús, que tú eres Dios hecho Hombre que ha venido al mundo a salvar lo que se había perdido.
Antes de contestar el interrogante en cuanto a la salvación o perdición de los que no han oído el Evangelio y de aquellos que rechazan a Jesús de Nazaret, debo acotar que hay muchos cristianos que creen que salvo que una persona recite la doctrina como ellos, los demás no conocen a Dios y están perdidos. En realidad, Dios no me ha puesto como juez de nadie, sino que me ha llamado a ser Su embajador para que en el Nombre de Jesús diga a la gente: ¡Reconcíliense con Dios por medio de Jesús! Dios, ayúdame a ser de bendición a fin de que los que no te conocen te bendiga y quieran venir a tu Hijo Jesús. Líbrame de ser piedra de tropiezo para que nadie maldiga tu Nombre.
Sigamos: Acaso alguien cuestione: “Acepto lo que hizo Jesús en el calvario; pero, ¿qué pasará a esas gentes que creen en otros líderes religiosos y nunca han oído el Evangelio de Jesús ni lo oirán? O quizá la pregunta sea esta otra: ¿Qué sucederá con escépticos, agnósticos y ateos que rechazaron a Jesús? ¿Se irán al infierno esos religiosos o aquel que nunca quiso saber de Jesús? ¡De ninguna manera! Pienso que no se irán al infierno eterno por eso, mas serán juzgados según la ley que Dios puso en su conciencia espiritual.
San Pablo escribe esto a los gentiles romanos: “Cuando los gentiles [lo que no son judíos] que no tienen ley [o no han oído el Evangelio], hacen por naturaleza lo que es de la ley [o del Evangelio], estos, aunque no tengan ley [no hayan oído el Evangelio], son ley para sí mismos, los cuales muestran la obra de la ley [o del Evangelio] escrita [o] en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos (Romanos 2: 14, 15) (Los antropólogos han hallado tribus primitivas que no han tenido ningún contacto con la Biblia y sin embargo tienen leyes similares a la ética judeocristiana. ¿Qué te parece? ¿Se revela Dios al ser humano o no? El salmista y profeta David y el apóstol Pablo han estado diciendo que Dios se hace manifiesto a través de los cielos, la naturaleza, el universo... De modo que nadie tendrá excusas ante Dios. [Salmos 19: 1-6; Romanos 1: 19, 20])
¿Qué significa eso? Aun cuando san Pablo habla de la ley mosaica (Diez Mandamientos y demás leyes de Moisés) conocida por los judíos y desconocida por los que no somos judíos, el citado pasaje es aplicable a los que han oído o no el Evangelio. En otras palabras, Dios no nos medirá a todos con la misma vara, puesto que ha habido y hay quienes nunca han oído ni oirán el Evangelio de la salvación que Dios ofrece a través de su Hijo Jesucristo, o practican otra religión. A los que ni siquiera oyeron ni oirán el Evangelio o profesan otro culto Dios los juzgará según la ley que ellos mismos se han hecho gracias a la conciencia espiritual y anímica que el Creador puso en ellos. Esas dos conciencias los defenderán o acusarán delante de Dios. (Romanos 2: 15) (¿Qué pensarán ahora los que hablan del “peligro” de una moral única? ¿Acaso no es la conciencia del espíritu un tipo de moral única dada por el Creador? ¡No cabe duda que sí! También manifestamos que al ser seres morales tenemos un chip común incorporado por el Creador. Desde luego, para intentar escabullirse los filósofos dirán que ni el espíritu ni el alma existen y apuesten por el pansiquismo, monismo, fisicalismo o cualquier otra bobada. Pero resulta que para estar seguro de eso el incrédulo deberá ser omnisciente; y, que yo sepa, ningún humano es omnisciente ni omnisapiente. Además, muchas son las evidencias reales de las ciencias naturales y teológicas que confirman que sí hay conciencia espiritual y también conciencia anímica.)
¿Sabes por qué es posible que gente que no oyó nunca el Evangelio de Cristo, practicaba otra religión, filosofía, moral, ética... pueda ser justificada por medio de su conciencia espiritual y anímica? ¿O por qué aun el incrédulo puede ser secundado por su conciencia? ¡Porque el Señor Jesús también derramó su sangre por ellos en la cruz de palo! Si Jesús no fuera quien sabemos que es y revelan reales evidencias, y no hubiera muerto y resucitado, no habría salvación para nadie basado en ninguna conciencia, religión, ética, filosofía, moral. El triste final de todos fuera el Infierno preparado para el diablo y sus ángeles. Gracias, Dios, por mandar a tu Hijo Jesucristo a morir y resucitar por nosotros.
(Si siguiéramos la corriente a la irracionalidad y necedad del ateísmo, pudiéramos decir que si Dios no existiera el final de todos nosotros fuera el día de la muerte física. La vida no tendría sentido alguno: nacer, crecer, estudiar, trabajar, estudiar, trabajar, casarse, procrear, envejecer, morir. ¿Qué sentido hay ahí? No veo ninguno. Asimismo, ese razonamiento aplanado, circular, pesimista y fatalista va en contra vía de un sinnúmero de evidencias y contra la lógica y sentido común, pues aún la naturaleza enseña que la semilla tiene que morir antes de dar frutos; si no muere, quedará sin frutos, se pudrirá y solo servirá de alimento a las lombrices de tierra y demás bichos)
La Norma de Dios (o “moral única”, si así la queremos llamar) para medirme y pesarme es conforme a lo puesto en práctica por mí luego de oír o leer en cuanto a la Obra que Jesús hizo por mí y la humanidad en el Calvario. Sin embargo, como humanamente nunca ha sido posible (puede que lo sea algún día) que todos oigan el Evangelio, Dios medirá y pesará espiritualmente a las personas que jamás lo oyeron según las conciencias que colocó en ellos. (No me gusta la palabra juzgar pues suena a juicio, condenación. La Biblia usa el término juzgar, mas no con el sentido de castigar o sentenciar porque Dios no condena; el humano se condena solo; eso lo explica Jesús en San Juan 5: 45. Los escritores del Nuevo Testamento utilizan el término “juzgar” para significar dar a cada uno lo que merece luego de lo que hizo con las Buenas Nuevas que oyó o leyó)
Jesús en ese pasaje de Juan 5: 45 dice a los judíos que no creían en él y tenían su confianza en los Diez Mandamientos: “No crean que yo voy a acusarles delante del Padre; hay quien les acusa, Moisés [o cualquier otro líder o sistema religioso, ético, moralista, filosófico o científico], en quien tienen puesta su esperanza”. Delante de Dios, se sabrá si los que no confiaron en Cristo o nunca oyeron el Evangelio vivieron conforme a los mandatos de sus conciencias alimentadas, entre otras cosas, por su religión, filosofía, ética y moral; y si cumplieron o no lo que profesaban. ¡Nadie escapará ni podrá justificarse ante Dios!
(Espero que estos pasajes no sean utilizados para justificar negligencia en la evangelización del mundo, mandato que cada cristiano ha recibido directamente del Rey de reyes, Señor y Salvador de nuestras almas. Para ahondar sobre el mandato de evangelizar el mundo sugiero el capítulo 2 del trabajo de graduación nuestro para optar al título de periodista, titulado El uso de los medios de comunicación social por parte de la Iglesia en Panamá a fin de proclamar el Evangelio, 1988. Reposa en la biblioteca Simón Bolívar de la Universidad de Panamá)
A medida que tenemos más luz en nuestra conciencia espiritual -o solo en la conciencia del alma- somos más responsables ante Dios. Más se nos demandará. “Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, recibirá pocos; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le exigirá; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá”, enseña Jesús en la parábola del siervo infiel. (San Lucas 12: 47, 48) (No nos asustemos por los “azotes”, pues ya sabemos que Dios no condena, aunque sí azota o disciplina al que recibe por hijo; el mismo humano se condena)
La conversación entre un cristiano y su amigo se desarrollaba de la siguiente manera. El creyente preguntó: “Si te demuestro con evidencias históricas, escriturales, espirituales y de todo tipo -sin que quede duda alguna sin absolver- que Jesús es lo que narra el Nuevo Testamento, aceptarías al Señor Jesús como tu Señor y Salvador? El amigo respondió: “No”. El creyente contestó: “¿Ves? Tu problema no es intelectual sino volitivo. El problema no está en las reales y suficientes evidencias, sino en ti. ¿Qué te obstaculiza venir a Jesús? ¿Será algo que no quieres soltar?”. Pregunto: ¿Será soberbia? ¿O ignorancia autoimpuesta de los irrebatibles hechos histórico-empíricos del cristianismo?
El ser humano cree y acepta lo que quiere creer y aceptar, y porque le conviene creerlo y aceptarlo. Hemos aseverado que hay quienes son incrédulos cuando no les conviene creer, pero son crédulos cuando sí les conviene creer. Es posible que este u otro libro presente evidencias contundentes en cuanto a la divinidad del Señor Jesús y su corporal resurrección, mas si el lector no quiere creer, porque no le conviene, es por el gusto ofrecer toneladas de libros con fehacientes y reales evidencias. Bien lo manifestó el Señor Jesús en la parábola del rico y Lázaro: “Si no oyen a Moisés y los profetas [al Evangelio, predicadores, apologistas, libros...], tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de los muertos [y se les aparezca]”. (San Lucas 16: 31)
Ya el Señor Jesús se ha levantado de los muertos y hay suficientes pruebas que apuntan que así ha sido; empero, los fanáticos racionalistas, cientificistas, teólogos liberales e incrédulos no quieren creer y rechazan las evidencias, inventado toda suerte de argumento seudocientífico, porque no les conviene creer. Más claro que eso, solo el agua de la tinaja de mi abuela.

La niñez de Jesús

Como recordaremos, hay especulaciones en cuanto a la niñez del Señor Jesús. Algunos piensan que Jesús antes de comenzar su majestuoso e incomparable ministerio hacía pajarillos de arcilla cuando era niño y los hacía volar; y ya grande fue a Cachemira a iniciarse como iluminado. ¡La gran flauta!
Verdad es que el Evangelio no habla de la niñez de Jesús, sino de su ministerio de adulto. Sin embargo, Lucas, considerado por los arqueólogos como un excelente historiador, nos habla de una situación vivida por Jesús a los doce años en el templo, y de que Jesús “vino a Nazaret, donde se había criado [gr. anatrefo = criar, nutrir], y en día sábado entró en la sinagoga, según su costumbre”. (San Lucas 2: 41-52; 4: 16) (Algunos dudaron de la existencia de Nazaret, pero descubrimientos arqueológicos demostraron la existencia de ese pueblito, que para muchos judíos como Natanael era insignificante [San Juan 1: 46]) Ahí está, eso está más claro que el agua de la tinaja de mi abuela. ¿Qué queremos decir cuando manifestamos “me crié en el pueblo tal”? Pues que fue allí donde me desarrollé, crecí y nutrí mi intelecto y emociones. Esto responde la pregunta dónde estuvo metido el niño Jesús. Si Cristo Jesús era el hijo mayor de una familia numerosa, y su padre adoptivo era carpintero, ¿qué pudo haber hecho el niño y joven Jesús en esos tiempos? ¡Trabajar en la carpintería! Blanco (o coloradito) es, la gallina lo pone y frito o sancochado se come, ¿qué será? ¡El huevo!
“Según su costumbre”. ¿Qué significa? Que era una costumbre o hábito de Jesús ir a la sinagoga los sábados. Esto echa por tierra la falsa creencia de que Jesús estuvo en tal o cual lugar fuera de Israel a fin de aprender filosofías y religiones esotéricas. ¿Qué quiero comunicar al decir que religiosamente y siguiendo la falsa creencia de que “tomar dos litros de agua al día favorece la salud” tomo ocho vasos diarios de agua? Que todos los días, sin fallar ni uno solo, bebo ocho vasos diarios de agua. Pues si para mí es como una religión tomarme ocho-vasos-diarios-de-agua, ¡cuánto lo habrá sido para Jesús, como judío piadoso que era, ir a la sinagoga los sábados a orar y leer la Torah! Cuando el incrédulo quiere buscarle la quinta pata al gato o ganar protagonismo y dinero no sabe ni qué tontería inventar y escribir. Clásico ejemplo de los medios que recurren al sensacionalismo, amarillismo o a la pornografía para vender, o el que para obtener fama y dinero inventa una relación amorosa entre Jesús y María Magdalena. Sí, Jesús y María Magdalena se amaban: Él la amaba como ama a cualquier pecador, y ella lo amaba como cualquier pecador ama a quien le ha perdonado y librado de su carga de mala conciencia.
Uno de los absurdos oídos de quienes pararon bolas a una novelilla blasfema aparecida en 2003 y que exacerbaba el morbo de las gentes es que por ser Jesús un rabino tenía que ser casado. ¿De dónde rayos sacaron que Jesús era un rabí convencional? Señalan que Jesús lo era porque los discípulos y María Magdalena lo llamaban así. Que tales personajes llamaran a Jesús rabí o maestro no quiere decir que Jesús sea un rabino o maestro tradicional; esto es, estudiado a los pies de algún rabino judío. Jesús no necesitaba ir a ninguna escuela o universidad, pues lo sabe todo. Sus discípulos lo llamaban Maestro y Rabí debido al profundo respeto y admiración que profesaban a Jesús, pues enseñaba no como los escribas, sino como quien tiene autoridad celestial. (San Marcos 1: 22)
En suma, se ha demostrado que muchos son los desatinos aparecidos en la susodicha novela que los enemigos del cristianismo en su momento enarbolaron como teorías susceptibles a ser leyes. Para empezar, no sé de qué hechos reales se agarraban para llamar “teorías” afirmaciones de un género literario tan engañoso como la novela. En pocas palabras, más es la ficción (de mala fe) que la realidad en novelas como esas que pretenden enlodar el Nombre del resucitado Cristo histórico. (En sentido económico, esos autores se salen con la suya pues logran amasar millones de dólares gracias a morbosas y blasfemas novelas. ¡Qué crédulos y qué incrédulos son muchos cuando les conviene!)
San Pablo habla de esos que “teniendo comezón de oír [y leer] amontonan maestros conforme a sus propias pasiones [retorcidas], y apartan el oído de la verdad y se vuelven a las fábulas”. (2da Timoteo 4: 3, 4) ¿Qué busca un sujeto con una historieta acerca de una relación sexual entre Jesús y María Magdalena? ¿Será fama y dinero al exacerbar el morbo de la gente? ¿Será que persigue justificar sus conflictos sexuales, morbo o incredulidad en Jesús? De hecho, sé de grupos que afirman que entre David y Jonatán, hijo del rey Saúl, hubo no una relación normal de amigos que se aprecian y aman de verdad, sino una relación homosexual. ¿Qué pretenden justificar al señalar tal absurdo? ¿O por qué será que hoy no se cree que entre una mujer y un hombre puede haber una linda relación de amistad y respeto sin haber sexo de por medio? ¿Será que el ladrón juzga por su condición de ladrón? Hay demasiado morbo y malicia en las mentes de muchos. También existen ansias de robar cámara y protagonismo. Lo lamentable es que no pocos ilusos les siguen la corriente a estos “expertos”. Hay de todo, ¿no? En todas partes se cuecen las habas, dice mi abuela. “Por la plata baila el mono” y su familia, reza el sabio adagio.
Después de la publicación de tal “Código” -que a leguas divisamos intentó ingenuamente enlodar el Nombre de Jesús-, fue escrito un sinnúmero de pasquines que presumían dar con las claves para descifrar el “código”, queriendo pescar en el río revuelto de la fama y millones de copias vendidas del autor. La danza de millones de dólares de copias vendidas en varios idiomas y países, surgida del mal gusto de este tipo de ¡novelas! pobres (vendibles en Salsipuedes) en contenido, es gracias a que aviva el morbo de las gentes y apela a la curiosidad del humano. ¿Por qué crees que la pornografía genera mundialmente unos 150 mil millones de dólares al año, superando a otras industrias? Lo que despierte las bajas pasiones humanas moverá más dólares que cualquier otra empresa. ¡He ahí el porqué del éxito obtenido por los explotadores sexuales de niños y la trata de blancas!
Observemos algo: para la mayoría de personas no es tragedia griega que un hombre soltero o casado se acueste con una mujer soltera o casada. Según algunos, tampoco sería pecado si Jesús hubiese sido el marido de María Magdalena o de cualquier otra mujer, o incluso que fuera homosexual como asegura una película. Si Jesús fuera un tipo común y corriente, ello no fuera nada extraordinario. Mas, ese no es el quid del asunto ni lo que tratan de pervertir los que escriben y hablan de una relación marital entre Jesús y María de Magdala, o de que Jesús era homosexual. Lo que los enemigos de la verdad evangélica intentan demostrar sin lograrlo es que Jesús no era ni es Dios hecho Hombre, como asevera el Evangelio, que es muy diferente. Según esos “expertos” historiadores, Jesús fue un hombre y un profeta más de la Historia.
Una sociedad enferma sexual, machista y permisiva no percibe la gravedad de las acusaciones de que yo tenga relaciones sexuales con la mejor amiga de mi esposa. Por el contrario, muchos lo verían plausible y hasta imitable. Mas es imperdonable que señalen que mi mujer me pone los cuernos con mi mejor amigo. “¡Arrójenla a la hoguera!”, gritarán indignados machos e histéricas mujeres machistas. Ni lo uno ni lo otro es admisible en una pareja de cristianos comprometidos con Jesús.
En civilizaciones libertinas e irrespetuosas de las convicciones, creencias, ideologías o prácticas de otros cualquiera que irrespete la honra de las personas puede decir, escribir y producir para cine o televisión cuanta basura y porquería desee, todo con el fin de ganar unos pesos y protagonismo. Empero, de ahí a probar que ello sea verdad hay una insondable diferencia. Desde luego, aunque lo publicado sea mentira hace irreparable daño al buen nombre y honra de una persona. (En una crítica muy acertada de Cantinflas en su película Caballero a la medida, este asegura que, aunque se aclaren los hechos, nadie le quitará de encima el bochorno de una falsa acusación) Por tal razón la ineludible y demandada responsabilidad de quien produce cine y televisión, escribe o expresa opiniones verbalmente. Pues bien, durante siglos, irreflexivos e hinchados expertos han escrito sobre Jesús cuánta inmundicia les ha salido del corazón podrido que tienen. (¿Será que lo hacen porque saben que Jesús no los demandará legalmente?) Pero de ahí a que demuestren que lo escrito o vociferado sea verdad, hay un mundo de diferencia, querido Saltamontes, diría el maestro al discípulo. Nadie convierte en verdad las falacias sobre Jesús por el simple hecho de afirmarlas. Y quien las crea es un necio. Ya lo dijimos: La inocencia se presume; la culpabilidad se demuestra.
Ya consideramos que por razón de finitud mental y limitaciones propias del humano y por la infinitud de Dios es imposible entender una verdad como la doble naturaleza de Jesús (Dios-Hombre) y otras verdades bíblicas; sin embargo, ello no las anula. Es mi problema y decisión si no las creo o rechazo. Mas la verdad sigue siendo verdad la crea o acepte yo o no. En resumen, la verdad del Evangelio del Nuevo Testamento es: Jesús es Dios hecho Hombre, murió, fue sepultado, resucitó corporalmente y vendrá de nuevo a poner orden en el mundo. “Nosotros no convertimos a las declaraciones en verdaderas o falsas por afirmarlas o negarlas”, pues su veracidad o falsedad se da en función de su relación con los hechos que se pueden descubrir, no de su relación con los juicios emitidos por el humano, sostiene Mortimer Adler.
Además de Lucas, Mateo y Marcos registran la visita que hiciera Jesús a Nazaret, donde se crió. Escribe el evangelista Marcos: “Salió Jesús de allí, y vino a su pueblo [Nazaret], y le acompañaban sus discípulos [sus hermanos en la fe]. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga; y los muchos que le escuchaban [sus ex vecinos] estaban asombrados y decían: ‘¿De dónde le viene esta forma de enseñar? ¿Y qué sabiduría es ésta que se le ha dado? ¿Y tales milagros que se realizan mediante sus manos? ¿No es éste el carpintero [los nazarenos sabían que Jesús había ejercido la carpintería toda la vida], el hijo de María y hermano [gr. adelfos] de Jacobo, José, Judas y Simón? ¿Y no viven sus hermanas aquí con nosotros?’. Y se escandalizaban a causa de él. Y Jesús les decía: ‘No hay profeta sin honra, excepto en su propio pueblo, entre sus parientes, y en su casa’. Y no podía hacer allí ningún milagro [gr. dunamis = poder], excepto que sanó a unos pocos enfermos poniendo las manos sobre ellos. Y se asombró de la incredulidad de ellos”. (San Marcos 6: 1-6)
Abramos un paréntesis y notemos algo interesante: quienes vieron y experimentaron los milagros y hechos portentosos que hacía Jesús nunca se atrevieron a negar tales hechos. Una vez sí los atribuyeron a Beelzebú, príncipe de los demonios. Pero jamás los negaron o rechazaron. En cambio, los filósofos, cientificistas y fanáticos racionalistas modernos y mis contemporáneos, que no han visto nada y viven a miles de kilómetros de los lugares de los hechos y a más de dos mil años de tales milagros, y que, además, no se toman el trabajo de investigar los testimonios de quienes se encuentran con Jesús ni si los milagros en realidad ocurren, se encierran en oficinas refrigeradas y se sientan frente a un computador a escribir tonteras y a filosofar que los milagros no pueden suceder porque son contra ciertas leyes de la naturaleza (más adelante consideraremos esto en detalle) y que los hechos narrados por los evangelios son difíciles de demostrar; como si Dios fuera humano y estuviera sujeto a leyes naturales y el idolatrado método científico fuera el filtro para determinar lo que es o no científico. Esto es, los milagros, según estos “expertos” y sabiondos, no ocurren por el simple hecho de que ellos no quieren que sean posibles, y afirman dogmáticamente y a priori que son imposibles. Conforme a esos filósofos, las gentes de antes eran “analfabetas” y más brutas que las de ahora. Ni hablar del hombre “prehistórico”, pues, según ellos, era un “imbécil” que andaba en cuatro patas haciendo bestialidades. Se basan en pocas y aisladas evidencias y supuestos para desarrollar todo un cuerpo de hipótesis y teorías absurdas. Si leyeran cuidadosamente la Biblia y la creyeran, se darían cuenta que el Libro de Dios sí habla de esos tiempos antes de que otros tomaran nota de ello. Cierro el paréntesis.
¿Qué tenemos en Marcos 6: 1-6 citado arriba? Las gentes que conocían a Jesús desde bebé, niño, preadolescente, adolescente y adulto no creyeron en Él. (El Evangelio registra que ni sus hermanos en la carne creyeron en Jesús al principio de su ministerio) Pongámonos en los zapatos de esas personas. Observemos: habían visto al niño Jesús correr por las calles polvorientas de Nazaret, jugar con otros niños y sus hermanos de carne, hacer amistades. Lo vieron cuando creció y se desarrolló como un jovencito que, aunque diferente en su comportamiento y manera de hablar, era de todos modos un niño. Los vecinos de Jesús lo observaban salir y entrar de su casa, atender los negocios de José, su padre adoptivo, al que el pueblo entero consideraba el padre biológico de Jesús. Esas gentes eran testigos de cómo trabajaba duro el joven Jesús para sostener a su madre, hermanos y hermanas, puesto que, según se cree, José murió bastante joven. Durante treinta años los vecinos y las gentes que vivían alrededor del barrio de Jesús lo veían. Y un buen día, cumplidos los treinta años, Cristo Jesús empieza su grandioso ministerio y se manifiesta como lo que es en realidad: el Hijo de Dios, o, como me gusta llamarlo para ayudar a los que la santísima Trinidad los enreda: Dios manifestado en la carne. No es para menos que los vecinos de Jesús estuvieran incrédulos. ¿Cómo habríamos reaccionado tú y yo ante semejante situación? Fácil es criticar, lo difícil es cómo accionaríamos o reaccionaríamos en la misma circunstancia. Jesús no se asombró solo por la incredulidad de ellos, sino también por su exacerbada hostilidad hacia lo que Jesús decía y hacía, pues se “escandalizaban a causa de él”.
Los nazarenos pensaban que conocían a Jesús. Por tal razón se escandalizaron cuando oyeron y vieron lo que Jesús enseñaba y los milagros que hacía. (No olvidemos que somos incrédulos por naturaleza y nos resistimos a creer en milagros, aunque seamos cristianos) Conocían la cara del Jesús humano, de aquel que cuando era niño hacía travesuras con otros niños; del Jesús que se cansaba, lloraba, trabajaba y transpiraba para alimentar y sostener a su familia, mas no conocían al Cristo, al Mesías enviado desde los cielos por el Dios y Padre de amor que lo que más ansiaba era que sus criaturas descarriadas volvieran al redil y se libraran de las desastrosas consecuencias del pecado. De aquel primer pecado heredado del primer ser humano que pisara la Tierra: Adán.
Un postulado naturalista y ridículo es propuesto por el escritor inglés Ian Wilson, quien cree que Jesús era un maestro del hipnotismo, que en realidad no hacía milagros sino que manipulaba a las gentes; y fracasó en su pueblo Nazaret porque entre su gente que lo conocía mejor, aquellos que lo vieron crecer como un niño común, no tenían el asombro y el misterio necesarios para el éxito de cualquier hipnotizador. Wilson también se apoya en un caso de un chico de 16 años que por medio de la sugestión hipnótica fue sanado de un serio trastorno dermatológico con el fin confirmar su postulado de que la hipnosis logra milagros y sanidades.
Como asegurara el doctor en sicología clínica Gary R. Collins, una prominente autoridad estadounidense en conducta humana, Wilson tiene mucha “fe” en la hipnosis y su argumento es interesante pero no resiste un análisis por estar lleno de agujeros. El primer inconveniente para el postulado de Wilson es que habla de un montón de gente hipnotizada, y no todo el mundo tiene la susceptibilidad para ser inducido al hipnotismo. Segundo, la hipnosis por lo general no funciona con gente escéptica o dudosa. (¡Pregúntenselo a Tony Camo!) ¿Acaso pudo Jesús hipnotizar a los escribas, fariseos, líderes religiosos y a Saulo de Tarso? Tercero, la hipnosis no puede explicar la tumba vacía de Jesús. ¿Hipnotizó Jesús a sus adversarios para que aceptaran que la tumba estaba vacía? Cuarto, en el milagro del agua convertida en vino, Jesús no se dirigió a los invitados a la boda, sino al maestresala. Quinto, la sanación de piel que menciona Wilson fue progresiva. Los milagros de Jesús, hemos observado, son instantáneos en un 99. 99. (11)
La gente que pretende dar explicaciones naturalistas a lo sobrenatural se agarra de todo -por absurdo que sea- para tratar de salirse con la suya, o dicen que las ciencias naturales ahora no tienen una explicación pero llegará el día en que la tendrán. “Claro, Pacho, espérala acostado porque sentado te cansarás”, diría mi abuelita.
A mi parecer, ese pasaje de Marcos demuestra sin lugar a equívocos que Jesús de Nazaret se crió, educó y vivió como un ser humano común y corriente en su pueblo natal, hasta que llegó el día de su gran manifestación a fin de cumplir el Plan de redención a favor de la humanidad. Siendo el Hijo de Dios, no tenía que salir de Israel a instruirse para dominar la metafísica y conocer esoterismo, pues ante sus ojos no hay nada oculto o escondido, y conoce además toda ciencia, religión y filosofía. No hay científico convencional, teólogo o filósofo que se le compare. ¿Quién le podría enseñar a Aquel que fundó la sabiduría y la inteligencia? ¿Quién osaría instruir al Consejero por excelencia? ¿Quién enseñaría a sanar al Diseñador del cuerpo humano? ¿O a hacer milagros al Creador del universo y la vida inteligente?
Pues bien, Jesús, por ser el Hijo de Dios, Dios hecho Hombre, es el Único que puede reconciliarnos con Dios el Padre y librarnos del fuego del infierno eterno después de la muerte. (2da Corintios 5: 18, 19) El historiador cristiano Philip Schaff citado por Guillermo Briseño en el libro Cómo ayudar en la cristianización del mundo, escribió:

Jesús de Nazaret, sin dinero y sin armas, ha conquistado más millones que Alejandro, César, Mahoma y Napoleón. Sin ciencia ni conocimiento [seculares], ha arrojado más luz sobre lo humano y lo divino, que todos los filósofos y eruditos puestos juntos. Sin la elocuencia de los académicos habló palabras de vida que nunca antes habían sido pronunciadas y que nunca podrán ser superadas. Produjo efectos que están fuera del alcance del orador y del poeta. Sin haber escrito él mismo ni una sola línea, ha puesto en movimiento más plumas y ha provisto el tema para más sermones, oraciones, debates, obras de arte, enciclopedias e himnos de alabanza, que la legión de grandes hombres antiguos y contemporáneos. Nacido en un pesebre, y crucificado como un malhechor, controla el destino del mundo civilizado y gobierna un imperio espiritual de alcance mundial. (12)

Ese Jesús de Nazaret dio Su vida por ti y por mí porque nos ama. Nunca tiene palabras de reproche sino de amor y misericordia. Y, aunque le fallemos y seamos infieles, Él permanece fiel; un día volverá para pedirnos cuenta y reinar en el planeta con los que aman su venida.

Pecado desde la cabeza a los pies


Por la completa y total perdición del ser humano vino el Señor Jesús a la Tierra. No había nada bueno en nosotros que le hiciera exclamar a Dios: “Esta gente es tan buena y piadosa que tengo que ir a salvarles”. ¡No! Cuando Dios nos vio después de la caída (desobediencia) de Adán solo vio a pecadores perdidos y corruptos, incapaces de salvarse a sí mismos. Predestinados, por el pecado de Adán y los nuestros, al fuego eterno del infierno. (Algunos como el resentido y mal informado Bertrand Russell sostienen que “hay un defecto muy serio en el carácter moral de Cristo” por creer en el infierno. Jesús no solamente creía en el Infierno. Sabe que el Infierno es real. Para estos sabiondos, todos debemos tener el mismo pago por lo que hayamos hecho en vida, ignorando que aún la naturaleza -uno de sus dioses- estableció la ley de la siembra y cosecha. Conocida en otras latitudes como karma o ley cósmica natural de causa y efecto. Lo que siembres, eso mismo segarás. Lo que hagas, eso te retribuirá la vida. C. S. Lewis ha dicho: “Al final, hay dos tipos de personas: los que le dicen a Dios: ‘Hágase tu voluntad’; y aquellos a quienes Dios les dice: ‘Hágase tu voluntad’. Todos los que están en el infierno lo eligieron”. En realidad, Dios no condena a nadie, el mismo humano se condena. Decide qué camino tomar. De igual manera, el Infierno no fue creado por causa nuestra, sino para retribuir a Lucifer y demás ángeles caídos Pero algunos eligen pasar allí la eternidad. ¡Cómo se nota que estos filósofos desconocen las sagradas Escrituras y principios tan elementales de la vida como la siembra y cosecha!)
Algunos intentan exprimir bondades de la naturaleza pecaminosa heredada de Adán, sin percatarse de que somos pecado de la cabeza a los pies. Sin Cristo, solo somos merecedores de la condenación eterna del infierno. Si no logramos verlo, no hemos entendido la razón de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Bien lo dijo san Pablo: “¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”. (Romanos 7: 24)
A la herencia religiosa judeocristiana se la critica porque taxativamente señala al cuerpo como recipiente de maldad. Analicemos eso: el Evangelio sí enseña que el cuerpo es el medio utilizado por nuestra naturaleza pecaminosa –legado adámico – para cometer todo tipo de iniquidad. (Por ahí hay una secta que enseña que “el alma no peca, sino el cuerpo”. Yo añado que, si eso es cierto, mucho menos peca el espíritu. Los proponentes de dicha doctrina ignoran que el pecado afecta las tres dimensiones del ser humano: espíritu, alma y cuerpo) Pero también revela que cuando optamos por la conversión (gr. epistrofe = volver de o volverse hacia) a Jesús este cuerpo que antes era instrumento para pecar ahora es un medio para hacer bien, y está “muerto al pecado” porque el pecado ya no tiene poder sobre nosotros. Somos, además, “templo del Espíritu de Jesús”. (Romanos 6: 6, 11, 12, 14, 18, 20; 1ra Corintios 6: 19) Cuando no se dicen las cosas completas se miente y se confunde a otros en lugar de dar luz. Por tanto, podremos hablar de “espiritualidad del cuerpo” -como diría Alexander Lowen- solo si en ese cuerpo habita el Espíritu del Hijo de Dios, hecho que se consuma al volvernos hacia (arrepentimiento) Jesús, no antes. El dogma de que Dios vive en todos los seres humanos y en todas las cosas no tiene fundamento bíblico. Como falsa es la creencia de que todos somos hijos de Dios. Ese derecho se perdió en el Edén, pero podemos recuperarlo al venir a Jesús, convertirnos y nacer de nuevo. (San Juan 1: 9-13; Romanos 10: 8-10)
Aunque son importantes las obras que tienen como cimiento el amor, no sirven para ganar la salvación de mi alma, “porque por gracia ustedes son salvos por medio de la fe; y esto no proviene de ustedes, pues es don de Dios; no a base de obras, para que nadie se gloríe”. (Efesios 2: 8, 9) “Si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres [...], pero no tengo amor, de nada me sirve”. (1ra Corintios 13: 3)
“Obras que tienen como cimiento el amor”. ¿Qué significa? Las obras que de veras valen para Dios son aquellas que hago con amor sincero nacidas de un corazón desprendido y humilde, no para pavonearme ni para que otros me vean y aplaudan. Aunque sean de esa naturaleza amorosa, esas obras ni de ningún tipo podrán comprar la salvación gratuita de mi alma. (Si es gratuita, no puedo comprarla sino recibirla por medio de la fe) Solo toca creerla y recibirla. Pero para creerla y aceptarla preciso fe que únicamente Dios me puede dar. Tal tipo de fe no es ni siquiera mía. O sea, tanto la fe como la salvación son de Dios que me las da gratuitamente. No es por obras, sino por gracia. Cierto es, de igual manera, que la fe de la que hemos estado hablando produce obras, no está muerta. (Santiago 2: 14-26)
Hay quienes creen que el apóstol san Pablo y Santiago, hermano de Jesús, se contradicen en cuanto a la fe y las obras de la fe. No se contradicen, sino que se complementan. Según Pablo, las obras son muertas; son independientes de la fe que usa Dios para salvarme. (Efesios 2: 8, 9) Santiago se ocupa de las obras vivas generadas por una fe real, que evidencian si tenemos fe o no. (Santiago 2: 14-17) Mientras Pablo trata la conducta vertical o correcta con Dios, Santiago se interesa en una conducta horizontal o bienhechora con el prójimo que demuestre que nuestro estilo de vida y fe son vivos y eficaces para con Dios. Santiago, además, habla del contraste entre la fe real y la falsa, estéril y muerta. Pablo escribe de la verdadera fe, dada por Dios, que produce frutos de vida eterna.
Recordemos, asimismo, la suma importancia que da san Pablo a las obras producidas ya no por la fe, sino por algo mayor que la fe: el amor. El amor a Dios y por extensión al prójimo. Yo propongo el amor en cruz (+), que parte del amor por mí mismo; va hacia arriba, donde está el Creador; regresa a mí y lo dirijo al prójimo en direcciones horizontales. Pues “si no tengo amor, no soy nada. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve”. (1ra Corintios 13: 1-3)
Isaías describió nuestra condición -después de que caímos en desobediencia- con estas palabras: “Todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapos de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades, como el viento, nos llevaron”. (Isaías 64: 6)

‘Ustedes son luz y sal de la Tierra’

