viernes, 14 de noviembre de 2008

¿Qué dice la crítica radical de la Biblia?

Desde los inicios de la Iglesia cristiana (fundada por el resucitado Cristo histórico a través de su Espíritu Santo y sobre Él mismo como revela claramente la declaración de Jesús en el original griego al reafirmar que Pedro [gr. petros = piedra] estaba en lo cierto al reconocerle como el “Hijo del Dios viviente”, la Roca [gr. petra] eterna de los siglos [Romanos 9: 33; 1ra Corintios 10: 4; 1ra San Pedro 2: 7, 8]), el apóstol san Pablo estaba consciente de que la fe en Cristo y la fiabilidad de las sagradas Escrituras eran cuestionadas por los enemigos de la verdad de Cristo. (Gálatas 1: 6-9; 2da Timoteo 3: 16, 17)

Durante gran parte de su ministerio, san Pablo se ocupó en la defensa del Evangelio que predicaba y de su ministerio. Varias de sus cartas son testimonio de la ardua lucha que ocasionaron esos cuestionamientos. Por su parte, el apóstol san Pedro nos exhorta a “estar siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes”. (1ra San Pedro 3: 15)

Estando el apóstol san Juan en la isla de Patmos (hoy Patino), al ser desterrado por su fe, recibió de parte del Señor Jesús mensajes de amonestación en cuanto a falsas doctrinas y exhortación a permanecer en la verdad a las siete iglesias que habían sido fundadas por Sus apóstoles. (Apocalipsis 2 y 3)

Aproximadamente en el año ¡318 d. C.! surgió una herejía liderada por Arrio que negaba la divinidad de Cristo. Pero, dijimos, desde la fundación de la Iglesia por Cristo había aquellos que dudaban de la muerte y resurrección de Cristo Jesús y de la infalibilidad de las sagradas Escrituras. (Ya señalé que me llama la atención que los que dudan y cuestionan las verdades bíblicas o dicen tener nuevas revelaciones del Evangelio ni siquiera conocieron a Jesús ni a los apóstoles ni estuvieron en el lugar de los hechos, mas se atreven a poner en duda lo que vieron y oyeron los testigos oculares. Se puede cuestionar y decir lo que uno quiera sin rebasar los límites del respeto, pero pretender saber más que los que conocieron y caminaron con el resucitado Cristo histórico es presunción.)

En siglos más recientes, se han originado especulaciones, teorías y herejías siguiendo los pasos de esas primeras herejías, empero, arropadas ahora con el manto de la intelectualidad y posmodernismo. Sin duda, muchas mentes han sido brillantes. No obstante, por las gafas con que ven el universo como un sistema cerrado ellos mismos se descalifican para ser idóneos de analizar, de manera imparcial, lo que tienen frente a sí. Algunos parten del supuesto de que “no hay Dios”; y, por no existir Dios -aseguran- lo sobrenatural no es real; los milagros son una patraña, porque “un milagro es la violación de las leyes de la naturaleza”, sostenía Hume.

Viole o no las leyes de la naturaleza, a Dios le saben a cacho esas leyes. Él las creó y está sobre ellas, de ahí que los milagros sean sobre-naturales. El hecho de que los milagros trasciendan las leyes de la naturaleza no significa que no ocurran ni ello me da licencia para negarlos. Si niego un milagro sin haber investigado si en realidad ocurrió, y pasando por alto la física de la relatividad de Einstein, no tengo una actitud científica, sino filosófica. En realidad, soy filosófica y científicamente irresponsable. Peor aun, soy un charlatán. (¡Qué tranquilizador es cuando un ateo dice “no creo en divinidades ni en milagros ni en demonios”! Pues ello demuestra su limitado conocimiento. Lo preocupante fuese que dijera: “Sé que no hay Dios...”. Ya que revelaría solo dos posibilidades: el sujeto lo sabe todo o es un necio.)

