miércoles, 5 de noviembre de 2008

Restos fósiles: ¿Pruebas simiescas o fraudes descarados?


Como sabemos, los creyentes evolucionistas sacan a colación restos fósiles para, según ellos, evidenciar la teoría de la evolución. ¿Son los restos fósiles hallados en distintos lugares del planeta evidencia de la evolución del ser humano? ¿Qué decir de restos fósiles hallados en distintos lugares y que según el mito transformista son evidencia de la evolución del ser humano? Lo primero que debemos expresar es que en no pocas ocasiones el mismo científico naturalista ha fabricado los restos fósiles. De igual modo, ante la falta de fósiles intermedios que constituyen un poderoso argumento contra la creencia evolutiva, la propuesta de Niles Eldredge y Stephen Jay Gould denominada teoría del equilibrio puntuado, que no necesita fósiles intermedios, ha sido esgrimida por los creyentes evolucionistas. El gran inconveniente de tal postulado es que no existe evidencia alguna que la apoye, quedándose -como muchas teorías y afirmaciones del evolucionismo- en explicaciones retóricas sin ningún respaldo experimental o de laboratorio.

Más aún, la explosión cámbrica (en la cual una abundante variedad de nuevas formas de vida aparece completamente formada en el registro fósil sin ninguno de los ancestros requeridos por el darvinismo) representa un salto cuántico increíble en la complejidad biológica. Esto es, los fósiles de la explosión cámbrica contradicen por completo la creencia darvinista que predijo un desarrollo lento y gradual a lo largo de muchos años. La explosión cámbrica no ha podido ser explicada por el concepto de “equilibrio puntual” y preocupó al mismísimo Darwin, quien -contrario a los neodarvinistas- no creía que la naturaleza diera “saltos” y “brincos” y pensaba que futuros descubrimientos de restos fósiles le darían la razón. En realidad, la situación ha empeorado para él y sus fieles creyentes.

Pues bien, si vas a museos, ves dibujos de libros de texto, entras a sitios y blogs en la Red y observas documentales y películas puedes arribar -a la ligera- que los creyentes evolucionistas han hallado fósiles de hombres monos y que es un hecho “probado” que venimos de una especie de simio y por tanto tenemos antepasados simiescos. Pero, en honor a la verdad, hasta el Sol de hoy no hay evidencia real alguna de fósiles de esqueletos y cráneos completos de hombres monos. Lo que sí hay es mucha especulación y escandalosos fraudes alrededor del tema.

¿Quién estuvo en los inicios de la especie humana para afirmar categórica y dogmáticamente que descendemos de un tipo de simio o del mico? ¿Será verdad que el hallazgo de unos cráneos, huesos y dientes pueden revelar que venimos de un mal oliente y piojoso simio? ¿Qué tan efectivos son los métodos del uranio-plomo, potasio-argón y del carbono 14 para determinar la edad de la Tierra, rocas, cráneos, huesos, dientes y demás cosas descubiertas? ¿Cuánto de lo que se afirma tan dogmáticamente es ciencia y cuánto es filosofía, presupuestos o simples creencias? Ya hemos aseverado que la teoría de la evolución es extremadamente especulativa y metafísica. Tan metafísica es que nadie -ni el más fanático evolucionista- puede probar nada de lo que asegura tan radical y dogmáticamente. Asimismo, los restos fósiles hallados hasta el momento en lugar de apoyar la teoría de la evolución la han dejado mal parada.

Veamos alguno fraudes de las creencias evolucionistas:

Hombre de Nebraska: Descubierto en 1922 por Harold Crook en Nebraska. Gran cantidad de literatura se publicó acerca de este presunto eslabón perdido, el cual, supuestamente, vivió hace un millón de años. Sin embargo, lo impresionante es que el supuesto hombre de Nebraska fue una reconstrucción bastante imaginativa que se hizo a partir de ¡un diente!Los más “eminentes” científicos examinaron el diente y declararon que era una evidencia de la existencia de una raza prehistórica en Estados Unidos. Este fue un típico caso de excesiva imaginación. O sea, de ciencia-ficción.

Años después se halló el esqueleto completo del animal del cual provenía el famoso diente “científico”. Una prolija investigación reveló que el diente pertenecía a una extinta especie de cerdo. ¡Dientes veredes, Sancho!

Hombre-mono de Java: El Pithecanthropus erectus u “hombre-mono” de Java (Sumatra, Indonesia) fue descubierto en 1891 por Eugene Dubois, frenético evolucionista. El hallazgo de Dubois consistió en una pequeña porción de la parte superior del cráneo, un fragmento del fémur izquierdo y tres dientes molares. ¡De nuevo los dientes! Era una evidencia fragmentaria. Además, los restos no se encontraron juntos sino en un área de más de veintiún metros. Para remachar el clavo, los restos fueron hallados en el lecho de un río, mezclados con huesos de animales extintos. ¿Cómo podía el “experto” Dubois estar tan seguro de que lo hallado eran partes de un mismo animal?