Eso afirma Jesús a la Iglesia; entiéndase por Iglesia el conjunto de creyentes nacidos de nuevo de las distintas denominaciones cristianas. En mi concepto, hemos fallado muchísimo desde que Jesús ascendió a los cielos. Por esa razón y por más hay muchas ideas equivocadas en cuanto al Evangelio, y no pocos críticos han despotricado contra los cristianos, sus creencias y convicciones. (Sin ser católico, debo expresar que aunque ciertas críticas contra la Iglesia católica son justas, otras rayan en lo irrespetuoso) Hemos faltado a nuestra fe y al Señor Jesús. Hemos fracasado estrepitosamente. Nuestra relación con el Cristo vivo ha sido trocada por religiosidad, y el Evangelio ha sido remplazado por un evangelio de doctrinas de hombres y tradiciones sectarias. Nuestra pasividad ha sido la causa primaria de críticas y condenas. “Bienaventurados serán cuando por mi causa los vituperen y los persigan, y digan toda clase de mal [críticas] contra ustedes, mintiendo”. (San Mateo 5: 11) No somos bienaventurados cuando dicen la verdad.
Persiste la idea de que Jesús diezma la libertad al ser humano y le hace presa fácil de tiranos y regímenes dictatoriales. Es falso que Jesús nos quita libertad. (Tocaría averiguar qué entienden los críticos por libertad) Jesús nos da libertad del pecado para hacernos “siervos de la justicia”. (Romanos 6: 18) Al libertarnos Jesús del pecado ya no tenemos por qué servirle al pecado o a las bajas pasiones de la carne. (Romanos 6: 2, 6, 17, 18, 20, 22) No tengo por qué servirle más al pecado, puesto que Jesús me libertó. Antes de Cristo, el cristiano solía hacer no lo que le daba la gana con el sexo, sino lo que el instinto sexual le ordenaba. Hoy, tengo libertad para hacer o no lo que los bajos instintos me piden. Si eso no es libertad, ¿qué es? Jesús es el Libertador de libertadores. Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Antonio José de Sucre, José de San Martín, Bernardo O’Higgins y otros próceres americanos libertaron nuestro continente. Pero Jesús liberta a las personas que forman esas naciones. ¿De qué vale lo primero si vivimos encerrados en prisiones espirituales, emocionales, mentales y carnales? ¿Acaso la verdadera libertad no empieza dentro de mí? Buena es la libertad de las cadenas, pero excelente es la libertad del espíritu, del alma y de este cuerpo de muerte. Muchos están fuera de una cárcel de barrotes y rejas, mas son presos de sus instintos y bajas pasiones. Otros, por una u otra razón están detrás de las rejas, pero en su espíritu, alma y cuerpo son libres como el águila que se remonta a las alturas.
Por otro lado, la afirmación de que el Evangelio nos hace presa fácil de tiranos y regímenes dictatoriales encierra una media verdad porque no es el Evangelio el que produce esa actitud equivocada, sino nuestra mala interpretación de las sagradas Escrituras y el poco hincapié que hace el Evangelio acerca de romper con la esclavitud corporal. Creemos que callar ante la injusticia y el abuso de las autoridades y gente explotadora que se enriquece a costillas del necesitado es de buenos cristianos.
En este punto es apropiado reconocer el papel preponderante que ha mantenido la iglesia católica en América, pues sus pronunciamientos a favor del más necesitado han sido notorios y bastante acertados. Y, en contraste, está el vergonzoso rol jugado por las iglesias cristianas protestantes en el mismo tema. Es correcto reconocer los créditos ajenos, pues Jesús dice “den al César, lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”. (San Mateo 22: 21)
Los discípulos del Señor Jesucristo no entendían la razón por la cual su Maestro no derrotaba al opresivo Imperio Romano que los sometía. El plan de Dios era romper las cadenas espirituales que sometían a la humanidad. Por ello, el mensaje de Jesús fue quebrar el yugo de esclavitud del pecado sin desenvainar la espada y poner fin al poderío gentil sobre Israel.
Lo primero lo hace Dios, lo segundo es tarea nuestra. Jesús no venía cual Bolívar a libertar a las naciones, sino a quebrantar los yugos y romper las cadenas espirituales. Su magna Obra estaba limitada por su mismo propósito. En el fin de Jesús no veo ninguna dificultad. Sin embargo, no está clara la actitud de sometimiento de los apóstoles a los amos y señores de sus tiempos. Y por no estar claro el criterio de los apóstoles, secularmente hablando, ha habido múltiples críticas al cristianismo sobre cómo hace pusilánime y sometido al ser humano. Nietzcshe afirmó que el cristianismo es la moral de los esclavos. ¿Tiene o no tiene razón el filósofo germano? Vimos, además, cómo nos cuestiona Rousseau. Miguel de Unamuno escribió en 1925 sobre lo que llamó “La agonía del cristianismo”. Entre otras necedades, John Lennon aseguró en 1966 que el cristianismo desaparecería y se reduciría a nada. Según Bertrand Russell, “la religión se basa, principalmente, a mi entender, en el miedo”. ¡Qué entendimiento tan chueco! Otros pensadores también han criticado agriamente la posición del Evangelio ante la esclavitud y regímenes dictatoriales.
En este siglo XXI, el tristemente ya citado Richard Dawkins habla en televisión y escribe que la religión, incluido el cristianismo, es “raíz de todo mal”. Si hombres de la talla de William Tyndale, John Wesley, David Livingstone et al vivieran se abochornarían por sus compatriotas que, creyendo ser sabios, se hacen necios.
Permíteme comunicarte cómo entiendo la posición del Evangelio ante la esclavitud convencional. Arranquemos desde esta verdad: para el Evangelio lo más importante es el aparato espiritual de la persona. Si el humano es libre espiritualmente (gr. pneumatikos), lo demás surgirá de manera espontánea. Es decir, lo segundo es consecuencia de lo primero. Si estás lleno del Espíritu Santo, no tolerarás cadenas ni sometimiento que erosionen tu libre albedrío. La verdadera libertad (gr. eleutheria) nace en el espíritu (gr. pneuma), cruza la frontera entre el espíritu y el alma (gr. psuque), y pasando por esta llega al cuerpo (gr. soma). A Dios toca romper cadenas espirituales; a los hombres y las mujeres, quebrar los yugos de esclavitud. De ahí la necesidad de próceres y libertadores.
Esa es, considero yo, la razón por la cual ni Cristo ni sus apóstoles hicieron énfasis en romper las cadenas de la esclavitud física que había en sus tiempos. Ellos sabían que si el ser humano es libre en su espíritu, esa libertad trascendería los límites del alma y el cuerpo, y el sujeto al sentirse y verse libre procuraría romper con la esclavitud de las cadenas físicas. (1ra Corintios 7: 21)
Notemos que los evangelios y las epístolas fueron escritos en tiempos en que la esclavitud era parte de la organización social de los pueblos de esos tiempos. El Nuevo Testamento enseña que en Cristo no cuenta ser libre o esclavo, sino si la persona era o no cristiana nacida de nuevo. En todo caso, en el Nuevo Pacto se recomienda a los esclavos servir con sinceridad, como al Señor; y a los amos, que traten a sus esclavos con justicia y equidad. No pasemos por alto que en el capítulo 2 hemos estudiado el propósito, el plan, las limitaciones de cada escritura y las circunstancias históricas vividas por los escritores de la Biblia y los receptores de su mensaje en ese momento. Por consiguiente, sería descabellado, por decir lo menos, retrotraer los tiempos de la esclavitud del siglo I al siglo XXI, o expresar que el cristianismo es la “moral de los esclavos”.
San Pablo desde la cárcel en Roma escribe una epístola a Filemón -creyente en Cristo- e intercede a favor de Onésimo, un esclavo que había cometido una falta a su amo Filemón y se había convertido a Cristo por medio de Pablo. En la Carta, el Apóstol le pide con respeto, cortesía y consideración a su hermano en la fe Filemón que reciba a Onésimo “no ya como esclavo, sino más que esclavo, como hermano amado” en la fe de Cristo. (Filemón 16) Esta posición de Pablo impera en el Nuevo Testamento. Creo que la visión del apóstol Pablo en cuanto a la esclavitud física había aumentado desde que escribiera 1ra Corintios y Gálatas, donde su enfoque en cuanto a la esclavitud es de sometimiento, pues, aunque equivocada, era la cultura de esos tiempos.
Analizamos que aunque la verdad es eterna, el conocimiento es progresivo. Nuestro conocimiento de la verdad aumenta hasta llegar casi a la plenitud de la verdad absoluta, siempre y cuando tengamos la actitud correcta ante la verdad cualquiera que esta sea. ¿Quiero decir con esto que el enfoque de Pablo era equivocado? ¿O que la Biblia es falible? ¡No! De lo que se trata es que el enfoque paulino al escribir sus primeras epístolas –1ra Corintios (54 d. C) y Gálatas (56 d. C.)- era poco claro o de sometimiento, y a medida que vivió su posición sobre el tema que nos ocupa se perfeccionó. Un ejemplo lo tenemos en su epístola a Filemón escrita por el año 62 d. C.
Pablo -por ser el que más cartas escribió- y los demás apóstoles que escribieron más de una carta desarrollaron su doctrina evangélica a medida que enviaban las distintas cartas que escribieron. Si las colocamos en orden cronológico, nos daremos cuenta de la progresión del Evangelio en sus plumas. (Es bueno recordar que el propósito primario de esas cartas en realidad no era doctrinal sino para resolver necesidades espirituales del momento) De igual manera, recordemos que una de las normas de interpretación bíblica es tomar el mensaje global sobre un tema equis y los puntos enfatizados en el capítulo 2 acerca de la hermenéutica general. El error de críticos y de algunos cristianos a veces es no considerar la idea completa del tema tratado y obviar también el momento histórico en que escribió el sagrado escritor.
Aunque el Libro de Dios no contiene errores, no obstante Dios no violenta las limitaciones del ser humano. A los escritores bíblicos les dio su respiración (theopneustos) para escribir, pero esos autores mantuvieron sus limitaciones propias del humano. Esto es, fueron infalibles al escribir, pero la infalibilidad de Dios no violó las limitaciones físicas, mentales y emocionales del instrumento humano. (Para nosotros, seres imperfectos y falibles, eso es imposible, pero ¿qué es imposible para el perfecto e infalible Dios de la Biblia?) Esa es una de las razones por las cuales a la Biblia se la llama un Libro divino-humano. Divino porque Dios movió los hilos para que se escribiera sin los errores inherentes a la naturaleza humana, y humano porque los instrumentos utilizados por Dios fueron seres que pensaban y sentían como cualquier humano. Cuando Pablo no tenía un mandamiento de Cristo sobre un tema equis decía: “no tengo precepto del Señor” al respecto; “mas doy mi parecer”. Para mí, antes que nada, su actitud es de un individuo humilde que reconoce sus limitaciones. (Actitud que brilla por su ausencia en cientificistas, fanáticos racionalistas y teólogos y eruditos liberales) Considero que este punto se presta para escribir un ensayo al respecto, pero ese no es el tema central de la presente obra. Asimismo, está demostrado hasta la saciedad que la Biblia no contiene errores humanos, tal como lo estudiamos en el capítulo 2.
Además de la preocupación paulina por los esclavos de su tiempo, en el Antiguo Testamento Dios libró a Israel de la esclavitud de los imperios egipcio, babilónico, asirio, persa y medo-persa. Y al introducirlos en Palestina, en las leyes que le impartió al pueblo mediante Moisés siempre tuvo en cuenta al pobre, a la viuda, al extranjero y al esclavo. (Véase el libro de Levítico) El tema de la esclavitud es una de las pocas dificultades teológicas encontradas en el Evangelio. Te confieso algo, antes no entendía, y hasta me molestaba la actitud de Pablo frente a la esclavitud manifestada en 1ra Corintios y en Gálatas. Mas a medida que progresó mi conocimiento de la verdad evangélica (del Evangelio) empecé a entender.
Ahora bien, ¿por qué será que algunos que se supone son libres en el espíritu no se preocupan por quebrar los yugos de esclavitud física? Ante todo, no creo que alguien que de verdad sea libre en su espíritu y rebose del Espíritu de Dios no haga nada por romper la esclavitud corporal. Si pasara, para mí la persona ha dejado de andar en el espíritu para vivir en las emociones e intelecto de su alma. Se ha fanatizado o extremado. Recordemos que Erich Fromm habla de sujetos que por factores sicológicos más que religiosos temen la libertad; se amañan o avienen a regímenes dictatoriales opresivos. Otros, se adhieren a los dictadores y sus extravagancias porque eso les garantiza pan, bebida, vivienda, educación, salud, posición social y muchos privilegios. Venden su conciencia y su pluma. Su alma al diablo, suele decirse.
A pesar de que el Evangelio no nos ofrece una visión directa acerca de la posición que debemos asumir ante la esclavitud convencional, vemos de manera inequívoca cómo Jesús y los apóstoles reaccionaron ante la injusticia contra ellos. Pero, sobre todo, cómo el cristianismo ha sido facilitador y hasta protagonista contra la esclavitud.
Jesús ha sido apresado y llevado ante Anás. Y este le pregunta sobre sus discípulos y la doctrina. Jesús le responde que públicamente ha hablado y que todo el mundo sabe al respecto. ‘“¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les he hablado; he aquí, ellos saben lo que he dicho’. Apenas dijo eso, uno de los alguaciles le dio a Jesús una bofetada, diciendo: ‘¿Así respondes al sumo sacerdote?’ Jesús le respondió: ‘Si he hablado mal, testifica [dime] en qué está el mal; y si bien [he hablado], ¿por qué me golpeas’ ”. (San Juan 18: 19-23) Jesús sabía que Anás era el sumo sacerdote -la mayor autoridad religiosa de los judíos en ese momento-, y le debía respeto y obediencia, sin sometimiento. Por ello no calló ante el atropello de la autoridad.
Observemos a Pablo ante la injusticia. El Apóstol está delante del sanedrín judío, y empieza su defensa de la siguiente manera: “Varones hermanos, yo con toda buena conciencia me he comportado delante de Dios hasta el día de hoy.” El sumo sacerdote Ananías ordenó entonces a los que estaban junto a él, que le golpeasen en la boca. Entonces Pablo le dijo: ¡Dios te va a golpear a ti, pared blanqueada! ¿Estás tú sentado para juzgarme conforme a la ley, y me mandas golpear quebrantando la ley? Los que estaban presentes dijeron: ‘¿Al sumo sacerdote de Dios injurias?’ Pablo dijo: No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está: No injuriarás al jefe de tu pueblo”’ (Hechos 23: 1-5) (Este incidente parece apoyar la tesis de que Pablo sufría de grave enfermedad en los ojos. Como ex fariseo, debía conocer a Ananías). Aquí vemos que el Apóstol a los gentiles protesta de manera desmesurada contra la violación de la ley por parte del que representaba la ley. La protesta de Pablo al atropello era correcta, pero fue equivocada la forma en que lo hizo. Por esa causa Pablo se disculpa. Las autoridades son elegidas por los pueblos mediante el voto democrático, para proteger la honra y bienes de los ciudadanos, mas no para atropellarlos. “Ay de los que en sus camas piensan iniquidad y maquinan el mal, y cuando llega la mañana lo ejecutan, porque tienen en su mano el poder! Codician las heredades, y las roban; y casas, y las toman; oprimen al hombre y a su casa, al hombre y a su heredad”. (Miqueas 2: 1, 2) Si las autoridades hacen lo contrario a lo que mandan las leyes y la Constitución, el cristiano más que nadie debe hacer oír su voz de protesta enérgica y firme; en un marco de respeto. No hacerlo es faltar a su Dios, a su conciencia, a su nación y a su prójimo.
Sigamos con Pablo. Ante el corrupto tribuno romano Festo, el apóstol Pablo apela a César, usando su derecho que como ciudadano romano tenía. Si no lo hubiese hecho, los enemigos de Pablo y del Evangelio lo habrían asesinado tal como se lo habían propuesto. (Hechos 25: 3, 11, 21) Debo someterme a las autoridades hasta tanto no contradigan los preceptos de Dios y las leyes. “¡Ay de los que dictan leyes injustas, y decretan vejaciones, para privar de justicia a los pobres, y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo; para despojar a las viudas [a los jubilados y pensionados], y robar a los huérfanos!”. (Isaías 10: 1, 2) ¡Ay de aquellos tribunales y autoridades inicuas que “hacen agravio bajo forma de ley. Atropellan el alma del justo, y condenan la sangre inocente!”. (Salmos 94: 20, 21) No evadamos, pues, nuestra responsabilidad de vigilar por la justicia y el derecho argumentando que no queremos enrolarnos en política. No se trata de involucrarme en política -aunque soy partidario de que el cristiano bíblico es el mejor candidato para un puesto político- sino de velar por mis derechos y el derecho de mi prójimo. (En esto también nos aventaja la Iglesia católica) Cuando Dios nos pregunte por nuestro hermano, ¿le responderemos como lo hizo Caín? “No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”. (Génesis 4: 9) ¡Dios nos ayude a cumplir nuestros deberes ciudadanos y cristianos! (Este tema lo ahondo en el ensayo El cristiano y la política)
Me gusta lo que afirma Salomón en Eclesiastés: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se hace debajo del cielo tiene su hora”. (Eclesiastés 3: 1) Hay tiempo de orar, ayunar, vigilar, rogar y suplicar, pero también hay tiempo de actuar. Creo que hay cosas que Dios hace, mas otras las debo hacer yo. Dios existe no para cambiar al mundo -eso nos toca a nosotros- sino para que después de adorarle, alabarlo y servirlo me bendiga llenando mis carencias y necesidades. Dios sí existe y está comprometido en transformarnos a nosotros; pero no lo hará si no se lo permitimos. Y si no se lo permitimos dejemos entonces de culpar a Dios por la maldad, las guerras y malas acciones del ser humano contra su prójimo.
Israel ha salido de Egipto y ahora está frente al mar Rojo (heb. Yam Suf, lit. mar de los Juncos), y los egipcios vienen detrás con carros de guerra y lanzas. Ante tal situación, Israel tiembla de pies a cabeza y critica agriamente a Moisés. El “sacado de las aguas” trata de calmarlos, y clama a Dios. Dios le responde: “¿Por qué clamas a mí? Di a los hijos de Israel que marchen. Y tú alza tu vara, y extiende tu mano sobre el mar, y divídelo, y entren los hijos de Israel por en medio del mar en seco”. (Éxodo 14: 5-16)
Este -como otros pasajes de la Biblia- ha sido blanco de racionalistas, cientificistas y teólogos liberales al intentar dar explicaciones naturales a hechos sobrenaturales. En pocas palabras, hombres finitos han pretendido minimizar al Dios infinito. Frente a la imposibilidad de que una mente finita entienda obras de un Dios inconmensurable, el incrédulo opta por lo más fácil: rechazar lo sobrenatural. Actúan igual que los padres que, en lugar de validar los sentimientos y emociones de su hijo por la pérdida de una mascota, compran otra para evitarle dolor y sufrimiento. Creen que el dolor desaparece negándolo o echándolo al inconsciente.
¿Qué vemos en el citado pasaje? Moisés, el hombre más manso de la Tierra en esos momentos, está en serios aprietos por la incredulidad y tozudez de su pueblo. Intenta calmarlos, y ora a Dios. Pero Dios lo regaña y le dice que deje de orar y actúe. Más, le da indicaciones: “alza tu vara, y extiende tu mano sobre el mar, y divídelo, y entren los hijos de Israel por en medio del mar, en seco”. (Versículo 16) Moisés debía dar la orden de marchar hacia el mar de los Juncos, alzar su vara, extenderla sobre el mar, y dividirlo. Dios haría la parte más difícil; mejor dicho, la imposible, la que no podía hacer ni Moisés ni Israel: dividir el mar en dos, sostener las aguas como muros y rellenar la profundidad del mar para que Israel pudiese caminar en seco. ¡Tres milagros en uno! (¿Será cierto que el raciocinio apoyado en supuestos cientificistas hará “tambalear” estos hechos históricos? ¡Pamplinas! Eso sería como creer que no me gradué de periodismo solo porque a alguien se le ocurrió quemar la tesis de grado y todo registro mío en la Universidad. Aunque nada de eso existiera, es un hecho ocurrido en tiempo y espacio reales que me gradué de periodismo en la Universidad de Panamá en febrero de 1988. Cualquier cosa que se haga contra el hecho de mi graduación en ese lugar de estudios superiores es pataleo de ahogado. Más fácil es creer lo que narra la Biblia que aceptar las ridículas explicaciones de cientificistas, fanáticos racionalistas y “expertos” intérpretes de la Biblia. Los que tambalean y tiemblan ante la verdad de la Palabra de Dios por su soberbia, incredulidad y doble moral son otros)
Moisés, como líder, debía tomar la iniciativa y actuar de acuerdo al mandato divino. El pueblo debía marchar por en medio del mar. Pero, ¿qué hacemos hoy? Pretendemos que Dios divida el mar, nos quite al enemigo de encima y nos lleve cargados entre las aguas. ¡Caracoles! Queremos que Dios haga su parte y también la nuestra. Las cosas no funcionan así con Dios. Yo hago mi parte y Él hace la suya. Mi parte es la que puedo hacer como humano que soy. Los milagros los hace Dios. Claro, a veces los hace a través de mí -usó a Moisés para dividir el mar de los Juncos-, pero de todos modos vienen de Él, el poder es de Él, es Él quien pasa por encima de las leyes naturales para hacer milagros.
Temo que muchos nos afincamos en las palabras: “El Señor peleará por ustedes, y ustedes estarán tranquilos”. (Versículo. 14) Sí, estaremos tranquilos cuando Dios esté haciendo su parte. La que yo no puedo hacer, porque no hago milagros. Los milagros los hace Él. Mas no debo estar tranquilo cuando es imprescindible que yo “marche” y actúe.
Conclusión: hemos malinterpretado a Pablo en Romanos 13: 1-4 y las palabras “el Señor peleará por ustedes y ustedes estarán tranquilos”. El Apóstol en Romanos 13: 1-4 nos habla de la autoridad que protege la honra y bienes de los ciudadanos, no de los que a menudo son corruptos y les importa un pepino el bienestar de sus conciudadanos. Cierto, Pablo nos exhorta a “hacer rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los que están en eminencia para que “podamos vivir una vida tranquila y apacible, con toda piedad y dignidad”. (1ra Timoteo 2: 1-3) Pero después de orar y hacer lo demás debo actuar; hacer lo que Dios no hará por mí. “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”. (1ra Corintios 3: 6)






