Otros no son tan majaderos para negar a Dios, pero rechazan que Dios intervenga en la historia de la humanidad o sea un Dios personal (Einstein no negaba a Dios ni creía que Dios jugaba dados con nosotros, mas no creía en el Dios personal de la Biblia. Temo que lo rechazaba porque su vida privada no era muy moral que digamos), y dan por sentado que lo sobrenatural es patraña. Lo que no encaje en sus mentecillas y presuposiciones. Esto no solo perjudica la consecución de verdades religiosas, sino también cualesquiera de las verdades buscadas. A mi juicio, el daño de dichos supuestos es mucho mayor en el plano espiritual porque es allí donde se decide nuestro futuro eterno. Además de que la mayor necesidad del humano es de carácter espiritual. Todas las cosas dejarán de ser, pues “el mundo pasa y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios [revelada en su Palabra la Biblia] permanece para siempre” (1ra San Juan 2: 17)

Kant (quien según su opinión despertó de su “sueño dogmático” por obra del dogmático y escéptico Hume) demostró que es imposible que un crítico no empiece con presuposiciones en cuanto a lo que investiga. Se entiende debido a que todos tenemos un marco de referencia (cultura, educación, símbolos, arquetipos), conflictos, prejuicios. Lo dañino es que esas presuposiciones no cedan ante la abrumadora evidencia de los hechos investigados. Y, no me cansaré de repetirlo, el crítico de la cristiandad y de la Biblia no suele leer, mucho menos investigar con honestidad intelectual; lee y estudia lo que esté de acuerdo a sus creencias y supuestos. Hay quienes no tienen razones (convicciones nacidas de la experiencia o de una genuina investigación), sino opiniones (creencias, ideas preconcebidas) e ideologías.

Basados en ese tipo de presupuestos fanáticos se ha arrojado mucha duda sobre la confiabilidad del Antiguo Testamento, en general, y del Pentateuco, en particular, atribuido a Moisés. No obstante, desde finales del siglo XIX y en el XX, las excavaciones arqueológicas han demostrado sin lugar a dudas la veracidad de muchos eventos históricos registrados en el Antiguo Testamento. Antes de esas excavaciones no se tomaba muy en cuenta la importancia histórica de la Biblia. Mas la arqueología ha confirmado la asombrosa exactitud de un sinnúmero de datos históricos narrados en ella. Y hoy se la respeta y considera no solo como libro sagrado, sino además como un libro histórico y exacto en lo que relata. (Muy a pesar de lo que digan y escriban quienes ignoran esos datos) Por otra parte, las pruebas sobre la autoría mosaica son más que suficientes para asegurar que el legislador Moisés es el autor humano de Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, que conocemos como Pentateuco. (También muy a pesar de lo que creían y aún siguen sosteniendo ciertos sujetos por ahí en cuanto a la autoría mosaica del Pentateuco. La ignorancia, tío, sigue siendo insolente)

Aunque la arqueología no ha refutado todas las creencias de los críticos radicales, sí ha demostrado que “muchos principios de la crítica radical no tienen validez, y ha puesto en tela de juicio lo que ha sido frecuentemente enseñado como ‘los resultados seguros de la alta crítica’”. Obligándolos -como asegura William F. Albright (1891-1971)- a corregir “drásticamente” su crítica radical.

El crítico que arranca de supuestos de que vivimos en un sistema cerrado; y, por ende, lo sobrenatural es imposible, él mismo se pone límites para no acceder a las verdades que debiera conocer, pues para eso investiga. (Es raro el crítico que investiga con honestidad intelectual. Lo más común es el criticastro que solo filosofa y hace afirmaciones o escribe de temas que desconoce, y por ello a menudo lo desmienten públicamente. Insisto, la ignorancia es insolente. Y “superstición” llama el ignorante a su ignorancia) “El hombre esta siempre dispuesto a negar aquello que no comprende”, afirma Luigi Pirandello.