A raíz de esto hubo opiniones encontradas en cuanto a la identificación de estos fragmentarios fósiles. De 24 paleontólogos alemanes reunidos para evaluar el hallazgo, diez dijeron que los restos provenían de un mono; siete, que eran de un hombre; y siete, que eran un eslabón perdido. ¡Estaban adivinando! ¿De qué color era el caballo blanco de Bolívar? ¡Era “azul”!

Luego de que se comprobó que el hallazgo de Dubois era un pitecántropo, no un hombre-mono, Dubois admitió que los restos hallados no eran de un hombre-mono y que había encontrado restos de hombres modernos en el mismo lugar. Pero sucede que hasta el día de hoy los libros de texto colegiales y universitarios y mucha gente sigue creyendo en el fraude de Dubois. No solo eso; no pocos libros de biología del siglo XXI también presentan todavía los fraudulentos símbolos de la evolución (el experimento de Miller, el árbol de la vida de Darwin, los embriones de Haeckel, el Archaeopteryx o eslabón perdido, el Archaeoraptor o supuesto eslabón entre las aves y los dinosaurios, la similitud de la estructura ósea entre las alas de un murciélago, la aleta de la marsopa, la pata de un caballo y la mano humana, etc.) y los siembran en las mentes de nuestros jóvenes estudiantes como “apoyo” al mito de la evolución. ¿Hasta cuándo tanta falsedad con tintes de ciencia? (Lo terriblemente malévolo es que en media humanidad civilizada es obligatorio enseñar el mito evolutivo en centros de estudios secundarios y universitarios como si fuera un hecho probado. Los creyentes evolucionistas filosóficamente dan como un hecho lo que deberían demostrar científicamente. Pregunto: ¿será que en esos planes de estudio está contemplada la enseñanza del creacionismo? ¡No! Y hasta está prohibido hablar de creacionismo. Pues muchos educadores y centros de estudio quieren vender la creencia de ser científicos, o no desean ser etiquetados de “fanáticos religiosos”. Otros optan por ser eclécticos al tomar la creencia en la evolución pero con la creencia en Dios, creyendo equivocadamente que las dos posiciones son compatibles. Tanto los educadores y colegios y universidades creacionistas como los creyentes evolucionistas deben dar a conocer al estudiante las dos corrientes. Y si toman partido por alguna, que sustenten su postura con honestidad y genuina ciencia, no con criterios y emociones cargados. ¡Amemos y respetemos la verdad sin importar quien la diga!)

En 1926, se descubrió otro pitecántropo en Java. Tal descubrimiento fue anunciado -como los anteriores “grandes avances” y “pruebas” de la evolución- como el “eslabón perdido”. Pero, a pesar de los bombos y platillos con que se proclamó, lo descubierto no era otra cosa que la ¡rótula! de un elefante extinto. “ ¿Qué tal el efelante?”, diría Winnie Pooh.

Hombre de Piltdown: Los restos del Hombre de Piltdown (Inglaterra) fueron hallados en 1912 por Charles Dawson, un paleontólogo ¡aficionado!, y Arthur Keith, quienes mostraron algunos huesos, dientes y utensilios primitivos, de los cuales aseguraron era un hombre-mono. Estos señores llevaron los restos encontrados al paleontólogo Arthur Smith Woodward, del Museo Británico, donde se exhibieron durante ¡catorce años! como auténticos restos de un hombre-mono. Los antropólogos declararon que los restos tenían 500,000 años de antigüedad.

Corría 1953 cuando John Winer y Samuel Oakley a través de un minucioso examen dieron por descubierto el engaño de tal creencia. La quijada pertenecía a un mono que había muerto hacía solo 50 años, el cráneo era de un hombre moderno. Los dientes habían sido limados, y tanto los dientes como los huesos habían sido desteñidos con bicromato de potasa para encubrir su verdadera identidad. ¿Qué te parece? ¿Todavía tienen el descaro de pedir que creamos en ellos y en sus supuestos hallazgos del hombre-mono? ¡Más monos serán ellos!

Es ineludible notar que el Hombre de Piltdown, de Heidelberg, de Pekín, de Nueva Guinea, de Cromagnon y otros fraudes han sido y aún son exhibidos en importantes museos (en televisión e internet) y estudiados en importantes libros de texto colegiales y universitarios como supuestos antepasados del hombre moderno. M. Bowden señala directamente a Teilhard de Chardin como el que colocó los falsos fósiles en Piltdown. Cierto o no, este fraude pudo engañar a la ciencia moderna durante más de ¡40! años. Pregunto: ¿cómo fue posible pasar por alto durante tanto tiempo los hechos que demuestran que el supuesto hombre de Piltdown y los demás son engaños? De algo estoy seguro, los creyentes evolucionistas lo sabían, mas su fanatismo era y es tan inmenso que no querían (ni quieren hoy) desapegarse de la falacia mayúscula llamada evolución.