(1) J. LaPlanche, J.B. Pontalis, Diccionario de psicoanálisis, p. 232. Editorial Labor, S. A., España, 1983.
(2) Franz Kafka, En la colonia penitenciaria, p. 174. Panamericana Editorial Ltda., Santa Fe de Bogotá, D. C., Colombia, 1997.
(3) A. T. Robertson, Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento Editorial Clie, España, 2003.
(4) Josh McDowell, Convicciones más que creencias, pp. 83, 84. Editorial Mundo Hispano, Biolorrusia, 2003.
(5) José María Mardones y N. Ursúa Filosofía de las ciencias humanas y sociales: materiales para una fundamentación científica, p. 15, Anthropos, Editorial del Hombre, España, 1994.
(6) (a) Josh McDowell, Nueva Evidencia que exige un veredicto, p. xxxiii, Editorial Mundo Hispano, Colombia, 2004. (b) Op cit., McDowell, Convicciones..., p. 41.
(7) Lee Strobel. El caso del Creador, pp. 361, 362. Editorial Vida, Estados Unidos, 2004.
(8) Scott M. Huse, El colapso de la evolución, pp. 162, 163. editorial Chick Publications, Estados Unidos, 2001.
(9) (a) Por qué no soy cristiano..., p. 27. Editorial Hermes, Buenos Aires, y México, D. F., 1959. (b) Josh McDowell, Respuestas a preguntas difíciles, p. 55. Editorial Vida, Miami, 1985. (c) Lee Strobel, El caso de Cristo, p. 105, Editorial Vida, Estados Unidos de América, 2000.
(10) Op cit., McDowell, Nueva Evidencia..., pp. 712, 713.
(11) Strobel, El caso de Cristo, pp. 171-174.
(12) J. Enrique Cáceres-Arrieta, El uso de los medios de comunicación social por parte de la Iglesia en Panamá a fin de proclamar el Evangelio, p. 45. Trabajo de Graduación, Panamá, 1988.







12
Significado de la muerte de Jesús en la cruz

“Tuvo a bien el Padre reconciliar consigo mismo a los seres humanos y todas las cosas, así las que están en la Tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la cruz de su Hijo Jesucristo”.
–San Pablo-

Beneficios de la muerte de Jesús

Antes de nada, unas palabras a aquellos que consideran que el Dios de la Biblia es cruel y amante del martirio y el sacrificio por haber permitido que Jesús sufriera una muerte tan ignominiosa y “sangrienta”. Quienes no entienden por qué tuvo que morir Jesús piensan que el Padre con solo perdonar hubiera evitado tan cruel castigo a su Hijo Jesús.
Si vemos el sacrificio de Jesús por nosotros desde el punto de vista exclusivamente humano, habríamos dicho con Pedro: “Señor, no lo permita Dios; en ninguna manera te suceda esto”. Te aseguro que Jesús nos hubiese respondido como a Simón Pedro: “¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque tus sentimientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. (San Mateo 16: 22, 23)
“No tienes en mente las cosas de Dios, sino las de los hombres”, afirma San Marcos en 8: 33. A veces los sentimientos y el punto de vista humano son buenos humanamente, mas chocan con los pensamientos y propósitos de Dios y le siguen la corriente al diablo; de ahí la fuerte reprensión de Jesús a Pedro y a cualquiera que ponga sus pensamientos, sentimientos y emociones (naturales, carnales) por encima de los pensamientos sobrenaturales de Dios. ¿Quién tiene mejor ángulo y vista para ver las circunstancias y el futuro? ¿Dios o el humano? ¡Dios! ¿Dónde está Dios sentado y en dónde está parado el ser humano? ¿Será que son la misma altura y panorámica? Humanamente, muchos condenaríamos a Dios porque no entendemos el sufrimiento de los niños, las guerras e injusticias. Pero, mi amigo, hemos aclarado que Dios no es humano (ni está contra la humanidad) y tampoco es responsable de los conflictos armados ni de las inequidades humanas.
Creo que una anécdota contada por Josh McDowell lo explica mejor: Hace años en California (E. U.) una joven fue detenida y llevada ante un juez de tránsito por exceso de velocidad. El representante de la ley le preguntó a la mujer: “¿Se declara culpable o inocente?”. La respuesta fue: “¡Culpable!”. El juez dio un golpe con el mazo y la condenó a pagar cien dólares de multa, o diez días de arresto. Luego pasó algo insólito: el juez se levanto, se quitó la toga, bajó del estrado; y, parado frente al estrado, sacó su billetera y pagó la multa. El juez era el padre de la joven y la amaba. (1) Pero ello no la exoneraba de la multa. Si el juez no la pagaba por ella, violaría la ley y daría un mal ejemplo a su hija. Habría fallado como representante de la ley. Algunos dirían que hubiese dejado que pagara la infracción o que fuera encerrada los diez días. En tal caso habría fallado como padre, pues a los hijos los convence más el amor y la misericordia que el castigo o la penitencia.
Otros asegurarían: “Si Dios es amor, ¿por qué permite que el humano vaya a parar al infierno?”. Esa pregunta suena bien desde el punto de vista humano. Mas está mal formulada. Lo correcto es verla desde el punto de vista de Dios: ¿Cómo puede un Dios tres veces santo, justo y recto permitir que un perdido pecador esté delante de su presencia? Algunos olvidan o ignoran que aparte de amor Dios también es santo, justo y recto, y no hace componendas con el pecado. Además, si uno de mis hijos rompiera el televisor plasma, por ejemplo, es cierto que puedo decirle: “hijo mío, te perdono; vete, pero no lo vuelvas a hacer”. Eso es bello y todo lo demás. Pero, ¿quién paga el televisor? Lo pago yo comprando otro. ¿O quién paga el insulto al perdonar a quien te ofendió? Lo pagas tú. El perdón tiene un precio que debe ser pagado por el que perdona. No se perdona y desaparece el agravio o se paga el costo de lo dañado como por arte de magia. El juez, tú y yo perdonamos, pero alguien debe pagar la boleta, el insulto y el televisor. Si venimos a Jesús para que nos perdone, Dios nos perdona en Cristo, pero Su Hijo tuvo que pagar el precio del perdón de nuestros pecados pasados y presentes. No olvidemos: el perdón siempre tiene un precio. El perdón que no tenga un costo para quien perdona no es perdón.
De igual manera:

Si Dios permitiera entrar al cielo a los que no creen en Cristo, sería peor que el infierno para ellos. ¿Cómo podrían permanecer por la eternidad en un lugar donde se alaba y se ora a Dios continuamente aquellos que detestan [a Dios] la oración y la alabanza? Si se sintieron incómodos solo con una hora de esto en la iglesia [o al ver o leer un libro o escrito sobre la divinidad de Jesús], piensen en su eterno desagrado si tuvieran que hacerlo por siempre. Para decirlo con palabras más fuertes, dado que el cielo es un lugar donde los hombres [mujeres y niños] se inclinan adorando a Dios, ¿cómo podría ser amor de parte de Dios el forzar a los hombres [y mujeres] a ir donde no quieren adorarlo, sino que lo odian? Parece más congruente con la naturaleza del amor divino no obligar a los hombres [y las mujeres] amar a Dios contra sus voluntades. (2)

Creo que nadie en sus cabales quiere ir al infierno. Pero algunos irán allí no porque Dios sea malo ni nada parecido, sino porque quien obliga a que le amen viola el principio de la libertad y el libre albedrío del otro. Dios no obliga a nadie a que le ame, pero demuestra su amor al permitir que la gente siga por su propio camino, aunque sea el que conduzca al infierno. Si el perfecto y constante amor de Dios no ha logrado mudar el corazón del incrédulo, ¿qué podría cambiar sus ideas en cuanto a Dios y su eterno amor? “El infierno es, sencillamente -escriben Geisler y Brooks-, el lugar donde el que no cree en Cristo deja de ser molestado por Dios, que lo ha fastidiado con su amor”. (3) Señor, ¡fastídiame con tu amor para no ir yo al infierno que has preparado para el diablo y sus ángeles, no para los seres humanos!
La Biblia manifiesta que el Señor Jesús dio su vida en la cruz por los pecados de todos nosotros, comenzando por el pecado original de nuestros primeros padres, Adán y Eva, y siguiendo con los nuestros, pues estábamos en Adán y Eva cuando desobedecieron a Dios. Recordemos, si mi padre hubiese muerto antes de engendrarme y sin congelar su esperma (gr. sperma = semilla), yo no habría nacido. Hubiese muerto con él.
Jesús fue mi vicario (sustituto) en la cruz del calvario; Él llevó en Su cuerpo -que era sin pecado por haber nacido de una virgen y por obra del Espíritu Santo- todos los pecados de la raza humana. Era yo quien debía ser clavado en la cruz. No Él. Todo lo hizo Dios el Padre con el fin de “reconciliarnos consigo mismo por medio de Cristo” y librarnos del infierno. (2da. Corintios 5:18) “El que cree [y acepta] en el Hijo, tiene vida eterna, mas el que rehúsa creer en el Hijo [Jesús], no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”. (San Juan 3: 36)
Los detalles de la crucifixión del Señor Jesús no se revelan en los evangelios porque fue tan atroz que Dios -que inspiró a los escritores de los cuatro evangelios y de toda la Biblia con sus 66 libros- impidió que esos detalles se revelaran. No obstante, el profeta Isaías nos asegura que el rostro y el cuerpo de Jesús fueron tan desfigurados, que “no parecía hombre, y su figura no era como la de los hijos de los hombres”. (Isaías 52:14)
Añade el Profeta: “[Jesús] fue despreciado y desechado de los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto... fue menospreciado y no lo estimamos. Ciertamente él llevó nuestras enfermedades, y soportó nuestros dolores... él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; y el Señor cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros. Fue oprimido aunque se humilló a sí mismo, y no abrió su boca, como un cordero fue llevado al matadero, y como una oveja que delante de sus trasquiladores está muda, tampoco él abrió su boca”. (Isaías 53: 3-7)
¡He ahí por qué murió Jesús! Isaías lo describe como ningún otro escritor del Antiguo Testamento. Esas palabras de Isaías nos dan a conocer tantas bendiciones que hemos obtenido gracias a la muerte y resurrección de Jesús.
Analicemos lo que nos dice Isaías que obtuvimos por medio de Jesús al morir en la cruz y resucitar por nosotros.

1) Jesús “llevó nuestras enfermedades”. Cáncer, sida, leucemia, diabetes, pulmonía, asma, Alzheimer, mal de Parkinson, reumatismo, cataratas, ceguera, mala circulación de la sangre, presión alta y baja...
2) “Soportó nuestros dolores”. Los dolores del espíritu, alma y cuerpo los soportó Jesús por mí con el objeto de que yo no tenga que soportarlos solo cuando vienen.
3) “Fue herido por nuestras transgresiones”. Jesús fue herido por mis desobediencias y maldades.
4) “Fue molido por nuestros pecados”. Jesús pasó por el trapiche del Padre por todos mis pecados.
5) “El castigo de nuestra paz fue sobre él”. La paz que puedo disfrutar hoy en medio de la tormenta la compró Cristo en la cruz.
6) “Por sus llagas fuimos nosotros curados”. Por las llagas y heridas de Jesús soy curado de cualesquiera de las enfermedades que vengan sobre mí.
7) El Padre “cargó sobre él [Jesús] la iniquidad de todos nosotros”. Todas mis iniquidades fueron colocadas sobre el Cordero de Dios, tal como las maldades de quien ofrecía sacrificio a Dios en el Antiguo Testamento. En el Antiguo Testamento tocaba ofrecer sacrificio vez tras vez para que mis pecados fueran perdonados. Hoy, no es menester puesto que Jesús, el Cordero de Dios, murió una sola vez y para siempre. (Hebreos 9: 12).
8) “Fue oprimido” por nosotros. Jesús fue exprimido como un limón para que yo no sea oprimido por las preocupaciones ni problemas de la vida.

Todas esas bendiciones son gratuitas para nosotros, aunque al Hijo de Dios le costaron sangre, sacrificio, dolor, sufrimiento, humillación; la vida. Luego de ver los extraordinarios beneficios que Jesús obtuvo para los seres humanos, ¿será posible seguir con la idea de que Dios se ensaña con la pobre humanidad desvalida? ¿Es Dios inhumano? ¿No le importamos para nada? Inhumano es aquel que se tortura y tortura a otros con sus ideas disparatadas sacadas de filósofos hedonistas, pesimistas, relativistas y fatalistas. Amigo, el sabio sabe canalizar sus pasiones y vive con mesura; el sabio no es aquel cuya vida contiene más palabras que acción. La ceguera autoimpuesta quita el entendimiento e impide ver los hechos del Evangelio.
Los beneficios físicos de la muerte y resurrección de Jesús son: no tenemos por qué llevar ni sufrir dolor o enfermedad alguna, puesto que el Señor Jesucristo “llevó nuestras enfermedades, soportó nuestros dolores y por sus llagas fuimos curados”. Los espirituales son que Jesús “fue herido por nuestras transgresiones y molido por nuestros pecados, el castigo de nuestra paz fue sobre él”, el Padre “cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros”, fue oprimido por nosotros y “como un cordero fue llevado al matadero” por varios propósitos: 1) Declararnos inocentes y justos delante del Padre; esto es, como alguien que nunca ha transgredido los mandatos de Dios, como era Adán antes de pecar. 2) La paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento está a mi alcance, pues Jesús la compró para mí en la cruz. 3) No tengo por qué ir al castigo eterno del infierno porque Jesús fue castigado por mí y compró mi salvación.

Las llagas que Jesús sufrió para nuestra sanidad fueron infligidas por un tipo de castigo muy cruel llamado ‘flagelo’. Los historiadores nos dicen que esas llagas fueron producidas por un azote de nueve ramales. Esta flagelación de Jesús tuvo lugar poco antes de su crucifixión (Mateo 27: 26).
Este azote de nueve ramales era un instrumento horrible de castigo. Pequeñas piezas de metal estaban adheridas en cada una de las tiras. La flagelación romana con este látigo sobrepasaba cualquier otro método de castigo. [Cada vez que el látigo tenía contacto con el cuerpo del prisionero, arrancaba pedazos de carne del desdichado detenido] Eso era, si es posible, peor que ser clavado a una cruz y dejado allí para morir. Era tan terrible que a menudo los condenados morían mientras recibían los azotes.
A nuestro Salvador le ataron las manos por encima de la cabeza. Luego un vigoroso soldado romano, con todas sus fuerzas, azotó a Jesús con ese látigo. Treinta y nueve veces este azote de nueve ramales del centurión arrancó la carne de... Jesús hasta que sus costillas y los huesos de la espalda quedaron a la vista.
Con aquellos treinta y nueve azotes que laceraron su espalda, Jesús tomó para sí nuestra miseria, nuestro dolor y nuestras enfermedades. Él sufrió la agonía de todas las enfermedades conocidas. Sufrió para que el sufrimiento de cada uno de nosotros fuese aliviado, a fin de que pudiésemos decir: ‘Por sus llagas yo estoy curado’.
La flagelación y crucifixión de Jesús no fueron agradables. Fueron actos inhumanos que podrían ser calificados de bestiales. Lo que deberíamos comprender siempre, sin embargo, es que desde su temprana edad Jesús sabía cuál sería su fin en este mundo. A pesar de ello, nos amó tanto, que caminó resuelto a la cruz para que nosotros los que le pertenecemos a él, pudiésemos decir una y otra vez: ‘Por su llaga yo soy curado’. (4) (Las cursivas son mías)

Si tenemos todas esas bendiciones en Cristo, ¿por qué aún enfermamos y hay gentes que viven atribuladas espiritual, mental y emocionalmente? y ¿por qué habrá más personas que vayan al infierno? La respuesta se concreta en las siguientes palabras:

1) La humanidad entera y toda la creación aún están sometidas al dolor, sufrimiento y corrupción de la caída de Adán, aunque Jesús ya hizo lo justo y necesario para librarnos de ello. (Colosenses 1: 20) La total redención de nuestro cuerpo y de la creación será completada cuando aparezca Cristo por segunda ocasión. (Romanos 8: 20-23)
2) No tenemos suficiente fe. “Al que cree, todo le es posible”, dice el Maestro. ¿De veras creemos que todo es posible al que cree? Hablo por mí, muchas veces soy incrédulo. No le creo a Dios, y, por consiguiente, no recibo lo que pido. “Pides, y no recibes porque pides mal, para gastar en tus deleites”. (Santiago 4: 3) Dios no responde oraciones egoístas o caprichosas.
3) Ignoramos lo mucho que ganó Cristo para nosotros en la cruz. “Ustedes ignoran las Escrituras y el poder de Dios”. (San Mateo 22: 29) Les dijo Jesús a los saduceos que vinieron a tentarlo. Para conocer lo que Jesús hizo por nosotros y las promesas que nos dio, es preciso conocer las sagradas Escrituras porque ellas dan testimonio de Jesús. (San Juan 5: 39)
4) No hemos creído y aceptado el gran Regalo de Dios para nosotros. Para disfrutar las bendiciones de Dios para nosotros es imprescindible hacer de Jesús nuestro Señor y Salvador. Sin eso, mejor es no vestirse que no iremos al paseo. En este caso, el cielo. Temo que hay gente convertida emocional y mentalmente a Jesús, pero su espíritu sigue muerto. Son religiosos como Nicodemo, pero continúan muertos. Tienen apariencia de piedad, viven con máscaras de religiosidad, mas no han nacido de nuevo por el agua y el Espíritu de Jesús. “De cierto, de cierto te digo [Nicodemo] que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. (San Juan 3: 5) Debo decir que hay personas cristianas, no naciones cristianas. Muchas gentes de nuestras naciones son creyentes en Dios y hasta de Cristo -del Cristo histórico-, mas no son cristianos; no han nacido de nuevo por acción del Espíritu Santo en ellos.
5) Permitimos que las preocupaciones, emociones y sentimientos reprimidos y dañinos como la ira y el odio revienten en nuestro cuerpo, causándonos enfermedades sicosomáticas. Los consultorios médicos están atiborrados de personas que sufren de muchas enfermedades porque sus mentes son asaltadas por miles de preocupaciones en cuanto al dinero, su salud, los hijos y un sinnúmero de cosas que ocupan su mente antes de que sucedan. Alguien lo dijo de esta manera: “Si la gente supiera vencer la preocupación, los médicos de enfermedades nerviosas nos moriríamos de hambre”. Ocuparse de algo antes de que suceda es una pre-ocupación. Es decir, lo que no existe -lo irreal- enajena a lo que existe. ¡Qué terrible!

