viernes, 14 de noviembre de 2008

Biblia: ¿Palabra de Dios o un libro más?

En vista de que muchos tienen dudas en cuanto a la fiabilidad de las escrituras judeocristianas, ofrezco este material al lector interesado en conocer el tema. Espero ayude a despejar dudas honestas. No pretendo convencer a nadie sino presentar evidencias reales a fin de que el lector tenga un juicio más acorde con los hechos que presenta la apología cristiana, muy poco conocida entre las gentes que dudan.
Ante todo, debo admitir que ningún original de la Biblia existe. No contamos con ninguno de los manuscritos del Antiguo ni del Nuevo Testamento escritos por los más de cuarenta autores de la Biblia. Pero, el hallazgo de unos ochocientos rollos en once cuevas de Qumrán, noreste del mar Muerto, en 1947, demostró sin lugar a dudas que las copias que los traductores y estudiosos habían utilizado para traducir los libros del Antiguo Testamento son fiables por ser fieles traducciones de los originales desaparecidos. Dicho de otro modo, con todo y las dudas de algunos y el desconocimiento de otros, la Biblia ha llegado hasta nosotros completa y exacta gracias a hombres meticulosos y reverentes de las sagradas Escrituras.
Entre los siglos V y III a. C. surgió en la nación judía una clase de eruditos llamada soferim o escribas, cuyo oficio era preservar cuidadosamente los antiguos manuscritos y producir nuevas copias si era necesario. Luego de los escribas soferim, los escribas talmúdicos vigilaban, interpretaban y comentaban los textos sagrados a lo largo de los años 110 y 500 d. C. Después de los talmúdicos, los escribas masoréticos, entre los años 500 a 900 d. C., eran los encargados de tan loable labor. El celo de los masoretas sobrepasó a sus antecesores pues establecieron tal disciplina para la copia de un manuscrito que cuando se completaba una nueva copia le daban a la reproducción una autoridad igual a la del original por estar absolutamente seguros de que tenían un duplicado exacto. (1)
Insisto, estos copistas eran personas minuciosas, reverentes a la sagrada Escritura y temerosas de Dios. No había lugar para el desorden, la irreverencia o los errores en las copias que hacían de la Palabra de Dios.
Tan excelente fue la labor de estos señores que al ser comparadas nuestras copias con los rollos del mar Muerto hallados en las cuevas de Qumrán, eran idénticos en más del noventa y cinco por ciento. Y la diferencia del casi cinco por ciento era debido a variaciones ortográficas. ¿Qué te parece? Eso no lo dicen o ignoran quienes ponen en tela de duda la confiabilidad de las sagradas Escrituras. Suelen decir solo lo que les conviene. Y una verdad a medias es una gran mentira. (2)
Por otro lado, el Nuevo Testamento no tiene comparación puesto que ninguna obra de la antigüedad puede siquiera acercarse a la confiabilidad de los libros que registran la vida, pasión, muerte y resurrección corporal del Carpintero de Nazaret.
Los historiadores evalúan la fiabilidad textual de la literatura antigua según (1) el intervalo entre el original y la copia más antigua y (2) cuántos manuscritos o copias existen. Veamos tres ejemplos: La Ilíada de Homero, cuyo texto se fundamenta en copias que datan de 400 años a. C. y cuenta con 643 copias. Décadas de Tito Livio se basa en un manuscrito parcial y diecinueve copias muy posteriores que datan entre 400 a 1,000 años después del original. Y Anales de Tácito, cuyas copias más antiguas datan del 1,100 d. C. y cuenta con solo 20 copias. (3) Los hipercríticos del Nuevo Testamento no objetarían tales obras, pero sí lo hacen con el Evangelio. ¿Qué cosas no?
Por su parte, del Nuevo Testamento existen ¡24 mil 900 manuscritos! Tales manuscritos son copias de los originales escritos aproximadamente entre los 30 y 60 años después de los hechos ocurridos en tiempo y espacio reales. (4) ¿Qué tal?
Hagamos un paréntesis: Algunos creen que los escritores neotestamentarios escribieron entre los años 50 y 100 d. C. Otros aseguran que no pudo haber sido después de la caída de Jerusalén en el año 70, porque un hecho trascendental como ese no hubiese sido pasado por alto por los apóstoles, que eran nacionales judíos. Dicho de otra manera, ningún autor del Nuevo Testamento hace mención alguna de la caída de Jerusalén en sus escritos. En todo caso, si la fecha de la escritura del Nuevo Testamento fuera entre los años 50 y 100 d. C., no hubo tiempo suficiente para que se superpusieran los hechos y se crearan leyendas como creen los críticos.