Si no conozco el café o no lo bebo por cuestiones religiosas o porque prefiero el té o el mate, el café no desaparece del planeta ni logra que media humanidad deje de tomarlo. El café seguirá existiendo lo conozca yo o no; lo beba o no lo beba yo. Cuentan que el avestruz ante el peligro mete la cabeza en un hueco, para -según él- evitar el peligro. El peligro es real. Sostener que “nada es lo que parece” no funciona. La suposición de que lo sobrenatural es mito, tampoco desmerita su realidad. Enseñar en aulas secundarias, universitarias y laboratorios que ninguna hipótesis o teoría que conduzca a Dios puede ser científica no elimina al Creador ni impedirá que los milagros sigan ocurriendo y muchas vidas sigan siendo transformadas por el resucitado Cristo histórico.

Hay fenómenos inexplicables en el mundo y no son efecto de ninguna causa natural ni el resultado del principio de la naturaleza de causa y efecto. ¿Dejan ser realidades porque yo no las quiero creer o porque no las entiendo? ¡Ya manifestamos que no! Es mi problema y decisión rechazar los milagros y lo sobrenatural. Grave e irracional es que recurra a las ciencias naturales o a cualquier otra ciencia para justificar mi incredulidad; la enarbole como bandera, pretenda imponer mi escepticismo, agnosticismo o ateísmo y llame ignorantes e intolerantes a los que no creen lo mismo que yo. “Lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia”, afirma Santiago Ramón y Cajal. (¿Qué clase de intelectual u hombre de ciencia procura acabar con el mal, la intolerancia y fanatismo usando las mismas herramientas de los intolerantes y fanáticos? Así solo reacciona la necedad. El peligro del avispero se elimina con técnica y sabiduría, no lanzándole piedras. Quien arroja piedras corre el riesgo de que las avispas le piquen y se provoque un daño peor que el primero. Salomón en Proverbios 16: 6 escribe que “con misericordia y verdad se corrige el pecado [o el error] [...]”. San Pablo afirma: “[...] Eres inexcusable, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas al otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas practicas lo mismo”. [Romanos 2: 1])

Permíteme ponerme de ejemplo: hay fenómenos sobrenaturales -algunos los llaman “manifestaciones divinas”- que ocurren en el mundo natural, y según la Biblia no provienen de Dios, sino del enemigo de nuestras almas con el fin de confundir y apartar de la verdad el oído de muchos para que no les resplandezca el Evangelio de Cristo en sus corazones. No niego dichas manifestaciones; niego que procedan de Dios, que es diferente. Pero no creer que vengan de la mano de mi Dios no me da paso expedito para negarlos o decir que no pueden ocurrir o que el diablo no existe porque “vivimos en un sistema cerrado”. Si la Biblia habla de ello, lo creo. Le pongo toda mi fe y confianza, porque después de tantos años de leer, estudiar y experimentar esa Semilla en mi vida he visto sus buenos frutos.

El mundo moderno del siglo XXI tiende a seguir el paradigma trazado por el filósofo judeo-argelino-francés Jacques Derrida (1930-2004) et al llamado deconstruccionismo o posmodernismo, que hace hincapié en la relatividad de todo significado y verdad, y niega los primeros principios comúnmente aceptados de la existencia del ser humano, como sería “yo existo”.

Antes, el eslogan era: “Creo, luego existo”. Después vino Descartes con su “Pienso, luego existo”, dando lugar preeminente a la razón filosófica sobre la fe cristiana. Hoy, más que nunca, es: “Siento, luego existo”, puesto que la fe y el pensamiento bien dirigidos han sido remplazados por el sensualismo de las ciencias naturales y el hedonismo defendido por los cirenaicos (antiguos y modernos epicúreos), los materialistas del siglo XVIII, en especial los materialistas franceses, y el utilitarista inglés Jeremy Bentham (1748-1832).