La mentira, de tanto repetirla, creía Goebbels y creen muchos en el siglo XXI, se convierte en verdad y se transmuta en ley. Esto implica que la “objetividad” y “ciencia” de muchos deben ser objetadas por faltar a la verdad cónsona con la realidad empírica.

Hombre Neandertal: Fue descubierto a fines del siglo XIX en una cueva cercana a Dusseldorf, Alemania. Fue representado como un sujeto en posición semierecta, con el pecho hundido y con apariencia que indica falta de inteligencia (no es de extrañar, pues el ser humano moderno ve a los humanos de los tiempos de Adán y Eva, o “prehistoria”, la llaman, como imbéciles) al que tomaron como el supuesto eslabón intermedio entre el simio y el hombre.

Tras otros descubrimientos de esqueletos neandertales, no se sabe si el hombre de Neandertal estaba totalmente erecto y si era totalmente humano. El tamaño de su cráneo excede al del humano moderno por más del trece por ciento. Pero ello no es ningún inconveniente para los creyentes del mito evolutivo. En efecto, en 1958 A. J. E. Cave dijo que un examen realizado al Hombre de Neandertal demostró que era un anciano que sufría de artritis.

Los antiguos conceptos equivocados sobre el Hombre de Neandertal se debieron a dos factores: primero, la parcialidad de los antropólogos evolucionistas que lo reconstruyeron; y segundo, la persona en la cual se hizo la evaluación inicial padecía de osteoartritis y raquitismo. Hoy el Hombre Neandertal es clasificado como Homo Sapiens, totalmente humano y omnisapiente que cree que por estudiar unos huesitos puede saber y entender quiénes son sus antepasados. Lo que no dicen es que el Hombre Neandertal siempre ha sido humano, no mono ni simio.

Ahora bien, ¿será que la inclinación y parecidos al mono del hombre de Heidelberg, el de Neandertal y otros no demuestra que se hallan en la línea de ascensión de la molécula al hombre? ¿Qué decir del descubrimiento de que los estudios genéticos demuestran a humanos y simios compartiendo entre el 80 y 98 por ciento de sus genes? Eso no prueba nada de lo que insinúan los ateos evolucionistas, puesto que aun cuando la investigación ha comprobado que la diferencia en la secuencia de ADN entre humanos y chimpancés es solo entre un 1 y un 2 por ciento, la cantidad es lo que menos importa en este como en otros estudios. La investigación revela un dato fundamental e imprevisto: aunque son pocas las diferencias, las que hay son tan esenciales que tienen muchísimo peso. El problema es que los denominados genes constructores del cuerpo se encuentran entre el noventa y ocho por ciento. El otro dos por ciento son más bien genes triviales que tienen poca incidencia en la anatomía. De modo que la supuesta similitud del ADN humano y los chimpancés es un gran inconveniente para los neodarvinistas. Además, no es de sorprender que cuando se observa a dos organismos similares anatómicamente, con frecuencia se halla que son similares genéticamente. Lo que significa que el Creador decidió utilizar materiales de construcción comunes para crear organismos diferentes. Cada nuevo descubrimiento suele demostrar que las cosas son más complicadas de lo que el investigador había creído. Los monos tienen ciertos comportamientos semejantes a los nuestros, mas ello no los convierte en humanos. El mono Charlie aprendió kárate con su entrenador, pero eso no lo hace igual a Chuck Norris. El loro puede repetir hasta 20 palabras y eso no lo hace humano ni colega del locutor colombiano Édgar Perea.

El humano contemporáneo presenta diferentes características faciales y corporales, pero sigue siendo humano. Ejemplos: el hombre alto Watusi del África; el pigmeo, el asiático de nariz chata y el negro con sus características peculiares son variaciones en la familia humana. En 1959, Louis B. Leakey anunció el hallazgo de los restos de un hombre primitivo en África, y lo llamó zinjatropo. Al inicio calculó 600.000 años, pero más tarde al aplicar el método del potasio/argón su cálculo fue en más de un millón de años. Antes de su muerte en 1972, Leakey admitió que el cráneo era de un mono. ¿Curioso no?

Lucy: La especulación acerca de la pretendida evolución del ser humano gira también alrededor de un grupo de fósiles llamados Australopithecos; en particular, de un espécimen llamado Lucy cuyo esqueleto se conserva en un 40 por ciento. Lucy fue descubierta por Donald C. Johanson en Hadar, Etiopía, durante investigaciones realizadas entre 1972 y 1977.

En un artículo de la revista National Geographic (luego de supuestos descubrimientos y las metidas de pata del grupo Natgeo, no les tengo confianza. El Archaeoraptor en 1999 y el “Evangelio de Judas” en abril de 2006 son apenas dos ejemplos.) aparecido en diciembre de 1976, Johanson declaró: “El ángulo del fémur y la superficie aplanada al final de la juntura del codillo... prueban que ella caminaba sobre dos piernas”.