Sigamos: Me parece oír a alguien argumentar que al copiar un copista se pudo haber colado cualquier cantidad de error y que ello le resta confiabilidad al Nuevo Testamento. Nada más alejado de la verdad. Con el objeto de profundizar más en la fiabilidad de las sagradas Escrituras judeocristianas y no dejarse llevar por cantos de sirena de eruditos liberales como el “Seminario de Jesús” (Jesus Seminar), sugiero Nueva Evidencia que demanda un veredicto de Josh McDowell y El caso de Cristo de Lee Strobel.
La Biblia o parte de ella ha sido traducida a más de ¡2 mil 200 idiomas! Las traducciones se cuentan por miles, y las copias por millones y millones. La Biblia sigue siendo el libro más leído del mundo. Pero también el más ignorado por el común de la gente; el más cuestionado por teólogos y eruditos liberales, y el mayor objeto de odio de fanáticos racionalistas, cientificistas y materialistas ateos.
Es cierto que el cristianismo de los tiempos modernos difiere en entrega a Jesús y en poder para hacer milagros y señales del cristianismo primitivo de la época apostólica, pero la cristiandad en lugar de desaparecer como han pronosticado algunos escépticos de ayer y de hoy, se ha robustecido en los últimos años y ganado más adeptos para el dolor de cabeza de esas minorías escépticas, agnósticas y ateas. Ahora bien, hay quienes se vanagloria de que sus miembros o feligreses son millones. Pregunto: ¿Somos católicos, protestantes o cristianos nacidos de nuevo? ¿De qué vale que los países digan ser católicos o protestantes, pero tales creyentes están muertos espiritualmente y viven como si Dios no existiera y de espaldas al resucitado Cristo histórico? ¿Que en qué me baso para afirmarlo? ¡Pues en la injusticia social, en la mala distribución de las riquezas, en la justicia parcializada y ciega que se practica y en las constantes guerras y conflictos internos! Por lo visto, señalar que somos católicos o protestantes no sirve para nada y tales desatinos dan tela que cortar para que el escéptico, agnóstico o ateo vomite sobre las creencias y el cristianismo. “Es necesario nacer de nuevo”, dice Jesús. (San Juan 3: 7)
Te confieso que prefiero compartir el Evangelio con un escéptico, agnóstico o ateo que con un religioso. ¿Que por qué? Porque el religioso (no hablo del nacido de nuevo por obra del Espíritu Santo) casi nunca ve su necesidad espiritual de Cristo Jesús y se refugia en su creencia y religión muerta para justificarse y vivir el Evangelio como lo enseña su religión o iglesia y no como está plasmado en las sagradas Escrituras bien interpretadas; mientras que es más probable que el escéptico, agnóstico y ateo se conviertan si hay honestidad intelectual en ellos y rebato sus argumentos. Por desgracia, muchos escépticos, agnósticos y ateos son deshonestos intelectuales o la soberbia les impide ver más allá de sus narices.
El canon de las Escrituras judeocristianas
Es lamentable señalar que la persona promedio no lee; mucho menos investiga a conciencia. Y los criticastros del Evangelio solo leen e investigan lo que les conviene. Es raro el hipercrítico que lee e investiga con honestidad intelectual. Y cuando lo hace termina convencido de las sólidas evidencias del cristianismo y la Biblia, y se convierte al resucitado Cristo histórico. Si sabes de alguien que supuestamente investigó las evidencias del Evangelio y las pruebas testimoniales de los cristianos y sigue con su postura intransigente y negando la historicidad y realidad de Cristo en la vida humana, ten por cierto que no investigó bien, es un deshonesto intelectual o su vida privada es un desastre.