El posmodernismo rechaza la idea de que las creencias puedan ser el reflejo adecuado de la realidad; creyendo acabar con dogmatismos y fundamentalismos, se polariza al adherirse al polo opuesto de lo que quiere superar. Esto es, echa mano de dogmas y fundamentalismo para pretender trascender dogmas y fundamentalismos. Atenta y se derrota sí mismo. (Esto es similar a la posición de quienes con intolerancia embalada en cientificismo y racionalismo aspiran “acabar” la intolerancia religiosa. Ignoran que la gasolina no extingue fuegos. No hablo de no disentir, sino de no caer en los extremos del fanático)

Tal autosabotaje, relativismo y pesimismo resultan en la negación de su propia credibilidad y falta de seriedad; en el rechazo de verdades absolutas, de la moral cristiana, valores, principios, ética; pues lo que es cierto para ti, es falso para mí, y lo real para mí es irreal para ti. Tratan de reconstruir un mundo sin Dios y sin un código moral como la Biblia. (Estos señores gustan leer Eclesiastés y Los hermanos Karamazov, donde se presenta la cultura vana y sin Dios. No obstante, Dostoievsky lo dice en estos términos: “¿Pero qué será de los hombres entonces? ¿[...] Sin Dios y la vida inmortal? ¿Todo es lícito? ¿Entonces ellos pueden hacer lo que quieran? ¿No lo sabías?”. Salomón concluye el libro de esta manera: “Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre”. Hasta un tipo como Bertrand Russell admitió que las ciencias naturales nos han presentado un mundo “sin propósito” y “vacío de significado”. Los ateos inconsecuentes -vemos en Trueno, el ateo que dice no creer en Dios- se refugian en derechos humanos, ética, moral y un “sentido espiritual”; los ateos puros -los consecuentes con el ateísmo-, pierden el juicio.)

Pues bien, una cabeza llena de prejuicios y orgullos es difícil de penetrar por la verdad. Da pena que muchos críticos rechacen lo sobrenatural y la fiabilidad de las sagradas Escrituras no por falta de evidencias históricas y millones de casos empíricos (conversiones), sino basados en su teoría filosófica. Esto es, su rechazo no se fundamenta en lo científico, sino en una especulación filosófica; en sus emociones. Pues los prejuicios son guiados por las emociones. Puede afirmarse que en ellos lo emocional, parte del alma (gr. psuque), somete a la conciencia (gr. suneidesis), que es parte del espíritu (gr. pneuma). Estos señores deben renunciar a sus sueños narcisistas de omnisapiencia y omnipotencia a fin de que puedan ver las cosas tal como son. Dios quería evitar que la cabeza (intelecto, ego, partes del alma) de Adán y de su mujer creciera más que su espíritu.

Me preocupa, además, que a las hipótesis, especulaciones, ideologías, teorías, creencias, tradiciones y presuposiciones se les erija nichos y se las adore como verdades escritas en mármol, enmarcadas de diamantes y demás piedras preciosas. (La única verdad inmutable e imperecedera está contenida en los 66 libros canónicos de la sagrada Biblia y está no pocas veces supeditada a interpretaciones del imperfecto y muchas veces parcializado ser humano) Hasta Darwin se sorprendió al ver cómo sus especulaciones y dudas de joven fueron tomadas a pie juntillas hasta convertirlas en religión. En un fetiche. Seamos creyentes de nuestras verdades, no fanáticos. La autora de mis días dice que “la razón no quita [o no debe quitar] el entendimiento”. La razón que tengo para sostener mi verdad no debe enceguecerme ante otra verdad, aun cuando la primera no cuadre con la segunda. ¡Cuánto cuesta deponer orgullos, paradigmas y tradiciones religiosas!

Los fariseos del tiempo de Jesús tenían serios problemas con su doctrina. Colocaban sus tradiciones y presuposiciones por encima de la infalible Palabra de Dios. Esto es, sus pensamientos falibles y perecederos sobre la inmarcesible y eterna Palabra del Dios viviente. Si Jesús habló duro alguna vez a las gentes, lo hizo a los fariseos por su fanatismo, hipocresía y endurecido corazón. Es lamentable afirmarlo, pero las actitudes de los fariseos siguen vivas en los corazones de hombres y mujeres que ponen prejuicios, especulaciones, teorías, creencias, doctrinas, dogmas, religiones, tradiciones, denominación e iglesia por arriba de las evidencias indubitables de la Biblia, la Palabra de Dios. Bien podría decirse que sitúan lo secular o mundano sobre lo espiritual. Lo natural por encima de lo sobrenatural. A Dios por debajo de sus creencias y filosofías.

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