Sin embargo, debemos mencionar que la juntura usada para “probar” que Lucy caminaba erecta fue hallada en un nivel inferior en el estrato -una diferencia de más de 60 metros-, y a una distancia de más de 3 kilómetros. Además, el extremo del fémur que se une a la rodilla estaba seriamente maltratado; por consiguiente, la conclusión de Johanson es pura especulación. Una creencia. Charles Oxnard, especialista en anatomía, empleó una técnica computarizada para analizar las uniones en el esqueleto. Su conclusión fue que los australopithecos no caminaban erectos, al menos no de la misma forma que los humanos. Al respecto, debemos mencionar que el chimpancé camina erecto durante una considerable cantidad de tiempo y eso no lo hace humano. Por tanto, no hay ninguna base científica válida para concluir que Lucy caminaba sobre dos pies. Lo más seguro es que Lucy y sus parientes eran solo variedades de monos. De hecho, casi todos los expertos concuerdan que Lucy fue solo un chimpancé de 90 centímetros.

Por último, hay evidencia de que la gente caminaba erguida desde antes del tiempo de Lucy. Entre ellos están el homínido de Kanapoi y el Hombre de Castenedolo. Obviamente, si las personas caminaban erguidas antes del período de Lucy, esta no puede ser considerada como ancestro evolutivo. (1)

A pesar de estos fraudes (y de otros no mencionados aquí) y de su extremada parcialidad, hay quienes en el siglo XXI piden que creamos ingenuamente en sus “pruebas” y nuevos “descubrimientos” de que “venimos de una especie de simio”, tal como escriben en periódicos los fanáticos del mito evolutivo y afirman desde 2003 los investigadores de Atapuerca, España, por hallar fósiles que consideran restos de sus antepasados. ¿Hasta cuándo las mentiras en nombre de las ciencias naturales?

De hecho, los restos fósiles del Homo antecessor como los anteriores al Homo neanderthalensis descubiertos por los investigadores en cuestión pueden ser considerados como lo que son: restos fósiles de verdaderos humanos. Tanto los paleontólogos como los demás creyentes evolucionistas ateos dan por hecho (creen) lo que deben demostrar científicamente.

En setiembre de 2006, hubo un nuevo descubrimiento de un supuesto descendiente del ser humano. Se trata de los restos de un niño que -según los creyentes evolucionistas- vivió hace 3 millones de años, denominado Australopithecus Afarensis. Los restos fueron hallados en la región de Afar, en la República de Djibouti (frontera con Etiopía), el mismo sitio donde encontraron a Lucy. Los detalles del descubrimiento se dieron al público en el Museo Nacional de Etiopía, en Addis Abeba, por medio de Zeresenay Alemseged, jefe del cuerpo de investigadores y creyente evolucionista.

Unas palabras al respecto: a) Nota cómo se apresura este investigador a afirmar tajantemente que se trata de un niño. (Y los medios y periodistas hacen eco de supuestos como si fueran hechos probados. ¡Creencias, Sancho! Hay muchísimos ejemplos, pero veamos uno solo: La revista National Geographic, noviembre de 2006, tituló en su portada: “El hijo del eslabón perdido: Este bebé [foto de la portada] tiene más de tres millones de años”. Es obvio que la revista busca vender basada en sensacionalismo y despertando la curiosidad humana. Al ver tal portada no pude evitar reírme de tal creencia proclamada como ciencia) ¿Quién puede probar que no se trata de los restos de un monito? La foto del cráneo -reconstruida en el supuesto niño- francamente parece un chimpancé, no un pequeño. Desde luego, fue elaborada de tal manera que apoyara el supuesto; b) El grupo de investigadores pone edad al “niño” sin estar seguro de que en realidad tenga esos años. Ya analizamos que ningún método para determinar edad o años -utilizado hasta el día de hoy- es infalible y se fundamentan en muchos supuestos. Entonces, ¿por qué ser tan dogmático y exhibir en público unos restos como si fueran lo que afirmo? ¿Sabes qué sucede? La mayor parte de estos investigadores y hombres de ciencia dan como un hecho probado que venimos de una especie de simio; o sea, son creyentes de la teoría de la evolución. Por consiguiente, todo nuevo hallazgo lo interpretan conforme al supuesto: “el hombre tiene ancestros simiescos”. Lo que ignora Trueno (de él hablamos en Trueno, el ateo que dice no creer en Dios) es que quien espera encontrar lo que quiere encontrar, hallará solo lo que quiere encontrar, y pasará por alto lo que esté contra sus presuposiciones y resentimientos. Hemos hablado de algunos fraudes sobre el tema; solo Dios sabe de las montañas de deshonestidad intelectual de estos “científicos” cuando están investigando. ¡Ya no hacen a los científicos como antes!