La mayor parte de la crítica radical conoce al dedillo el pensamiento de los que piensan y creen como ellos, pero ignoran o pasan por alto los cientos y miles de apologistas cristianos. Me parece que ellos son de cuidado puesto que no pocos por ostentar un título universitario, ser docentes en universidades o por razones académicas tienen gran injerencia en un sinnúmero de conciencias. De ellos puede decirse lo que sostienen los autores del Manual del perfecto idiota latinoamericano de las corrientes de la izquierda radical: no investigan a través del método de las ciencias naturales o la prueba histórica legal ni leen de izquierda a derecha como nosotros los terrícolas de Occidente ni tampoco leen de derecha a izquierda como los orientales, sino que investigan y leen en círculo; practican endogamia e incesto intelectual. (5)
En otros términos, carecen de honestidad intelectual y la mayor parte de científicos naturalistas y racionalistas está tan amaestrada y es incapaz de seguir lo que llaman la “voz de la ciencia” o “de la razón” para seguir los estándares de argumentación del paradigma, del entrenamiento recibido o lavado de cerebro del que habla Feyerabend. Mas tienen la desfachatez de etiquetar a los cristianos y a los creyentes de cualquier religión de ser “víctimas de una estupidez congénita y pandémica”, “siervos del dogma de los poderes económicos que los someten y conducen como zombis por la vida”. Dicen, asimismo, que se critica no solo los dogmas, sino incluso “las religiones organizadas por considerarlas alienantes para el intelecto y herramientas de dominación sobre los seres humanos”. Claro que hay dogmas y dominación de religiones institucionalizadas, y yo condeno la alineación del pensamiento doquiera que venga. Quienes me conocen y saben de mi pensamiento teológico están enterados de que soy enemigo de dogmas y reglas a seguir solo porque lo dice una iglesia, un libro o líderes religiosos. Me gusta escrutarlo todo a fin de retener lo bueno y desechar lo malo o dañino para mi salud espiritual. Pero tampoco es menos cierto que en los campos de las ciencias naturales también existen amos, alineación o paradigmas, fanatismo, creencias, dogmas, radicalismo y absolutización. Y entre los filósofos están los venenos llamados fatalismo, pesimismo y relativismo; además de que han erigido culto a la falible e insegura razón humana y la han constituido en filtro inerrante para discriminar entre la verdad y la mentira. Toca, por tanto, sacar a los mercaderes del Templo de la fe, de las ciencias naturales y de la filosofía.
Pues bien, quienes nos meten a todos en el mismo saco no investigan con honestidad intelectual, mas gustan hacer catarsis sobre los cristianos en particular y los creyentes en Dios en general.
Por experiencia sé (no solamente creo) que quien busca la verdad con honestidad intelectual la encuentra cualquiera que esta sea. El problema está en si al hallar la verdad estoy dispuesto a aceptarla y ponerla en práctica. Si paso por alto esa verdad y no actúo en consecuencia, soy un deshonesto intelectual.
Y la verdad en cuanto al canon de las Escrituras es uno de los puntos menos conocidos por el común de la gente y por los que nos crucifican y señalan de autómatas y tontos útiles del poder económico de las clases dominantes y otras hierbas que suelen repetir como papagayos. (Una mentira repetida mil veces no se convierte en verdad como creía Goebbels. Pero muchos la creen impactados por los medios que al ignorar historia antigua dan cabida desmedida a documentos gnósticos como el “Evangelio de Judas”, pasquines y novelillas que no ofrecen información histórica confiable, sino que buscan robar cámara y ganar mucho dinero)
Aun gente religiosa supuestamente conocedora de estas cuestiones ignora (o no quieren reconocer) porqué únicamente en el canon bíblico hay 39 libros en el Antiguo Testamento y la razón de solo 27 en el Nuevo. Con semejante desconocimiento, casi generalizado, tú esperarías que falsos cristianos, escépticos, agnósticos y ateos se abstuvieran de tocar el tema; sin embargo, los oyes y ves escribiendo tan dogmática e irrespetuosamente contra la Biblia, Dios y Jesús que quien desconoce igual que ellos piensa que dominan lo que afirman o les asiste la razón. En general, entre más grandilocuente es el portavoz de tales ideas más grandes son sus hambres de afecto y sus vacíos existenciales. Y por ende más vehemente el deseo de robar cámara (léase protagonismo), ganar dinero o engordar su ego con las polémicas que fomenta.
Antes de plantear el tema del canon de las Escrituras debemos definir el término “canon”. La expresión canon viene del hebreo ganeh y del griego kanon, y significa caña, junquillo o vara de medir. La caña llegó a ser un instrumento para medir y su significado evolucionó a “patrón”, “regla”, “norma”. En el cristianismo vino a representar “la regla escrita de la fe”; es decir, el patrón por medio del cual se debía medir y evaluar la lista oficial de libros aceptados por la comunidad de cristianos durante y después de los apóstoles del Cristo resucitado.