Sigamos con lo que padeció Jesús. Estudios pertinentes nos informan que si el Señor Jesucristo no fuera Dios no hubiese podido soportar el castigo inhumano a que fue sometido antes y durante la crucifixión. Mucho menos resucitar de entre los muertos. Ninguno de nosotros hubiera podido resistir tan cruel castigo. Este horripilante hecho nos pone a pensar en el duro castigo que merecerá aquel que rechace lo que Jesús hizo por él en el calvario. “¿Qué castigo piensas que merecerá el que pisotee al Hijo de Dios, y tenga por inmunda la sangre” que derramó en el calvario. “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!”. (Hebreos 10:29,31)
No pasemos por alto algo importantísimo. Para Jesús no fue fácil ir al calvario en lugar nuestro por varias razones: primero, su Ser inmaculado y perfecto rechazaba la sola idea de cargar con todos los pecados de la humanidad desde Adán hasta el fin de este sistema corrupto; segundo, estando en Getsemaní, Jesús “comenzó a entristecerse y a sentir gran angustia. Entonces les dijo [a los tres discípulos que había llevado a ese lugar]: “Mi alma está abrumada de una tristeza mortal [hasta la muerte]. Y adelantándose un poco, se postró rostro en tierra, orando y diciendo: Padre mío, si es posible pase de mí esta copa; sin embargo, no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Esto lo hizo más de una vez, haciendo la misma oración. (San Mateo 26: 37-39). Lucas revela que Jesús, orando decía: “‘Padre, si quieres, aparta de mí esta copa [el calvario]; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya’. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre engrumecidas que caían sobre la tierra”. (San Lucas 22: 42-44) Sin embargo, pienso que lo que más le dolía a Jesús era sentirse abandonado por su Padre al tener que cargar los pecados de toda la humanidad. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (San Mateo 27: 46), exclamó Jesús en la cruz del calvario.
(Hoy sabemos que el sudor de Jesús “como grandes gotas de sangre engrumecidas” es hematidrosis o hemohidrosis, un caso excepcional en que al acercarse la muerte se suda sangre por un elevado nivel de estrés)
En ninguna manera estaba Jesús con miedo ante la realidad de la cruz. Sentía angustia y una “tristeza mortal”; mucha tristeza. Pero no era ni miedo ni terror; era horror por tener que cargar con los pecados de la humanidad desde Adán hasta el fin del sistema corroído por el pecado. Ninguna mente finita puede entender lo que sentía un alma tan pura como la de Jesús, y lo que experimentó en esa triste semana de pasión. Ningún teólogo jamás podrá entender ni explicar con exactitud las emociones que experimentó el Señor Jesús horas antes de ser crucificado por nuestras iniquidades. Quedará como un misterio, hasta que un glorioso Día los cristianos abracemos a Jesús en el cielo y le preguntemos qué sintió, si es que eso tenga alguna importancia estando ya en la presencia del Ser más bello que existe en el cielo, en la Tierra y debajo de la Tierra.
“Si en alguna ocasión tú dudas del amor de Dios, contempla muy bien la cruz, porque allí encontrarás la máxima expresión del amor de Dios”. (2) Aun cuando yo fuera el único ser humano en la Tierra, Jesús igual hubiera venido a morir por mí. “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. (Romanos 5:8)

Un Cristo muerto no sirve para nada

Lamentable es que muchas veces se haga tanto énfasis en la muerte del Señor Jesús, y, por otro lado, se omita mencionar la resurrección de ese mismo Jesús. Su muerte y resurrección están tan unidas que la muerte de Jesús sin Su resurrección no serviría para nada. (1ra. Corintios 15: 13-20) De igual manera, es obvio que nunca pudo haber resurrección sin muerte. La resurrección del Señor Jesús confirma sus pretensiones en cuanto a que Él es Dios manifestado en la carne, Dios hecho Hombre.
Dios el Padre nos hace saber que “ha establecido un día en el cual va a juzgar al mundo con justicia por medio de Aquel varón [Jesucristo] a quien designó dando fe [garantía] a todos con haberle levantado de los muertos”. Además, Jesús “fue declarado Hijo de Dios [...] por la resurrección de entre los muertos”. (Hechos 17: 31; Romanos 1: 4) En pocas palabras, al resucitar, Jesús demostró que es el Cristo; Emanuel, Dios con nosotros. El único Camino al Padre. (San Juan 1: 1-4, 9,10; 14: 6) La exclusiva vía para llegar al Dios que adoran casi todas las religiones monoteístas.
La resurrección corporal del Señor Jesucristo es el hecho más trascendental en la historia de la humanidad. Hasta donde llega mi conocimiento, es la resurrección por excelencia que registran los anales de la especie humana. (He oído de la resurrección extrabíblica del pastor nigeriano Daniel Ekechukwu en noviembre de 2001, mas pareciera que no ha trascendido. En realidad, no sé casi nada de tal resurrección) Lo es porque aunque Jesús, profetas, discípulos y los apóstoles del Señor resucitaron a varias personas, todos tuvieron que morir de nuevo al final de sus días. Sin invalidar la resurrección de Jesucristo.
Por ser tan conspicua, crucial para la vida del ser humano e incomprensible para el razonamiento se la ha atacado muchísimo. Muchos cuestionamientos y absurdas explicaciones de supuestas tumbas con restos de Jesús se han tejido alrededor de la resurrección corporal del Señor Jesucristo con tal de desvirtuarla y embolatarla. Pero las evidencias históricas inmarcesibles e indubitables y millones de experiencias de incontables individuos con ese Cristo resucitado demuestran sin lugar a dudas que Jesús de Nazaret resucitó corporalmente. Si alguien no lo quiere aceptar, es su decisión y problema, mas las pruebas existen y están a disposición de quien las quiera estudiar. No es filosofando ni ignorándolas como sabremos si Jesús de Nazaret resucitó en verdad. Lo descubriremos considerando seriamente investigarlas, y, luego de halladas, ser honestos intelectualmente para aceptar las pruebas aun cuando estén contra presuposiciones y posturas cómodas y llamadas falsamente científicas.
Solo hay una tumba vacía entre los millones de tumbas ocupadas por pensadores, sabios, maestros de la vida, filósofos, líderes espirituales y religiosos, intelectuales, científicos. ¡La de Jesucristo, el Hijo de Dios! “Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: ‘Sorbida es la muerte con victoria’. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, sepulcro, tu aguijón?”. (1ra Corintios 15: 54, 55)
¡Cristo le quitó el aguijón a la muerte! Como quien quita las garras y colmillos al león. Aun conserva su fuerza animal y la representación mental que tenemos de él de predador (aunque en realidad el león no caza, sino que lo hacen las hembras con las cuales se aparea), mas ya no puede devorar ni hacer daño con sus patotas. Igual sucede con la muerte: todavía infunde miedo y pavor a muchos, pero su veneno mortal y acicate ya no existen porque Cristo Jesús los quebró e inutilizó. Se dice que después que la abeja pica no puede picar nuevamente pues queda sin aguijón. No olvidemos que el Señor Jesús le quitó el aguijón a la muerte. La muerte puede matar todavía al cristiano pero no puede separarlo de su Señor y Salvador, tal como vimos en el capítulo 8. Gracias, Señor, por tu muerte, pasión y resurrección corporal.
Antes de proseguir, debo admitir que la resurrección de Jesús es un hecho que trasciende la razón humana, va en contravía de la lógica del hombre y suspende o viola (como queramos decirlo) leyes de las ciencias naturales. De ahí que naturalistas, racionalistas, filósofos positivistas, escépticos, agnósticos, ateos, directores y productores de cine vestidos de hombres de ciencia rechacen de plano la resurrección de Jesús y se inventen el cuento chino de que hallaron la tumba de Jesús, la de María, su madre, y la de María Magdalena y del hijo que tuvo con Jesús, conteniendo los restos de cada uno de ellos. (¿Será que también encontraron los restos fósiles del loro de la familia?) Ojo, es preciso repetir una máxima: la fe trasciende la razón humana, pero no va contra ella. La resurrección del Hijo de Dios traspasa los límites del raciocinio, mas no va contra la mente.
Sobre teorías que han intentado refutar los hechos de los evangelios, William Lane Craig afirma:

Creo que la gente que empuja estas teorías alternativas admitirían: ‘Sí, nuestras teorías son improbables pero no son tan improbables como la idea de que ocurriera ese milagro espectacular [resurrección corporal de Jesús]’. Sin embargo, en este punto, la cuestión ya no es histórica; en cambio, pasa a ser una cuestión filosófica: si los milagros son posibles.
[...] La hipótesis [Craig cataloga así la resurrección corporal de Jesús dándoles el beneficio de la duda a los incrédulos] de que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos no es de ninguna manera improbable. En verdad, con base en la evidencia, es la mejor explicación de lo que sucedió. Lo que es improbable es la hipótesis de que Jesús resucitó naturalmente de entre los muertos. Estaría de acuerdo en que eso es extravagante. Cualquier hipótesis sería más probable que decir que el cuerpo de Jesús volvió a la vida en forma espontánea. [Sin un poder sobrenatural]
Sin embargo, la hipótesis de que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos no contradice a la ciencia [convencional] ni a ningún hecho conocido de la experiencia. Solo requiere la hipótesis de que Dios existe y creo que hay buenas razones independientes para creer que sí existe. [Así lo confirman la astrofísica, la cosmología y otras ciencias naturales además de las experiencias irrefutables de la transformación de millones de seres que han confiado en el resucitado Cristo histórico]
Mientras que la existencia de Dios sea siquiera posible, es posible que haya actuado en la historia resucitando a Jesús de entre los hombres. (5) (La cursiva es mía)

Lo que Craig hace ver es que en el universo de la relatividad de Einstein ya nada es imposible. Ni siquiera la existencia de Dios y los milagros. Veremos también que no vivimos en un sistema cerrado, sino uno en el cual muchos fenómenos -en otros tiempos considerados imposibles por las ciencias convencionales- pueden ocurrir. De manera que el fanático racionalista y el cientificista no cuentan con respaldo científico para rechazar la resurrección corporal de Cristo, los milagros y la existencia de Dios. Cuando lo hacen se basan solo en filosofía. El ateísmo, recuérdese, es únicamente filosófico.
El ateo Michael Martin en su libro El caso en contra el cristianismo ataca por otro costado y cree que hay contradicciones en las narraciones de los evangelistas de la tumba vacía de Jesús. Esto es lo que presenta el filósofo:

En Mateo, cuando María Magdalena y la otra María llegan a la tumba al amanecer, hay una roca frente a ella, se produce un violento terremoto y un ángel desciende y quita la piedra. En Marcos, las mujeres llegan a la tumba muy de mañana, apenas salido el Sol, y la piedra había sido quitada. En Lucas, cuando las mujeres llegan temprano al amanecer, se encuentran con que la piedra ya había sido removida.
En Mateo, hay un ángel sentado en la roca fuera de la tumba, y en Marcos un joven está dentro de la tumba. En Lucas, hay dos hombres adentro.
En Mateo, las mujeres presentes en la tumba son María Magdalena y la otra María. En Marcos, las mujeres presentes son las dos Marías y Salomé. En Lucas, María Magdalena, María la madre de Jacobo y Juana y las otras mujeres presentes en la tumba.
En Mateo, las dos Marías salen corriendo de la tumba con gran temor y gozo para contarles a los discípulos y se encuentran con Jesús en el camino. En Marcos salen corriendo de la tumba con temor y no dicen nada a nadie. En Lucas, las mujeres relatan lo sucedido a los discípulos quienes no les creen y no se sugieren que se hayan encontrado con Jesús.


A un lector desprevenido esto puede tomarle fuera de base y pensar que Martin tiene razón. Pero resulta que Martin no es historiador (es filósofo) y pasa por alto detalles que los historiadores y eruditos toman en cuenta al analizar los pasajes citados por Martin. Veamos lo que afirma William Lane Craig, experto en la resurrección corporal del Señor Jesucristo, en entrevista que concediera al periodista Lee Strobel:

Con todo respeto, Michael Martin es un filósofo no un historiador y no creo que comprenda la tarea del historiador. Para un filósofo, si algo no es coherente, la ley de contradicciones dice: ‘No puede ser cierto, ¡descártalo!’. Sin embargo, el historiador observa estas narraciones y dice: ‘Veo algunas incoherencias pero también noto una particularidad en ellas: todas son detalles secundarios’.
La esencia del relato es la misma: José de Arimatea toma el cuerpo de Jesús, lo pone en una tumba, un pequeño grupo de mujeres seguidoras de Jesús visitan la tumba temprano por la mañana el domingo después de su crucifixión, y se encuentran con que la tumba está vacía. Ven una visión de ángeles que dicen que Jesús resucitó.
El historiador meticuloso, a diferencia del filósofo, no arroja el fruto junto con la cáscara. En cambio dice: ‘Esto sugiere que hay una esencia histórica en este relato que es confiable y del cual se puede depender, aunque los detalles secundarios sean conflictivos.
Por tanto, podemos tener suma confianza en la esencia que es común en los relatos [eso lo vimos en el capítulo 1 cuando hablamos de los periodistas al escribir sobre un mismo tema: no coincidirán en los detalles, pero sí en el contenido o cuerpo de la noticia], con la cual concordarían la mayoría de los eruditos del Nuevo Testamento hoy día, aunque haya diferencias con respecto a los nombres de las mujeres, la hora exacta de la mañana, la cantidad de ángeles, etc. Ese tipo de discrepancias secundarias no le molestarían a un historiador.

Craig añade y cita al historiador -casi siempre escéptico- Michael Grant:

‘Es verdad, el descubrimiento de la tumba vacía se describe de forma diferente en los evangelios, pero si aplicamos el mismo tipo de criterio que aplicaríamos a otras fuentes literarias antiguas, la evidencia es firme y plausible, lo suficiente para requerir la conclusión de que la tumba fue encontrada, en verdad, vacía’. (6)

Lo señalado por Craig sobre la condición filosófica de Martin para opinar también ha sido contemplada en el capítulo 1 y en varias partes de esta obra a fin de hacer notar que hay gentes tan radicales al hacer declaraciones en temas que apenas conocen de oídas. Por consiguiente, toca recordarles: ¡Zapatero, a tus zapatos!
El escéptico Hume negó radicalmente la posibilidad de la resurrección al expresar:

Un milagro es la violación de las leyes de la naturaleza. Dado que una experiencia firme e inalterable ha establecido estas leyes, la prueba en contra de los milagros (con base en la naturaleza misma del hecho) es tan definitiva como cualquier argumento de la experiencia puede posiblemente imaginarse... Nada debe tenerse como milagro si ocurre en el curso común de la naturaleza. No es un milagro el que un ser humano aparentemente sano muera de repente... Pero es un milagro que un hombre muerto resucite; porque tal cosa jamás ha sido observada en ninguna época o país [Hume desestima filosóficamente la resurrección de Jesús porque la niega sin investigarla científicamente. Otro tanto hacen supuestos científicos que pululan por ahí]. Por tanto, la experiencia uniforme está en contra de todo acontecimiento milagroso, de otra manera dicho suceso no merecería ser llamado así. (7)

Eso de “experiencia firme e inalterable” suena a metafísica. A mi juicio, Hume obvia mencionar a Dios como lo hacen otros que por no hacerlo creen ser muy doctos y científicos. Si fue Dios quien estableció las leyes en cuestión (en efecto, fue Él), ¿qué raro hay que ese Dios las suspenda o viole -como queramos llamarlo- cuando así lo considere justo y necesario? Es más, Dios no las viola ni suspende; las trasciende.
Hay los que por no poder entender al Dios infinito -por la finitud de sus mentecillas- lo niegan o sostienen que lo sobrenatural o los milagros son “imposibles”. Son imposibles para ese diosillo que tienen dentro (ego inflado) y el fetiche que han abrazado en lugar de Dios, mas no para el Soberano y Omnipotente Dios de la Biblia.
Ahora bien, Hume evade la evidencia a favor de los milagros. Ignora que cientos y miles presenciaron resurrecciones. Entre ellas la de Jesús. (Para ciertos “hombres de ciencia” lo que narra la Biblia no son hechos históricos, sino mitos, símbolos y supersticiones; “hechos” que tambalearían con “solo aplicar raciocinio” o que no pasan la prueba “científica”. Ignoran que cualquier hecho religioso o secular es único e irrepetible) O esos testigos oculares “eran tan ignorantes” que “malinterpretaron” los hechos y nos han transmitido “errores”.
El filósofo parte de la premisa presupuesta de que los milagros o fenómenos sobrenaturales no pueden ocurrir. Su dogmatismo para señalar tal es extremadamente asombroso. Como otros enemigos de la verdad del Evangelio, Hume es inconsecuente con su posición filosófica antidogmática. Toma en cuenta las muchas muertes contra las pocas resurrecciones dadas a lo largo de la Historia. Y, como son contadas, para él la resurrección no es posible. Lo peor de todo es que presume saber el pasado y el futuro al señalar que los milagros nunca se han dado ni se darán. O el tipo era omnisciente o pecó de majadero. La respuesta es obvia... era un majadero.
Manifesté que para Hume no cuenta que miles de personas fueran testigos de resurrecciones, pues asevera: “[...] Tal cosa [que un muerto resucite] jamás ha sido observada en ninguna época o país [...]”. O el filósofo era ignorante de las sagradas Escrituras judeocristianas, o mentía deliberadamente. Quien lea la Biblia a conciencia y sostenga que no habla de eventos reales y fenómenos sobrenaturales y/o milagros, no sabe de lo que habla. O simple y llanamente quiere aplicar el equivocado método racionalista a los hechos históricos que narra la Biblia. Verdaderamente, la ignorancia es insolente. Y “superstición” llama el ignorante a su ignorancia.
Acerca del postulado de Hume de que “la experiencia uniforme está en contra de todo acontecimiento milagroso”, Craig asegura:

No hay contradicción entre creer que el hombre en general se queda en su sepultura y que Jesús de Nazaret se levantó de la muerte. A decir verdad, los cristianos creen en ambas cosas. Lo opuesto a la declaración de que Jesús se levantó de la muerte no es que todos los seres humanos permanecerán en la tumba; se trata de que Jesús de Nazaret permaneció en su sepulcro.
A fin de argumentar en contra de le evidencia de la resurrección, uno tiene que presentar evidencia en contra de la misma, no la evidencia de que todos los demás siempre permanecerán en su sepulcro. [El incrédulo debe demostrar que las narraciones bíblicas son falaces; mientras no lo haga sus posturas son solo prejuicios y supuestos] De modo que creo que este argumento es simplemente fraudulento [y acomodaticio].
Ahora bien -Craig reafirma lo antes anotado-, estaría de acuerdo con Hume en que una resurrección natural de Jesús de la muerte, sin ninguna clase de intervención divina, es descomunalmente improbable. Sin embargo, esta no es la hipótesis. La hipótesis es que Dios levantó a Jesús de la muerte. Eso no dice nada en contra de las leyes de la naturaleza, la que dice que los muertos no regresan a la vida en una forma natural. (8)

Por otro lado, Ronald H. Nash afirma categóricamente:

Los críticos de Hume se han quejado de que su argumento se basa en un concepto equivocado de lo que es la probabilidad. En primer lugar, Hume trata la probabilidad de los sucesos en la historia, como los milagros, en la misma forma en que trata la probabilidad de hechos recurrentes que producen la formulación de una ley científica. En el caso de las leyes de la ciencia [convencional], la probabilidad depende de la frecuencia en que algo ocurre. Si los científicos [convencionales] observan ocurrencias similares que se repiten con insistencia bajo condiciones similares, es mucho más probable que sea correcto formularlas como ley. Pero los hechos históricos, incluidos los milagros, son cosas diferentes. Los acontecimientos históricos son únicos e irrepetibles. Por consiguiente, tratar los sucesos históricos [que Hume suprime], incluidos los milagros, con el mismo concepto de probabilidad que el científico [convencional] usa cuando formula sus leyes, es ignorar la diferencia fundamental entre dos temas distintos. (9) [En términos futboleros, con esta contestación Nash le hace un gol de media cancha a Hume y a los que creen igual que él]


El escritor y apologista cristiano, otrora ateo, C. S. Lewis refuta a Hume y a los que en la era de la relatividad del universo creen todavía que vivimos en un universo cerrado, en el cual los milagros “son imposibles”, en los siguientes términos:

[...] Por supuesto que debemos concordar con Hume de que si la experiencia absolutamente “uniforme” está en contra de los milagros, en otras palabras, si los milagros jamás han ocurrido, ¿por qué entonces nunca ocurrieron? Desafortunadamente, sabemos que la experiencia es uniforme en contra de ellos solo si estamos seguros de que todos los relatos acerca de ellos son falsos. [Esto es, si somos omniscientes] Y podemos saber que todos los relatos son falsos solo si sabemos que los milagros nunca han ocurrido. [Si somos omnipresentes] De hecho, estamos argumentado en círculo”. (10) [Algo que los narcisistas con sueños de omnisapiencia, omnipresencia y omnipotencia suelen hacer muy a menudo: se meten autogol]

Para continuar, J. W. Montgomery pregunta:

¿Pero puede el hombre moderno aceptar un “milagro” como el de la resurrección? La respuesta sorprende. Debemos aceptar la resurrección con base en que somos personas modernas, personas que viven en la época de la teoría de la relatividad de Einstein. A diferencia del período de Newton, para nosotros el universo ya no es una caja de seguridad cerrada, ya no es la cancha de juego predecible en la cual conocemos todas las reglas. Desde Einstein ninguna persona moderna [ni de “avanzada”, ni “hombre ni mujer de ciencia”] tiene el derecho a descartar la posibilidad de ciertos acontecimientos con base en un conocimiento previo de una “ley natural”.
La única forma que podemos saber si un suceso puede ocurrir es ver [no filosofando] si de hecho ocurrió. De modo que el problema de los “milagros” debe resolverse en el campo de la investigación histórica, no en el campo de la especulación filosófica. (11) [Eso fue un golazo de portería a portería]

En unas palabras que caen como anillo al dedo, Vincent Taylor, crítico de formas, asegura:

Hoy en día ya es demasiado tarde para evitar el problema diciendo tan solo que “los milagros no son posibles”; tal etapa de la discusión ha pasado totalmente. Hoy la ciencia [convencional] tiene un punto de vista mucho más humilde [entérense, señores fanáticos racionalistas y cientificistas] y verdadero acerca de la ley natural que lo que era característico en tiempos pasados [de Hume y otros que viven anclados en el siglo XVIII] Ahora sabemos que las llamadas “leyes de la naturaleza” son sumarios convenientes del conocimiento que tenemos. La naturaleza no es un “sistema cerrado”, y los milagros no son una “intrusión” en el “orden establecido”. En los últimos cincuenta años hemos sido sorprendidos con demasiada frecuencia por descubrimientos que en otro tiempo pensamos que eran imposibles. Hemos sobrevivido para oír acerca del rompimiento del átomo y para encontrar a los científicos [genuinos hombres de ciencia, no mercachifles con títulos que se creen científicos] hablando del universo en términos de un gran “pensamiento más que de una gran máquina”. Por supuesto que este cambio de punto de vista no acredita lo milagroso, pero quiere decir que, dadas ciertas condiciones [no hay absolutos en el universo], los milagros no son imposibles; no hay científico o dogma [filosófico-religioso] que obstruya el camino” (12) [Eso fue un golazo de portería a portería que rompió la red]

San Pablo, al escribir a la Iglesia en Corinto -puerto griego-, advierte que el mensaje de la cruz es locura a los que no conocen a Jesús como Señor y Salvador, pues un Evangelio que habla de un Cristo crucificado y luego resucitado es piedra de tropiezo para los judíos y locura para los que no son judíos. Como intelectual, Pablo sabía que tal mensaje sería objeto de burla no solo para los filósofos de sus tiempos, sino además para aquellos que creyendo ser sabios se hacen necios.
Pablo pregunta: “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el letrado? ¿Dónde está el discutidor de este mundo? ¿No ha convertido Dios la sabiduría del mundo en necedad?”. Él mismo responde: “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes mediante la locura de la predicación. (1ra Corintios 1: 18, 20)
El Apóstol sabe que el Evangelio del Señor Jesucristo no está fundado ni depende de la sabiduría o argucia de los hombres, sino que descansa sobre el mismo Dios y el poder con que Él respalda su Palabra. “Pues ni mi palabra ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu [de Dios] y de poder para que su fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”. (1ra Corintios 2: 4, 5).
Al llegar Pablo a Atenas y al discutir con los filósofos epicúreos, estos lo toman a parte y le piden que les hable de “estas cosas extrañas”. Pablo solícito en transmitirles el Evangelio, hace una de las mejores disertaciones que ha habido en la historia de la Iglesia de todos los tiempos. Ante tanta elocuencia, la audiencia le escucha con sumo placer. Pero, al oír sobre la resurrección, los filósofos atenienses “se burlaban, y otros decían: ‘Ya te oiremos acerca de esto otra vez’”. (Hechos 17: 16-32)
Señalé que para la mente natural la resurrección y los milagros de la Biblia son “fábulas”, “locura”, “cuentos de viejas” porque “violan leyes naturales”. (1ra Corintios 2: 14) Algunos pretenden dar explicación a todo, y cuando no la tienen expresan que es “cuento”, “leyenda”, “mito”, “símbolo”, “superstición”. Bien lo dijo el agnóstico Thomas H. Huxley, “los hechos no dejan de existir solo porque sean ignorados”. Y el maestro oriental lo expresó muy bien: “‘Superstición’ llama el ignorante a su ignorancia”. De igual manera, “la ignorancia es insolente”.
Hace unos días leí que un niño pequeño cayó de un cuarto piso y no sufrió lesión física alguna. Muchos lo llaman “milagro”. Como eso, muchísimas cosas suceden en el mundo y no creo que a alguien se le ocurra manifestar que son cuentos. Solo los soberbios se engañarán tratando de explicar tales hechos, presumiendo saberlo todo. Y, si no entienden algo con su minúsculo cerebro, aspiran desvirtuar el hecho. Según estos señores, los argumentos racionalistas son capaces de invalidar hechos históricos. ¿Dónde habrán leído u oído tal necedad?
Al leer las historias bíblicas intentan desmeritarlas o ridiculizarlas manifestando ser de carácter mitológico, y que la ciencia “puede probar” que la resurrección no es posible (¡Qué ilusos! Vimos que ninguna ciencia convencional puede probar ni desacreditar la resurrección del Señor Jesús. Como tampoco puede demostrar o desvirtuar la existencia de Dios por trascender Dios el tubo de ensayo y el laboratorio. Lo que sí puede hacer tal ciencia investigando es hallar evidencias en cuanto a Dios y la resurrección corporal de Jesús. Solo quien tiene un real encuentro con ese Cristo resucitado puede hablar con propiedad al respecto) Que es supersticioso y ridículo pensar que María quedara embarazada sin la participación de un hombre, y niegan el nacimiento virginal de Jesús. Tal como dicen en Colombia, “¡cipote científico ese que suprime los hechos antes de investigarlos!”.
Para muchos, hoy el estudio de la historia, el universo y la vida está ligado a las ideas preconcebidas de que Dios no existe, los milagros son imposibles, Jesús no resucitó, vivimos en un sistema cerrado y tenemos ancestros simiescos; por tanto, lo sobrenatural es mito y la teoría de la evolución es un hecho “probado”. Con tales supuestos y prejuicios empiezan su investigación en cuanto a Jesús, los milagros, el origen del universo y la vida, y llegan a la inevitable conclusión “científica”, “abierta” y “honesta” a la que quieren arribar: Jesús es un mito, su nacimiento virginal y los milagros que se afirma que hizo se añadieron a su leyenda para darle mayor preponderancia al mítico Jesús; el universo “brotó” de la nada absoluta y venimos de una especie de simio. ¡La gran flauta!
En el capítulo 3 sugerí que ese tipo de lectura fatalista, pesimista y relativista no debe ser leída por gente depresiva y con impulsos suicidas, porque abonarán sus deseos de muerte. Ojo, no insinúo que no leamos críticas constructivas sobre las creencias y desatinos de las religiones, sino que evitemos hipercríticas que en lugar de edificar fulminan las pocas ansias de vivir que tenga el depresivo suicida. Además, son contados con los dedos de la mano -y sobran dedos- las críticas bien fundamentadas y libres de supuestos y prejuicios antirreligiosos. También se ha manifestado que es extremadamente difícil ser objetivo y realista donde estén involucrados los intereses, emociones y sentimientos. Créeme que es muy inusual hallar un crítico cuyos intereses, emociones y sentimientos no estén presentes en sus señalamientos.
No debería sorprendernos, por tanto, que en el siglo XXI haya todavía quienes enseñen en aulas universitarias, colegios, canales de televisión por cable, diarios y librillos “científicos” que “los milagros y la resurrección de Jesús son -“como sabemos”- “imposibles”. Lo que estas “autoridades” hacen es desestimar los milagros y la resurrección corporal de Cristo antes de investigarlos histórica y honestamente. Abordan el estudio del cristianismo (religión histórica y empírica) filosófica y resentidamente en lugar de hacerlo históricamente con y honestidad intelectual. Sus prejuicios no son de tipo fáctico, sino filosófico y sicológico. Para ellos su hinchado ego (intelecto) es su dios, y si ese diosito no entiende, rechazan cualquier hecho histórico por muchas pruebas que haya al respecto. Pues “si mi dios no lo entiende, es falso”.
Lo que estos filósofos disfrazados de historiadores y científicos hacen es descartar a Dios, el nacimiento virginal de Jesús, su resurrección y lo sobrenatural antes de comenzar una seria investigación histórica de los hechos. Pues para ellos basta que tales hechos no puedan entenderse ni explicarse para negarlos. Obvio, esa máxima la aplican solamente a las cuestiones religiosas, pues engullen todas las creencias de las ciencias naturales por muy disparatadas e irracionales que sean.
Bien lo dice el libro deuterocanónico Eclesiástico: “Sin haberte informado, no reprendas; reflexiona primero y haz luego tu reproche”. (Eclesiástico 11: 7) Eso lo podríamos parafrasear de la siguiente manera: “Investiga a conciencia antes de cuestionar; primero examina, censura después. No seas hallado siendo el hazmerreír”.
Quien transfiere a Dios sus limitaciones ignora el poder de Dios o su dios (ego, “ciencia”; fetiche) es demasiado pequeño. Lo que es imposible para la ciencia convencional o para el hombre, posible es para Dios. Si así no fuera, Dios no fuera Dios, sino una simple creación del humano neurótico o enfermo, tal como dicen algunos “expertos” de la conducta humana. ¿Quién inventó que la ciencia natural lo sabe y puede explicarlo todo? Quien lo crea es un ingenuo.
¿Cuántas veces los científicos convencionales han manifestado que algo es imposible pero más tarde se demuestra lo contrario? ¿Te acuerdas de Einstein y su famosa fórmula de E = MC2 (energía igual masa por velocidad al cuadrado)? Si la ciencia convencional y otras ciencias han sido capaces de probar las metidas de pata de los científicos, las limitaciones del conocimiento científico y los límites de la ciencia convencional, ¿cuánto no sucederá entre Dios y tal ciencia? ¿Quién es mayor? ¿Dios que creó las ciencias o las ciencias? ¿Quién tiene la última palabra? ¿El Creador o la criatura? ¿El Alfarero o la vasija?
Examinamos que algunos ignoran o pasan por alto que ya no vivimos en la era de los absolutos de la física newtoniana -en la que el dogmático y escéptico Hume postuló contra los milagros- sino en la física de la relatividad de Einstein, en la cual el universo está abierto a todas las posibilidades. Ya no hay absolutos, y todo intento por establecer una ley universal de causalidad (causa y efecto, típico de extremistas racionalistas y cientificistas) está condenado al fracaso. Quien no toma en cuenta este hecho, es, asegura J. W. Montgomery, “tanto filosófica como científicamente irresponsable”. Continúa Montgomery: “Solo la cuidadosa consideración del testimonio empírico que habla de un milagro puede determinar si realmente ocurrió o si no ocurrió”. (13) (Ya vimos que la obra de Cristo en la cruz de palo por el humano sí es posible hacerla real y efectiva hoy. Quien diga lo contrario, no sabe de lo que habla)
No pasemos por alto que a muchos científicos se les ha enseñado que cualquier hipótesis o teoría que conduzca a Dios no puede ser científica. Con semejante premisa por delante ninguna evidencia en cuanto a Dios y los milagros es suficiente por muy contundente que sea.
McDowell advierte que “si siguiera el método histórico moderno, jamás llegaría a creer en la resurrección de Jesús como Salvador y Señor [las negritas son mías]”, puesto que la metodología histórica “moderna” parte de ciertas conclusiones (usa la conclusión como primera premisa) antes de que la investigación haya empezado. El historiador promedio “moderno” suprime cualquier referencia a lo sobrenatural como algo no histórico, o, para usar las trilladas expresiones, como “mito”; “superstición”. (14)
La resurrección corporal de Jesús y todo lo que narra la Biblia no son fábulas, mitos ni supersticiones; son hechos reales transmitidos por gentes de carne y hueso que vivieron esos hechos, que, como manifestamos, no podemos repetir en un laboratorio -con todo y las supuestas pruebas de ADN que se tengan- porque trascienden los límites de la ciencia, mas no van contra la genuina ciencia convencional. (Trascienden la razón pero no van contra ella) Pero ello no los invalida. ¿Quién inventó que lo real para ser real tiene que pasar por el filtro de las ciencias naturales o sociales? ¡Lo inventó un cientificista! ¡Una pequeña criatura megalómana que por no ver su propia pequeñez y limitaciones pretende meter a Dios en su minúsculo cerebro!
A Dios le saben a cacho nuestras leyes naturales y nuestra ciencia. Se las pasa por el forro o se las pone de ruana cuando así lo considera necesario. Y eso hizo precisamente en la resurrección corporal de Jesús, y en los milagros que narra la Biblia. ¿Quién soy yo para querer meter a Dios en el laboratorio o para enseñarle lo que debe o no debe hacer?
Saulo de Tarso, perseguidor de la Iglesia de Jesús, más tarde Pablo -el gran apóstol a los gentiles e incansable defensor de las verdades que había recibido- fundamenta en la resurrección corporal del Señor el evangelio que había recibido personalmente de su Señor y Salvador. San Pablo consideraba que si Cristo no había resucitado, él y todos los demás apóstoles y cristianos éramos los más dignos de lástima por haber creído en alguien que no resucitó, si Jesús no hubiese resucitado corporalmente.