Hablando de Úrsula Iguarán, el Nobel Gabriel García Márquez la describe así en su obra cumbre Cien años de Soledad: “Llegó a ser tan sincera en el engaño que ella misma acabó consolándose con sus propias mentiras”. (2)

Igual que Úrsula Iguarán, hay científicos que se consuelan inventándose una ciencia a su imagen y semejanza. Mi abuela lo dice de esta manera: “Hay gente tan mentirosa [experta en la mentira] que ellos mismos se creen sus propias mentiras”. Esa abuela mía es sabia y proverbista.
Muchos pasan por alto la navaja de Ockham, principio rector de la ciencia natural de Occidente, que sostiene que la explicación más plausible es la que contiene las ideas más simples y la menor cantidad de presuposiciones.

Algo más, desde hace muchos años la fabricación de restos fósiles es un excelente negocio. De hecho, se conoce de fábricas de restos fósiles instaladas en China. De manera que cuando vas a un museo no sabes cuáles son fraudes o cuáles no lo son. ¡Cuidado con los dientes de un simio!
En 1998, en la población china de Sihetun, hallaron los restos fósiles del Caudipteryx, que inmediatamente fue situado muy cerca de las aves, e incluso algunos creyentes evolucionistas lo catalogaron como “sólidos indicios” de que las aves actuales descienden de los dinosaurios (igual se decía y todavía hay quienes lo repiten por no actualizarse del Archaeoraptor). Pero varios paleontólogos, entre ellos Paul Sereno, propusieron que en realidad el Caudipteryx era pariente cercano del famoso dinosaurio mongol Oviraptor. En efecto, en 2005 una investigación de G. J. Dike y de M. A. Norell confirmó que el Caudipteryx pertenecía al Oviraptoridae y no tenía ningún parentesco con las aves como proponían algunos creyentes evolucionistas, y aparece todavía en textos de biología. No te extrañes que Trueno el ateo lo utilice para escribir un “sesudo” artículo sobre el “origen” de la vida. Por ahí otro Trueno (cada vez que hablo de Trueno en mis escritos me refiero a un ateo vociferante e irrespetuoso de las creencias religiosas y de Dios) escribió que el Archaeopteryx, el Australopithecus, el Homo habilis, el Homo erectus y el Homo sapiens son “evidencias” del mito evolutivo. ¡La gran flauta! Los creyentes evolucionistas van a tener que estudiar e investigar de nuevo las “pruebas” evolucionistas para actualizarse, pues ya observamos la cantidad considerable de fraudes en supuestos restos fósiles de hombres simios, y el universo de especulaciones tomadas como pruebas del mito evolución. La pregunta es: ¿cuánto de lo que se asegura tan radical y dogmáticamente se ha demostrado en el laboratorio? La respuesta sigue siendo la misma: nada. Solo se basan en supuestos, opiniones y creencias infundadas.

Desde hace un tiempo, se ha estado hablando del terosaurio, que, según se cree, era una especie de dinosaurio volador (sin plumas) de 12 metros de largo. ¿Acaso puedes imaginar que un ave tan inmensa pueda volar? ¡Eso solo lo creen los crédulos creyentes evolutivos! En abril de 2008, la ¿prestigiosa? (mi abuela dice: “Cría fama y acuéstate a dormir”) revista Science publicó que un primer análisis de proteínas extraídas de huesos de dinosaurio “confirmó” que las aves de hoy son los descendientes más cercanos del temido Tiranosaurio o Tyrannosaurus rex (T. rex). ¡La gran flauta! Es muy aventurado hacer aseveraciones como esas sin tener ningún tipo de evidencia real.

No sé si recordarás que a inicios de 2003 Science tituló: “Los dinosaurios y los pavos: ¿Conectados por el ADN?”. Resultado de tan extravagante título: los huesitos hallados por biólogos moleculares eran huesos de un pavo de esos que comemos en Navidad o Año Nuevo junto a unos huesos de un dinosaurio; los huesos de donde se extrajo el ADN no tenían ninguna relación con los ancestros de pájaros... ¡eran cien por ciento ADN de pavo!, y la publicación fue tan solo una ligereza de la revista con el objeto de vender y apoyar su creencia evolucionista. Science es la misma que en mayo de 2005 tuvo que publicar un artículo retractándose sobre la histórica investigación de células madre embrionarias, porque los datos eran falsificados. Esta revista no es la única en caer en la trampa de publicar hipotéticos descubrimientos y avances naturalistas inflados, pues otras han cometido el mismo desliz varias veces como la ya mencionada National Geographic. Lo triste es que por intereses monetarios persisten en lo mismo. Si en las revistas llueve, en los diarios no escampa. Recogiendo la sugerencia del biólogo español Antonio Cruz, diríamos que el periodista científico y los medios deben evitar crear falsas expectativas y esperanzas al receptor, profundizando en la información antes de darla a conocer a fin de ser fieles a la verdad.