Importante es aclarar que ni la Iglesia primitiva (desde el siglo I hasta finales del V d. C., la Iglesia -fundada por el Espíritu Santo el Día de Pentecostés- era cristiana, no era ni católica ni protestante) ni ninguna organización religiosa ni ningún emperador romano creó el canon ni determinó los libros que se llamarían sagradas Escrituras. La Iglesia primitiva solo reconoció o descubrió cuáles libros habían sido inspirados. Es decir, un libro no es Palabra de Dios porque fuera aceptado por el pueblo de Dios. Únicamente Dios le da autoridad a un libro y determina cuál es inspirado. La Iglesia cristiana lo único que hizo fue descubrir los libros inspirados y reconocerlos como tales. No hay nada más apartado de la verdad que la afirmación de que la Iglesia primitiva rechazó libros porque no le convenía tenerlos en el canon. Los libros no reconocidos como canónicos se desecharon básicamente porque contradecían el espíritu de las enseñanzas de otros libros o carecían de la autoría o reconocimiento de los apóstoles de Jesús. Más adelante veremos cómo se determinó la inspiración o no de un libro. Baste aseverar que las evidencias internas y externas de cada libro confirmaron la canonización o no de los escritos. Esto es, los libros apócrifos no fueron excluidos del canon por la Iglesia, sino que ellos mismos se excluyeron por desarmonizar con el testimonio de Jesús que los cristianos primitivos aceptaban como dignos de confianza.
Después de la muerte de los apóstoles, el surgimiento de sectas y herejías en los tiempos de la Iglesia primitiva propició la imperiosa necesidad de algunos artículos de fe; la autoridad para hacerlos un estilo de vida y la recopilación de escritos de los apóstoles con la suficiente facultad para contrarrestar a los herejes y reafirmar la fe. En tiempos apostólicos la fe surgía de un corazón rendido a la voluntad y señorío del Señor Jesús resucitado. Pero, luego de los apóstoles, la fe perdió mucho de su esencia espiritual para convertirse en una aceptación mental y emocional (considero que a partir de ahí se distorsionó mucho el significado de fe); tal fe precisaba y aún es auxiliada por un cuerpo de doctrina riguroso e inflexible en no pocas ocasiones. Se hace hincapié en la creencia correcta cimentada en la inspirada y acertada interpretación de los escritos apostólicos. Por consiguiente, la purga y selección de los libros que formaran el canon de las sagradas Escrituras no se realizó por capricho de excluir literatura ni se llevó a cabo con aviesos deseos de ocultar nada. Fue la consecuencia lógica de tener una regla de fe acorde con la verdad de la infalibilidad del Dios que no se contradice ni desdice.
La canonización de los actuales libros que componen el Antiguo y Nuevo Testamento respondió y responde la necesidad en cuestión; fue y es la fuente de inspiración de la Iglesia de Jesucristo y de los actuales seguidores del Cristo resucitado. He ahí la razón de la total certidumbre de la Iglesia del Señor de que tiene la completa e inerrante Palabra de Dios aunque surjan “evangelios”, escritos, libros y supuestas nuevas evidencias que reclaman “revelar misterios” que los libros canónicos no contemplan. A medida que se acerque la venida corporal de Jesús aparecerán más falsos cristos y falsas revelaciones sobre la Biblia. ¡Cristiano, ten cuidado!
Desde sus inicios, los libros del Antiguo Testamento (aparecidos en el conjunto de libros considerados inspirados por judíos y cristianos protestantes) eran aceptados como Escrituras sagradas por la nación judía y por los seguidores de Jesús, y por el mismo Jesús. Después de la resurrección corporal de Jesús, conforme aparecían los escritos de los apóstoles (mientras vivieron y después de morir) se iban añadiendo a los escritos del Antiguo Testamento, y se les tenía en igual condición de Palabra de Dios. Los apóstoles Pablo, Pedro y Juan reclamaban desde la aparición de sus escritos la inspiración divina en ellos.
Ahora bien, ¿qué criterios fueron utilizados para determinar si un libro era o no inspirado? Cinco fueron los criterios para tan delicada tarea:
1) Si el libro o epístola tenía autoridad genuina de un profeta de Dios o de un apóstol de Jesucristo. Tales investigaciones no siempre eran fáciles de realizar, especialmente de los libros menos conocidos y de regiones distantes de Jerusalén, cuna del cristianismo.