San Pablo escribe:

Porque en primer lugar les he transmitido a ustedes lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día conforme a las Escrituras [profecías sobre Cristo en el Antiguo Testamento]; y que se apareció [vivo] a Cefas [Pedro], y después a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez [¡bárbaro!], de los cuales la mayoría viven aún [pueden ir a preguntarles], pero algunos ya murieron. Después se apareció a Jacobo [hermano carnal de Jesús]; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, se me apareció a mí. Porque yo soy el más pequeño de todos los apóstoles [no, Pablo, eres el más grande], que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios, soy lo que soy; y su gracia para conmigo no ha sido estéril, sino que he trabajado más que todos ellos [así es, Pablo]; pero no yo, sino la gracia de Dios para conmigo. Porque o sea yo o sean ellos, así predicamos [Cristo realmente murió, fue sepultado y de veras resucitó], y así ustedes han creído. Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre ustedes que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también la fe de ustedes. Y [nosotros los apóstoles] somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado acerca de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es vana; aún están en sus pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo, han perecido. Si solamente en esta vida [los cristianos] tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más dignos de lástima de todos los hombres. Ahora bien, Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que han muerto es hecho. Porque ya que la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. ¿Por qué nosotros peligramos en todo momento [si los muertos no resucitan]? Si como hombre batallé en Éfeso contra fieras, ¿de qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos porque mañana moriremos. No se dejen engañar; las malas compañías corrompen las buenas costumbres. He aquí les digo un misterio: No todos moriremos, pero todos seremos transformados, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta, porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es menester que esto [cuerpo] corruptible sea vestido de incorrupción, y esto mortal sea vestido de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita [en Isaías 25: 8 y Oseas 13: 14]: ‘Sorbida [destruida] es la muerte con victoria. ‘¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh sepulcro, tu aguijón?’ El aguijón de la muerte [que tanto tememos] es el pecado [de Adán transferido a todos sus descendientes], y el poder del pecado, la ley [que nadie ha podido cumplir por la debilidad de la carne]. Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo, pues el último enemigo que será suprimido será la muerte [¡Gloria a Jesús!]. (1ra Corintios 15: 3-22, 30, 32, 33, 51-58, 26 )

¿Qué tenemos aquí? Este es el pasaje más alentador que pueda encontrar un alma turbada por la duda en cuanto a la resurrección de los muertos (gr. egeiro) en general, y de la resurrección de Jesús en particular. San Pablo empieza diciendo a los receptores de su carta que él les había predicado en cuanto a la muerte, sepultura y resurrección corporal del Señor Jesucristo de los muertos tal como lo anunciaron muchos profetas del Antiguo Testamento. Pablo sabía que entre los creyentes de Corinto había aquellos que dudaban de la resurrección de los muertos; y, por ende, de la resurrección del Señor Jesucristo. Más, el Apóstol tenía conocimiento que entre los incrédulos y enemigos del Evangelio de Cristo había quienes señalaban que Jesús ni siquiera había muerto; y que otros aseguraban que los discípulos de Jesús habían robado el cuerpo del Maestro para que Él se presentara delante de ellos como si hubiese resucitado. (San Mateo 28: 13- 15)
Como buen escritor y disertador, Pablo prosigue su epístola con las personas a las cuales Jesús se les había aparecido vivo: Pedro, los otros diez apóstoles, Jacobo, a quinientos hermanos a la vez, de los cuales la mayoría vivía aún. Y, por último, se le apareció a él, “como a un abortivo”. A Pablo le dolía en lo más profundo de su ser haber perseguido a Jesús y sus discípulos. El abogado que cuente con quinientos excelentes testigos -como lo eran esos hermanos de los cuales habla Pablo- para el caso en el que litiga, seguro lo gana. Apabulla al fiscal en audiencia.
Hagamos un alto para considerar un punto importante: La Biblia narra que Jesús apareció vivo, primero, a María Magdalena, Juana, Salomé, a María madre de Jesús y de Jacobo y a otras mujeres. (San Lucas 24: 1-10; San Marcos 16: 1-8) ¿Por qué Pablo no lo menciona? No lo hace porque en sus tiempos el testimonio de una mujer no tenía valor alguno. Para los efectos que deseaba Pablo ante los gentiles corintios ese dato era irrelevante. Por ende, él se ciñe estrictamente a los que eran apóstoles o la plana mayor de la Iglesia primitiva. Es ridícula la idea de que ello es un indicio más de que el apóstol Pablo era misógino, pues en el Libro de los Hechos de los Apóstoles y epístolas notamos la buena relación del Apóstol con varias discípulas; de hecho, él ganó a muchas mujeres para Cristo y tiene que haber sido casado para ser miembro del Sanedrín judío. (Hechos 26: 9, 10; 9: 1, 2; 22: 4, 5)
Ahora, no faltará el escéptico, agnóstico o ateo que con subterfugio alegue que “el testimonio de un testigo puede ser extremadamente poco fiable”, haciendo alusión a experimentos hechos en sesiones fraudulentas de espiritismo. Digo “sesiones fraudulentas de espiritismo” porque las hay; pero ya consideramos que en las genuinas sesiones espiritistas se dan manifestaciones demoníacas, que incrédulos como Richard Wiseman, Matthew Smith, Jeff Wisman, entre otros, creen haber echado por tierra por toparse con charlatanes.
Pues bien, lo que algunos han descubierto -y por ello consideran haber inventado el agua tibia- es que hay sesiones espiritistas fraudulentas y que ciertos fenómenos paranormales son falaces. Pero de lo que habla san Pablo en el pasaje arriba citado es que el Señor Jesucristo después de resucitar corporalmente “apareció a ¡más de quinientos hermanos a la vez!”. (1 Corintios 15: 6) ¿Habrá confiabilidad en tales testimonios? Quien diga que “no” en realidad no sabe lo que significa el testimonio de un verdadero testigo ocular. Menos sabrá lo que para un tribunal serio es el testimonio de más de quinientas personas que han presenciado el mismo hecho al mismo tiempo.
La sola conversión (gr. epistrofe) de Saulo (Pablo) de Tarso en el camino a Damasco es prueba más que suficiente para llegar a la conclusión de que algo sobrenatural (gr. dunamis) le pasó a este hombre de firmes convicciones. Como fariseo y judío, Pablo creía en un solo Dios y en la ley para ser salvo. Pero... de repente todo lo que había reputado como ganancia ahora lo estimaba como pérdida por amor a Cristo. (Filipenses 3: 4-9) ¿Dejó Saulo de creer en un solo Dios para convertirse en adorador de otros dioses, como nos etiquetan los que no creen en la Trinidad? Jesús resucitado, luego del encontronazo con Saulo en el camino a Damasco (Siria), se le apareció de nuevo a su elegido a fin de explicarle personalmente el Evangelio. ¡Qué privilegio el de este hombre! (Hasta cierto punto, es cierto el parecer de que hablar de Trinidad es minimizar a Dios. Dios precisamente se “minimizó” al revelarse a través del Señor Jesucristo. Se humilló al hacerse un hombre igual que nosotros, pero sin pecado. Y Jesús antes de ir a la cruz expresó que enviaría al Espíritu Santo [gr. Parakletos = ayudador, consolador] luego de resucitar corporalmente y ascender a los cielos. El asunto es que algunos niegan verdades bíblicas cuando no las entienden. Insisto, si yo pudiera entender y explicar a Dios, ¿qué clase de dios sería ese? ¿O que tipo de cabeza tuviese yo? Si de negar se trata, entonces también negaríamos muchos postulados de las ciencias naturales porque no se entienden y muchos enunciados de la teoría de la evolución son irracionales y anticientíficos)
Varios escritores e historiadores han tratado de refutar la conversión de Saulo, pero al empezar a investigar con honestidad intelectual se han encontrado con tantas pruebas irrebatibles y convincentes que han terminado convertidos al cristianismo. De igual manera, fanáticos racionalistas, cientificistas, teólogos liberales y omniscientes sicoterapeutas han dado presumidas y ridículas explicaciones sobre esta conversión tan sobresaliente, esperada y necesitada en la incipiente Iglesia del siglo I. La Iglesia y el Evangelio hallaron en Saulo el hombre con la pasión, el carácter y convicción necesarios para llenar el mundo entonces conocido con el poder y el amor de Cristo Jesús resucitado. Nunca ha habido ni creo que habrá otra mente con las capacidades intelectuales de este hombre que estudió a los pies de la excelencia de la tradición y religión judías llamado Gamaliel. No obstante, al convertirse al resucitado Cristo histórico señaló que por amor a Él “lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol para ganar a Cristo, y ser hallado en Él no teniendo mi propia justicia, que es en base a la ley [mosaica], sino la que es por medio de la fe de Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe [...]”. (Filipenses 3: 8, 9) Quienes creen que somos justificados por la ley o que debemos guardarla para ser salvos deberían prestarle atención al apóstol Pablo.
Ahora bien, Pablo en el pasaje (credo) acerca de la resurrección aclara varios puntos: si los muertos no resucitan (gr. egeiro), entonces Cristo tampoco resucitó. Algo me llama la atención: en ninguno de estos versículos vemos que Pablo se refiera a Cristo con el nombre humano Jesús. Es más, en las cartas paulinas poco se halla el nombre “Jesús” a secas. ¿Por qué? A mi juicio, porque Pablo quiere demostrar que Cristo (Ungido, Mesías) es el Mesías prometido por Dios al mundo (Génesis 3: 15) y a su pueblo judío, y que ese Cristo sí murió, fue sepultado y resucitó conforme a lo que está registrado en el Antiguo Pacto. Para Pablo, si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó y los cristianos somos los más dignos de lástima de todos los seres humanos, pues hemos creído en Alguien que dijo haber resucitado, pero no ha resucitado, si los muertos no resucitan. Y si los muertos no resucitan, ¿para qué seguimos creyendo algo que no sirve para nada? ¿Para qué seguir escribiendo libros como este? Si los muertos no resucitan, en balde hemos luchado y guardado nuestra vida de la contaminación y el pecado. Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos como los demás mortales.
Por último, Pablo canta la doxología porque Jesucristo en verdad ha resucitado y es el primer fruto de los que han de resucitar; y cita a los profetas Isaías y Oseas que escribieron sobre la destrucción de la muerte y nuestra victoria sobre ella y el sepulcro, ya que esta desaparecerá juntamente con el pecado, que le daba poder sobre nuestro cuerpo mortal. ¡Gloria a Dios por su Hijo Jesucristo! Al morir y resucitar Jesús de Nazaret conquistó la muerte y al pecado original de nuestros primeros padres Adán y Eva, que aún tiene el poder de enfermarnos, hacernos sufrir, sentir dolor y morir. Cuando Jesús se manifieste por segunda vez, se completará la redención de nuestro tripartito ser: espíritu, alma y cuerpo. Ya no habrá más lágrimas, sufrimiento, dolor y muerte. Y podremos cantar como san Pablo: Destruida y vencida ha sido la muerte por la victoria de nuestro Señor Jesucristo en la cruz.
El historiador Thomas Arnold, autor de los tres volúmenes de la afamada obra Historia de Roma, sostiene: “He estado acostumbrado durante muchos años a estudiar la historia de otros tiempos, y a examinar y a pesar las evidencias aportadas por los que han escrito acerca de esos tiempos, y no conozco ningún hecho de la historia de la humanidad que esté probado por las evidencias mejores y más completas de este tipo [evidencias para determinar hechos históricos], para la comprensión de un investigador imparcial [y honesto], que la gran señal que Dios nos ha dado de que Cristo murió y resucitó de los muertos”. (15) (Las cursivas son mías)
Es curioso que sean dos cineastas (los mismos que hace unos años hicieran un documental sobre la veracidad del Éxodo) en vísperas de Semana Santa -no importantes teólogos, arqueólogos y otros científicos- quienes produjeran, dirigieran y alegaran en febrero de 2007 que las tumbas halladas en 1980 contenían los restos de Jesús, de su familia, la de María de Magdala y un supuesto hijo de ambos.
Aparte de mercadear una futura película que les diera millones de dólares y protagonismo, James Cameron, Simcha Jacobovici y James Tabor citan fuera de contexto las palabras de varios expertos. Entre ellos las del arqueólogo forense Carney Matheson sobre la posibilidad o no de que el supuesto ADN de ambos demostrara que eran marido y mujer. Se pasa por alto que ese análisis de ADN no demuestra en absoluto que los restos sean de Jesús y de María Magdalena. ¿Qué te parece?
Estos “expertos” vician las estadísticas de los nombres hallados en los osarios, dándole a Andrey Feuerverger -quien realizó las estadísticas- supuestos para elaborar estadísticas amañadas. Manipulan al televidente con imágenes; esto es perverso teniendo en cuenta que muchas personas son visualmente orientadas; lo audiovisual ejerce un tremendo impacto mental en ellas. Citan asimismo las Actas de Felipe del siglo IV, alegando que el nombre Mariamne -aparecido junto al supuesto osario de Jesús- es otro nombre de María Magdalena. Según ellos, debemos creer a este Felipe que escribe cuatrocientos años después de los hechos, antes de creer a los evangelistas que fueron testigos oculares o contemporáneos de la Magdalena.
Para justificar su ligereza, Jacobivici arguye que el apellido de su abuelo no había cambiado cien años después de su muerte. Este cineasta pasa por alto que no es igual cien años que cuatrocientos. Además, ¿cómo puede estar seguro de que el apellido de su abuelo se escribía igual que el de su tatarabuelo?
Ojo, “el sepulcro de Jesús fue cavado en una roca”. (San Marcos 15: 46) ¿Halló el arqueólogo Amos Kloner en 1980 el supuesto sepulcro de Jesús empotrado en una roca? Tal detalle debe tenerse en cuenta. Como dijera el arqueólogo William Dever, participante del debate luego del documental El sepulcro olvidado de Jesús, “[...] para mí, esto representa la peor clase de arqueología bíblica o antibíblica [...]. Desde el comienzo tenía las conclusiones”.
Los evangelios aseguran que la sepultura de Jesús fue costeada por José de Arimatea, un hombre rico. Es decir, es muy improbable que la costosa tumba vacía de Jesús estuviera en el mismo lugar de las tumbas pobres de una familia sin recursos como la de Cristo. Esto es, es aventurado afirmar que José de Arimatea u otro rico financiara las costosas sepulturas de la familia de Jesús para enterrarles al lado del sepulcro del Hijo de Dios. Por todo lo dicho, la supuesta tumba con los restos de Jesús no fue más que un gancho de mercadotecnia para una película que genere millones. Estas patrañas contra Jesús y el Evangelio son Titanics que se hunden como cualquier otro intento por refutar los evangelios. En realidad, el director de Titanic ha producido un fraude titánico.
¿Son rebatibles los hechos ocurridos en espacio y tiempo reales? ¡De ninguna manera! Desde luego, tales hechos son susceptibles a ser investigados, pero siguen siendo irrefutables. Los hechos siempre serán hechos aunque los escépticos, agnósticos y ateos empleen argumentos filosóficos y cientificistas condenados a desaparecer.
Ahora bien, ya manifestamos que es inusual tener evidencias exhaustivas que despejen toda posibilidad de duda, pero podemos hallar suficientes evidencias para determinar que lo que creemos es creíble y objetivamente cierto. Y a lo largo de la historia de la Iglesia se ha demostrado una y otra vez que los hechos narrados por los evangelistas son fieles narraciones de hechos ocurridos en espacio y tiempo reales.
No obstante, la prueba más contundente e infalible de que Dios existe y Jesús murió y resucitó corporalmente es la transformación que hace y sigue haciendo en la vida de millones de personas. Lo demás que se diga o haga sobre Dios, Jesús y la Biblia no es ciencia ni historia sino mera interpretación de los hechos. En una palabra: filosofía.
Me hubiese gustado ver en el debate a expertos como William Lane Craig, Alexander Metherell, Gary Habermas, Gregory Boyd, J. P. Moreland y otros apologistas y científicos cristianos de renombre. Te aseguro que les hubiera ido peor a los autores del Show llamado El sepulcro olvidado de Jesús.
Como periodista y comunicador deploro que periodistas, comunicadores y medios de comunicación presten a este tipo de fraude (show) con el objeto de ganar audiencia y vender más. Bien lo dice el viejo refrán: “Por la plata baila el mono” y su familia.
Lo peor es que ciertos empleados de medios y algunos medios por simpatizar con ideas disparatadas contra el Evangelio y la creencia evolución y malinterpretar la libertad de expresión dan luz verde a programas, documentales, caricaturas, columnas, cartas y artículos intolerantes e irrespetuosos de minorías escépticas, agnósticas y ateas, mas ponen todo tipo de obstáculo con el objeto de no publicar las réplicas a tales publicaciones. Dicen ellos que hay equilibrio en las opiniones emitidas por dar cabida a contestaciones. Claro que publican ciertas respuestas. Pero callan que existen fueros y privilegios para personajes y columnistas que durante años se han dedicado a vomitar sobre Dios, Jesús, las creencias, la Biblia, los cristianos y los creyentes en Dios en países de mayorías teístas y cristianas.
Sir J. N. D Anderson, uno de los intelectuales del Derecho de todos los tiempos, afirma en cuanto a la tumba vacía de Jesús: “La tumba vacía, entonces, constituye una verdadera roca contra la cual todas las teorías racionalistas [y cientificistas] de la resurrección se golpean en vano”. (16)
Otro que piensa igual es el ex juez y brillante abogado sir Lionel Luckhoo, al que 245 sorprendentes exoneraciones de homicidios consecutivas le dieron el lugar en el libro Guiness Records como el abogado más exitoso del mundo, quien expresa: “Afirmo inequívocamente que la evidencia a favor de la resurrección de Jesucristo es tan abrumadora que obliga a su aceptación mediante prueba que no deja absolutamente ningún lugar a dudas”. (17)

Cuidado con los falsos cristos, los falsos profetas y los teólogos y eruditos liberales