Sin duda, seguirán apareciendo restos fósiles de supuestos hombres monos y de dinosaurios con capacidades inusuales, fantásticas, mágicas y tan sonsas como el niño brujo Harry Potter. No faltará quien afincado en algunos huesos construirá hipótesis y teorías al respecto. Pero, de la creencia al hecho hay mucho trecho. (Ojo, no he dicho que no crea en los dinosaurios. Creo que hay suficientes restos fósiles que apoyan su existencia, aunque no he visto ninguno. No obstante, no te extrañes que también haya fraudes en ciertos fósiles de algunos “dinosaurios”. La existencia de los dinosaurios es uno de los temas para los cuales aún no tengo una clara explicación. Si llego a tenerla, te la comunico)

Muchos creyentes evolucionistas actúan como ciertos grupos religiosos que para reforzar dogmas toman por los cabellos pensamientos de la Biblia o fundamentan su doctrina en un versículo aislado que interpretan a su manera y a la luz del paradigma o dogma de su grupo religioso. No pocos erigen toda una estructura de pensamiento seudocientífico basados en un par de huesitos o en un “gran” descubrimiento “científico” a fin de apoyar su particular y condicionado modo de pensar, que llaman “ciencia”. Y los medios de comunicación -con tal de vender- publican cualquier supuesto descubrimiento sin darse el tiempo de investigar o esperar si tal hallazgo o invento es genuino. Prefieren correr el riesgo de hacer el ridículo por publicar falsedades antes que perder la “primicia”.

Te confieso algo: a raíz de tantos fraudes y gente falsa, soy escéptico en cuanto a religiones, religiosos y filósofos; pero también de científicos naturalistas y medios de comunicación especializados en ciencias naturales. Todo lo examino; dudo de todo y no creo en lo que diga ni Fulano ni Sutano ni la revista equis por mucha fama o renombre que tengan. Como dice Anaxágoras, “si me engañas una vez, es culpa tuya; si me engañas dos veces, es culpa mía”.
Que sea escéptico de todos y de todo no quiere decir que sea irracional. Hay gentes que se escudan en un falso escepticismo y una seudo ciencia para no escuchar razones ni investigar reales evidencias. ¿Será que tienen miedo a la verdad? ¡Pareciera!
Por otra parte, Antonio Cruz escribe:

"Lo más espectacular viene ahora. En la prestigiosa revista Nature en marzo [07] de 2002, el evolucionista molecular Alan Templeton, de la Universidad de Washington, hizo público un estudio acerca de las comparaciones de ADN en los seres humanos actuales. [Ver su hipótesis titulada “Out of Africa again and again” en el sitio web http://cogweb.ucla.edu/ep/Templeton_02.html] Sus conclusiones revolucionan completamente la antropología. Ya no se habla de huesos fósiles, sino de genes presentes en los humanos actuales que se consideran fósiles del pasado. Si Templeton tiene razón, todas las especies de fósiles conocidas, tales como Homo erectus, Homo antecessor, Homo Hedelbergiensis, Homo neanderthalensis y Homo sapiens, son en realidad la misma y única especie humana. Esto supone un cambio fundamental de paradigma dentro de la antropología, que confirma que los pretendidos eslabones fósiles no eran más que variedades humanas. En otras palabras, no existe evidencia de que el hombre haya evolucionado a partir del primate. Las personas siempre han sido personas; los monos, monos". (3)

Si no venimos de una especie de simio, ¿cómo explicamos las evidencias de los cavernícolas? Para responder ese interrogante debemos remontarnos a Génesis capítulos 6 al 10, donde Noé construye el Arca y se salvan él, su mujer, sus hijos y las mujeres de sus hijos. Luego de salir todos del arca, se multiplican y pueblan la Tierra de nuevo. (El descubrimiento de capas de tierras húmedas y el hallazgo del Arca de Noé en el monte Ararat, actual Turquía, debieran cerrar la boca a los que radical y dogmáticamente han objetado la narración del Diluvio, de Noé y su familia en un gran barco)

Los creacionistas creemos que los cavernícolas y las razas fueron descendientes de los hijos de Noé. No olvidemos que en la torre de Babel (Génesis 11) la única lengua hablada por todos fue confundida y Dios dispersó a nuestros antepasados hasta los más recónditos lugares del planeta. Esto es, a los cinco continentes: América, Europa, Asia, Oceanía, África.

En su ya citada obra El colapso de la evolución, editada por Chick Publications, Huse escribe que algunos descendientes de Noé “al no enfrentar la presión del resto de la población, posiblemente abandonaron la agricultura y se dedicaron a cazar y a recoger frutos. Las cuevas pudieron haberles servido de refugio durante los fríos inviernos” y los ataques de otros grupos. (4)

Huse y otros autores hacen referencia de los tasaday -descubiertos en 1966 en el sur de la isla Mindanao, la más meridional del archipiélago de las Filipinas- como ejemplo moderno de nativos que viven al nivel de la edad de piedra.
"Los tasaday no cultivaban la tierra, no cazaban, no conocían los metales. Su dieta se reducía a raíces y frutos, ranas, cangrejos y larvas que anidaban en los troncos podridos. Para encender el fuego [utilizaban] una rama dentro de una madera agujereada. No realizaban cerámica ni artesanía. Sus utensilios eran de bambú. En la tribu sólo había cinco mujeres, pero igual eran monógamos [tienen más elevada moral que los que quieren tener más de un consorte]. Se tapaban los genitales con hojas de plátano. [¡Ironía! En el siglo XXI muchos quieren andar en cueros]" (5)

En la actualidad, hay indios estadounidenses que viven en cuevas y en las montañas de Arizona. Siempre ha habido gentes viviendo en las cuevas de diferentes lugares del planeta. De manera que los tasaday no son los únicos.