2) Si el autor del libro recibió confirmación por algunos actos portentosos de Dios. Con cierta frecuencia la calidad de los milagros hacía la diferencia entre un hombre de Dios y un lobo vestido de oveja. Es bueno tener presente que el diablo y sus instrumentos humanos hacen cierto tipo de milagros para confundir. San Pablo revela que hasta “Satanás se disfraza de ángel de luz” para engañar. (2da Corintios 11: 14) Y Jesús reveló a sus discípulos que muchos le dirían que habían profetizado, expulsado fuera demonios y obrado milagros en Su Nombre, mas Cristo les respondería: “Nunca les conocí; apártense de mí, hacedores de iniquidad”. (San Mateo 7: 22, 23) “No hay nadie que haga un milagro en mi Nombre, y que pueda a continuación hablar mal de mí [...]”, y ser “hacedor de iniquidad”, expresa Jesús. (San Marcos 9: 39) En Egipto, los milagros de Moisés prevalecieron sobre los de los hechiceros y encantadores del faraón. (Éxodo 8: 18, 19) ¡Cuidado con ciertos “milagros” que ocurren por ahí!
3) Si el mensaje decía o no la verdad en cuanto a Dios revelada en otros libros considerados inspirados. Si había dudas acerca del libro, era excluido. Puesto que Dios no puede contradecirse, los libros que contradecían otros libros ya canonizados eran desechados. Por tanto, un libro con falsas pretensiones no puede ser Palabra de Dios. Ejemplo: el llamado “Evangelio de Judas”, el “Evangelio de María” y otros “evangelios” gnósticos presumen revelar la verdad sobre Jesús, Judas, María de Magdala y otros temas. Ojo, una peculiaridad de los “evangelios” o libros gnósticos es que pretenden saber más que los apóstoles que caminaron con Jesús por casi cuatro años. Lo descabellado es que fueron escritos dos, tres o cuatro ¡siglos! después de Cristo y los apóstoles. ¿Qué tal? Dicho de otra manera, ni siquiera estuvieron presentes cuando se dieron los hechos ni conocieron a ninguno de los protagonistas principales del cristianismo, pero... ellos sí “saben” cómo se dieron los hechos. ¡No me digas! Cualquier similitud con ciertos casos de novelistas, documentales y medios sensacionalistas es pura coincidencia. Hay escritores y escritores. Hay expertos y expertos. Hay medios y medios. Hay receptores y receptores. Ya no hacen a los novelistas, a los expertos, a los medios y a los receptores como antes. (No sé si te has percatado que muchos programas televisivos acerca de escritos gnósticos son desempolvados o actualizados con “nuevas revelaciones” para pasarlos en ¡Semana Santa! ¿Qué crees que persiguen con tales producciones? ¡Vender! ¡Vender! ¡Vender! Todo lo que hable contra la Biblia, Jesús y la fe en Jesús vende. Y si despierta el morbo como la historieta del Señor Jesús y María de Magdala se venderá como pan caliente. ¡Qué crédulos son algunos cuando les conviene y qué incrédulos son cuando no les conviene creer!
4) Si el libro demostraba o no el poder [gr. dunamis] de Dios. Esto es, si al ser usado por el Espíritu de Dios cambiaba las vidas de quienes tenían contacto directo con la verdad de la Palabra inspirada (en mí se operó el milagro en 1978 al llegar a la historia del rey David al endechar la muerte de su gran amigo Jonatán, hijo de Saúl), se incluía en el canon. Si un libro no lograba transformar vidas, se desechaba. Tanto en lo secular como en lo religioso, hay libros y libros. Hay escritores y escritores.
5) Si gozaba de la aceptación del pueblo de Dios. ¿Quién mejor que los creyentes contemporáneos de los apóstoles para saber si ellos tenían o no la autoridad o inspiración de Dios en sus escritos? El mismo Pedro da excelentes referencias de Pablo y avala las epístolas del “apóstol de los gentiles” como inspiradas, “entre las cuales hay algunas difíciles de entender”. Por difíciles de entender y por oscuras razones, continúa Pedro, “[...] Los indoctos e inconstantes [las] tuercen, como también [hacen con] las demás Escrituras, para su propia perdición”. (2da San Pedro 3: 16) Algún parecido con la realidad actual es solo casualidad. Espero y confío en Dios que nadie me acuse de añadir y quitar a la bendita Palabra de Dios por el hecho de colocar palabras entre corchetes para su mejor entendimiento en ciertas ocasiones. (6)
Saludable es que aclaremos por qué traducciones cristianas de línea protestante (hay sectas que no son protestantes y mucho menos cristianas) excluyen ciertos libros que aparecen en versiones de la Biblia de otras confesiones religiosas de corte cristiano.