Desde hace muchos años y en pleno siglo XXI el mundo ha conocido a muchos que predican y hacen ‘milagros’ y señales parecidos -no iguales- a los de Jesús de Nazaret. Sobre prédicas o enseñanzas, san Pablo advierte: “Si aun nosotros, o un ángel del cielo, les anuncia otro evangelio diferente del que les hemos anunciado, sea anatema [maldito]”. (Gálatas 1: 8)
La enseñanza central del Evangelio de Jesús predicado por Pablo es: Cristo murió, fue sepultado, resucitó corporalmente y viene otra vez para poner orden en el mundo desordenado y minado por el pecado. Añadir o quitar a eso es anatema, dice el Apóstol.
Aunque mi férrea oposición en este libro es contra escépticos, agnósticos y ateos, desgraciadamente los peores y más enconados enemigos de Jesús y del cristianismo bíblico no son los pecadores confesos, los fanáticos racionalistas ni los materialistas ateos: han sido y son los falsos líderes religiosos con teología y erudición liberal que tuercen las sagradas Escrituras para su beneficio, o postulan que el Cristo de los evangelios no es el genuino Cristo histórico, pues -según ellos- los evangelios están incompletos (en el capítulo 2 y en el apartado sobre El canon de las Escrituras judeocristianas hablamos al respecto).
Ellos son los enemigos más acérrimos del Evangelio del Cristo resucitado y de Su Iglesia, pues creen saber más que los cuatro evangelistas y los apóstoles que fueron testigos oculares o consultaron fuentes de primera mano para escribir el Nuevo Testamento. En verdad, la teología y erudición de los más intransigentes enemigos de la cristiandad son “doctrinas de demonios” (1ra Timoteo 4: 1), puesto que niegan los fundamentos de la cristiandad como la divinidad de Cristo, su muerte expiatoria por nosotros los pecadores, su sepultura, su resurrección corporal y su manifestación a más de quinientas personas durante más de cuarenta días. (1ra Corintios 15: 3-8) De ellos se encargará el Señor que ahora niegan con su boca y con sus hechos.
En cuanto a los ‘milagros’ o ‘apariciones’ la Biblia tiene respuesta al señalar que si no glorifican ni ponen a Jesús en el centro como Único mediador entre Dios y los seres humanos, sea considerado anatema (maldito) el que tal hace o dicha aparición. Porque no proviene de Dios, sino del diablo que se viste como ángel de luz y hace milagros y utiliza palabras piadosas y supuestamente espirituales para engañar a los incautos y desviarles del Único Camino a Dios, que es Jesús. (2da Corintios 11: 13-15; Hechos 8: 9-11; 13: 6-8)
Léase bien, todo lo que Dios quería comunicar a la humanidad ya lo hizo por medio de los profetas y más recientemente mediante Su Hijo Jesucristo y está registrado en la Biblia. Toda palabra extrabíblica debe ser filtrada por los 66 libros canónicos que forman la Biblia; es decir, debe ser pesada en la balanza del Libro de Dios. Si contradice lo ya establecido por la Biblia, sea considerada anatema, sin importar quien la diga.
Ojo, la Iglesia ni ningún ser humano son infalibles. La infalibilidad está en la Biblia, aunque -como vimos en el capítulo 2- está supeditada a la interpretación unificada de los miembros de la Iglesia cristiana. De ahí la vital importancia de vivir en el espíritu y ser guiados por el Espíritu Santo. Además de que la Biblia no es de interpretación privada, como escribe san Pedro. (2da San Pedro 1: 20, 21)
Nadie de esos que hicieron “milagros” en el pasado se ha levantado de la tumba al tercer día. Y nadie más podrá hacerlo; solo Jesús lo logró por la acción directa del Espíritu del Padre. Por ello la singularidad de Jesús de Nazaret. Esto debe estar muy claro: Nadie ni los ángeles pueden aparecerse a las gentes para supuestamente hablar o dar revelaciones de Dios. (Gálatas 1: 6-9) El único que pudiera hacerlo sería Jesús, mas ello no es necesario por dos sencillas razones: 1) Ya Jesús vino y nos habló y enseñó lo necesario sobre cómo vivir aquí en la Tierra y prepararnos para nuestro viaje a la eternidad. 2) Todo lo que Dios quería que el humano supiera ya lo dijo y está registrado en las sagradas Escrituras que conocemos como santa Biblia. De manera que todo lo que salga del marco de lo ya revelado por Dios no proviene de parte de Dios, sino del falible ser humano o del diablo; así lo señala concretamente el Libro de Dios. Algo puede parecer muy espiritual, pero si la Biblia en sus 66 libros canónicos no lo apoya o rechaza, sea considerado espurio, o, como dicen en el país que me vio nacer: es chimbo, falso. Lo personalizaré: si yo escribo alguna doctrina o hago afirmaciones contra lo que establece el Evangelio tal como aparece en el Nuevo Testamento, sea anatema. Es curioso que no sea Jesús quien aparezca en las “apariciones divinas”, desviándose así la atención y adoración que debe darse solamente a Jesús, tal como enseña el Evangelio y las epístolas de los apóstoles.
Entiéndase bien, no niego el carácter sobrenatural de apariciones ni algunos milagros que se han dado y producen en siglos anteriores y en el nuevo milenio; lo que aseguro con total certeza -por estar basado en la revelación de las sagradas Escrituras- es que ninguna de esas apariciones ni milagros provienen de Dios, sino del enemigo de nuestras almas y príncipe de este mundo para confundirnos y lograr que quitemos los ojos del Señor Jesús y los pongamos en otro lugar, por cierto, equivocado. Bien lo dice Salomón: “Hay camino que al hombre [y la mujer] le [s] parece [n] derecho, pero es camino que lleva a la muerte”. (Proverbios 14: 12)
Llama la atención que cada vez que alguien se levanta y proclama que un “ángel” o alguien se le apareció para darle una revelación ocurren por lo menos dos cosas: Una, surge otra religión o una secta. Dos, la gente se fanatiza y aparta del puro y vivo Evangelio de Cristo para adorar o dar adoración -disfrazada de veneración- a otro (a) que no es Cristo Jesús. El Evangelio enseña una cosa, mas ciertos personajes y gentes predican y hacen otra. ¿Qué cosas no? Jesús asegura que “por sus frutos los conocerán”. (San Mateo 7: 16)
Otros muchos ponen sus doctrinas de hombres o tradiciones sobre los 66 libros canónicos de la Biblia o a la par del Evangelio porque según ellos el Nuevo Testamento está “incompleto”. Hemos observado que Jesús llama a Satanás “padre de la mentira”. Los dogmas humanos suelen ser perversos y aniquilantes a la dignidad de la especie humana, a ello se debe gran parte de la crítica desmesurada de filósofos, fanáticos racionalistas y cientificistas a las creencias y religión institucionalizada. Tales críticas usualmente son extremadas porque el crítico se polariza, generaliza y mete a todo el mundo en el mismo saco.
El Evangelio no necesita que nadie lo complemente ni lo complete. Señor, ayúdame a leer y entender tu santa Palabra de tal manera que pueda ver las verdades que Tú quieres que conozca.
Ahora bien, ¿cómo interpretar que imágenes, lienzos, dibujos y estatuas lloren, sangren y hagan milagros? Ya examinamos que Satanás es “padre de la mentira”, y la Biblia lo desenmascara y revela como imitador de milagros y prodigios. El Anticristo -revela san Juan- hará muchísimos milagros, señales y prodigios con el poder de Satanás para encandilar a los humanos que no se vayan en el Rapto. (Apocalipsis 13: 13, 14)
Al final de los tiempos, Jesús llamará a cuentas a los “hacedores de iniquidad”, aunque hayan hecho milagros supuestamente con el poder de Dios. (San Mateo 7: 21-23)
En el Antiguo Testamento, vemos que los sabios y hechiceros de Faraón hacen milagros con sus encantamientos, igualando en varias ocasiones las señales y milagros que hacía Moisés en el Nombre de Dios. (Éxodo 7: 11, 12, 22; 8: 7, 18, 19; 9: 11)
A lo que voy es que el diablo puede hacer que imágenes, crucifijos, lienzos, estatuas y cuadros lloren y “hagan” milagros para engañar y adulterar el puro y vivo Evangelio de Cristo aparecido en las sagradas Escrituras. (Hay personas a las cuales salen estigmas en Semana Santa) El mayor deseo de Satanás es que quitemos los ojos de Jesús para colocarlos en cosas, “milagros”, lugares, estigmas y personajes del pasado que no salvan ni cambian al ser humano. El verdadero cristianismo no solo cambia conductas; transforma las vidas. (Cualquier religión o sistema filosófico puede cambiar conductas, mas el Evangelio transforma las vidas porque el Espíritu de Dios nos liberta de los apetitos y deseos engañosos de la carne) ¡Cuidado! No sea que seamos hallados siguiéndole el juego al enemigo de nuestras almas. Algo puede parecer muy divino u originado por Dios, pero puede proceder del mismísimo infierno. (De unos años para acá, para muchos el término “divino” es cualquier cosa) De ahí la exhortación de san Juan al señalar que no creamos a todo espíritu, sino que probemos si los espíritus proceden de Dios. (1ra San Juan 4: 1)
Juan advierte a la Iglesia del Señor que muchos falsos profetas, anticristos, apostatas y enemigos del Evangelio saldrían de la misma Iglesia. (1ra San Juan 2: 18, 19) Y así ha sido a lo largo de la historia del Cuerpo de Cristo. Los más enconados enemigos de Jesús y del Evangelio -lo hemos apuntado- han salido de la Iglesia o han tenido algún vínculo con ella: egresados de colegios o seminarios religiosos o teológicos, etc. ¡Cristiano, cuidado! Estemos alerta y con el radar espiritual sintonizado en la frecuencia del Cristo resucitado para discernir entre la originalidad de Jesús y la réplica del diablo. Muchas cosas y personas tienen apariencia de piedad y espiritualidad, pero son sujetos y caminos de perdición o lobos vestidos de oveja. San Pablo asegura que “tienen apariencia de piedad, pero niegan la eficacia de ella”. Jesús los llama “sepulcros blanqueados”. ( 2da Timoteo 3: 5; San Mateo 23: 27)
Finalmente, siguiendo a san Pablo, espero no hacerme enemigo de nadie por decir la verdad del Evangelio tal como lo entiendo. (Gálatas 4: 16) Lo que menos deseo es ser piedra de tropiezo a alguien que esté en búsqueda honesta de la verdad. Mas ello no debe interpretarse como dejar de aclarar ciertos puntos que confunden a muchas gentes. Temas que muchos líderes religiosos no se atreven a mencionar a sus feligreses, y otros no tienen el amor y el tacto suficientes para hablar al respecto. El fanatismo religioso no se vence con fanatismo religioso. Tampoco con fanatismo racionalista ni cientificismo. Toca vencer el mal con el bien. Ya vimos que tolerancia no significa admitir la mentira en la verdad. Pues la verdad excluye la mentira o medias verdades.
Si lo que expreso o escribo se hace en un marco de amor, respeto y consideración hacia el ser humano, no debes callarlo ni dejar de escribirlo. Bien lo dice Salomón al escribir: “Fieles son las heridas de aquel que ama, pero importunos los besos de quien aborrece”. (Proverbios 27: 6) Dios, por favor ayúdame a guardar siempre el punto medio del infaltable equilibrio. Te lo ruego en el Nombre sacrosanto de tu Hijo Jesucristo el Señor. ¡Así sea!















(1) Josh McDowell. Más que un carpintero, pp. 108, 109. Editorial Unilit, Colombia, 1997.
(2) Norman Geisler y Ron Brooks, p. 344. Cuando los escépticos pregunten. Editorial Unilit, Colombia, 2003.
(3) Don Gossett. Lo que dices recibes, pp. 125, 126. Editorial Vida, Deerfield, Florida, 1992.
(4) Billy Graham. Paz con Dios, p. 120. Casa Bautista de Publicaciones, Estados Unidos, 1979.
(5) Lee Strobel, El caso de la resurrección, pp. 64, 65. Editorial Vida, Estados Unidos, 2005.
(6) Lee Strobel, El caso de Cristo, pp. 248-250. Editorial Vida, Estados Unidos, 2000
(7) Josh McDowell, Nueva Evidencia que demanda un veredicto, p. 415. Editorial Mundo Hispano, Colombia, 2004.
(8) Lee Strobel, El caso de la fe, p. 72. Editorial Vida, Estados Unidos, 2001.
(9) McDowell, Op cít., p. 416.
(10) Ibíd., pp. 416, 417.
(11) Ibíd., p. 415.
(12) Ibíd., p. 415.
(13) Ibíd., p. 414.
(14) Ibíd., p. 408.
(15) Josh McDowell, Más que un carpintero, p. 101. Editorial Betania,
Estados Unidos, 1978. Editorial Unilit, p. 108, Colombia, 1997.
(16) Strobel, Op cit., El caso de Cristo, p. 259.
(17) Ibíd.., p. 296.






















La hora de decisión

Después de saber lo que he podido escribir en esta obra acerca del Señor Jesús que murió por ti en la cruz del calvario y resucitó para declararte justo, ¿qué vas a hacer con todas las evidencias que nos revelan que Jesús es Dios manifestado en carne? ¿Le dirás sí al Señor Jesús que murió y resucitó por ti para ser reconciliado con Dios el Padre y no tengas que vivir la eternidad separado de Dios, y darás el paso para emprender el camino que te lleve a una vida mejor? ¿O te lavarás las manos como Poncio Pilato para no comprometerte? Si tu respuesta responde la segunda pregunta, repite esta sencilla oración de fe, que yo hice a inicios de 1979:

Dios del cielo, vengo ante Ti para pedirte que me perdones por el pecado original de mis padres Adán y Eva y por todos los pecados que he cometido contra Ti. Reconozco que soy pecador y confieso con mi boca que Jesús es el Señor que Tú enviaste para reconciliarme contigo al morir por mí en la cruz del calvario, lugar al cual debí ir yo, no Jesús. Creo en mi corazón que Tú levantaste a Jesús de los muertos para hacerme justo y limpio delante de Ti. Dios, entra a mi corazón y sé mi Señor y Salvador. Todo te lo pido en el nombre de tu Hijo Jesucristo el Señor. Amén.

Si lo crees necesario, haz esta oración las veces que desees, hasta que te asegures que Jesús vive en tu vida a través de su Espíritu Santo. Yo la hice varias veces. Y no logré la seguridad de mi salvación hasta 1982, estando de vuelta en mi amada patria chica Barranquilla, luego de muchas dudas y teológicas cavilaciones.
La señal más clara de que Jesús entró a tu vida es una paz inexplicable que empezarás a sentir en tu alma; verás todo nuevo y de hermosos y más intensos colores como quien ve a través de otras gafas graduadas especialmente para su afección visual. Y... tu modo de pensar, de actuar y de reaccionar será distinto, y ese vicio que te esclaviza se esfumará o comenzará a ser controlado por el Espíritu de Dios que ahora vive en ti.
En realidad, lo que uno empieza a experimentar luego de nacer de nuevo no puede explicarse con palabras, pero lo más notorio y permanente es la paz; ese sosiego y remanso de paz que uno no sabía que existía.
Y... eso no es todo, si buscas y anhelas de corazón que el Espíritu Santo te bautice con la señal de hablar en otras lenguas angelicales o humanas, tu vida principiará a experimentar cambios radicales jamás imaginados... El Jesús histórico comenzará a ser una realidad casi palpable para ti. Desde luego, los problemas no desaparecerán, pero el resucitado Cristo histórico estará contigo en todo momento y lugar. Créeme que nunca te abandonará. (2da Timoteo 2: 11-13)
Dios pide sinceridad y honestidad a la hora de hacer esta oración de salvación espiritual. Pues no vale nada la vana repetición si no soy honesto conmigo y con Dios y si no creo lo que Dios testifica acerca de su Hijo Jesucristo. (Romanos 10: 9, 10)
En caso de que tengas comentarios o inquietudes sobre esta obra, sugiero me escribas una carta cordial y respetuosa, identificándote (respetaré la privacidad de quien escriba), y me la haga llegar a mis correos: earrieta@tutopia.com o earrieta03@yahoo.com
Si no crees nada del contenido de esta obra, lo rechazas todo y hasta estás enojado por lo que he escrito, con respeto y consideración te desafío a que hagas la oración de arriba y descubras tú mismo si el Jesús que empezó a cambiar mi vida a partir de 1979 es un mito, un “lavado” de cerebro o simplemente una religión. Te aseguro que si haces esa oración con honestidad y buscando la verdad me escribirás y testificarás que Jesús es una realidad en tu vida y que también ha empezado a cambiarla por medio de su Espíritu Santo que ahora vive en ti.
No olvides, te atrevas o no a hacer esa oración, Jesús te ama muchísimo y quiere lo mejor para ti y los tuyos. Jesús te ama tanto que dio su vida por ti. Si hubieses sido el único ser humano en la Tierra, Jesús también hubiera muerto por ti. Recuérdalo: ¡Jesús te ama seas cristiano o no! Sin importar que sea María Magdalena o Nicodemo. Esto es, un pecador o un religioso que no ha nacido de nuevo aún.
¡Dios te bendiga mucho! Recibe un cordial y afectuoso abrazo de un seguro amigo y servidor.









Epílogo


Trataré ser conciso; de lo contrario, esto se extenderá. En El origen del sufrimiento: cómo trascender el dolor para vivir en plenitud y no fracasar en el intento pretendo que el lector se percate de que a pesar de los conflictos internos, el dolor, el sufrimiento y la herencia adámica hay esperanza para él y la raza humana. No todo es nubarrones y tormenta. La vida no termina en conflictos, sufrimiento y la muerte porque no hemos sido colocados en el mundo para resolver problemas y sufrir, sino para ser felices, en cuanto sea posible, aquí y en la eternidad. Pero nuestra actitud ante la vida y Dios nos ayudará a trascender las vicisitudes o nos hundirá en el mar del desespero. Solo yo decido qué haré con mi vida y dónde pasaré la eternidad.
Dos cosas deben estar claras y debo buscar a toda costa: mi futuro eterno con Cristo Jesús y un proceso de recuperación de mente y emociones, a fin de dejar huellas dignas de seguir en mi paso por la vida.
Como ha sido planteado en esta obra, nuestro presente está constituido por la herencia adámica, el temperamento, el carácter y nuestra historia personal. No soy culpable por lo ocurrido en el pasado, pero soy responsable de mi recuperación hoy.
Para recuperarme en mente, emociones y cuerpo toca ir a un excelente sicoterapeuta, porque -vimos- demasiadas veces los conflictos emocionales y sicológicos los desplazamos al cuerpo y él “paga el pato” de cuestiones irresueltas que hemos arrastrado toda la vida. Y para recuperarnos del espíritu (pasar de muerte espiritual a vida. Jesús lo llama “nacer de nuevo”) debemos ir a Dios por medio de Jesús y congregarnos en una iglesia de verdadera doctrina neotestamentaria o bíblica. (Lamento decir que muchos viven más en el Antiguo Testamento que en el Nuevo. Esto es, en la Dispensación de la Ley que en la Dispensación de la Gracia, ignorando las diferencias cruciales entre el pueblo de Israel de entonces y la Iglesia de hoy)
Debido a mi experiencia de vida sé (no solamente creo) que es posible estar bien en el espíritu, pero mi mente y emociones estar en conflicto. Y, viceversa, es probable estar bastante bien en lo segundo, mas estar muerto espiritualmente, aun siendo religioso. Ser religioso, conocer la Biblia de tapa a tapa, dar donaciones o diezmos a una iglesia equis o ser miembro de una iglesia cristiana no es garantía de vida eterna. “Es imprescindible nacer de nuevo”, afirma Jesús.
Por consiguiente, para recuperarme de manera integral es vital hacerlo en el espíritu, alma y cuerpo. Si descuido una de estas dimensiones, las otras serán afectadas. No viviré en plenitud, sino que sobreviviré.
Exhorto al lector a empezar -si no lo ha hecho, o lo empezó y no lo ha tomado en serio- el camino de su recuperación de su mente, emociones y espíritu, de lo cual no se arrepentirá. Si ha de arrepentirse será de no haberlo hecho antes. Para poder entender lo expresado en menester vivirlo pues “nadie sabe de feria si no ha ido a una”, dice mi abuelita.
Para concluir, hago eco de las palabras de Norman L. Geisler, quien en entrevista concedida a Lee Strobel afirmó:

En la medianoche de la ignorancia humana, hay muchas luces en el cielo. Al mediodía solo hay una. Y esa es [la de] Jesucristo, la luz del mundo. Basado en la evidencia de lo que era [y sigue siendo], en verdad no hay ningún competidor.
Así es que echo mi suerte con Él, no con el que exigió sabiduría, Confucio; ni el que exigió iluminación espiritual, Buda; ni el que dijo ser profeta, Mahoma, sino con el que afirmó ser Dios hecho carne. El que declaró “Antes de que Abraham naciera, ¡Yo soy!”... y lo probó [demostró]. (*)


(*) Lee Strobel, El caso de la fe, p. 164. Editorial Vida, Estados Unidos de América, 2001.


















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Q

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Contraportada:

J. Enrique Cáceres-Arrieta es periodista colombo-panameño egresado de la Escuela de Periodismo de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Panamá. También cursó estudios de Radiodifusión en esa misma casa de estudios superiores. Realizó estudios teológicos en un instituto bíblico de ese país centroamericano. Ha sido líder y maestro de jóvenes y adultos en ciudad de Panamá y otras latitudes. En los años ochenta del siglo pasado grabó los Salmos, Proverbios y Cantares en formato para radio o uso personal. Por años ha producido programas radiales y participado en radioemisoras de varios países de América, incluido Panamá. Y es colaborador de diarios y sitios en internet a través de escritos y ensayos.
Sin pretender ser teólogo, sicólogo ni filósofo, J. Enrique Cáceres-Arrieta nos ofrece en El Origen del sufrimiento... su punto de vista de cómo ve el sufrimiento ceñido no solo al cuerpo, sino también al espíritu, las emociones y la mente; y sugiere ciertos pasos que pueden ayudarnos a sobrellevar y trascender el sufrimiento a fin de vivir en plenitud y no fracasar en el intento. Para el autor lo vital no es no morir en el intento de trascender el sufrimiento, sino más bien no fracasar en nuestra lucha con él, pues “aunque muramos en el intento, lo más importante es no fracasar, que es lo que de veras tiene valía en el sufrimiento humano”. “[...] Saquemos provecho del sufrimiento para crecer y trascender, aunque muramos en la acción”, recomienda. Y añade: “Morir en el intento de trascender los límites del sufrimiento no significa de manera alguna que fracasemos. Por el contrario, puede que no muramos, pero fracasamos ante el dolor, y este en lugar de ser una excelente escuela para aprender y ser mejores se convierte en cruel pesadilla”.
Como vemos, esta obra sugiere cambiar paradigmas y no ver el sufrimiento como el acabose o el arder de Troya, sino como la oportunidad de trascendernos a nosotros mismos a pesar de las limitaciones propias del humano y de la vida que de vez en cuando nos golpea.

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