Corría marzo de 2006, y un personal de televisión e investigadores descubrían en una remota aldea de Turquía una familia con cinco hijos que camina en cuatro, con los pies y las manos. Tienen un lenguaje reducido, grave retraso mental y escasa conciencia de sí. Las hipótesis van desde que el caso puede ofrecer información sobre la creencia y religión evolucionista y “es” el eslabón perdido; que podría tratarse de un defecto congénito, y que esta forma de andar pudiera ser fruto de una mutación genética que les llevara a ser cuadrúpedos. Lo curioso es que en pleno siglo XXI puede que sea cierto que existe un fenómeno en una familia humana que jamás a nadie se le hubiera ocurrido.

Ahora bien, luego de los tantos fraudes de las ciencias naturales, ¿qué hay de raro que todo este show de la familia que camina en cuatro sea un colosal engaño? (Ya hay quienes pelean la paternidad del peculiar hallazgo) Ya vimos lo que expresó Anaxágoras: “Si me engañas una vez, es culpa tuya; si me engañas dos veces, es culpa mía”. Abramos los ojos y no creamos todo lo que dicen los “investigadores de la verdad” y “benefactores de la humanidad”, como los llamara Feyerabend en tono irónico. No creamos todo, pero tampoco dejemos de creer. “Examínenlo todo, retengan lo bueno”, escribió san Pablo.

Por otro lado, está demostrado hasta la saciedad que la Biblia es fiable histórica, geográfica, teológica y científicamente. (Hasta el día de hoy, nadie ha demostrado que la Biblia esté equivocada ni ninguna ciencia convencional ha desmentido ninguna afirmación de carácter histórico, geográfico y naturalista de la Biblia; si alguien te dice lo contrario, ten por seguro que no sabe de lo que habla o miente deliberadamente. Recuerda, no es lo mismo cuestionar que rebatir. Y muchos no pasan de ser criticastros que se conforman con leer literatura de autores donde puedan hallar “fundamento” a sus presupuestos y prejuicios.) Entonces, ¿por qué creer que la Biblia revela la verdad en unas cosas y en otras no? ¿O por qué se empecinan en minimizar a Dios? Actuar de esa manera es ser inconsistente y tener oscuros intereses.

La pala del arqueólogo, las experiencias religiosas de millones de seres humanos a lo largo de la historia humana y los más recientes descubrimientos de las ciencias naturales dan testimonio de la veracidad histórico-geográfico-naturalista de las escrituras judeocristianas. Si ello es así, y de hecho lo es, ¿por qué no creer que la narración bíblica sobre la creación es cierta y literal como vimos en el capítulo 2? Nunca lo harán porque no les conviene y no desean someterse a la moral universal objetiva de Dios, pues la moral elevada a la categoría de ciencia moral está cimentada en un valor absoluto. De ahí que sea equivocado creer que toda moral es determinada por los tiempos y las culturas.

Para muchos científicos naturalistas hoy y para mí, el creacionismo tiene más peso y base científica porque hay suficientes evidencias de las ciencias naturales que apuntan a que somos producto de una Mente extraordinaria y no de millones de años de evolución. Lo segundo no tiene real asidero científico porque las ciencias naturales se basan en hechos probados, no en conjeturas. Y la teoría de la evolución -expresamos- más que ciencia es especulación, mito; tanto que el mismo Darwin estaba consciente de no poder probar su teoría. Tampoco hoy ningún creyente evolucionista o neodarvinista está en capacidad de probar sus postulados.
En 1863, Darwin escribió: “Cuando vamos a los detalles, podemos probar que ni una sola especie ha cambiado [es decir, no podemos probar que una sola especie haya cambiado]; ni siquiera podemos probar que los supuestos cambios sean beneficiosos, que es la razón fundamental de la teoría. Tampoco podemos probar por qué algunas especies han cambiado y otras no”. (6)

Esto es, el creyente en la hipotética evolución no puede probar nada, pero sigue creyendo el dogma o el cuento por razones personales y porque le parece científica. Además, Adán y Eva le suena a cuento de hadas como quien cree en fantasmas, olvidando que en la literatura evolucionista hay peores cuentos que la narración del Génesis. Yo elijo creerle al Libro de Dios.