Dichos libros y dos adiciones a los libros de Ester y Daniel se excluyen del canon judío y cristiano protestante por cuatro poderosas razones:
1) En esas obras abundan errores históricos y geográficos y hay además anacronismos. De ahí que quienes desconocen que esos libros son deuterocanónicos (no canónicos) señalen que en la Biblia hay errores. (Sí hay errores en las traducciones de la Biblia que incluyen los libros en cuestión) La ignorancia es insolente.
2) Enseñan falsas doctrinas y promueven prácticas que chocan con los libros canónicos. Para darte cuenta de ello deberás conocer lo que enseñan los libros inspirados y los no inspirados para comparar.
3) Dichos libros recurren a géneros literarios y exhiben cierta superficialidad de estilo y de contenido discordante con los libros inspirados.
4) Carecen de elementos distintivos que dan a las Escrituras genuinas su carácter de inspiradas, tales como poder profético y profundidad poética y religiosa. (7)
Los libros en cuestión son: 1ro de Esdras, 2do de Esdras (este aparece como 3ro de Esdras), Tobías o Tobit, Judit, Adiciones a Ester, Sabiduría de Salomón, Eclesiástico o Sabiduría de Sira, Baruc; La oración de Manasés; 1ro y 2do de Macabeos.
Debo insistir en que el criterio fundamental para reconocer si un libro era o no inspirado para ser incluido en el Nuevo Testamento fue la autoridad y/o aprobación apostólica. Un libro podía presumir ser inspirado por un apóstol, pero si no era bien visto por los otros apóstoles, era excluido del conjunto de los demás libros tomados como inspirados. (Mi convicción es que quien tomó el lugar de Judas Iscariote no fue Matías, sino el gran Pablo, apóstol a los gentiles. Matías fue elegido por los Once apóstoles [Hechos 1: 26], mas Pablo fue escogido directamente por el Cristo resucitado en el camino a Damasco [Hechos 9: 3-6])
Ojo, entre los libros considerados no inspirados tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, hay algunos de riqueza y sabiduría religiosa; pero, como manifestara arriba, contienen doctrinas o enseñanzas contrarias a la voluntad y verdad de Dios reveladas en los libros inspirados o canónicos. Tengamos claro esto: Entre los libros canónicos no existe real contradicción.
Más adelante veremos que la Biblia sí contiene algunas ideas equivocadas y disparatadas de ciertos personajes, mas ello no es prueba de que el Libro de Dios contenga errores, sino que revela el respeto de Dios por la voluntad y el pensamiento humanos. Dios no oculta los malos actos y opiniones de hombres y mujeres, como suelen hacer los escritores y biógrafos modernos. Por otra parte, sí hay aparentes contradicciones, pero de aparentes a que sean reales hay gran diferencia. No todo lo que brilla es oro. Ni todo oro es de 24 quilates.
Para cerrar, es propio retomar y aclarar la creencia de los críticos de que entre los 60 a 90 años en que se escribieron los evangelios tales hechos se superpusieron con elementos míticos de tal manera que eso fue lo que transmitieron los evangelistas en lugar de una narración fiable y directa. Es decir, según ellos, con los años se distorsionó lo que al final se escribió; de manera que el simple maestro sabio que fue Jesús se convirtió en el “mitológico” Hijo de Dios. En primer lugar, ya manifesté que hay evidencias que demuestran que los evangelios se escribieron mucho antes del año 70 (caída de Jerusalén) d. C. La objeción del hipotético carácter legendario de los evangelios es infundada puesto que los testigos oculares enemigos del Evangelio y de Jesús habrían desmentido las falsedades. Asimismo, justamente lo contrario es escrito por Mateo al revelar que los adversarios de Jesús sobornaron e instigaron a los guardias de la tumba de Jesús a propagar el rumor de que Jesús no había resucitado sino que sus discípulos habían robado el cuerpo. (San Mateo 28: 11-15) Esto es, la leyenda la inventaron los enemigos del cristianismo, no los cristianos.
Los apóstoles en innumerables ocasiones recordaban a los adversarios del cristianismo que ellos eran testigos oculares de la pasión, muerte y resurrección corporal de Jesús y que tales hechos no se habían dado a escondidas del pueblo y de las autoridades religiosas, sino delante de sus propias narices; por tanto, en todo momento les desafiaron a que demostraran si lo que ellos predicaban y enseñaban era una patraña. (Hechos 1: 3; 2: 22, 32; 3: 15; 4: 20; 5: 32; 10: 39; 13: 31; 26: 24-26) ¡Jamás alguien dijo nada en contra de tales hechos!
Notemos esto: Si los enemigos de la cristiandad, que fueron testigos de los hechos que relatarían los evangelios años después no pudieron refutar nada por falta de genuinas pruebas, es ridículo y sospechoso que los enemigos modernos de Jesús y el Evangelio -varios siglos y dos mil años después- aseguren tener pruebas para refutar al cristianismo. ¿Será que los adversarios de la Iglesia primitiva eran ineptos o brutos? Por muy estúpido que sea un ser humano, las pruebas reales son contundentes e independientes de quien las porte. Solo basta que haya interés en hallar y respetar la verdad.
San Pablo escribió que Jesús se había presentado vivo a más de quinientas personas, de las cuales muchos vivían y estaban en plena libertad de ser conducido o presentarse ante cualquier tribunal y desmentir lo que el apóstol de los gentiles aseguraba. (1ra Corintios 15: 6) ¡Nadie se levantó para desdecir al apóstol Pablo!
Pues bien, nadie fue capaz de desmentir ni demostrar que los hechos narrados por los evangelistas eran falaces o una mezcla de mitos y realidad. Ninguno pudo no porque fueran ignorantes ni nada por el estilo, sino debido a que los hechos ocurridos en tiempo y espacio reales en cuanto a la peculiar personalidad del Señor Jesucristo eran y siguen siendo verdades contundentes. Los que ahora dudan y rechazan los hechos registrados en el Nuevo Testamento son los escépticos modernos que no han visto nada ni han investigado con honestidad intelectual los veraces reportes de aquellos periodistas y testigos oculares de la antigüedad. Pero se levantan para escribir y decir estupideces.
El desafío de Julius Müeller (1801-1878) todavía está en pie. En 1844, el teólogo alemán desafió a cualquiera a que encontrara un solo ejemplo de desarrollo legendario temprano en cualquier parte de la historia narrada por los evangelistas; la respuesta de los eruditos de ese tiempo y de la actualidad fue y es un silencio sepulcral. ¿Por qué será? Porque no lo hay.
Más aún, también yo desafío a los críticos a que demuestren que Jesús de Nazaret no resucitó corporalmente de los muertos. Y que, por ende, lo que me sucedió a inicios de 1979 y pasa cada vez que le alabo, adoro e invoco Su Nombre no es real, sino emoción, “simulaciones” o “engaños” del cerebro. Créeme que si alguien lo logra, dejo de ser cristiano y de escribir sobre el Señor Jesucristo y me dedico a otros menesteres, pues ya no valdría la pena seguir hablando y escribiendo de algo que es una colosal mentira, si en verdad Cristo no resucitó y no he nacido de nuevo por acción del Espíritu del Dios creador.
Recordemos que cuestionar no es rebatir. Y los críticos del Evangelio no han podido ni podrán refutar sus hechos sucedidos en espacio y tiempo reales en la persona del Cristo resucitado por muy vehemente que sea el deseo y la fanfarria.
(Nota: Tomado del capítulo 2 de nuestro libro El origen del sufrimiento: cómo trascender el dolor para vivir en plenitud y no fracasar en el intento. Todos los derechos están reservados por leyes internacionales)
Bibliografía
(1) Josh McDowell, Convicciones más que creencias, p. 196. Editorial Mundo Hispano, Bielorrusia, 2003.
(2) Ibíd., p. 198.
(3) Ibíd.., pp. 199, 200.
(4) Ibíd., p. 201.
(5) Plinio Apuleyo Mendoza et al., Manual del perfecto idiota latinoamericano, p. 333. Plaza y Janés Editores, S. A., España, 1998.
(6) Josh McDowell, Nueva evidencia que demanda un veredicto, Mundo Hispano, pp. 24, 25.
(7) Ibíd., pp. 34, 35.

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