También escribió Darwin en el libro “sagrado” de los evolucionistas, El origen de las especies:

“[...] Según esta teoría, tienen que haber existido innumerables formas de transición, ¿por qué no las encontramos enterradas en números incontables en la corteza terrestre? [...]”. (7) Escribe más y pregunta: “¿Por qué la naturaleza no se encuentra en estado de confusión sino que, por el contrario, y tal y como la vemos, está compuesta de especies bien definidas? La investigación geológica no nos brinda las infinitas detalladas gradaciones entre las especies pasadas y las especiales actuales, tal cual lo requiere la teoría; y esta es la más obvia de las numerosas objeciones que pueden esgrimirse en su contra”. (8)

Para cerrar esta sección, sugiero las obras aparecidas en la bibliografía de este capítulo tales como la obra de Scott M. Huse El colapso de la evolución (The Collapse of Evolution), editorial Chick Publications, Estados Unidos: 2001, donde aparece una interesante bibliografía en inglés utilizada por Huse. De igual manera, el libro El caso del Creador de Lee Strobel, Editorial Vida, Estado Unidos, 2005. La ciencia, ¿encuentra a Dios? de Antonio Cruz, editorial Clie, España, 2004. Y ¿Hay alguien ahí? De David Galcerá, también de la editorial Clie, 2006.

Imagínate como están los prejucios tan arraigados que un joven fisicalista leyó Chick Publications y de una vez descartó el libro de Scott M. Huse El colapso de la evolución, pues según él esa casa de publicaciones no es fiable por publicar folletos ilustrados contra el mito evolutivo. Claro que tocará actualizar ciertos datos en tales folletos como han hecho los creyentes evolucionistas a las ideas de Darwin tratando inútilmente de salvar la teoría, pero ello no invalida el creacionismo ni convalida el transformismo darvinista. Léase bien, muy a pesar de la mentira creída por repetirla tantas veces, la teoría de la evolución no es científica y es un soberano engaño. A quien crea que le asiste la razón en lo aquí escrito, pues que demuestre que los fraudes no son fraudes y que no saque palabras e ideas del contexto para desviar la atención de lo medular del tema tratado: ¡no! hay pruebas de hombres-monos o simios y los llamados símbolos del darvinismo son fraudes descarados.

Quien siga creyendo en el mito darvinista luego de leer sin apasionamiento y con honestidad intelectual las múltiples obras antievolucionistas, simplemente está predispuesto a creer lo que quiere creer. De ahí que se diga que los evolucionistas son tan fanáticos de la hipótesis como el más radical fanático religioso. Citaré las palabras con las cuales Darwin recapituló y concluyó su controvertido libro El origen de las especies:

“Hay grandiosidad en esta concepción de que la vida, con sus diferentes fuerzas, ha sido alentada por el Creador en un corto número de formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un principio tan sencillo, infinidad de formas las más bellas y maravillosas”. (9) (Las negritas son mías)

Allan Rex Sandage, el más grande cosmólogo observacional y uno de los científicos más respectados, y que en 1985 conmovió al mundo científico naturalista al declarar públicamente ser creyente en Cristo y partidario del real diseño inteligente en el cosmos, afirma: “El mundo es demasiado complicado en todas sus partes e interconexiones como para que se deba solamente al azar. Estoy convencido de que la existencia de la vida, con todo su orden en cada uno de sus organismos, simplemente está demasiado bien estructurada. Cada parte de un organismo vivo depende de todas sus otras partes para funcionar. ¿Cómo es que cada una de ellas lo sabe? ¿Cómo es que cada parte se especifica en la concepción? Mientras más se aprende de la bioquímica, más increíble se vuelve a menos que exista algún tipo de principio organizativo -un Arquitecto para los creyentes- lo cual es un misterio para que lo resuelva la ciencia (inclusive hasta el grado del por qué) en algún momento del indefinido futuro para los reduccionistas materialistas”. (10) (La negrita es mía)

Así como hay humanos de gran capacidad intelectual que porfían contra ¨Dios, otros -no solo con inteligencia natural, sino además con entendimiento- no se avergüenzan de aceptar públicamente ser creyentes en Dios y cristianos comprometidos con el resucitado Cristo histórico. Sandage y muchos más son vívidos ejemplos del segundo grupo.

Bibliografía:

(1) Scott M. Huse, El colapso de la evolución, pp. 137-141. Chick Publications, Estados Unidos, 2001.
(2) Gabriel García Márquez. Cien años de soledad, p. 129. Santillana Ediciones Generales, S. L. Colombia, 2007.
(3) Antonio Cruz, Darwin no mató a Dios, p. 157. Editorial Vida, Estados Unidos, 2004.
(4) Op cit., Huse, p. 142.
(5) Inés Bortagaray, Caso Tasaday, consultado en la Red.
(6) Harold Hill, Las monerías de Darwin, p. 48. Editorial Vida, Estados Unidos, 1979.
(7) Charles Darwin, El origen de las especies, pp. 252, 253. Editorial Bruguera, S. A., Barcelona, España, 1979.
(8) Op cit., Hill, p. 62.
(9) Op cit., Darwin, p. 669.
(10) Lee Strobel, El caso del Creador, p. 270, Editorial Vida, Estados Unidos, 2005.

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